La Palabra Entre Nosotros - Perú, Abril 21

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Edición especial sobre La Pascua y Pentecostés

A B R IL - M AYO 2 0 21

Una dinámica vida nueva

Artículos sobre el Espíritu Santo escritos por el Cardenal Cantalamessa

La vivificante semilla del Bautismo



En este ejemplar: Abril - Mayo 2021

Una dinámica vida nueva El poder de Dios para la salvación El Bautismo imprime eficacia a la cruz de Cristo

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Bautizados EN Cristo Unidos a Cristo, nada hay que no podemos superar

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Una parroquia evangelizadora La llamada a ser pescadores de hombres Por P. James Mallon

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Artículos del Cardenal Cantalamessa: Dios ha derramado su amor Pentecostés es para todos los creyentes

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Una ley nueva para una vida nueva La Ley de Dios escrita en nuestro corazón

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¡Jesucristo es el Señor! 28 Esta sola proclamación puede cambiarte la vida Tu voluntad, Señor, es mi deleite El valioso don de la obediencia

Meditaciones diarias

Abril del 1 al 30 Mayo del 1 al 31 Estados Unidos Tel (301) 874-1700 Fax (301) 874-2190 Internet: www.la-palabra.com Email: ayuda@la-palabra.com

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Una dinámica vida nueva Queridos hermanos: y de esa manera nos ofrecieron ¡Jesucristo ha resucitado! ¡Verdaderamente ha resucitado! La Pascua de Resurrección nos llena del júbilo de saber que nuestro Señor ha resucitado y que hoy vive entre nosotros; que nos ama y prosigue su misión de salvar a todos los que creemos en su Nombre. Y no es mera coincidencia que la Pascua ocurra en época de primavera, cuando todo se renueva, los días son más largos y luminosos, brotan las plantas y las flores y nacen las crías de los animalitos. En una palabra, renace la vida, una vida que puede ser dinámica, gozosa y prometedora si tomamos realmente conciencia de lo que significa la redención. Esta vida nueva que nos trajo el Señor, gracias a su sacrificio expiatorio y su gloriosa resurrección, fue lo que motivó la fe, el heroísmo y la fidelidad de los discípulos en su misión de llevar la buena noticia de la salvación en Cristo a todo el mundo, tal como el Señor se lo había mandado. Nosotros, los que venimos del Continente Americano, tenemos una deuda de gratitud con aquellos misioneros que trajeron el Evangelio al Nuevo Mundo 2 | La Palabra Entre Nosotros

la posibilidad de creer en Jesús, cambiar de vida y finalmente salvar nuestras almas para la vida eterna. ¿No deberíamos nosotros ser también portadores de la buena noticia para quienes no conocen al Señor en nuestra propia familia o comunidad y ser así “pescadores de hombres” como el Señor quiso que fuéramos? Pentecostés fue un acontecimiento histórico que marcó la venida del Espíritu Santo sobre la primera comunidad cristiana; y sabemos que, gracias a la fuerza del Paráclito, el cristianismo se fue propagando rápidamente por todo el mundo.. Pero hay un efecto de la unción del Espíritu Santo que no siempre se enseña o comparte, como lo hacemos ahora en los artículos de este mes escritos por el ahora Cardenal Raniero Cantalamessa: ¡el estallido o liberación del poder del Espíritu Santo en la vida personal del creyente! ¿Por qué digo “estallido”? Porque así fue como lo experimenté yo, hace ya muchos años, cuando después de haber sido un católico nominal que apenas iba a Misa, tuve, al cabo de una conferencia de evangelización, un profundo despertar a la realidad transformadora de la presencia viva del Espíritu Santo, cuyos efectos no


han cesado de manifestarse en mi vida ni en mi amor a Cristo Jesús, mi Señor. A esto se debe en parte que, hasta ahora y desde hace ya 35 años, esté yo trabajando en la traducción y redacción de esta revista. Algunos llaman a esta experiencia, el “bautismo en el Espíritu Santo”, que no es un acto sacramental, sino más bien la reactivación de la potente semilla que fue sembrada

en el corazón del creyente mediante el Sacramento del Bautismo. Pero vamos a dejar que sea el Cardenal Cantalamessa el que explique de qué se trata esta experiencia, que ojalá todos los católicos la tengan.

