La Palabra Entre Nosotros - Perú, Octubre

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El Señor de la Divina Misericordia, pág. 22

OCT UBR E- N O VIEM B R E 2 0 2 0

“Mi alma tiene sed de ti, Señor”

La oración, fuente de vida y revelación



En este ejemplar: Octubre - Noviembre 2020

Mi alma tiene sed de ti, Señor Tengo sed 4 Cómo lograr una mayor comunión con Dios en la oración Señor, enséñanos a orar El Maestro nos enseña

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El encuentro con Dios en las Escrituras Cartas recibidas de casa

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El Señor de la Misericordia Promesas recibidas y difundidas por Santa Faustina Kowalska Compilado por Luis E. Quezada

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La fe y la pandemia del coronavirus La tempestad arreciaba y la barca se hundía Por María Vargas

28

De atea a misionera universitaria El amor de los creyentes me llevó a Cristo

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Por Srishti Gupta

Meditaciones diarias

Octubre del 1 al 31 Noviembre del 1 al 30 Estados Unidos Tel (301) 874-1700 Fax (301) 874-2190 Internet: www.la-palabra.com Email: ayuda@la-palabra.com

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Señor, enséñanos a orar Queridos hermanos: “Cada uno de vosotros, si quiere, puede encontrar el propio cauce, para este coloquio con Dios. No me gusta hablar de métodos ni de fórmulas, porque nunca he sido amigo de encasillar a nadie: he procurado animar a todos a acercarse al Señor, respetando a cada alma tal como es, con sus propias características” decía sobre la oración San Josemaría Escrivá.

La presente edición de la revista la estamos preparando en el mes de junio, vale decir, en medio de la pandemia del coronavirus.

o bien procurando adentrarnos en las profundidades del alma orante sin ideas preconcebidas. Quiera el Señor que, leyendo y releyendo estos artículos, todos lleguemos a la elevación del alma y a la comunión con nuestro Padre celestial y con su Hijo Jesucristo, Señor y Salvador nuestro. Y si lo logramos, procuremos hacer de la oración una práctica normal y diaria, porque las bendiciones que recibiremos serán innumerables y transformadoras.

Artículos adicionales. La presente edición de la revista la estamos preparando en el mes de junio, vale decir, en medio de la pandemia del coronavirus, a lo que se refiere uno de nuestros artículos especiales en la parte posterior de la revista. Creo que San Josemaría tenía Es una situación inédita e inusual razón: cada uno debe buscar su para todos, ya que las restricciopropia manera, la fórmula y la dis- nes de aislamiento y cuarentena posición de ánimo para iniciar el aún permanecen en la mayor parte diálogo con el Señor. Para tomar del mundo. Oremos todos para la senda de la oración, el Señor que pronto se encuentre un remenos enseñó el Padre Nuestro, que dio eficaz y una vacuna preventiva. como veremos en uno de nuestros Por eso, me parece que hablar artículos, contiene ya en sí mismo de la oración es muy apropiado, una importante variedad de verda- aun cuando, para la fecha en des y bendiciones, pero a partir de que ustedes reciban la revista, ahí podemos seguir nuestro propio tal vez (y ¡ojalá!) la pandemia cauce poniendo atención a los con- sea ya cosa del pasado. De todos sejos de los santos, si lo queremos, modos, nunca está demás hacer 2 | La Palabra Entre Nosotros


oración. ¡Al contrario! Siempre hemos de orar, como decía San Pablo: “Oren en todo momento” (1 Tesalonicenses 5, 17), ya sea para darle gracias a Dios por librarnos de todo mal a nosotros y a nuestros seres queridos, para pedirle que nos proteja de todo daño y enfermedad o por cualquier otra intención. Pero no hay que

olvidar que lo primero es alabar a Dios y darle gracias por todas las bendiciones que constantemente derrama sobre sus hijos. ¡Que el Señor y la Virgen María los protejan! Luis E. Quezada Director Editorial editor@la-palabra.com

La Palabra Entre Nosotros • The Word Among Us

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Presidente: Jeff Smith Director de Manejo: Jack Difato Director Financiero: Patrick Sullivan Gerente General: John Roeder Gerente de Producción: Nancy Clemens Gerente del Servicio al cliente: Shannan Rivers Dirección de Diseño: David Crosson, Suzanne Earl Procesamiento de Textos: Maria Vargas

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Revista Promocional: Distribuimos la revista gratuitamente a los internos de diversos penales en el Perú. Para sostener este programa de Evangelización necesitamos de su colaboración. El Señor los bendiga por su generosidad

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Para que se cumpliera la Escritura, JesĂşs dijo:

Tengo sed

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L

aura y Jorge pensaban en su alegre y feliz retorno a casa tras el nacimiento de su primera hijita, Alicia. Pero, cuando se preparaban para salir, una de las enfermeras les dio una noticia alarmante: “El nivel de audición de Alicia no corresponde al rango normal de los recién nacidos. No significa necesariamente que tenga pérdida de audición, pero tienen que ver a su pediatra.” Esta fue la primera de muchas y difíciles conversaciones médicas que luego vendrían. Alicia tenía efectivamente una grave pérdida auditiva. Cómo No reaccionaba ante los lograr una mayor ruidos fuertes ni miraba de dónde provenían. Soncomunión con Dios reía cuando veía a sus padres cara a cara, pero en la oración no giraba la cabeza cuando ellos le hablaban desde el lado o detrás de ella. ¡Jorge y Laura sintieron que el corazón se les destrozaba! Agobiados, buscaron toda la ayuda posible para su hijita, y tras muchas citas médicas, un día el pediatra le puso audífonos a la niña. Laura tuvo a Alicia en el regazo mientras el médico le insertaba los dispositivos y Jorge observaba fijamente a la pequeña. Luego, Laura llamó: “¡Alicia, Alicia!”, detrás de su hijita. Nada. “Alicia, ¿dónde está tu mami?” le preguntó Jorge, pero no hubo reacción. “Alicia, ¡aquí estoy!”, le dijo Laura, Octubre / Noviembre 2020 | 5


tratando de reprimir las lágrimas. Silencio. Pero, unos momentos después, de repente cambió la expresión de la niña y se volteó a mirar hacia atrás, a su madre. “Alicia, ¡aquí estoy!” Una sonrisa asomó en la carita de Alicia y todo su cuerpecito se estremeció de alegría. “¡Alicia!” llamó Jorge y la niña giró la cabeza hacia su padre con una gran sonrisa. ¡Casi no podían creerlo! Laura y Jorge empezaron a reír y llorar a la vez: ¡Su hijita podía escucharles! Alicia, por su parte reía, saltaba y aplaudía con deleite. Esta muestra de gozo y júbilo podemos experimentarla nosotros también cuando profundizamos la comunión con Dios en la oración. Un encuentro con Dios. Hay muchas maneras de orar. Tenemos, por ejemplo, las oraciones tradicionales que aprendimos en la niñez, y las plegarias y súplicas que nos brotan del corazón cuando le pedimos algo importante a Dios, y naturalmente, las oraciones de la Misa. Todos estos tipos de oración son muy diferentes, pero tienen un objetivo en común: llegar a un encuentro íntimo con Dios. Santa Teresita de Lisieux, religiosa carmelita del siglo XIX, describía así la oración: “Para mí, la oración es un ensanchamiento del corazón, una simple mirada hacia el cielo, un grito de reconocimiento y de amor.” 6 | La Palabra Entre Nosotros

Esto se parece bastante a lo que la pequeña Alicia experimentó cuando escuchó por primera vez las voces de sus padres. Es la experiencia del corazón cuando se une a nuestro Padre celestial: Dios mismo. Este mes abordaremos el tema de cómo experimentar más profundamente la presencia de Dios en la oración; exploraremos cómo podemos encontrarnos con Dios como lo hacía Santa Teresa, cómo podemos oír su voz como Alicia escuchó a sus padres, y cómo podemos responder a esa voz de una manera que nos transforme. Tenemos sed de Dios. En la Sagrada Escritura leemos que Dios nos creó a su imagen y semejanza (Génesis 1, 26-27), y que Dios programó al ser humano para buscarlo hasta encontrarlo. Es decir que, en lo profundo del corazón, todos anhelamos la comunión con Dios. Incluso cuando pecamos, “el hombre sigue siendo imagen de su Creador. Conserva el deseo de Aquel que le llama a la existencia” (Catecismo de la Iglesia Católica, 2566). O, como lo dice el Eclesiastés, Dios “ha puesto la eternidad en el corazón del hombre” (3, 11), para que reconozcamos que estamos destinados a pasar la eternidad con Dios, nuestro Padre. Sin embargo, si bien todos tenemos el deseo de comunión con Dios, no siempre reconocemos que el anhelo


En la cruz, Jesús nos dio la más clara revelación de que anhela la comunión con sus hijos cuando en su agonía exclamó: “¡Tengo sed!” que nos inquieta apunta al Todopoderoso, y tratamos de saciar esa sed del Dios eterno buscando cosas pasajeras. Placer, poder, prestigio y posesiones son cosas que nos causan satisfacción, pero solo en forma temporal. Aun cuando hay cosas positivas que nos atraen, como una buena formación académica, logros en el trabajo o éxito en los negocios y la vida matrimonial, todo lo cual ayuda a sobrellevar la vida, en realidad tales cosas tampoco nos satisfacen del todo. Lo que anhelamos es otra cosa, y esto se debe a que, como decía San Agustín, fuimos hechos para Dios y “nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en él”. Dios tiene sed de nosotros. Pero, no somos nosotros los únicos que tenemos sed. ¡Dios también tiene sed

de sus hijos! Y siempre nos ha llamado a tener un encuentro personal con su Persona. El Salmo 139 nos dice que él sabe todo lo que hacemos, cuando nos sentamos y cuando nos levantamos; cuando caminamos y cuando reposamos. Siempre está cuidándonos, ofreciéndonos su guía para que encontremos el camino que nos lleva a su lado (v. 2, 3, 10). Desde el momento en que nuestros primeros padres pecaron por desobediencia hasta el día de hoy, nuestro Dios nos ha estado llamando: “¿Dónde estás?” (Génesis 3, 9); “Vuelvan a mí de todo corazón” (Joel 2, 12). A su vez, el Catecismo de la Iglesia Católica nos dice: “Olvide el hombre a su Creador o se esconda lejos de su faz, corra detrás de sus ídolos o acuse a la divinidad de haberlo abandonado, el Dios vivo y verdadero Octubre / Noviembre 2020 | 7


llama incansablemente a cada persona al encuentro misterioso de la oración” (CIC, 2567). En la cruz, Jesús nos dio la más clara revelación de que anhela la comunión con sus hijos cuando en su agonía exclamó: “¡Tengo sed!” (Juan 19, 28). Así nos estaba diciendo cuánto añoraba nuestra personal amistad y mostrándonos el extremo hasta el cual estuvo dispuesto a llegar para unirnos a su Persona. Hasta hoy día, dos mil años después de haber pronunciado estas palabras, Jesús continúa teniendo sed del amor de sus fieles; nunca deja de añorar la hora de estrecharnos entre sus brazos con tierno amor y misericordia. Jesús tiene anhelo de ti. Agua viva que sacia la sed de las almas. ¿Te acuerdas de la conversación que Jesús tuvo con la samaritana junto al pozo de Jacob? (Juan 4, 4-42). Era el mediodía de un día caluroso y Jesús estaba descansando junto al pozo cuando una vecina del pueblo vino a sacar agua. Al verla, le pidió: “Dame un poco de agua” (Juan 4, 7). Pero, algo más había tras esta petición de Jesús. San Agustín dice que “aunque le pedía agua, su verdadera sed era de la fe de esta samaritana.” Según Santa Teresita, “cuando le dijo ‘Dame de beber’, lo que el Creador del universo estaba pidiendo era el amor de su pobre criatura. Tenía sed de amor.” Conforme avanza la historia, nos 8 | La Palabra Entre Nosotros

enteramos de que Jesús conoció el pasado de esta mujer; supo que ella había estado casada cinco veces y que el hombre con quien ahora vivía no era su marido. Sabía que ella trataba de evitar el escándalo, pues venía al pozo a la hora más calurosa del día esperando no encontrar a nadie. Pero Jesús no se desanimó por los pecados pasados ni la condición actual de la mujer. “Si conocieras el don de Dios —le dice— si supieras quién es el que te pide de beber, tú misma le pedirías agua viva y él te la daría” (Juan 4 10). Sus palabras dejaron al descubierto que ella había tratado de saciar su sed con otros “amores”. Jesús condujo a la mujer desde la vergüenza y el rechazo hacia la fe y a una relación de amor con Dios, mostrándole así que ella nunca volvería a tener sed. A su vez, ella había degustado personalmente el agua viva de la presencia y el amor de Cristo, por lo que se sintió tan emocionada que corrió al pueblo y contó a todos sus vecinos acerca de Jesús y del agua viva que él ofrecía (Juan 4, 39-41). Finalmente, ella había encontrado lo que siempre había anhelado: un amor sincero y desinteresado; finalmente, la sed que Dios tenía de su amor se había saciado. La oración: donde se sacia la sed. Entonces, ¿cómo puedes saciar la sed de tu alma? ¿Cómo se hacen realidad tus anhelos más profundos? Lo


Lo puedes hacer mediante el encuentro con Jesús cada día en tu casa, en Misa y durante la adoración, cuando rezas el rosario u otra forma de oración.

puedes hacer mediante el encuentro con Jesús en la oración. Y no solo una vez, sino cada día en tu casa, en Misa y durante la adoración, cuando rezas el rosario u otra forma de oración. Recuerda que Jesús también tiene sed de ti, de modo que no quiere que sea difícil para ti. Al igual que la samaritana, tú puedes pasar tiempo con Jesús y conversar con él. Sentado a sus pies en oración día tras día puedes disponerte a experimentar su espléndido amor y beber el “agua viva” de su gloriosa presencia. Esto no quiere decir que la oración vaya a ser siempre fácil. A veces nos sentimos áridos, distraídos o inquietos, y a veces no es fácil encontrar tiempo, o incluso tener el deseo de orar. A lo mejor te parece que la oración es una obligación religiosa, algo que Dios te pide que hagas; tal vez te sientes culpable porque no estás

orando lo suficiente o porque acudes a Dios solo cuando necesitas algo. Pero lo cierto es que Dios siempre está contento de escucharte, aunque sea apenas una petición de auxilio de pocos minutos. Pero él quiere mucho más y quiere que tú experimentes mucho más. Lo que desea es tener un intercambio de amor contigo, aquel “impulso del corazón” o la “mirada lanzada hacia el cielo”, como lo puso Santa Teresa de Lisieux. En los dos próximos artículos, exploraremos cómo puedes tú aproximarte al Padre celestial y experimentar su amor más profundamente; analizaremos cómo puedes encontrarlo, saciar la sed interior y desear más de esa gran bendición. Tú también, como la bebita Alicia, puedes escuchar la tierna voz de Dios, sus palabras de amor, misericordia y aliento. ¢ Octubre / Noviembre 2020 | 9


Señor, enséñanos a o Padre Nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu nombre.

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U

orar

El

n joven, nacido en una familia de músicos, demostró un extraordinario talento musical desde temprana edad. A los tres años comenzó a tocar el piano y su padre, que era violinista, docente y compositor, reconoció los talentos de su precoz hijo y se dedicó a enseñarle a desarrollarlos. A los cinco años, el niño ya componía y publicaba su propia música. Había dominado tan bien el violín y el piano que se presentaba en prestigiosas salas de conciertos. Finalmente superó a su padre y llegó a ser uno de los compositores más prolíficos e influyentes de su época. E stamos hablando nada menos que de Wolfgang Amadeus Mozart, uno de los genios más brillantes de la música clásica. Hasta ahora, más de dos siglos después de su muerte, todo el mundo conoce su nombre. Pero incluso Mozart, con todo el talento natural que tenía, comenzó su carrera como estudiante y fue aprendiendo bajo la guía de su padre. Es fácil pensar que algunas personas son talentosas en la oración, y muchos creen que tener un encuentro con Dios de un modo transformador es algo que escapa a su capacidad, pero eso no es cierto. Innumerables personas de profunda vida espiritual realmente tuvieron dificultades con la oración, y muchas otras comunes y corrientes descubrieron que el Señor estaba más cerca de lo que imaginaban. Nuestro Padre celestial nos puede enseñar a desarrollar la capacidad innata que tenemos para comunicarnos con él, y también a encontrarnos con Jesús

Maestro nos enseña

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en la oración. Jesús aprendió a orar. Si hubo alguien alguna vez que no necesitaba aprender a orar ese debía ser Jesús, pues ¡él es el Hijo de Dios! Entones, ¿fue la oración algo natural para él? Bueno, sí y no. Jesús era totalmente divino, pero también totalmente humano. Como hombre, tenía las limitaciones que todos nosotros tenemos. No nació con un entendimiento maduro de su Padre ni de su propia identidad como Mesías; no. Nació como un bebé indefenso, plenamente dependiente de sus padres. En su deseo de ser como nosotros en todo, menos en el pecado, Jesús decidió empezar desde el principio, incluso con respecto a la oración, es decir que él también tuvo que aprender a orar, y por eso es el ejemplo perfecto a seguir y la mejor guía para nosotros. Así que veamos cómo era su vida de oración. La escuela de oración de Nazaret. Pocos son los detalles que encontramos en la Escritura acerca de los años ocultos de la niñez de Jesús en Nazaret. Pero no hay duda de que José y María le inculcaron la fe de su pueblo, y seguramente también le contaron acerca de su propia historia, como las visitas y mensajes del Arcángel San Gabriel a María y a José en sueños, acerca de su nacimiento en medio 12 | La Palabra Entre Nosotros

de la adversidad y acerca de la profecía de Simeón de que, un día, él sería “luz para iluminar a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel” (Lucas 2, 32). Esas son las grandes historias que deben haberse grabado en la mente de Jesús; pero José y María le dieron una base de fe y confianza en Dios demostrada en la sencillez de la vida cotidiana. Seguramente se congregaban al atardecer los días viernes para encender las velas del Shabat y dar gracias a Dios por las bendiciones de la semana; sin duda le enseñaban a estudiar las Escrituras hebreas y lo llevaban a la sinagoga para la instrucción. Lo más probable es que le ayudaban a descubrir la mano de Dios en la hermosura de la naturaleza, en las tareas ordinarias de la vida y en la presencia de amigos, vecinos y conocidos. La escuela de Cristo. Conforme iba creciendo, Jesús aprendió a buscar a Dios por cuenta propia, como por ejemplo cuando se quedó en el Templo de Jerusalén mientras sus padres volvían a casa. Esta es una prueba de lo mucho que anhelaba estar en la casa de su Padre (v. Lucas 2, 49). Incluso más tarde, cuando ya había reunido a sus discípulos y comenzado su ministerio, Jesús seguía retirándose a lugares aislados para orar: junto al mar, en la cumbre de una montaña, dondequiera que pudiera encontrar la quietud (v. Lucas 5, 16; Marcos 3, 7.


José y María le dieron una base de fe y confianza en Dios demostrada en la sencillez de la vida cotidiana.

13). En su condición humana, Jesús ansiaba pasar tiempo a solas con su Padre y por eso le daba prioridad para sí mismo y para sus discípulos (Mateo 6, 6). Tan importante era esto para él que a menudo se levantaba de madrugada para ir a rezar o permanecía en oración toda la noche (Marcos 1, 35; Lucas 6, 12). Pero había ocasiones en las que oraba a su Padre en forma especial, como cuando tenía que tomar decisiones importantes o lidiar con situaciones difíciles. Por ejemplo, antes de resucitar a Lázaro (Juan 11, 41-42); al escoger a los Doce Apóstoles y cuando lamentaba la muerte de Juan el Bautista (Lucas 6, 12; Mateo 14, 13). Además, rezó en el Huerto de Getsemaní, cuando sabía que lo arrestarían y que su juicio y ejecución eran inminentes. Durante todo este tiempo, los discípulos de Jesús observaron cómo oraba y pudieron ver que había una conexión entre su vida pública y su vida privada de oración, por lo que

era natural que un día le pidieran: “Señor, enséñanos a orar” (Lucas 11, 1). Jesús, por supuesto, estaba más que deseoso de hacerlo, y les enseñó la oración que llamamos “El Padre Nuestro”. En esta hermosa plegaria, el Señor no se limitó a darles unos versos para repetir, sino una base para desarrollar una relación personal e íntima con Dios, aparte de que les estaba mostrando que podían atreverse a llamar “Padre” a Dios, como él lo hacía. La oración que nos atrevemos a decir. El Padre Nuestro (Mateo 6, 9-12) es tan simple que hasta un niño pequeño puede repetirla y tan rica que los santos y teólogos casi no pueden llegar al abismo insondable de su profundidad. Veamos algunas de las actitudes que dan marco a las ideas que nos enseñó nuestro Salvador. Intimidad con el Padre. “Padre nuestro que estás en los cielos.” Esta es la frase clave de toda la oración. De todos los hombres y mujeres santos Octubre / Noviembre 2020 | 13


del Antiguo Testamento, ni siquiera Moisés osó dirigirse a Dios llamándolo Padre. Solo Jesús fue capaz de llamar Padre a Dios de una manera tan familiar e íntima, pero aun así nos invita a todos a decir “Padre nuestro…”; nos invita a hablarle a Dios como hijos suyos con una actitud de plena confianza en su amor. ¡Qué inmenso privilegio! ¡Dios es tu Padre y mi Padre! ¡Y te ama con el mismo amor con que ama a su Hijo unigénito (Juan 16, 27)! Reverencia y adoración. “Santificado sea tu nombre.” A menudo, cuando rezamos, comenzamos presentándole nuestras necesidades a Dios y luego pensamos en su propia Persona; pero Jesús invierte el orden y pone a Dios en primer lugar, acudiendo a su Padre con una actitud de suprema reverencia y respetuosa admiración y nos invita a hacer lo mismo. Desde el inicio, nos lleva a fijarnos en la santidad y la bondad de Dios, de modo que nos aproximemos al Todopoderoso con humildad de corazón, sabiendo que él es el centro de atención de la oración, no nosotros. Entrega: “Venga a nosotros tu reino, hágase tu voluntad.” No hay duda de que Jesús aprendió esta forma de oración viendo a su madre, pues ella oró de modo similar en la Anunciación: “Hágase en mí según tu palabra” (Lucas 1, 38). Considerando la oración de María, la sumisión de Cristo en la cruz y la entrega silenciosa de 14 | La Palabra Entre Nosotros

María al pie de la cruz, se ve que ambos recurrían a la oración en busca de fortaleza y confianza en Dios. Jesús enseñó esta oración a sus discípulos y nos invita a nosotros también a entregarnos a Dios sin reservas. Confianza: “Danos hoy nuestro pan de cada día.” Jesús se encomendaba a Dios en la oración y cada día lo vivía con una actitud de humilde abandono en manos de su Padre; y luego nos enseña a poner nuestras necesidades, grandes y pequeñas, en manos de nuestro Padre. Además, cada día nos ofrece su propio Cuerpo y su propia Sangre como pan nuestro de cada día; de modo que podemos confiar que Aquel que se nos ofrece en la Santa Eucaristía también nos sustentará a lo largo del día. Arrepentimiento y misericordia: “Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden.” Jesús no desconocía las debilidades humanas y nunca pecó, pero fue tentado tal como lo somos nosotros; por eso sabía que a menudo caeríamos en pecado y necesitaríamos el perdón. También sabía que él iba a ofrecer su propia vida para reconciliarnos con el Padre. De modo que nos enseñó a implorar misericordia a Dios, sabiendo que él pagaría muy caro por nuestro perdón. Pero también nos enseñó que es necesario perdonar a quienes nos ofenden, tal como como el Padre nos


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Las oraciones que rezamos en Misa pueden convertirse en una ofrenda de amor a nuestro Padre.

perdona a nosotros. Convicción. “Mas líbranos del mal.” Cuando Jesús fue tentado por el diablo en el desierto, tuvo la certeza de que Dios y su palabra lo protegerían (Mateo 4, 1-11). También nosotros podemos confiar en que Dios nos protege del mal. Cada día, aunque nos toque afrontar grandes tormentas o peligros, podemos exclamar: “Sálvame, Señor”, como Pedro, cuando el viento y las olas le causaron pavor (Mateo 14, 30). El Señor nos exhorta a creer que su Padre y nuestro Padre nos protege y nos fortalece cada vez que enfrentamos las tentaciones del mundo, la carne y el diablo. Adoptar el Corazón de Jesús. Cuando alguien quiere aprender a tocar un instrumento musical, sabe que eso no se reduce solo a movimientos mecánicos, y algo parecido sucede con la oración: orar no se reduce únicamente a lo que decimos

o hacemos; la clave es la disposición del corazón. En cada momento que pasamos en presencia del Señor, lo vamos conociendo un poco más y se fortalece nuestra relación con él y con el Padre. Así aprendemos a presentarnos ante Dios con una actitud como la de Jesús y, si lo hacemos, cualquier forma de oración puede convertirse en un encuentro cara a cara con nuestro Dios. La oración silenciosa ante Jesucristo sacramentado puede ser también una efusión de amor. El orar de rodillas ante el crucifijo con un arrepentimiento sincero por los pecados cometidos nos ayuda a ser más tolerantes y compasivos con los demás. Asimismo, las oraciones que rezamos en Misa pueden convertirse en una ofrenda de amor a nuestro Padre. De todas estas y otras maneras podemos orar tal como nos enseñó Jesús, nuestro Maestro. ¢

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El encuentro con Dios en las Escrituras Los he llamado amigos, porque les he dicho todo lo que le he escuchado a mi Padre.


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uchos santos han escrito acerca del enorme valor de las Escrituras, pero San Agustín es quien posiblemente lo sintetiza mejor: “Las Sagradas Escrituras son las cartas que recibimos de casa.”

