La Palabra Entre Nosotros - Perú - Junio

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UN NUEVO AMANECER

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La Nueva Alianza

“Pondré en ustedes un corazón nuevo y un espíritu nuevo…”



En este ejemplar: Volumen 39, Número 6, Junio 2020

El combate espiritual Un nuevo amanecer Nos toca vivir una nueva etapa

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El diablo, el enemigo desenmascarado Claro que podemos ganar la batalla espiritual

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Cómo crees que Dios te ve Asombrosa y maravillosamente fuimos creados Las verdades de Dios echan por tierra las mentiras del diablo Nuestras falsas imágenes de Dios Dios es fiel y misericordioso Como desenmascarar las mentiras acerca de quién es Dios Una conversión gradual La historia del padre Rick Thomas y el Rancho del Señor Por el padre Nathan W. O’Halloran, SJ Meditaciones del Papa Francisco La fe de nuestra Madre Meditaciones sobre los evangelios

Meditaciones diarias Junio del 1 al 30 Julio del 1 al 31 Estados Unidos Tel (301) 874-1700 Fax (301) 874-2190 Internet: www.la-palabra.com Email: ayuda@la-palabra.com

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En el Perú Tel (051) 488-7118 / 981 416 336 Email: lpn@lapalabraentrenosotrosperu.org Suscripciones: suscripciones@lapalabraentrenosotrosperu.org


La batalla espiritual

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ueridos hermanos: Leyendo la historia de la humanidad vemos que todos los grupos humanos desde siempre han venido luchando unos contra otros, principalmente por la propiedad de territorios, acumulación de riquezas o simplemente por el afán de dominar a pueblos enteros o para defenderse. Así se fueron formando las ciudades, los reinos y las naciones que cubren la faz de la tierra. Aun cuando ahora, en el mundo civilizado, se considera que el sistema

en efecto raíces espirituales. ¿Cómo así? Todos sabemos que Jesucristo fue perseguido, flagelado y crucificado por declararse Hijo de Dios. Esa cruenta persecución fue instigada por sentimientos de envidia y un legalismo extremo de los jefes religiosos de Israel. Ahora bien, ¿por qué tuvieron ellos esos sentimientos? Porque, en sus afanes de autosuficiencia y prepotencia religiosa, cayeron en la trampa que siempre pone el enemigo de Cristo, el diablo, que anda “como león rugiente buscando a quien devorar” (1 Pedro 5, 8). San Pablo habla claramente de la lucha espiritual en el capítulo 6 de su carta a los efesios. Ahora, Satanás y sus demonios Ahora, Satanás y sus demonios ataatacan constantemente can constantemente a los creyentes en a los creyentes en Cristo Cristo con dardos encendidos de engacon dardos encendidos de engaños, sugerencias impuras, ños, sugerencias impuras, tentaciones tentaciones de egoísmo, de egoísmo, calumnias y muchas otras, calumnias y muchas otras, pues de esa manera procuran impepues de esa manera procuran dir la vida espiritual. Esta es la batalla impedir la vida espiritual. en la que todos estamos involucrados, aunque no lo sepamos o no lo quede gobierno más justo es la democra- ramos reconocer. De esto tratan los cia, vale decir el gobierno del pueblo tres primeros artículos de este mes. para el pueblo, en muchos países o regiones continúan habiendo gue- Artículos adicionales. Incluimos, rras declaradas o bien revoluciones, otros dos artículos, que nos hablan levantamientos populares, divisiones del amor y la compasiva generosidad y actitudes beligerantes entre bandos del Señor. El primero versa sobre el opositores. magnífico y productivo apostolado Esto, que nos parece una realidad del padre Rick Thomas en El Paso, inescapable de la vida humana, tiene Texas, y otros lugares. 2 | La Palabra Entre Nosotros


Queridos lectores, quiera el Señor que esta revista les ayude a dar un paso más de fe y se entreguen más al Señor sabiendo que el Espíritu Santo está siempre presente y activo en ustedes y les ayudará a superar los obstáculos que encuentren en su vida de fe. Les deseo muchas bendiciones de paz, amor, sabiduría y crecimiento espiritual.

Luis E. Quezada Director Editorial editor@la-palabra.com

La Palabra Entre Nosotros • The Word Among Us

Director: Joseph Difato, Ph.D. Director Editorial: Luis E. Quezada Editora Asociada: Susan Heuver Equipo de Redacción: Ann Bottenhorn, Jill Boughton, Mary Cassell, Kathryn Elliott, Bob French, Theresa Keller, Christine Laton, Joel Laton, Laurie Magill, Lynne May, Fr. Joseph A. Mindling, O.F.M., Cap., Hallie Riedel, Lisa Sharafinski, Patty Whelpley, Fr. Joseph F. Wimmer, O.S.A., Leo Zanchettin Suscripciones y Circulación: En USA La Palabra Entre Nosotros es publicada diez veces al año por The Word Among Us, 7115 Guilford Dr., STE 100, Frederick, Maryland 21704. Teléfono 1 (800) 638-8539. Fax 301-8742190. Si necesita hablar con alguien en español, por favor llame de lunes a viernes entre 9am y 5pm (hora del Este). Copyright: © 2017 The Word Among Us. Todos los derechos reservados. Los artículos y meditaciones de esta revista pueden ser reproducidos previa aprobación del Director, para usarlos en estudios bíblicos, grupos de discusión, clases de religión, etc. ISSN 0896-1727 Las citas de la Sagrada Escritura están tomadas del Leccionario Mexicano, copyright © 2011, Conferencia Episcopal Mexicana, publicado por Obra Nacional de la Buena Prensa, México, D.F. o de la Biblia Dios Habla Hoy con Deuterocanómicos, Sociedades Bíblicas Unidas © 1996 Todos los derechos reservados. Usado con permiso.

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Suscripciones y Circulación: En el Perú Consultas o Sugerencias: Escriba a “Amigos de la Palabra” lpn@lapalabraentrenosotrosperu.org Suscripciones: 6 revistas bimensuales por 1 año Agradecemos hacer sus renovaciones con anticipación. Y avisarnos por teléfono o por correo: suscripciones@amigosdelapalabraperu.org Teléfonos; (511) 488-7118 / 981 416 336 Cambios de dirección: Háganos saber su nueva dirección, lo antes posible. Necesitamos 4 semanas de aviso previo para realizar las modificaciones y asegurar que le llegue la revista a tiempo.

Revista Promocional: Distribuimos la revista gratuitamente a los internos de diversos penales en el Perú. Para sostener este programa de Evangelización necesitamos de su colaboración. El Señor los bendiga por su generosidad

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UN NUEVO AMANECER NOS TOCA VIVIR UNA NUEVA ETAPA… Una etapa de confianza y llena de esperanza Del Editor Perú

Querido hermanos: Con la edición de esta revista de Junio y Julio, nos toca empezar una nueva etapa, un nuevo amanecer de la revista en el Perú, un nuevo camino, una nueva forma de llegar al público. Quiero tocar 3 puntos importantes 1- Después de la Cuarentena Muchas cosas hemos podido vivir, disfrutar, aprender en estos días de encierro en casa, debido al Corona Virus Covid 19. Cada uno lo hemos experimentado y lo estamos experimentando de diferente manera. Este alto a la vida cotidiana ha sido también un alto a la vida vertiginosa que llevamos y a la rutina cotidiana, que muchas veces no nos da oportunidad de detenernos y saborear cosas importantes, como darnos un tiempo para mirar nuestro interior y reconocer la mano de Dios en el dia a dia de nuestras vidas Como dijo el Papa Francisco en una de sus misas diarias desde Santa Martha: “nos ha permitido VISUALIZAR 4 | La Palabra Entre Nosotros

al mundo entero…. a los olvidados, a los que pasan desapercibidos por la sociedad, a los sin techo, a los que viven con lo que consiguen cada día, sin atesorar riquezas ni tener ningún respaldo económico… simplemente confiando en la misericordia del Esta pandemia, desnudó al mundo como es…. nos mostro cosas muy feas, pero también nos mostró cosas lindas… y nos pidió que seamos solidarios y que no solo basta pensar en los demás, sino que tenemos que hacer algo por apoyar a los demás Además ha llegado a despertar en muchos, las esperanzas de un mundo nuevo, más humano y la motivación de poner nuestro grano de arena para buscar un cambio real en nuestra sociedad, en nuestra humanidad Detengámonos a pensar por un momento, que vamos hacer para lograr este cambio - que actitud voy a tener - que acción voy a hacer - cual va ser mi compromiso


2- La versión Digital de la revista La Palabra entre Nosotros Perú Era uno de nuestros proyectos de los últimos meses y ahora ya es una realidad, ya la tenemos, ya la usamos y las vamos a seguir mejorando… esta edición la colocamos a colores Los tiempos modernos, las realidades diferentes, las costumbres y necesidades de las nuevas generaciones, nos ha llevado a poner nuestra versión Digital de la revista al alcance de los que la requieran Como todo comienzo es difícil y con ciertas limitaciones, pero la iremos mejorando y adaptándola a los requerimientos de los usuarios actuales y de los nuevos usuarios Es cómodo para las personas acostumbradas a usar este medio, y será un procesos de aprendizaje para los que no lo tienen, pero felizmente sencillo. Buscamos que cada día hayan más personas que se interesen en leer la Biblia, que es fuente de verdad, de amor de iluminación, etc apoyándose en la revista Queremos que más personas lean también los artículos que se editan, donde encontramos adema del conocimiento, también vivencias, testimonios, motivaciones de vida nueva, etc La revista Impresa la seguiremos manteniendo, saben porque? por 2 motivos - En las cárceles no hay internet, a ellos tenemos que enviar revistas

impresas - Hay personas mayores que solo pueden acceder al formato impreso Y cuál es el costo… por el momento es gratis, pero si quieres, nos pueden hacer una donación para cubrir el programa de penales 3- Nuestra comunicación digital al día, Pagina Web, Facebook, WhatsApp, Instagram, Tiwtter Siguiendo la misma línea, estamos actualizando nuestra página web y el Facebook para que no solo sea más completa, sino que sea más interactiva. Tenemos ya un pequeño equipo dedicado a esto. Trabajando con la amabilidad de siempre, y nuestro deseo de compartir los mensajes que nos regala el Señor a través de la lectura frecuente de su Palabra en la Biblia El WhatsApp que es una forma muy dinámica de comunicación ya lo estamos utilizando para mantener el enlace con todas las personas interesadas Finalmente Les contamos que seguimos con nuestros programas: . Enciende una luz, . HBC la Hora Bíblica Comunitaria . Compartiendo la Palabra, en los Penales del Perú

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EL ENEMIGO DESENMASCARADO

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l diablo es mentiroso.

Leamos esta frase de nuevo, fijándonos en el énfasis. El diaPor el diácono Keith Strohm blo no se limita a decir mentiras, ni alguien que solo difunde falsedades o que evita decir la verdad para librarse (él mismo y a otros) de una consecuencia dolorosa y vergonzosa. No es que mienta como si eso fuera una parte de una maniobra de maldad más grande. Lo hace porque eso es lo que él es: la esencia de la mentira. El diablo miente siempre porque, al rebelarse contra Dios, su propia naturaleza se trastornó, pues rechazó totalmente a Aquel que es la verdad, de manera que en él no hay verdad Claro que ninguna. Por eso, podemos decir en cierto sentido que su propia podemos identidad, su propia naturaleza, ganar la ahora es la mentira y esa naturaleza batalla es intrínsecamente opuesta a Dios. El enemigo desprecia a Dios y todo lo que espiritual es de Dios, y especialmente a sus hijos. Por eso, todo lo que piensa y hace es perjudicial para los hijos de Dios, y estando absolutamente desviado en su falso testimonio, lo que desea es que nosotros sigamos su ejemplo y rechacemos al Padre, que nos aconseja buscar la restauración, la libertad y la vida nueva. Jesús también le llama “padre de la mentira” (Juan 8, 44), título que nos refiere a aquel siniestro primer engaño en toda la creación pronunciado por el enemigo y que hizo sucumbir a Eva en el Jardín del Edén. Esta es la razón por Junio / Julio 2020 | 7


la que Jesús también lo llama “homicida” y “asesino desde el principio”, pues por esa mentira, nuestros primeros padres dejaron que la confianza en su Creador se desvaneciera en su corazón y prefirieron su propio razonamiento antes que la verdad de Dios. Como resultado, el pecado, la muerte y el sufrimiento entraron en el mundo y desde entonces han impregnado toda la historia humana. Aun cuando el diablo fue definitivamente derrotado en la pasión, muerte, resurrección y ascensión de Jesucristo, Satanás sigue tejiendo su fatídica maraña de mentiras, con la esperanza de llevarse consigo a tantas personas como pueda antes de la manifestación final del Reino de Dios, cuando Jesús regrese a este mundo. El combate y el campo de batalla. San Pablo escribió: “No estamos luchando contra poderes humanos, sino contra malignas fuerzas espirituales del cielo, las cuales tienen mando, autoridad y dominio sobre el mundo de tinieblas que nos rodea” (Efesios 6, 12). Pablo comprendió que, buscando la santidad y la justicia, nos enfrentaríamos con la oposición, no solo del orden natural (tentaciones, obstáculos y heridas que vienen del vivir en el mundo caído e imperfecto), sino también la influencia del entorno sobrenatural; entendió que, aun cuando Jesús ganó la victoria sobre Satanás y su dominio, las fuerzas del 8 | La Palabra Entre Nosotros

En esta batalla contra el enemigo y sus mentiras, el campo de batalla es en gran medida nuestro corazón.

ámbito del mal siguen tratando de hacer caer a todo creyente y a la humanidad entera, con el nefasto objetivo de impedir la manifestación de esa victoria en la vida de los fieles. Y puesto que efectivamente estamos en una batalla, lo que más nos conviene es comprender cuál es el campo de batalla. A nivel táctico, el hecho de conocer la geografía del paisaje puede darnos una conveniente ventaja en la guerra. Las Escrituras nos dicen que en esta batalla contra el enemigo y sus mentiras, el campo de batalla es en gran medida nuestro corazón. Ahora, en el siglo XXI , el término “corazón” suele significar los afectos o las emociones, pero la batalla que se libra no se refiere principalmente a sentimientos o a opiniones cargadas de emoción. Es algo mucho más profundo. Las Escrituras describen el corazón como el centro de la persona humana, y si bien nosotros vemos las apariencias externas, “el Señor se fija en el corazón” (1 Samuel 16, 7).


Pero hay otro campo de batalla, el de la mente y la Escritura en diversos lugares utiliza los términos “mente” y “corazón” en forma indistinta. Ahora bien, en el razonamiento contemporáneo, se entiende la mente solo como el lugar del pensamiento o el conocimiento; pero esta lucha con Satanás no se refiere solo a estar bien informado o a pensar correctamente y aceptar los tipos adecuados de doctrinas; se trata más bien de comprender quién es Dios, quién es él para mí y saber si yo estoy en él. ¿Qué creo yo? La persona humana es una creación asombrosa. Dios nos ha dotado de intelecto, voluntad, emociones, memoria e imaginación. Estos atributos nos permiten aprender de las experiencias tenidas, entender el

mundo que nos rodea y actuar de la mejor manera. Cada día, vemos lo que nos sucede, lo procesamos mentalmente y lo filtramos a través de una serie de conclusiones que hemos aprendido de nuestras experiencias del pasado. Este proceso depende de lo que pensamos de nosotros mismos, de Dios y del mundo que nos rodea. El enemigo hace lo posible por hacernos llegar a conclusiones incorrectas, y por lo tanto nos envía dardos encendidos de mentira tras mentira acerca de nosotros mismos, sabiendo que posiblemente empezaremos a aceptar e internalizar algunas de ellas. Por ejemplo, una persona que experimenta una serie de rupturas en sus relaciones puede terminar pensando que hay algo desviado o Junio / Julio 2020 | 9


En el Bautismo, Dios vino a habitar en ti a través de Cristo Jesús por el poder del Espíritu Santo. defectuoso en su persona y que no es digno de ser amado. El enemigo se especializa en el uso de esa debilidad valiéndose de los recuerdos de las rupturas pasadas, hasta que la persona finalmente se convence de que no es digna de ser amada. También es posible aceptar una idea engañosa como una manera de protegernos de nuevos dolores o sufrimientos. En otras palabras, interiorizamos la mentira y empezamos a creer que refleja algo de verdad acerca de nosotros. Por ejemplo, las personas que han crecido en hogares sumamente disfuncionales y que han tenido que soportar palabras condenatorias, maltrato y abuso, pueden llegar a creer que no necesitan amar ni ser amados. Lo que les impide abrir el corazón a otros es una falsedad, una mentira. ¡No tengas miedo! Para librarnos de este tipo de servidumbre, debemos entender que el enemigo realmente intenta retorcer nuestros razonamientos, pero estos artículos que estás leyendo no tienen la intención de provocar miedo, sino 10 | La Palabra Entre Nosotros

hacernos conscientes de la batalla que todos estamos librando. Jesucristo dijo una y otra vez: ”No tengan miedo” porque sabía que su obediencia a la voluntad del Padre le había conseguido la victoria sobre el poder de Satanás. En el Bautismo, Dios vino a habitar en ti a través de Cristo Jesús por el poder del Espíritu Santo. El autor de la vida —Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo— te ha trasladado del ámbito del pecado y la muerte al de la vida divina, una vida que no puede ser superada por ninguna otra fuerza ni oposición. “Estoy convencido — escribe San Pablo— de que nada podrá separarnos del amor de Dios: ni la muerte, ni la vida, ni los ángeles, ni los poderes y fuerzas espirituales, ni lo presente, ni lo futuro, ni lo más alto, ni lo más profundo, ni ninguna otra de las cosas creadas por Dios” (Romanos 8, 38-39). Jesús ya ganó la victoria. Creer que el diablo está detrás de todo lo malo que sucede y vivir atemorizado es aceptar una mentira muy dañina; pero creer que el diablo no existe, que no es real o que es simplemente un símbolo del mal eso también es una mentira engañosa. En cambio, reconocer que él es tu enemigo, sabiendo quién eres tú y a quién le perteneces, ¡esa es sabiduría! Porque tú no estás indefenso ni abandonado: el Señor te ha mostrado el camino y en su Iglesia has recibido las armas necesarias para triunfar. ¢


Jesucr isto ganó la victor ia Lo que enseña el Catecismo de la Iglesia Católica sobre el Diablo

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a Iglesia enseña que Satanás fue primero un ángel bueno, creado por Dios, pero que: “El diablo y los otros demonios. . . se hicieron a sí mismos malos.” (CIC 391)

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a Sagrada Escritura habla de un pecado de estos ángeles (2 Pedro 2, 4). Esta “caída” consiste en la elección libre de estos espíritus creados que rechazaron radical e irrevocablemente a Dios y su Reino. Encontramos un reflejo de esta rebelión en las palabras del tentador a nuestros primeros padres: “Seréis como dioses”. (C C I 392)

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a venida del Reino de Dios es la derrota del reino de Satanás: “Pero si por el Espíritu de Dios expulso yo los demonios, es que ha llegado a vosotros el Reino de Dios.” (CIC 550)

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a victoria sobre el “príncipe de este mundo” se adquirió de una vez por todas en la Hora en que Jesús se entregó libremente a la muerte para darnos su Vida. . . y el príncipe de este mundo está “echado abajo”. (CIC 2853)

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unque Satán actúe en el mundo por odio contra Dios y su Reino… “nosotros sabemos que en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman.” (CIC 395) Junio / Julio 2020 | 11


ASOMBROSA Y MARAVILLOSAMENTE FUIMOS CREADOS

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¿Q Por el diácono Keith Strohm

Las verdades de Dios echan por tierra las mentiras del diablo

uién crees tú que eres? ¿Cómo crees que Dios te ve? Estas son dos de las interrogantes más fundamentales que nos podemos hacer, pues las respuestas determinan muchas de las decisiones que tomamos y condicionan bastante la forma en que nos relacionamos con los demás. Precisamente por ser preguntas tan importantes, el diablo se preocupa mucho de sugerirnos respuestas falsas. Lo hace porque deduce que si nos puede llevar a convencernos de una imagen negativa de nosotros mismos, nos sentiremos indignos del amor de Dios. Y si puede convencernos de que Dios no nos ama, dejaremos de buscar al Señor. En este artículo se analizan tres de estas mentiras del diablo: que no le importamos a Dios, que Dios cree que no merecemos su atención y que Dios espera que seamos perfectos antes de bendecirnos. Después de examinar cada una de estas falsas y engañosas afirmaciones, tenemos una explicación clara y alentadora de las verdades que el diablo quiere ocultar. ¡Ojalá todos creamos más en lo que Dios nos dice y no en las mentiras del Maligno! Primera mentira: “Yo soy insignificante”. Las personas que aceptan la mentira de que ellas son insignificantes afrontan una pobreza arraigada en su identidad y en una “pequeñez” que consideran parte de su personalidad. Tal vez no se sientan avergonzados de Junio / Julio 2020 | 13


sí mismos y quizás también reconocen que tienen verdaderos dones y talentos, pero les parece que estos dones son inútiles en las circunstancias en que ellos se encuentran o que tienen tan poca importancia que los demás no los notan. Quienes luchan con esta mentira suelen ocultar sus dones o permanecer en los márgenes, convencidos de que a nadie les importan, al punto de que pueden vivir con una marcada sensación de tristeza, resentimiento e ira, todo lo cual es un obstáculo para su relación con Dios y con los demás. Al enemigo también le gusta revestir esta mentira con el ropaje de la humildad. Los católicos sabemos que debemos ser fieles y humildes, pero la verdadera humildad no es creer que somos insignificantes, invisibles o que nadie nos toma en cuenta. La humildad auténtica significa vivir en la práctica como Dios quiso que lo hiciéramos, sin darle demasiada importancia a los dones, aptitudes o deficiencias que tengamos. La verdad es que “para Dios tú eres un tesoro.” El amor personal e íntimo de Dios se extiende a todos cuantos formamos la raza humana. “¿No se venden dos pajarillos por una monedita?” nos pregunta el Señor. “Sin embargo, ni uno de ellos cae a tierra sin que el Padre de ustedes lo permita. En cuanto a ustedes mismos, hasta los cabellos de la cabeza él los tiene 14 | La Palabra Entre Nosotros

contados uno por uno” (Mateo 10, 29-31). En efecto, tu vida no es invisible para el Señor, y su mirada es tan íntima y penetrante que hasta cuenta los cabellos de tu cabeza. Jesús no dejó la gloria del cielo para venir a una multitud anónima e indefinida de la humanidad, ni se entregó a ser flagelado, torturado y crucificado solo por un ideal. Cuando Jesús estuvo crucificado, sus ojos te miraron a ti y vio el tortuoso camino de tu vida. Cuando estuvo sepultado, guardó tus pecados en el silencio de su abrazo. Y después de su resurrección y su ascensión al cielo, llevó consigo tu nombre hacia el corazón del Amor Trinitario. Esto cumple aquello que el profeta Isaías proclamó muchos años antes de la venida de Cristo: “Mira, te tengo grabado en la palma de mi mano” (49, 16). No es que Dios nos vea o nos ame porque en cierto modo seamos importantes; sino que somos importantes porque Dios nos ve y nos ama. Gracias a él, nunca somos invisibles y nunca seremos personas olvidadas ni abandonadas. Trata de verte como Dios te ve y no como tú crees que otros te ven. Reconoce que, de todas las personas que han existido y de todos los que existirán después, nadie puede responder al amor de Dios exactamente como tú lo haces. Tú eres un ser único e irrepetible que Dios prodiga al mundo como una señal de su bondad y su cuidado.


Tú eres un ser único e irrepetible que Dios prodiga al mundo como una señal de su bondad y su cuidado.