Luis E. Quezada Director Editorial editor@la-palabra.com

La Palabra Entre Nosotros • The Word Among Us

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Pascua 2021 | 3


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r e d o lp par

DE DIOS

n ó i a la salvac

El Bautismo imprime eficacia a la cruz de Cristo

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ayan, pues, a las gentes de todas las naciones, y háganlas mis discípulos; bautícenlas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. (Mateo 28, 19)

P

ascua de Resurrección. María Magdalena acababa de anunciar a los apóstoles que había visto la tumba vacía, a los ángeles y a Jesús resucitado. Pedro y los demás salieron corriendo rumbo al sepulcro sin saber qué iban a encontrar. ¿Estaba Jesús realmente vivo, como dijo María y si era cierto, los reprendería él por haberlo abandonado? ¿Seguiría enseñándoles como antes? Pero ¡qué sorpresa se llevaron cuando lo que hizo el Señor fue decirles que él tenía una autoridad divina total y que los mandaba a salir a hacer discípulos y bautizarlos. Lo que había sucedido era parte del pasado; ahora ellos debían emprender la misión para la que él los había preparado durante tanto tiempo: ir a “todas las naciones”, proclamar el Evangelio y bautizar a todos los que creyeran en el Señor y se convirtieran. La conversión en la Iglesia primitiva. Y así fue que desde el momento mismo en que fueron llenos del Espíritu Santo, los apóstoles hicieron lo que el Señor les había mandado. Ya fuera la multitud en Pentecostés (Hechos 2, 1-12), el carcelero en Filipos y su familia (16, 20-34), el funcionario

etíope (8, 26-39), o muchos otros que escucharon el Evangelio, creyeron en Cristo y fueron bautizados. De hecho, este triple proceso de evangelización, conversión y luego bautizo fue la manera como la Iglesia creció en los primeros siglos. De acuerdo con este modelo, los candidatos al Bautismo eran formados en la fe en Cristo, su cruz y su resurrección. Luego, los discípulos oraban por ellos y les enseñaban a orar; los instaban a arrepentirse de sus pecados pasados y a luchar contra las futuras ocasiones de pecado y las tentaciones. Una vez que se veía claramente que estos candidatos habían experimentado cierto grado de conversión, eran bautizados, recibidos en la liturgia de la Sagrada Eucaristía y considerados miembros plenos de la Iglesia. Pero esto ha cambiado. En lugar de administrar el Bautismo después de la evangelización y la conversión, por lo general se hace al comienzo del camino de fe, normalmente cuando la persona es apenas un bebé. Si bien hay buenas razones por las cuales se ha generalizado esta práctica, no deja de haber una consecuencia no del todo ideal: el hecho de recibir el Bautismo en la infancia puede minimizar Pascua 2021 | 5


el potencial del sacramento y los efectos que podría tener más tarde en la vida. En esta edición daremos un vistazo al Sacramento del Bautismo, que la Iglesia llama “el fundamento de toda la vida cristiana” (Catecismo de la Iglesia Católica 1213), procurando recuperar un sentido de aquello que recibimos cuando fuimos bautizados y saber cómo podemos comenzar a desenvolver los “regalos” que Dios nos concedió con tanto amor y magnanimidad aquel feliz día. Los sacramentos son signos eficaces. Pero antes de profundizar en el Bautismo, conviene decir algo sobre lo que es un sacramento. Todos sabemos que cada sacramento tiene sus propios símbolos: pan y vino en la Eucaristía; agua, aceite y vela en el Bautismo; intercambio de votos y anillos en el Matrimonio. Cada uno de estos elementos representa algún aspecto de la manera como Dios quiere actuar en la vida de sus hijos, ya sea para alimentarnos, lavarnos del pecado o unirnos como marido y mujer. Pero los sacramentos son mucho más que un conjunto de acciones simbólicas. También producen las acciones que simbolizan. Por ejemplo, al comer el pan y beber el vino, una vez transformados en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, la Santa Comunión realmente nos llena de la presencia de Cristo Jesús. Los votos que pronunciamos en 6 | La Palabra Entre Nosotros

la Misa nupcial realmente nos unen conyugalmente y nos infunden la fortaleza necesaria para vivir lo que estamos prometiendo. Del mismo modo, el agua vertida sobre nosotros en el Bautismo no solo simboliza el lavamiento del pecado, sino que efectúa ese lavamiento. Cuando el sacerdote o el diácono dice las palabras: “Yo te bautizo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”, experimentamos la verdad y la realidad del nuevo nacimiento “del agua y del Espíritu” (Juan 3, 5). Hace dos años, en una audiencia general, el Papa Francisco reflexionó sobre el poder del Bautismo para efectuar realmente lo que significa: “El Bautismo permite que Cristo viva en nosotros y que nosotros vivamos unidos a él,” dijo y añadió: “Hay un antes y un después del Bautismo”, y el paso “de una condición a otra” (Audiencia General, 11 de abril de 2018). De manera similar, el Papa Benedicto XVI se refirió a las palabras que se pronuncian al momento del Bautismo cuando se dirigió a un grupo de padres de familia en la Capilla Sixtina: “Estas palabras no son solo una fórmula; son una realidad. Marcan el momento en que vuestros niños renacen como hijos de Dios” (Homilía, 7 de enero de 2007). Tanto el Papa Francisco como el Papa Benedicto pusieron de relieve una clave vital del Bautismo y de todos los sacramentos: Cuando realizamos