Agustín podía hablar de Dios y que nuestro El encuentro con verdadero hogar está por experiencia propia. Su conversión ocurrió en el cielo. Dios en después de haber escuPero, ¿de qué sirve chado una voz que le una carta de casa si las Escrituras decía “toma y lee” y lo nunca la leemos? En que él veía era la Palabra de este artículo veremos cómo Dios. Cuando abrió la Biblia, sus podemos escuchar a Dios que ojos cayeron en un pasaje que le hizo nos habla a través de la Sagrada Escriver directamente la inmoralidad de su tura y señalaremos algunos medios vida. Las palabras le llegaron tanto al que nos ayudarán a entender lo que corazón que sintió que tenía que arre- él nos dice en su palabra. pentirse. Esta “carta recibida de casa” cambió su vida por completo. Aun- Hacer espacio para la Palabra de que nuestra experiencia tal vez no sea Dios. El primer paso es realmente tan dramática como la de San Agustín, muy sencillo: ¡leerla! Dedica tiempo también podemos experimentar que a leer la Palabra de Dios cada día, Dios nos habla de una manera perso- aunque por diversas razones eso nal a través de la Escritura. puede no ser tan fácil. La vida suele La Biblia es un libro como ningún ser muy ajetreada y es difícil enconotro, porque contiene la Palabra de trar un lugar y tiempo propicios día Dios inspirada por el Espíritu Santo, tras día. Posiblemente nos falte disque es capaz de penetrar en el corazón ciplina para mantener una hora y revelarnos los propios pensamientos determinada, o pedir que alguien e intenciones (Hebreos 4, 12; Roma- nos ayude a impedir las interrupcionos 11, 34); atraviesa la densa niebla nes. Algunos tal vez lean la Escritura de la desordenada mente humana temprano en la mañana; otros en la natural y proyecta claridad interior noche, cuando todo esté tranquilo; para hacernos ver nuestra realidad otros más posiblemente vayan a una personal y conocer a Dios y cómo iglesia vacía en la mañana o durante quiere él que vivamos. Lo mejor de la hora de almuerzo. Cualquier hora todo es que la Palabra de Dios nos es buena para leer, siempre que realrecuerda que pertenecemos a la familia mente lo hagamos. Octubre / Noviembre 2020 | 17


Pero no se trata solo de tener un tiempo y lugar. Para escuchar lo que Dios nos quiera decir, es preciso buscar la quietud y poner atención. Las innumerables obligaciones y tareas que nos preocupan durante el día pueden causar agitación mental e impedirnos percibir el mensaje de Dios, aun cuando tratemos de guardar silencio. Al parecer, San Agustín también tenía dificultades como éstas, pues escribió lo siguiente: “Dejemos tiempo a la meditación y al silencio. Recógete en tu interior y aíslate de todo miedo. Vuelve la vista hacia tu interior, donde no hay alboroto ni altercados, donde tienes un retiro tranquilo para tu conciencia... Atiende con calma y serenidad a la verdad para que la entiendas” (Sermón 52, 22).

una palabra o una frase que te llame la atención de modo especial; otras veces, puedes percibir una sensación de paz o esperanza a medida que lees. También puede ser que comiences a entender algo más acerca de Jesús de una manera nueva. Recuerda que, aun si no oyes nada, Dios está siempre obrando en tu corazón mientras te vas nutriendo de su palabra. Herramientas para ayudarnos a entender. Los mecánicos y los carpinteros siempre dicen que es preciso “usar la herramienta correcta para cada labor”. ¿Por qué? Porque saben que se puede trabajar con más rapidez, facilidad y eficiencia usando el utensilio, la llave, la sierra o el taladro más apropiado. Los jefes de cocina hacen lo mismo en su trabajo, cuando escogen el cuchillo preciso o la cacerola correcta. Cuando se trata de escuchar a Dios en la Escritura, hay varios métodos útiles que podemos usar. Veamos cuáles son tres de ellos. Puedes usar el que te parezca más conveniente, pero cualquiera que utilices, recuerda que Dios quiere que tu esfuerzo sea fructífero. El Señor tiene el gran deseo de acompañarte, darse a conocer a través de su palabra y enseñarte a responderle adecuadamente.

A veces no sabemos con qué pasaje de la Palabra de Dios podemos empezar a orar, pues hay muchísimas opciones y todas son valiosas. Por ejemplo, uno puede orar con las lecturas de la Misa del día o la del próximo domingo. O bien tomar un Evangelio y leer y reflexionar sobre algunos versículos cada día. Así pues, hermano, escoge un pasaje e invita al Espíritu Santo a que te ilumine mientras lees el texto. Pídele que Meditación ignaciana. En el siglo te ayude a entender el pasaje y apli- XVI, San Ignacio de Loyola, sacercarlo en tu vida. A veces, puede haber dote español y fundador de la orden 18 | La Palabra Entre Nosotros


“Dejemos tiempo a la meditación y al silencio. Recógete en tu interior y aíslate de todo miedo. Atiende con calma y serenidad a la verdad para que la entiendas” —San

Agustín de los jesuitas, comenzó a enseñar un modo más personal de leer las Sagradas Escrituras en oración. Para ello formuló varios pasos para usar la imaginación al leer algunas escenas bíblicas y “participar” en ellas. Todos lo podemos hacer. Lo primero es concentrarse lo mejor que puedas; luego invita al Espíritu Santo a que permanezca a tu lado y te ayude a conocer mejor a Jesús mientras lees la Palabra de Dios. Esta forma de oración ayuda a calmar los pensamientos y deja de lado cualquier distracción. Selecciona un texto de la Sagrada Escritura y léelo lentamente y con atención, tratando de entender el contexto del pasaje; por ejemplo, dónde y cuándo sucedió el episodio descrito y qué pasó antes y después. Luego, “observa” en tu imaginación cómo es el lugar donde suceden

las cosas: ¿Qué aspecto tiene? ¿Qué ruidos y movimientos percibes? ¿Qué personas participan, cuáles son sus actitudes y cómo expresan sus impresiones? Pongamos un ejemplo. Si lees el relato de cuando Jesús se acerca a la barca de los discípulos caminando sobre el agua (Mateo 14, 22-33), piensa que tú vas en la misma barca: ¿Cómo se sienten las ráfagas del ventarrón y la fuerza de la lluvia que te golpea la cara en medio de la oscuridad de la noche? ¿Qué están haciendo los demás apóstoles? Visualiza en tu imaginación, por ejemplo, a Pedro que sale de la barca y empieza a caminar sobre el agua y también lo que sucedió después. Habiendo observado la escena como la imaginaste, háblale al Señor. Cuéntale lo que te haya impresionado más, las emociones que sentiste Octubre / Noviembre 2020 | 19


y, si quieres, pregúntale por qué pasó todo eso y disponte a recibir alguna nueva idea o revelación como respuesta. Esto te puede ayudar a comprender mejor lo sucedido en tu propia vida. Quizás Jesús te esté llamando también a “salir del bote”, pero si dudas de que él te rescate a tiempo, puedes empezar a hundirte. Quizás, en el fondo, dudes de que Dios quiera socorrerte en los aspectos prácticos de tu vida. Sé muy honesto, confía en el Señor y dile lo que sientes. Por último, permanece tranquilo y en silencio tratando de percibir algo que él te quiera decir. Si lo deseas, puedes escribir la experiencia que hayas tenido para luego repasarla o compartirla con alguien. Lectio divina. Tenemos los padres y las “ammas” o madres del desierto y los monjes de los primeros tiempos del cristianismo a quienes darles las gracias por la lectio divina o “lectura sagrada” de las Escrituras, antigua práctica de oración que tiene cinco pasos sencillos. Y, por supuesto, siempre hay que comenzar pidiendo la inspiración y ayuda del Espíritu Santo. Primero, se lee (lectio) un pasaje de la Sagrada Escritura en forma lenta y con atención. Si necesitas ayuda para entender, consulta las notas al pie de página en la Biblia o busca un comentario católico. 20 | La Palabra Entre Nosotros

Después de leer, medita calmadamente (meditatio) en el significado del versículo o la frase que más te impresione, dejando que las palabras, ideas o imágenes penetren profundamente en tu mente y tu corazón. Luego, háblale al Señor en oración (oratio) acerca del pasaje y pregúntale cómo puedes aplicar en tu vida lo que leíste o aprendiste. Pero la lectio divina no se limita solo a la lectura y la comprensión de la Palabra de Dios; su objetivo es llevarte a la comunión con Dios mismo, por lo cual los dos pasos siguientes son decisivos. Primero, en la quietud de tu corazón, reposa en la presencia de Dios y contempla (contemplatio) la bondad que te demuestra en su palabra. Luego, piensa y decide qué vas a hacer (operatio) en respuesta a lo que Dios te ha hecho ver. ¿Cómo vas a poner en práctica la palabra que ha cobrado vida para ti? Rezar con los salmos. Orar con los salmos es una de las prácticas más antiguas de rezar con la Palabra de Dios. Entre los 150 salmos de la Biblia hay oraciones de lamentación, gratitud, alabanza, arrepentimiento y petición. Estas antiguas oraciones son una parte muy valiosa de la liturgia de la Iglesia, pero también puedes usarlas para comunicarte con Dios personalmente, como si hablases con un amigo.


No estás leyendo un libro cualquiera; estás leyendo la Palabra de Dios, una carta personal que te llega de casa.

La amistad auténtica significa conversar honestamente con alguien, compartir sin temor asuntos personales o íntimos, y podemos hacerlo con el Señor porque él nos asegura que somos sus amigos (Juan 15, 15). Así que deja que los salmos te ayuden a presentarle a Cristo todo lo que te pese o te abrume, tus quejas y tus decepciones, y también tu agradecimiento y tus alegrías. Orar con los salmos es una senda de dos vías: Te ayuda a hablar con Dios y también a escuchar su voz. ¿Cómo? Leyendo en oración. Si lo haces, posiblemente tengas la sensación de que el Señor usa un determinado versículo para comunicarte palabras de consolación o ánimo; o tal vez te permita comprender mejor una situación que te preocupe o te ayude a identificar un pecado del que necesites arrepentirte y pedirle perdón. Incluso, te puede

dar una mayor esperanza de que está actuando para sacar algo bueno de una situación difícil o trágica. Un fuerte vínculo. Cuando tú recibes una carta de un amigo querido, tu vínculo de amistad con esa persona se fortalece más aún, y algo parecido sucede con la Biblia, porque nos ayuda a acercarnos a Dios. Cada versículo que lees sacia tu sed un poco más. Esto se debe a que no estás leyendo un libro cualquiera; estás leyendo la Palabra de Dios, una carta personal que te llega de casa. Y no solo eso, sino que las palabras que lees te comunican vida. De manera que, cuando dediques tiempo a “tomar [la Escritura] y leerla”, ten por seguro que el Espíritu Santo te ayudará a conocer cada vez mejor a Aquel que nunca deja de llamarte a una profunda comunión consigo. ¢ Octubre / Noviembre 2020 | 21


El SeĂąor de la Misericordia

Promesas recibidas y difundidas por Santa Faustina Kowalska 22 | La Palabra Entre Nosotros


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urante toda su vida, Santa Faustina tuvo muchas visiones y locuciones interiores de Jesús. En su Diario dice con frecuencia que se sentía “llena” de Dios. Pero hubo una visión en particular cuyo resultado se ha difundido por el mundo entero: “Al anochecer (del 22 de febrero de 1931), estando yo en mi celda, vi al Señor Jesús con una túnica blanca. Tenía una mano levantada para bendecir y con la otra tocaba la túnica sobre el pecho. De la abertura de la túnica en el pecho, salían dos grandes rayos: uno rojo y otro pálido… Después de un momento, Jesús me dijo: “Pinta una imagen según el modelo que ves y firma: Jesús, en Ti Confío.” (49)

Esta es la imagen de Jesús Misericordioso que hoy día se venera en casi todas las iglesias católicas del mundo. En diversas ocasiones y durante toda su vida, el Señor le dio muchos mensajes y promesas a Santa Faustina. A continuación, una recopilación de varios de ellos citados textualmente en negrita:

Sobre el cuadro de Jesús Misericordioso Deseo que esta imagen sea venerada, primero en tu capilla, y [luego] en el mundo entero. (47) No en la belleza del color, ni en la del pincel, está la grandeza de esta imagen, sino en Mi gracia. (313) Prometo que el alma que venere esta imagen no perecerá. También prometo, ya aquí en la tierra, la victoria sobre los enemigos y, sobre todo, a la hora de la muerte. Yo Mismo la defenderé como Mi gloria. (48) Los dos rayos significan la Sangre y el Agua. El rayo pálido simboliza

el Agua que justifica a las almas. El rayo rojo simboliza la Sangre que es la vida de las almas. Ambos rayos brotaron de las entrañas más profundas de Mi misericordia cuando Mi Corazón agonizante fue abierto en la cruz por la lanza. (299) De todas Mis llagas, como de arroyos, fluye la misericordia para las almas, pero la herida de Mi Corazón es la Fuente de la Misericordia sin límites, de esta fuente brotan todas las gracias para las almas. (1190) Octubre / Noviembre 2020 | 23


Sobre la coronilla de la Divina Misericordia Esta oración… la rezarás durante nueve días con un rosario común, del modo siguiente: Primero rezarás una vez el Padre Nuestro y el Ave María y el Credo. Después, en las cuentas correspondientes al Padre Nuestro, dirás las siguientes palabras: “Padre Eterno, te ofrezco el Cuerpo y la Sangre, el Alma y la Divinidad de tu Amadísimo Hijo, nuestro Señor Jesucristo, como propiciación de nuestros pecados y los del mundo entero”. En las cuentas del Ave María, dirás las siguientes palabras: “Por su dolorosa Pasión, ten misericordia de nosotros y del mundo entero”. Para terminar, dirás tres veces estas palabras: “Santo Dios, Santo Fuerte, Santo Inmortal, ten piedad de nosotros y del mundo entero”. (476) Reza incesantemente esta coronilla que te he enseñado. Quienquiera que la rece recibirá gran misericordia a la hora de la muerte. Los sacerdotes se la recomendarán a los pecadores como la última tabla de salvación. Hasta el pecador más empedernido, si reza esta coronilla una sola vez, recibirá la gracia de Mi misericordia infinita. Deseo que el mundo entero conozca Mi misericordia; deseo conceder gracias inimaginables a las almas que confían en Mi misericordia. (687) 24 | La Palabra Entre Nosotros

Oh, qué gracias más grandes concederé a las almas que recen esta coronilla; las entrañas de Mi misericordia se enternecen por quienes rezan esta coronilla. Anota estas palabras, hija Mía, habla al mundo de Mi misericordia para que toda la humanidad conozca la infinita misericordia Mía. Es una señal de los últimos tiempos, después de ella vendrá el día de la justicia. Todavía queda tiempo, que recurran, pues, a la Fuente de Mi Misericordia, se beneficien de la Sangre y del Agua que brotó para ellos. (848) Sobre la Novena de la Misericordia Deseo que, durante esos nueve días, lleves a las almas a la Fuente de Mi Misericordia para que saquen fuerzas, alivio y toda gracia que necesiten para afrontar las dificultades de la vida y especialmente en la hora de la muerte. Cada día traerás a Mi Corazón a un grupo diferente de almas y las sumergirás en este mar de Mi misericordia. Y a todas estas almas Yo las introduciré en la casa de Mi Padre. Lo harás en esta vida y en la vida futura. Y no rehusaré nada a ningún alma que traigas a la Fuente de Mi Misericordia. Cada día pedirás a Mi Padre las gracias para estas almas por Mi amarga Pasión. (1209)


Sobre la Fiesta de la Misericordia

Sobre la Santa Comunión

Quiero que haya una Fiesta de la Misericordia. Deseo que esta imagen sea solemnemente bendecida el primer domingo después de la Pascua; ese domingo ha de ser la Fiesta de la Misericordia. (49) Deseo que esta imagen sea expuesta en público el primer domingo después de Pascua de Resurrección. Ese domingo es la Fiesta de la Misericordia. A través del Verbo Encarnado doy a conocer el abismo de Mi misericordia. (88) Deseo conceder el perdón total a las almas que se acerquen a la confesión y reciban la Santa Comunión el día de la Fiesta de Mi Misericordia. (1109)

El alma que se confiese y reciba la Santa Comunión obtendrá el perdón total de las culpas y de las penas. En ese día están abiertas todas las compuertas divinas a través de las cuales fluyen las gracias. Que ningún alma tema acercarse a Mí, aunque sus pecados sean como escarlata… La humanidad no conocerá paz hasta que no se dirija a la Fuente de Mi misericordia. (699) Una hora de meditación de Mi dolorosa Pasión tiene mayor mérito que un año entero de flagelaciones a sangre; la meditación de Mis dolorosas llagas es de gran Octubre / Noviembre 2020 | 25


provecho para ti y a Mí Me da una gran alegría. (369) Oh, cuánto Me duele que muy rara vez las almas se unan a Mi en la Santa Comunión. Espero a las almas y ellas son indiferentes a Mí. Las amo con tanta ternura y sinceridad y ellas desconfían de Mí. Deseo colmarlas de gracias y ellas no quieren aceptarlas. Me tratan como una cosa muerta, mientras que (60) Mi Corazón está lleno de Amor y Misericordia. (1447) Deseo unirme a las almas humanas. Mi gran deleite es unirme con las almas. Has de saber, hija Mía, que cuando llego a un corazón humano en la Santa Comunión, tengo las manos llenas de toda clase de gracias y deseo dárselas al alma, pero las almas ni siquiera Me prestan atención, Me dejan solo y se ocupan de otras cosas. Oh, qué triste es para Mi que las almas no reconozcan al Amor. Me tratan como una cosa muerta. (1385) Sobre el Corazón Misericordioso de Jesús Deseo que conozcas más profundamente el amor que arde en Mi Corazón por las almas y tu comprenderás esto cuando medites en Mi Pasión. Apela a Mi misericordia para los pecadores, pues deseo su salvación. Cuando reces esta oración con corazón contrito y con fe 26 | La Palabra Entre Nosotros

por algún pecador, le concederé la gracia de la conversión. (186) Esta oración es la siguiente: “Oh Sangre y Agua que brotaste del Corazón de Jesús como una Fuente de Misericordia para nosotros, en Ti confío”. (187) Jesús llama a los pecadores Me deleitan las almas que recurren a Mi misericordia. A estas almas les concedo gracias por encima de lo que piden. No puedo castigar aún al pecador más grande si él suplica Mi compasión, sino que lo justifico en Mi insondable e impenetrable misericordia. (1146) No tengas miedo, alma pecadora, de tu Salvador; Yo soy el primero en acercarme a ti, porque sé que por ti misma no eres capaz de ascender hacia Mi. Oh, cuánto Me es querida tu alma. Te he asentado en Mis brazos. Y te has grabado como una profunda herida en Mi Corazón. Mi misericordia es más grande que tu miseria y la del mundo entero. ¿Quién ha medido Mi bondad? Por ti bajé del cielo a la tierra, por ti dejé clavarme en la cruz, por ti permití que Mi Sagrado Corazón fuera abierto por una lanza, y abrí la Fuente de la Misericordia para ti. Ven y toma las gracias de esta fuente con el recipiente de la confianza. Jamás rechazaré un corazón arrepentido,


tu miseria se ha hundido en el abismo de Mi misericordia. (1485) Sobre las señales de los últimos días Antes de venir como el Juez Justo, vengo como el Rey de Misericordia. Antes de que llegue el día de la justicia, les será dado a los hombres este signo en el cielo. Se apagará toda luz en el cielo y habrá una gran oscuridad en toda la tierra. Entonces, en el cielo aparecerá el signo de la cruz y de los orificios donde fueron clavadas las manos y los pies del Salvador,

saldrán grandes luces que durante algún tiempo iluminarán la tierra. Eso sucederá poco tiempo antes del ultimo día. (83) Antes de venir como juez justo abro de par en par la puerta de Mi misericordia. Quien no quiera pasar por la puerta de Mi misericordia, tiene que pasar por la puerta de Mi justicia. (1146) ¢ Citas del Diario de Santa María Faustina Kowalska, © 1996 Used with permission of the Marian Fathers of the Immaculate Conception of the B.V.M. Octubre / Noviembre 2020 | 27


La fe y la pandemia del coronavirus La tempestad arreciaba y la barca se hundía

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l 31 de diciembre del 2019, la Organización Mundial de la Salud informaba al mundo de la aparición de una nueva forma de coronavirus en la ciudad de Wuhan, China, el cual provoca la enfermedad que ha sido llamada COVID-19 y que comenzó como una neumonía de origen desconocido. Lo que se desencadenó a partir de esa fecha han sido eventos inéditos que, sin duda alguna, han cambiado el mundo para siempre. Por María Vargas Artículo escrito en junio de 2020, en medio de la pandemia del coronavirus.


Muchos países empezaron a ver que el número de los enfermos aumentaba y desbordaba sus establecimientos hospitalarios, miles de personas fueron perdiendo la vida a causa de la enfermedad y los gobiernos se vieron obligados a implementar medidas drásticas: cierre de fronteras, cierre de escuelas y universidades, cuarentenas obligatorias o aislamiento de los ciudadanos en la medida en que los trabajos lo permitieran. De pronto, los seres humanos, que por naturaleza somos sociales, nos encontramos confinados en nuestras casas, pudiendo salir únicamente para proveernos de alimentos o medicamentos. La forma de saludarnos cambió a gestos a la distancia, la educación tuvo que dar un giro total a clases en línea, las grandes ciudades se quedaron vacías y los eventos deportivos más importantes del mundo, como los Juegos Olímpicos que se realizarían en el verano boreal del 2020, tuvieron que ser aplazados. Al mismo tiempo, la crisis sanitaria provocó también una crisis económica aguda de la cual tardaremos en reponernos. Millones de personas perdieron su trabajo o vieron reducidos sus ingresos significativamente; innumerables empresas cerraron para siempre, mientras otras se esfuerzan por recuperarse conforme las medidas sanitarias se van levantando. La enfermedad trajo consigo el hambre.

Es posible que mucha gente en el mundo entero haya sentido que Dios les daba la espalda, que nos había ocultado su rostro, según nos parecía escuchar las palabras del profeta Isaías: “Por un corto instante te abandoné… por un momento me oculté de ti” (Isaías 54, 7. 8). Todos en la misma barca. Conforme la emergencia avanzaba, los católicos comenzamos el tiempo de Cuaresma y a dos semanas de haber iniciado la preparación para la conmemoración de la muerte y la resurrección del Señor, sucedió lo impensado: el Papa Francisco, en una medida sin precedentes, debió ordenar el cierre de todos los templos de la ciudad de Roma; situación que fue replicándose en las siguientes semanas en otras diócesis a lo largo y ancho del mundo, con el fin de evitar la propagación del virus. Los católicos nos vimos entonces privados del principal alimento que nos sustenta: la Sagrada Eucaristía. Resultó paradójico que, en medio de un tiempo de ayuno, nos viéramos forzados a ayunar incluso del propio Cuerpo y Sangre de Cristo. La santa Misa pasó a ser transmitida por televisión, los sacerdotes se vieron obligados a difundirla en las redes sociales; y así empezamos a participar de ella en la sala de la casa, con las mascotas alrededor y en medio de juguetes, cuadernos de estudio o Octubre / Noviembre 2020 | 29


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l Santo Padre invitó al mundo, a todos los creyentes de distintas denominaciones y de otras religiones, a unirnos en oración y ayuno por el fin de la pandemia.

cualquier otra cosa que hubiera quedado por ahí. Y mientras los fieles nos adentrábamos en una Cuaresma que nos permitió acompañar al Señor en ese tiempo de desierto como nunca antes, el Santo Padre pedía a los sacerdotes que no nos abandonaran e hicieran todo lo posible por atender especialmente a aquellos que estaban siendo víctimas del virus. Fue así como el “ejército” del Señor abrió un importante frente de lucha. Al no haber acceso al Sacramento de la Reconciliación, algunos sacerdotes decidieron instalarse en una silla a la distancia recomendada, en aceras, calles o estacionamientos donde los fieles podían acercarse en 30 | La Palabra Entre Nosotros

el automóvil, confesar sus pecados y ser absueltos. Otros, salieron con el Santísimo por las calles o a los techos de los templos para bendecir a quienes se encontraban en sus casas. Algunos incluso pidieron fotografías de los fieles, que colocaron en las bancas de las iglesias para, de alguna manera, tenerlos presentes a la hora de la Misa. En varios países como Italia, Honduras, Argentina, Costa Rica o México, la imagen de la Virgen, así como el Santísimo Sacramento, sobrevolaron los territorios para bendecir a los países y pedir a Dios por el fin de la pandemia. Algunos países como Inglaterra fueron consagrados a la Virgen María; y toda América Latina


fue consagrada a la Virgen de Guadalupe, el Domingo de la Pascua de Resurrección. “Ama a tu prójimo como a ti mismo”. La Iglesia también ha sido ejemplo de amor al prójimo en este tiempo. De distintas formas y en diferentes partes del mundo, se ha organizado para llevar alimentos a cuantos están pasando hambre, con la ayuda de otras organizaciones de la sociedad civil. También la hemos visto entregando material sanitario en países como Etiopía, o dando acompañamiento psicológico en Colombia a quienes sufren ansiedad a causa de la cuarentena; y en países como España e Italia se habilitaron lugares en los seminarios para atender a los enfermos o dar posada al personal médico o a las fuerzas del orden. Los sacerdotes también se convirtieron en piezas clave dentro de los hospitales, dando apoyo espiritual a los enfermos y moribundos, así como al personal sanitario. Pero desde luego, esto trajo consigo una consecuencia inevitable: muchos empezaron a contagiarse y morir también a causa del virus. Un ejemplo que impresionó al mundo fue el padre Cirilo Longo, italiano, quien habiendo cumplido 95 años de edad el día anterior, falleció el 19 de marzo, día de San José, patrono de los sacerdotes, no sin antes levantar sus manos

al cielo y exclamar: “¡Nos vemos en el Paraíso, recen el Rosario!” Las religiosas también han puesto su grano de arena, confeccionando mascarillas e incluso aprendiendo a usar impresoras 3D para fabricar mascarillas de las que utilizan los médicos y enfermeras, pero que también empiezan a ser parte de la indumentaria de la población en general. “¿No te importa que nos estemos hundiendo?” En medio de estas numerosas muestras de amor de la Iglesia por sus hijos, el Papa Francisco nos regaló un momento único y extraordinario. El viernes 27 de marzo, el Papa caminó solo y bajo la lluvia por una desierta Plaza de San Pedro y se dirigió a un pequeño toldo que fue colocado para realizar una liturgia en la que se leyó el Evangelio de Marcos (4, 35-41). Al verlo caminar lentamente, daba la impresión de que cargaba sobre sus hombros el peso del mundo entero, un mundo asustado, angustiado y con muchas preguntas que esperaban una respuesta; un mundo que sentía que Jesús se había dormido y no se daba cuenta de que la barca se hundía. Pero, nos dijo el Santo Padre: “[Jesús] permanecía en popa, en la parte de la barca que primero se hunde. Y, ¿qué hace? A pesar del ajetreo y el bullicio, dormía tranquilo, confiando en el Padre… Después de que lo despertaran y que calmara el Octubre / Noviembre 2020 | 31


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l igual que en otras circunstancias de la vida en que nos enfrentamos al temor y la ansiedad, tenemos un Padre celestial al cual acudir, que vela por nosotros y que siempre tiene un propósito perfecto para nuestra vida.

viento y las aguas, se dirigió a los discípulos con tono de reproche: ‘¿Por qué tienen miedo? ¿Aún no tienen fe?’ (v. 40). “¿En qué consiste la falta de fe de los discípulos que se contrapone a la confianza de Jesús? Ellos no habían dejado de creer en él; de hecho, lo invocaron. Pero… pensaron que Jesús se desinteresaba de ellos, que no les prestaba atención… [pero] a él le importamos más que nadie. De hecho, una vez invocado, salva a sus discípulos desconfiados.” Allí, frente al crucifijo milagroso de San Marcelo, que en 1522 fue llevado en procesión por las calles de 32 | La Palabra Entre Nosotros

Roma para invocar el fin de la “Gran peste” (probablemente viruela) y al icono de la Virgen, que se custodia en la Basílica de Santa María la Mayor y a quien el pueblo romano también acudía en tiempos de peste, el Papa rezó: “Hemos continuado imperturbables, pensando mantenernos siempre sanos en un mundo enfermo. Ahora, mientras estamos en mares agitados, te suplicamos: ‘Despierta, Señor.’ Señor, nos diriges una llamada a la fe. Que no es tanto creer que tú existes, sino ir hacia ti y confiar en ti. Es el tiempo de restablecer el rumbo de la vida hacia ti, Señor, y hacia los demás.”