Segunda mentira: “Mi vida es

demasiado traumática para que Dios me salve.” Es común

que Satanás nos ponga tentaciones y nos anime a aceptar razones por las cuales ceder a una cierta tentación no sería en realidad un pecado; luego, si finalmente cedemos a la tentación, él empieza a acusarnos. Es como si nos dijera: “Oh, hombre… ¡No puedo creer que realmente hayas hecho eso! Dios nunca te perdonará y si lo hiciera, y si lo confiesas a un sacerdote, él te va a juzgar.” Algunos lo dicen de esta manera: El enemigo conoce tu nombre, pero te llama por tu pecado. ¿Por qué lo hace? Porque quiere que aceptemos la mentira de que somos aquello que

hemos hecho mal (o lo que otros nos han hecho). Si lo consigue, nos habrá sumergido en la vergüenza. Este sentimiento de vergüenza nos hace fijarnos más en nuestra propia indignidad, lo cual, en cierto sentido, nos hace tan ciegos que terminamos creyendo saber cómo Dios nos va a juzgar. Esta mentira también trae consigo una voz acusadora que nos dice que no somos buenos, que somos estúpidos, que no merecemos el amor. La verdad es que “Dios se deleita en tí.” Dios Padre se deleita en ti. ¡Claro que sí! Tal vez esta afirmación sea más sorprendente que la que dice “Dios te ama”. Muchos pensamos en el amor de Dios de una Junio / Julio 2020 | 15


forma más bien teórica; pero la realidad de que él se deleita en ti es algo mucho más íntimo y directo, algo que reclama una respuesta, porque este deleite de Dios no es algo abstracto. Para que él se deleite en mí, tiene que verme y conocerme, y estar profundamente involucrado en los detalles de mi vida. Piensa en esto: Desde el momento en que fuiste concebido, tu Padre celestial te ha contemplado con amor, no porque hayas hecho algo bueno o útil, hayas creído cosas ciertas o te hayas mantenido santo, sino simplemente porque tú eres una creación suya. No hay nada de lo que has hecho en tu vida, ningún pensamiento que hayas tenido, ninguna tragedia o trauma que hayas experimentado que pueda cambiar el amor que Dios tiene para ti. Su amor es constante e inmutable. Él te ha salvado, no porque tú seas bueno, sino porque él es bueno, y su bondad es eterna. Así que, no temas correr a su lado; abre tu corazón y recibe su bondad. Hay una vida nueva que te está esperando, un reposo y un alivio, y un amor que nunca puede cambiar. Tercera mentira: “Tengo que ser

perfecto para merecer el amor de Dios.” En nuestra cultura se atri-

buye gran valor a la productividad personal, lo que cada cual aporta a la sociedad y eso puede condicionar 16 | La Palabra Entre Nosotros

nuestra relación con Dios. El enemigo se aprovecha de cualquier tendencia que tengamos a juzgar a alguien, incluso a nosotros mismos, según lo que produce o hace. Aquellas personas que han tenido uno o ambos padres que los han criticado o exigido demasiado desde que eran pequeños, crecen con la idea de que la recompensa solamente se obtiene cuando se cumplen perfectamente las expectativas. En estos casos, la estrategia del enemigo es lograr que la persona vea en Dios la imagen de su padre humano sumamente exigente. Cuando aceptamos esta mentira, nos parece que Dios es un juez frío, impersonal y distante que solo ofrece aprobación y amor a quienes le obedecen perfectamente y al pie de la letra. Esto puede llevarnos a entender la fe como una especie de “cristianismo del rendimiento”, según el cual creemos que la única vía es hacer lo posible por “ganarnos” el amor de Dios, pero nunca llegar a conseguirlo. Aquellas personas que sufren los efectos de esta mentira suelen sentir una enorme presión de hacer todo en forma correcta. Cada error, cada pecado, cada imperfección trae consigo un aumento de la sensación de temor y a veces un abrumador sentido de culpabilidad. La verdad es que “Dios te ama


Dios nos encuentra justo allí donde estamos y nos ama por lo que somos ahora mismo.

ahora mismo”. El poder de la fe se encuentra en Dios, no en nosotros. Por supuesto, nuestra afirmación y cooperación son esenciales, pero el poder transformador de la fe no viene de nosotros, sino del Señor. Esto significa que no somos nosotros la causa de nuestra salvación, de manera que la salvación no depende de nuestra perfección, sino del amor perfecto de Dios. Nadie merece ser salvado ni llegar al cielo solo por ser bueno. San Pablo afirma la verdad de que “todos pecaron y están privados de la gloria de Dios” (Romanos 3, 23 BJ). Únicamente por todo lo que Jesucristo logró, su vida, su muerte, su resurrección y su ascensión, es que podemos

ser salvados. No hay nada que tú o yo podamos hacer para que Dios nos ame más de lo que ya lo hace ahora mismo; pero tampoco hay nada que tú o yo podamos hacer para que nos ame menos. Dios nos encuentra justo allí donde estamos y nos ama por lo que somos ahora mismo; no por lo que un día lleguemos a ser o lo que hayamos hecho o sido en el pasado. Tú no necesitas hacer nada para merecer el amor de Dios. Él te ama tal como eres y donde estés, y quiere llevarte al centro de su Sagrado Corazón. Todo lo que hace falta es que te arrepientas de tus faltas, las confieses y le digas que sí. ¢ Junio / Julio 2020 | 17


DIOS ES FIEL Y MISERICORDIOSO

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P Por diácono Keith Strohm

Como desenmascarar las mentiras acerca de quién es Dios

iensa en todas las ideas de Dios que circulan por el mundo. Algunos lo ven como un meticuloso contador, que lleva cuenta de todos nuestros pecados contra las buenas obras que hacemos o queremos hacer; o bien el juez súper estricto y siempre dispuesto a encontrarnos culpables al menor fallo, o incluso como el tío benevolente que sonriendo nos deja hacer lo que queramos. Estas ideas falsas y engañosas empiezan en forma inocente, pero luego el diablo las utiliza para sus mortales fines. Tomando una o más de estas imágenes y exagerándolas, puede convencernos de que a Dios realmente no le interesa lo que es mejor para nosotros, porque sabe que si logra desfigurar la imagen de Dios que tenemos, puede hacer flaquear nuestra confianza en el Señor y alejarnos cada vez más de él. Este artículo analiza tres de las mentiras más comunes que difunde el diablo: que Dios no es bueno, que no puede socorrernos y que no es más poderoso que el diablo, y al igual que en el artículo anterior, nos ayuda a entender que la verdad lleva consigo el poder de Dios para liberarnos. Primera mentira: Dios no es un buen Padre. Una de las tácticas clásicas del enemigo y de hecho la primera vez que lo vemos emplearla en las Escrituras es para convencernos de que Dios no es un buen Padre. Si empezamos a pensar que Dios está contra nosotros o que es indiferentes a lo que nos pase, somos más Junio / Julio 2020 | 19


propensos a experimentar intranquilidad o aflicción: temor a Dios, recelo contra otras personas e incluso temor a la vida misma. Más aún, si empezamos a creer que Dios no es bueno, comenzamos a juzgar su Palabra y confiar solo en nuestros propios ojos. Por ejemplo, si veo a un Padre que expone a su único Hijo al sufrimiento supremo, me parece que es como un ogro, y ciertamente yo no le daría mi corazón a un ogro. Esta mentira acerca de la bondad de Dios abre la puerta a más mentiras y conflictos: culpar a Dios por el sufrimiento en el mundo, inseguridad acerca del sinsentido de la vida, o temor de que Dios nos haga algo malo. Posiblemente algunos hemos crecido en hogares desmembrados o inestables o con padres abusivos, en cuyos casos la experiencia que tenemos con nuestros padres terrenales puede afectar nuestra comprensión y experiencia de Dios Padre. No es nuestra experiencia real la que es falsa, pues efectivamente nuestros padres y madres terrenales tal vez no fueron buenos, pero esta mentira acerca de Dios Padre suele surgir a partir de la experiencia personal con nuestros padres terrenales. La verdad es que Dios solo quiere lo bueno para ti. En el libro del Génesis leemos que Dios creó al ser humano a su imagen y semejanza; pero la serpiente (imagen del Maligno) engañó a nuestros primeros padres 20 | La Palabra Entre Nosotros

diciéndoles que no morirían si comían el fruto prohibido. Engañados, Adán y Eva decidieron rechazar la presencia de Dios, y de hecho quisieron independizarse. Irónicamente, al tratar de librarse de Dios, pasaron a ser esclavos del pecado en el tenebroso reinado del diablo. Pero la historia no termina ahí. Por el gran amor que nos tiene, Dios no nos abandonó en el sufrimiento, sino que hizo algo portentoso: Pronunció una sola palabra, Jesús, la Palabra de Dios, en medio de la tragedia, los quebrantos y la tribulación de la condición humana. Dios es en efecto un Padre muy bueno. Gracias a su Hijo Jesucristo, el poder de la muerte quedó desvirtuado y toda nuestra experiencia de sufrimiento se ha transformado. ¿Cómo cambiaría tu entendimiento de la vida, tus amistades y tu oración si adoptaras la creencia fundamental de que Dios es un Padre bueno que quiere tu felicidad? ¡Esta es la invitación que el Señor te extiende a ti! Segunda mentira: “Dios es incapaz de socorrerme.” La desesperanza es un terrible vacío que succiona el aire vital, dificulta la respiración, menoscaba la fuerza de voluntad, carcome la determinación e infecta el pensamiento. Si alguna vez te has sentido atrapado en una situación sin salida o abrumado por las circunstancias de la vida, tú sabes cómo es eso.


Dios es en efecto un Padre bueno. Gracias a su Hijo Jesucristo, el poder de la muerte quedó desvirtuado. Si el enemigo puede hacerte creer que Dios no puede cambiar una determinada situación o la vida en general, poco a poco empiezas a dudar de Dios y de su gracia. Si nos encontramos en circunstancias difíciles, el enemigo nos susurrará que no hay nada que podamos hacer, que nadie vendrá a socorrernos, especialmente Dios. Los detalles de nuestra situación comienzan a aparecer más abrumadores de lo que realmente son y podemos empezar a perder la perspectiva. Si no hay nada que lo impida, la voz acusadora del maligno puede ahogar la voz de Dios; la oración se hace difícil y, en este “silencio” de Dios, crece el sentimiento de separación y abandono. A veces, la desesperación que viene tras esta mentira no agrava una situación externa, sino que exagera el poder de nuestras propias acciones

pecaminosas, y nos hace creer que lo que hemos hecho sobrepasa el poder de Dios para perdonar o que el Todopoderoso no puede cambiar un patrón determinado de pecado o adicción. La verdad es que no existe nin-

guna dificultad que Dios no pueda subsanar. La buena noticia es que la esperanza es nuestro verdadero horizonte, incluso cuando no podamos verlo. Esta esperanza está basada, no solo en la bondad de Dios, sino en su poder de sacar vida de la muerte. Esto lo vemos de la forma más dramática en la resurrección de Cristo. Dios tomó el acto más atroz de la historia humana (la crucifixión de Jesús) y lo transformó en el instrumento de nuestra salvación. Dondequiera que iba Jesús, los corazones cambiaban y las vidas se transformaban, y aún sigue Junio / Julio 2020 | 21


sucediendo. No hay ningún pecado, ni hábito de pensamiento ni adicción que escape al poder redentor de Dios. Por eso, el Señor simplemente nos invita a abrir el corazón, entregarle nuestros quebrantos y cooperar con el poder que en él ya nos pertenece. Asimismo, no hay ningún problema, tragedia o trauma, y ni siquiera la muerte, que Dios no pueda transformar. Esto no significa que la transformación y la sanación lleguen fácilmente, o que desaparezcan todos los problemas. Lo que significa es que hasta en el foso más tenebroso hay Alguien que camina con nosotros. La travesía puede seguir teniendo dificultades, pero la esperanza y la realidad de la salvación le arrojan una nueva luz. La historia de la Iglesia es un testimonio de esta realidad. Lo débil de este mundo viene a ser fuerte en él. Los peores pecadores encuentran vida nueva y amor en Cristo Jesús, y una vez transformados se convierten en ejemplos vivos para nosotros. Algo que hay que comprender es que no hay nada que tú hayas experimentado, ningún lugar donde hayas estado ni nada que hayas hecho que sea superior al poder redentor de tu Padre Dios. Tercera mentira: El diablo es tan poderoso como Dios. Que el diablo tiene poder, de eso no hay duda. Dios creó a los ángeles como espíritus puros, con inteligencia y otros dones y 22 | La Palabra Entre Nosotros

atributos. Satanás y sus ángeles rebeldes conservaron estos dones después de que se rebelaron contra Dios. No reconocer que el enemigo tiene poder, es cerrar los ojos ante la realidad de lo que el maligno hace en el mundo. Por otra parte, también podemos caer en el razonamiento igualmente falso de atribuirle al diablo mucho más poder del que realmente tiene. En esta época, en que la sociedad se ha distanciado cada vez más de la realidad del poder absoluto de Dios, es fácil exagerar la fuerza del enemigo, como se ve en algunos libros, películas y juegos que hoy se ofrecen. Cuando aparece el mal, por lo general se presenta a los agentes de Dios como incapaces de hacerle frente o repelerlo. Esta mentira también se manifiesta cuando le atribuimos a alguien o algo una autoridad igual o mayor que la de Dios en nuestra propia vida. En los tiempos bíblicos, a esto le llamaban adorar ídolos, aunque los ídolos no siempre son entes o cosas negativas. Hay cosas positivas, como la familia, el trabajo, e incluso un apostolado, que pueden convertirse en ídolos si les atribuimos un valor o importancia superior al propio Dios. Cuando una persona idolatra algo, empieza a dar forma en su pensamiento a acciones y estilos de vida en torno a ese algo y termina por sentirse un poco obsesionado con eso y temeroso de perderlo, al punto de que el objeto de idolatría parece ejercer más poder que Dios en


No hay ningún pecado, ni hábito de pensamiento ni adicción que escape al poder redentor de Dios. él o ella. La verdad es que no hay nada que supere el amor de Dios. Es cierto que el diablo tiene poder, pero es una fuerza limitada que no puede compararse con el poder infinito de Dios. La mentira de que Satanás es todopoderoso encuentra cabida en el pensamiento de muchos debido en parte a los falsos conceptos que tienen acerca de la naturaleza de Dios. Por ejemplo, que Dios no es el ser más poderoso del universo, o que es una especie de “superser” entre otros seres. Pero Dios es totalmente distinto, tanto así que la realidad creada no puede contenerlo. A veces la gente piensa que si el grado de poder de Dios es de diez, el de Satanás debe ser de nueve, y que en un conflicto entre ambos, no hay certeza del resultado. La verdad es que el diablo está muy lejos de ser tan poderoso como Dios, ¡además ya perdió la batalla y está condenado! La victoria le pertenece a Jesús y a su Reino. Si permanecemos

cerca de Cristo, participamos fielmente en la vida sacramental de la Iglesia y deseamos recibir la verdad de Dios en nuestro ser, no tenemos nada que temer. “Resistan al diablo —nos aconseja la Escritura— y éste huirá de ustedes” (Santiago 4, 7). Dios sí es todopoderoso y ha dado a sus hijos una parte de su poder. En lugar de temer al enemigo, debemos permanecer firmes y seguros de nuestra identidad como hijos e hijas amados del Padre. Hermano, recuerda siempre la promesa de Cristo: “Yo vi que Satanás caía del cielo como un rayo. Yo les he dado poder a ustedes para caminar sobre serpientes y alacranes, y para vencer toda la fuerza del enemigo, sin sufrir ningún daño” (Lucas 10, 18-19). ¢ Estos artículos fueron traducidos y adaptados de The 10 Biggest Lies of the Enemy, por el diácono Keith Strohm. El libro, solo disponible en inglés, puede ordenarse en wau.org o llamando al 1-800-775-9673. Junio / Julio 2020 | 23


Una conversión gradual

La historia del padre Rick Thomas y el Rancho del Señor Por el padre Nathan W. O'Halloran, SJ

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e dice que la Ciudad Juárez, de México, es la ciudad hermana de El Paso, Texas. Está justo al sur de la frontera con Estados Unidos, y en el mapa ambas ciudades parecen fundirse en una sola. Si uno maneja unos pocos kilómetros al norte encuentra otra línea fronteriza: la de Nuevo México. Justo allí cerca del Río Grande, hay una poco conocida comunidad católica de laicos misioneros que practican la pobreza voluntaria y el servicio a los pobres. La comunidad se llama “Rancho del Señor” y está dedicada a trabajar para atender a las necesidades espirituales y materiales que abundan en ambas ciudades vecinas. 24 | La Palabra Entre Nosotros


El Rancho del Señor fue fundado en 1975 por un sacerdote jesuita, el padre Rick Thomas. Su fe carismática centrada en el Evangelio captó la atención de misioneros laicos de muchos lugares que decidieron ir a vivir voluntariamente en comunidad. Mis padres fueron algunos de aquellos primeros misioneros. Se conocieron ordeñando vacas en el Rancho del Señor, se enamoraron, se casaron y allí me criaron a mí y a mis hermanos. Así fue como conocí al padre Rick: era un sacerdote que montaba a caballo, usaba zapatillas negras de caña alta y le gustaba ir de campamento. Pero lo más importante es que era un sacerdote que vivió como Jesús, siendo modelo de una íntima relación de confianza en el Padre Dios. No pedirle nada a Dios. El padre Rick era conocido por preguntarles a los integrantes de la comunidad y a los voluntarios: “¿Qué te está diciendo el Señor?” Pero no lo hacía solo retóricamente, pues siempre trataba de seguir la guía de Dios y tenía curiosidad por saber lo que Dios les estaba diciendo a otras personas. Otra cosa que siempre decía era “¡Sean flexibles!” Con toda confianza le pedía a Dios lo que necesitaba, especialmente si estaba en apuros. Una vez, estando de vacaciones, el padre Rick y un misionero laico llamado Miguel se fueron de campamento. Era un día soleado y caluroso. Cuando iban manejando, Miguel se dio cuenta de que

se les había acabado el hielo en los baúles enfriadores. Encontrándose muy lejos de cualquier tienda de conveniencia, el padre Rick oró con confianza: “Señor, necesitamos un poco de hielo.” Una hora más tarde, al bajar una colina vieron que sobre el recalentado pavimento había un hueco lleno de granizo. No nieve medio deshecha, sino pequeños pedazos de hielo intactos. Viendo que no había nieve ni hielo en ninguna otra parte, Miguel se quedó azorado, pero el padre Rick respondió con toda naturalidad: “¿No oramos pidiendo hielo?” Cuando escuchaba relatos como éste en mi infancia, yo pensaba que el padre Rick debía haber nacido siendo capaz de confiar en Dios en todo; pero después me enteré de que en su vida tuvo una serie de pequeñas “conversiones” que lo encaminaron hacia una confianza cada vez mayor en el Altísimo. Sacerdote sin buscarlo. Rick Thomas nació cerca de Tampa, Florida, el 1 de marzo de 1928. Para la década de los años treinta, su padre Wayne se había hecho rico en la minería de fosfato, lo cual le permitió a Rick tener caballos y recibir una educación jesuita privada. Wayne quería que su hijo tomara a su cargo el negocio familiar, y eso era lo que pensaba hacer Rick… hasta que Dios le dijo que se hiciera sacerdote. Esto sucedió cuando estudiaba la Junio / Julio 2020 | 25


secundaria. Rick estaba sentado bajo un árbol cuando le llegaron estas palabras con firme claridad: Quiero que seas sacerdote. Fue una llamada inesperada, pero él supo que no venía de él. Ni Rick ni sus padres eran devotos y él se dio cuenta de que ellos se decepcionarían, por lo que no les dijo nada por un tiempo. En 1945, Rick viajó a Grand Coteau, Luisiana, para unirse a los jesuitas, pero le pareció que allí el noviciado era aburrido, especialmente las lecturas espirituales. Así que oró diciendo: “Dios mío, es mejor que me aumentes el interés, porque yo no tengo.” Y Dios lo hizo. Rick comenzó a encontrar consolación en la oración y la lectura espiritual; estos fueron los primeros grados de su conversión. La desinteresada obediencia lentamente dio paso a una nueva apertura. “Ver” a los pobres invisibles. En 1949, los superiores de Rick lo enviaron a un colegio jesuita en el sur de Alabama para estudiar filosofía. En sus horas libres, él y sus compañeros jesuitas enseñaban catecismo por las calles en un barrio afroamericano. Habiendo crecido en el sistema de la segregación racial, Rick había aceptado inconscientemente ciertos prejuicios. Pero una conversación que tuvo con una dama “muy refinada, amable y bien educada” del barrio lo cogió por sorpresa. En un momento de repentina claridad, Rick se dio cuenta de 26 | La Palabra Entre Nosotros

que las ideas preconcebidas que tenía eran incorrectas. Así aprendió una valiosa lección: Para realmente ver a la gente que vive de un modo tan diferente se necesita tener un encuentro personal, cara a cara con ellos. Esa experiencia es capaz de transformar el corazón de cualquiera. Por esta razón tomó la decisión —primero en Dallas, cuando era maestro de escuela secundaria y, luego en Nueva Orleáns, después de su ordenación sacerdotal en 1958— de ir a visitar los barrios más pobres de las ciudades y llevar consigo a sus alumnos. Incluso los llevó a ver la vida suntuosa que llevaban algunas personas en contraste con la pobreza existente en los barrios pobres urbanos. Y mientras más miseria veía, más sencilla era su vida: ese fue otro grado de su conversión. Mientras tanto, en El Paso, uno de los profesores que había tenido Rick en la escuela secundaria, el padre Rahm, otro jesuita, había estado trabajando a tiempo completo en el Centro Juvenil de Nuestra Señora. A ese sacerdote lo estaban trasladando lejos de allí y quería que el padre Rick lo reemplazara en el apostolado. El Centro ofrecía comida caliente, clases de inglés, una cooperativa de ahorro y crédito y otros servicios a los jóvenes en un distrito de bajos ingresos, condiciones que le interesaban al padre Rick. Con este fin y el permiso de su orden, se trasladó a El Paso en 1965. Las necesidades eran enormes. Un


A fines de la década de los sesenta, el padre Rick evangelizó a los niños del segundo distrito de El Paso. Página anterior: El padre Rick con el autor de este artículo en los años ochenta en Nuevo México.

día el padre Rick vio que dos chicos trataban de meterse en los grandes contenedores de basura del centro juvenil para pasar la noche. No querían ir a un orfanato y le pidieron más bien pasar la noche en su carro. Estos muchachos indigentes e indefensos representaban a Jesús para él. Cristo estaba sufriendo a la sombra tanto de la iglesia como de la ciudad. Ante semejante realidad, escribió una apasionada carta a sus superiores jesuitas: “Permítanme recomendar hacer varias visitas prolongadas a los barrios bajos de la ciudad… Mientras uno no logre conversar cara a cara y entrar en confianza con más de una familia, no se puede comenzar a

entender sus actitudes y comprender sus verdaderas necesidades.” Una nueva energía proveniente de Dios. El padre Rick estaba trabajando muchísimo y sentía el estrés, al punto de que, en 1969, le comentó a un amigo que las exigencias del sacerdocio le parecían insostenibles. Afortunadamente, ese mismo año Dios le alivió la carga con una nueva conversión, esta vez a través de la Renovación Carismática Católica. En el otoño, tuvo que viajar a Nueva Orleáns y en esa ocasión asistió a una reunión de oración carismática. Había llegado tarde y con un terrible dolor de Junio / Julio 2020 | 27


cabeza, así que algunos de los asistentes rezaron por él para sanación y para una nueva experiencia del Espíritu Santo que lo renovara. El dolor de cabeza no desapareció, y se fue a dormir convencido de que nada había ocurrido. Pero a medianoche, se despertó y comenzó a rezar y alabar espontáneamente. Fue una experiencia tan profunda que según dijo le había sorprendido; pero más sorprendente aun fue probablemente el fruto de esa experiencia, pues decía: “Nunca he sido perezoso, pero ahora veo que hay una fuerza en mí que no tenía antes.” Este “bautismo en el Espíritu Santo” revivió y revolucionó el sacerdocio del padre Rick y su trabajo en El Paso. Después de un par de años, quería hacer algo más aún. Poco antes de la Navidad, él y algunos de los voluntarios estaban estudiando la parábola en que Jesús propone ofrecer un banquete a los pobres que no pueden retribuirlo (Lucas 14, 12-14). ¿Cómo podían ellos obedecer este mandamiento de Jesús? Juntos, decidieron llevar cenas de Navidad a la gente que vivía buscando alimentos en el basural de Ciudad Juárez. Llevaron sándwiches de mortadela, jamón, burritos, tamales, frutas y dulces, lo suficiente para un centenar de personas, según pensaba el padre, y se dirigieron al basural de Ciudad Juárez. Allí nadie sabía que era Navidad, así que el padre Rick les dijo que habían venido a compartir su cena con 28 | La Palabra Entre Nosotros

ellos. Empezaron a servir la comida, pero pronto se vio que había un problema: la gente no dejaba de llegar. Los voluntarios contaron a doscientas personas en línea y luego trescientas. Siguieron sirviendo tajadas de jamón, repartiendo tamales, sirviendo el típico atole mexicano, y aunque la gente continuó llegando, los alimentos nunca se agotaron. Todos vieron claramente que se estaba produciendo un milagro, y sobró tanto que, al regresar a El Paso, el padre Rick lo distribuyó en dos orfanatos diferentes. Este incidente le hizo mucho más consciente del poder del Espíritu Santo y mucho más dependiente de él. Después de esto, no pasó mucho tiempo antes de que docenas de voluntarios católicos se sumaran al trabajo, adoptaran el estilo de vida del padre Rick y decidieran compartir sus recursos en común. Así nació la comunidad católica El Rancho del Señor, una entidad que aún existe hoy en día. El trabajo continúa… en comunidad. La vida comunitaria a lo largo de cuatro décadas no estuvo exenta de pruebas y tensiones interpersonales. En algunas épocas, el número de voluntarios aumentaba; en otros se reducía a un puñado. En cierto punto, a fines de los años ochenta, el padre Rick estaba tan atribulado que decidió tomar seis semanas de descanso y le presentó sus errores y problemas al Señor. Durante este período de


El padre Rick celebra una Misa al aire libre para beneficiarios del banco de alimentos en Ciudad Juárez, usando una mesa plegable a modo de altar.

discernimiento, percibió que el Espíritu Santo le indicaba que había que reorganizar el Rancho del Señor y hacerlo bajo la dirección de laicos. La comunidad pasó de producir alimentos agrícolas a proveer alimento espiritual a los visitantes. El padre Rick comenzó a ofrecer orientación espiritual, una labor que continuó hasta su deceso en 2006. La comunidad continúa realizando su trabajo hasta el día de hoy. Los apostolados del Rancho del Señor comprenden ahora bancos de alimentos, clínicas de salud, educación preescolar, pastoral penitenciaria, un programa de catecismo, y un programa de fútbol en Juárez, así como ministerios pro-vida y una reunión semanal de oración carismática en El Paso. Conversión por grados. El estudio de la vida del padre Rick Thomas y

su generosidad con los pobres, me ha hecho ver la importancia de las pequeñas y continuas conversiones. En el lenguaje bíblico, “convertirse” significa “dar la vuelta”. La mayoría no damos una vuelta en 180 grados de una sola vez. Más bien, Dios nos ayuda a cambiar unos cuantos grados a la vez, hasta que un día, al momento de morir, concluirá nuestro camino de conversión. Quiera el Señor que cada uno de nosotros esté tan bien dispuesto a estas experiencias de conversión como lo estuvo el padre Rick Thomas, siempre con la guía del Espíritu Santo. n El padre Nathan O’Halloran es sacerdote jesuita. Más información acerca del padre Rick Thomas puede encontrarse en https:// thelordsranchcommunity.com

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La fe de nuestra madre

Meditaciones del Papa Francisco sobre los Evangelios

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l Evangelio (Lucas 1, 39-56) nos presenta a María que, inmediatamente después de haber concebido a Jesús por obra del Espíritu Santo, va a visitar a su anciana pariente Isabel, quien también milagrosamente espera un hijo. En este encuentro lleno del Espíritu Santo, María expresó su alegría con el cántico del Magnificat, porque ha tomado plena conciencia del significado de las grandes cosas que están sucediendo en su vida: a través de ella se llega al cumplimiento de toda la espera de su pueblo. Pero el Evangelio nos muestra también cuál es el motivo más profundo de la grandeza de María y de su dicha: el motivo es la fe. De hecho, Isabel la saluda con estas palabras: “Bienaventurada la que ha creído, porque lo que ha dicho el Señor se cumplirá” (Lucas 1, 45). La fe es el corazón de toda la historia de María; ella es la creyente, la gran creyente; ella sabe —y lo dice— que en la historia pesa la violencia de los prepotentes, el orgullo de los ricos, la arrogancia de los soberbios. Aun así, María cree y proclama que Dios no deja solos a sus hijos, humildes y pobres, sino que los socorre con misericordia, con atención, derribando a los poderosos de sus tronos, dispersando a los orgullosos en las tramas de sus corazones. Esta es la fe de nuestra madre, esta es la fe de María. El cántico de la Virgen nos deja también intuir el sentido completo de Junio / Julio 2020 | 31


la historia de María: si la misericordia del Señor es el motor de la historia, entonces no podía “conocer la corrupción del sepulcro la mujer que, por obra del Espíritu, concibió en su seno al autor de la vida, Jesucristo” (Prefacio). Todo esto no tiene que ver solo con María. Las “cosas grandes” hechas en ella por el Todopoderoso nos tocan profundamente, nos hablan de nuestro viaje en la vida, nos recuerdan la meta que nos espera: la casa del Padre. Nuestra vida, vista a la luz de María asunta al cielo, no es un deambular sin sentido, sino una peregrinación que, aun con todas sus incertidumbres y sufrimientos, tiene una meta segura: la casa de nuestro Padre, que nos espera con amor. Mientras tanto, mientras transcurre la vida, Dios hace resplandecer “para su pueblo, todavía peregrino sobre la tierra, un signo de consuelo y de segura esperanza” (ibid.). Este signo tiene un rostro, este signo tiene un nombre: el rostro luminoso de la Madre del Señor, el nombre bendito de María, la llena de gracia, bendita porque ella creyó en la palabra del Señor: ¡la gran creyente! Como miembros de la Iglesia, estamos destinados a compartir la gloria de nuestra Madre, porque, gracias a Dios, también nosotros creemos en el sacrificio de Cristo en la cruz y, mediante el Bautismo, somos introducidos en este misterio de salvación. Hoy todos juntos le rezamos para que, mientras se desarrolla nuestro 32 | La Palabra Entre Nosotros

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ste signo tiene un rostro, este signo tiene un nombre: el rostro luminoso de la Madre del Señor, el nombre bendito de María camino en esta tierra, ella vuelva a nosotros sus ojos misericordiosos, nos despeje el camino, nos indique la meta y nos muestre después de este exilio a Jesús, el fruto bendito de su vientre. Y decimos juntos: ¡O Clemente, o pía, oh dulce Virgen María! El vino nuevo. El pasaje del Evangelio que acabamos de escuchar (Juan 2, 1-11) es el primer signo portentoso que se realiza en la narración del Evangelio de San Juan. La preocupación de María, convertida en súplica a Jesús: “No tienen vino” le dijo y la referencia a “la hora” se comprenderá después, en los relatos de la Pasión. Y está bien que así sea, porque eso nos permite ver el afán de Jesús por enseñar, acompañar, sanar y alegrar desde ese clamor de su madre: “No tienen vino.” Las bodas de Caná se repiten con cada generación, con cada familia, con cada uno de nosotros y nuestros intentos por hacer que nuestro corazón logre asentarse en amores duraderos, en amores fecundos, en amores alegres.