los actos rituales y rezamos las oraciones prescritas que forman parte de la celebración del sacramento, Dios actúa de una manera efectiva, poderosa y definitiva. Teniendo presentes estas verdades, veamos con más atención cómo entendió San Pablo el Sacramento del Bautismo. “¿No saben ustedes?” En los cinco primeros capítulos de su Carta a los Romanos, San Pablo dice que el Evangelio es “poder de Dios para que todos los que creen alcancen la salvación” (Romanos 1, 16) y añade que todos estábamos maniatados por el pecado, pero Dios envió generosamente a su Hijo Jesucristo para redimirnos mediante su muerte y su resurrección. Estos capítulos contienen expresiones dramáticas, que abarcan el cielo y el infierno, el bien y el mal, el pecado y la redención.

Todo lo que hace falta es que demos uno o dos pasos en la dirección correcta y Dios responderá con un diluvio de gracia.

Pablo sabía, por supuesto, que es importante explicar lo que Dios ha hecho para rescatarnos, pero es igual de importante entender cómo se consigue la salvación. Aquí es donde entra el Bautismo. En el capítulo 6, escribe: “¿No saben ustedes que, al quedar unidos a Cristo Jesús en el Bautismo, quedamos unidos a su muerte? Pues por el Bautismo fuimos sepultados con Cristo, y morimos para ser resucitados y vivir una vida nueva, así como Cristo fue resucitado por el glorioso poder del Padre” (Romanos 6, 3-4). Este es el milagro del Bautismo. Cuando el sacerdote vertió agua sobre nosotros, fuimos unidos a Jesús y a su muerte en la cruz. Todo el poder, la gracia y la misericordia que Dios derramó sobre el mundo el Viernes Santo fluyó ese día en nuestra propia Pascua 2021 | 7


vida y así pasamos a ser una nueva creación. ¡Así de generoso y tierno es nuestro Padre celestial! Hizo todo lo que era posible hacer para estrecharnos de nuevo en su abrazo cariñoso e incluso nos concedió este hermoso sacramento, con el que se nos lavan los pecados y nos llenamos de su luz y su vida. El Señor no espera a que hayamos merecido estas bendiciones, porque sabe que jamás podríamos hacerlo; sino que él toma la iniciativa y hace maravillas en nosotros, ¡aunque seamos demasiado pequeñitos para entender lo que está ocurriendo! La “ecuación completa” del Bautismo. Aun así, el Sacramento del Bautismo es solo una parte de la ecuación. Como dijimos anteriormente, los primeros fieles de la Iglesia por lo general se bautizaban después de haber experimentado algún grado de conversión. Algo ya había sucedido en su interior para despertar en ellos el deseo de Dios y escuchar la llamada a vivir en Cristo. Ya habían experimentado en su corazón el toque del Espíritu Santo, y habían comenzado a buscar instrucción, consuelo y perdón. Hoy, sin embargo, debido a que el Bautismo suele ocurrir antes de la conversión, la gracia y el poder de este sacramento pueden permanecer latentes en la vida de una persona tal vez por mucho tiempo, y solo cuando nos entregamos de corazón 8 | La Palabra Entre Nosotros

al Señor comienza a desencadenarse en nosotros el poder del Bautismo. El Espíritu Santo nos dice hoy a nosotros lo mismo que Pedro a sus primeros oyentes en Pentecostés: ¡Arrepiéntete! ¡Cree que Cristo está en ti! ¡Pon tu fe en la nueva vida que has recibido! ¡Confía en que eres una nueva creación y deja que esa nueva creación cobre vida dentro de ti! Dios nos ha dado dones increíbles. Ha lavado todos nuestros pecados; nos ha hecho hijos suyos; ha abierto el Reino de los cielos para nosotros; incluso nos ha infundido su propia vida divina. Todo esto sucedió en el momento en que fuimos bautizados. Ahora el Señor nos pide que tomemos conciencia de estos dones para que ellos nos infundan una vida nueva. Pero no es solo Dios quien nos pide esto. Los innumerables santos y ángeles que están reunidos en torno a su majestuoso trono celestial nos exhortan a recibir nuestra herencia. El Espíritu Santo nos está animando, deseoso de compartir con nosotros toda su sabiduría, su poder y su amor. Y la Iglesia nos pide que vivamos como hijos del cielo, para que, viendo nuestra buena conducta, aquellos que aún no lo han hecho, crean y se conviertan. Todo lo que hace falta es que demos uno o dos pasos en la dirección correcta y Dios responderá con un diluvio de gracia. Hemos sido bautizados en Cristo, así que ¡vivamos en Cristo! ¢