El Santo Padre invitó al mundo, a todos los creyentes de distintas denominaciones y de otras religiones, a unirnos en oración y ayuno por el fin de la pandemia. Y al terminar el mes de mayo, mes de la Virgen, dirigió el rezo del Rosario desde la gruta de Lourdes en los jardines vaticanos. “¿Aún no tienen fe?” Querido hermano, ciertamente todos hemos vivido momentos de angustia, temor e incertidumbre, y es muy probable que a muchos se les haya quebrantado su fe en este tiempo. No es fácil soportar meses de encierro, desempleo, enfermedad o temor a enfermarse. Tal vez sentiste a veces, como los discípulos, que la barca se estaba hundiendo y que el Señor no se daba cuenta de lo que pasaba. Tal vez clamaste a él y te pareció que no te escuchaba. Conforme las medidas sanitarias se han ido levantando, sigue habiendo preguntas sin respuesta: ¿Terminará pronto la pandemia? ¿Encontrarán los científicos una cura y una vacuna eficaz? ¿Cómo levantaremos de nuevo la economía? Todos nos las hemos hecho, no te sientas solo. Sin embargo, el Señor no nos ha abandonado. Él no ha estado dormido, ni ha dejado de escuchar. El ejemplo de entrega de los sacerdotes y religiosas, la guía del Santo Padre y el sacrificio de tantos médicos y enfermeras que han arriesgado su

propia vida para salvar la de otros son una muestra clara de la presencia de Dios en medio de esta emergencia. Ciertamente, esta ha sido una situación inesperada, para la que no nos encontrábamos preparados; pero al igual que en otras circunstancias de la vida en que nos enfrentamos al temor y la ansiedad, tenemos un Padre celestial al cual acudir, que vela por nosotros y que siempre tiene un propósito perfecto para nuestra vida. Entreguémosle a él las preocupaciones que nos nublan el corazón: “Vengan a mí todos ustedes que están cansados de sus trabajos y cargas, y yo los haré descansar.” (Mateo 11, 28) De igual manera, recuerda acudir a tu Madre. Ella siempre está presta a recoger tus plegarias y presentarlas a Dios; ella te cuida con su amor maternal, camina a tu lado y te consuela cuando hayas perdido la esperanza; ella, que también experimentó el temor y la angustia de una vida para la que no estaba preparada y el dolor de ver morir a su Hijo en la cruz, jamás te desampara. “Tenemos un ancla: en su Cruz hemos sido salvados. Tenemos un timón: en su Cruz hemos sido rescatados. Tenemos una esperanza: en su Cruz hemos sido sanados y abrazados para que nadie ni nada nos separe de su amor redentor.” (Papa Francisco, Momento extraordinario de oración en tiempos de epidemia, 27 de marzo de 2020). ¢ Octubre / Noviembre 2020 | 33


De atea a misionera universitaria

El amor de los creyentes me llevó a Cristo Por Srishti Gupta

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uando llegué a la universidad Georgia Tech para el primer año, yo era una atea declarada. Había crecido como hindú en una buena familia, pero tenía luchas internas: Simplemente no podía ver qué relación había entre ciencia y religión; me horrorizaban los actos de terrorismo cometidos por sectas religiosas extremistas, de modo que llegué a la conclusión de que la religión era un ámbito de división y dolor. Por eso, cuando estaba en secundaria, me hice el propósito de convencer a los demás de que Dios no existía. 34 | La Palabra Entre Nosotros

Pero Dios tenía otros planes para mí. En la universidad, una amiga me dijo que iba a rezar por mí. Yo le dije: “Claro, hazlo —pero añadí en seguida— de todos modos no va a servir de nada, porque Dios no existe.” Ella muy tranquilamente me aseguró que Dios sí existe y que es todopoderoso y bondadoso. Así comenzó una larga serie de conversaciones y amigables debates con ella sobre el cristianismo. Pero algo interesante ocurrió en estas pláticas. Cuanto más intentaba yo rebatir el cristianismo, me


di cuenta de que más me costaba mantener mis propias convicciones. Muchas de las cosas que me decía mi amiga tenían mucho sentido. Por ejemplo, me habían enseñado que había que confiar en uno mismo y tratar de alcanzar a Dios por esfuerzo propio; pero ella me presentaba a un Dios que había tomado la iniciativa de aceptarme tal como yo era, con mis debilidades y deficiencias. Al mismo tiempo, comencé a conocer a jóvenes cristianos que eran tan buenas personas y que parecían tan increíblemente felices que ¡yo quería tener lo que ellos tenían! Cómo llegué a ser cristiana. A sugerencia de mi amiga, empecé a leer el Evangelio según San Mateo quince minutos cada noche. Cuando llegué al último capítulo, sobre la resurrección, ¡me quedé pasmada! No pude dejar de concluir que Dios en realidad existe, que Jesús es real y supe que yo quería tener una relación personal con él. Unas semanas más tarde, buscando un servicio en una iglesia episcopal, accidentalmente terminé en una Misa en el Centro Católico de Georgia Tech. La homilía instaba a los presentes a entregarle la vida a Dios por el profundo amor que él nos tiene a cada uno. En ese momento, yo no tenía la menor idea de qué era la consagración de las especies eucarísticas, pero cuando el sacerdote

levantó la Hostia, me di cuenta de que mi más profundo anhelo era conocer a Dios. Dos semanas después comencé tomar las clases del Rito de Iniciación Cristiana de Adultos (RICA) y en la Pascua de 2015 recibí el Bautismo, la Santa Comunión y la Confirmación. Después de mi bautizo, lo que yo más quería era que otras personas conocieran el amor de Dios como yo lo estaba conociendo. Sin embargo, dado que el concepto de evangelización no existe en las comunidades hindúes, no sabía cómo compartir mi fe, así que empecé a orar para encontrar una manera de compartir la gran alegría, la paz y la esperanza que yo estaba experimentando. Compartir la fe a través del amor. Poco después, conocí a Estefanía, una muchacha que vino a Georgia Tech con el grupo Fellowship of Catholic University Students [Fraternidad de Estudiantes Universitarios Católicos] (FOCUS), que se dedica a difundir la fe católica en las universidades. En los meses siguientes, Estefanía me ayudó a profundizar mi relación con Cristo orando conmigo y compartiendo su fe y sus conocimientos. También me ayudó a comprender que los cristianos tenemos la misión de evangelizar y llevar a Cristo a nuestros amigos y familiares. Nuestra amistad creció y Estefanía me ayudó a ver cómo podía yo Octubre / Noviembre 2020 | 35


servir a otras personas y compartir mi alegría, para que ellos también encontraran a Cristo. Esto fue lo que Jesús hizo con sus apóstoles y lo que ellos a su vez habían hecho con los demás. Así me di cuenta de que había

La vida universitaria ofrece a los estudiantes una excelente oportunidad para aprender a afrontar las adversidades de la vida y decidir qué tipo de personas quieren ser en el futuro

encontrado una vía para compartir el Evangelio. La vida universitaria ofrece a los estudiantes una excelente oportunidad para aprender a afrontar las adversidades de la vida y decidir qué tipo de personas quieren ser en el futuro, decisiones que afectarán toda su vida y el mundo en el que se desenvolverán. Yo ya había experimentado un cambio de primera mano en el campus universitario y después de 36 | La Palabra Entre Nosotros

haber aprendido bastante, tuve la seguridad de que Jesús quería que yo fuera misionera universitaria, para lo cual me pareció lógico unirme a FOCUS, el mismo grupo que me había ayudado tanto.

Acepté el ofrecimiento para formarme como misionera y fui al entrenamiento de verano, donde los postulantes aprenden sobre la oración, la vida comunitaria y las aptitudes misionales. Me sorprendió ver a tantos jóvenes católicos entusiasmados con Jesús y la misión que él les daba. ¿Por qué? Simplemente, porque un discípulo cristiano había estado dispuesto a acompañar a cada uno y ellos habían experimentado el amor de Cristo a través de esa persona. Esa


fue la experiencia que cambió todo para mí. De regreso a la universidad. En el otoño de 2018, volví al campus de Georgia Tech, pero no con la idea de convencer a otros de que Dios no existe, sino deseosa de que supieran ¡que Dios es real y que los ama muchísimo! Fue genial estar de regreso, esta vez como creyente dispuesta a compartir el mensaje del Evangelio, llena de alegría y esperanza y no como un alma perdida y desorientada. Comencé dirigiendo un estudio bíblico para estudiantes de primer año que venían de diferentes lugares y tradiciones. Algunos iban a Misa cada domingo; otros no habían ido a Misa en varios años. Nos reuníamos para ver películas, estudiar e ir a Misa; yo les invitaba a los eventos del centro católico y me reunía con ellos cuando estaban en el comedor. Lo que yo hacía no era nada especial; simplemente les demostraba afecto y dejaba que Cristo los amara a través de mi persona, como Estefanía lo había hecho conmigo. Fue un proceso lento, pero luego vi que la fe de ellos cobraba vida. Algunos se confesaban después de muchos años; incluso una amiga vino conmigo en un viaje misionero a Perú. En el semestre siguiente, seis de estos alumnos decidieron dirigir sus propios grupos de reflexión bíblica y

acompañar a otros estudiantes hacia el discipulado. Al próximo año, algunos de estos estudiantes empezaron a liderar reuniones para alumnos de primer año y acompañarlos. Ahora, en 2020, están en segundo o tercer año y dirigen sus propios estudios bíblicos. Hay unos trescientos estudiantes en los cuarenta grupos de estudios bíblicos que hay en el campus de Georgia Tech, en su mayoría dirigidos por estudiantes. Mi nueva misión en FOCUS es dirigir el equipo evangelizador en el Georgia College, situado cerca de la ciudad de Augusta. Las personas son diferentes, pero la misión sigue siendo la misma: “Vayan, pues, a las gentes de todas las naciones, y háganlas mis discípulos; bautícenlas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y enséñenles a obedecer todo lo que les he mandado a ustedes” (Mateo 28, 19-20). Estoy segura de que, si continuamos siendo fieles a la misión que el Señor nos ha dado e invirtiendo tiempo y esfuerzo en los jóvenes personalmente y mostrándoles cómo hacer lo que Jesús hacía, lograremos llevar a esta generación a conocer el amor de Cristo. ¢ Srishti Gupta es directora del equipo FOCUS en el Georgia College localizado en Milledgeville, Georgia. Para más información visite focusoncampus.org. Octubre / Noviembre 2020 | 37


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de octubre, jueves Santa Teresa del Niño Jesús, virgen y doctora de la Iglesia Lucas 10, 1-12 Pónganse en camino (Lucas 10, 3) ¿Has escuchado alguna vez la historia de Arquímides, el matemático griego? Se emocionó tanto con un descubrimiento científico que hizo mientras se bañaba que salió corriendo desnudo por la calle gritando “¡Eureka!” (que en griego significa “¡lo descubrí!”). Arquímides estaba tan emocionado que corrió afuera para contar la buena noticia, sin pensar ni por un momento en lo que la gente pensaría de él. Muchos de nosotros podemos haber tenido varios momentos “eureka”, ese emocionante instante en que fuimos impactados por la profundidad y la plenitud del amor de Dios. La alegría y la emoción que sentimos fueron tan intensas que queríamos compartirlas con todo el mundo. Pero conforme el tiempo pasa, las demandas de la vida cotidiana provocan que la mente haga a un lado el momento y la emoción. La lectura del Evangelio de hoy nos ofrece la oportunidad perfecta no solo para redescubrir ese “momento eureka” sino también para que la emoción nos envíe como embajadores de Dios. La noticia es tan buena, y el amor de Dios es tan poderoso, que tú simplemente no puedes guardártelo: ¡Dios 38 | La Palabra Entre Nosotros

ha cumplido su promesa de salvación! Esto es mucho más emocionante que el descubrimiento matemático de Arquímides. El Señor Jesús desea que te apresures a contar la buena nueva, sin preocuparte por llevar equipaje, a todo aquel que quiera escucharla, no quiere que te preocupes por lo que vas a comer ni por el dinero ni siquiera por lo que la gente piense de ti. El Señor te cuidará si vas y proclamas su Evangelio. Tampoco hay tiempo para conversaciones ociosas o para quedarse mucho tiempo en un lugar donde las personas no están escuchando. Cristo quiere que vayas y difundas la noticia tan rápido y tan lejos como puedas. En tu oración de hoy, Dios desea ayudarte a descubrir más profundamente la alegría de tu salvación; quiere avivar el fuego en tu corazón y hacerlo arder para que brille más. Dios tiene grandes cosas reservadas para su pueblo, y te ha elegido a ti para que se las cuentes a otros. “Gracias, Señor, por llenarme de tanto amor y misericordia. Concédeme tu gracia para que yo esté dispuesto a proclamar el Evangelio. Aquí estoy, Señor; ¡envíame a mí!” ³³

Job 19, 21-27 Salmo 27 (26), 7-9. 13-14


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de octubre, viernes Santos Ángeles Custodios Mateo 18, 1-5. 10 Sus ángeles, en el cielo, ven continuamente el rostro de mi Padre, que está en el cielo. (Mateo 18, 10) Si alguna vez viste la clásica película de Navidad ¡Qué bello es vivir!, seguramente recordarás a Clarence, el ángel guardián. Cuando la desesperación lleva al personaje principal, Jorge Bailey, a contemplar el suicidio, Clarence interviene para salvarle la vida. Podemos encontrar la moraleja general de la película en el hecho de que refleja dos verdades básicas de la fe: los ángeles guardianes realmente existen y tienen una misión importantísima que cumplir en nuestra vida. Muchas personas pueden contar relatos maravillosos y milagrosos sobre cómo su ángel guardián acudió en su auxilio. Estos protectores y guías son tu compañía constante: de principio a fin, tu vida está “rodeada de su custodia y de su intercesión” (Catecismo de la Iglesia Católica, 336). Y esa es la razón por la cual la Iglesia aparta este día para reconocerlos y darles honra. San Bernardo de Claraval (1090–1153) llamaba a los ángeles guardianes de una manera que parece especialmente apropiada, les decía los “guardaespaldas”. Bernardo escribió: “Solamente necesitamos seguirlos, permanecer cerca de ellos y habitaremos

bajo el amparo del Dios Altísimo. Así que cuando sientas que se acerca una grave tentación o te embarga una aflicción tremenda, invoca a tu protector, a tu líder, al que te ayuda en cualquier situación” (Sermones sobre el Salmo 91, Sermón 12). Ciertamente debes acudir a tu ángel guardián cuando te encuentres en un peligro físico inminente. Pero el consejo de San Bernardo también es útil en situaciones menos graves. Por ejemplo, cuando sientes la tentación de perder la paciencia, o te sientes inclinado a hablar de mal modo a alguien de tu familia o a un compañero de trabajo que te pone nervioso. Tu ángel guardián está presto a escuchar tu llamado y ayudarte a actuar con bondad. Este ayudante, dice San Bernardo, “presentará tus plegarias a Dios en el cielo y regresará cargado de gracias para ti.” ¡El amor de Dios es tan grande, que te provee un ayudante así de fiel! En esta fiesta de los Ángeles Custodios, agradece a tu Padre, y a tu ángel guardián, por su cuidado celestial. “Padre y Dios mío, gracias por cuidarme. Ayúdame a ser más consciente de la presencia constante de mi ángel custodio.” ³³

Job 38, 1. 12-21; 40, 3-5 Salmo 139 (138), 1-3. 7-8. 9-10. 13-14ab

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de octubre, sábado Lucas 10, 17-24 Esta fue probablemente la primera vez que muchos de los discípulos salieron a predicar y realizar milagros. Imagina lo nerviosos que deben haber estado, y lo contentos que volvieron por el éxito de su misión. ¡Hasta los demonios se sometieron a ellos al escuchar el nombre de Jesús! (Lucas 10, 17) Pero, ¿qué habría sucedido si las cosas hubieran sido distintas? ¿Qué habría pasado si hubieran regresado angustiados por no haber podido realizar ningún milagro? ¿Los habría reprendido el Señor? Probablemente no. Mira cómo reaccionó él en otras situaciones en que los discípulos fallaron. Cuando no pudieron sanar a un muchacho epiléptico, los corrigió, pero no los reprendió (Marcos 9, 17-24). Y actuó de forma similar cuando los discípulos lo despertaron porque estaban temerosos de que la barca se hundiera (Lucas 8, 22-25). Así que, cuando los discípulos se acercaron al Señor entusiasmados por su éxito, como leemos en el Evangelio de hoy, él reconoció su logro, pero también les advirtió que no pensaran únicamente en lo que hacían, para que vieran que su relación con él era tan importante, o incluso más, que los milagros. Jesús deseaba que ellos comprendieran el privilegio que significa ser ciudadanos del cielo. 40 | La Palabra Entre Nosotros

Es fácil verse atrapado en la necesidad de ser cristianos “productivos”. Es natural sentirse realizado y tener un orgullo piadoso cuando ejercitamos la fe y Dios actúa por medio de nosotros. Pero, ¿qué sucede si no somos capaces de hacer esas cosas, tal vez por una enfermedad o porque el esfuerzo parece no llevarnos a ninguna parte? Cuando esto sucede, recuerda un par de cosas. Primero, el Señor Jesús nos cuida a todos, incluso a aquellos que no pueden “producir” nada, como un niño o alguien que yace inconsciente en la cama de un hospital. La dignidad de ellos no es menor ni tampoco el amor del Señor. Segundo, Dios te ama a ti mucho más de lo que ama lo que tú haces por él. Él sabe lo que estás tratando de hacer por su Reino, y también cuando puedes esforzarte más. Al igual que lo hizo por sus discípulos, él reconocerá el trabajo que estás haciendo y te ayudará a ver cómo puedes ir más lejos. Y tercero, el que te está llamando es el propio Señor Jesús , y esa es suficiente causa de alegría. “Amado Señor, gracias por tu amor.” ³³

Job 42, 1-3. 5-6. 12-16 Salmo 119 (118), 66. 71. 75. 76. 91. 125. 130


MEDITACIONES OCTUBRE 4-10

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de octubre, XXVII Domingo del Tiempo Ordinario Filipenses 4, 6-9 ¿No te parece que nuestro sistema inmunológico es impresionante? Está constantemente vigilando la salud de todos los demás sistemas del organismo, incluso mientras uno duerme, y nos protege de las innumerables amenazas microscópicas. Y solo cuando empiezas a sentirte mal te acuerdas de cuánto confías en él y tratas de fortalecerlo con vitamina C, descanso y mucho líquido, tal como aconsejan los médicos. Según nos dice San Pablo en la primera lectura de hoy, la paz de Dios no es muy diferente al sistema inmune. Es tu guardián personal contra el temor y la frustración y tiene el poder divino para reducir las ansiedades de la vida. Incluso Jesús nos dice que su paz sobrepasa la del mundo, tanto en su profundidad como en su fuerza (Juan 14, 27). Esto es lo que custodia tu corazón: este “sistema de paz” lleno de gracia está contigo siempre donde sea que vayas, siempre listo para ayudarte y protegerte. Probablemente has observado que cuando estás en paz, los problemas

cotidianos, como la congestión vehicular, no logran llenarte de ansiedad. Esa es la evidencia de lo eficaz que es la paz de Dios para neutralizar el estrés. Pero, ¿qué sucede con los peligros más grandes, como un problema grave de salud o los dilemas financieros, que te causan preocupación? ¿Qué puedes hacer cuando tu “sistema de paz” se encuentra “sobrecargado”? Lo mismo que harías cuando tu sistema inmunológico se encuentra debilitado: ¡fortalecerlo! Así como puedes tomar vitaminas para tu organismo, aumenta las que fortalecen tu alma. Toma una dosis adicional de la Escritura; o así como puedes darle descanso a tu cuerpo, dale algo de descanso a tu alma. Respira profundamente, recuerda la bondad de Dios y pídele que fortalezca tu paz. Permítele recordarte que él permanece a tu lado, que te ama y que él te ayudará. Deja que la paz de Dios haga su obra de calmar tu ansiedad, y te sentirás mucho más tranquilo y confiado en el Señor. “Señor, gracias por custodiarme con tu paz.” ³³

Isaías 5, 1-7 Salmo 80 (79), 9. 12. 13-14. 15-16. 19-20 Mateo 21, 33-43

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de octubre, lunes Beato Francisco Javier Seelos, presbítero Lucas 10, 25-37 ¿Y quién es mi prójimo? (Lucas 10, 29) ¿Qué quería lograr este escriba? ¿Trataba de reducir sus responsabilidades respecto a otras personas? ¿Trataba de ver si el Señor Jesús excluía al ejército romano o a otros gentiles de su definición de “prójimo”? Pero el Señor, en vez de responder directamente, contó la parábola del Buen Samaritano, y concluyó preguntando cuál de los personajes había sido el prójimo de la víctima de los asaltantes. Entonces, ¿qué quería lograr Jesús? De algún modo, estaba diciendo: “No te preocupes por quién es o quién no es tu prójimo. Más bien, decide tú que serás el prójimo de todos aquellos con los que te encuentres. Cambia tu perspectiva y terminarás amando a tu prójimo como a ti mismo.” Una excelente forma de poner en práctica esta parábola es observar a las personas que pasan a tu alrededor, tal vez en un parque o en la esquina de una calle o desde la puerta de tu casa. También puedes hacerlo cuando te arrodillas en Misa o conversas con tus compañeros de trabajo. Mientras observas a cada persona que pasa, di para tu interior: “Ese es mi prójimo.” Ese indigente que pide limosna es tu 42 | La Palabra Entre Nosotros

prójimo, y también la empresaria que habla por teléfono celular y que viste un traje muy costoso. Los jóvenes que pasan en patineta con expresiones de aburrimiento, también son tus prójimos. Así que, ¡bendícelos! Al hacerlo, descubrirás que estás entendiendo más plenamente lo que Jesús quiso decirle a este escriba. Tu prójimo es cualquier persona que necesite conocer y experimentar el amor y la misericordia de Dios en este momento, y esa necesidad la tiene básicamente todo el mundo. También puedes descubrir que tienes preguntas que no has logrado responder: “¿Habrá él experimentado alguna vez el amor de Dios” “¿Por qué sonríe tanto?” “¿Qué cargas tendrá ella?” Estas preguntas son signos de que Dios te está abriendo los ojos para ver que estas personas no son simplemente nuestros prójimos; son parte de nuestra familia cristiana. Son los hermanos que Dios te ha dado para que tú los ames, los bendigas y los respetes, de la misma forma en que te amas y respetas a ti mismo. “Señor Jesús, abre mis ojos para ver a mi prójimo. Concédeme tu amor y tu misericordia, te lo ruego, para parecerme más a ti.” ³³

Gálatas 1, 6-12 Salmo 111 (110), 1. 2. 7-8. 9. 10c


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de octubre, martes San Bruno, presbítero o Beata María Rosa Durocher, virgen Gálatas 1, 13-24 Dios… quiso revelarme a su Hijo. (Gálatas 1, 15-16) Las relaciones personales se construyen sobre la comunicación. Las amistades, los matrimonios, e incluso los negocios crecen cuando compartimos ideas y pensamientos unos con otros. La relación de San Pablo con el Señor Jesús comenzó con una pregunta: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?” (Hechos 9, 4). Ese encuentro cambió todo. Pablo había sido un celoso perseguidor de la Iglesia, pero ahora se daba cuenta de que estaba actuando en contra del plan de Dios. Necesitaba tiempo para crecer en esta nueva relación con Cristo. Así que en vez de “solicitar ningún consejo humano”, dedicó tres años a estudiar con nuevos ojos las Escrituras hebreas y encontrar al Señor en ellas (Gálatas 1, 16. 18). Dios también desea construir una relación contigo; quiere revelarte a su Hijo en una forma que es única para ti. Ya sea que has estado cerca de él por años o apenas lo conociste ayer, él quiere profundizar y aumentar el lazo de amor que existe entre tú y él. Probablemente no puedas dedicar tres años a estar a solas con Dios,

pero puedes apartarte de tus actividades cotidianas cada día para pasar un tiempo a solas con él. Puedes adoptar el hábito de hablar con el Señor sobre las cosas que te interesan o te importan. Puedes preguntarle cómo piensa él, cómo te ve, o qué quiere hacer en tu vida. Mientras hablas con él, presta atención a lo que sucede en tu mente y en tu corazón, presta atención a los pensamientos que estimulan tu memoria, imaginación o emociones. Anota lo que crees que Dios te esté diciendo para luego reflexionar en ello. No es solo en este tiempo especial a solas con el Señor que puedes profundizar tu relación con él. Busca momentos a través del día en que puedes conversar de corazón a corazón con Jesús. Tal vez en el auto mientras conduces, durante el almuerzo o antes de retirarte por la noche. Dios sabe cuál es la mejor forma de revelarte a su Hijo, así como lo hizo con San Pablo. Así que busca tiempo para estar a solas con el Señor, y luego escucha. ¡Él tiene mucho que decirte! “Padre, gracias por revelarme a tu Hijo. Ayúdame a conocerlo más cada día.” ³³

Salmo 139 (138), 1b-3. 13-14ab. 14c-15 Lucas 10, 38-42

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de octubre, miércoles Bienaventurada Virgen María del Rosario Lucas 11, 1-4 Enséñanos a orar. (Lucas 11, 2) Esta petición que hicieron los apóstoles parecía razonable, ellos habían visto a Jesús rezar en numerosas ocasiones. También lo habían visto realizar grandes milagros y demostrar la misericordia de Dios a muchas personas. Es posible que pensaran que había una relación entre ambas cosas: tal vez, si aprendemos a orar, podremos llegar a parecernos más a él. Si esto era lo que estaban pensando, ¡tenían razón! ¿Qué otra cosa sería más eficaz para cambiar y parecerse más al Señor que abrir el corazón a tu Padre y permitirle que te moldee? Todos sabemos lo difícil que es imitar al Señor. Por más que lo intentemos, las tentaciones que nos asaltan son demasiado fuertes. Pensamos que estamos siguiendo su ejemplo, pero luego descubrimos que el orgullo o el temor o la forma demasiado humana de pensar nos alejan de él. Me gustaría tener más capacidad de perdonar, pensamos, o ser más valiente o menos desconfiado. ¿A quién puedo recurrir? Naturalmente, ¡a Dios!, que siempre está dispuesto a ayudarnos. Y eso es lo que el Señor Jesucristo hizo por sus discípulos. “Cuando oren, digan: Padre… ” (Lucas 11, 2-3).