Demos un lugar a María, “la madre” como lo dice el evangelista (Juan 2, 2). Y hagamos con ella ahora el itinerario de Caná. María está atenta, está atenta en esas bodas ya comenzadas, es solícita a las necesidades de los novios. No se ensimisma, no se concentra en su mundo, su amor la hace “ser abierta hacia” los otros. Tampoco busca a las amigas para comentar lo que está pasando y criticar la mala preparación de las bodas. Y como está atenta, con su discreción, se da cuenta de que falta el vino. El vino es signo de alegría, de amor, de abundancia. Cuantos de nuestros adolescentes y jóvenes perciben que en

sus casas hace rato que ya no hay de ese vino. Cuanta mujer sola y entristecida se pregunta cuándo se fue el amor, cuándo se escurrió el amor de su vida. Cuántos ancianos se sienten dejados fuera de la fiesta de sus familias, arrinconados y ya sin beber del amor cotidiano, de sus hijos, de sus nietos, de sus bisnietos… Pero María, en ese momento que se percata de que falta el vino, acude con confianza a Jesús: esto significa que María reza. Va a Jesús, reza. No va al mayordomo; directamente le presenta la dificultad de los esposos a su Hijo. La respuesta que recibe parece desalentadora: “¿Y qué podemos hacer tú Junio / Julio 2020 | 33


y yo? Todavía no ha llegado mi hora” (Juan 2, 4). Pero, entretanto, ya ha dejado el problema en las manos de Dios. Su apuro por las necesidades de los demás apresura la “hora” de Jesús. Y rezar siempre nos saca del perímetro de nuestros desvelos, nos hace trascender lo que nos duele, lo que nos agita por lo que nos falta a nosotros mismos y nos ayuda a ponernos en la piel de los otros, a ponernos en sus zapatos. La familia es una escuela donde la oración también nos recuerda que hay un nosotros, que hay un prójimo cercano, patente: que vive bajo el mismo techo, que comparte la vida y está necesitado. Y finalmente, María actúa. Las palabras “Hagan lo que él les diga”, dirigidas a los que servían, son una invitación también a nosotros, a ponernos a disposición de Jesús, que vino a servir y no a ser servido. El servicio es el criterio del verdadero amor. El que ama sirve, se pone al servicio de los demás. Y esto se aprende especialmente en la familia, donde nos hacemos, por amor, servidores unos de otros. En el seno de la familia, nadie es descartado; todos valen lo mismo. Y en la familia —de esto todos somos testigos— los milagros se hacen con lo que hay, con lo que somos, con lo que uno tiene a mano… Y muchas veces no es el ideal, no es lo que soñamos, ni lo que “debería ser”. Hay un detalle que nos tiene que hacer pensar: el vino nuevo, este vino tan bueno 34 | La Palabra Entre Nosotros

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stá por venir el tiempo donde gustamos el amor cotidiano, donde nuestros hijos redescubren el espacio que compartimos, y los mayores están presentes en el gozo de cada día. que dice el mayordomo en las bodas de Caná, nace de las tinajas de purificación, es decir, del lugar donde todos habían dejado su pecado. Nace de lo “peorcito”, porque “donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia” (Romanos 5, 20). Y en la familia de cada uno de nosotros y en la familia común que formamos todos, nada se descarta, nada es inútil. Y toda esta historia comenzó porque “no tenían vino”, y todo se pudo hacer porque una mujer —la Virgen— estuvo atenta, supo poner en manos de Dios sus preocupaciones, y actuó con sensatez y coraje. Pero hay un detalle, no es menor el dato final: gustaron el mejor de los vinos. Y esa es la buena noticia: el mejor de los vinos está por ser tomado, lo más lindo, lo más profundo y lo más bello para la familia está por venir. Está por venir el tiempo donde gustamos el amor cotidiano, donde nuestros hijos redescubren el espacio que compartimos, y los mayores están presentes en el gozo de cada día.


El mejor de los vinos está en esperanza, está por venir para cada persona que se arriesga al amor. Y en la familia hay que arriesgarse al amor, hay que arriesgarse a amar. Y el mejor de los vinos está por venir, aunque todas las variables y estadísticas diga lo contrario. El mejor vino está por venir en aquellos que hoy ven derrumbarse todo. Murmúrenlo hasta creérselo: el mejor vino está por venir. Murmúrenselo cada uno en su corazón: el mejor vino está por venir. Y susúrrenselo a los desesperados o a los desamorados: Tened paciencia, tened esperanza, haced como María, rezad, actuad, abrid el corazón, porque el mejor de los vinos va a venir. Dios siempre se acerca a las periferias

de los que se han quedado sin vino, los que solo tienen para beber desalientos; Jesús siente debilidad por derrochar el mejor de los vinos con aquellos a los que por una u otra razón, se sienten que se les han roto todas las tinajas. Como María nos invita, hagamos “lo que el Señor nos diga”. Hagan lo que él les diga. Y agradezcamos que en este, nuestro tiempo y nuestra hora, el vino nuevo, el mejor, nos haga recuperar el gozo de la familia, el gozo de vivir en familia. Que así sea. Discurso y homilía pronunciados por el Papa Francisco el 6 de julio y el 15 de agosto de 2015. Extractado del libro “La Ternura Infinita de Dios”, publicado por The Word Among Us Press. Junio / Julio 2020 | 35


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de junio, lunes Bienaventurada Virgen María, Madre de la Iglesia Juan 19, 25-34 Ahí está tu madre. (Juan 19, 27) Una joven madre hacía fila en la Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe en México y mientras cargaba a su hijo se preguntaba qué podía esperar de la milagrosa imagen de María impresa en la tilma de Juan Diego. Nunca había tenido una devoción especial por María, pero su madre había muerto unos años antes y ahora no sabía qué lugar podría ocupar la Virgen en su vida. Mientras contemplaba la tilma, las palabras que María le dijo a Juan Diego resonaron en su mente: “¿No estoy yo aquí que soy tu madre?” Su corazón se conmovió, y empezó a llorar al sentirse sobrecogida por el amor maternal de María. Este relato nos enseña que Dios ha concedido a las madres una capacidad única de cuidar los corazones de sus hijos y sanar sus heridas. Esta fue una de las características que enfatizó el Papa Francisco cuando instituyó la fiesta de María, Madre de la Iglesia, que celebramos hoy. En el decreto papal, afirmó que deseaba “incrementar el sentido materno de la Iglesia.” En la celebración de la fiesta, el Papa explicó que la ternura es un distintivo de María y de toda maternidad, incluyendo la de la Iglesia. 36 | La Palabra Entre Nosotros

Sabemos que Jesús entregó a María a Juan, que se encontraba al pie de la cruz, para que cuidara de ella. Pero lo mismo hizo con él, y con todos nosotros, al entregarnos a María para que ella nos cuide a nosotros. María nos muestra la misma ternura que ella mostró cuando envolvió en pañales al recién nacido Jesús y lo acostó en el pesebre. Ella nos instruye como lo hizo con los sirvientes en la boda en Caná, a hacer cualquier cosa que Jesús nos pida. Nos anima y reza con nosotros, al igual que lo hizo con los discípulos mientras esperaban la venida del Espíritu Santo. Ella nos acoge a cada uno de nosotros porque nos ama como si fuéramos sus propios hijos. Pídele al Espíritu Santo que te muestre cómo te cuida María. Pídele a ella misma que te muestre su amor y su ternura. Su cuidado maternal no es solo para la Iglesia en general sino para ti personalmente. Acéptala en tu casa como lo hizo Juan, permítele que te cuide y contempla a tu madre. Como sabes, María nos lleva a Jesús, así que si te diriges a ella con alguna dificultad que tengas ella te socorrerá o le dirá a su Hijo que lo haga. “Santísima Virgen María, gracias por tu amor y tu cuidado.” ³³ Génesis

3, 9-15 .20 Salmo 87 (86), 1-3. 5-7


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de junio, martes Santos Marcelino y Pedro, mártires Marcos 12, 13-17 Le enviaron a Jesús unos fariseos y unos partidarios de Herodes, para hacerle una pregunta capciosa. (Marcos 12, 13) En su libro Cómo ganar amigos e influenciar a las personas, Dale Carnegie nos ofrece el siguiente consejo para construir relaciones: “Interésese genuinamente en las otras personas.” Podría parecer que los fariseos y los partidarios de Herodes habían hecho suyo este consejo. Hablaron con Jesús con muchísimo respeto, y parecían estar interesados en su opinión sobre el pago de impuestos. Pero Jesús no mordió el anzuelo de la adulación, porque sabía que estaban tratando de tenderle una trampa, ansiosos de verlo caer. Posiblemente parecían amigables, pero en realidad todo era un teatro. ¡No cometas el mismo error! Dios quiere que seas sincero, honesto y abierto en las relaciones que mantienes con otras personas, especialmente con la gente con la que te resulta más difícil. Muéstrales toda la caridad y el respeto que puedas, nunca seas falso. Si necesitas conversar sobre un problema con alguien, intenta hacerlo con humildad y amor. Sin embargo, no importa cuánto lo intentes, siempre habrá alguien que te lleve al

punto de quiebre. Y es en ese punto en que la oración marcará la diferencia. En vez de quejarte y chismear, como lo habrían hecho los oponentes de Jesús, entrégale tu frustración al Señor. Recuerda cuánto amó él a todos, incluso a sus enemigos; o cómo alimentó a miles de personas, tanto amigos como enemigos, con solo unos cuantos panes y un par de pescados. Pero, especialmente, recuerda cómo perdonó a quienes lo crucificaron. Con toda seguridad él puede ayudarte a sobrellevar esas relaciones difíciles. Si hay alguien que te provoca demasiada tensión, intenta interceder por él o ella cada día durante una semana y observa qué sucede. Pídele a Jesús que te ayude a ver a esa persona a través de sus ojos de amor y misericordia. Te darás cuenta de que tu corazón se está suavizando y posiblemente encontrarás las palabras correctas para decir o la sabiduría y el autocontrol para refrenar tu lengua. Lo que sea que experimentes, pídele a Dios que bendiga a esta persona y que llene tu corazón con su paz. “Señor, enséñame a ser paciente y misericordioso al igual que tú lo eres.” ³³ 2

Pedro 3, 12-15. 17-18 Salmo 90 (89), 2-4. 10. 14. 16

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de junio, miércoles Santos Carlos Lwanga y Compañeros, Mártires 2 Timoteo 1, 1-3, 6-12 La gracia, la misericordia y la paz. (2 Timoteo 1, 2) Cuando escribimos una carta o un correo electrónico empezamos más o menos así: Hola, Jaime. Espero que te encuentres bien... Siempre nos tomamos un momento para saludar a la persona y ofrecer nuestros buenos deseos. Esto fue lo que hizo Pablo en la primera lectura de hoy: “A Timoteo, hijo querido”. Pero fue un poco más allá al desearle a Timoteo “la gracia, la misericordia y la paz” de Dios (2 Timoteo 1, 2). Desde luego, algunas introducciones son más formales que otras, pero cuando conocemos a la persona, esta clase de saludos surgen de un verdadero sentido de afecto. Son más personales que iniciar con Estimado señor o A quien corresponda. El saludo de Pablo claramente entra en la primera categoría. Pablo expresó su amor por su hijo espiritual y haciéndolo dirigir su mirada hacia el cielo, le recordó a Timoteo que Dios está dispuesto a llenarlo de sus bendiciones espirituales y a darle paz y seguridad de su amor por él. Lee cuidadosamente las palabras que Pablo utilizó. La gracia es un favor inmerecido de Dios. La misericordia es un regalo de su perdón sin límites 38 | La Palabra Entre Nosotros

y la paz es un don que fluye cuando nos abrimos a recibir la gracia y la misericordia de Dios (Efesios 2, 8-9; Hebreos 4, 16; Efesios 2, 4-5; Juan 14, 27). Hay un sentido de plenitud en estas palabras, Dios no es mezquino con estos dones, y Pablo deseaba que Timoteo se apropiara de ellos cada vez más profundamente. Esta profundidad que Pablo deseaba para Timoteo no radicaba en pedir más bendiciones sino que entendiera todo lo que Dios tenía para ofrecerle diariamente. Gracia, misericordia y paz: son dones ilimitados. Fluyen constantemente hacia nosotros día tras día, como si fuera una cascada que cae desde el cielo, un torrente, no un chorrito. Siempre están fluyendo, siempre están listos a inundar nuestra alma. Visualízate a ti mismo debajo de esa cascada y permite que las bendiciones de Dios caigan sobre ti. Refréscate en ellas. Dile a Jesús que deseas recibir toda la gracia que él ha preparado para ti en este día. Luego regocíjate en tu Dios bueno, generoso y amoroso. Que la gracia, la misericordia y la paz estén contigo en este día. “Gracias, Señor, por tus sobreabundantes bendiciones.” ³³ Salmo

123 (122), 1-2 Marcos 12, 18-27


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de junio, jueves Marcos 12, 28-34 Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es el único Señor; amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas. (Marcos 12, 29-30) Cada mañana, la primera cosa que los judíos del antiguo Israel hacían era recitar esta oración, es una plegaria llamada el Shemá, que también se encontraba escrita en un pequeño pergamino colocado en el umbral de la puerta para tocarlo cada vez que entraban o salían (Deuteronomio 6, 9). Por lo tanto, no es de sorprenderse que Jesús utilizara esta plegaria para responder la pregunta del escriba sobre cuál es el mandamiento más importante. Esta plegaria proclamaba que Israel tenía un solo Dios, y que él era Dios sobre toda la creación. No era simplemente otro dios, como los ídolos de las naciones vecinas; él era y es omnipotente y amoroso, poderoso y fiel. Es el Dios que creó el universo y todo lo que hay en él. Es el mismo que hizo una alianza con el pueblo de Israel por amor a ellos. La historia ha demostrado que él siempre se mantuvo fiel, a pesar de que Israel no lo era. Por todas esas razones, Dios es digno de plena obediencia y amor.

Posiblemente no estemos tan familiarizados con el Shemá como lo estaba este escriba, pero Jesús deja claro que esto es igual para nosotros en la actualidad. Nos recuerda lo más importante de nuestra fe: quién es Dios y cómo debemos relacionarnos con él. Él es el Señor de todo, y lo que nos corresponde hacer es intentar amarlo con todo lo que somos. Hoy te invito a hacer algo diferente y a repetirlo en los siguientes días. Antes de salir de tu casa, y de nuevo cuando estés listo para ir a la cama por la noche, reza el Shemá. Mientras dices esta oración, recuerda que tienes un solo Dios. Piensa en su grandeza y en la misericordia que te ha mostrado, y reconócelo como tu Señor. Luego, en tus propias palabras, dile que quieres amarlo y servirlo con todo tu corazón y alma, mente y fuerzas. Permite que esta consagración se convierta en un hábito diario. Con el tiempo, te sentirás más cerca del Señor durante todo el día. “Señor, tú eres mi único Dios; quiero amarte y servirte con todo lo que soy.” ³³ 2

Timoteo 2, 8-15 Salmo 23 (24), 4-5. 8-10. 14

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de junio, viernes San Bonifacio, Obispo y Mártir Marcos 12, 35-37 Inspirado por el Espíritu Santo… (Marcos 5, 36) Normalmente no prestamos atención a cosas que nos resultan muy naturales, sin importar lo vitales que sean para nosotros. Por ejemplo, no estamos pendientes de nuestra respiración, simplemente respiramos. Esto también sucede en nuestra vida espiritual. En el Evangelio de hoy, podría pasar desapercibida la mención que hace Jesús del Espíritu Santo que inspiró al rey David a hablar sobre la venida del Mesías. Y eso es desafortunado porque el Espíritu Santo es el “oxígeno” de nuestra fe. Desde el principio, él ha estado revelando activamente los misterios de Dios a su pueblo, y continúa haciéndolo hoy en día. En la Biblia, encontramos al Espíritu Santo por primera vez al momento de la creación: “el espíritu de Dios se movía sobre el agua” (Génesis 1, 2). A lo largo del Antiguo Testamento, guio a los jefes del pueblo, como Moisés y David. Habló a través de los profetas, como Isaías y Jeremías, y preparó a su pueblo para la llegada del Mesías. Incluso después del nacimiento del Mesías, el Espíritu continuó haciendo su obra con poder. En el Jordán, le reveló a Juan que Jesús era el Hijo de 40 | La Palabra Entre Nosotros

Dios (Juan 1, 34), se posó sobre Jesús ungiéndolo con poder en el bautismo (Mateo 3, 16). Después de Pentecostés, inspiró a los apóstoles a orar por sanidad y a proclamar el Evangelio con autoridad y valentía. Hermano, este mismo Espíritu Santo está activo en tu vida. Él es quien da vida a la Escritura. Él es la voz interior que te impulsa a rezar. Él es quien susurra el incontenible amor de Dios por ti. El Espíritu se mueve constantemente en tu corazón para acercarte más a Jesús. ¡No dejes de invocarlo! Haz un experimento. Respira profundamente. Mientras el oxígeno llena tus pulmones, pide al Espíritu Santo que llene tu corazón. Mientras exhalas el aire, recuerda que el Espíritu está tan cerca de ti como el aire que respiras. Dale gracias por moverse y actuar en tu vida y en la vida de tus seres queridos. Haz esto un par de veces, y mira si el Espíritu te ayuda a sentirte más en paz y más conectado con Dios. Luego, durante todo el día, recuerda que el Espíritu Santo está contigo y dentro de ti. Tú eres una vasija que el Señor desea llenar. “Espíritu Santo, ven y lléname.” ³³ 2

Timoteo 3, 10-17 Salmo 119 (118), 157. 160-161. 165-166. 168


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de junio, sábado San Norberto, Obispo Marcos 12, 38-44 Ésta, en su pobreza, ha echado todo lo que tenía para vivir. (Marcos 12, 44) En el Israel antiguo, las viudas (especialmente las que quedaban sin hijos) solían ser víctimas del desamparo y quedaban condenadas a una vida de absoluta pobreza. De hecho, la viuda del Evangelio de hoy echó en la alcancía del templo todo lo que tenía: dos moneditas de poco valor. Jesús les enseñó a sus discípulos que a pesar de ser una pequeña ofrenda, era mucho más valiosa que las de otras personas, pues ella había echado “todo lo que tenía para vivir.” Jesús contrastó el desprendimiento de esta viuda con el egoísmo y la prepotencia de los fariseos. Éstos solamente se preocupaban de los honores y las riquezas del mundo. La mujer, en cambio, fue capaz de dar todo lo que tenía, porque valoraba los bienes de Dios por encima de los bienes de este mundo, siendo así un ejemplo de la actitud que Jesús había presentado en el Sermón de la Montaña: “Más bien acumulen tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el moho los destruyen… porque donde está tu tesoro, ahí también está tu corazón” (Mateo 6, 20-21). Solo es posible tener semejante espíritu de desprendimiento mediante una transformación interior forjada por

Dios mediante la fe. Como lo dijo san Pablo: “No se dejen transformar por los criterios de este mundo; sino dejen que una nueva manera de pensar los transforme internamente, para que sepan distinguir cuál es la voluntad de Dios, es decir, lo que es bueno, lo que le agrada, lo perfecto” (Romanos 12, 2). La viuda fue capaz de hacer este gran sacrificio, porque el amor de Dios le había transformado el corazón y la mente. El Señor promete recompensar la generosidad que brota de la fe: “Y el que suministra semilla al sembrador y pan para su alimento, suplirá y multiplicará la siembra de ustedes y aumentará la cosecha de su justicia. Ustedes serán enriquecidos en todo para toda liberalidad, la cual por medio de nosotros produce acción de gracias a Dios” (2 Corintios 9, 10). “Amado Señor, concédeme una fe firme que me capacite para ser generoso con el tiempo y los bienes materiales que tú mismo me has dado, a fin de compartirlos con los necesitados y contribuir así a la edificación del Cuerpo Místico de Cristo, es decir la Iglesia.” ³³ 2

Timoteo 4, 1-8 Salmo 71 (70), 8-9. 14-17. 22

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MEDITACIONES JUNIO 7-13

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de junio, domingo Solemnidad de la Santísima Trinidad 2 Corintios 13, 11-13 La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre y l a comunión del Espíritu Santo estén siempre con ustedes. (2 Corintios 13, 13) Cada vez que pensamos en la Santísima Trinidad, podemos sentirnos desconcertados. Esta doctrina de nuestra fe dice que hay un solo Dios que eternamente existe como tres Personas distintas. Pero, ¿cómo puede ser Dios uno solo y tres Personas al mismo tiempo? Este dogma siempre será un misterio. Creemos que Dios es uno, uno en sustancia, uno en esencia y uno en naturaleza. También creemos que las tres Personas de la Trinidad son consustanciales, que cada una de ellas es completamente Dios. Al mismo tiempo, creemos también que Dios es tres “Personas”. Esto no significa que Dios sea tres individuos distintos e independientes, de la misma forma en que los seres humanos son 42 | La Palabra Entre Nosotros

personas separadas. No, la distinción entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo no descansa en su autonomía sino en la “referencia de cada uno a los otros” (Catecismo de la Iglesia Católica, 252). En otras palabras, Dios existe en una relación de amor, un amor que él nos invita a compartir. Finalmente, creemos que Dios nos creó a su imagen y semejanza. Esto significa que él también nos ha creado para relacionarnos unos con otros. El mandamiento de Jesús, de amar a Dios y al prójimo, significa que él desea que nosotros nos esforcemos por estar unidos unos con otros; quiere que seamos uno para que el mundo tenga incontables testigos de su amor. Así que, en este gran día de celebración, permite que el amor de Dios se convierta en tu amor. Permite que te mueva a perdonar a aquellos que te han herido. Permítele que te mueva a decir una palabra amable, a ofrecer una bendición y a cuidar de aquellos en necesidad. Permítele que te mueva a convertirte en una luz más brillante que irradie el amor de Dios en este mundo tan oscurecido por el pecado y la división. “Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, ayúdame a amar, te lo ruego.” ³³ Éxodo

34, 4-6. 8-9 (Salmo) Daniel 3, 52-56 Juan 3, 16-18


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de junio, lunes Mateo 5, 1-12 Dichosos son ustedes. (Mateo 5, 11) Por medio de las bienaventuranzas Jesús nos explica lo que significa ser espiritualmente dichoso, es decir, conocer la gracia y la protección de Dios y percibir su bendición a pesar de las circunstancias de la vida. Ser “dichoso” significa ser feliz o bienaventurado delante de Dios. Parafraseando, lo que dice Jesús es algo como lo siguiente: “Dichosos los pobres de espíritu, los que reconocen que el mundo, aun con todas sus riquezas y bellezas, no es lo que da la felicidad. Dios tiene mucho más que darte, entonces tú levantas la vista, y elevas el corazón y el alma al cielo y clamas ‘¡Abba, Padre, te necesito!’ Felices son ustedes, los que saben que mi Padre se deleita respondiendo a sus oraciones, porque le complace darles a ustedes el Reino. “Dichosos los que lloran, porque tienen el corazón parecido al de mi Padre. Él vio que los hombres y mujeres que había creado, la joya de su creación, se volvían en su contra y vio las tinieblas que entraban furtivamente debido a su pecado y le dolió mucho ver que esas tinieblas oscurecían la luz que él había creado. Se lamentó, también, al verme a mí, su único Hijo, sufrir una muerte inhumana. Mi Padre sabe lo que es el

dolor y la aflicción y él te consolará. Él nunca te dejará ni te abandonará.” “Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque ese hambre revela un deseo de mí. Yo soy su justicia, y cuando me busquen me encontrarán. Entregué mi vida para que ustedes me encontraran. Morí para que ustedes vivieran en la santidad ante mi Padre. Día tras día les envío mi Espíritu Santo para conducirlos a toda justicia.” Todos podemos experimentar esta dicha porque Dios nos ha dado un corazón como el suyo; y porque nuestro corazón está hecho a imagen del suyo, también podemos llegar a ser como él: misericordiosos, apacibles, puros, humildes y bondadosos. ¡El Señor puede satisfacernos como nadie más puede y se deleita haciéndolo! Qué extraordinario: ¡Dios es feliz haciéndonos felices a nosotros! El Señor se alegra cuando te consuela y se regocija cuando ve que tú adquieres su propia naturaleza. “Te alabo, Padre mío, porque sé que cuando te busque te encontraré, y si estoy atribulado, tú me consolarás. Tú, Señor, satisfarás mi deseo de justicia. ¡En efecto soy dichoso!” ³³ 1