B

d os a z i t u a EN

Cristo

Unidos a Cristo, nada hay que no podemos superar Pascua 2021 | 9


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n cada Misa dominical, cuando rezamos el Credo, afirmamos al unísono: “Confieso que hay un solo Bautismo para el perdón de los pecados.” Luego, en el tiempo de Pascua, confesamos este Bautismo de una manera especialmente vívida: somos rociados con agua bendita. En esta temporada, semana tras semana, recordamos aquel día en que por primera vez fuimos rociados con agua bendita y cuando profesamos nuestra fe en Cristo, o cuando nuestros padrinos lo hicieron por nosotros. Ese fue el día en que nuestros pecados fueron lavados y fuimos trasladados al Reino de Dios. ¿Por qué la Iglesia une de una manera tan patente el Sacramento del Bautismo y el tiempo de Pascua? ¿Qué tiene la resurrección de Cristo que nos hace pensar en nuestra propia iniciación en la Iglesia? Esa es la pregunta que intentaremos responder ahora. Queremos reflexionar sobre el vínculo que crea el Bautismo entre Jesús y nosotros, especialmente el vínculo entre nuestra vida cotidiana y la propia muerte y resurrección de Cristo. Hemos muerto con Cristo. Comencemos con la Palabra de Dios. En su Carta a los Romanos, San Pablo nos dice que cuando somos bautizados nos unimos a Jesús en su muerte en la cruz (6, 3). San Pablo dice que cuando Cristo murió, “murió de una vez para siempre respecto al pecado” (6, 10), y debido a que nosotros estamos unidos a Cristo, nuestros pecados también murieron con él. Lo mismo ocurrió con el 10 | La Palabra Entre Nosotros

castigo que exigían nuestros pecados. Cuando Jesús exclamó desde la cruz “Todo está cumplido”, no estaba solo añadiendo dramatismo al episodio (Juan 19, 30); estaba proclamando una verdad que ha transformado la vida de miles de millones de personas: ¡El pecado fue destruido, la humanidad fue perdonada y las puertas del cielo fueron abiertas! Hay una dimensión de plenitud tanto en la cruz de Cristo como en nuestro Bautismo, por el que nos unimos a su cruz. No es solo que se nos hayan perdonado nuestros pecados, ni que se nos haya lavado incluso la mancha del pecado original. Algo que también fue arrastrado por las aguas del Bautismo fue nuestra original desconfianza de Dios, el deseo original de ponerlo en segundo plano y de preferir nuestra propia voluntad (v. Catecismo de la Iglesia Católica 397 y 398). Por eso, ahora ya no estamos bajo la condenación causada por el pecado original (Romanos 8, 1).


Cada vez que seas rociado con agua bendita en esta temporada de Pascua, vuelve a comprometerte a vivir la vida nueva que has recibido

Los católicos creemos que los sacramentos son señales vivas y capaces de ponernos en contacto con la vida de Cristo de una manera real. Por ejemplo, la Misa nos lleva de regreso a la Última Cena, donde podemos recibir el Cuerpo y la Sangre de Cristo. El Bautismo nos traslada hasta la cruz y nos hace participar en la libertad y la redención que Jesús ganó allí para todos. Es como si el sacramento nos “injertara” en Cristo mientras él entregaba su vida por nosotros, de modo que su sangre inmaculada e inocente y el agua de su costado nos lavaron y nos purificaron de todo pecado e iniquidad. Hemos resucitado con Cristo. Estas son verdades maravillosas ¿cierto? ¿A quién se le habría ocurrido que Dios Todopoderoso iba a darse tanto trabajo para librarnos del pecado y de la muerte? Pero el lavamiento de los pecados no es lo único que hace

este sacramento. En efecto, fuimos unidos a la muerte de Cristo; pero también fuimos unidos a su Resurrección, como lo dijo San Pablo a los colosenses: “Ustedes fueron sepultados con Cristo, y fueron también resucitados con él, porque creyeron en el poder de Dios, que lo resucitó” (Colosenses 2,12). El Bautismo no solo nos ha limpiado; nos ha elevado a un nuevo plano de vida; nos ha conferido una parte del propio poder divino de Dios para librarnos del pecado. El Espíritu Santo fue derramado en el corazón de cada creyente, nos hizo una nueva creación y nos dio la capacidad de decir que sí a la vida de paz y pureza que Dios nos ofrece y no a la vida de egoísmo, soberbia e irresponsabilidad que antes llevábamos. Es claro, naturalmente, que no siempre salimos airosos de la batalla Pascua 2021 | 11