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La primera palabra del Padre Nuestro, “Padre”, es la más importante. Esta forma familiar e íntima de dirigirse a Dios nos enseña que él es accesible, que nos ama, que nos cuida y que provee para nosotros. Y si Dios es nuestro Padre bueno y amoroso, desde luego que desea darnos su gracia, por supuesto que quiere ayudarnos a parecernos más a su Hijo unigénito. Imitar a Jesucristo cuando rezas es la clave para seguirlo con el pensamiento y las acciones. Al usar sus oraciones como modelo de las tuyas, empezarás a pensar como él. Sus deseos serán tus deseos, y sus prioridades serán las tuyas. Así que intenta usar el Padre Nuestro como una guía para elaborar tus propias plegarias. Recuerda las verdades de Dios, tu Padre, espera la venida de su Reino, comprométete a hacer su voluntad, intenta perdonar más para que puedas encontrar más fácilmente su misericordia, aliméntate en la mesa del Señor y busca su protección en contra del mal. Si estas son tus prioridades al rezar, pronto te encontrarás pensando y actuando más como él. “Señor Jesús, gracias por enseñarme a orar, y a tener comunión con tu Padre celestial.” ³³

Gálatas 2, 1-2. 7-14 Salmo 117 (116), 1. 2


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de octubre, jueves Lucas 11, 5-13 ¿Cuánto más el Padre celestial les dará el Espíritu Santo a quienes se lo pidan? (Lucas 11, 13) La mayoría de nosotros estamos familiarizados con la tentación, y sabemos cuando tenemos tentaciones impuras, envidia o codicia. Pero, a veces también tenemos la tentación de dudar de la bondad de Dios. ¿Has dudado alguna vez de que Dios realmente ha perdonado tus pecados? ¿O de que cumplirá sus planes para tu vida? ¿Has dudado de que quiere bendecirte, incluso cuando sabes que tiene poder para hacerlo? Aunque es posible que no pensemos así constantemente, todos lo hemos hecho una que otra vez. Con estas palabras, el Señor Jesús desafió a sus discípulos, y a cada uno de nosotros, a hacer a un lado las dudas de que el Padre nos cuida. Él sabe lo frágil que puede ser la confianza. Desde que Satanás interpeló a Eva diciéndole “¿Así que Dios les ha dicho que no coman del fruto de ningún árbol del jardín?” (Génesis 3, 1), los seres humanos nos hemos vuelto proclives a desconfiar del Padre celestial. Pensamos que debemos buscar nuestras propias soluciones, pero Cristo quiere que conozcamos a Dios Padre, ¡que es el amor! Si escuchamos con atención, casi podemos percibir la urgencia en las

palabras de Jesús: “¡Adelante! Busquen y encontrarán, por favor, se lo ruego, ¡llamen a la puerta y ésta se abrirá! Pídanle a mi Padre; pídanle y recibirán.” El Señor confía en que si llegamos a conocer al Padre como él mismo lo conoce, nuestra alegría será completa (Juan 15, 11). Después de todo, esa es la razón por la que murió por nosotros. Él quería liberarnos del pecado, para que un día lleguemos a reunirnos con Dios y disfrutar de su gloriosa bondad. Hermano, ¿cómo respondes a esta pregunta del Señor? ¿Has aceptado el hecho de que verdaderamente eres hijo de Dios? Si no, ¡atrévete a dar el paso! La próxima vez que necesites algo, intenta pedirlo con fe más expectante. Ya sabemos que el Padre celestial escucha las oraciones y que solo quiere lo mejor para nosotros. Hemos sido sellados con la sangre de su Hijo, Jesucristo, que él derramó por nosotros en la cuz, para que nos acerquemos a su trono con confianza. La simple verdad es que, ¡nada es imposible para Dios! “Señor, gracias por revelarme al Padre, ayúdame a reconocerlo y a confiar en su amor y compasión.” ³³

Gálatas 3, 1-5 (Salmo) Lucas 1, 69-75

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de octubre, viernes Santos Dionisio, obispo y compañeros, mártires o San Juan Leonardi, presbítero Lucas 11, 15-26 Todos lo hemos experimentado: la frustración de un pecado persistente o las influencias de una relación difícil. Cuando pensamos que lo tenemos todo bajo control, surge una tentación más fuerte o tenemos una conversación que nos provoca un disgusto, y nos sentimos como si volviéramos a donde empezamos. Pero esto no es accidental, así es como actúa el diablo. ¿Necesitamos más pruebas de que el enemigo nunca descansa? Satanás es incansable; nunca deja de acosarnos y de intentar hacernos tropezar; nunca desiste de su intento de regresar a su antiguo hogar: las debilidades de carácter que tenemos, el pecado habitual, las heridas causadas por amistades deshechas. Esa es la razón por la cual el Señor Jesús nos advierte que no nos contentemos solo con que nuestra casa esté “barrida y arreglada” (Lucas 11, 25). Sí, el Bautismo nos lava el pecado original y la Confesión nos limpia de nuevo cuando hemos pecado; pero, ¿qué sucede entre una y otra confesión? Por lo incansable que es, el diablo siempre está buscando puertas abiertas para volver a entrar y acosarnos; siempre está buscando nuevas 46 | La Palabra Entre Nosotros

oportunidades para tentarnos y alejarnos del Señor. Por esto es que San Pedro nos insta: “Sean prudentes y manténganse despiertos”, él sabe que el enemigo, el diablo, “como un león rugiente, anda buscando a quien devorar” (1 Pedro 5, 8). ¿Cómo podemos mantenernos despiertos? Podemos hacerlo poniendo atención a los pensamientos que surgen en nuestro interior. Si algo nos lleva a ser prejuiciosos o criticones, licenciosos o resentidos, podemos estar seguros de que eso viene del enemigo. ¿Cómo podemos enfrentar estas tácticas del diablo? Siguiendo el ejemplo de San Pablo: revistiéndonos con la “armadura de Dios”, especialmente el “escudo” de la fe y la “espada” de la Palabra de Dios que leemos en la Escritura (Efesios 6, 11). Todas estas acciones del diablo pueden infundirnos temor, pero ¡ánimo!, porque Dios no nos deja indefensos. Él nos ha dado todas las herramientas y toda la armadura que necesitamos para proteger la “casa” de nuestro corazón. El demonio nunca descansa, pero asegúrate de no convertirte en blanco fácil. “Padre, ayúdame a estar vigilante contra las artimañas del demonio; pongo mi vida en tus manos.” ³³

Gálatas 3, 7-14 Salmo 111 (110), 1-2. 3-4. 5-6


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de octubre, sábado Lucas 11, 27-28 Dichosos… los que escuchan la palabra de Dios y la ponen en práctica. (Lucas 11, 28) En su Evangelio, San Lucas otorga un honor especial a la madre del Señor, la Virgen María. En el primer capítulo, el ángel le dice a María que ella goza del favor de Dios e Isabel la proclama bendita entre todas las mujeres. Muchos capítulos después, en la lectura de hoy, una seguidora de Cristo de entre la multitud hace un comentario similar. Como dijo la mujer, María verdaderamente tuvo el gran honor de llevar a Jesús en su vientre y amamantarlo; pero el Señor le dice que María tuvo un honor todavía más grande: escuchó la Palabra de Dios y la puso en práctica. No podemos imitar su primer ejemplo, pero sí el segundo. Todos conocemos la historia de la Virgen María. Siendo una joven adolescente, un ángel la visitó y le dijo que daría a luz al Mesías: “El niño que va a nacer será llamado Santo e Hijo de Dios” (Lucas 1, 25). Llena de dudas, preocupada por el posible aislamiento y por su hijo, sospechó que su vida nunca más sería la misma. Sin embargo, respondió con el deseo de obedecer. Día tras día, año tras año, María continuó escuchando y observando

el mundo del Señor. Ella confió en su plan incluso cuando este parecía ser contrario a su instinto maternal. Piensa en cuando Jesús se perdió en el Templo y ella no lo encontró por varios días. O cuando supo que él estaba siendo ridiculizado por los jefes religiosos y finalmente cuando tuvo que verlo morir como un criminal en una cruz. María entendió que el plan de Dios podía no ser lo que ella esperaba, sin embargo, continuó haciendo lo que Dios le pedía que hiciera: ser la madre del Señor. En este día, pídele a Cristo que te ayude a seguir los pasos de María, su Madre y que también es la tuya. Especialmente cuando los planes de Dios no parecen coincidir con los tuyos y no sabes qué encontrarás más adelante en el camino, prepárate para rendirte a la voluntad de Dios. ¿Cómo? Permaneciendo fiel en las tareas cotidianas, siempre procurando estar cerca del Señor. Así, sin importar lo que estés viviendo, podrás experimentar la bendición de escuchar la Palabra de Dios y ponerla en práctica. “Señor, ayúdame a imitar a tu madre, guíame para responder a tu Palabra en mi vida.” ³³

Gálatas 3, 21-29 Salmo 105 (104), 2-3. 4-5. 6-7

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MEDITACIONES OCTUBRE 11-17

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de octubre, XXVIII Domingo del Tiempo Ordinario Mateo 22, 1-14 ¿Cómo has entrado aquí sin traje de fiesta? (Mateo 22, 12) Según la parábola que narró el Señor en el Evangelio de hoy, algunos de los que fueron invitados al banquete de bodas declinaron la invitación porque tenían mucho que hacer. Sin embargo, un hombre que sí acudió, vino sin un traje apropiado y no para rendirle honor al hijo del rey. Llegó a participar del banquete real, pero sin una actitud de realeza. En la Escritura, el concepto del traje de fiesta se utiliza para representar los elementos esenciales de la vida en Cristo, como cuando se habla de un traje de salvación, de obediencia y pureza. Ahora, si vamos a aplicar esta parábola a la Misa, la historia podría ser así: Algunos que fueron invitados a la celebración de la Eucaristía ignoraron la invitación, sin embargo, un hombre se presentó, participó del banquete y comió del Pan de Vida, pero no tenía intención de vivir como seguidor de 48 | La Palabra Entre Nosotros

Cristo. Su corazón no estaba revestido con el “traje” apropiado. “¿Me vestí apropiadamente para venir a la fiesta eucarística? ¿He venido pensando en el hecho de que comer el Pan de Vida me ayuda a cambiar mis actitudes?” Son preguntas que posiblemente nos hacemos todos los domingos al entrar a la iglesia. Asistir sin el traje de fiesta no significa que seremos “arrojados fuera”, como le sucedió al hombre de la parábola, pero puede significar perder la conexión con el poder y el amor que encierra la Eucaristía. Acerquémonos al banquete de bodas con un corazón dócil, digamos al Señor que necesitamos de su Pan de Vida; disfrutemos del alimento que Jesucristo nos ofrece. Luego salgamos de la Misa con la determinación de llevar el corazón cubierto con este maravilloso traje de salvación, obediencia y pureza toda la semana. Hoy y todos los domingos, recordemos que la Sagrada Eucaristía es un adelanto del gran banquete de bodas que tendrá lugar cuando el Señor regrese en gloria. Recordemos que si usamos el traje de fiesta ahora, al final seremos revestidos de Cristo. “Señor Jesús, concédeme la gracia y la fuerza para seguirte.” ³³

Isaías 25, 6-10 Salmo 23 (22), 1-3a. 3b-4. 5-6 Filipenses 4, 12-14. 19-20


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de octubre, lunes Gálatas 4, 22-24. 26-27. 31—5, 1 Cristo nos ha liberado para que seamos libres. (Gálatas 5, 1) La esclavitud es una situación denigrante y dolorosa . No hay nada peor que imaginarse que uno mismo o un ser querido sea propiedad de otra persona. Desde tiempos antiguos y hasta la actualidad, han existido personas inescrupulosas que no tienen reparos en mantener a otros esclavizados, y la esclavitud siempre conlleva dolor y sufrimiento. La primera lectura de hoy nos dice que la esclavitud puede ser espiritual así como física. Podemos estar esclavizados al pecado e incluso a las mentiras del diablo; pero la buena noticia es que el Señor Jesús es más poderoso y puede liberarnos. Cada uno de nosotros puede experimentar la libertad plena en Jesucristo. Pero si el Señor realmente nos ha liberado, ¿por qué todavía espera que observemos tantas reglas? Y, ¿por qué sus amigos más cercanos se consideraban servidores suyos? ¿Acaso la libertad no consiste en poder hacer lo que pensamos que es mejor para nosotros y no tener que obedecer a otra persona? En este punto es necesario hacer una distinción. Sí, el Padre quiere que obedezcamos sus mandamientos, pero

solo porque él sabe lo que es mejor para nosotros. Él nos da su ley para que podamos crecer y ser cada vez más como su Hijo. Por otro lado, el pecado no intenta beneficiarnos y el demonio tampoco. Todo lo que ellos quieren es oscurecer la imagen de Dios en nosotros para que no podamos alcanzar nuestro potencial pleno en Cristo. Es más, Dios nos pide que le obedezcamos voluntariamente; mientras que por el contrario, el diablo se empeña en quitarnos el libre albedrío y tratarnos más como títeres que como compañeros. Nuestro Dios no es un traficante de esclavos, es un Padre amoroso que se deleita derramando su amor y su gracia sobre sus hijos todos los días. Sí, él espera que tú le obedezcas, pero es inmensamente generoso y te ayuda en cada paso que des, y te llena con la alegría de seguirlo. El Señor Jesús realmente vino a liberarte, a darte libertad para que conozcas su amor y recibas su gracia. ¡Atrévete a dar el paso de seguir el camino de la obediencia lleno de gracia! “Amado Señor, ayúdame a creer que tú me amas. Ven, Señor Jesús, y dame fuerzas para permanecer fiel a ti.” ³³

Salmo 113 (112), 1-2. 3-4. 5a. 6-7 Lucas 11, 29-32

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E D I T A C I O N E S

de octubre, martes Gálatas 5, 1-6 No se sometan de nuevo al yugo de la esclavitud. (Gálatas 5, 1) Imagínate que cada vez que te subes al auto, debes consultar un grueso libro que contiene todas las reglas del tránsito. Eso haría que manejar un vehículo fuera realmente incómodo, ¿no te parece? Si sabes conducir, ya sabes todas las leyes del tránsito. Probablemente conoces incluso las reglas no escritas de cortesía en la calle o carretera. De hecho, si has estado conduciendo por mucho tiempo ya, la mayoría de estas leyes se vuelven instintivas. Los gálatas cristianos enfrentaban un asunto similar. Pablo les advirtió que estaban llevando la observancia de la ley de Moisés a un extremo malsano. Habían perdido de vista el hecho de que, a través de la cruz y su resurrección, Jesucristo había cumplido los requisitos justos de la ley. La circuncisión ya no era necesaria; lo que sí era necesario era “la fe, que actúa a través de la caridad”, la evidencia de una vida transformada por el Espíritu Santo (Gálatas 5, 6). Hoy en día, a pesar de que vivimos en una época diferente, también podemos caer en la misma trampa. Probablemente no estemos preocupados por los rituales de la ley judía, pero en muchas otras circunstancias podemos pensar que la gracia de Dios no 50 | La Palabra Entre Nosotros

es suficiente para darnos libertad. Tal vez pensamos que necesitamos trabajar más para obtener la atención y aprobación del Señor. O vemos la Misa con superstición, pensando que si asistimos cada domingo tendremos un lugar garantizado en el cielo. Podría ser que juzgamos a otras personas como dignas o indignas basándonos en nuestros propios criterios en vez de verlas con ojos de misericordia y amor divino. Todas estas actitudes son contrarias al corazón del mensaje del Evangelio: Cristo entregó su vida por nuestros pecados, y nos ha ungido con su Espíritu para que podamos vivir una nueva vida. Donde sea que el Espíritu se encuentre, ¡hay libertad! La libertad de la condenación y el temor, de vivir en el amor y caminar con paz; no tenemos que ser absolutamente perfectos. Más bien, si aceptamos la redención como un don gratuito, voluntariamente podemos entregarle al Padre nuestra vida completa. “Señor Jesús, ¡te alabo por tu amor! Me duele verte crucificado, pero también me regocijo en la gracia que has derramado. Gracias por darme la libertad.” ³³

Salmo 119 (118), 41. 43. 44. 45. 47. 48 Lucas 11, 37-41


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de octubre, miércoles San Calixto I, papa y mártir Lucas 11, 42-46 Según la ley de Moisés, las familias judías debían entregar el diez por ciento de todo lo que producían y de sus posesiones como ofrenda al Señor. Este diezmo era utilizado para ayudar al sustento de los levitas, que estaban dedicados a ofrecer oraciones de alabanza y rendir culto de adoración en el Templo, y para auxiliar a los pobres del país. Nadie en Israel debía pasar hambre, y era responsabilidad de todos asegurarse de que eso no sucediera. Esto era parte del mandamiento que Dios dio a los israelitas de amar al prójimo como a sí mismos. Entonces, ¿por qué el Señor Jesús criticaba a estos fariseos, si ellos pagaban el diezmo? Bueno, muchos estudiosos creen que estos fariseos estaban pagando su diezmo de los condimentos para cocinar, pero eso era todo; hacían apenas lo justo para parecer buenos y aparentar que obedecían la ley. Esta era la inquietud constante del Señor sobre sus oponentes: se preocupaban tanto de la ley de Dios, que se olvidaban de las personas que debían proteger según la ley. ¡Nadie puede sobrevivir alimentándose solo de hierbas de condimento! Pero eso

no importaba, ellos solo querían cumplir lo mínimo. En un discurso pronunciado en 2016, el Papa Francisco nos advirtió que la limosna “no puede ser un peso o un fastidio del que podamos liberarnos rápidamente”. Más bien, dijo, hay que “mirar a la cara, mirar a los ojos, a la persona que me está pidiendo ayuda” (Audiencia General, 9 de abril de 2016). Fíjate en la persona a quien ayudas. Fíjate en el hijo de Dios que se encuentra frente a ti. Haz esto y estarás obedeciendo los mandatos de Dios más plenamente que si te centraras solamente en los mandamientos mismos. Según San Pablo, “Toda la ley se resume en este solo mandato: ‘Ama a tu prójimo como a ti mismo’” (Gálatas 5, 14). Generosidad, bondad, compasión, perdón, así es como cumplimos la ley de Dios. El Señor también nos dijo: “Todo lo que hicieron por uno de estos hermanos míos más humildes, por mí mismo lo hicieron” (Mateo 25, 40). Esta es la belleza del mensaje del Evangelio y la esencia de los mandamientos de Dios: si nos dedicamos a amar a los hermanos, no solo cumplimos la ley de Dios; también nos encontramos con Jesucristo. “Señor, ayúdame a amar como tú amas.” ³³

Gálatas 5, 18-25 Salmo 1, 1-2. 3. 4. 6 Octubre / Noviembre 2020 | 51


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de octubre, jueves Santa Teresa de Jesús, virgen y doctora de

la Iglesia Lucas 11, 47-54 Han guardado la llave de la puerta del saber. (Lucas 11, 52) Los escribas tenían una misión importante que cumplir en el judaísmo del siglo I: copiar los textos sagrados de la Torá y el Talmud. Debido a la importancia de estos textos, su trabajo tenía que ser muy meticuloso. Si el texto copiado contenía errores en tres o más páginas, había que copiar de nuevo el rollo completo. Entonces resulta irónico que el Señor reprendiera a estos “doctores de la ley” en el Evangelio de hoy porque no habían entendido el mensaje central de la Escritura (Lucas 11, 46). Supuestamente, los escribas “guardaban la llave del saber” que abría la puerta a un entendimiento más profundo de la Palabra de Dios (11, 52), pero no usaban la llave correctamente ni para ellos ni para el resto del pueblo. Y aquí estaba el Mesías, de pie frente a ellos y estos hombres se negaban a reconocerlo. Ahora, nosotros no necesitamos ser doctores para entender las Escrituras. Es más, a todos se nos ha dado una especie de “llave del saber” cuando fuimos bautizados: el Espíritu Santo. La tarea del Espíritu es tomar las palabras que leemos del libro y grabarlas 52 | La Palabra Entre Nosotros

en nuestro corazón. Incluso cuando leemos el mismo pasaje muchas veces, el Espíritu puede revelarnos significados nuevos y diferentes de palabras y frases que no habíamos notado o que no habíamos comprendido antes. Solo es necesario que estemos dispuestos a apartar un tiempo y un lugar tranquilo para que esto suceda. Si aún no lo estás haciendo, hazte el hábito de invocar al Espíritu cuando lees la Biblia. Basta con que digas “Ven, Espíritu Santo”, unas cuantas veces, despacio y en voz baja. Luego elige un pasaje y léelo en oración. Posiblemente no percibas nada en particular en lo que lees, pero con el tiempo el Espíritu te revelará más y más la Palabra de Dios. Podría incluso inspirarte a hacer un estudio bíblico o darte una nueva perspectiva leyendo las notas al pie de página en la Biblia o por medio de un buen comentario. Dios es tan bueno con nosotros que nos ha provisto bondadosamente la “llave” que abre tesoros que duran toda la eternidad. Nunca dudes de que el Espíritu está actuando en tu vida. “Espíritu Santo, guíame hoy y todos los días cuando rezo con la Palabra de Dios.” ³³

Efesios 1, 1-10 Salmo 98 (97), 1. 2-3ab. 3cd-4. 5-6


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de octubre, viernes Santa Margarita Alacoque, virgen o Santa Eduviges, religiosa Lucas 12, 1-7 De vez en cuando, recibimos cartas de nuestros lectores contándonos lo que el Señor ha estado haciendo en su vida. La carta que citamos a continuación, que ha sido editada por razones de espacio y claridad, es una de estas historias. “La semana pasada llevaba a mi hijo Josué, que aparentemente estaba sano, a la sala de emergencias del hospital mientras el pánico me invadía. Habíamos ido al médico, suponiendo que se trataría de algo menor, pero él nos envió directamente al hospital. El nivel de azúcar en la sangre era peligrosamente alto, y necesitaba tratamiento inmediato. “En pocas horas su vida dio un giro dramático: Josué tenía diabetes. La noticia nos cayó como un balde de agua fría. Josué tendría que adoptar un régimen de alimentación completamente diferente, y habría que administrarle inyecciones de insulina al menos tres veces al día. Mi hijo, al que le encantaba comer dulces y carbohidratos, ahora tenía que seguir una dieta muy estricta. De pronto, el futuro parecía nublado. “‘No teman’. Estas palabras del Evangelio según San Lucas estremecieron mi corazón de madre. ¿Qué pasaría si

olvidaba hacerse una medición de glucosa o inyectarse la insulina mientras estaba en la universidad, lejos de casa? ¿Quién se lo iba a recordar? ¿Quién podría dejarlo todo para llevarlo de inmediato al hospital? “Pero el Señor dijo: ‘¿No se venden cinco pajarillos por dos monedas? Sin embargo, ni de uno solo de ellos se olvida Dios’ (Lucas 12, 6). Mi temor hizo que surgieran preguntas: ¿Había pasado por alto Dios que nuestro hijo padece de una enfermedad crónica que le altera la vida? ¿No se percató de que mi muchacho ahora tendría que ser más disciplinado y controlarse más que la mayoría de los jóvenes de su edad? “Eso fue la semana pasada. Hoy veo que Josué está aprovechando la gracia que Dios le ha dado y mi temor ha disminuido. Todavía tengo momentos de frustración y desánimo cuando pienso en lo difícil que será la vida para él; pero también veo las muchas formas en que Dios es fiel a su promesa y que está ayudando a mi hijo a aceptar su nueva realidad. Josué no vive con temor, así que con seguridad yo puedo hacer lo mismo y sustentar mi vida en las palabras del Señor Jesús.” “Señor, concédeme la gracia de confiar en tus promesas, te lo ruego.” ³³

Efesios 1, 11-14 Salmo 33 (32) 1-2. 4-5. 12-13

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de octubre, sábado San Ignacio de Antioquía, obispo y mártir Lucas 12, 8-12 Pero a aquel que blasfeme contra el Espíritu Santo, no se le perdonará. (Lucas 12, 10) Imagínate esta situación: vas en un bote en un lago hondo, y de repente ves a un hombre en el agua. Piensas que se va a ahogar y le lanzas una cuerda para que la tome y así evitar que se hunda; pero, para tu sorpresa, el hombre no reacciona, no actúa, y más bien te dice: “No necesito tu ayuda, pero gracias de todas maneras, yo me las arreglo.” Tú le insistes que tome la cuerda para salvarlo, pero él no lo hace. Finalmente, no te queda otra opción que dejarlo ahí. Podríamos comparar esta situación con la advertencia que hizo el Señor Jesús sobre la blasfemia contra el Espíritu Santo. Piensa que el Espíritu es el que lanza la “cuerda” de la salvación. Lo hace mostrándonos, por un lado, que somos pecadores, y por el otro, que el Señor es el camino para alejarse del pecado (Juan 16, 8-9). “¡Aférrate a Jesús!”, nos dice, “él es quien puede salvarte.” Y una forma de blasfemar contra el Espíritu Santo es decir que uno no necesita a Jesucristo. Es una insensatez ignorar las insistencias del Espíritu y tratar de seguir por el camino que uno mismo neciamente ha escogido. 54 | La Palabra Entre Nosotros