Reyes 17, 1-6 Salmo 121 (120), 1-8

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de junio, martes San Efrén, Diácono y Doctor de la Iglesia Mateo 5, 13-16 Ustedes son la sal de la tierra. . . Ustedes son la luz del mundo. (Mateo 5, 13. 14) La sal es un elemento al que desde la antigüedad se le dan diferentes usos, como por ejemplo, sazonar los alimentos para saborearlos o preservarlos. Cuando Jesús dijo a sus discípulos que ellos eran la sal de la tierra, les estaba diciendo que tenían un importantísimo papel que desempeñar para añadir sabor a la vida y evitar que el mundo se “echara a perder” por los efectos del pecado. También les dijo que ellos eran la luz del mundo, es decir, portadores del amor y la verdad para disipar la oscuridad de la muerte y la incredulidad. La misión que Jesús nos plantea no es fácil de cumplir. El mundo se impresiona cuando ve muestras excepcionales de belleza, riqueza material, inteligencia científica, habilidad deportiva o talento artístico. Por lo general, la gente admira a los orgullosos, los talentosos y los autosuficientes. Pero las virtudes que nos permiten ser luz y sal en el mundo, son las del espíritu: la humildad, el perdón, la honestidad y el amor al prójimo, cualidades que ciertamente no llegan al noticiero de la tarde. 44 | La Palabra Entre Nosotros

Pero, ¿cómo podemos ser sal y luz? En general, la gente no pone atención a lo que dicen los mansos y humildes, ni les hace caso. Pero ¡esta es la gloria del Evangelio! Precisamente cuando los fieles demuestran humildad y compasión, el poder salvador de Dios brilla a través de ellos, porque estas son las cualidades del propio Jesús. En efecto, si perdonamos y amamos de corazón, podemos llevar el sabor y la vitalidad del Evangelio a nuestros amigos y también a nuestros enemigos. Jesucristo, nuestro Señor, siempre apacible y humilde, nos invita a seguir sus pasos e imitar su ejemplo. El premio que se nos ofrece es nada menos que participar en la salvación del mundo. Jesús, la Luz verdadera, quiere darse a conocer a través de sus seguidores, para que todos vean las buenas obras que él hace por medio de ellos y glorifiquen al Padre celestial. “Padre eterno, concédeme tu gracia para que yo sea una imagen de tu Hijo. Fortaléceme, Señor, para que mi fe no flaquee, porque quiero conocerte, amarte y servirte más. Permite que tu luz brille en mí para tu mayor gloria.” ³³ 1

Reyes 17, 7-16 Salmo 4, 2-5. 7-8


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de junio, miércoles 1 Reyes 18, 20-39 Griten más fuerte… a lo mejor está dormido y así lo despiertan. (1 Reyes 18, 27) ¿Qué haces para atraer la atención de alguien? ¿Gritar? ¿Saltar? A veces nada funciona, no importa lo que hagamos. Eso es exactamente lo que pasó en la primera lectura de hoy. Los profetas de Baal intentaron todo para despertar a su dios: gritaron y brincaron por horas alrededor del altar que habían construido; incluso se hicieron cortes con cuchillos, sin obtener ningún resultado. Sabemos que no tuvieron respuesta porque Baal en realidad no existe. Elías, en cambio, rezó al Dios de Israel y el Altísimo le respondió. Todos atravesamos momentos en que el Señor parece estar tan lejos y no escuchar que podemos sentirnos como los profetas de Baal. Incluso pensamos que deberíamos dedicar más tiempo a rezar o hacerlo mejor y entonces Dios nos escucharía y respondería nuestras peticiones. Pero, ¿cómo puedes acercarte más a Dios? Elías nos da tres claves: Recuerda, habla con sencillez y confía en Dios. Recuerda. Cuando Elías construyó su altar de piedra, que representaba a las doce tribus de Israel, les recordó a los israelitas que ellos eran el pueblo que Dios había escogido y el Señor

era el Dios que ellos habían conocido por generaciones: Aquel que es fiel y ve, escucha y responde a su pueblo. Recuerda que tú has sido escogido y amado por este mismo Dios fiel. Habla con sencillez. Elías utilizó un lenguaje sencillo para dirigirse a Dios. Tú no necesitas palabras perfectas para lograr que Dios escuche tus plegarias. Ten confianza y dirígete a tu Padre con palabras sencillas. Confía en Dios. Elías creyó que Dios contestaría su oración en el monte Carmelo, y así fue. Sin embargo, a veces, Dios responde las oraciones en formas que son inesperadas e incluso que no son las deseadas. ¿Qué hacer entonces? Confía en el Señor y espera. Continúa recordando y hablando con sencillez: Señor, tú eres mi esperanza, yo creo que tú escuchas mi oración. Yo confío que me responderás y sacarás lo bueno de esta situación. No es necesario que saltes y hagas piruetas para agradar a Dios y llamar su atención. Tampoco necesitas rogarle para que se acerque a ti. Él ya está cerca tuyo y te ama tanto que quiere que escuchar todo lo que está en tu corazón, hoy y siempre. “Gracias, Padre, porque escuchas mi plegaria.” ³³ Salmo

16 (15), 1-2. 4-5. 8. 11 Mateo 5, 17-19

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de junio, jueves San Bernabé, Apóstol Hechos 11, 21-26;

13, 1-3 Llegó Bernabé, y viendo la acción de la gracia de Dios… (Hechos 11,23) San Bernabé fue uno de los primeros misioneros y uno de sus dones más valiosos era su capacidad de “ver” lo que Dios estaba haciendo y promover esta obra entre los demás. Bernabé fue quien recibió a Pablo en la comunidad de creyentes después de que éste se convirtió (Hechos 9, 27). Él “vio” lo que Dios había hecho en este ex perseguidor y decidió aceptar a Pablo a pesar de su pasado. De nuevo, cuando fue a Antioquía, “vio” lo que Dios estaba haciendo para unir a los cristianos de origen judío y a los gentiles (11, 23). Podría haberle parecido maravilloso, y haber regresado a Jerusalén, pero reconocía que la gracia de Dios estaba actuando y buscó a Pablo para que los dos se quedaran ahí enseñando. Unos años después, Bernabé y Pablo se separaron debido a un desacuerdo sobre otro misionero, Juan Marcos. Bernabé vio el potencial de Juan Marcos, aun cuando este discípulo, que era más joven, los había abandonado durante un viaje de misión (Hechos 15, 37-40). Pablo no quiso seguir trabajando con Juan Marcos, así que Bernabé lo acogió bajo su protección. Finalmente, 46 | La Palabra Entre Nosotros

Juan Marcos no solo probó ser un fiel compañero, sino que se cree que es el mismo Marcos que escribió el Evangelio que lleva su nombre. En cada era de la Iglesia, Dios hace surgir a personas como Bernabé, santos que fueron guiados y animados por hombres y mujeres piadosos: San Ambrosio y San Agustín; San Francisco de Sales y Santa Juana de Chantal. También San Juan XXIII, quien vio que Dios quería renovar la Iglesia y asumió la tarea. Incontables personas, conocidas y desconocidas, han provocado un efecto dominó en la historia de la Iglesia. Dios también desea que veas su gracia en acción y te apropies de ella: apoya a tu nuevo párroco, concede a alguien una segunda oportunidad o anima a tus hijos a usar sus dones al servicio del Señor. Todos podemos crecer en el don de “ver” a las personas y las situaciones de la forma en que Dios las ve. Al igual que Bernabé, podemos actuar de acuerdo a lo que vemos: guiando, animando y dando el siguiente paso hacia adelante en la fe. “Señor, gracias por abrir los ojos de tu pueblo para que podamos ver tu obra.” ³³ Salmo

98 (97), 1-6 Mateo 5, 20-26


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de junio, viernes Mateo 5, 27-32 ¿Sacarse los ojos? ¿Cortarse la mano? Jesús no estaba hablando en serio, ¿verdad? Pues, literalmente no, pero utilizó estos ejemplos extremos para enfatizar que él se toma muy en serio la sexualidad. Él desea que nos veamos los unos a los otros con el mayor de los respetos, no como objetos que pueden ser usados para gratificación. Jesús quiere que valoremos a nuestros hermanos y hermanas como hijos de Dios y los tratemos con la dignidad que se merecen. Así que tomemos un momento para examinarnos la conciencia en el área de la pureza sexual. Jesús nos dice que el ojo es la lámpara del cuerpo (Mateo 6, 22). Cuando tenemos los ojos enfocados en trabajar, cuidar a la familia y leer la Palabra de Dios, nos iluminan. Sin embargo, cuando miran cosas inapropiadas o a otras personas con intenciones deshonestas, pueden llevarnos a la oscuridad y la vergüenza. ¿Cómo estoy usando mis ojos? ¿Estoy viendo al Señor, o imaginándomelo, o estoy mirando imágenes que me provocan pensamientos lujuriosos? Y, ¿qué hay sobre mi cuerpo? Si estoy casado, ¿respeto y trato con amor a mi esposa o esposo, mostrándole afecto físico puro y sin egoísmo? ¿He evitado el contacto físico inapropiado

con alguien del sexo opuesto? Si soy soltero, ¿practico la castidad con mis amistades? Cualquiera que sea mi estado de vida, ¿procuro poner siempre primero al Señor en mis pensamientos y acciones para protegerme de las tentaciones lujuriosas? ¿Amo al Señor más que a todas las cosas, incluso por encima de mi propio placer y satisfacción? Permite que el Espíritu Santo sea tu guía mientras meditas en estas preguntas. Si él trae a tu mente algunas áreas en las que necesitas corrección, aprovecha el Sacramento de la Reconciliación para ponerte en paz con Dios y contigo mismo. Recuerda que no importa lo que tú hayas hecho, Jesús puede devolverte la pureza y la inocencia. Nunca subestimes el poder que el perdón puede traer a tu vida. Y no temas lo que el confesor vaya a pensar de ti. ¡Ya lo ha escuchado antes de todas maneras! Solamente entrega tu corazón a Jesús, él te consuela, te sana y te libera. “Amado Señor Jesús, gracias por tu misericordia. Me arrepiento de cualquier pecado sexual que haya cometido y te pido que me sanes y me purifiques, para edificar tu Reino y concentrarme en lo que es verdadero, bueno y santo.” ³³ 1

Reyes 19, 9. 11-16 Salmo 27 (26), 7-9. 13-14

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de junio, sábado San Antonio de Padua, Presbítero y Doctor de

la Iglesia 1 Reyes 19, 19-21 Te seguiré. (1 Reyes 19, 20) Eliseo pasó de trabajar con el arado a seguir a un profeta. ¡Ese sí que es un cambio radical en la vida! Estaba tan seguro de que Dios lo estaba llamando a ser discípulo de Elías que decidió quemar sus herramientas de trabajo. Debe haber sido difícil contemplar su medio de subsistencia arder en llamas, pero este desprendimiento le permitió a Eliseo dar el siguiente paso para seguir al Señor plenamente. Su historia nos enseña que a veces, para avanzar, se requiere sacrificio. Eliseo no se fijó tanto en lo que dejó atrás. Más bien, miró hacia adelante, hacia la promesa de un nuevo comienzo. A pesar de que no sabía lo que le depararía el futuro, confió en que el Señor proveería para él. Cambiar el arado por la predicación era un sacrificio enorme, pero Eliseo estaba convencido de que no importaba lo que hiciera siempre y cuando intentara dar lo mejor de sí para seguir la voluntad de Dios. Las transiciones en la vida pueden implicar que atravesemos algo similar a lo que podemos llamar un “sacrificio de cambio”. A menudo, aceptar una nueva oportunidad significa 48 | La Palabra Entre Nosotros

sacrificarse y dejar algo atrás: dejar el hogar para casarse, dejar un trabajo a cambio de un ascenso, dejar la vida conyugal exclusiva para recibir a tu primer hijo. Incluso los cambios más pequeños, como cambiar de horario o establecer una nueva amistad, suponen dejar atrás algún aspecto de la “vida anterior”. Al igual que Eliseo, podemos ver hacia adelante y confiar en que Dios caminará con nosotros mientras nos adentramos en una etapa totalmente nueva. No hay duda de que hoy dejarás algo atrás y emprenderás algo nuevo. Posiblemente ni siquiera te des cuenta de qué tan a menudo estás enfrentando estos cambios. Simplemente la acción de iniciar un nuevo día te da esa oportunidad. Cuando surja un “sacrificio de cambio”, piensa en Eliseo y en cómo hizo una hoguera con el yugo y el arado y sacrificó la yunta. Imítalo y ofrécete a ti mismo como ofrenda al Señor. Recuerda que estás poniendo tu vida y tus dones a su servicio, al igual que lo hizo Eliseo. Y no olvides que cada ofrenda, grande o pequeña, dibuja una sonrisa en el rostro de Dios. “¡Aquí estoy, Señor! preparado para cumplir los planes que tengas hoy para mí.” ³³ Salmo

16 (15), 1-2. 5. 7-10 Mateo 5, 33-37


MEDITACIONES JUNIO 14-20

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de junio, domingo Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo (Corpus Christi) Juan 6, 51-58 El que come mi carne y bebe mi sangre...(Juan 6, 56) Se dice que “somos lo que comemos”. Si aplicamos este dicho a nuestra vida espiritual, sucedería algo maravilloso: cuando comemos el Cuerpo de Cristo, nosotros mismos nos convertimos en el cuerpo de Cristo. Estamos unidos con él y con los demás. Y experimentaremos algunos efectos grandiosos de esta verdad: Su Cuerpo nos da paz. En la Última Cena, Jesús dijo, “les dejo la paz. Les doy mi paz… no se angustien ni tengan miedo” (Juan 14, 27). Poco después de pronunciar estas palabras, Jesús mismo demostró esa paz cuando fue arrestado, enjuiciado, torturado y crucificado. La Eucaristía profundiza nuestra relación con Cristo. En la Última Cena, Jesús también dijo: “Los llamo mis amigos”, y “El amor más grande que uno puede tener es dar su vida por sus amigos” (Juan 15, 15. 13). Cada

vez que recibimos la Eucaristía, Jesús nos recuerda que él entregó su vida por nosotros porque nos ama. La Eucaristía nos permite verlo con mayor claridad. ¿No fue eso lo que sucedió cuando Jesús partió el pan frente a los dos discípulos en el camino a Emaús (Lucas 24, 30)? ¿O cuando multiplicó los panes para alimentar a más de cinco mil personas (Juan 6, 14)? Cada vez que recibimos la Eucaristía, nos acercamos un poco más al Señor. La Eucaristía no solamente abre nuestros ojos para ver a Jesús, también nos abre los ojos para vernos unos a otros. Jesús nos dijo que cuando nos compadecemos del que sufre hambre o sed, del que no tiene hogar y de cualquier otra persona que esté en necesidad, lo estamos haciendo por él (Mateo 25, 35-40). Nos encontramos con él en los pobres, de la misma forma en que nos encontramos con él en la Eucaristía. En esta celebración de la fiesta de Corpus Christi, reflexiona en todas las bendiciones que Jesús te da cada vez que comes su Cuerpo y bebes de su Sangre. “Amado Jesús, todo lo que puedo decirte es ¡gracias!” ³³ Deuteronomio

8, 2-3. 14-16 Salmo (148) 147, 12-15. 19-20 1 Corintios 10, 16-17 Junio / Julio 2020 | 49


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de junio, lunes Mateo 5, 38-42 Ojo por ojo, diente por diente. (Mateo 5, 38) La venganza es uno de los pecados más antiguos y contagiosos del mundo. La ley del “ojo por ojo” del Antiguo Testamento tenía como fin poner un límite a la venganza. Su objetivo era evitar que las personas provocaran un daño mayor al que habían recibido. De hecho, esta ley se consideraba una innovación en aquellos tiempos. Era normal que una víctima tomara represalias desmedidas contra su atacante. Si un hombre mataba al hermano de otro hombre, el segundo sentía que tenía razones suficientes para matar a toda la familia del primero. Así que esta ley ayudaba a impedir que el círculo de venganza se convirtiera en una espiral de violencia sin fin. En cambio a nosotros, Jesús nos pide que nos atrevamos a vencer el mal haciendo el bien; quiere que optemos por la misericordia y el amor en lugar de la venganza. Después de todo, eso fue lo que el Señor hizo. Él soportó un sinnúmero de ofensas, incluso antes de su crucifixión: mentiras, chismes y acusaciones falsas, incluso las demandas de las multitudes que no parecían respetar las necesidades que él tuviera. Con seguridad todas estas ofensas demandaban algún tipo de respuesta. 50 | La Palabra Entre Nosotros

Y, ¿cómo reaccionó Jesús? Amando más, dando más, perdonando más, hasta setenta veces siete. No había resentimiento en su voz, ni menosprecio en sus milagros, ni siquiera indignación en su actitud. Incluso cuando reprendía a sus oponentes o cuando volcó las mesas en el Templo, lo hizo con un sentimiento de malestar, no de ira. Y finalmente llegó la última muestra de la misericordia que triunfa sobre la venganza: en la cruz, exclamó, “Padre, perdónalos” (Lucas 23, 34). Presenta la otra mejilla. Estas palabras son un desafío. No es difícil pensar que Jesús estaba exagerando, pero su propio testimonio nos dice lo contrario. Él realmente desea que nosotros seamos misericordiosos y amantes de la paz; pero también nos conoce y sabe cuánto debemos caminar para lograrlo. Él sabe que queremos perdonar, pero que hay situaciones que pueden ser muy difíciles para nosotros. Recuerda que Jesús es perfectamente misericordioso. Él jamás demandará de ti un “ojo por ojo”. No, él siempre prefiere pedirle al Padre que sea misericordioso. “Señor Jesús, gracias por tu misericordia, enséñame a imitar más tu ejemplo.” ³³ 1

Reyes 21, 1-16 Salmo 5, 2-7


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de junio, martes Mateo 5, 43-48 Sean, pues, perfectos. (Mateo 5, 48) ¡Qué desafío! ¿Puede alguien decir que ya ha logrado la perfección? Jesús nos conoce y sabe que aquello que nos pide no es imposible. Todo lo que desea es que tomemos el camino que nos lleva a la perfección. San Cipriano, obispo del norte de África en el siglo III d.C., reflexionó sobre estas palabras de Jesús y alentó a su congregación a poner atención a cómo se relacionaban los unos con los otros. Escuchémoslo nosotros también hoy y pidámosle al Espíritu Santo que nos libre de las divisiones, los celos y la arrogancia: “Si quieres alcanzar los premios del cielo, despójate de toda mala intención y refórmate en Cristo. Tienes que quitar las espinas y los abrojos de tu corazón para que la semilla del Señor produzca una cosecha abundante, de manera que la amargura que se ha depositado en tu corazón sea diluida por la dulzura de Cristo. Al recibir el sacramento de la cruz, deja que el madero que figuradamente endulzó el agua en Mara (Éxodo 15, 25) actúe en la realidad para ablandarte el corazón. “Ama a los que odias; muéstrate servicial con los que envidias. Imita a los buenos, o al menos alégrate con ellos en su virtud; en lugar de

impedirles el paso, practica el vínculo de la fraternidad. Porque solamente se te perdonan los pecados cuando tú has perdonado a los demás, y luego Dios te recibirá en paz. “Si quieres que tus pensamientos y obras sean dirigidos desde lo alto, has de considerar las cosas que son divinas y rectas. Piensa en el paraíso, al que Caín no puede entrar porque mató a su hermano por envidia; piensa en el cielo, al que Dios admite sólo a quienes tienen el corazón y la mente claramente definidos. Recuerda que solo los que abogan por la paz pueden llamarse hijos de Dios; y que todos estamos bajo la mirada de Dios, siguiendo adelante con la vida y la conversación con Dios mismo, que todo lo observa y lo juzga. Y si ahora deleitamos a Quien nos ve por nuestras acciones, y deseamos siempre agradarle, nos mostramos dignos de su favor, al final lo contemplaremos en toda su gloria.” Hermano, con la gracia del Señor, alcanzarás la perfección. Pídele que derrame abundantemente su gracia sobre ti. “Señor, concédeme tu fortaleza para quitar todo rencor y mala intención de mi corazón, para que yo desee complacerte siempre.” ³³ 1

Reyes 21, 17-29 Salmo 51 (50), 3-6. 11. 16

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de junio, miércoles Mateo 6, 1-6. 16-18 Tu Padre, que ve lo secreto, te recompensará. (Mateo 6, 4) Elías sabía que le quedaba poco tiempo y le dijo a Eliseo que pidiera cualquier cosa que él quisiera. Eliseo no perdió el tiempo y pidió una “doble porción” del Espíritu de Elías (2 Reyes 2, 9). Esta puede parecer una gran petición, pero no lo es si consideramos quién es el verdadero Dador de este don: Dios Todopoderoso, el Señor y Dador de vida, que se deleita en bendecir a sus hijos con sus dones. Él es tan generoso que diariamente nos bendice de distintas formas. En el Evangelio de hoy, Jesús nos advierte sobre realizar actos piadosos en público, pues no quiere que nos jactemos de nuestra relación con él. Pero seguidamente nos promete que el Padre recompensará cualquier acto de oración, generosidad y negación que hagamos en secreto. ¡Y Dios no es nada mezquino! ¿Qué tipo de dones quiere darnos el Padre? El primero y el mejor, es una relación cercana con él. Una relación donde sintamos su amor más profundamente, y confiemos en su presencia más plenamente. También desea darnos sabiduría para nuestra vida. A través de su palabra, de su pueblo y de su Espíritu, quiere guiarnos en la toma de 52 | La Palabra Entre Nosotros

decisiones para que aprendamos a actuar con justicia, humildad y compasión en las relaciones. Otro regalo que al Señor le encanta hacernos es el don de la comunidad. Al acercarnos más a nuestro Padre, él nos presenta a más y más hijos suyos, nuestros hermanos y hermanas. Él nos pone cerca de los demás para que nos animemos unos a otros, experimentemos su amor a través de los otros y ayudemos a llevar las cargas de los demás. Al igual que una cascada, las bendiciones y la gracia de Dios fluyen sobre nosotros siempre que apartamos un momento para rezar en privado, siempre que ayunamos de la autocomplacencia y siempre que nos entregamos generosamente. Con el tiempo, estos dones cambian nuestro corazón. En vez de caminar cuidadosamente durante el día, esperando que nada malo suceda, caminamos con confianza e incluso con alegría. Nos convencemos cada vez más de que Dios está con nosotros, siempre listo a darnos una doble porción de su gracia. “Gracias Padre por tu generosidad. Quiero recibir todo lo que tienes para mí. Confío en que tú solo me darás cosas buenas.” ³³ 2

Reyes 2, 1. 6-14 Salmo 31 (30), 20-21. 24


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de junio, jueves Mateo 6, 7-15 Ustedes pues, oren así. (Mateo 6, 9) Existe un juguete para niños pequeños, que consiste en una caja de plástico con agujeros en los que el niño debe introducir objetos en forma de pirámide, cubo o cilindro donde corresponda. Es una idea muy sencilla, pero mientras el niño no haya practicado y desarrollado la coordinación, le cuesta alinear las figuras para que calcen en los agujeros. A veces la oración puede parecerse a tratar de colocar las figuras en los agujeros correctos. ¿Cómo es que debo rezar? ¿Por qué cosas debo pedir? ¿Qué es una oración productiva? Cuando Jesús enseñó a rezar a sus discípulos, hizo hincapié en los elementos principales de la oración: hacerla simple y con sinceridad. La oración del Padre Nuestro, tan conocida por todos, no es simplemente una hermosa plegaria; en ella el Señor nos enseña cómo se debe orar. Por ejemplo, muchas palabras no necesariamente se traducen en una mejor oración. De hecho, entre menos hablemos cuando rezamos, más tiempo tendremos para escuchar a Dios. A veces nuestras palabras, aunque sean bien intencionadas y devotas, pueden ahogar lo que Dios quiera decirnos.