contra la iniquidad. Sí, gracias al Bautismo logramos la victoria contra el pecado original, pero nuestra naturaleza humana sigue siendo vulnerable, pues seguimos teniendo aquella tendencia al mal que llamamos “concupiscencia”, con la cual tendremos que lidiar toda la vida. Lo bueno es que no estamos solos para enfrentar la tentación, pues gracias al Bautismo, Cristo habita en nosotros y él es nuestra esperanza de libertad y gloria; pero tenemos que recurrir a él en todo momento y pedirle que nos llene de su gracia (Colosenses 1, 27). La “semilla” del Bautismo. Muchísimo es lo que Dios nos ha concedido. Nos ha unido a la muerte y la resurrección de su Hijo; nos ha lavado del pecado original y nos ha impartido su Espíritu Santo, que nos hace capaces de llevar una vida de santidad. Y todo esto lo hizo en nuestro Bautismo. Sin embargo, esa nueva vida que recibimos no es más que una “semilla”, que está latente, y que solo se activará cuando nos demos cuenta de ella, la tomemos y la plantemos en el terreno fértil de la fe. Entonces podrá echar raíces y dar frutos maravillosos. San Pablo aconsejó a los colosenses que, por haber sido resucitados con Cristo, debían buscar “las cosas del cielo, donde Cristo está sentado a la derecha de Dios” (Colosenses 12 | La Palabra Entre Nosotros

3,1); les dijo que en el Bautismo “su vida está ahora escondida con Cristo en Dios” (3, 3), y que si buscaban las cosas “de arriba” experimentarían cambios profundos y duraderos. Todo esto también se nos aplica a nosotros. Prácticamente, buscar lo de arriba significa desear la comunión con Jesús todos los días en oración; asistir a Misa los domingos con esperanza y docilidad de corazón, dispuestos a escuchar la voz de Dios y ponernos en sus manos. Significa meditar en las lecturas de la Palabra de Dios, dejar que el Espíritu Santo nos llene de su verdad y de sus promesas. Significa confesar cualquier pecado que sea un obstáculo en nuestro caminar hacia el Señor y en la vida de su resurrección.


Cuando Jesús exclamó desde la cruz “Todo está cumplido”, no estaba solo añadiendo dramatismo al episodio (Juan 19, 30); estaba proclamando una verdad que ha transformado la vida de miles de millones de personas.

Dios nos promete que, si damos pasos prácticos para buscarlo con todo el corazón, lo encontraremos (Jeremías 29, 13-14). Incluso si dedicamos apenas quince minutos cada día para orar y leer las Escrituras, comenzaremos a “encontrar” a Jesús y experimentar la acción de su gracia en nuestra vida. ¿Cómo actúa la gracia? Por ejemplo, te das cuenta de que brota en ti el deseo de renunciar al resentimiento que tenías contra alguien por un daño grande que te causó mucho dolor, o bien perdonar al causante. Tal vez, te das cuenta de que tienes más pensamientos de bondad y tolerancia y menos de crítica; o bien que encuentras una nueva fortaleza para resistir una tentación o para no ceder a un pecado habitual. Mejor aún, quizás nace en ti el

deseo de actuar más decididamente para llevar a otras personas al Señor o trabajar cuidando y sirviendo a un enfermo o necesitado. Todos los bautizados hemos sido liberados del pecado y hemos recibido una vida divina; pero si no tomamos una decisión deliberada cada día de apropiarnos de todo lo que nos ha brindado el Bautismo, esa nueva vida seguirá siendo nada más que una semilla o un frágil brote no crecido. Es únicamente cuando día a día tomamos la decisión de acercarnos más a Cristo que experimentaremos la gracia y el poder que Dios nos ha prodigado tan generosamente. Lo imposible se ha hecho posible. San Cipriano de Cartago, que vivió en el siglo III, era un abogado exitoso y pudiente antes de su conversión a Cristo. En una carta a su amigo Pascua 2021 | 13


Dios no tiene favoritos. A todos los bautizados les da el mismo Espíritu Santo, la misma gracia y las mismas promesas.

Donato, confesó que antes de ser bautizado, le resultaba difícil creer que alguien, especialmente él mismo, pudiera despojarse de su antigua vida de pecado y experimentar una liberación verdadera, pues suponía simplemente que sus pecados y sus vicios arraigados eran parte de sí mismo y que tendría que vivir con ellos. Pero todo eso cambió cuando fue bautizado: Tan enredado y constreñido me encontraba por los muchos errores de mi vida pasada que no podía creer que pudiera escapar de ellos, tanto era lo dominado que me sentía por las faltas de las que no podía desprenderme; y desesperado por una mejoría, atesoraba yo estos males míos como si hubieran sido mis más valiosas posesiones. Pero cuando la mancha de mi vida anterior fue borrada por la acción del agua del nacimiento, la luz de lo alto me alumbró el corazón, que ya había sido lavado y purificado; cuando hube bebido del Espíritu del cielo, y el segundo nacimiento me 14 | La Palabra Entre Nosotros