Pero, ¿cómo se aplican estas palabras a aquellos que ya sabemos que necesitamos al Señor? Bueno, tal vez no hemos rechazado abiertamente la misericordia de Dios, pero aún puede haber situaciones riesgosas. Por ejemplo, tal vez reconoces que el Espíritu te hace ver un pecado en particular; o que tu conciencia te está incomodando, o un familiar o amigo te señala una debilidad o error. Desafortunadamente, a veces uno puede ignorar estas “señales de peligro” que nos envía el Espíritu porque son demasiado dolorosas o no queremos confrontar un pecado para no tener que lidiar con las consecuencias. Hermano, ¡no seas como el hombre en el agua! ¡Acepta la ayuda del Señor! Deja que te dé la seguridad de la infinita misericordia de Dios y de que él desea perdonarte. Invócalo para que te infunda valor cuando necesites arrepentirte y pedir perdón, tanto a Dios como a la persona a la que hayas ofendido. Y asegúrate de confiar en la fuerza del Espíritu cuando enfrentes tentaciones de cualquier tipo. Recuerda, el Espíritu Santo siempre te está lanzando el salvavidas. “Espíritu Santo, gracias por tu ayuda constante.” ³³

Efesios 1, 15-23 Salmo 8, 2-3a. 4-5. 6-7


MEDITACIONES OCTUBRE 18-24

18

de octubre, XXIX Domingo del Tiempo Ordinario Mateo 22, 15-21 Den, pues, al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios. (Mateo 22, 21) ¿Puedes identificar la trampa que le estaban tendiendo los fariseos al Señor Jesús cuando le preguntaron si era lícito pagar el tributo al César? Si decía que el impuesto no debía pagarse, lo acusarían de revolucionario y de ser una amenaza para los romanos, si por el contrario decía que pagar el tributo era lícito, lo acusarían de ser colaborador del régimen opresivo del imperio romano. Pero, el Señor Jesús vio claramente la trampa (Mateo 22, 18) y en vez de caer en ella, les dio una respuesta simple pero profunda, una respuesta que todavía nos cuestiona a nosotros sobre cuál es nuestra postura. Lo que “es de Dios” es toda su creación: las plantas y los animales, las estrellas del cielo, el mar y todo lo que hay en él; y desde luego los seres humanos, todos nosotros. Las estrellas

y la luna que brillan, las aves que cantan y los árboles que florecen, todos están dando gloria y alabanza a Dios. Entonces, ¿cuánto más los humanos, que somos la corona de la creación, debemos darle gloria y honor? Así es como le damos “a Dios lo que es de Dios”: alabándolo, cumpliendo sus mandamientos y cuidando de sus hijos amados. ¿Entonces cómo damos “al César lo que es del César”? ¿Significa esto que debemos pagar impuestos para que la policía mantenga la paz, los autobuses escolares presten servicio y los ayuntamientos cuiden de los más necesitados a través de programas sociales? Pues sí, así es y también implica mucho más que esto. Y eso se debe a que aquello que damos a Dios debe impactar la forma en que “damos al César”. Debe animarnos a trabajar en pos de la transformación de los pueblos y las ciudades, a cuidar de los demás y no limitarnos simplemente a pagar impuestos. Te pregunto, hermano, entonces, ¿qué puedes hacer hoy por el “César”? “Aquí estoy, Señor, enséñame a cambiar mi esquina del mundo.” ³³

Isaías 45, 1. 4-6 Salmo 96 (95), 1. 3. 4-5. 7-8. 9-10ac 1 Tesalonicenses 1, 1-5

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E D I T A C I O N E S

de octubre, lunes Santos Juan de Brébeuf e Isaac Jogues, presbíteros y compañeros, mártires Lucas 12, 13-21 El Señor Jesús no quiso involucrarse en una disputa familiar. El hombre que lo estaba cuestionando en el Evangelio de hoy quería recibir su parte de la herencia; pero el Señor le dio otro giro a la conversación al narrarle una parábola que lo animaba a hacerse rico, pero no con posesiones materiales sino con lo que “vale ante Dios” (Lucas 12, 21). En lugar de interesarse en cuánto poseía cada hermano, Cristo le hizo ver que usaran los dones recibidos de Dios para adelantar las prioridades de Dios. Repasemos la parábola: el dueño de la cosecha es llamado insensato, no porque fuera rico, sino porque acumuló su riqueza. Estaba preocupado solamente por su propia comodidad y seguridad e ignoró las necesidades de las personas que se encontraban a su alrededor. Esa actitud contrasta completamente con la compasión por el pobre y el sufriente. ¿De qué manera las cosas podrían haber sido distintas? Según la antigua tradición judía, el propietario podría haber dejado espigas en los bordes de los campos para sus vecinos más pobres, en lugar de cosechar hasta el último grano. Incluso, podría haber llamado a los lugareños para que se llevaran bolsas de grano a su casa. Es 56 | La Palabra Entre Nosotros

más, habría podido realizar una fiesta en el granero para que todo el pueblo pudiera celebrar junto la cosecha. Si tenemos la tentación de burlarnos de este hombre, conviene entender que nosotros también hemos sido bendecidos con una cosecha abundante. Sin importar la cantidad de recursos materiales que poseamos, cada uno de nosotros ha recibido dones de parte de Dios y el don de la fe, y tenemos talentos únicos, aparte de personas que nos aman. Estos son los dones que podemos compartir con la gente que nos rodea, en vez de guardarlos para nosotros mismos. ¿Qué puedes hacer tú? Tal vez compartir la fe como voluntario en la Liturgia de la Palabra para niños o en un estudio bíblico en la parroquia. También puedes donar tiempo y dinero para dar de comer a los indigentes, o tal vez llevar flores para la decoración de la iglesia. Todos podemos compartir las cosas buenas que Dios nos ha dado, y utilizarlas generosamente para animar a los demás. Esa es la mejor forma en que podemos hacernos ricos con lo que vale ante Dios. “Señor, ayúdame a ser rico en dones de compasión y misericordia.” ³³

Efesios 2, 1-10 Salmo 100 (99), 2. 3. 4. 5


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de octubre, martes San Pablo de la Cruz, presbítero Lucas 12, 35-38 Piensa que fuiste invitado a una cena oficial en la capital del país: un lujoso comedor, cubiertos de plata y copas de cristal, meseros uniformados de pie preparados para servir a los comensales. A los sones de una banda militar hace su entrada el primer ministro con traje de gala, pero en lugar de ocupar su lugar de honor, se quita el chaqué, se ajusta un delantal y les dice a los sorprendidos meseros que se sienten a la mesa. Luego, lenta y cuidadosamente, comienza a servir la cena. Parece una locura, ¿verdad? Lo asombroso es que la realidad de nuestra fe trasciende incluso esta ilustración. Jesucristo, el eterno Hijo de Dios, entregó su vida para salvarnos del pecado y este no fue un simple acto heroico; ¡es parte de su naturaleza! En el Evangelio de hoy, el Señor les dice a sus discípulos que cuando él regrese, servirá de nuevo a aquellos que lo estén esperando. Pero, ¿qué efecto tiene hoy esta verdad de Dios sobre ti? Ciertamente, nos llena de asombro y gratitud. Como dijo San Pablo, “Dios prueba que nos ama, en que, cuando todavía éramos pecadores, Cristo murió por nosotros” (Romanos 5, 7-8). Pero ¿qué significa esto en tus relaciones con

otras personas? El corazón de Dios es servicial y debe hacernos humildes y animarnos a servir también. El Señor nos dice que el amor se expresa más plenamente entregando la vida por los amigos. Cuando permites que esta clase de amor servicial sea la motivación de tus relaciones en lugar de los intereses egoístas, todo cambia, pues descubres que puedes tener más intimidad con tu esposo o esposa y tus hijos, y una mejor amistad con tus amigos y compañeros de trabajo. Las motivaciones egoístas empiezan a disiparse y eres más consciente de las necesidades de quienes te rodean. En resumen, le otorgas al amor de Dios un lugar importante en tu vida. ¿Cómo puedes entregar tu vida hoy? Examina las veinticuatro horas que tienes por delante y anticipa las oportunidades que Dios te vaya a dar para imitarlo a través de actos de servicio. Luego, cuando estas oportunidades se presenten, acéptalas con alegría. Recuerda que al convertirte en servidor, algo santo está sucediendo: estás representando a Cristo frente a otra persona. “Señor, enséñame a servir con humildad como tú lo haces.” ³³

Efesios 2, 12-22 Salmo 85 (84), 9ab-10. 11-12. 13-14

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E D I T A C I O N E S

de octubre, miércoles Lucas 12, 39-48 Si un padre de familia supiera a qué hora va a venir el ladrón, estaría vigilando y no dejaría que se le metiera por un boquete en su casa. (Lucas 12, 39) Puede parecer extraño que el Señor Jesús se compare con un ladrón cuando habla sobre su segunda venida, y también que utilice el ejemplo de un amo severo que castiga a sus sirvientes por no estar preparados. Tal vez lo hizo como advertencia para las personas que descuidaban su relación con Dios. Pero, ¿qué sucede con aquellos que hemos hecho lo mejor posible para seguirlo? ¿Deberíamos estar preocupados también? Ciertamente no, el Señor no quiere que el Reino nos cause temor. No hay duda de que hay un elemento de misterio que rodea su segunda venida, porque aun si somos muy espirituales, es algo que nos va a sorprender. Sabemos que vendrá “en las nubes del cielo con gran poder y gloria” (Mateo 24, 30), pero no sabemos exactamente cómo se verá ni cuándo va a suceder. Lo único que es seguro es que cuando lo infinito se encuentre con lo finito la vida cotidiana se verá interrumpida. Debido a que el regreso del Señor sorprenderá a todos, podríamos suponer que no hay forma de prepararse 58 | La Palabra Entre Nosotros

para ese momento. Cristo nos dice que toda la vida cristiana depende de estar bien preparados y que lo mejor es practicarlo a diario; pero no con la expectativa de alguien que teme un desastre inminente, sino con la preparación de un discípulo que vive con fe y confianza. Esa clase de preparación implica estar atento y ser flexible, estar dispuesto a cambiar de planes y confiar que Dios tiene un plan perfecto, aunque a veces misterioso, para nuestra vida. Así que procura disponerte a escuchar lo que el Señor quiera decirte, no solamente a través de su palabra, sino también de la suave voz del Espíritu Santo o a través de las acciones y palabras de otras personas. Durante el día, presta atención a las interrupciones que surjan, aquellas solicitudes inesperadas de familiares, amigos o compañeros de trabajo que el Señor puede usar para darte una oportunidad de servirlo. No tienes que esperar hasta que sea el fin del mundo para verlo; él está llamando a tu puerta en este momento. ¡Ábrele, y deja que entre a cenar contigo! “Señor Jesús, quiero estar preparado para recibirte en mi vida.” ³³

Efesios 3, 2-12 (Salmo) Isaías 12, 2-3. 4bcd-6


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de octubre, jueves San Juan Pablo II, papa Efesios 3, 14-21 En la iglesia de Éfeso del siglo I, una comunidad de cristianos judíos y griegos, la oración era una parte fundamental de su vida; pero para ambos grupos, rezar a Dios como “Padre” era algo nuevo. Los griegos creían que sus dioses eran poderosos pero distantes y los judíos entendían que Dios era el Creador todopoderoso y el respeto que le tenían era supremo. Así que cuando Pablo, que era judío, se refería a Dios con la palabra griega páter, deben haberse sorprendido. Entonces, ¿qué era lo que pretendía? Al hacerse eco de la enseñanza del Señor sobre el Padre Nuestro, Pablo estaba intentando expresar un entendimiento completamente nuevo de Dios: Que el Todopoderoso ama a sus hijos y nos cuida tal como un padre humano ama y cuida a sus hijos. Durante toda su vida, Jesús enseñó a los discípulos que se dirigieran a Dios como Abba o “papá” y los sorprendió con sus propias conversaciones simples e íntimas con Dios, animándoles a hacer lo mismo. En Betania, en la tumba de su amigo Lázaro, el Señor oró así: “Padre, te doy gracias porque me has escuchado. Yo sé que siempre me escuchas” (Juan 11, 41-42). Durante el angustioso momento antes de su arresto en Getsemaní,

exclamó “Abba, Padre, para ti todo es posible” (Marcos 14, 36). Es en ese mismo espíritu que Pablo dice que se arrodilla “ante el Padre” (Efesios 3, 14); y es en ese mismo espíritu que tú puedes hablar hoy con Dios. A veces cuesta pensar que Dios Todopoderoso nos cuida de forma personal y emocional como un Padre amoroso, especialmente si la experiencia familiar de uno deja que desear. Pero tú no tienes que convencerte solo de esta verdad, puedes pedirle a Dios que él te convenza. La próxima vez que reces el Padre Nuestro, haz una pausa en la palabra “Padre” y deja que esa verdad penetre en tu corazón y te llene de un sentido de fascinación y gratitud. Dios es tu Padre, tú fuiste creado a su imagen, tú eres parte de su familia; luego continúa con el resto de la oración. Cierra los ojos e imagina que estás frente a Dios, tu Padre, mientras rezas. Observa la mirada de amor con que te contempla mientras escucha tu plegaria. Piensa en lo feliz que se siente al escuchar las palabras de alabanza y petición que tú pronuncias con sinceridad. “Gracias, Padre, por cuidarme con amor.” ³³

Salmo 33 (32), 1-2. 4-5. 10ab. 11 Lucas 12, 49-53

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E D I T A C I O N E S

de octubre, viernes San Juan Capistrano, presbítero Efesios 4, 1-6 Al igual que muchas de las iglesias primitivas, la de Éfeso era heterogénea: cristianos judíos y no judíos y una mezcla de esclavos y ciudadanos libres (Efesios 6, 8). Los judíos probablemente querían que los no judíos cumplieran la ley de Moisés, y los no judíos posiblemente se consideraban superiores en educación y estatus social respecto a los judíos. Pablo vio que podían surgir rivalidades y enemistades y los exhortó a superar las diferencias concentrándose en lo que tenían en común. Pero, ¿cómo era esto posible si había diferencias profundas e irreconciliables? Pablo señaló la necesidad de humildad, paciencia y tolerancia y los llamó a esforzarse por vivir en paz. Y para animar su determinación, les recordó todo lo que tenían en común como creyentes: “un solo cuerpo y un solo Espíritu… una sola esperanza… un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre” (Efesios 4, 4-5). Si podían mantener la mirada fija en todos estos dones, la unidad sería posible. Hoy, vemos divisiones dentro de la Iglesia también. Diferencias raciales, socioeconómicas, políticas son algunas de las líneas divisorias más obvias, pero puede haber otras divisiones entre los tradicionalistas y los progresistas 60 | La Palabra Entre Nosotros

religiosos, entre los conversos y los católicos de nacimiento, y entre las personas que se oponen principalmente al aborto y la eutanasia y otras que se preocupan por cuestiones más amplias de justicia social. Por un lado, esto es natural; queremos estar rodeados de gente que se parezca a nosotros; pero por el otro, es posible aferrarse demasiado a estas líneas divisorias y raramente cruzarlas. Quedarnos dentro de estos límites nos impide aprender unos de otros y no nos permite descubrir las muchas formas en que el Señor se revela a sus fieles. También limita el crecimiento en el amor que nos acerca a todos al Señor. Las palabras de San Pablo no estaban dirigidas solamente a los efesios del siglo I, son también para los cristianos de hoy, que estamos unidos por lazos que son más fuertes que el lugar de dónde vengamos o cuánto dinero tengamos. Tenemos el mismo Espíritu que habita en nosotros, pertenecemos al mismo Dios que nos ama y estamos en deuda con el mismo Mesías que nos salvó. ¡Quiera Dios que todas estas verdades derriben los muros de la división! “Señor, enséñame a amar a todos mis hermanos.” ³³

Salmo 24 (23), 1-2. 3-4ab. 5-6 Lucas 12, 54-59


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E D I T A C I O N E S

de octubre, sábado San Antonio María Claret, obispo Lucas 13, 1-9 Para ver si da fruto. (Lucas 13, 9) Este pasaje puede resultar confuso. Por un lado, cuando le preguntaron al Señor Jesús sobre la injusta y trágica muerte de unos galileos, él responde que, si no se arrepienten, ellos perecerán de la misma manera. Pero luego les cuenta una parábola en la que Dios permite que un paciente viñador cultive y fertilice el suelo para que la higuera infértil dé fruto. Entonces, ¿cómo es la cosa? ¿Es el pecado fuente de destrucción o de misericordia? Ambas. El Señor no escatimó palabras cuando exhortó a la gente a arrepentirse. Ellos creían que los galileos que murieron trágicamente habían sido más pecadores que los demás y que su muerte fue alguna clase de castigo extremo por sus pecados extremos. Pero Jesús les dijo que eso no era así, que aquellos no eran peores que los demás; y que todos necesitan arrepentirse. Sin embargo, no se detuvo ahí. Cristo dejó claro que, a pesar de que Dios siempre está procurando el fruto del arrepentimiento en la vida de sus hijos, también es como el viñador, que pacientemente nos cuida y nos alienta a dar fruto.

Sí, es verdad que Dios odia el pecado, pero nos ama a nosotros y desea que renunciemos al pecado y nos volvamos a él. Esa es la razón por la cual constantemente está llamándonos con misericordia y dándonos otra oportunidad para acudir a su lado. Recuerda esto cuando te des cuenta de un área en la que pareces estar atrapado por el pecado o en la que no das fruto, como la higuera. Reconoce que el pecado tiene consecuencias reales, pero también pídele al Señor Jesús que cultive y alimente su vida en ti. Deja que él sea como el viñador, que hizo todo lo posible para que la higuera diera fruto. Recuérdalo también cuando ves a un ser querido en problemas, o cuando parece que el mundo a tu alrededor se está desmoronando. Recuerda el amor y la esperanza con la que Jesús cuida a la higuera infértil; y permite que ese amor y esa esperanza broten en tu corazón y te animen a rezar, a ser misericordioso y a dar un fruto que perdure. “Amado Señor, gracias por hacer todo por ayudarme a mí y a los demás a dar el fruto del arrepentimiento.” ³³

Efesios 4, 7. 11-16 Salmo 122 (121), 1-2. 3-4ab. 4cd.-5

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MEDITACIONES OCTUBRE 25-31

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de octubre, XXX Domingo del Tiempo Ordinario Éxodo 22, 20-26 Del mensaje del Papa Francisco para la Jornada Mundial del emigrante y el refugiado, 5 de agosto de 2013: “De hecho, la llegada de emigrantes, de prófugos, de los que piden asilo o de refugiados, suscita en las poblaciones locales con frecuencia sospechas y hostilidad. Nace el miedo de que se produzcan convulsiones en la paz social, que se corra el riesgo de perder la identidad o cultura, que se alimente la competencia en el mercado laboral o, incluso, que se introduzcan nuevos factores de criminalidad. “Se necesita por parte de todos un cambio de actitud hacia los inmigrantes y los refugiados, el paso de una actitud defensiva y recelosa, de desinterés o de marginación —que, al final, corresponde a la “cultura del rechazo”— a una actitud que ponga como fundamento la “cultura del encuentro”, la única capaz de construir un mundo más justo y fraterno, un mundo mejor. “Cada ser humano es hijo de Dios. En él está impresa la imagen de Cristo. 62 | La Palabra Entre Nosotros

Se trata, entonces, de que nosotros seamos los primeros en verlo y así podamos ayudar a los otros a ver en el emigrante y en el refugiado no sólo un problema que debe ser afrontado, sino un hermano y una hermana que deben ser acogidos, respetados y amados, una ocasión que la Providencia nos ofrece para contribuir a la construcción de una sociedad más justa… un mundo más fraterno y una comunidad cristiana más abierta, de acuerdo con el Evangelio. “Las migraciones pueden dar lugar a posibilidades de nueva evangelización, a abrir espacios para que crezca una nueva humanidad, preanunciada en el misterio pascual, una humanidad para la cual cada tierra extranjera es patria y cada patria es tierra extranjera.” Nos dice el Santo Padre que todos somos hijos de Dios; y esto significa que debemos mirarnos unos a otros con compasión y cuidado. Recemos por cada refugiado, que anda en busca de un futuro más seguro; por cada hombre, mujer o niño desplazado y marginado. Que Dios los proteja de todos los peligros que los rodean. “Señor, abre mi corazón al clamor de los pobres y refugiados.” ³³

Salmo 18 (17), 2-3a. 3bc-4. 47. 51 1 Tesalonicenses 1, 5-10 Mateo 22, 34-40


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de octubre, lunes Lucas 13, 10-17 Había ahí una mujer que llevaba dieciocho años enferma por causa de un espíritu malo. (Lucas 13, 11) ¡Cuánta aflicción debe haber experimentado esta mujer! Ni siquiera podía levantar los ojos al cielo, necesitaba ayuda para alcanzar objetos que estuvieran en alto. Era prácticamente imposible encontrar un lugar cómodo para sentarse o dormir, pero estar de pie también le causaba dolor. El pensamiento judío de la época establecía una correlación entre la enfermedad y el pecado (Juan 9, 2), y suponía que Dios recompensaba a las personas virtuosas con prosperidad y buena salud y que castigaba a los pecadores con calamidades como la enfermedad. En vista de que esta mujer tenía una discapacidad evidente, debía haber hecho algo terrible para merecerla. Así que probablemente la gente la evitaba, no solo porque su apariencia los incomodaba sino porque temían contaminarse con su supuesta conducta irreligiosa. Cargada de culpas reales e imaginarias, esta mujer debe haberse hecho uno tras otro examen de conciencia, intentando descubrir qué era lo que había hecho para merecer esa aflicción. Al mismo tiempo, también perseveraba en su fe y confianza en Dios, de otro modo no habría estado en la sinagoga.

Al ver su fe, Jesús le habló de libertad y le impuso las manos. Ella sanó al instante y su reacción inmediata fue alabar a Dios. No solo Jesús la había enderezado, sino también la había liberado de la culpa y el rechazo social. Muchas cosas pueden impedirnos ponernos de pie y dar gloria a Dios. Puede ser una enfermedad física por la cual sutilmente culpamos a Dios; o una amistad destruida o el recuerdo de un pecado pasado del que dudamos que Dios nos haya perdonado. Lo que sea, después de llevar esas cargas por años, podemos acostumbrarnos a ellas y difícilmente notamos que tratamos de controlar las supuestas discapacidades, tal vez evitando situaciones nuevas o aislándonos. Piensa en la situación más difícil que hayas enfrentado, ¿es demasiado difícil para que el Señor la resuelva? ¡Absolutamente no! ¿Es un pecado demasiado grande para que él lo perdone? No. ¿Te está castigando por tus faltas pasadas? Desde luego que no. Entonces sigue el ejemplo de esta mujer y acude al Señor, en la “sinagoga interna” de tu corazón y en el santuario de tu Iglesia. Ve donde él pueda verte, tocarte y liberarte. “Padre celestial, libérame de mis cargas espirituales, te lo ruego.” ³³

Efesios 4, 32—5, 8 Salmo 1, 1-2. 3. 4. 6

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de octubre, martes Efesios 5, 21-33 Cuando Pablo habla de dos personas que son una sola carne, se refiere al relato de la creación en el libro del Génesis. Esta imagen describe la clase de amor y unidad que Dios desea para todo matrimonio. Pero por mucho que se amen los esposos, todos sabemos que ningún matrimonio es perfecto, y algunos matrimonios llegan al borde del colapso debido a la desunión. ¿Qué significa, entonces, el matrimonio en la vida real? Primero, la unidad significa desarrollar un modo común de pensar y sentir. Todos los manuales de autoayuda sobre el matrimonio señalan la necesidad de una buena comunicación, y por una buena razón. Si los esposos no hablan de sus metas individuales se arriesgan a seguir rumbos interiores divergentes. Se requiere paciencia, escuchar mucho, ser flexible y tener la voluntad de lograr acuerdos. Pero bien vale la pena el esfuerzo, porque el resultado es que no solo hay unidad en la familia, sino que los esposos se comprenden mejor y se aman más. Segundo, significa estar dispuesto a perdonar. Cuando una persona ofende a otra, debe buscar la reconciliación inmediatamente. Una actitud de humildad en vez de orgullo conmueve el corazón de la otra persona; también 64 | La Palabra Entre Nosotros

invita al Espíritu Santo a ayudar a la pareja a demostrar misericordia y a no juzgarse mutuamente. Finalmente, significa amar en forma sacrificial. El amor sacrificial generalmente se muestra en las cosas pequeñas: lavar los platos, escuchar atentamente cuando tu esposo o esposa tuvo un día difícil, incomodarte un poco para darle un respiro al otro aunque los dos estén cansados. Los gestos como estos nunca pasan desapercibidos, ni por tu cónyuge ni por el Señor. Desde luego, nada de esto es sencillo, especialmente cuando el matrimonio se está tambaleando. Por esa razón, la mejor forma de lograr la unidad simplemente es rezar. Pídele a Dios que te bendiga y que bendiga a tu marido o tu esposa. No reces para que se convierta en aquello que tú esperas que sea; ora más bien para cambiar tú y recibir la gracia de amar a tu cónyuge ahora y continuar entregando tu vida por él o ella. Al final, la unidad es un valioso don de Dios; un don inherente al Sacramento del Matrimonio que Dios se complace en conceder a todos los que acuden a él. “Señor, bendice a todos los matrimonios.” ³³

Salmo 128 (127), 1-2. 3. 4-5 Lucas 13, 18-21


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de octubre, miércoles Santos Simón y Judas, apóstoles Efesios 2, 19-22 Ustedes… son conciudadanos de los santos. (Efesios 2, 19) Aunque, en esta primera lectura, Pablo se refiere a los gentiles, uno puede ciertamente decir que Simón y Judas son “conciudadanos” de la familia de Dios (Efesios 2, 19). Después de todo, estos dos discípulos, cuya fiesta celebramos hoy, eran apóstoles. ¡No se puede ser más “conciudadano” que eso! Pero las divisiones que existían entre los judíos y los gentiles podrían aplicarse a estos santos también. ¿Por qué? Porque Jesús los escogió, junto con el resto de los Doce, de entre gente muy variada: Mateo era cobrador de impuestos; Simón era celote y aborrecía a los recaudadores de impuestos; algunos eran pescadores y de otros no sabemos mucho. Creo que costaría encontrar un grupo más desigual que este. Pero el seguir al Señor, el afecto que le tenían y el amor de él por ellos los unió. No tenemos que buscar muy lejos para observar que las diferencias pueden causar división. A gran escala, vemos naciones que se han destruido por la guerra y la polarización política. A menor escala, vemos amigos y familias cuyas relaciones se dañan y se derrumban. También encontramos

divisiones en la Iglesia y las parroquias, a pesar de que todos hemos sido bautizados en Cristo y pertenecemos “a la familia de Dios” (Efesios 2, 19). La respuesta a las divisiones, ya sean pequeñas o grandes, es Jesucristo. Es simple, pero verdadero. Si su amor puede derribar las barreras entre judíos y gentiles, entre un recaudador de impuestos y un celote, puede hacer lo mismo por nosotros hoy. ¿Sientes alguna tensión con alguien de tu parroquia que es muy diferente a ti? Entrégasela al Señor, él puede abrir tu corazón y ayudarte a reconocer la bondad y el valor inherente de esa persona. Incluso puede mostrarte si te estás dejando llevar por el prejuicio o la envidia, o inspirarte a cambiar el tono de voz cuando le hablas a esa persona. Dios no espera que seamos los mejores amigos de cada cristiano que conozcamos, pero sí que los reconozcamos como hermanos y hermanas en Cristo. La Iglesia está compuesta de muchos miembros distintos, pero juntos como uno solo, nosotros, el Cuerpo de Cristo, damos testimonio al mundo de quién es Jesús. “Santos Simón y Judas, recen por mí para que yo pueda ser un instrumento de reconciliación.” ³³