Es en el silencio y la sencillez que somos capaces de percibir la voluntad de Dios y sus pensamientos. Podemos adorarlo (“santificado sea tu nombre”) y someternos a lo que él quiere (“hágase tu voluntad”). Luego podemos confiar en que él proveerá para nosotros (“danos hoy nuestro pan de cada día”) y reconciliarnos con él y con los demás (“perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos”). Cuando en la oración procuramos reorientar nuestros deseos, necesidades y punto de vista, Dios Padre nos permite conocer más profundamente lo que está en su corazón y en su mente. Esa es la clave para tener una “oración productiva”. Mientras pasamos tiempo con Dios, nos entregamos a él y lo escuchamos, él nos asemeja más a él. La oración es más profunda, la intercesión expresa una mayor confianza en él y el arrepentimiento nos transforma. Al igual que un niño que está desarrollando sus habilidades, somos más capaces de introducir la figura en el agujero correcto, y durante el proceso nos acercamos al Señor. “Señor Jesús, gracias por enseñarme a rezar sin pretensiones. Ayúdame a seguir tu guía y a hacer mi oración con sencillez.” ³³ Eclesiástico

48, 1-15 Salmo 97 (96), 1-7

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de junio, viernes Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús Mateo 11, 25-30 Soy manso y humilde de corazón. (Mateo 11, 29) ¿Te has preguntado cuál es el origen de las fiestas de la Iglesia? Algunas de estas son los eventos principales de la vida del Señor: Navidad, Pascua, la Transfiguración y Pentecostés. Otras celebraciones ponen de relieve una doctrina particular de nuestra fe, como el domingo de la Santísima Trinidad y la Exaltación de la Santa Cruz. Y luego hay días como hoy, en que celebramos algún atributo de Jesús y de la Persona que él es. Al igual que el domingo de la Divina Misericordia, la fiesta del Sagrado Corazón es la forma en que Dios nos recuerda que la puerta que nos lleva al cielo siempre se encuentra abierta. Es la manera en que Dios nos invita a acercarnos a Jesús y experimentar su amor. La Devoción al Sagrado Corazón de Jesús surgió en el siglo XI. Para el siglo XVI, la imagen del Corazón de Jesús, traspasado por una lanza y rodeado de una corona de espinas, había empezado a ganar popularidad, principalmente debido a que las órdenes franciscanas y jesuitas la habían difundido. Pero la fuente más importante de esta devoción surgió de una humilde Hermana de la Visitación 54 | La Palabra Entre Nosotros

en Francia, Santa Margarita María de Alacoque (1647-1690). En una serie de visiones, Jesús le pidió a Margarita María que le ayudara a establecer un día especial de fiesta dedicado a su Sagrado Corazón. Ella describió el Sagrado Corazón de Jesús como “un abismo de amor para satisfacer toda necesidad.” En 1856, el Papa Pío IX instituyó este día, el viernes después de la Solemnidad de Corpus Christi, como una fiesta universal de la Iglesia. La celebración de hoy es una invitación al igual que una conmemoración. Jesús nos invita a entrar en su corazón; a abandonarnos en su amor y descubrir el poder de ese amor que sana las heridas, aviva la esperanza y nos protege del miedo; nos invita a descubrir otra vez la intensidad del amor que nos tiene. Nunca nada podrá apagarlo, ni siquiera los pecados que cometamos ni nuestra indignidad. Hermano, acepta hoy esta invitación. Fija los ojos en el Corazón de Jesús y permite que su amor fluya sobre ti y te levante hacia el cielo. “Señor Jesús, manso y humilde de corazón, haz que mi corazón sea como el tuyo.” ³³ Deuteronomio

7, 6-11 Salmo 103 (102), 1-4. 6-8. 10

1 Juan 4, 7-16


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de junio, sábado Corazón Inmaculado de la Bienaventurada Virgen María Mateo 6, 24-34 No se preocupen. (Mateo 6, 31) Padre celestial, me maravilla pensar en quién eres tú. Lo creaste todo, y tienes autoridad y poder sobre todo lo que has hecho. Aun así, me llamas “tu hijo”, y me invitas a llamarte “Padre”. Yo puedo acudir a ti en cualquier momento, lugar o circunstancia, y tú siempre me escuchas y me respondes. Nunca estoy solo, tú me llevas en la palma de tu mano. Durante este día, recordaré quién eres. Tú ordenaste el movimiento de los astros, tú sondeas las profundidades del mar y cuentas cada grano de arena que hay en los desiertos. Nada te está oculto; nada te alarma ni te toma por sorpresa. Cada uno de tus decretos es sabio y bueno. Tú cumples fielmente cada una de las promesas que haces, tu amor y tu compasión nunca fallan. Gracias, Padre, por abrazarme con tu compasión. Sin temor, te presentaré todos mis pecados y mis faltas, pues confieso que necesito tu misericordia. Una y otra vez tú me has perdonado y no llevas cuenta de mis faltas. Tú limpias mi corazón y lo dejas blanco como la nieve. Tú derramas sobre mí tu gracia para que yo me aleje de aquellas cosas

que me quieren privar de la vida que tú me has dado. Nunca te cansas de mí; jamás te molesta escuchar mi voz cuando te llamo. Realmente te regocijas cuando me vuelvo a ti, porque es en ese momento en que me abro a recibir todas las cosas buenas que tienes para mí. Padre amado, tú me cubres completamente. En cada dificultad que enfrente hoy, yo sé que tú caminarás conmigo y me darás ánimo cuando me vuelva a ti. Te entrego mis planes para que tú los dirijas. Tú ves lo que hay detrás de mí y lo que hay delante de mí y ya has contado mis días, no hay nada que me ocurra sin que tú ya lo conozcas. A tus pies deposito todas mis ansiedades, pequeñas y grandes, porque tú eres mucho más grande que todas ellas. Tú conoces cada detalle de mi vida, conoces cada temor y cada sombra oscura que hay en mi corazón, y aun así, no te preocupas. Así que yo tampoco me preocuparé. Diré junto con el salmista: “El Señor es mi luz y mi salvación, ¿de quién podré tener miedo? El Señor defiende mi vida, ¿a quién habré de temer? (Salmo 27, 1) “Padre, gracias por ser quién eres y todo lo que has hecho. Confío en ti, pues sé que nunca me abandonarás.” ³³ 2

Crónicas 24, 17-25 Salmo 89 (88), 4-5. 29-34 Junio / Julio 2020 | 55


MEDITACIONES JUNIO 21-27

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de junio, XII Domingo del Tiempo Ordinario Mateo 10, 26-33 Al que me niegue delante de los hombres, yo también lo negaré ante mi Padre. (Mateo 10, 33) Generalmente las palabras de Jesús nos alientan y nos inspiran. Sin embargo, en ciertas ocasiones, dice algo que nos desconcierta. Por ejemplo, dijo que nuestra justicia no debe ser como la de los fariseos, de lo contrario no entraremos en el cielo (Mateo 5, 20). O que a menos que comamos de su Cuerpo y bebamos de su Sangre no tendremos vida eterna (Juan 6, 51). Incluso exclamó: “¡ay de ustedes los ricos!” (Lucas 6, 24), Desde luego, Jesús es un Dios de misericordia y amor, entonces, ¿qué es lo que debemos hacer con afirmaciones como éstas? Fijémonos en San Pedro. Él mismo, que era la “roca” de la Iglesia, negó que conocía a Jesús; pero en vez de reprenderlo o decir “Voy a negarte delante de mi Padre”, Jesús simplemente le preguntó : “¿Me amas?” (Juan 56 | La Palabra Entre Nosotros

21, 15-17). Él sabía que Pedro sentía un profundo remordimiento y que éste había llorado amargamente a causa de su debilidad. Así que la pregunta de Jesús era claramente una invitación a la reconciliación. Jesús sabe que todos nosotros también somos débiles; sabe que todos lo traicionamos de una u otra manera. Sin embargo, nos da el mismo trato que le dio a Pedro. La clave para entender este pasaje del Evangelio es esta: ¿Dónde está tu corazón? Pedro amaba a Jesús y lo que más quería era servirlo; no era cobarde, era simplemente un ser humano, y los seres humanos a veces son presa del temor y la tentación. Para Pedro, y para todos nosotros, existe una diferencia importante: ¿Eres un pecador que no sabe cómo amar a Dios? ¿O eres una persona que ama a Dios y que a veces sucumbe al pecado? Pedro era alguien que amaba a Dios, al igual que todos los apóstoles que huyeron cuando Jesús fue arrestado. Tal vez le fallaron en ese momento, pero Cristo nunca les falló a ellos. Y, ¡no nos fallará a nosotros! “Señor Jesús, te amo, enséñame a mantenerme firme.” ³³ Jeremías

20, 10-13 Salmo 69 (68), 8-10. 14. 17. 33-35 Romanos 5, 12-15


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de junio, lunes Santos Juan Fisher, Obispo y Tomás Moro,

Mártires 2 Reyes 17, 5-8.13-15. 18 Ellos no escucharon y endurecieron su corazón como lo habían hecho sus padres. (2 Reyes 17, 14) El rey Oseas de Israel estaba en una situación delicada. Aceptó ser súbdito del rey de Asiria, pero esa alianza no le generaba confianza. En una medida desesperada, envió embajadores a Egipto esperando que un pacto con su rival lo protegería del ataque de Asiria. Sin embargo, esta fue la excusa perfecta para que el rey asirio atacara Israel y lo tomara prisionero. El fracaso de Israel radicó en haber confiado en la ayuda humana, no en el poder divino. Esta situación puede parecer conocida. Cuando tenemos una dificultad que resolver, es normal que procuremos recurrir a todos los medios humanos para encontrar una solución. Tal vez buscamos el efecto milagroso de un medicamento, o ponemos nuestra esperanza en un nuevo dirigente político que plantea un nuevo comienzo, o bien posiblemente necesitemos consejería o una nueva estrategia de inversiones que nos ayude a asegurarnos el futuro. Todas estas son buenas estrategias, pero apenas pueden ayudarnos a solucionar parte del problema. Probablemente sirvan para resolver

dificultades individuales, pero ninguna de ellas ofrece la visión necesaria para nuestra vida y la guía que necesitamos para enfrentar los obstáculos que aparezcan en el camino. El único que puede proporcionarnos la verdadera ayuda es Dios. Oseas fracasó porque, en vez de buscar la guía del Señor a través de sus profetas, se decidió por una estrategia política engañosa. Tal vez ya era demasiado tarde para Israel, pero él ni siquiera permitió que el Señor le ayudara. El relato de Oseas nos exhorta a buscar primero al Señor en vez de hacerlo como último recurso, y nos anima a enfrentar cualquier dificultad con la siguiente proclamación: “Mi ayuda vendrá del Señor, creador del cielo y de la tierra” (Salmo 121, 2). Esta es la verdad fundacional de nuestra vida de fe. Dependemos de Dios desde el principio hasta el fin. Nunca olvides de que Dios siempre está comprometido en llevar a cabo sus grandes y gloriosos propósitos en tu vida. Nunca olvides que él solo quiere el bienestar de aquellos que lo aman y buscan su guía (Romanos 8, 28). “Señor del cielo y de la tierra, tú eres mi única esperanza. Pongo toda mi confianza en ti.” ³³ Salmo

60 (59), 3-5. 12-13 Mateo 7, 1-5

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de junio, martes Salmo 48 (47), 2-4. 10-11 Entre sus palacios, Dios descuella como un alcázar. (Salmo 47, 4) A los turistas les encanta visitar castillos. Desde el castillo de Windsor en Inglaterra hasta el de Cenicienta en Disney World, estas estructuras exhiben belleza y solidez. Su tamaño y decoración dan testimonio de la importancia de las personas que los habitan. El salmo de hoy es una alabanza a Dios que sobresale de entre los “castillos” de Israel como un alcázar, un refugio para protegerse de los enemigos. Entre los edificios de la ciudad santa de Jerusalén se podía encontrar una expresión visible del poderío y la protección de Dios. El templo, en particular, recordaba a los antiguos israelitas que Dios siempre estaría con ellos ofreciéndoles paz y seguridad si ellos permanecían a su lado. El pueblo de Israel tenía un lugar físico designado por Dios donde podían experimentar su presencia. Tal vez los católicos no tenemos una “ciudad santa”, pero sí tenemos objetos, lugares y gestos que nos recuerdan la presencia de Dios y las verdades de nuestra fe. Estos signos son los sacramentos. Las cuentas del rosario, la señal de la Cruz o nuestra capilla preferida son mucho más que solo la apariencia 58 | La Palabra Entre Nosotros

externa. Ellas pueden dirigirnos hacia el Señor, enseñarnos o ayudarnos a adorar a Dios. Es similar a la forma en que un gesto ordinario como una sonrisa, un regalo inesperado o un abrazo cálido son signos externos de nuestro afecto interior por una persona. Por ejemplo, tú sabes que Jesús murió en la cruz por ti, pero tú puedes experimentar esta verdad más firmemente cuando te haces la señal de la Cruz o se la haces a un ser querido. Los recordatorios físicos como este son como las “torres” y las “murallas” de Jerusalén, que manifestaban la presencia de Dios. ¿Cómo puedes sentir la presencia y la protección de Dios? Tal vez el signo de la paz en la Misa te recuerda que Dios te recibe con los brazos abiertos. Tal vez la suave madera de las bancas de la iglesia te dice que Dios es tu fundamento firme. Reflexiona sobre el día de ayer y trata de identificar una experiencia u objeto que te ayude a recordar al Señor. Una vez que adquieras el hábito de observar, encontrarás los recordatorios de la presencia del Señor por todas partes, pues el mundo está lleno de ellos. “Señor mío Jesucristo, recuérdame que estás presente conmigo hoy.” ³³ 2

Reyes 19, 9-11. 14-21. 31-35. 36 Mateo 7, 6-14


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de junio, miércoles Solemnidad de la Natividad de San Juan

Bautista Lucas 1, 57-66. 80 Su nombre será Juan. (Lucas 1, 60) En la Escritura, los nombres que se le daban a las personas eran muy importantes, porque solían hacer referencia al carácter de una persona o a las intenciones de Dios para esa persona. Por ejemplo, Jesús le cambió el nombre a Simón al de Pedro, porque quería edificar su Iglesia sobre la “roca” de la fe de Pedro. Lo mismo sucedió con Juan el Bautista. Todos suponían que se llamaría igual que su padre, pero Zacarías e Isabel le pusieron Juan, como había dicho el ángel, un nombre hebreo que significa “favorecido de Dios” o “bendecido por Dios”. Es cierto que vivir en el desierto, comer saltamontes y vestirse con piel de camello no parecen señales de que Dios hubiera favorecido especialmente su vida; pero viviendo de una forma tan sencilla, Juan encontró la gracia y el favor de Dios. Estuvo dispuesto a despojarse de todas aquellas cosas en las que podía confiar y en vez de afanarse por buscar riquezas o fama, procuró confiar en su Padre celestial. La vida en el desierto le ayudó a Juan a confiar cada vez más en Dios, y a prepararse para su misión de

anunciar al Mesías. Lo convirtió en un depósito de la gracia y el favor de Dios, que es exactamente lo que significaba su nombre. Es posible que tú no te llames Juan (o Juana), pero eso no significa que Dios no te esté bendiciendo. Dios te bendice en cada etapa de tu vida y especialmente en los tiempos de “desierto”. Cuando estamos en el desierto, nos sentimos solos, desconcertados y despojados de aquello en lo que normalmente confiamos. Debemos aprender a confiar en Dios. Entendemos que él es el Único que puede darnos sustento. Por más difícil que sea, el desierto puede ser un tiempo de gracia, y Dios usa estos tiempos para moldear nuestro carácter y liberarnos de cualquier cosa que nos aparte de él. También usa este tiempo como preparación para la siguiente etapa de nuestra vida, como lo hizo con Juan. Ya sea que sientas que ahora estás en un desierto o en un bello jardín exuberante, estás recibiendo el favor de Dios. Nunca te olvides de eso. “Padre celestial, gracias por concederme tu gracia y tu favor.” ³³ Isaías

49, 1-6 Salmo 139 (138), 1-3. 13-14 Hechos 13, 22-26

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de junio, jueves Mateo 7, 21-29 No todo el que me diga: ‘¡Señor, Señor!’, entrará en el Reino de los cielos, sino el que cumpla la voluntad de mi Padre que está en los cielos. (Mateo 7, 21) Querido lector, en este momento quiero invitarte a que cierres los ojos e imagines que Dios está junto a ti y te habla de los deseos más profundos que él tiene para tu vida: “Hijo mío, quiero que seas lo suficientemente libre para que tengas una vibrante vida cristiana. Quiero verte vivir en santidad, gratitud y paciencia. Quiero que seas una bendición para cuantos te rodean. Quiero, hijo mío, que estés lleno del fruto de mi Espíritu Santo.” En el Evangelio de hoy, Jesús les habla a personas que estaban profetizando y realizando milagros en su nombre pero que, en realidad, no lo conocían muy bien. Resulta un poco preocupante escuchar estas palabras, porque nos dicen claramente que el Señor está interesado no solamente en nuestro “desempeño”, sino que espera que seamos santos, no voluntariosos. Él sabe que aquello que libera el verdadero poder del Espíritu y transforma la vida es la santidad. Pero ¡cuidado! A Jesús siempre le agradan nuestras victorias, y siempre se goza viendo los esfuerzos 60 | La Palabra Entre Nosotros

que hacemos para servirlo a él y a su pueblo. También se alegra cuando asistimos a Misa, servimos en un ministerio, rezamos con un amigo o intentamos cumplir sus mandamientos lo mejor posible. Pero al mismo tiempo, conoce perfectamente las áreas de nuestra vida en las que necesitamos crecer. Y no se decepciona por eso, ya que nos conoce tan bien que nuestras faltas no le sorprenden, pero tampoco las usa contra nosotros. En cambio, desea tanto que brillemos como las estrellas del cielo que está dispuesto a librarnos de todo lo que nos retiene (Filipenses 2, 15). Hoy, pídele al Espíritu Santo que te ayude a identificar un aspecto de tu vida que necesite atención. Dile que estás dispuesto a trabajar con él y deja que haga brillar su luz en tu oscuridad, para que así tú puedas iluminar el mundo que te rodea, porque hay personas que necesitan tu testimonio, tu amor y tu compasión, así que deja que el Espíritu Santo te utilice como testigo suyo. Permite que el Señor cumpla el plan perfecto que diseñado para tu vida. “Ven, Espíritu Santo y ayúdame a imitar más a Jesús. Quiero ser sus manos y sus pies en este mundo.” ³³ 2

Reyes 24, 8-17 Salmo 79 (78), 1-5. 8-9


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de junio, viernes Mateo 8, 1-4 Sí quiero. (Mateo 8, 3) Señor, qué asombrosa es la palabra “quiero”, supera con mucho la palabra “puedo” y es mucho más esperanzadora que “debo”. ¡Tú quieres hacerlo! Tú tienes el poder, pues por medio de tu muerte, destruiste al que tiene el dominio de la muerte sobre nosotros (Hebreos 2, 14) y por medio de ese poder, el Padre te resucitó de entre los muertos, te sentó en el cielo, sobre todas las demás potestades y puso todas las cosas bajo tus pies (Efesios 1, 19-22), y te concedió toda autoridad en el cielo y en la tierra (Mateo 28, 18). El Padre mismo ha puesto todas las cosas bajo tu dominio (Juan 13, 3). Pero, ¡tú dices que quieres hacerlo! No simplemente porque puedes sino porque lo decides. Tú decides sanar porque quieres vernos restaurados en ti. Es tu deseo vernos felices, en paz y plenos en ti. Jesús, cuando el leproso te dijo “Señor, si quieres, puedes curarme” (Mateo 8, 2), tú te regocijaste. Seguramente estabas agotado por enseñar y atender a las grandes multitudes, pero lo que hiciste no fue una aceptación resignada, como diciendo: “Bueno, está bien, lo haré.” ¡No! porque exclamaste con entusiasmo: “Sí, yo quiero hacerlo, me deleito en

esto. Queda curado.” ¡Y el hombre quedó sano! Amado Jesús, ¿acaso debo yo esperar menos de ti? Tú viniste a traer el Reino de los cielos a la tierra, un reino en el cual el pecado y la enfermedad son desconocidos. ¡Que venga tu reino, Señor! Deseo que se haga realidad en mí. A ti te agrada perdonar y sanar, ven y sáname. Señor, si quieres, puedes darme paz; puedes aliviar el rencor dentro de mí. Puedes alejar de mí las preocupaciones y llenarme de esperanza. Jesús, sé que te importa. Te preocupó ver la piel del leproso cubierta de llagas, y que por esa razón vivía excluido, sin amigos y en soledad. A ti también te importan las cosas que me preocupan a mí, que son importantes para mí y te agrada abrirme los oídos para que yo escuche lo que me digas. Te gusta abrirme los ojos para que yo vea lo que estás haciendo en mí y a mi alrededor y te agrada renovar mi vida. Señor, si quieres, puedes llenarme con tu vida y tu amor. Dame tu gracia, Señor, para que mi corazón se abra para recibir todas las bendiciones que has apartado para mí. “Señor Jesús, concédeme la bendición de escuchar tu ‘¡sí, yo quiero!’ en mi vida.” ³³ 2

Reyes 25, 1-12 Salmo 137 (136), 1-6 Junio / Julio 2020 | 61


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de junio, sábado San Cirilo de Alejandría, Obispo y Doctor de

la Iglesia Mateo 8, 5-17 En ningún israelita he hallado una fe tan grande. (Mateo 8, 10) El centurión romano del Evangelio de hoy, tenía mucha fe. Tanto cariño le tenía a su sirviente que estaba dispuesto dejar atrás su comodidad y pedirle a un rabino judío que lo socorriera. Jesús lo elogió por el amor y la fe que demostró. Este hombre fue valiente al acercarse a Jesús. Probablemente sabía que existía una buena posibilidad de ser rechazado por ser gentil y oficial del ejército romano que ocupaba Israel. Pero dejó de lado sus dudas y objeciones internas y decidió confiar plenamente, pues pensaba todo lo que Jesús debía hacer era pronunciar una palabra y su siervo sanaría. Eso realmente es un acto de fe. Cada hogar, cada familia y cada comunidad necesita recibir el toque sanador de Jesús. Sin embargo, no es común ver que las personas recen con la confianza que tenía este centurión. De alguna manera, hemos creído la falsa premisa de que simplemente debemos aceptar la vida tal como viene, con lo malo y lo bueno, y no esperar a que Dios intervenga para cambiar una situación difícil que 62 | La Palabra Entre Nosotros

estamos atravesando. Nada podría estar más alejado de la realidad. Jesús desea que pidamos, busquemos y llamemos a la puerta. Es posible que su manera de actuar sea diferente de la nuestra, y ya sea que lo veamos o no, él va a actuar. Por ejemplo, puede responder a nuestras oraciones usando una situación difícil para facilitar la restauración de una relación dañada, o podría ayudarnos a ser más generosos con alguien que está enfermo. También podría concedernos un inesperado y profundo sentido de paz en medio de una crisis. Jesús realmente responde a nuestras plegarias, pero nosotros debemos rezar. En otras palabras, no sabremos de qué forma quiere bendecirnos a menos que se lo pidamos con fe y confianza. No siempre vemos la curación que estamos pidiendo y eso es un verdadero misterio, algo que nunca podremos entender; pero nunca debemos dejar que ese misterio nos impida pedirle a Dios su intervención, ya sea espiritual, emocional o física. Tenemos un Dios bueno y generoso, y podemos estar seguros de que él actuará. “Amado Jesús, hoy te pido un milagro. Confío en que tú quieres hacer grandes cosas porque quieres lo mejor para tu pueblo.” ³³ Lamentaciones

2, 2. 10-14. 18-19 Salmo 74 (73), 1-7. 20-21


MEDITACIONES JUNIO 28-30

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de junio, XIII Domingo del Tiempo Ordinario 2 Reyes 4, 8-11. 14-16 En su discurso de despedida al final de su viaje a los Estados Unidos en septiembre de 2015, el Papa Francisco se dirigió con estas palabras a las personas que se habían reunido en el aeropuerto internacional de la ciudad de Filadelfia: “Sus atenciones conmigo y su generosa acogida son signo de su amor y fidelidad a Jesús.” Esa frase suena como algo que el profeta Eliseo podría haberle dicho a la mujer del relato de la primera lectura de hoy. Ella y su esposo le hicieron una invitación abierta a Eliseo para que fuera a su casa siempre que estuviera en el pueblo. Incluso le ofrecieron una habitación acondicionada donde pudiera hospedarse cada vez que pasara por ahí. Dar generosamente sin esperar recibir nada a cambio parecía ser la consigna de esta familia. Y sin embargo, a pesar de que ellos no lo esperaban, esta pareja ya mayor recibió un premio. Eliseo, que estaba sumamente agradecido por su hospitalidad, rezó y Dios les concedió un hijo.