hubo restituido, haciendo de mí un hombre nuevo; de inmediato y de un modo maravilloso las dudas empezaron a aclararse, las puertas cerradas se abrieron y los lugares oscuros se iluminaron; lo que antes me había parecido difícil era ahora fácil; lo que antes consideraba imposible, comenzó a ser posible. (Carta a Donato, 5) Lo imposible también puede ser posible para ti, querido hermano, tal como lo fue para San Cipriano. ¿Por qué? Porque tú también has muerto y resucitado con Cristo en el Bautismo; no hay diferencia y Dios no tiene favoritos. A todos los bautizados les da el mismo Espíritu Santo, la misma gracia y las mismas promesas. Por eso, deja que la gracia de este maravilloso sacramento eche raíz y brote en ti. Cada vez que seas rociado con agua bendita en esta temporada de Pascua, vuelve a comprometerte a vivir la vida nueva que has recibido; cada vez que confieses que hay un solo Bautismo para el perdón de los pecados, pídele al Espíritu Santo la gracia que necesitas para seguir luchando contra tus faltas; y cada vez que digas el gran “Amén” al final de la Plegaria Eucarística, pronuncia esa palabra con todo tu corazón y tu alma. ¡En el Bautismo tú fuiste unido a Cristo y ahora eres nada menos que una nueva creación! ¢


La llamada a ser pescadores de hombres

Una parroquia evangelizadora Por P. James Mallon

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l padre James Mallon es vicario para la evangelización en la Diócesis de Halifax (Canadá) y ex párroco de la parroquia de San Benito, la cual experimentó un crecimiento notable y una renovación espiritual cuando cambió de rumbo para dedicarse a formar discípulos misioneros. La visión del padre Mallon para la renovación de la parroquia puede ayudar a los sacerdotes, feligreses y líderes laicos católicos a generar un mayor dinamismo en sus parroquias.

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ctualmente vivimos en una época diferente. En el pasado, en lo que yo llamo la “Era de la cristiandad”, la cultura y la fe estaban estrechamente relacionadas entre sí. Si uno seguía la corriente, con mucha probabilidad llegaría a la iglesia en algún momento. Pero hoy en día no ocurre así. No solo es el hecho de que las iglesias se están vaciando, sino que las diócesis

se están reestructurando y muchas iglesias están cerrando sus puertas. Este es el problema, según yo lo veo: muchas de nuestras suposiciones sobre el ministerio pastoral, nuestros métodos para nutrir la vida de la parroquia católica, están basados en una cultura que ya no existe. En la estructura de la cristiandad, se construía una iglesia, se informaba de las Pascua 2021 | 15


horas de la Misa, se abrían las puertas y la gente llegaba. Pero eso ya no es suficiente, se necesita algo más que simplemente decir a las personas: “Vengan, pasen adentro”. La renovación de nuestras parroquias. Entonces, ¿cómo podemos renovar las parroquias? La clave es decirles a los fieles que ya están en la iglesia: “Salgan y sean embajadores de Cristo, inviten a otros.” Y eso sucede cuando imitamos a San Pablo, que se esforzó para presentar a su rebaño como “perfectos en Cristo” (Colosenses 1, 28). Necesitamos entender que el cuidado pastoral implica llevar a las personas a alcanzar la madurez espiritual. Una iglesia saludable ciertamente tiene miembros más nuevos y menos maduros. Pero los miembros más antiguos deben encaminarse hacia la madurez espiritual. Esta madurez implica una vida de oración más profunda, la comprensión de las Escrituras y la Misa y un mayor deseo de servir y transmitir la fe. Si queremos tener parroquias católicas cuya gran mayoría de miembros busquen la santidad y la misión, es preciso cambiar el enfoque que ahora tenemos. Yo quisiera animar a las parroquias a promover cinco áreas que a menudo afloran como fuerzas dinámicas en muchos movimientos laicos de la Iglesia, como los movimientos Cursillos de Cristiandad, donde 16 | La Palabra Entre Nosotros

inicié mi vida de fe. Estas cinco áreas son: (1) la vida de fe centrada en la Misa; (2) el compromiso de evangelizar; (3) el discipulado; (4) la experiencia de comunidad y (5) la pasión por el servicio. En los Estados Unidos, solamente el veinte por ciento de los católicos asisten a la iglesia semanalmente. De ese veinte por ciento, ¿cuántos hacen algo más que simplemente ir a Misa? Muy pocos. La mayoría de los católicos no tienen experiencia del catolicismo aparte de la Misa semanal. Este componente es muy importante, pero es solo una de las cinco áreas, y las otras también son esenciales. Necesitamos discípulos misioneros. ¿Cómo subsanar esta falta de experiencia de fe de los católicos? El Catecismo de la Iglesia Católica dice: “La sagrada liturgia… debe ser precedida por la evangelización, la fe y la conversión” (1072). Si no hay una conversión del corazón, si los fieles que tienen una vaga creencia en Dios ven los sacramentos nada más que como ritos culturales, entonces hemos fallado. Pienso en la parábola de los cuatro hombres que llevaron a un paralítico a Jesús (Marcos 2, 1-12). Ellos estuvieron dispuestos a romper el techo de la casa de Pedro, porque llevar a las personas a los pies de Jesús transforma su vida. Mientras se acercaban a la multitud, bien pudieron haber