Salmo 19 (18), 2-3. 4-5 Lucas 6, 12-16

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de octubre, jueves Efesios 6, 10-20 Busquen su fortaleza en el Señor. (Efesios 6, 10) Los superhéroes de ficción son el furor en los cines de todo el mundo. No solo hemos visto nuevas versiones de Batman y Superman, sino que también hay nuevas versiones de Ironman y del Hombre Araña. Y podemos esperar más películas. ¿Por qué los súperhéroes son tan atractivos? ¿Será por su sentido de audacia e invencibilidad? ¿O porque parecen gente ordinaria pero en realidad tienen acceso a algún poder secreto que los hace extraordinarios? La primera lectura podría generar la impresión de que podemos ser como los superhéroes si buscamos “fortaleza en el Señor y en su invencible poder” (Efesios 6, 10). Después de todo, ¿quién es más poderoso que Dios? Y si tenemos acceso a su poder, eso quiere decir que podemos hacer cosas asombrosas. Hasta cierto punto, eso es completamente cierto. Pero Pablo no escribió sobre la armadura espiritual para que salgamos a luchar contra las fuerzas demoníacas o incluso humanas. Pablo sabía que no es necesario que andemos buscando pelea, su propia experiencia le enseñó que esa lucha llegaría muy pronto. Lee de nuevo este pasaje, e identifica los instrumentos de batalla que 66 | La Palabra Entre Nosotros

Pablo menciona: armadura, calzado, escudo, casco y finalmente una espada. ¿Te diste cuenta de que solo uno de ellos es un arma? El resto sirve para protegerse del ataque. Observa también, la postura que Pablo dice a los efesios que deben asumir: Deben mantenerse firmes y “resistir” las “acechanzas del diablo”, cuando sean atacados (Efesios 6, 11. 13. 14). ¿Por qué es importante esto? Porque hay una batalla en curso a nuestro alrededor, y debemos estar conscientes de ella. Pero el llamado que tenemos en la vida no es a combatir contra las fuerzas enemigas, sino edificar el Reino de Dios, manteniendo fija la mirada en el Señor, no en los enemigos. Simplemente necesitamos esta armadura para protegernos cuando el enemigo intente atacarnos. ¿Qué haces tú al respecto? ¿Dónde fijas la mirada? ¿En tus enemigos o en lo bueno que tú puedes hacer? Las personas necesitan que les muestres el camino hacia Jesucristo, mucho más de lo que necesitan ver a otro superhéroe. “Padre, ayúdame a estar alerta en la batalla espiritual, mientras me dedico a edificar tu Reino en la tierra.” ³³

Salmo 144 (143), 1. 2. 9-10 Lucas 13, 31-35


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de octubre, viernes Lucas 14, 1-6 ¿Está permitido curar en sábado o no? (Lucas 14, 3) Otra vez, Jesús se encuentra en medio de una controversia por sanar a una persona en día sábado. Los fariseos que lo confrontaron defendían su estrecha interpretación de los mandamientos de Dios, que los llevaba a desconfiar del Señor y buscar una oportunidad para hacerlo tropezar. Por su parte, él aprovechó la actitud inquisitiva de ellos como oportunidad para enseñarles sobre el corazón de la ley de Dios, que consiste en la misericordia y la curación. Cuando el Señor sanó al enfermo de hidropesía, un mal doloroso provocado por una excesiva retención de líquido, confrontó a los fariseos por el limitado entendimiento que tenían del proceder de Dios. Su aplicación rígida de la ley del sábado no dejaba margen para el amor ni la misericordia, que son el fundamento de todos los mandamientos de Dios. Jesús se refirió directamente a esta rigidez. Si cualquier persona sensata rescata a su animal de granja que se encuentra en peligro de muerte, ¿cuánto más Dios querría rescatar a uno de sus hijos en necesidad? De todos los días de la semana, el sábado era el día más apropiado para que los hijos de Dios recibieran su toque sanador. Después de todo, ¿no ha sido

siempre el deseo de Dios que todos entremos en su descanso? El reposo que Dios quiere para nosotros es el que proviene de la experiencia de su amor, una experiencia que infunde paz al corazón cualesquiera sean las circunstancias. Cristo vino para inaugurar este tipo de descanso a través de su pasión, muerte y resurrección. Como miembros de su Iglesia, ahora podemos experimentar el reposo en mayor grado; y encontrarnos con Dios como nuestro Padre amoroso y poderoso, que nos ha llamado a la vida eterna junto a él. Podemos aprender a confiar en su providencia y rendir nuestra vida a su cuidado. ¿Cómo experimentamos el descanso de Dios? El elemento más importante es la oración, que nos pone en contacto con el Señor de una forma íntima. Al abrirnos a Dios a través de la oración, las Escrituras y la vida sacramental de la Iglesia, permitimos que su amor penetre en el corazón más plenamente. Si reposamos en ese amor, confiamos más en que él está siempre con nosotros, siempre derramando su poder sanador en nuestra vida. “Señor Jesús, ayúdame a descansar en ti y experimentar tu amor y misericordia.” ³³

Filipenses 1, 1-11 Salmo 111 (110), 1-2. 3-4. 5-6

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de octubre, sábado Filipenses 1, 18-26 Para mí, la vida es Cristo; y la muerte, una ganancia. (Filipenses 1, 21) ¿Cómo reaccionarías si tu querida y anciana tía te llama para comunicarte que ha decidido nombrarte como único beneficiario en su testamento? Aunque con seguridad querrías que ella viva todo el tiempo que sea posible, te darías cuenta de que tus preocupaciones podrían desaparecer. La idea de una herencia inminente te daría más confianza y ánimo al afrontar problemas financieros; reduciría tus temores de que algún día no tengas suficiente dinero y también podrías ser más generoso para compartir tus bienes con otras personas. Ahora piensa en la situación de San Pablo cuando escribió esta carta. Estaba encadenado y esperando un juicio ante el emperador romano. La vida en la prisión debe haber sido brutal, sin suficiente comida y sin duda sus captores lo trataban con crueldad. A esto, añade que le llegaron noticias de que la iglesia de Filipos estaba luchando con ciertas discordias surgidas en su interior. Lo que es peor, algunos misioneros estaban predicando un evangelio falso que amenazaba con deshacer todo su arduo trabajo. En vista de la gravedad de esta situación, sin duda que Pablo tuvo sus momentos de desánimo. 68 | La Palabra Entre Nosotros

Parecía que muchas cosas se estaban derrumbando a su alrededor y sería razonable esperar que las cartas de Pablo denotaran frustración, ansiedad o desánimo. Y sin embargo, se considera que la carta a los filipenses es una de las más alegres y amistosas que escribió. Ninguno de sus sufrimientos le privaron de su confianza en Cristo, tampoco le impidieron escribir cartas que continuaran enseñando, exhortando e inspirando a sus hermanos de todo el mundo. Todos tenemos dificultades físicas, mentales o espirituales que debemos enfrentar; pero cuando surgen estas cosas, no debemos vivir en la prisión del miedo o el desaliento. Al igual que Pablo, podemos aferrarnos a la herencia que hemos recibido. Podemos imaginarnos cómo será el cielo, para que estas imágenes nos den esperanza y valentía. Podemos intentar mantener los ojos fijos en el Señor Jesús y recordar que su cruz nos ha merecido el don de la vida eterna. No siempre será fácil, pero entre más procuremos vivir con Dios para siempre, menos temeremos a las dificultades que nos toque enfrentar hoy. “Señor, concédeme el don de confiar en la herencia que reservaste para mí.” ³³

Salmo 42 (41), 2. 3. 5bcd Lucas 14, 1. 7-11


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MEDITACIONES NOVIEMBRE 1-7

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de noviembre, domingo Todos los Santos Apocalipsis 7, 2-4. 9-14 La alabanza, la gloria… se le deben para siempre a nuestro Dios. (Apocalipsis 7, 12) Santo Tomás de Aquino una vez dijo que la gracia “no es otra cosa que un anticipo de la gloria en nosotros” (Suma Teológica, II–II.24.3). Esa es la gloria que estamos celebrando hoy en el día de Todos los Santos, la gloria que disfrutan en este momento todos los santos en el cielo. ¿Puedes encontrar la conexión con la cita de Tomás de Aquino? La gracia de Dios es el anticipo de la gloria en nosotros. Es aquella que prepara el camino para que cada uno de nosotros experimente la gloria de Dios en su vida, esa es la gracia que recibimos en el bautismo. Y al ir construyendo nuestra vida sobre esta gracia, día con día, empezamos a experimentar la vida celestial que los santos ya están gozando plenamente. ¿Cómo podría verse esta gracia? • Como un momento de gracia para dejar atrás el resentimiento y dar

pasos hacia adelante para buscar la reparación de una relación rota. • Como un momento en que te regocijes al ver a Dios actuar en tu vida, y compartas esa alegría con otra persona. • Un momento para reconocer un área de debilidad o un pecado o para empezar a trabajar fuertemente en cambiar malos hábitos. • O un momento para poner un alto a tu propia vida para cuidar de un familiar enfermo o un amigo que atraviesa alguna necesidad. Cada vez que tú aceptas esta gracia ella se añade a la gloria de Dios en tu vida. Cada paso de confianza, de fe o de obediencia te acerca más a la gloria plena que él quiere que experimentes a su lado en el cielo. Puede ser difícil de creer, pero, ¡tú también estás destinado a recibir la misma gloria que todos los santos están experimentando! El cielo es tu verdadero hogar, y Dios está deseoso de ayudarte a llegar ahí. El Padre te ha concedido toda la gracia que necesitas; ahora te pide que te aferres a ella y des otro paso más hacia adelante. “Señor Jesús, yo también deseo experimentar tu gloria.” ³³

Salmo 24 (23), 1-2. 3-4ab. 5-6 1 Juan 3, 1-3 Mateo 5, 1-12

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de noviembre, lunes Conmemoración de Todos los Fieles Difuntos Sabiduría 3, 1-9 Los que son fieles a su amor permanecerán a su lado. (Sabiduría 3, 9) Piensa en todas las personas por las que rezas: un amigo que sufre una enfermedad grave, un hijo que se cuestiona su fe o tal vez un compañero de trabajo que atraviesa un doloroso divorcio. Estas necesidades nos resultan obvias, principalmente porque están frente a nosotros. Pero la Iglesia aparta un mes completo, particularmente el día de Todos los Fieles Difuntos, para que recemos por las personas que han partido antes que nosotros. Rezamos por aquellos que ya no vemos y cuyas necesidades se han desvanecido. Dios no quiere que nos olvidemos de que ellos también necesitan nuestras oraciones. Pero, ¿por qué deberíamos rezar por ellos? ¿No se encuentran ya seguros en el cielo? La respuesta corta a esta pregunta es que simplemente no sabemos. Todavía podrían estar en el purgatorio “esperando su momento”. Así que debemos seguir rezando por ellos para ayudarlos si aún siguen siendo purificados. Rezamos para que un día puedan unirse a los ángeles y a los santos en alabanza y adoración al Señor. Todos somos una familia en

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Cristo, así que podemos cuidar de ellos que son nuestros hermanos y hermanas así como cuidamos de los hermanos aquí en la tierra. Al rezar por tus seres queridos que han fallecido, recuerda que “las almas de los justos están en las manos de Dios” (Sabiduría 3, 1). Dios cuida de ellos, de la misma forma en que continúa cuidándote a ti. Lo que sucede después de la muerte sigue siendo un misterio. De lo único que podemos tener certeza, es que nuestro Dios es un Dios de amor y misericordia. Su mayor anhelo para nosotros es que vivamos junto a él para siempre, y desea ayudarnos a llegar ahí, incluso cuando hayamos terminado esta vida. Te invito a que hoy apartes un tiempo para rezar por tus familiares que ya han muerto, así como por aquellos que todavía están esperando unirse a los santos en el cielo. Tal vez puedes pedir por ellos en la Misa o rezando el Rosario o la Coronilla de la Divina Misericordia. Mientras lo haces, confía en el amor de Dios que jamás se olvida de nadie, y no quiere que tú te olvides tampoco. “Señor, que todos los que esperan en ti puedan verte cara a cara.” ³³

Salmo 23 (22), 1-3. 4. 5. 6 Romanos 5, 5-11 Juan 6, 37-40


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de noviembre, martes San Martín de Porres, Religioso Filipenses 2, 5-11 Jesucristo es el Señor. (Filipenses 2, 11) Esta simple oración, compuesta de solo cuatro palabras ha cambiado el corazón de millones de personas a lo largo de dos mil años. ¿Qué la hace tan especial? Pues es el resumen del mensaje completo del cristianismo, y ese mensaje sigue siendo hoy tan emocionante como lo fue en el tiempo de Pablo. Jesucristo, resucitado de entre los muertos, está vivo y quiere reinar en nuestra vida como el Señor misericordioso, poderoso, amoroso y paciente que es. El padre Raniero Cantalamessa, predicador de la casa pontificia, ha dicho que cuando este mensaje se proclama simple y claramente, pone a las personas en “contacto directo con Cristo y les permite experimentar el poder de su Espíritu”. Les da la oportunidad “de renovar su Bautismo, aceptando conscientemente a Cristo como su Señor y Salvador personal, y comprometiéndose activamente con la vida de la Iglesia” (Sermón de Adviento, 2 de diciembre, 2005). La mayoría de nosotros fuimos bautizados y recibimos la Primera Comunión siendo niños. Tal vez nunca escuchamos la proclamación del mensaje del cristianismo de forma que nos

demandara una respuesta madura. Pero ese es el propósito de la proclamación del Evangelio: invitarnos a aceptarla. Incluso si has seguido al Señor ya por varios años, este mensaje todavía tiene poder para conmover tu corazón y ayudarte a comprometer tu vida a él de una forma nueva. Así que reflexiona en lo que Dios ha hecho por ti a través de Jesús. Este es un resumen de ese mensaje: Dios, que nos creó por amor, continuó amándonos aun cuando caímos en pecado. En lugar de dejarnos esclavizados al pecado, él decidió salvarnos. Así que envió a Jesús para rescatarnos por medio del sacrificio en la cruz libremente aceptado. Ahora, resucitado de entre los muertos, él nos ofrece la oportunidad de permitirle ser nuestro Señor y nos invita a una relación de amor, en la que el Espíritu continúa liberándonos. Medita en estas verdades y dile a Jesús que deseas que él sea el Señor de tu vida. Puedes escribir tu compromiso como una promesa para él. Cada día, nos preguntamos: ¿Voy a vivir bajo el señorío de Cristo? ¡Que tu respuesta sea siempre un sonoro “sí”! “Amado Jesús, tú eres mi Señor y Salvador.” ³³

Salmo 22 (21), 26b-27. 28-30ab. 30c. 31-32 Lucas 14, 15-24

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de noviembre, miércoles San Carlos Borromeo, Obispo Filipenses 2, 12-18 Y aunque yo tuviera que derramar mi sangre… me sentiría feliz. (Filipenses 2, 17) Cuando Pablo habla de derramar su sangre, se refiere a que se ha entregado por completo a la misión de proclamar el Evangelio. Sin embargo, mientras escribe desde su celda, se está preparando para su acto de entrega suprema: la ofrenda de su vida como mártir. Todos nos hemos entregado en algún momento por completo por una razón válida: dando tiempo y energía en el trabajo, la formación de la familia, el cuidado incansable de un ser querido o el servicio activo en la vida militar y, por muy exigente que sea, lo hacemos de buena gana porque creemos que el sacrificio vale la pena. Pablo pensaba lo mismo, y al acercarse al final de su vida, podía ver los frutos de su labor. Gracias a sus viajes misioneros, muchas personas conocieron a Cristo resucitado. Los seguidores de Jesús no eran perfectos, pero vivían en comunidad, sirviéndose y cuidándose mutuamente, y trabajando, como él lo había hecho, para proclamar el Evangelio. Obviamente, todo esto le causaba gran alegría. Pero Pablo también se regocijaba porque su meta final estaba a la vista: la vida en el cielo junto al Señor. Pablo tenía presente 72 | La Palabra Entre Nosotros

que, al cabo de todas sus luchas, algún día estaría con el Señor para siempre. No es fácil donarse del todo. A veces nos sentimos tan agotados que perdemos la alegría. El cansancio nos pasa una factura muy alta, y caemos en la autocompasión o la queja. Luego somos tentados a dar marcha atrás, ya sea del trabajo que tenemos en frente o del deseo de seguir a Jesús fielmente. Ese es el momento justo en que debemos reafirmar nuestras metas, incluida la más importante que es vivir junto al Señor por toda la eternidad. Otra razón para regocijarse es que la vida eterna empieza desde ahora. Pablo experimentó un gozo genuino al escribir su carta desde la prisión, y no fue solo porque creía en la alegría que estaba por llegar; sino que Dios lo estaba llenando de ese gozo ahí mismo en la prisión. Así que hoy, cualesquiera que sean tus circunstancias, ¡alégrate!, y pídele al Señor que haga lo mismo por ti y cree que él está contigo ahora, así como estará contigo toda la eternidad. “Señor Jesús, gracias por la alegría que siempre me das, te suplico que me ayudes a ofrecer mi vida por los demás. Señor, ¡confío en ti!” ³³

Salmo 27 (26), 1. 4. 13-14 Lucas 14, 25-33


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de noviembre, jueves Lucas 15, 1-10 Este recibe a los pecadores y come con ellos. (Lucas 15, 2) Jesús verdaderamente sabía cómo provocar problemas: andaba con pecadores, y lo que es peor, comía con ellos. Esto escandalizaba a los judíos fieles y cumplidores de la ley, como los fariseos y los escribas. Su identidad como pueblo escogido de Dios les daba un lugar privilegiado entre las demás naciones, así que fraternizar con malhechores los hacía a ellos, y a Jesús, impuros. Pero el Señor no estaba tratando de irritar a la gente ni de infringir sus códigos de pureza; él quería que las personas entendieran la amplitud del plan de Dios. Jesucristo había venido para compartir el amor del Padre con todos. La misión de Jesús de atender a las personas que son ignoradas o rechazadas ha continuado en el cristianismo a lo largo de los siglos. De hecho, este amor sacrificial por los marginados y los pobres fue una de las características determinantes de la Iglesia primitiva. Tertuliano (160225 a. C.) hizo esta observación: “Son principalmente las obras de un amor noble lo que lleva a muchas personas a poner una marca sobre nosotros. Miren, dicen ellos, cómo se aman unos a otros… Miren, dicen de nosotros, cómo están dispuestos incluso a morir unos por otros.”

En su carta a los romanos, San Pablo nos recuerda que: “Ninguno de nosotros vive para sí mismo ni muere para sí mismo” (14, 7). Nuestro llamado sigue sin variar, ya fuera en el siglo I o en el XXI. Fuimos creados para servir al prójimo, y estamos llenos de vida solo en la medida en que procuramos ser personas dispuestas a ayudar a los demás. ¿Cómo tratas tú a las personas “impopulares” que Dios pone en tu camino? Podría ser un indigente o alguien marginado por la sociedad, o también alguien que tú preferirías evitar: alguien que necesite transporte, y eso te incomodaría. Alguien de personalidad difícil, y con quien pasar tiempo te exigiría muchísima paciencia. Tal vez lo mejor que puedes hacer en estas situaciones es dar un paso más. Ve y haz aquello que sea incómodo y a lo que te estás resistiendo, ve y paga el precio. Nunca te arrepentirás de obedecer el mandamiento de Dios de vivir según el amor. Porque al acercarte de esta forma a otros, estarás encontrándote con Jesús. “Señor, ayúdame, te lo ruego, a acercarme hoy a otra persona, para que a través mío pueda experimentar tu amor.” ³³

Filipenses 3, 3-8 Salmo 105 (104), 2-3. 4-5. 6-7

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de noviembre, viernes Lucas 16, 1-8 Ya sé lo que tengo que hacer para tener a alguien que me reciba. (Lucas 16, 4) Quien trabaje en un puesto de atención al cliente conoce el valor de practicar las habilidades sociales, la buena comunicación, accesibilidad y empatía, para asegurarse la lealtad del cliente y una red segura de relaciones. Parece que el administrador deshonesto de la parábola de Jesús aprendió la misma lección: se atrae más a las personas con miel que con vinagre. Así que, cuando su jefe lo despidió por despilfarrar su riqueza, él sabía que debía reparar la relación que tenía con otras personas de su comunidad para poder sobrevivir. Su motivo había sido servirse a sí mismo, pero al menos él entendía que ser generoso y misericordioso le daría más beneficios que la extorsión y Jesús elogió su astucia. Lo que este administrador deshonesto hizo por egoísmo nosotros podemos hacerlo por piedad. Mostrar misericordia siempre es una buena estrategia, especialmente en nuestra parroquia. La iglesia a la que asistes es tu “hogar” católico, donde tus hermanos en Cristo se reúnen para celebrar un banquete familiar. Podría ser fácil pensar que la Misa simplemente es “mi tiempo” con Jesús, pero el Señor no solo habita en el sagrario. También habita en todos los

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que se reúnen contigo, incluyendo al que canta desafinado o la familia con niños inquietos. La forma en la que tratas a tus hermanos en la iglesia es un indicador importante de la relación que tienes con Dios. Echar dinero en la canasta de las ofrendas es tan importante como ajustar tu actitud frente a aquel que crees que está siendo desconsiderado. ¿Cuál es la mejor manera para crear un espacio de camaradería y unidad en tu parroquia? ¿Cuál es la mejor forma de respetar el momento en que todos recibimos la gracia y el poder del Señor Jesús? En la Misa del próximo domingo, al momento del Signo de la Paz, asegúrate de que realmente estás en paz con quienes te rodean. Si alguien o algo te molesta, pídele a Jesús que te ayude a dejar eso de lado y a centrarte en edificar la unidad de la iglesia. Sin importar cuáles sean las dificultades que estés enfrentando, recuerda que él te ayudará a actuar con amor. Recuerda, él ama a todas las personas que están alrededor tuyo de la misma forma en que te ama a ti. “Señor, quiero ver tu rostro en aquellos con quienes me encuentre en Misa.” ³³

Filipenses 3, 17—4,1 Salmo 122 (121), 1-2. 3-4ab. 4cd-5


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de noviembre, sábado Lucas 16, 9-15 El que es fiel en las cosas pequeñas, también es fiel en las grandes. (Lucas 16, 10) Si leemos estas palabras en el contexto del pasaje completo del Evangelio de hoy, podemos observar que Jesús considera el dinero como algo pequeño y eso puede ser difícil de aceptar. ¿Qué pasa con aquellos de nosotros que luchamos para hacer que el dinero alcance? ¿Significa esto que el Señor nos está diciendo que dejemos de obsesionarnos por mejorar nuestra situación financiera? Eso estaría bien para San Francisco de Asís, pero aquellos de nosotros que tenemos que ganar un salario necesitamos una visión un poco más enérgia. Jesús pronunció estas palabras para todos, pero no está sugiriendo que hagamos un voto de pobreza; en cambio quiere que tengamos una mejor perspectiva del dinero y que veamos que en sí mismo, el dinero no es la peor cosa del mundo ni tampoco algo insignificante que pueda ser ignorado. Lo que nos está diciendo es que el dinero es simplemente secundario cuando se compara con nuestro propósito fundamental de dar gloria a Dios y ayudar a que otras personas conozcan a Cristo personalmente. En un sentido práctico, esto significa que el dinero encaja en el cuadro

completo de la vida cristiana. Como sucede con todo lo demás que Dios nos da, es algo que podemos utilizar como un medio para obtener un fin mayor. Al ser cuidadosos con los gastos y tener hábitos de ahorro, podemos usarlo como una herramienta para glorificar al Señor y somos más libres para hacer donaciones a organizaciones que construyen su Reino. Al mismo tiempo, nos cuidamos de la tentación de valorarlo demasiado, y no permitimos que se convierta en una trampa que nos aleje de Jesús. Si en este momento estás atravesando un problema financiero, recuerda que Jesús está contigo y te quiere ayudar guiándote y alivianando tu ansiedad. Piensa en las muchas formas en que él te ha cuidado en el pasado, contémplalo en la cruz y recuerda el amor infinito que tiene por ti. Ten presente que él nunca te abandonará, permite que su paz llene tu corazón y no te preocupes por el mañana, el Señor Jesús estará a tu lado para ayudarte, así como lo está hoy. “Señor, te pido sabiduría para administrar mis finanzas, libertad para no vivir con ansiedad y ayuda para dar generosamente a los necesitados.” ³³

Filipenses 4, 10-19 Salmo 112 (111), 1-2. 5-6. 8a. 9

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MEDITACIONES NOVIEMBRE 8-14

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de noviembre, XXXII Domingo del Tiempo Ordinario Mateo 25, 1-13 Las que estaban listas entraron con él al banquete de bodas. (Mateo 25, 10) La parábola de hoy sobre las diez vírgenes nos exhorta a estar despiertos y alertas, preparados para el momento en que Jesús venga de nuevo. El Señor quiere dejar claro que llegará el momento en que cada persona será bienvenida al cielo o, por el contrario, encontrará las puertas cerradas. Cristo quiere hacernos una advertencia para que ninguno se quede por fuera. Pero, ¿qué es todo esto del suministro de aceite de las vírgenes? Pareciera que es el aceite el que determina si estamos preparados para encontrarnos con Jesús. Podríamos llamarlo nuestra fe o el Espíritu Santo o la gracia de Dios; lo que sea, es algo que no es posible comprarle a un amigo, debemos estar preparados con nuestro propio suministro. Por muy alarmante que nos parezca esta lectura de hoy, también nos llena de esperanza. El Evangelio nos dice que cualquier persona puede ser recibida

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por el Señor Jesús, el Novio, siempre y cuando esté alerta y tenga el suficiente suministro del aceite de la salvación. Mantenerse alertas y despiertos, mantener la lámpara encendida, tener suficiente suministro de aceite son diversas formas de decir lo mismo: Jesús desea que mantengamos la fe viva todos los días. ¿Cómo hacerlo? Podemos seguir el ejemplo de San Pablo, que prometió: “Si con tu boca reconoces a Jesús como Señor, y con tu corazón crees que Dios lo resucitó, alcanzarás la salvación” (Romanos 10, 9). Cuando rezamos el Credo, cada domingo en Misa, tenemos una excelente oportunidad para revisar cómo está nuestra fe. Aunque podemos hacer esto todos los días en la oración personal, tenemos la seguridad de que cuando confesamos y creemos, se dibuja una sonrisa en el rostro de Dios. Aun cuando tu fe sea imperfecta o débil, el Señor sonríe, y puedes escuchar el anuncio de los ángeles: “¡Ya viene el esposo! ¡Salgan a su encuentro!” (Mateo 25, 6). Hermano, te invito hoy a que proclames tu fe y llenes tu frasco de aceite anunciando que crees en Jesucristo, tu Salvador. “Amado Jesús, yo creo en ti.” ³³

Sabiduría 6, 12-16 Salmo 63 (62), 2. 3-4. 5-6. 7-8 1 Tesalonicenses 4, 13-18


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de noviembre, lunes Dedicación de la Basílica de Letrán Salmo 46 (45), 2-3. 5-6. 8-9 La Basílica de Letrán se encuentra en Roma, y su fiesta se celebra en toda la Iglesia pues es la sede del papa, el obispo de Roma. Considerada por mucho tiempo la iglesia madre para todos los católicos del mundo, tiene una historia algo convulsa. Construida alrededor de los años 311 a 314, fue saqueada en el año 455 y destruida en un terremoto en el 896. Fue reconstruida y luego se quemó dos veces. Sin embargo, sus mosaicos de cuatro siglos de antigüedad continúan intactos, y se le han añadido algunas cosas, como las impresionantes estatuas de los apóstoles. Al igual que esta maravillosa estructura, la Iglesia ha atravesado sus propios “incendios” y “terremotos”: desacuerdos internos, ataques externos, tragedia y también escándalos. Pero a pesar de todas estas dificultades, la Iglesia continúa firme. Por ejemplo, en los primeros días, la Iglesia parecía resquebrajarse por la cuestión de la circuncisión de los cristianos gentiles. Pero en el año 50 d.C., los líderes de la Iglesia se reunieron en Jerusalén y concluyeron que si Dios no hizo “ninguna diferencia” cuando derramó su Espíritu Santo, ellos tampoco debían hacerla (Hechos 15, 9).