Ahora, la Escritura es muy clara al decir que solamente Jesús puede salvarnos, no nuestras acciones, pero también aclara que Dios se regocija cuando ponemos el tiempo, los medios económicos y los talentos que tenemos al servicio de su pueblo. Nuestros actos de generosidad conmueven su corazón, y él responde colmándonos de su gracia. ¿Significa esto que debemos tratar de ser generosos para que Dios nos recompense? No precisamente. Damos lo que podemos como agradecimiento por la generosidad de Dios y salimos a buscar a otras personas porque queremos llevarles el amor de Cristo. Esta es la razón por la cual el Papa Francisco nos sigue animando a dar, buscar y demostrar el amor de Dios. Hermano, te invito a que en este día reflexiones en cómo puedes dar más a los pobres, cómo puedes servir más en tu parroquia o comunidad, o ser un testigo más amable y bondadoso para las personas con quienes conversas o trabajas. Recuerda que el Señor se regocija en lo que sea que tú hagas por él. “Señor Jesús, muéstrame cómo ser un testigo de tu amor generoso.” ³³ Salmo

89 (88), 2-3. 16-19 Romanos 6, 3-4. 8-11 Mateo 10, 37-42

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de junio, lunes Solemnidad de San Pedro y San Pablo,

Apóstoles 2 Timoteo 4, 6-8. 17-18 El Señor estuvo a mi lado. (2 Timoteo 4, 17) Al pie de las escaleras que suben hacia la basílica de San Pedro, en Roma, se levantan dos imponentes estatuas, una es de San Pedro y la otra de San Pablo. Estas estatuas, que están colocadas en extremos opuestos de las escaleras, actúan como centinelas que cuidan el templo y como emblemas de la extensión de la Iglesia en todo el mundo. En su estatua, San Pedro está representado con una gran llave, que nos recuerda que Jesús le entregó las llaves del Reino de los cielos (Mateo 16, 19). Tiene una expresión de cuidado y preocupación en su mirada que se dirige hacia las personas reunidas en la plaza: un pastor cuyo corazón rebosa de amor por su pueblo. La de San Pablo lo representa con una mirada intensa y un rollo abierto en una mano y una espada en la otra, “la palabra de Dios… la espada que les da el Espíritu Santo” (Efesios 6, 17). Él es el apóstol apasionado de los gentiles, cuyas cartas en el Nuevo Testamento proclaman la gloria del Señor resucitado y el poder de la vida en el Espíritu Santo. 64 | La Palabra Entre Nosotros

Estos son los dos santos que celebramos hoy: dos pilares de la Iglesia que entregaron la vida por el Evangelio; dos apóstoles cuyos escritos, prédicas y testimonios hicieron posible que la Iglesia se extendiera desde Jerusalén hasta el resto del mundo. Al final de su vida, Pablo dijo que el Señor estuvo a su lado aun cuando todos los demás lo habían abandonado (2 Timoteo 4, 16-17). Cuando Pedro se encontraba en prisión, sin saber si sería ejecutado a la mañana siguiente, un ángel del Señor se presentó y lo liberó (Hechos 12, 7). Así fue como estos hombres pudieron servir a la Iglesia con tanta fidelidad. Confiaron en que Dios estaba con ellos siempre, y esa confianza los hizo mantenerse firmes, hasta el final de sus días y en el martirio. En nuestro corazón, al igual que en la Plaza de San Pedro, ambos apóstoles se alzan como dos de los más grandes héroes de la fe. Cada uno en su propio estilo nos muestra cómo es el discipulado bondadoso y lleno de fe. ¡Qué bendición es que ellos sean parte de nuestra historia! “Santos Pedro y Pablo, rueguen por nosotros.” ³³ Hechos

12, 1-11 Salmo 34 (33), 2-9 Mateo 16, 13-19


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de junio, martes Los Primeros Santos Mártires de la Iglesia

Romana Mateo 8, 23-27 Señor, ¡sálvanos! (Mateo 8, 25) Los discípulos estaban asombrados: Jesús había calmado la tormenta, y se preguntaban: “¿Quién es éste, a quien hasta los vientos y el mar obedecen? (Mateo 8, 27). ¿Quién clase de hombre era? Ellos aún no comprendían que Jesús, el hombre a quien conocían era también Dios. Había nacido de una mujer, y sin embargo era “la imagen visible de Dios…su Hijo primogénito” (Colosenses 1, 15); en él residía todo el poder divino (1, 19), y poseía no simplemente los atributos de Dios sino su naturaleza divina. Él es Dios encarnado. ¿Quién es Jesús? Es Aquel por medio del cual todas las cosas fueron creadas, y por quien existen todas las cosas (Colosenses 1, 16); es Aquel cuyo poder inconmensurable está actuando en nosotros y por medio nuestro (Efesios 1, 19). Él puede ordenar la curación de las enfermedades, como cáncer, Alzheimer, Parkinson y cualquier otra; p puede ordenar que cese la fiebre, la infección, los sarpullidos y también es capaz de soldar huesos fracturados y curar corazones destrozados. Jesús es Aquel que desea una vida plena para todos los que ha creado, y

por eso puede liberarnos de las ataduras del alcoholismo y la adicción a las drogas. También es capaz de traer calma en medio de las tormentas de la vida: el divorcio, la pérdida de trabajo o de un ser querido, en medio de todo tipo de calamidades. El Señor puede dar paz en medio de las emociones exaltadas, de relaciones cargadas de enojo, resentimiento y falta de perdón, y calmar la ira, la lujuria y el deseo de venganza. Con autoridad y amabilidad, le dice al corazón preocupado y atribulado: “No temas, soy Yo.” Jesús puede hacer todas las cosas, porque él es Dios. Tal vez nunca has visto la curación de una enfermedad grave o una discapacidad, la restauración de una relación destruida, o la solución de una situación sin remedio; pero el Señorpuede hacer aquello que tú anhelas con todo tu corazón. Empieza hoy, declarando: “Jesús, Señor y Dios mío, yo creo que tú puedes hacerlo.” Luego pídele al Espíritu Santo que te guíe al punto en el que honestamente puedas decir: “Amado Jesús, yo creo que tú quieres hacerlo.” Después, contempla todas las maravillas que él realizará. “Señor Jesús, yo creo que tú puedes y quieres sanarme. Tú eres mi Señor y mi Salvador, yo confío en ti.” ³³ Amós

3, 1-8; 4, 11-12 Salmo 5, 4-8 Junio / Julio 2020 | 65


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de julio, miércoles San Junípero Serra, presbítero Mateo 8, 28-34 Huyeron hacia la ciudad a dar parte de todos aquellos acontecimientos. (Mateo 8, 33) Endemoniados gritando, cerdos poseídos, porqueros asustados corriendo y un pueblo aterrorizado: este debe ser el relato más colorido de todo el Evangelio según San Mateo. Pero, ¿sabías que esta fue la primera vez que gentiles contaron la buena nueva sobre Jesús? Pensemos cómo habrá sido el relato de los porqueros en la plaza del pueblo sobre lo sucedido al encontrarse con el Señor: “¡Jamás creerán lo que acaba de suceder! Nosotros estábamos alejando a los cerdos de las tumbas porque sabíamos que por ahí había dos endemoniados. De pronto aparecieron unos hombres hablando en arameo y los endemoniados los atacaron, gritando algo de que estaban atormentados. Pero los hombres no huyeron, más bien el que estaba al frente de ellos empezó a hacer gestos apuntando hacia los cerdos. Inmediatamente toda la piara corrió al precipicio y se lanzaron al mar. ¡Todos se ahogaron! Estábamos aterrorizados. ¿Cómo fue que este desconocido hizo tal cosa? “Inmediatamente después, vimos a los endemoniados, pero ya no eran violentos. Parecían más bien pacíficos 66 | La Palabra Entre Nosotros

y calmados, incluso felices, y todo fue por lo que hizo el extranjero. ¡Por eso vinimos a contárselo a todos! ¿Quién podrá ser este hombre?” A veces la evangelización consiste simplemente en compartir lo que te ha sucedido personalmente, lo que has observado o experimentado. Estos porqueros son un ejemplo de cómo se comparte la buena noticia, aunque para cada uno será diferente, porque cada historia es distinta. No hay que olvidar que los lugareños no estaban nada contentos con lo ocurrido. Más bien, corrieron hacia el Señor Jesús suplicándole que se fuera. O sea, reaccionaron con temor, no con fe. La enseñanza de este relato es que no podemos controlar la reacción del público. Es muy probable que cuando tú intentes compartir la fe no tengas la respuesta que esperabas; pero no te preocupes. Todo lo que Dios te pide es que compartas lo que has visto y oído. El Espíritu Santo es el que se encargará de inspirar la respuesta de tus oyentes. Cada uno de nosotros tiene una historia; cualquiera que sea la tuya, ¡compártela! “Señor Jesús, concédeme la oportunidad de contarles a otros lo que he experimentado.” ³³ Amos

5, 14-15, 21-24 Salmo (50) 49, 7-13. 16-17


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de julio, jueves Amós 7, 10-17 Yo no soy profeta. (Amós 7, 14) Amós no se consideraba profeta; sin embargo, ¡transmitía profecías al pueblo de Dios! Amós no negaba que comunicaba profecías a Israel, pero al mismo tiempo no quería que lo llamaran “vidente oficial”. Era un simple pastor de ovejas del reino sureño de Judá; pero esto no le impidió a Dios llamarlo y llevarlo a la próspera región del reino norteño de Israel, ¡incluso hasta la propia corte del rey! La verdad es que no existe un molde para profetas. La historia de Amós nos muestra que cualquiera puede serlo, por obra y virtud del Espíritu Santo. Recuerda, hermano, que cuando fuiste bautizado recibiste el poder del Espíritu y la propia dignidad del Señor Jesús como sacerdote, profeta y rey. Es cierto que no tienes una plataforma internacional como la que tiene el Papa Francisco, pero de igual manera puedes ser profeta en el lugar en el que te encuentras. El Catecismo de la Iglesia Católica enseña que todo el Pueblo de Dios comparte el ministerio profético de Jesús cuando “profundiza en su comprensión y se hace testigo de Cristo en medio de este mundo” (CIC, 785). Así que, cuando profundizas más en tu fe y la compartes con otras personas, estás actuando proféticamente.

Hoy en día muchísimas personas han perdido la esperanza, y se sienten atrapados por el pecado o atados por el egoísmo; pero tú tienes un mensaje importante que compartir con ellos. Puedes recordarles que Dios tiene planes para darles un futuro lleno de esperanza (Jeremías 29, 11). Puedes proclamarlo cada vez que vas a cuidar de alguien que está padeciendo dolor. Puedes anunciarlo cada vez que defiendes con firmeza y mansedumbre tu fe o las necesidades de los pobres, o a los no nacidos y los marginados. Tus palabras y tus acciones pueden causar en los demás un gran efecto. Tú puedes ser un profeta. Dios no está esperando que otra persona lo haga; lo que espera es que tú aceptes el llamado. No caigas en la trampa de pensar que tu trabajo, tu estado de vida o cualquier otro factor externo te descalifica. Si Dios pudo llamar a un pastor de ovejas para proclamar su palabra en las cortes del reino, él puede llamar a cualquier persona, incluso a ti. “Señor, concédeme valor para compartir tus palabras con las personas con quienes me encuentre hoy.” ³³ Salmo

19 (18), 8-11 Mateo 9, 1-8

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de julio, viernes Santo Tomás, apóstol Efesios 2, 19-22 Ustedes… pertenecen a la familia de Dios. (Efesios 2, 19) Podría parecer una exageración afirmar que pertenecemos a la familia de los santos al igual que Tomás, especialmente cuando uno piensa en todo lo que han hecho ellos por Cristo. ¿No te parece que jamás llegarías tan alto como ellos? Pero recuerda que los santos no eran perfectos y Tomás es un buen ejemplo. Observa cómo eran los apóstoles, el “cimiento” sobre el cual se fundó la Iglesia: Pedro no entendió a Jesús y lo negó, y todos, excepto Juan, lo abandonaron. Tomás mismo aseguró que no creería que el Señor Jesús había resucitado hasta no meter su propio dedo en las llagas de sus manos y en la herida de su costado. Pero este no es el final de sus historias. Jesús le dio a Pedro la oportunidad de confesarle tres veces que lo quería, para contrarrestar las tres veces que lo había negado. Luego, Pedro fue el jefe de la Iglesia primitiva. El Señor también se dejó ver por Tomás y le permitió ver sus heridas. Una vez que Tomás vio a Jesucristo resucitado, hizo una de las declaraciones de fe más reveladoras que se puede encontrar en el Nuevo Testamento: “¡Señor mío y Dios mío!” (Juan 20, 28). Luego, 68 | La Palabra Entre Nosotros

Tomás fue a proclamar el Evangelio hasta la India. Estos apóstoles fueron parte de la familia de Dios tanto cuando demostraron falta de fe o debilidad como cuando llegaron a ser valientes héroes de la fe. Esto significa que tú también eres parte de esta familia cuando te das cuenta con dolor de tu debilidad y falta de fe. De hecho, este es un gran comienzo, porque entre más reconoces que necesitas al Señor Jesús, mejor dispuesto estarás a encontrarte con él y recibir su gracia. Fíjate en Tomás: Jesús no le negó la oportunidad de tocar sus heridas, sino que lo invitó a superar su debilidad y profundizar su fe. Tú eres parte de la familia de Dios, y en esta familia, los santos son tus hermanos mayores. Ellos tienen mucho que enseñarte, especialmente a través de sus historias sobre cómo Dios los aceptó y continuó su obra en ellos. Puedes estar seguro de que Dios también te aceptará y realizará su obra en ti; pues según su plan perfecto, él te creó para que seas santo como él es santo. “Amado Jesús, gracias por aceptarme como parte de la familia de los santos.” ³³ Salmo

117 (116), 1-2 Juan 20, 24-29


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de julio, sábado Salmo 85 (84), 9-14 Dios anuncia la paz a su pueblo (Salmo 85, 9) Paz. ¿No es eso lo que todos anhelamos? Paz en el mundo, paz en nuestro país, paz en medio de las familias. Muchos de nosotros seríamos felices si tan solo pudiéramos tener paz al final de un largo día. Pero, la vida no siempre es apacible. Las situaciones que se nos salen de control pueden causarnos intranquilidad. Los eventos que podrían suceder o no suceder en el futuro nos llenan de un sentimiento de temor y preocupación. Incluso los recuerdos de disgustos del pasado pueden proyectar una nube que oscurece el corazón. Sabemos que el Señor Jesús, nos ofrece su paz, incluso en las circunstancias más difíciles. Pero aún podría parecernos que es escurridiza. La verdad es que la paz es difícil de alcanzar. Simplemente pregúntale a un diplomático extranjero o al padre de un adolescente. La paz hay que trabajarla, ella no desciende simplemente por arte de magia; hay que procurarla y buscarla, y cuando la encuentres debes aferrarte fuertemente a ella. Así que, cuando te sientas intranquilo o ansioso, recuerda que esa es la señal de que debes ponerte a trabajar de inmeditado. No te rindas a las preocupaciones que surjan en tu

mente. Más bien respira profundo e intenta concentrarte en el Señor. Piensa que está de pie, frente a ti, con los brazos abiertos para abrazarte. Míralo a los ojos y cuéntale lo que te causa desazón. Sé honesto sobre tus preocupaciones y cómo te están inquietando. Pídele que te ayude a encontrar paz en sus promesas o en su presencia. Luego, escucha. Trata de sentir lo que el Señor Jesús quiera decirte. Tal vez una sola palabra como “confiar” o “perdonar” venga a tu mente. Podría ser también un sentir interior que te ayude a creer que Dios puede sacar lo bueno de la situación que atraviesas. O tal vez tengas una idea de cuál debería ser el próximo paso que des. Si lo que sientes en tu corazón te da más paz, sigue ese sentimiento. Y si no sientes paz, procura esforzarte lo mejor que puedas para continuar. Recuerda que Jesús está contigo, y aun cuando tú no sientas su presencia, él nunca te va a abandonar. Confía en que su amor perfecto echa fuera todo temor (1 Juan 4, 18). Ten la seguridad de que en su momento, así será. “Ven, Señor Jesús, y lléname con tu paz.” ³³ Amos

9, 11-15 Mateo 9, 14-17

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MEDITACIONES JULIO 5-11

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de julio, XIV Domingo del Tiempo Ordinario Mateo 11, 25-30 Para los niños la vida es una aventura. Si le das a un niño un carro de bomberos para que juegue, se pasará horas apagando un gigantesco incendio. Si le das una muñeca a una niña, la tratará como si fuera su propia hija. Los niños tienen mucha imaginación. Si les das una gran caja de cartón, rápidamente lo convertirán en una nave espacial, un carro de carreras o una casa de muñecas. Pero también son sencillos. Ellos creen todo lo que sus padres les dicen. Consiguen amigos casi inmediatamente y ofrecen su afecto libremente y sin sospechas. Los adultos en cambio hacemos demasiadas preguntas. Nos gusta pensar las cosas. Sopesamos cuidadosamente las ventajas y las desventajas de una decisión y examinamos cada ángulo. Y aunque eso generalmente es bueno, analizar demasiado la situación puede convertirse en un obstáculo. Esto sucede especialmente con asuntos relacionados con la fe. Por eso es que el Señor Jesús nos anima a ser “como niños” (Mateo 18, 3). 70 | La Palabra Entre Nosotros

Seguirlo a él también debería ser una aventura sencilla. Por ejemplo, podríamos usar la imaginación en la oración pensando que somos algunos de los personajes de los tiempos bíblicos. Podemos imaginarnos a Jesús cuando multiplicaba los panes o caminaba sobre el agua; unirnos a los israelitas mientras cruzan el Mar Rojo y viajan hacia la Tierra Prometida o ubicarnos en el campo de batalla y presenciar cómo David vence al gigante Goliat. Si utilizamos la imaginación de esta forma, podemos imitar al niño que hace todo tipo de preguntas: “¿Por qué se multiplicó la comida? ¿Cómo puede estar Jesús en todos lados al mismo tiempo? ¿Cómo es un ángel?” ¡No te contentes con la misma vieja rutina! Atrévete a emprender una nueva aventura e inténtalo hoy mismo cuando estés en Misa: Pídele al Señor que te lleve al Aposento Alto durante la Plegaria Eucarística. Observa cómo celebra la primera Eucaristía con sus apóstoles. ¿Cómo es esa escena? ¿Qué te está diciendo el Señor? Atrévete a ser niño de nuevo. “Aquí estoy, Señor, preparado para una nueva aventura contigo.” ³³ Zacarías

9, 9-10 Salmo 145 (144), 1-2. 8-9. 10-11. 13-14 Romanos 8, 9. 11-13


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de julio, lunes Santa María Goretti, virgen y mártir Oseas 2, 16. 17-18. 21-22 Yo conduciré a Israel… y le hablaré al corazón (Oseas 2, 16) El profeta Oseas vivió en el siglo VIII antes de Cristo. El reino norteño de Israel era próspero, pero el pueblo había dejado de cumplir su alianza con Dios y adoptado rituales paganos. Entonces, ¿por qué leemos en la primera lectura que Dios guio al pueblo y le habló al corazón? La escena parece casi romántica, como si Dios estuviera cortejando a su pueblo en vez de reprenderlo por su infidelidad. ¡Y así debe ser! Al principio del libro de Oseas leemos que la esposa del profeta le fue infiel y que Dios le ordenó hablarle a ella repetidamente para hacerla regresar a su hogar. El amor persistente de Oseas por su esposa es reflejo del amor inquebrantable de Dios por su pueblo, y por nosotros también. Es por eso que Dios prometió llevar a su pueblo rebelde al desierto: no para castigarlo por sus pecados, sino para conquistar de nuevo su corazón; quiso alejarlo de las distracciones para que escuchara de nuevo cuando le hablara de su compromiso, su amor fiel y su deseo de perdonar sus pecados. Este es uno de los mensajes más importantes de Oseas: Dios, el esposo,

siempre toma la iniciativa; siempre se nos acerca aun cuando hayamos sido infieles con él. El Señor no quiere que nos alejemos de su presencia, pero si lo hacemos, tratará de ganarse de nuevo nuestro afecto para que volvamos a ser fieles. En este día Dios quiere persuadirte, desea que vayas con él a un lugar libre de distracciones para que puedas escuchar su voz. Permítele que te hable al corazón, que te convenza de su fidelidad y de su amor. Si te parece que tus errores son demasiado grandes, no permitas que eso te impida acercarte al Señor. Cristo prometió: “Cuando yo sea levantado de la tierra, atraeré a todos a mí mismo” (Juan 12, 32). Jesús fue levantado de la tierra en su ascensión, y es levantado cada día en la Misa, y por haber sido “levantado” lo que ahora verdaderamente le importa es una cosa: atraerte a ti y a todos los demás a su lado. Hermano, te invito a que le entregues de nuevo tu corazón a Jesucristo y a que le permitas que él también te enamore. “Señor, ayúdame a aquietar el corazón. Confío en que tu amor me guía.” ³³ Salmo

145 (144), 2-9 Mateo 9, 18-26

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de julio, martes Mateo 9, 32-38 Jesús recorría todas las ciudades y los pueblos. (Mateo 9, 35) Resulta sorprendente que Jesús mismo tuviera que evangelizar. ¿Por qué no simplemente infundió de forma supernatural el conocimiento de Dios en la mente de cada persona? Como Creador divino él podía fácilmente forzar a la gente a creer. Ellos habrían sabido instantáneamente que él era Dios y que podía redimirlos de sus pecados. Pero la meta del Señor no era simplemente transmitir información. Tampoco pretendía abrumar a su pueblo con obras prodigiosas. Lo que quería era tener una relación personal con cada uno; deseaba que lo amaran por ser quien era y no por lo que había dicho o lo que podía darles. Por eso eligió formas humanas y ordinarias de acercarse a la gente. Como nos lo narra Mateo, Jesucristo visitó “todas las ciudades y los pueblos” (Mateo 9, 35); recorrió caminos polvorientos, fue a las sinagogas, se acercó a los aldeanos y conoció sus historias y los sanó. Ese es un gran ejemplo para nosotros. Podríamos pensar que necesitamos un plan complicado para llevar la buena noticia a nuestros amigos o familiares, incluso a los extraños. O simplemente podríamos desear que 72 | La Palabra Entre Nosotros

Dios les infundiera el conocimiento del Evangelio. Pero Jesús nos muestra cómo empezar: por las relaciones personales. ¿Cómo? Hazte presente para las personas, tal como lo hizo el Señor. Hay muchos que simplemente desean que alguien les escuche; que alguien los trate con un poco de bondad. Al empezar a hacer esto, verás cómo se empiezan a formar relaciones de confianza. Es en el contexto de una relación personal que tú puedes hablar honestamente sobre quién es Dios en tu vida. Cuando un amigo te pregunta “¿por qué asistes a la iglesia?”, tú puedes explicar que la Eucaristía te da fortaleza espiritual y cuando tu amigo se fija en la Biblia que tienes en el auto puedes decirle que escuchas a Dios cuando lees la Escritura. Las relaciones: así es como todo comienza; pero no termina ahí. Con cada amistad que haces y cada encuentro que tienes, puedes estar sembrando semillas que acercan a alguien más al Señor. “Señor, ayúdame a acercarme a la gente con bondad y atención. Abre mi corazón y el de ellos para que reciban la buena noticia.” ³³ Oseas

8, 4-7. 11-13 Salmo 115 (113B), 3-10


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de julio, miércoles Mateo 10, 1-7 Proclamen por el camino que ya se acerca el Reino de los cielos. (Mateo 10, 7) El Señor Jesús reunió a sus doce apóstoles para enviarlos a proclamar que en su Persona había llegado el Reino de Dios. Quería que, tal como él lo había hecho, sus discípulos hablaran valientemente y con gran confianza y autoridad. Ponte en los zapatos de los apóstoles e imagina cómo pueden haberse sentido. Hasta ese momento, Jesús los había estado guiando, enseñándoles y mostrándoles con su ejemplo cómo compartir la buena nueva de su Reino. Ahora les tocaba a ellos hacerlo por sí mismos. Pero el Señor no les dijo: “Yo sé que esto puede causarles cierto temor, pero no se preocupen si aún no se sienten listos. Si no quieren ir está bien, yo lo entiendo y lo acepto.” No, no fue eso lo que les dijo. Los había preparado bien y tenía plena seguridad de que serían capaces de hacer lo que les estaba pidiendo. Así que les propuso un desafío en vez de una sugerencia. ¿Sabías que Jesús quiere hacer lo mismo contigo? No importa si no te sientes particularmente dotado ni muy entrenado para alguna tarea que él te haya asignado. Ya sea que te pida que enseñes la fe a niños pequeños,

compartas un pasaje de la Escritura con alguien que está en dificultades o te unas a la pastoral carcelaria de tu parroquia, tú no lo estarás haciendo por ti mismo. Al igual que los primeros discípulos, el Señor te envía con su autoridad (Mateo 10, 1), y por medio del Espíritu Santo derramará su gracia sobre ti y te concederá todos los dones que vayas a necesitar. Desde luego, es probable que cometas errores o tengas algunas fallas por el camino. Quizás no sepas bien qué decir, o tal vez tengas que aprender a tomarte el tiempo para escuchar. La historia de la Iglesia está llena de relatos de personajes muy humanos que lograron, a pesar de sí mismos, proclamar la Palabra de Dios y realizar su obra en el mundo. Si te parece que Dios te está pidiendo que hagas algo para lo que no te sientes preparado, no permitas que el temor al fracaso o la incapacidad te detenga. Da un paso adelante con fe y haz lo mejor que puedas, porque dar lo mejor de ti siempre es suficiente para el Señor. “Amado Jesús, gracias por confiar en mí; concédeme la gracia para ser testigo de tu amor.” ³³ Oseas

10, 1-3. 7-8. 12 Salmo 105 (104), 2-3. 4-5. 6-7

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de julio, jueves Santos Agustín Zhao Rong, presbítero y compañeros mártires Oseas 11, 1-4. 8-9 La tradición cuenta que, hacia el final de la vida de San Juan, la gente acudía a la isla de Patmos para celebrar con él la Eucaristía dominical. Juan estaba anciano y frágil, y tenían que cargarlo cada domingo, pero eso nunca le impidió darles siempre el mismo mensaje: “Hijitos, Dios los ama. Ámenlo y ámense los unos a los otros.” Era todo lo que decía, pero la gente seguía llegando. Al preguntarle por qué seguía repitiendo estas palabras, respondió: “Porque eso era lo que el Señor repetía.” En la primera lectura de hoy, el profeta Oseas podría haber dicho lo mismo. Hablando en el nombre del Señor, hace un recuento de la infidelidad y los pecados de Israel, pero insiste en que Dios nunca ha dejado de amarlos. En un poema conmovedor, demuestra que el amor de Dios es eterno, íntimo, incondicional e inmutable, y cuando este amor se derrama sobre su pueblo, se llama misericordia. Al igual que Juan, Oseas quería que su pueblo experimentara la misericordia, no que simplemente oyera hablar de ella. Parece muy atractivo, ¿no es cierto? Pero, citando al Papa Francisco: “No es fácil encomendarse a la 74 | La Palabra Entre Nosotros

misericordia de Dios, porque es un abismo incomprensible; pero hay que hacerlo. ‘Ay, padre, si usted conociera mi vida, no me hablaría así.’ ‘¿Por qué? ¿Qué has hecho?’ ‘¡Ay padre! Las he hecho gordas.’ ‘¡Mejor!’ ‘Acude a Jesús. A él le gusta que le cuenten estas cosas… Luego, se olvida, te besa, te abraza y te dice solamente: ‘Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más.’ Solo te da ese consejo.” O lo que Dios le dijo a Santa Faustina, una religiosa polaca que vivió antes de la Segunda Guerra Mundial: “Yo soy el amor mismo. Mi corazón se desborda con gran misericordia por las almas, especialmente los pobres pecadores. Que nadie tema acercarse a mí, aunque sus pecados sean rojos como escarlata; mi misericordia es más grande que todos sus pecados.” ¡Dios te ama, hermano! ¡Créelo en lo más profundo de tu corazón! Sea lo que sea que hayas hecho, o lo que te hayan hecho, Dios no te ha rechazado. Permítele que te muestre su amor y su misericordia, y deja que te repita una y otra vez: “Te amo mucho. Ámame a mí y ámense unos a otros. ¡Yo te amo!” “Padre celestial, lléname con tu amor.” ³³ Salmo

80 (79), 2-3. 15-16 Mateo 10, 7-15


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de julio, viernes Mateo 10, 16-23 Yo los envío. (Mateo 10, 16) ¿Te causa cierto temor que el Señor te envíe a evangelizar? Tal vez piensas que no eres tan santo, que no tienes las suficientes habilidades o que no eres tan simpático. Pero, intenta leer las palabras “yo los envío” desde una perspectiva distinta. Cuando envías una carta a un amigo, procuras que se vea presentable. Eliges un papel bonito, un sobre limpio, utilizas tu mejor bolígrafo y procuras usar las palabras adecuadas. Pero, en realidad, la verdadera “fuerza” que mueve la carta es la estampilla que se adhiere al sobre. Si hay una palabra mal escrita o una esquina doblada, eso no importa; la carta siempre llegará a su destino mientras tenga una estampilla. Tú confías en que tu amigo la recibirá y apreciará el gesto. Ser enviado por Jesús no es muy diferente. Somos como cartas enviadas por Dios. Cada palabra de aliento y cada obra de caridad puede comunicar el amor de Dios a las personas con quienes tenemos contacto. San Pablo dijo a los corintios que ellos eran una “carta… escrita por Cristo mismo… no en tablas de piedra, sino en corazones humanos” (2 Corintios 3, 2. 3). Es obvio, pues, que querrás que tu carta tenga la mejor letra posible, es decir, querrás vivir de una forma digna de

la bondad de Dios y pronunciar palabras que animen a las personas. Con todo, también sabes que la verdadera “fuerza” de la evangelización no radica únicamente en tu habilidad o esfuerzo: ¡necesitas la estampilla de la gracia de Dios! El Señor nos pide que seamos astutos. Sí, ser enviado requiere de nuestro tiempo y esfuerzo; pero recuerda: la evangelización depende de dos cosas esenciales: la estampilla de la gracia de Dios y la carta de tu vida. ¡No descartes la gracia! No olvides que Dios desea que su palabra sea proclamada: y no olvides que él quiere ayudarte para que seas lo más eficaz posible. Así que sigue pronunciando palabras de esperanza y realizando obras de bondad. Pero también descansa en el conocimiento de que esto no depende solo de ti; también depende de Aquel que te envía, el Dios que te ha sellado con su gracia. Él conoce tus manchas y esquinas dobladas, y te está enviando de todas maneras porque confía en el poder de la estampilla que ha adherido a tu vida. “Aquí estoy, Señor. Envíame a mí.” ³³ Oseas