Fr. Mallon, left, in Barcelona with a group of local seminarians.

dicho “mejor dejémoslo por aquí”. Ese es el equivalente a permitir que alguien experimente un sacramento sin un encuentro personal con Jesús. Nada más que esperar que la gracia “surta efecto” en algún momento. Después de unos diez años como párroco, entendí que por mucho que predicara sobre las verdades de la fe, no habría resultados si no lograba encender el corazón de las personas con el fuego de la fe. Esa fue una gran revelación para mí. Y esa fue la razón por la que di un giro hacia la evangelización. En el pasado, el modelo tradicional era “compórtese, crea y pertenezca”. La gente generalmente sabía cuál comportamiento era moral y qué era lo que creía. Pero eso ya no es así. El esquema está desapareciendo, así que creo que debemos cambiar el modelo para captar la atención de las personas: primero pertenecer, luego creer y finalmente cambiar su modo de proceder. Una vez que las personas

cambian su modo de creer, entonces se puede empezar a tratar el asunto de la conducta. Cuando las personas son evangelizadas, su corazón cambia. Están dispuestas a servir en la iglesia sin necesidad de motivación. Posiblemente querrán unirse a grupos pequeños o estudiar la Biblia. La “primacía de la evangelización” es lo que llamamos ayudar a otras personas a encontrarse con Jesús y experimentar el poder del Espíritu Santo como fundamento. Del mantenimiento a la misión. Para mí, la definición de una parroquia en misión es la que se orienta a conseguir feligreses entre personas que no lo son. Eso es lo que yo llamo misión. Lo que llamo mantenimiento es dedicarse únicamente a cuidar a las personas que ya pertenecen a la parroquia. Pero no es uno o lo otro; no es el mantenimiento o la misión, son las dos cosas. Pasar Pascua 2021 | 17


del mantenimiento a la misión simplemente implica un giro en lo que es la visión principal. Las parroquias cuya visión principal ha sido cuidar a sus propios miembros generalmente nunca llegan a emprender la misión de una forma que marque una diferencia. Lo hacen como algo adicional; pero en mi parroquia, San Benito, el empeño de hacer discípulos se convirtió lentamente en nuestro principal objetivo. Era la fuente que daba vida a toda la parroquia. Mi primer año como párroco lo pasé ahí predicando y enseñando sobre la naturaleza de la Iglesia y lo que significa ser discípulo y evangelizar. Luego empezamos a evangelizar. Usamos el método Alfa de evangelización. Jesús dijo: “Síganme, y yo los haré pescadores de hombres” (ver Mateo 4, 19). Tenemos que ser una Iglesia que sale a pescar, pero la mayoría de las parroquias no se dedican a “pescar” fieles. Si pescamos algo, probablemente es porque el pez nadó hasta el muelle y saltó dentro del bote. La mayoría de las parroquias dicen: “Eso es asombroso, ahí hay un pez. Inscribámoslo en el Rito de Iniciación Cristiana para Adultos (RICA).” Pero en realidad no salimos a pescar deliberadamente. Alfa es una “caña de pescar”, una forma de proclamar el Evangelio a personas que todavía no están conectadas con la Iglesia. Los feligreses invitan a otras personas a 18 | La Palabra Entre Nosotros

venir a la parroquia. Debido a que tenemos una cultura de invitación, más de la mitad de los participantes en Alfa son personas que no asisten a la iglesia. Cuando anunciamos el método Alfa y citamos testimonios en nuestras publicaciones y a veces después de la homilía, la cultura de la parroquia ha empezado a cambiar. Comenzamos a celebrar algo distinto, no solo los sacramentos, sino también la conversión. La evangelización antes de los sacramentos. Cuando llegué a San Benito, había una increíble disminución en el registro de catequesis para el año siguiente al que los niños hacían su Primera Comunión. Teníamos un sistema enorme en el cual la mitad de las familias no asistían a Misa. No era sorpresa el que las aulas de la escuela dominical tuvieran tan pocos alumnos. Con el apoyo del obispo, dejamos de lado las clases y los sacramentos basados en la edad, pues queríamos celebrar los sacramentos después de que la gente fuera evangelizada. ¿Cómo medíamos esto? En vez del curso de Confirmación, por ejemplo, teníamos un grupo de jóvenes y participación en Misa. Si una persona quería confirmarse, podía hablar con el líder del grupo de jóvenes y podríamos ofrecerle sesiones especiales para prepararlo.


Muchas personas buscan la Iglesia y no ven que esta tenga algo que ofrecerles. Pero yo creo que la respuesta para su anhelo es Jesucristo, que nos lleva al Padre a través del poder del Espíritu Santo.