En la época medieval, la Iglesia sufrió mucho por los excesos de poder, títulos y política. Pero Dios suscitó una reforma en el siglo XIII cuando le dijo a San Francisco de Asís: “Ve y reconstruye mi casa, la cual, como ves, está en ruinas.” Francisco “reconstruyó” la Iglesia fundando una orden centrada en el corazón del mensaje evangélico y el servicio a los pobres. La protección de Dios por su Iglesia ha sido visible en todas las épocas, incluso la nuestra. Hace poco más de cincuenta años, el Papa San Juan XXIII convocó el Concilio Vaticano Segundo, en el que la Iglesia reconoció que todos, incluidos los laicos, son iguales en dignidad y pueden servirla y procurar la santidad. Si estás preocupado por el estado actual de la Iglesia, deposita tu fe en Dios, que nunca la ha abandonado, y, ¡nunca lo hará! Eso no significa que la Iglesia esté exenta de problemas y dificultades. Pero Dios puede usarlos para purificarla, sanarla y hacerla aún más hermosa. Dios es nuestro “refugio y fortaleza”, él permanece al lado de su Iglesia, y con nosotros, siempre. “Señor, gracias por cuidar de tu Iglesia.” ³³

Ezequiel 47, 1-2. 8-9. 12 1 Corintios 3, 9-11. 16-17 Juan 2, 13-22

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de noviembre, martes San León Magno, Papa y Doctor de la Iglesia Tito 2, 1-8. 11-14 La carta de San Pablo a Tito se conoce como una carta “pastoral”, y es considerada un tipo de manual para la segunda generación de cristianos. Estos creyentes no llegaron a conocer a Jesús en persona, y difícilmente conocieron a alguno de los doce apóstoles. En lugar de explicar la doctrina, esta carta, junto con las dos cartas a Timoteo, ayuda a los cristianos a que su vida refleje su fe en el Señor. La primera lectura de hoy exhorta a los creyentes a vivir “desde ahora, de una manera sobria, justa y fiel” (Tito 2, 13, énfasis añadido). ¿Cómo debemos vivir nosotros de esa forma? Veamos. Vivir de una manera sobria significa ser moderado y balanceado, sin irse a los extremos. Desde luego, esto puede aplicarse a la moderación en los alimentos y la bebida, pero actualmente la sobriedad también incluye controlar el tiempo que pasamos frente a las pantallas. Y debido a que vivimos en una cultura materialista, es preciso fijarse bien en las compras que hacemos para no caer en el hábito de comprar cosas que no necesitamos. Vivir de una manera justa implica ser honesto, moralmente recto y obediente a los mandamientos de Dios. También implica amar al prójimo como lo hizo

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el Buen Samaritano (Lucas 10, 25-37). Las complejidades actuales del trabajo y la vida familiar pueden absorbernos al punto de que no nos damos cuenta de las necesidades de quienes vemos a diario. Pero vivir en forma justa implica ver más allá de nuestras propias preocupaciones y cuidar de aquellos que sufren. Una persona devota es aquella que está comprometida con Dios, que procura agradar y respetar al Señor en todo lo que dice y hace. Muchos sienten hoy que están demasiado ocupados para apartar tiempo para Dios, pero una persona devota tiene como prioridad asistir a la Misa dominical y hacer oración personal. Una persona devota sabe que esa es una de las mejores formas de fortalecer su relación con el Señor. Todos queremos vivir la fe que profesamos; pero tenemos que ser conscientes de las tentaciones específicas que enfrentamos en esta época en que vivimos. La verdad es que cada época presenta su propio conjunto de dificultades, pero si abrimos los ojos y nos centramos en el Señor, podemos llevar una vida santa incluso hoy. “Señor, te ruego que me ayudes a acercar a otros a ti.” ³³

Salmo 37 (36), 3-4. 23. 27. 29 Lucas 17, 7-10


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de noviembre, miércoles San Martín de Tours, Obispo Lucas 17, 11-17 Uno de ellos, al ver que estaba curado, regresó. (Lucas 17, 15) ¿Por qué las personas en todo el mundo tienen la costumbre de intercambiarse regalos? Probablemente por dos razones: primero, les damos regalos a otros para mostrarles amor y afecto. Estamos agradecidos por lo que esta persona significa en nuestra vida y queremos mostrarle cuánto la apreciamos. Segundo, los regalos también son una forma de cimentar o profundizar las relaciones con los seres queridos. Una mujer usa el collar que su esposo le regaló porque le recuerda el amor que él tiene por ella, y hace que ella lo quiera aún más. En el Evangelio de hoy, Jesús le otorga un regalo valioso a diez personas que padecían una enfermedad devastadora: el don de la sanidad. Lo hizo porque los amaba y quería hacer algo por ellos, esa es la primera razón para entregar un regalo. Pero parece que solo uno de ellos entendió la segunda razón de este regalo: él fue el único que regresó para dar gracias al Señor y alabarlo. De todas estas personas, solo este amigo entendió que Jesús lo estaba invitando a tener una relación más cercana con él.

Lo mismo sucede hoy en día. Dios nos da muchos, muchos regalos: amigos, familia, talentos y capacidades únicas, su Iglesia, y distintos signos de su amor y su presencia en nuestra vida. Dios nos ha dado todos libremente, por amor y por el deseo de acercarnos más a su corazón. Cada uno de estos regalos contiene en sí mismo una invitación especial para que nosotros aprendamos más de él y profundicemos más en la relación que tenemos con él. El regalo que nos ha dado de la familia revela el compromiso que tiene con nosotros; los amigos nos muestran la alegría que podemos sentir al estar con él; los talentos nos animan a querer servirlo; la Iglesia provee un hogar en el que podemos vivir a su lado. Y la lista sigue. Hoy, te invito a que medites en los dones que Dios te ha dado. Puede ser algo tan pequeño como una sencilla petición contestada o tan grande como una sanación milagrosa. Toma un momento para darle gracias por amarte de esta manera y piensa en cómo puedes tú corresponder a ese amor. “Gracias, Señor, por todo lo que has hecho en mi vida. Te suplico que me des la fuerza para amar a otros de la misma manera.” ³³

Tito 3, 1-7 Salmo 23 (22), 1-3a. 3b-4. 5. 6

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de noviembre, jueves San Josafat, Obispo y Mártir Lucas 17, 20-25 El Reino de Dios ya está entre ustedes. (Lucas 17, 21) A veces las fuerzas ocultas son las más poderosas. Piensa en todo el trabajo que se hace al cavar un canal: grandes máquinas y mucho ruido, algo de lo que todo el mundo se da cuenta. Ahora compara eso con la forma en que el río Colorado formó el Gran Cañón. Fue un proceso más lento y al principio nadie se dio cuenta de lo que sucedía. Pero el resultado final es mucho más impresionante. ¡Ningún equipo de excavación habría podido realizar un proyecto tan hermoso! En el Evangelio de hoy, Jesús nos enseña sobre la fuerza oculta más poderosa de todas: el Reino de Dios. Nos explica que la venida de este Reino no estuvo acompañada de mucha fanfarria, y fue imperceptible. La humilde venida de Jesús en la carne fue la inauguración del Reino, y ese fue un gran comienzo. Pero a partir de ese momento, todo comenzó a cambiar. Las fuerzas del Reino ahora están trabajando de una forma nueva, y es solo cuestión de tiempo antes de que el Señor reclame su reinado de una manera más pública. Así que vivimos en un tiempo de “ya casi, pero todavía no”. El Reino de Dios verdaderamente está entre

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nosotros, pero aún no es completamente visible. Esto no siempre resulta sencillo para nosotros; queremos ver más, experimentar más, pero Dios nos está pidiendo que ejercitemos la fe y confiemos en su presencia y poder invisibles. El Señor desea que vivamos con esperanza, no en una anhelante negación de la realidad, sino con una certeza segura de que este Reino verdaderamente está en medio de nosotros. Podemos ser pacíficos y confiados, seguros en el conocimiento de que Jesús, nuestro Rey, tiene el control, y nosotros eventualmente lo veremos regresar en medio de una gloria inconfundible. Así que este tiempo es tanto de descanso como de actividad. Descansamos en Dios y sus promesas, pero también somos embajadores activos del Reino. A veces el trabajo no es más que admirar la obra del río majestuoso que va formando la magnífica arquitectura del Reino. Pero en otros momentos, podemos mostrar esta obra en progreso a otras personas. Y en todo tiempo, podemos dar gracias a nuestro Rey, que siempre está haciendo su obra en el mundo que nos rodea. “Señor, te ruego: ¡venga a nosotros tu Reino!” ³³

Filemón 7-20 Salmo 146 (145), 7. 8-9a. 9bc-10


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de noviembre, viernes Santa Francisca Javier Cabrini, Virgen Lucas 17, 26-37 Quien intente conservar su vida, la perderá. (Lucas 17, 33) ¿Qué es lo mejor que puedes hacer si alguna vez quedas atrapado en arenas movedizas? ¡Relajarte! Podría parecer ilógico, pero lo que menos tienes que hacer es tratar desesperadamente de salir, porque entre más lo intentes, más profundamente te hundirás. La clave es relajarse, inclinarse como para recostarse y permitir que tu cuerpo flote. Tus piernas saldrán lentamente a la superficie y podrás accionar los brazos poco a poco para avanzar a suelo firme. ¡Solo tienes que ir en contra de tus instintos! El miedo y la preocupación por el futuro pueden afectarte de una forma similar a hundirse en arenas movedizas. Escuchar malas noticias, preocuparse por algo malo que haya en tu familia, temer por tu salud, todas esas cosas pueden arrastrarte al pantano de la preocupación y el temor. Entre más te centres en la ansiedad, más profundamente te puedes hundir. El consejo de Jesús sobre estos pensamientos caóticos podría sorprenderte: no tengas miedo, en vez de eso, utiliza la estrategia de las arenas movedizas. En lugar de preocuparte por el futuro, concéntrate en la realidad del presente:

él ya está aquí a tu lado. Procura mantener la calma y rendirte a él para evitar hundirte. Utiliza como ejemplo el Evangelio de hoy. Jesús dice claramente que no quiere que sus seguidores se queden atrapados en el temor de preguntarse cuándo o cómo será su segunda venida. El Señor no quiere que luchen para “salvar” su vida, especialmente frente a los temores del futuro; más bien desea que “pierdan” su vida tratando de no controlar la ansiedad. ¿Te parece que la ansiedad te está hundiendo? La próxima vez que sientas que te estás ahogando en las arenas movedizas de la preocupación, trata de relajarte y pensar en los planes que el Señor tiene para ti. Su primera venida puso en marcha la revolución del amor y la misericordia y edificó un cimiento sólido que evita que te ahogues. Lo que es mejor, ese cimiento se hará cada vez más fuerte con cada acto de fe y confianza que realices. Así que confía en el Señor y permite que te lleve a un suelo sólido. “Señor, te ruego que me ayudes a descansar en tu presencia, quiero dejar ir el miedo y la duda.” ³³

2 Juan 4-9 Salmo 119 (118), 1. 2. 10. 11. 17. 18

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de noviembre, sábado Lucas 18, 1-8 ¿Te ha sucedido que, cuando escuchas la parábola de hoy te imaginas a una anciana regordeta y regañona? Podrías comparar su obstinación con la insistencia de un bulldog o la interminable molestia de un disco rayado. Hoy, cuando leas el Evangelio y pienses en ella, intenta algo diferente: mírala como un modelo de confianza, complacencia y valentía. Valentía: Esta viuda no temía ni al adversario ni al fastidio del juez, y exigía sin temor que se le hiciera justicia. Se requiere fortaleza para continuar luchando cuando las cosas no salen como uno espera, y surge la tentación de perder la esperanza cuando las plegarias no son contestadas de inmediato. Pero el “mucho tiempo” en que el juez se negó a atender la petición de la viuda no la detuvo. Ella siguió recordándole su petición, y así puede enseñarnos el valor de seguir buscando a Dios aunque nos encontremos con obstáculos. Confianza: La viuda estaba convencida de que tenía razón, y de que Dios la protegía . Entonces, cuando se enfrentó con un obstáculo en el camino, como el juez indolente, no se rindió, porque sabía que Dios estaba de su lado y el saberlo le dio valentía. De igual manera, cada uno de nosotros 82 | La Palabra Entre Nosotros

puede confiar en que Dios nos protege personalmente. Expectativa: Mientras esperaba el momento de Dios, la viuda demuestra un cierto nivel de tranquilidad, pues confiaba en que Dios le haría justicia. De igual forma Jesús nos promete que si perseveramos en la oración y la confianza en el Padre, encontraremos paz mientras esperamos, de modo que podemos tener tranquilidad sabiendo que estamos haciendo lo que Dios nos pide. El resto depende de él, y podemos confiar en que nos responderá. Jesús finaliza la parábola preguntando si, cuando él vuelva, encontrará algo de fe en la tierra. Esta no fue una pregunta arbitraria añadida al final de la parábola como una idea adicional. La clase de fe que el Señor espera es la fe de esta viuda perseverante: una que muestra valentía, confianza y expectativa. Cuando tenemos una fe como esta, nuestras oraciones no son ruegos desesperados, sino peticiones que hacemos con alegría expectante. Así que, cuando presentes tus necesidades a Dios, imita a esta viuda insistente. “Señor Jesús, te presento mis necesidades con valentía y confianza, confío en ti aun cuando tengo que esperar a ver tu voluntad.” ³³

3 Juan 5-8 Salmo 112 (111), 1. 2. 10. 11. 17. 18


MEDITACIONES NOVIEMBRE 15-21

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de noviembre, XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario 1 Tesalonicenses 5, 1-6 Las lecturas de hoy podrían recordarnos del lema de los niños exploradores: “Siempre listos”. “Mantente siempre preparado”, porque nunca se sabe qué puede surgir en el camino; mantente preparado para que no te límites a reaccionar ante las situaciones conforme vayan surgiendo. Sé proactivo, asegúrate de estar siempre preparado para hacer cualquier obra de caridad que te sea posible. En la primera lectura de hoy, San Pablo nos dice que nunca habrá una paz perfecta, una seguridad absoluta en este mundo. Las guerras se desatarán, las familias y los amigos sufrirán divisiones; la pobreza, la enfermedad y el sufrimiento persistirán hasta el fin de los tiempos. ¡Eso significa que siempre habrá oportunidades de ayudar a otros! El Evangelio de hoy también nos exhorta a estar preparados para cuidar a quienes nos rodean. Cuando escuchamos la parábola de los talentos, generalmente pensamos en desarrollar

las destrezas que tenemos, pero concentrémonos en la misión que tenemos en frente. Jesús nos pide que cooperemos con él en la edificación de su Reino aquí en la tierra y que hagamos buen uso de todo lo que él nos ha concedido poniéndolo a disposición de todos y no solo de nosotros mismos o de nuestra familia. El mundo tiene una necesidad inmensa de paz y seguridad, y nuestras obras —de intercesión, misericordia, generosidad y amor— pueden hacer una diferencia significativa, pues si nos aliamos con el Señor, podemos ver retornos magníficos de nuestra inversión. ¿No sería maravilloso que, cuando Jesús regrese, nos dijera a cada uno de nosotros: “Te felicito, siervo bueno y fiel” (Mateo 25, 21)? ¿No sería fantástico saber que podemos presentarnos delante de él y compartir su alegría? Tú puedes hacer grandes cosas para Dios, y utilizar tus talentos para ayudar a hacer de este mundo un mejor lugar. Así que reza todos los días por las personas que sufren en cualquier parte, reza por el fin de las guerras y de la pobreza. Y únete al Señor para llevar su paz y seguridad a todos. “Señor, te ruego que multipliques mis dones y los hagas fructificar.” ³³

Proverbios 31, 10-13. 19-20. 30-31 Salmo 128 (127), 1-2. 3. 4-5 Mateo 25, 14-30

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de noviembre, lunes Santa Margarita de Escocia o Santa Gertrudis, Virgen Apocalipsis 1, 1-4; 2, 1-5 Esta es la revelación que Dios le confió a Jesucristo. (Apocalipsis 1, 1) ¿Te has preguntado sobre qué trata el libro del Apocalipsis? Este libro ha desconcertado, abrumado y atemorizado a muchos durante siglos. Eso ha sucedido principalmente porque está escrito de una forma diferente con la que no estamos familiarizados en el siglo XXI. El Apocalipsis es un ejemplo de literatura “apocalíptica”. Eso significa que utiliza imágenes dramáticas, señales cósmicas y criaturas fabulosas, para interpretar los eventos de la actualidad. En el caso de este libro, es una interpretación de las situaciones difíciles propias del lector: persecución, evangelios falsos, complacencia y dificultades en general. Pero esa es solo una parte del cuadro. El objetivo general del Apocalipsis, tal como nos lo dice Juan en la lectura de hoy, es revelar a Jesús mismo, Aquel que tiene autoridad sobre la historia y cuyo Reino resiste cualquier dificultad. Desde ahora y hasta que comience el Adviento, la liturgia de la Iglesia presentará lecturas de este hermoso pero enigmático libro. Estas lecturas develarán a un Jesús verdaderamente

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asombroso e inspirador. Lo verás sobre su trono de gloria, rodeado de miles de adoradores que exclaman: “¡Santo, santo, santo!” (Apocalipsis 4, 8). Incluso lo escucharás hablar desde el cielo mientras te dice que no ha venido solo a destruir el antiguo reino del pecado, sino también a hacer “nuevas todas las cosas” (21, 5). Durante las próximas dos semanas, inicia cada tiempo de oración pidiéndole al Espíritu Santo que abra tus ojos para que puedas ver a Jesús en los pasajes que vas a leer. Luego léelos y no tengas miedo de usar tu imaginación. Visualiza las escenas e imagina que tú estás ahí, permite que los cuadros que veas te ayuden a entrar en un tiempo de alabanza. Busca algún comentario o las notas al pie en tu Biblia de estudio que pueda ayudarte a entender estas imágenes. Finalmente, confía en que el Señor te va a bendecir. Después de todo, ¡él incluso afirmó: “Dichosos los que lean” (Apocalipsis 1, 3)! Aprovecha todas esas imágenes fantásticas para ayudarte a imaginar la majestad de Jesús y a convencerte de que sin importar lo que suceda en tu vida, el Señor está en su trono y tiene el control de todo. “Espíritu Santo, abre mis ojos para ver la gloria del Señor.” ³³

Salmo 1, 1-2. 3. 4. 6 Lucas 18, 35-43


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de noviembre, martes Santa Isabel de Hungría, Religiosa Lucas 19, 1-10 Si he defraudado a alguien, le restituiré cuatro veces más. (Lucas 19, 8) Trata de imaginar esta escena por un momento: tú eres Zaqueo el cobrador de impuestos, y escuchas que Jesús está en tu pueblo. Entonces sales corriendo de tu casa y te subes en un árbol para verlo; tal vez te raspas las rodillas mientras trepas, pero no te importa. ¡Tienes que ver a este hombre! De pronto, él te ve a ti y te habla directamente. Sus palabras te conmueven tanto que prometes dar la mitad de tus posesiones a los pobres y restituir cuatro veces más a aquellos a los que hayas defraudado. Ahora, imagina que el Señor te dice: “Está bien, no tenías que hacer tanto como subir a ese árbol, y ciertamente no debes entregar tanto dinero. Simplemente devuelve lo que debes y asegúrate de asistir a la sinagoga cada sábado. No quiero que hagas más de lo necesario.” Jesús nunca reaccionaría de esa manera. No es que él demandara una restitución extravagante como un castigo a los actos deshonestos de Zaqueo ni tampoco que necesitara que éste equilibrara la balanza de una forma extrema. No, él vio que Zaqueo estaba realizando un gesto sincero y voluntario, estaba

actuando libremente en respuesta al amor que Jesús tenía por él (Lucas 19, 9). Su restitución fue un acto de agradecimiento, no una obligación. Esa es la forma en que funciona la misericordia de Dios, es tan abundante y generosa que nos cambia en lo más profundo de nuestro corazón y nos convence a amar y dar tan libremente como el Señor nos ha dado a nosotros. Como dijo San Pablo: “Se ha apoderado de nosotros” de una forma en que la lógica no puede hacerlo (2 Corintios 5, 14). Dedica algo de tiempo en tu oración para regocijarte en ese amor extravagante, extremo e ilimitado que Jesús tiene por ti. Ponte en los zapatos de Zaqueo y abre tu corazón para que tu encuentro con el Señor te mueva a alabarlo y adorarlo. “¡Cristo me ama! ¡Cristo me perdona! ¡El Señor me recibe con los brazos abiertos!” Que estas verdades se aniden hoy en tu corazón y te ayuden a amar con la misma libertad y generosidad con la que eres amado. “Señor, te ruego que me muestres tu amor y misericordia. Ven, Señor Jesús y enséñame a ser igual de generoso que tú.” ³³

Apocalipsis 3, 1-6. 14-22 Salmo 15 (14), 2-3ab. 3cd-4ab. 5

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de noviembre, miércoles Santa Rosa Filipina Duchesne, Virgen o Dedicación de las Basílicas de San Pedro y San Pablo, Apóstoles Lucas 19, 11-28 Ya se acercaba Jesús a Jerusalén y la gente pensaba que el Reino de Dios iba a manifestarse. (Lucas 19, 11) Había emoción por todas partes, Jesús se dirigía a Jerusalén, el centro político y espiritual de Israel. Al igual que el hombre noble de la parábola de hoy, estaba en un viaje para “ser nombrado rey” (Lucas 19, 12). Y al igual que este hombre, Jesús se enfrentó con una fuerte oposición de la gente que no quería reconocer su reino (19, 14). Pero esta parábola no trata sobre la intriga que rodeaba al noble, respecto a si sería exitoso en reclamar su reino, sino sobre las personas que ya eran leales a él, los sirvientes que mantenían su hogar. ¿Cómo pasarían ellos el tiempo mientras esperaban el regreso de su señor? ¿Invertirían en la venida del reino, confiados en su demanda y autoridad? ¿O protegerían las apuestas, por no estar seguros de que su señor triunfaría? En otras palabras, ¿le creerían a él y su fe se traduciría en acción? Al igual que este noble hombre de la parábola, Jesús continúa esperando su reinado. Todavía espera a que toda rodilla se doble delante de él y que 86 | La Palabra Entre Nosotros

todos acepten su gobierno y su Reino al final de los tiempos (Filipenses 2, 10). Y al igual que los empleados que esperan que su señor regrese, cada uno de nosotros se enfrenta a las mismas preguntas: “¿Invertiré en el reino venidero? ¿Creo en Jesús? ¿Mi fe se traduce en acción?” Los dos sirvientes que multiplicaron lo que él les había dado invirtieron sus vidas completas en el reino. Ellos decidieron vivir como si ese reino ya estuviera presente, aunque todavía no lo estaba; decidieron arriesgarse, y al hacerlo, obtuvieron grandes ganancias para el señor, y para ellos mismos. Esta es la forma en que Dios quiere que vivamos. Podemos duplicar la inversión de lo que Dios nos ha dado tratando a los demás con misericordia y generosidad, incluso podemos triplicar la ganancia si les hablamos a otras personas de Jesús con la esperanza de que ellos también lo acepten como su rey. Tomemos algunos riesgos por el Reino, ¡El Señor promete grandes recompensas para todos los que lo hagan! “Amado Jesús, ayúdame a vivir hoy como un ciudadano del Reino venidero, te lo ruego.” ³³