14, 2-10 Salmo 51 (50), 3-4. 8-9. 12-13. 14. 17

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de julio, sábado San Benito, Abad Mateo 10, 24-33 Según los psicólogos, las reacciones más comunes ante una situación aterradora son tres: (a) decidirse a enfrentar la situación y tratar de resolverla, (b) paralizarse y no hacer nada o (c) huir del problema. En otras palabras, luchar, quedarse tenso o huir. En el Evangelio de hoy, el Señor Jesús les dice a sus discípulos tres veces “No tengan miedo,” refiriéndose a los temores que pudieran impedirles llevar a cabo su primera misión apostólica. Primero, les dice que no dejen de anunciar el “secreto” del Reino a pesar de la oposición que encontrarían (Mateo 10, 26). Luego, les reafirma que el Padre es el único que tiene poder ilimitado, así que ellos no deberían preocuparse de sus detractores (10, 28). Finalmente, les dice que su Padre conoce cada detalle íntimo de sus vidas y que jamás los abandonará (10, 29-31). Jesús no estaba simplemente consolando a sus discípulos. Les estaba comunicando verdades en las que ellos pudieran confiar cuando fueran presa del temor y quisieran abandonar su misión. El Señor los estaba dotando de las verdades fundamentales de su identidad y de cuánto los cuidaba el Padre, verdades que ellos podían usar como escudos para 76 | La Palabra Entre Nosotros

defenderse y como motores que les ayudaran a avanzar en la fe. Todos hemos tenido temores que nos han hecho paralizarnos o nos han tentado a abandonar la carrera. El temor es una parte normal de nuestra vida, y hay momentos en que es una reacción emocional saludable; pero nunca debemos permitir que el temor nos impida avanzar junto al Señor. Cuando te encuentres en una situación alarmante, intenta hacer un alto, respira profundamente y recuerda las verdades de tu fe. Piensa en la cruz de Cristo y su resurrección; recuerda el amor y la protección de tu Padre, y declara que el Espíritu Santo vive en ti. Recuerda también que le perteneces a Cristo y que él nunca te abandonará. ¡Recuerda, recuerda, recuerda! Al practicar este santo recuerdo, sentirás que el Señor está a tu lado, y encontrarás valor para luchar contra tus temores y dar el siguiente paso, cualquiera sea tu situación. Dios no quiere que te dejes dominar por el miedo, sino que deposites toda tu confianza en él. “Señor Jesús, ayúdame a aferrarme a mi fe cuando me siento inseguro. Señor, confío en tu amor infinito.” ³³ Isaías

6, 1-8 Salmo 93 (92), 1ab. 1c-2. 5


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de julio, XV Domingo del Tiempo Ordinario Isaías 55, 10-11 En el Evangelio de hoy, el Señor Jesús utiliza la imagen de la semilla plantada en diferentes tipos de suelo para enseñar a sus oyentes sobre lo fructífera que es la Palabra de Dios (Mateo 13, 1-23). Cada semilla tiene el mismo potencial de crecimiento; lo que determina la abundancia de la cosecha es el tipo de suelo. El profeta Isaías parece decir lo mismo: al igual que la semilla, la Palabra de Dios siempre es fructífera, no regresará sin resultado. Así que parece que es nuestra respuesta humana la que determina la cosecha. Posiblemente esto explica por qué hay personas que parecen dar más fruto espiritual que otras. En el Antiguo Testamento se narra el relato del rey Saúl y de David que nos ofrece un cuadro dramático de este principio (1 Samuel 9—2 Samuel 12). Saúl fue elegido por Dios para gobernar a Israel, pero debido a su temor y egoísmo, desobedeció al Señor; de modo que su reinado no logró el propósito de Dios ni dio un fruto duradero. Como resultado, Dios escogió a otra persona

para reemplazar a Saúl, un hombre según su corazón: David, el pastor. Por su parte, David hizo lo que Dios le mandó. Luchó contra los enemigos de Israel, rescató el Arca de la Alianza de los filisteos, e incluso danzó alegremente delante el Señor para que todos lo vieran. Todos sabemos que David no era perfecto. Cometió adulterio y se dejó atrapar en una red de decepción y asesinato. Pero también se arrepintió (Salmo 51 (50)). A pesar de sus graves pecados, la humildad de David permitió que Dios continuara usándolo. David no produjo fruto para el Señor por ser perfecto; sino porque amaba a Dios y procuró seguirlo con todo su corazón. La historia de David y Saúl demuestra que Dios puede trabajar con personas imperfectas que sean humildes, dedicadas y dispuestas a hacer su voluntad. A través de pecadores arrepentidos como David, o como nosotros, la semilla de la Palabra de Dios no regresa vacía, puede dar mucho fruto. “Por tu bondad, oh Dios, ten misericordia de mí. Permite que tu palabra dé fruto en mi vida.” ³³ Salmo

65 (64), 10-14 Romanos 8, 18-23 Mateo 13, 1-23

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de julio, lunes San Enrique Mateo 10, 34—11, 1 El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí. (Mateo 10, 37) Las relaciones familiares posiblemente son las más importantes e influyentes que tenemos. En Israel, en el tiempo de Jesús, esto era incluso más patente que ahora. Esa es la razón por la cual las palabras del Señor Jesús en el Evangelio de hoy eran especialmente difíciles de aceptar para sus oyentes: ¿Tenían que cortar los lazos familiares por el bien el Evangelio? ¿Pretendía realmente Cristo que sus discípulos hicieran esto? Bueno, no precisamente. El Señor estaba utilizando una exageración: Nuestra relación con el Señor debe ser la relación más importante de nuestra vida. Recordemos que el primer mandamiento es amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma, con toda tu mente y fuerzas; y luego al prójimo. Por eso ninguna otra relación, ni siquiera con los familiares más cercanos, debe ser más importante que con él. Esto, por supuesto, no significa que dejemos de amar a nuestros familiares ni a nadie más. Simplemente nos está pidiendo que pongamos en orden nuestras prioridades y que él sea el que pongamos en primer lugar, por sobre todo en nuestro corazón. 78 | La Palabra Entre Nosotros

La mayoría de las personas se preocupan por lo que piensan de ellos sus familiares y cómo pueden complacer a sus padres o sus hijos, y eso está bien. Sin embargo, a veces dejamos que estas preocupaciones familiares anulen o desplacen nuestra relación con Jesús, las cuales pueden llegar a dominarnos tanto que, en la práctica, nos desentendamos del Señor Jesús y tratemos de agradar a nuestros familiares más que a él. Cuando esto sucede, caemos en la trampa de buscar satisfacción personal y capacidad de amar a nuestros familiares en fuentes incorrectas. Poner al Señor en primer lugar resultará ser la decisión más sabia en nuestras amistades con otras personas, y especialmente en nuestra familia. De hecho, tener una sólida conexión de amor con Jesucristo puede mejorar la relación que tengamos con otras personas. ¿Por qué? Porque entre mayor cercanía tengamos con el Señor, más pacíficos, compasivos y generosos seremos. Su amor suaviza las asperezas del corazón y nos ayuda a amar a nuestros seres queridos tal como él los ama a ellos. Y estos son siempre los principales ingredientes de una relación sana y cariñosa. “Señor, ayúdame a amarte y seguirte a ti antes que a los demás.” ³³ Isaías

1, 10-17 Salmo 50 (49), 8-9. 16bc-17. 21. 23


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de julio, martes Santa Kateri Tekakwitha, virgen Isaías 7, 1-9 Y si ustedes no creen en mí, también irán a la ruina. (Isaías 7, 9) El rey Ajaz y el pueblo de Judá temblaron de miedo. Las fuerzas enemigas sitiaron la ciudad de Jerusalén y estaban listas para invadirla. Temiendo por su pueblo y por su propia vida, Ajaz empezó a considerar lo impensable: pedir ayuda al poderoso ejército sirio para repeler el ataque. ¿Cuál era la dificultad con esa estrategia? Judá tendría que rendirse ante Siria y llegar a ser un estado vasallo. Peor aún, tendría que quitar del Templo el altar del Señor y construir un altar dedicado a los dioses sirios y ofrecerles sacrificios a estos. Como respuesta a estos planes, el Señor envió al profeta Isaías para instar a Ajaz a que se mantuviera firme. “Mantente alerta, pero tranquilo”, le dijo al rey, y le aconsejó que confiara que Dios podía protegerlo a él y a su pueblo. Sin esa fe, ni el rey ni Jerusalén podrían resistir. Las palabras de Isaías nos muestran que la fe es realmente importante. Lo fue para Ajaz y lo es también para nosotros. La fe pone los fundamentos de nuestra vida, así como los cimientos de una casa constituyen un fundamento sólido para el edificio y una habitación segura para sus ocupantes.

La fe que tenemos en el Señor Jesús puede hacer lo mismo por nosotros. Es un ancla tan segura que podemos vivir con esperanza, aún en las circunstancias más difíciles; nos capacita para enfrentarnos con paz a situaciones complicadas; nos ayuda a permanecer en el camino de la obediencia, y lo mejor de todo, nos comunica alegría y consolación, porque nos asegura que Dios está con nosotros y que las dificultades que enfrentamos nunca son la última palabra. Todos enfrentamos situaciones que nos prueban la fe, una enfermedad grave, un cambio de trabajo o una amistad dañada; pero Dios nos dice a nosotros lo mismo que le dijo a Ajaz: “Manténgase firmes en su fe.” La situación de Ajaz parecía desesperada, pero Dios tuvo una respuesta para él. Así que, aunque tus problemas parezcan insuperables, ciertamente Dios siempre tiene una respuesta para ti también. Tal vez no sea la respuesta que estás esperando, pero, ¡no temas!, puedes confiar que es la mejor respuesta posible. “Señor Jesús, dame tu gracia y ayúdame a mantenerme firme en la fe.” ³³ Salmo

48 (47), 2-8 Mateo 11, 20-24

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de julio, miércoles San Buenaventura, obispo y doctor de la

Iglesia Salmo 94 (93), 5-10. 14-15 El Señor no rechaza a su pueblo. Señor, yo sé que tú nunca me abandonarás ni me dejarás sin tu protección y tu ayuda, porque tú eres un Dios que protege, apoya y sana. El Señor no rechaza a su pueblo. Cuando repaso mi vida y recuerdo aquellos tiempos de crisis, veo que siempre has estado a mi lado. Cuando repentinamente sufrí una nueva enfermedad que me hizo sentir vulnerable, tú estabas conmigo. Cuando he atravesado una dificultad financiera, tú me ayudaste a superarla. Cuando he estado de luto por un ser querido, tú lloraste conmigo. Tú siempre me has acompañado en todas las circunstancias de la vida. Tú me llevaste en brazos cuando yo no podía caminar más. Recuerdo estos momentos y me lleno de gozo. ¡Eres un Dios maravilloso! El Señor no rechaza a su pueblo. Señor, cuando sea tentado a dudar de que tú estés junto a mí, ayúdame a recordar aquellos momentos en que has estado conmigo. Ayúdame a no escuchar las mentiras del enemigo, que trata de convencerme de que tú no me cuidas. Cuando me enfrente a nuevos desafíos, quiero responder 80 | La Palabra Entre Nosotros

con fe, aferrado a la verdad de quién eres tú: un Padre fiel y misericordioso que siempre está junto a su pueblo, incluso en el momento más oscuro y aunque ellos lo abandonen. El Señor no rechaza a su pueblo. Señor Jesús, tú sabes lo que es ser humano y lo que se siente cuanto tus amigos te abandonan, y sabes que mis temores y ansiedades me hacen sentirme abandonado también. Es cierto que mis sentimientos tienen altibajos, porque en un momento tengo paz y al siguiente me siento alterado. En esos momentos, Señor, ayúdame a superar mis emociones y apoyarme en la verdad de que tú nunca me abandonarás a mi suerte. El Señor no rechaza a su pueblo. Señor, la próxima vez que enfrente dificultades, te prometo que fijaré mis ojos en ti y en lo que quieres obrar en mi vida. Me aferraré a tu promesa de que siempre estarás conmigo, tú jamás me abandonas. La recitaré una y otra vez, al igual que la respuesta al Salmo de hoy: “El Señor no rechaza a su pueblo.” “Padre celestial, tú sostienes todas las cosas, incluyéndome a mí. Señor, ¡en ti confío!” ³³ Isaías

10, 5-7. 13-16 Mateo 11, 25-27


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de julio, jueves Bienaventurada Virgen María del Carmen Mateo 11, 28-30 Mi yugo es suave y mi carga, ligera. (Mateo 11, 30) Para la gente que escuchaba al Señor en ese tiempo, la imagen del yugo resultaba muy conocida, pero para nosotros, tal vez no resulte tan sencillo relacionarla con algo. El yugo se hace para dos bueyes, que forman una yunta. Cuando los bueyes son jóvenes, se les enseña a tirar juntos mientras están uncidos con el yugo. Si un buey quiere ir en una dirección y el otro en una distinta, ambos experimentan el dolor de tirar en contra del yugo, y mientras más esfuerzo hagan, peor es el dolor. Así que, en cierto sentido, podemos decir que el yugo lastima a los bueyes y les aumenta la carga; pero cuando los dos van en la misma dirección, el yugo en realidad les facilita el trabajo. Generalmente cuando un buey decide avanzar en una dirección, el otro lo sigue. Esto nos ayuda a entender lo que dijo el Señor de que aceptar su yugo nos aliviana la carga, y así es como debe funcionar el yugo. Nos enseña a dejar que el Señor fije el rumbo, y seguir a Aquel que se ha unido a nosotros en una alianza de amor. También descubrimos lo que sucede

cuando tratamos de seguir nuestro propio rumbo, pues esforzarnos a vivir contra la guía de Dios provoca dolor, como lo entendió Pablo en Hechos 26, 14 cuando el Señor le dijo que al “dar coces contra el aguijón” (es decir, patear el punzón con que se estimulaba a los bueyes), solo se hacía daño a sí mismo; en cambio cuando seguía a Jesucristo, tenía más paz y era más fructífero. Los seres humanos fuimos creados para aprender intentando y cometiendo errores, a veces dolorosos. Si esto parece inflexible, podemos confiar que el Señor es extremadamente paciente, pues nunca deja de amarnos y guiarnos y sabe que seremos más dóciles si experimentamos los maravillosos efectos de seguir su guía. Cristo confía en que aprenderemos. Sí, el yugo del Señor es suave, porque Aquel que nos guía camina a nuestro lado bajo el yugo, compartiendo todas nuestras cargas e invitándonos a descansar en él. Todo lo que nos pide es que sigamos su guía. “Amado Jesús, quiero conocer tu bondad y tu humildad mientras camino a tu lado.” ³³ Isaías

26, 7-9. 12. 16-19 Salmo 102 (101), 13-14ab. 15. 1618. 19-21

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de julio, viernes Mateo 12, 1-8 El Hijo del hombre es dueño del sábado. (Mateo 12, 8) Todos sabemos que tenemos que asistir a Misa los domingos y guardar ese día para dedicarlo al Señor. Pero, ¿alguna vez has pensado que el día de reposo es un regalo y no una obligación? Porque realmente eso es. Dios nos dio el día de reposo para descansar de nuestra rutina diaria y para adorarlo a él, relajarnos en su presencia y reanimarnos mientras nos preparamos para la semana que tenemos por delante. Sin embargo, a pesar de estas bendiciones, a veces nos parece que el día de reposo es como una carga más que el don que se supone que sea. Algunos de los fariseos en el tiempo de Jesús caían en una tentación similar. Eran tan celosos de cumplir la ley de Moisés que convertían el sábado, es decir, el día de reposo, en una larga lista de obligaciones y prohibiciones y exigían que todo el mundo la cumpliera. Como se consideraban vigilantes del sábado, siempre andaban buscando transgresores. Así que, naturalmente, cuando el Señor “violó” el sábado, eso les llamó la atención. Y esa no fue la única ocasión. Jesús empezó a ser conocido como el “rabino que sana a los enfermos en día sábado.” Los fariseos estaban tan centrados en su interpretación de la ley que no 82 | La Palabra Entre Nosotros

eran capaces de reconocer que Jesús era el Mesías prometido, y el dueño del sábado (Mateo 12, 8). Hermano, ¡no caigas tú también en el mismo error! Acepta que el día de descanso es un regalo especial que Dios te da, y reconoce su valor como ocasión de renovación y restauración. El Señor Jesús quiere pasar tiempo de esparcimiento contigo para bendecirte y darte lo que necesitas y para que tú lo conozcas mejor; desea celebrar su resurrección contigo y con tu parroquia en la Misa dominical y también te invita a conectarte de nuevo con tu propia familia y amigos disfrutando de algo de recreación o simplemente leyendo un buen libro. Deja que te conceda la gracia que necesitas para hacer todo lo que él te pide que hagas en los próximos seis días. ¿Cómo es tu domingo? ¿Hay algo que deberías cambiar para recibir las muchas bendiciones que Dios tiene para ti en el día de descanso? Si aceptas su regalo del día de reposo, descubrirás que es un valioso don que te concede continuamente. “Señor, gracias por el don del descanso del domingo, dame tu gracia para disfrutarlo junto a ti.” ³³ Isaías

38, 1-6. 21-22. 7-8 (Salmo) Isaías 38, 10-12. 16


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de julio, sábado San Camilo de Lelis, presbítero Mateo 12, 14-21 Jesús se retiró de ahí. (Mateo 12, 15) Jesús estaba agotado de viajar, predicar y realizar milagros. Acababa de curar a un hombre en día sábado, y descubrió que, a pesar de su creciente popularidad, algunos fariseos se estaban confabulando para matarlo. ¿Qué harías tú en la misma situación? Mateo dice que el Señor se “retiró” en vez de enfrascarse en más controversias (Mateo 12, 15). No era la primera vez que eludía el conflicto, pero cabe recordar que Jesucristo no evitaba enfrentarse con sus críticos, e incluso lo hacía muy directamente. De hecho, a veces él mismo provocaba la controversia con su enseñanza y sus signos. Así que, ¿cómo decidía hacerles frente o retirarse? Podemos suponer que Jesús basaba su decisión en su misión central: hacer la voluntad de su Padre celestial. Así que probablemente se decidía por la perspectiva que mejor le permitiera cumplir esa voluntad. Sabía que aún no era el momento del sacrificio, así que se retiró del lugar sigilosamente. Podría haberse quedado para debatir con sus enemigos, podría haberlos desarmado con sus propias censuras contra ellos. No rompió la “caña resquebrajada” de los desorientados

fariseos ni apagó la “mecha humeante” de la multitud entusiasmada pero confundida (Mateo 12, 20). A menudo, lo que nosotros deseamos es defendernos inmediatamente, para rechazar a aquellos que se nos oponen y no nos cuesta acusarlos o sacar sus errores a la luz para tratar de desarmar sus argumentos; pero así mordemos el anzuelo cuando estamos en una discusión, nos olvidamos de nuestra misión de amar incluso a nuestros enemigos y reaccionamos con juicio o condena. Si descubres que estás agitado, ¡detente y discierne! ¿Qué es lo que pretendes? O para ser más precisos, ¿qué es lo que Dios quiere en esta situación? Si crees que es mejor abstenerte, entonces, retírate igual como lo hizo Jesús. Si crees que es apropiado continuar la conversación, pídele comprensión y compasión al Espíritu. Procura decir palabras que traigan paz y no hostilidad, palabras que edifiquen y no que desanimen. El Señor siempre mantuvo una actitud de amor, ya fuera que se retirara o se enfrentara. Y con la ayuda de Dios, tú también puedes hacerlo. “Señor, enséñame a imitar tu misericordia y amor.” ³³ Miqueas

2, 1-5 Salmo 10 (9), 1-4. 7-8. 14

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de julio, XVI Domingo del Tiempo Ordinario Romanos 8, 26-27 San Pablo utiliza parte del capítulo ocho de su Carta a los Romanos para enseñar sobre el Espíritu Santo. Sin embargo, a pesar de todas sus palabras, el Espíritu no suele ser aquello en lo que primero pensamos en la vida diaria. ¿Qué hace el Espíritu? Pablo dice que el Espíritu es la fuente de la vida (Romanos 8, 11. 13), que habita en nosotros y que nos muestra cómo hemos de vivir para Dios (8, 4-6. 9). Nos enseña que el Espíritu nos recuerda que somos hijos de Dios (8, 16), y lo mejor de todo es que “nos ayuda en nuestra debilidad” (8, 26). ¿Verdad que todos tenemos debilidades? Una de las flaquezas que tenemos es la forma en que reaccionamos frente al sufrimiento o las dificultades. La tentación, la enfermedad, las adicciones, los conflictos familiares, los problemas financieros, los desastres naturales, cualquiera de estas dificultades puede provocarnos temor y abrumarnos si intentamos enfrentarlas por nosotros mismos. Pero 84 | La Palabra Entre Nosotros

con la ayuda del Espíritu, podemos empezar a ver las cosas desde la perspectiva de Dios y encontrar la fuerza necesaria para seguir adelante. Otra debilidad pueden ser las dificultades para rezar. El Espíritu siempre está dispuesto a enseñarnos a orar. Nos ayuda a hablarle a Dios desde nuestros corazones y no solamente a través de plegarias memorizadas; nos da el deseo de rezar por nuestros seres queridos, y la seguridad de que nuestra plegaria ha sido escuchada. Es fácil pensar que somos nosotros los que hacemos las cosas por nosotros mismos; pero esto no es cierto. Cada pensamiento santo que tenemos y cada acción de amor que realizamos tiene su origen en el Espíritu. Cada día, en los momentos buenos y malos, el Espíritu está con nosotros, enseñándonos a pedirle a Dios lo que necesitamos y llenándonos de su gracia. Así que, cuando encuentres fortaleza para avanzar en un tiempo de prueba, o tengas un deseo renovado de amar a las personas o una nueva visión de cómo resolver un problema, ¡regocíjate! Es que el Espíritu Santo ha venido en tu ayuda. “Ven, Espíritu Santo.” ³³ Sabiduría

12, 13. 16-19 Salmo 86 (85), 5-6. 9-10. 15-16 Mateo 13, 24-43


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de julio, lunes San Apolinar, obispo y mártir Mateo 12, 38-42 ¿Cuántas señales necesitaban los fariseos? Durante meses habían visto que el Señor Jesús sanaba enfermos, expulsaba demonios y hacía revivir a muertos. Cuando una persona se niega rotundamente a creer en algo, aun estando frente a hechos contundentes, probablemente no sea por falta de fe sino por tener el corazón endurecido. ¿Qué tipo de señales ha hecho el Señor para fortalecer nuestra fe? En primer lugar, existen fuentes históricas no bíblicas que demuestran que Jesucristo efectivamente existió. Tenemos testimonios de historiadores romanos, como Tácito y Setonio; también están los escritos de Josefo, un historiador judío, quien escribió que Jesús era “un gran hacedor de milagros” que “fue crucificado”. También está el propio Nuevo Testamento. Alguien diría que no se puede confiar en la Biblia, pero existe gran evidencia histórica que contradice esa afirmación. Casi nadie duda de los escritos que hay sobre otras figuras históricas de ese tiempo, como Julio César, aunque los manuscritos más antiguos y confiables surgieron casi mil años después de su muerte. Aparte de que solamente hay unas cuantas copias de estos manuscritos que han sobrevivido.

Por el contrario, existen más de cinco mil copias del Nuevo Testamento en griego y diez mil copias de su traducción latina, que datan del año 130 d.C. Por supuesto que podemos confiar más en estos relatos sobre Cristo que en los que hablan de Julio César. Después están los apóstoles mismos. Si Jesús no fuera Dios, y si no hubiera resucitado de entre los muertos, no habría razón para que sus discípulos dedicaran toda su vida a predicar la buena nueva de la resurrección, y naturalmente no habría habido razón alguna para convertirse en mártires por la causa del Evangelio. ¡Esas son muchas señales! Así que la pregunta no es si el Señor existió, y tampoco si la gente realmente cree que él es el Hijo de Dios. La única pregunta que podemos hacernos es: “¿Puedo yo creer que Jesús es la Persona que las Escrituras dicen que es? ¿Puedo entregarle mi vida y confiar en sus promesas?” El autor inglés C. S. Lewis dijo una vez que las pruebas son tan sólidas que nos dejan solamente tres posibilidades: que Jesucristo fue un falso profeta, un lunático o el Señor del Universo. Te invito a creer en la tercera opción y entregarle hoy tu corazón. “Señor, yo creo en ti.” ³³ Miqueas

6, 1-4. 6-8 Salmo 50 (49), 5-6. 8-9. 16-17. 21. 23 Junio / Julio 2020 | 85


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de julio, martes San Lorenzo de Brindis, presbítero y doctor de

la Iglesia Mateo 12, 46-50 Estos son mi madre y mis hermanos. (Mateo 12, 49) Todo ser humano tiene el profundo deseo de pertenecer a algo. Deseamos ser parte de una familia cariñosa, queremos que nuestros semejantes nos respeten y nos acepten; queremos que nos escuchen y nos comprendan; queremos que nos amen. Si puedes identificarte con estos anhelos, lo que en el fondo estás diciendo es: “Quiero pertenecer a Dios y a su familia.” En el Evangelio de hoy, el Señor Jesús dice que todo el que hace la voluntad de su Padre es su hermano, su hermana o su madre; es decir, todo el que le escucha y se esfuerza por seguirlo (Mateo 17, 5). Desde luego Jesús amaba y respetaba mucho a su madre, y por supuesto jamás la despreciaría. Lo que esto significa es que aquello que define quién pertenece a su familia es algo mucho más poderoso que la consanguinidad. ¿Qué vio el Señor cuando miró a sus amigos y seguidores? Seguramente sabía que era un grupo inmaduro y disparejo: sabía que entendían poco de lo que él les enseñaba. Una y otra vez leemos que “no entendieron nada de esto, ni sabían de qué les hablaba, pues eran cosas que no podían comprender” (Lucas 18, 34). 86 | La Palabra Entre Nosotros

Es cierto que ellos deseaban genuinamente hacer la voluntad de su Padre; si no fuera así ¿para qué renunciarían a tantas cosas para convertirse en sus discípulos? ¿Qué estaría pensando Jesús cuando observaba a la gente reunida. Padre, los amo tanto. Yo sé que están muy confundidos y que son propensos a fallar, pero también veo que anhelan profundamente conocerte. Gracias por darme una familia de fe tan maravillosa. Él veía que eran sus hermanos, y ciertamente lo eran. El Señor elevó a este grupo de discípulos a la altura de su propia madre; medita en esta verdad por un momento; luego cree que eso mismo es lo que piensa de ti, pues tú te encuentras exactamente en la misma situación: para él tú eres su hermano, su hermana o su madre. Tú quieres agradarlo, quieres seguirlo, quieres ser cada vez más como él, ¿cierto? Por supuesto vas a tropezar durante el camino, pero puedes estar seguro de esto: el Señor Jesús te ama tal como eres en este momento y te da la gracia para que puedas cumplir la voulntad de Dios. “Amado Jesús, gracias por permitirme formar parte de tu familia eterna.” ³³ Miqueas

7, 14-15. 18-20 Salmo 85 (84) 2-8


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de julio, miércoles Santa María Magdalena Juan 20, 1-2. 11-18 La vida no debe haber sido nada fácil para María Magdalena antes de haber conocido al Señor. ¡Imagínate cómo sería estar poseída por siete demonios! Cuánto alivio y gratitud le deben haber llenado el corazón cuando el Señor la liberó. ¡Finalmente podía volver a una vida normal! Pero no fue así. En lugar de quedarse en su pueblo de Magdala, abandonó todo para seguir al Señor. Se reunió con otras mujeres que también habían sido sanadas por Jesús y lo acompañó dondequiera que él fuera y, junto con las demás, le sirvió a él y a sus apóstoles incluso con sus propios medios (Lucas 8, 3). Esa fue una decisión radical, y sin duda impresionante para la gente. Una mujer que llevara su tipo de vida en aquellos días era objeto de rechazo y desconfianza. Pero María estaba decidida a seguir a Jesucristo a donde él la guiara. Al final, lo siguió en el camino al Calvario y después hasta la tumba. Fue ahí donde se encontró con Cristo resucitado y él le encomendó la misión de anunciar su resurrección a los apóstoles. Probablemente cada uno de nosotros puede recordar momentos en los que Dios nos ha dado libertad; tal vez de algún vicio o debilidad que nos

paralice de alguna manera. Y aunque experimentar la misericordia de Dios es maravilloso, es aún más maravilloso pensar que la sanación y la liberación nos permiten vivir más radicalmente para el Señor. Pero no te preocupes, no tienes que seguir el ejemplo de María y convertirte en misionero ambulante. Por ejemplo, si has logrado pagar una deuda antigua, quizás podrías ser más generoso con los pobres. O tal vez si has sanado de una enfermedad te sea posible levantarte más temprano cada día para rezar y leer la Biblia. O si te has reconciliado con un familiar, a lo mejor esto abre la puerta para que compartas tu fe con él más abiertamente. El Señor Jesús se deleita en sanarnos y en acercarnos a él. En este día, pídele a Santa María Magdalena que interceda por nosotros. Que podamos seguir al Señor donde sea que él nos lleve, y convertirnos en discípulos dispuestos a arriesgarnos por nuestro Salvador, que nos ha sanado y liberado. “Señor Jesús, dame tu fuerza, quiero seguirte a donde sea que vayas.” ³³ Cantar

de los Cantares 3,1-4 Salmo 63 (62), 2-6. 8-9

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de julio, jueves Santa Brígida, religiosa Mateo 13, 10-17 Al que tiene se le dará más y nadará en abundancia; pero al que tiene poco, aun eso poco se le quitará. (Mateo 13, 12) Verdaderamente es interesante la forma en la que Dios nos creó. El cuerpo humano fue diseñado de tal manera que entre más lo ejercitamos, mejor se desempeña. Por ejemplo, todos tenemos más o menos el mismo número de células en el cerebro, pero el número de conexiones entre estas células aumenta según lo mucho que se estimulen. De igual manera, los músculos se fortalecen con el ejercicio o se debilitan si no los utilizamos. Lo mismo sucede con la fe, según podemos ver en la explicación que el Señor Jesús dio de sus parábolas. Aquellos que “tienen” recibirán más. Pero, ¿qué es lo que “tiene” la gente? Pues, un corazón abierto al Evangelio y deseoso de creer en el Señor. Aquellos que “no tienen” han cerrado el corazón y se han alejado de la gracia que Dios les está ofreciendo. Nadie les está quitando nada; ellos han decidido perderlo. La forma en que tratas la fe que tienes depende de ti, y esa verdad puede causar algo de temor. ¡Es tanto lo que depende de ti! Si esta es la forma en la que piensas, procura ver la fe como una 88 | La Palabra Entre Nosotros

oportunidad y no como un riesgo. Vivir la fe es permitirle que Dios te cambie constantemente a su imagen y semejanza. Si aceptas la palabra del Señor, él promete que serás “rico”, no financieramente hablando, sino espiritualmente. Piensa en todos los santos que empezaron solamente con una semilla de mostaza de fe y terminaron cambiando el mundo. Realmente, nos arriesgamos a perder mucho más si no asumimos riesgos de fe. La mayoría de nosotros enfrenta al menos una situación difícil. Tal vez una amistad que perdió todo sabor, pero no te atreves a dar el primer paso y buscar el perdón. Tal vez quieres rezar junto con un amigo y pedir curación, pero su posible reacción te pone nervioso. O tal vez deseas confesarte, pero te preocupa la forma en que serás recibido. Es en estos momentos en los que el Señor nos dice: “¡Baja de la barca! Aunque te parezca que no hay nada debajo, yo te sostengo.” Deposita tu vida en sus manos, ¡él jamás te soltarárá! “Señor, ayúdame a confiar en ti más profundamente. Dame la valentía de ejercitar mi fe.” ³³ Jeremías

2, 1-3. 7-8. 12-13 Salmo 36 (35), 6-11


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de julio, viernes San Chárbel Maklüf, presbítero Mateo 13, 18-23 Lo sembrado en tierra buena representa a quienes oyen la palabra [y] la entienden. (Mateo 13, 23) ¿Qué opinión tienes del sembrador de esta parábola? ¿Crees que se preocupa por el lugar donde caen las semillas? Tal vez te lo imaginas lanzando las semillas al azar aquí y allá sin cuidado. Si algunas caen en el camino, ni modo. Otras caen en terreno pedregoso y no echan raíz. Y si otras tienen la suerte de caer en tierra fértil, donde darán fruto, ¡que así sea! Pero si Dios es el sembrador que planta esa semilla, es raro que decida esparcir las semillas en un suelo que no dará fruto. ¡Ningún sembrador sería tan descuidado! En realidad, Dios no es descuidado; simplemente sabe que nosotros podemos cambiar; sabe que no seremos de un solo tipo de “suelo” toda la vida, y sabe que cualquier tipo de terreno puede ser labrado, regenerado y finalmente dar fruto. Por eso dispersa la semilla en corazones duros y llenos de mala hierba. Entonces, ¿cuáles son algunas de las “piedras” y “espinas” que puede haber en la tierra de tu corazón? Al comentar sobre este pasaje, el Papa Francisco sugirió que el terreno pedregoso

puede ser el corazón superficial que no tiene mucha tierra. Cuando tenemos las “piedras de la pereza”, dice, no profundizamos lo suficientemente en nuestra relación con el Señor porque no perseveramos. Las espinas son los vicios, como idolatrar las riquezas y vivir solamente para nosotros mismos y nuestras posesiones. Según el Papa, “si cultivamos estas espinas, ahogamos el crecimiento de Dios dentro de nosotros.” También nos dice el Santo Padre que cuando le presentamos las “piedras” y “espinas” a Dios en la Confesión y en oración, “Jesús, buen sembrador, estará feliz de… purificar nuestro corazón” (Ángelus, 16 de julio de 2017). Pídele a Dios que te muestre cuáles son las “piedras” y “espinas” que hay en tu vida. ¿Qué cosa te impide que escuches y entiendas plenamente la Palabra de Dios (Mateo 13, 23)? ¿Qué es lo que te impide florecer y dar fruto para él? Convéncete de que Dios desea que tu corazón sea buena tierra. Si se lo pides, él arrancará la mala hierba. Y no solo eso, enviará su gracia sobre ti para que sigas dando fruto para él. “Señor, te agradezco por darme la gracia para escuchar y entender tu palabra.” ³³ Jeremías

3, 14-17 (Salmo responsorial) Jeremías 31, 10. 12ab. 13 Junio / Julio 2020 | 89


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de julio, sábado Santiago, apóstol Mateo 20, 20-28 Beberán mi cáliz. (Mateo 20, 23) Santiago de Compostela es un famoso sitio de peregrinación que recibe miles de visitantes cada año que van a venerar los restos del apóstol Santiago. La mayoría de los peregrinos recorren un arduo camino a través de las montañas para llegar a este pueblo español. Muchos experimentan una conversión profunda incluso antes de llegar a su destino final. Pero, ¿cómo es que el cuerpo del apóstol Santiago esté en España? ¿No fue martirizado en Jerusalén en el año 44 d.C.? Y, ¿de dónde viene el nombre del pueblo? Según la tradición, después de Pentecostés, Santiago viajó hasta el final del mundo conocido, España, para predicar la buena noticia. Y aunque muchos historiadores dudan de que ese viaje realmente se realizara, otros apoyan la idea por una razón: Se dice que la primera aparición de la Santísima Virgen María, “Nuestra Señora del Pilar”, sucedió en Zaragoza, España en el año 40 d.C., para animar a Santiago en sus esfuerzos de evangelización. Unos años después, de nuevo en respuesta a una visión, Santiago regresó a Jerusalén, donde eventualmente fue decapitado por Herodes. Se cree que sus discípulos llevaron su cuerpo de 90 | La Palabra Entre Nosotros

vuelta a España, donde había hecho tanto bien. Existe una leyenda que afirma que el cuerpo de Santiago fue transportado en un misterioso barco no tripulado, que cuando llegó a España, el barco fue enterrado en secreto. Tras haber estado “perdido” por siglos, su cuerpo fue hallado en la Edad Media debido a una misteriosa luz que iluminaba el lugar donde se encontraba. Al principio, ese lugar fue llamado “Campus Stellae”, o sea, campo de la estrella; pero con el tiempo, el nombre fue abreviado a Compostela. Al añadir el nombre del apóstol, el lugar se llama ahora Santiago de Compostela. Este relato puede parecer un tanto fantástico, pero lo cierto es que desde que la magnífica catedral se construyó en ese lugar, millones de peregrinos han experimentado personalmente la presencia y la obra de Dios. Ya sea que alguna vez recorras o no el “Camino de Santiago” en España, tú siempre estás en una peregrinación, así que pídele a Santiago, el patrón de los peregrinos, que interceda para que tú te acerques más al Señor a cada paso que des. “Señor, que toda tu Iglesia sea fortalecida por la voluntad de Santiago de beber de tu cáliz.” ³³ 2

Corintios 4, 7-15 Salmo 126 (125), 1-6


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de julio, domingo XVII Domingo del Tiempo Ordinario Mateo 13, 44-52 Lo más probable es que nadie espere encontrar el cofre de un tesoro en un campo ordinario. Sin duda podemos encontrar piedras, plantas, algún animalejo o tal vez una lata de refresco vacía, pero no un tesoro. Pero el Señor Jesús no se refería a un tesoro físico; sino a algo mucho más valioso: el Reino de los cielos. El Señor lo describe como algo extraordinario que está “escondido a simple vista”. En realidad, el Reino puede encontrarse en cualquier lugar, porque es Dios mismo. Es su amor y su presencia manifestadas en medio de nosotros. Así que donde sea que haya amor, ahí está el Reino. Hoy en la iglesia podrías ver a un feligrés que está enfermo o una familia que pasa por una situación financiera difícil. También podrías ver a alguien nuevo, que no conoce a nadie y a quien le vendría bien una cálida bienvenida. Si aprovechas bien estas oportunidades de servir a otros, encontrarás el Reino de los cielos.

También puedes encontrar el Reino mientras te ocupas de tus propios asuntos en el mundo. Por ejemplo, si un compañero de trabajo se enferma de cáncer y tú lo apoyas. O si uno de tus hijos tiene un problema grave y tú lo socorres. Tal vez el esposo de tu vecina fallece, y ayudas a organizar a un grupo de amistades para llevarle comida a la viuda. Cada vez que pasas por alto los errores de alguien, o dices palabras de ánimo y agradecimiento a otra persona, estás descubriendo y trayendo el Reino de Dios a lugares ordinarios. También estás descubriendo que estos “brotes” del Reino son más valiosos para Dios que cualquier tesoro escondido. Así que, sal a buscar el Reino de Dios en medio de tu vida. Aunque los tesoros del cielo no pueden comprarse con dinero, tú puedes “comprar aquel campo” cada vez que ofreces tu amor a Dios y a su pueblo. Recuerda, Jesús dijo que eso tiene valor infinito. “Señor Jesús, ayúdame a vivir en tu amor. Enséñame a compartir ese amor también. Señor, quiero hacer tu Reino presente dondequiera que vaya.” ³³ 1

Reyes 3, 5-13 Salmo 119 (118), 57. 72. 76-77. 127-130 Romanos 8, 28-30

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de julio, lunes Mateo 13, 31-35 El Reino de los cielos es semejante a una semilla de mostaza. (Mateo 13, 31) La semilla de mostaza es muy pequeñita; sin embargo, de ella brota un arbusto que puede llegar a la altura de un edificio de dos pisos. El tamaño de la semilla no determina lo mucho que la planta puede crecer, y ese es el punto sobre el Reino de Dios que el Señor quiere que entendamos hoy. Es Dios el que hace crecer su Reino, esparcirse y desarrollarse a partir de las semillas de los pequeños actos de amor y bondad de los fieles. Como decía la Madre Teresa: “Haz cosas pequeñas, pero con gran amor.” Entonces, ¿por dónde empezar? Para la mayoría de nosotros, esas pequeñas semillas se plantan primero en la familia. Los pequeños actos como ser considerados, dar ánimo y ofrecer felicitación que se plantan y se riegan con bondad, pueden florecer en el terreno de nuestros seres queridos. Es mucho más sencillo fijarse en los errores y fallos de los familiares, pero más difícil es reconocer y resaltar los aspectos positivos. Si le preguntas a un agricultor, él te dirá que sembrar buenas semillas puede requerir bastante trabajo. Así que labra la tierra y siembra. Dale gracias a tus hijos, incluso por

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los más pequeños actos de obediencia; diles lo que Dios piensa de ellos: que son maravillosos, creativos, fuertes, talentosos y adorables. Disponte a complacer a tu esposo o esposa, aún si eso significa comer tofu en vez de un buen asado. Con amor sincero y sin chistar, recoge las medias que él dejó tiradas o la toalla que ella dejó en el suelo. Arrepiéntete de los comentarios que digas sin pensar, y perdona rápidamente. Todas estas son semillas de mostaza del Reino de Dios. Tal vez pensemos que debemos hacer cosas grandes y gloriosas para el Señor, y tal vez las hagamos; pero estas cosas surgirán del amor y la bondad que siembres en tu hogar. Después de todo, las expresiones de alabanza y ánimo, agradecimiento y amabilidad son grandes en sí mismas. Así que confía en que Dios hará crecer todas las semillas de mostaza que tú siembres. Su fruto será evidente en las formas en que tus relaciones se abran y en el gozo que empiece a permear la atmósfera de tu hogar. “Señor Jesús, gracias por mi familia en la cual me has llamado a plantar semillas de tu Reino.” ³³ Jeremías

13, 1-11 (Salmo) Deuteronomio 32, 18-21


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de julio, martes Mateo 13, 36-43 La buena semilla son los ciudadanos del Reino. (Mateo 13, 38) El Señor Jesús lo afirmó: tú eres la semilla del Reino de Dios. No eres cualquier semilla tampoco, eres buena semilla. Piensa en lo que eso significa. Una semilla tiene dentro de sí todas las características que necesita para convertirse en una planta en particular y dar fruto. Así como un árbol de manzanas nace de una semilla que fue creada para engendrar manzanas, tú eres una semilla creada para crecer y dar fruto en Dios. Créelo. El Señor Jesús tiene mucha confianza en ti porque te ha dado todo lo que necesitas para crecer y dar fruto. Esa es la razón por la cual el sembrador de la parábola no está preocupado por la semilla que crece junto con la cizaña, pues sabe que esta cizaña jamás podrá frustrar la buena semilla. Desde luego, las plantas necesitan sol, agua y buena tierra para crecer. Lo mismo sucede contigo. Mientras intentes mantenerte cerca del Señor en oración y obediencia, tú también florecerás, es una promesa. De hecho, no podrás evitar dar fruto si haces todo esto, porque para eso fuiste destinado. ¿Qué sucede con el fruto que darás? Revisa la lista de San Pablo en Gálatas 5, 22-23: amor, alegría, paz, paciencia, bondad, generosidad, fidelidad,

amabilidad y dominio propio. Ese es el fruto que produce el Espíritu Santo y que estás llamado a dar. Así, descubrirás que tienes paz incluso en una situación estresante; notarás que una persona sufre y le mostrarás bondad; tendrás más capacidad de decir que no a la tentación. Otra buena noticia que implica ser una de las buenas semillas de Dios es que no estás solo. Dios nunca planta una sola semilla de trigo o de maíz; ¡no!, las siembra por cientos en muchos surcos. ¿Qué significa esto? Que ha dispuesto a gente que te apoye y te anime justo en el momento en que te encuentras, donde sea que estés. También significa que te ha sembrado en el terreno propicio, porque conoce en qué situaciones exactas podrás dar más frutos y utilizar bien tus dones. ¡El resultado será magnífico! Así que mantén los ojos fijos en Aquel que te plantó. Confía en que te ha dado todo lo que necesitas para crecer y dar fruto para su Reino. El Señor es bueno y fiel y está comprometido a ayudarte a brotar, crecer y florecer. “Padre celestial, gracias por hacer de mí una buena semilla.” ³³ Jeremías

14, 17-22 Salmo 79 (78), 8. 9. 11. 13

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de julio, miércoles Santa Marta Juan 11, 19-27 Sí, Señor. Creo firmemente que tú eres el Mesías. (Juan 11, 27) Marta era una buena mujer, pero no podía ocultar sus sentimientos, ni le costaba decir lo que estuviera pensando. Te acordarás de que, cuando Jesús fue a comer a su casa, y María, su hermana se sentó a escucharlo, Marta no tuvo reparos en quejarse de ella. ¿Por qué María no le ayudaba a preparar y servir la comida (Lucas 10, 40)? En el Evangelio de hoy, Marta le hace saber al Señor que está decepcionada porque él no llegó antes para salvar a su hermano Lázaro (Juan 11, 21). Marta no entiende por qué el Señor se tardó tanto cuando su buen amigo estaba a punto de morir, “Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano” (Juan 11, 21), le dijo. Sin embargo, a pesar de su decepción, Marta profesa claramente su fe en Cristo: “Señor, tú eres el Mesías, el Hijo de Dios” (11, 27). Alguien diría que tener fe en Jesucristo significa que nunca podemos cuestionarlo ni preguntarle por qué permite que sucedan ciertas cosas; pero Marta nos muestra otro camino, siendo totalmente honesta con el Señor. No dudó en expresarle su confusión, sus luchas y sus sentimientos,

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pero nada de eso significaba que su fe fuera débil. Al contrario, ella creía de todo corazón que él era “el que tenía que venir al mundo” (Juan 11, 27). Tú también tienes una amistad con Jesús, nuestro Señor, es decir, que puedes ser tan honesto con él como lo fue Marta. Puedes decirle que te sientes decepcionado, o contarle por qué estás enojado con él o cuando sientes que te ha defraudado. No te preocupes; él no te condenará por eso. Recuerda: Jesús es tan humano como divino y sabe lo que tú estás sintiendo porque también lo sintió. En vez de dañar tu amistad con él, tu honestidad la fortalecerá. Solo asegúrate de reafirmar tu fe, al igual que lo hizo Marta. Puedes decirle: “No entiendo esta situación, Señor, pero yo creo que tú me amas y quieres lo mejor para mí.” Antes de resucitar al difunto Lázaro, el Señor le preguntó a Marta: “¿No te dije que, si crees, verás la gloria de Dios?” (Juan 11, 40). ¡Esa es una promesa para todos nosotros! “Amado Jesús, ¡yo creo! Gracias por darme la libertad de ser completamente honesto contigo.” ³³ Jeremías

15, 10. 16-21 Salmo 59 (58), 2-3. 4-5a. 10-11. 17. 18


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de julio, jueves San Pedro Crisólogo, obispo y doctor de

la Iglesia Jeremías 18, 1-6 Ve a la casa del alfarero y ahí te haré oír mis palabras. (Jeremías 18, 2) Esa orden de Dios a su profeta fue realmente extraña, no había nada extraordinario en la casa del alfarero. Cada día, el alfarero trabaja haciendo girar el torno o la rueda para formar platos, tazones, cántaros y vasijas para uso ordinario en una casa. Pero Dios había decidido entrar en ese momento ordinario y rutinario y cambiarlo con su palabra transformadora. La voz de Dios no era extraña para Jeremías, pues éste ya lo había escuchado hablar muchas veces antes; pero escuchar la voz de Dios no es nada rutinario. Incluso cuando el Señor se hace presente en una situación ordinaria, lo hace con el propósito de tocar los corazones humanos y darles una visión celestial. En la casa del alfarero, Jeremías escuchó la promesa de que Dios continuaría moldeando a su pueblo hasta que ellos vivieran de un modo grato para él. Por eso, le dio a Jeremías una visión del tipo de relación íntima y tierna que quería tener con su pueblo. Es fácil reconocer la acción de Dios en acontecimientos portentosos como una experiencia dramática de conversión o el nacimiento de un bebé; pero

Dios también está presente en tu vida regular y cotidiana. Ya sea que estés en el trabajo, limpiando la casa o preparando una comida, él está dispuesto a transmitirte su mensaje, porque siempre está tratando de moldear tu corazón y formar tu conciencia. A través de su Espíritu, está constantemente tratando de hacerse presente en tus días ordinarios y hacerlos extraordinarios. Hermano, el amor de Dios no tiene límites. Tal vez te recuerde un pasaje de la Escritura mientras vas manejando, o puede susurrarte palabras de aliento cuando despiertas a medianoche. A veces te recordará su paciencia cuando esperas en el consultorio del médico. Tú nunca sabes exactamente dónde, cuándo o qué te dirá durante el día, pero puedes estar seguro de que su palabra no será ordinaria. Así que intenta hacer lo mejor posible por recibirlo en cada momento del día y mantén tu corazón abierto, incluso cuando estés en casa del alfarero. “Gracias, Padre, por estar conmigo en cada etapa de mi vida, especialmente en los momentos ordinarios. Ven y háblame al corazón y moldéame a tu propia imagen. ¡Gracias por amarme tan perfectamente!” ³³ Salmo

146 (145), 1-6 Mateo 13, 47-53

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de julio, viernes San Ignacio de Loyola, presbítero Mateo 13, 54-58 No hizo muchos milagros allí por la incredulidad de ellos. (Mateo 13, 58) Piensa que un día vas con un amigo en una balsa río abajo, disfrutando de la cálida brisa del verano y del apacible paisaje. De repente ves que vas a chocar con un gran tronco y mientras intentas maniobrar para esquivarlo, la balsa se vuelca y caes al agua, pero un pie te queda atrapado entre unas rocas. Entras en pánico y empiezas a luchar para librarte, así que tu amigo salta al agua para socorrerte, pero le cuesta mucho porque tú estás luchando con todas tus fuerzas, y empiezas a dudar de que realmente pueda salvarte. “¡Suéltate!”, te grita tu amigo, “yo te sostengo”. Cuando finalmente te rindes, él te libera y te lleva sano y salvo a la orilla. El Evangelio de hoy nos cuenta que Jesús no pudo hacer muchos milagros en su propia tierra porque la fe de la gente era débil. Estas personas no estaban gesticulando por luchas emocionales, pero aun así no podían rendirse ante el Señor. Se quedaron atrapados en su limitado razonamiento lógico, aun cuando él estaba ahí frente a ellos ofreciéndoles un camino de sanación y salvación. 96 | La Palabra Entre Nosotros

En nuestro caminar con el Señor, nosotros también necesitamos aprender a rendirnos a su amor. Este es un elemento importante en el llamado a la fe: confiar en que él sabe lo que está haciendo y estar convencido de que él tiene poder suficiente para salvarte. Sí, la fe tiene que ver con conocer las doctrinas de la Iglesia, y también con hacer nuestro mejor esfuerzo para cumplir los mandamientos y para cuidar a los pobres y necesitados. También tiene que ver con el deber de compartir lo que creemos y defender lo que es correcto. Pero el requisito fundamental de la fe es el entregarnos a Dios de verdad. Sin esto, todo lo demás pierde su poder. ¿En qué cosas te quedas atrapado? ¿Temor al futuro? ¿Culpa o resentimientos del pasado? ¿Una visión “lógica” del presente que no deja espacio para la gracia de Dios? Lo que sea, recuerda que el Señor Jesús te está invitando a algo más grande. Imagínalo de pie frente a ti, con los brazos abiertos y te dice: “Relájate, yo te sostengo, puedes soltarte.” “Señor Jesús, yo creo. Ayúdame cuando me falta fe. Por tu gracia, ayúdame a creer y a buscarte con confianza.” ³³ Jeremías

26, 1-9 Salmo 69 (68), 5. 8-10. 14


COMUNICADO

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