Apocalipsis 4, 1-11 Salmo 150, 1-2. 3-4. 5-6


ON N EE SS M M EE DD II TTAA CC II O

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de noviembre, jueves Lucas 19, 41-44 Contempló la ciudad, lloró por ella. (Lucas 19, 4) El Evangelio de hoy demuestra que Jesús experimentó todas las emociones del ser humano. El Señor no se limitó a hacer un comentario sobre la falta de fe de Jerusalén, y dar a conocer su desaprobación pronunciando una letanía de acusaciones. No, Jesús derramó lágrimas auténticas de profunda tristeza por el estado en que se encontraba la ciudad santa. Muchos de su propio pueblo no lo aceptaban como Mesías. Jesús había venido a compartir con ellos lo que podía conducirlos a la paz, pero ellos lo rechazaron (Lucas 19, 42). Cristo veía que al permanecer en su pecado, ellos estaban atrayendo el desastre sobre sí mismos y su Templo, y por eso sollozaba. Su dolor por Jerusalén unió a Jesús a una larga lista de profetas que también se lamentaron por la condición del pueblo de Dios. Eliseo lloró cuando vio que el rey de Siria destruiría Israel (2 Reyes 8, 11-12). Nehemías lloró al enterarse de la situación desesperada en que estaba su pueblo en Jerusalén destruida (Nehemías 1, 4). Y Jeremías, conocido como el “profeta llorón”, derramó lágrimas de amargura “por la terrible desgracia de mi pueblo” (Jeremías 14, 17). Sin embargo, esto no le sucedió

solamente a Jesús o a los antiguos profetas. Muchos de nosotros hemos derramado lágrimas por alguien que ha perdido la fe, porque tal vez no siente la necesidad de Dios, duda de su misericordia, o está enojado con él. Cualquiera que sea la causa, su sufrimiento traspasa nuestro corazón, y nos afligimos por esa persona. Lo único que deseamos es que logre recibir y saborear la paz y la misericordia que nosotros experimentamos. ¡Es reconfortante saber que Jesús llora por nosotros! El Señor anhela que sanen y quiere tener comunión con ellos más que nosotros, así es Jesús. Mira lo que sucedió después de su lamento por Jerusalén. Continuó predicando y enseñando y ofreciendo su misericordia a cada persona que estuviera dispuesta a aceptarlo. Luego entregó su vida en la cruz por nuestra salvación. Dios continúa estando cerca de sus hijos. Cada día es una nueva oportunidad para que él nos visite. En todo momento, él les ofrece a tus seres queridos y a ti una oportunidad nueva para regresar a su lado. El Señor nunca se detendrá. “Señor, gracias por amar a _______ más que yo. Te ruego que lo acerques más a ti.” ³³

Apocalipsis 5, 1-10 Salmo 149, 1-2. 3-4. 5-6a. 9b Octubre / Noviembre 2020 | 87


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de noviembre, viernes Lucas 19, 45-48 Mi casa es casa de oración. (Lucas 19, 46) Cuando Jesús habla de “mi casa”, podemos entender esto de diferentes maneras. El Templo de Jerusalén era considerado la casa de Dios. Efectivamente, Jesús pronunció estas palabras mientras purificaba el Templo. Veamos de qué otras formas podemos entender estas palabras. Mi casa es casa de oración. Tu familia y la mía son partes de la casa de Dios. De hecho, se dice que cada unidad familiar es una “iglesia doméstica”, o una iglesia en miniatura. Cada familia forma un ambiente único en donde cada miembro puede crecer en santidad junto a los otros. Así que es importante aprovechar cada oportunidad que se presenta para crecer en santidad, ya sea rezando juntos como familia, leyendo la Escritura, participando de los sacramentos o sirviendo a los pobres. Mi casa es casa de oración. El pueblo de Dios en general, la Iglesia, también es la casa en la que Dios habita. Esto incluye a todos los feligreses, las personas con las que servimos en algún ministerio y aquellos con quienes tenemos comunión fraterna. Ellos son nuestros hermanos y hermanas, así que siempre debemos tenerles el respeto y el honor que se merecen. 88 | La Palabra Entre Nosotros

Incluso si profesan una espiritualidad distinta, siguen siendo valiosos a los ojos del Señor. Por eso, reza con ellos y por ellos. Recuerda, también, que Dios quiere reunir a todas las personas en su casa, así que, ¡trata a todos los que conozcas como un “posible miembro de tu hogar!” Mi casa es casa de oración. La estructura física en la que tú asistes a Misa cada domingo, o tal vez diariamente, es literalmente la casa de Dios. Es más que un templo, es un lugar santo, donde puedes encontrarte con el Señor, presente en el sagrario. Es un espacio sagrado, especialmente durante la Misa, cuando Jesús se nos ofrece bajo las formas de pan y vino. Si tu iglesia no se encuentra en el vecindario más rico, o si el edificio no tiene el diseño más elegante, en realidad no importa cómo se vea ni donde esté, porque el Señor Jesús está ahí tan presente como en una catedral. ¡No ignores su increíble don! Hoy, al rezar, dale gracias a Jesús por las distintas formas en que está presente para ti. ¡Que todos atesoren cada “casa de oración” que Cristo nos ha dado! “¡Gracias, Señor, por habitar en mi corazón!” ³³

Apocalipsis 10, 8-11 Salmo 119 (118), 14. 24. 72. 103. 111. 131


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de noviembre, sábado La Presentación de la Bienaventurada Virgen María Lucas 20, 27-40 Alberto conversaba con su primo durante una reunión familiar cuando se enteró de que este era agnóstico, pero que se dolía profundamente por el sufrimiento de los pobres. Después de escuchar a su primo explicar sus creencias, Alberto le contó su experiencia de ayudar a surtir la despensa local de alimentos y atender a algunas personas que buscaban ayuda. También le habló del profundo interés que tenía Jesús por los pobres y los marginados. Su primo estaba intrigado y dijo que le gustaría visitar la despensa y conocer a algunas de esas personas. Pareciera que Alberto aprendió una lección de la conversación de Jesús con los saduceos en el Evangelio de hoy. Como grupo religioso, los saduceos no reconocían la totalidad de las Escrituras hebreas, solo la “ley”, o los cinco primeros libros de la Biblia. Cuando desafiaron su enseñanza sobre la resurrección, Jesús los sorprendió citando un pasaje del libro del Éxodo que respaldaba lo que él estaba diciendo. Debido a que Jesús extrajo su explicación de algo que ellos ya habían afirmado, quedaron impresionados. “Maestro”, le dijeron, “has hablado bien” (Lucas 20, 39).

Relacionarse con personas diferentes a nosotros puede causar temor. Posiblemente no estemos de acuerdo en temas como deportes, política, moral sexual o religión, y terminemos involucrados en una conversación incómoda; pero el diálogo de Jesús con los saduceos nos ofrece un modelo de tres partes: Mantén la paz. Al acercarte a alguien que es diferente procura hacerlo con paz en tu corazón. Es posible que no coincidas con sus puntos de vista, pero nunca olvides que Dios lo ama y procura no verlo como el “enemigo” Busca un tema común. Siempre empieza por buscar algo en lo que estén de acuerdo. Incluso si no coincides con la mayoría de las opiniones de la otra persona, busca algo que puedas afirmar. Siempre hay algo y puede ser un maravilloso punto de partida para una conversación valiosa. Realiza conexiones positivas. Ve si el punto de vista de la persona coincide con la Escritura y la enseñanza católica, y ayúdale a ver que está más cerca del Señor de lo que pensaba, y que Dios también está más cerca de él o ella. Habla con amor, y harás la diferencia. “Espíritu Santo, por favor enséñame a acercarme a otros con amor.” ³³

Apocalipsis 11, 4-12 Salmo 144 (143), 1. 2. 9-10

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MEDITACIONES NOVIEMBRE 22-28

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de noviembre, domingo Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo Mateo 25, 31-46 Pensar en la segunda venida de Jesús puede generarnos temor. Sabemos que será maravilloso estar en el cielo con el Señor para siempre, pero también nos asusta lo desconocido. Hoy, intentemos poner de lado este temor al imaginarnos tres escenas que rodean la segunda venida. Escena 1: Trata de imaginar cómo será ese momento en que veas a Jesús sentarse “en su trono de gloria” (Mateo 25, 31), y en lo que él dirá a la reunión más grande de todos los tiempos. El peregrinaje hindú de Kumbhamela del año 2013 en la India es actualmente la reunión de gente más grande que ha habido, con treinta millones de personas. ¡Pero incluso esa se queda corta frente a los potenciales trece mil millones de personas que estarán juntas frente al Señor! Escena 2: Fija tu mirada en el atractivo de Jesús. El Papa Juan Pablo II atrajo mucha atención a donde quiera que fuera, debido a su personalidad. 90 | La Palabra Entre Nosotros

Él siempre proyectaba un sentido de esperanza gozosa, de confianza en el Señor y de amor por las personas con las que se relacionaba. Siempre parecía establecer una conexión personal y profunda con su audiencia, sin importar cuál fuera la ocasión. Ahora, por más atractivo que era, el Papa Juan Pablo II no se acercó ni siquiera un poco a lo que sucederá cuando Jesucristo regrese. Su amor, pureza y alegría no tendrán paralelo. Esta es la razón por la cual todas las naciones se reunirán en torno a él. Escena 3: Levanta tus ojos hacia el cielo nuevo y la tierra nueva que Jesús va a establecer. Imagina un lugar donde no se necesiten médicos, policías, prisiones, bases militares o albergues para indigentes. Disneylandia es llamada “el lugar más feliz del mundo”, bueno, cuando Jesús inicie la nueva creación, la “magia” de Disney se verá mundana y ordinaria. No habrá nada más que paz y alegría en la presencia del Señor. Mantén estas escenas en tu mente todo el día y permite que ellas borren cualquier temor a lo desconocido. “Señor Jesús, ¡no puedo esperar para verte!” ³³

Ezequiel 34, 11-12. 15-17 Salmo 23 (22), 1-2a. 2b-3. 5-6 1 Corintios 15, 20-26. 28


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de noviembre, lunes San Clemente I, Papa y Mártir o San Columbano, Abad o Beato Miguel Agustín Pro, Presbítero y Mártir Lucas 21, 1-4 ¿Por qué la viuda en el Evangelio de hoy llamó la atención de Jesús? Tal vez porque él era consciente de la difícil situación que atravesaban las viudas. En la Palestina del primer siglo, una mujer que perdía a su esposo y no tenía hijos varones que cuidaran de ella podía quedar desamparada. Jesús vio que esta viuda tenía poco para dar, así que la elogió por dar “todo lo que tenía para vivir” (Lucas 21, 4). En las Escrituras hebreas, Dios manda a su pueblo a cuidar especialmente de las viudas, y Jesús se tomó esa orden muy en serio. Cuando entró en la ciudad de Naín, vio que llevaban en hombros el féretro del “hijo único de su madre, que era viuda” (Lucas 7, 12). Compadeciéndose de ella, le devolvió la vida al muchacho y se lo entregó a la madre. Más tarde, al igual que lo hicieron los profetas, denunció a aquellos que se aprovechaban de las viudas (Lucas 20, 47; Isaías 10, 2). A nivel más personal, el Señor sabía lo que significaba cuidar a una madre viuda: cuando José murió, él cuidó amorosamente de María. No solo su trabajo como carpintero le proveyó

sustento, sino que también cuidó de sus necesidades espirituales. ¿Puedes imaginar a Jesús encendiendo las velas y recitando las oraciones de la cena del Shabat? Aunque Jesús se fue de Nazaret para iniciar su ministerio público, debe haberse asegurado de que las necesidades de María fueran atendidas. Incluso desde la cruz, proveyó para ella, confiándosela a su discípulo Juan (Juan 19, 26-27). ¡Evidentemente, las viudas ocupaban un lugar especial en el corazón de Jesús! Si eres viuda o viudo, recuerda que Jesús cuida de ti con la misma ternura y el mismo respeto que tenía por su propia madre y por la mujer del Evangelio de hoy. Aun si te sientes solo, temeroso o vulnerable, recuerda que el Señor cuida profundamente de ti y está a tu lado. La lectura de hoy también es un buen recordatorio de la obligación sagrada que tenemos todos de cuidar a los que están solos y a las viudas y viudos para que siempre podamos mostrarles a ellos el amor que necesitan y merecen. “Amado Jesús, bendice a los viudos con tu amor y cuidado especial.” ³³

Apocalipsis 14, 1-3. 4-5 Salmo 24 (23), 1-2. 3-4ab. 5-6

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de noviembre, martes Santos Andrés Dung-Lac, y compañeros, Mártires Lucas 21, 5-11 No quedará piedra sobre piedra. (Lucas 21, 6) Imagina la reacción de las personas al escuchar estas palabras de Jesús. Acababa de terminar de expulsar a los cambistas de dinero del Templo, y ahí mismo confrontó a los hipócritas líderes religiosos. Luego, alabó la generosidad de una mujer que hizo una pequeña pero significativa donación para su mantenimiento. Con seguridad Jesús amaba el Templo y estaba por iniciar un tiempo de paz y restauración para el lugar santo donde Dios habitaba. Así que las personas deben haber quedado sorprendidas cuando en vez de paz y prosperidad, Jesús predijo la destrucción del Templo. ¿Cómo podría suceder eso? Ese era el lugar en que Dios habitaba, el centro de la religión judía. La tradición incluso sostenía que era el propio centro de la creación de Dios. Sin mencionar que, sin el Templo no podía llevarse a cabo el rito anual de la expiación. Imagina lo decepcionante que esta imagen debió resultar para los discípulos de Jesús, ¡casi todos ellos eran judíos devotos! Bueno, así como el Señor lo predijo, el Templo fue destruido. Sucedió en el año 70 d.C. cuando el ejército romano 92 | La Palabra Entre Nosotros

ingresó para sofocar una rebelión. Esto fue visto como un innegable triunfo de las fuerzas del mal sobre la voluntad de Dios. Pero Dios mismo era capaz de usar esta tragedia y sacar algo bueno de ella. Habiendo desaparecido el Templo, los primeros cristianos podían comprender más profundamente la verdad central de que Dios ahora habitaba en su corazón por el poder del Espíritu Santo. Es tan cierto hoy como lo era en el año 70 d.C.: Cristo mora siempre en tu corazón y también, de una manera especial, en el sagrario en todas las iglesias de todo el mundo. Y también habita en cada uno de tus hermanos y hermanas en el Señor. ¿Estás luchando por entender una tragedia? Podría ser algo profundamente personal o algo profundamente decepcionante que escuchaste en las noticias. Por supuesto, laméntate por tu pérdida, pídele a Dios que te conceda sanidad y fortaleza. Pero al mismo tiempo, mantente firme en tu fe. Cree, incluso contra toda esperanza, que Dios te sostiene en la palma de su mano. Cree también, que él ya está haciendo su obra para sacar lo bueno de lo malo. “Señor Jesús, ayúdame a entregarte cualquier situación difícil.” ³³

Apocalipsis 14, 14-19 Salmo 96 (95), 10. 11-12a. 12b-13


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de noviembre, miércoles Santa Catalina de Alejandría, Virgen y Mártir Lucas 21, 12-19 Yo les daré palabras sabias. (Lucas 21, 15) Si has visto una película sobre un caso judicial sabes que no se puede entrar en una corte sin un caso bien fundamentado. No solo debes conocer tu lado de la historia, sino que debes investigar hasta el último detalle de la contraparte. Un abogado ni siquiera debería hacer una pregunta sin saber la respuesta de antemano. Sin embargo, en el pasaje de hoy, Jesús le dice a sus discípulos que hagan las cosas de una manera distinta. Les dijo que cuando los llevaran ante las autoridades por predicar el Evangelio, no se preocuparan por defenderse. Más bien, debían confiar en que él les daría las palabras de sabiduría que iban a necesitar. Suena difícil, ¿verdad? Simplemente no es natural que nos relajemos en una situación de alto riesgo como esta. Sucede más bien lo opuesto: los músculos se tensan, la respiración se agita, el pulso cardíaco se eleva y la mente corre a miles de kilómetros por hora. Pero ahí está Jesús, diciéndonos que no nos preocupemos. Este no es el único momento en la Escritura en que Jesús nos reta con algo que va en contra de los instintos. Por ejemplo, en vez de aferrarnos a las

posesiones materiales, nos dice que demos a todo aquel que nos pida algo. En vez de tomar represalias, debemos poner la otra mejilla. El Señor quiere una cultura que exalte al pobre y al marginado, porque ellos son los verdaderos herederos del Reino de los cielos. Una y otra vez le da vuelta a todo lo que creemos que sabemos sobre la vida en este mundo. Te invito a que hoy procures interiorizar estas palabras, aun cuando impliquen ir en contra de tus instintos naturales. Si alguien se te atraviesa en la carretera, bendice a esa persona. Si estás luchando con un problema que parece no terminar, decide no preocuparte. En vez, haz una lista de todas las cosas por las cuales estás agradecido. ¿Quién sabe? Tal vez el Señor te dé una nueva visión de las cosas cuando le agradezcas por lo que tienes. Jesús no desea abandonarte a una vida de estrés y ansiedad, él anhela que lo invites a hacerse presente en cada situación, especialmente en las difíciles. Así que, ¡relájate!, él tiene suficiente sabiduría para ayudarte. “Señor, confío en ti, te entrego mi ansiedad. Te suplico que me enseñes a confiar en ti más profundamente.” ³³

Apocalipsis 15, 1-4 Salmo 98 (97), 1. 2-3ab. 7-8. 9

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de noviembre, jueves Día de Acción de Gracias Apocalipsis 18, 1-2. 21-23;

19, 1-3. 9 Dichosos los invitados al banquete de bodas del Cordero. (Apocalipsis 19, 9) Es maravilloso recibir una invitación a una boda. ¡Alguien te quiere tanto que desea compartir contigo su gran día! Anotas la fecha en tu calendario, empiezas a pensar en el traje, organizas el transporte y buscas un regalo apropiado. Conforme el evento se acerca, es posible que incluso empieces a contar los días. La primera lectura de hoy nos dice que Dios nos está invitando a una boda, “las bodas del Cordero” (Apocalipsis 19, 9). Esta no es una ceremonia ordinaria. Con frecuencia, la Escritura utiliza el matrimonio como una metáfora para describir la relación de alianza de Dios con su pueblo, y luego el banquete como tal es visto como una descripción de la alegría y la celebración que nos espera en el cielo. Esta es la invitación más grandiosa que puedas recibir: ¡una celebración eterna con Dios y todos los santos y ángeles! Entonces, ¿cuál será tu reacción? Así como harías preparativos para una boda terrenal, para esta otra también debes prepararte. Tal vez, una de las preguntas más importantes es qué traje te pondrás.

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Bueno, no te preocupes por eso; Dios ya se ocupó del asunto. La Escritura nos dice que él quiere vestirnos con un “vestido de fiesta” y cubrirnos “de victoria” (Salmo 30 (29), 12; Isaías 61, 10). También dice que nos ofrece vestirnos “de lino fino, limpio y brillante” que es la “recta conducta” (Apocalipsis 19, 8). Y, lo más importante, nos advierte que debemos llegar vestidos apropiadamente para el banquete (Mateo 22, 11-12). Entonces, ¿cómo consigues este traje? Lo creas o no, ¡ya lo tienes! En tu bautismo, tus padres te vistieron con ropa blanca como un símbolo de la forma en que Dios ha lavado el pecado original y te ha revestido con Cristo. Te dicen que “esta vestidura blanca sea signo de tu dignidad como cristiano” y eres exhortado: “Ayudado por la palabra y el ejemplo de tus padres y padrinos, consérvala sin mancha hasta la vida eterna.” Así que ahí lo tienes: una invitación para un banquete de bodas que nunca se acaba, ¡con tu guardarropa ya listo! Solo asegúrate de que el traje esté lo más limpio posible. “Señor, ayúdame, te ruego, a estar preparado para participar de tu banquete de bodas.” ³³

Salmo 100 (99), 2. 3. 4. 5 Lucas 21, 20-28


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de noviembre, viernes Lucas 21, 29-33 Podrán dejar de existir el cielo y la tierra, pero mis palabras no dejarán de cumplirse. (Lucas 21, 33) Muchas cosas en este mundo traen una fecha de vencimiento. Las membrecías, las garantías y las suscripciones a las revistas, los productos, incluso los cupones de las tiendas y de regalos se vencen eventualmente. Las modas y las leyes se vuelven obsoletas; también las estrellas y los planetas mueren. Por supuesto, después de su tiempo marcado en la tierra, todas las criaturas vivas mueren también. Pero a pesar de que nuestro cuerpo es mortal, algo en nosotros vive para siempre. ¡Eso es porque Dios nos ha creado para la vida eterna! Y debido a que él es un Dios de amor, nos da maneras para empezar a probar y crecer en su vida ahora encontrándonos con él diariamente. Esto lo hacemos cuando reflexionamos y rezamos con la Escritura, la palabra inspirada por Dios, la cual “no dejará de cumplirse” (Lucas 21, 33). ¡Es una realidad sorprendente! Como lo explicaron los Padres del Concilio Vaticano II: “En los sagrados libros el Padre que está en los cielos se dirige con amor a sus hijos y habla con ellos” (Dei Verbum, 21). Y San Bernardo, hablando desde su propia experiencia, dijo que cualquiera que

medita con interés en la Escritura sabe “que ciertamente encontrará a Aquel de quien tiene sed.” Cuando leemos la Escritura, podemos estar seguro de que el Dios que nos creó para conocerlo y amarlo está con nosotros, listo para convertir su palabra en vida. La Escritura puede asombrarnos con la magnitud y la profundidad del amor de Dios. Con una sola palabra de reproche, puede echar por tierra nuestro orgullo. Su Palabra puede enseñarnos verdades maravillosas, penetrar el corazón endurecido y suscitar plegarias inspiradas de alabanza y acción de gracias. Ella endereza el pensamiento torcido, abre tus ojos a Cristo y te ofrece lo que necesitas para enfrentar las pruebas y las dificultades con paz y alegría. Hoy, abre tu Biblia, invoca al Espíritu Santo y escucha a Jesús hablarte. Recuerda que no importa cuántas veces leas un pasaje, este nunca dejará de cumplirse ni estará fuera de tiempo. Sin cambios, la palabra de Dios es nueva todos los días, siempre fresca, llena de vida y esperanza. “Ven, Espíritu Santo y haz vivas las palabras de la Escritura en mi corazón.” ³³

Apocalipsis 20, 1-4. 11—21, 2 Salmo 84 (83), 3. 4. 5-6a. 8a

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de noviembre, sábado Apocalipsis 22, 1-7 Dios los iluminará con su luz y reinarán por los siglos de los siglos. (Apocalipsis 22, 5) ¿Eres de esas personas que no puede evitar leer el final de un libro mucho antes de llegar a ese punto? Tú sabes, del tipo de persona que quiere saber si van a ganar los buenos o los malos. Podrías pensar que la visión de Juan en el Apocalipsis es el final feliz de la historia. Muestra que los buenos, Jesús y sus seguidores, realmente ganarán al final. No es coincidencia que esta lectura se lea en el último día del año litúrgico. La Iglesia quiere mostrarnos hacia dónde se dirige nuestra vida y quiere darnos un sentido de esperanza y anticipación conforme avanzamos con todos los altibajos que se presentan. ¡Imagina qué glorioso será ese día! ¡Levantemos el corazón y utilicemos esta lectura para alabar a Dios por todo lo que ha planeado para nosotros! “Gracias Señor, porque puedo refrescarme en el ‘río del agua que da la vida, reluciente como el cristal.’ Ya no tengo sed del sentido de la vida, del amor o de la alegría. Mi plenitud viene de ti; ¡tu propio río aplaca mi sed de ti! “¡Alabado seas, Señor, porque me das sanidad y fuerza del ‘árbol de la vida’! Ya no estoy encadenado por el 96 | La Palabra Entre Nosotros

pecado; ¡el acceso a este árbol bendito se ha abierto! ¡Tú me ofreces su fruto delicioso una vez más! “Más que eso, Señor, tú me dices: ‘no habrá ya ninguna maldición’ en mi vida. En el cielo, la muerte, la enfermedad y las dificultades ya no existirán. Tú enjugarás todas las lágrimas de mis ojos, y ‘ya no habrá muerte, ni llanto, ni lamento, ni dolor’. “Señor, tú prometiste que ‘no habrá ya noche’ porque tú serás mi luz. ¡No más confusión! ¡No más tentación! ¡No más oscuridad provocada por la culpa y el pecado! “¡Oh Señor, estoy asombrado! ¡Mi corazón exulta alabanzas a ti! ¡Tú has prometido que estaré delante de tu trono celestial y finalmente te veré cara a cara! Allí no habrá separación ¡te veré a ti y seré completamente tuyo! ¡Cuánto anhelo, Señor, que llegue ese momento! “Gracias, Señor, por esta visión que me llena de fuerza, alegría y esperanza. Gracias, Señor Jesús, porque caminas a mi lado aquí en la tierra y me llevas hacia el cielo para vivir mi propio ‘final feliz.’” “Señor Jesús, ¡gracias por prometerme el cielo! Confío en ti.” ³³

Salmo 95 (94), 1-2. 3-5. 6-7 Lucas 21, 34-36


COMUNICADO N° 3 Queridos Hermanos usuarios de la revista La Palabra entre Nosotros Nos reconfortan mucho saber las manifestaciones de alegría de las personas que recibieron sus revista físicas después de tanto tiempo en el que tuvimos impedidos por la Pandemia. Como todos sabemos, aún no hemos vuelto a la normalidad y el reparto es un reto muy difícil que lo estamos afrontando, buscando todos los caminos posibles REPARTO EN LIMA se está haciendo en forma muy esforzada por una sola persona, tengamos paciencia PARA PROVINCIAS A los suscriptores que viven en provincias, les pedimos su comprensión, ya que los servicios están aun restringidos, pero si conocen algún medio que sea económicamente razonable, les pedimos que se comuniquen con nosotros para encontrar el camino. Quizás una persona de cada localidad pueda recibirlo por agencia y coordinar para entregar a los demás hermanos. En las labores del Señor, todos estamos invitados a participar REVISTA DIGITAL Estamos muy contentos de la buena acogida que ha tenido y nos seguiremos esforzando por mejorarla Pero con mucha pena no pudimos hacerles llegar a todos, pues no teníamos los números de los celulares ni los correos de todos los lectores Aprovechemos esta oportunidad para que registres tus datos INFORMACION REQUERIDA Nombre y apellidos: Numero de celular: Numero de casa: Correo electrónico Favor enviar estos 4 datos por cualquiera de estos dos medios Por mensaje al WhatsApp: 934 667 435 Por correo a: coordinacion@lapalabraentrenosotrosperu.org

Foyer de Charité “Santa Rosa”

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