La Iglesia: muerte y resurrección. Creo que el Señor nos está preparando para ser una Iglesia que pueda llevar su mensaje al mundo al que debemos llevarlo. La gente tiene hambre de significado, de amor y de Dios. Muchas personas buscan la Iglesia y no ven que esta tenga algo que ofrecerles. Pero yo creo que la respuesta para su anhelo es Jesucristo, que nos lleva al Padre a través del poder del Espíritu Santo. Pero, ¿cómo logramos que la gente vea eso? La clave es vivir la teología en la práctica; no simplemente enseñarla. La Iglesia está pasando por un proceso de muerte y resurrección. Es el misterio pascual: morir y resucitar. Hay aspectos en ella que están muriendo, literalmente, frente a nuestros propios ojos; pero hay algo nuevo que está renaciendo. Estuve recientemente en Suiza, donde solamente el cuatro por ciento de los católicos realmente asisten a la iglesia y la vida

parroquial ha dejado de ser vibrante. Pero conocí a varios cientos de jóvenes católicos que están de verdad entusiasmados con su fe; jóvenes que son maduros y apasionados. ¡Es un impresionante signo de esperanza! Mucho se está derrumbando debido a los cambios revolucionarios habidos en nuestra cultura, y sin embargo hay algo nuevo que está renaciendo, y hay diversas razones para tener esperanza. No nos aferremos a un modelo de parroquia que se está desmoronando y hundiendo; más bien, seamos parte de lo que Dios está haciendo para construir algo nuevo. ¢ Transcripción editada de una entrevista extensa que el padre James Mallon concedió a La Palabra Entre Nosotros. Para saber más cómo equipar a su parroquia a fin de que adopte el modelo de misión, visite el sitio web divinerenovation.net. Pascua 2021 | 19


DIOS HA DERRAMADO

SU AMOR

PENTECOSTÉS ES PARA TODOS LOS CREYENTES POR C ARDE N AL RANIE R O C A N TA LA M E SSA

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odos conocemos la historia básica de Pentecostés: Los apóstoles, reunidos en el aposento alto, fueron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a predicar con valentía sobre Jesús. Pero la historia es mucho más contundente que este breve esquema, por lo que daremos un vistazo más detenido para ver cuál fue la experiencia de los apóstoles ese día. Los reunidos eran hombres que acompañaban a Jesús y escuchaban sus enseñanzas, de manera que podríamos decir que él era el director de su retiro personal. Sin embargo, a pesar de esto, no fue fácil para los apóstoles poner en práctica lo que Jesús les enseñaba. En el huerto de Getsemaní no rezaron, se pusieron a dormir. Cuando arrestaron a Jesús, no pudieron “poner la otra mejilla” y fallaron una y otra vez hasta el día de Pentecostés, cuando el Espíritu Santo vino sobre ellos. Fue ahí que se convirtieron en personas nuevas: valerosas, fervorosas, dispuestas a morir por Cristo. Nosotros tenemos la esperanza de que también seamos transformados por el mismo Espíritu Santo, así que hagamos una pausa para leer y escuchar lo sucedido en Pentecostés, y veamos si podemos experimentar lo mismo que los apóstoles ese memorable día. Algo sucede cuando escuchamos atentamente el relato de Pentecostés. Es como lo que sucede en la Eucaristía. En el momento de la consagración, la Iglesia relata lo que Jesús hizo en la última noche de su vida terrena: tomó pan, lo partió y se lo dio a sus discípulos. Cuando un sacerdote ordenado relata esta historia en el Sacramento de la Eucaristía, en

realidad se produce lo que se describe. Aquello que sucedió en la última noche que Jesús estuvo en la tierra sucede de nuevo: el pan se transforma en el Cuerpo de Cristo. Del mismo modo, cuando escuchamos de nuevo el relato de Pentecostés con el corazón abierto y confiado, la venida del Espíritu Santo puede volver a ocurrir en nuestra vida actual. Señales del Espíritu. Los discípulos estaban reunidos junto a la Virgen María, cuando de repente el ruido de un viento huracanado llenó la casa, y lo que parecían lenguas de fuego aparecieron sobre la cabeza de cada uno; “todos quedaron llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu hacía que hablaran” (Hechos 2, 4). Ahora, cuando Dios está a punto de hacer algo importante en la historia, por lo general da señales insoslayables, pues sabe que fácilmente nos distraemos, así que trata de captar nuestra atención. Eso fue lo que pasó en Pentecostés: Dios preparó a su pueblo dándole señales. Una señal era Pascua 2021 | 21


audible: el ruido como de un viento fuerte. Esta no fue una señal confusa o ambigua, porque el viento era el símbolo del Espíritu Santo. De hecho, en hebreo se usa la misma palabra —ruaj— tanto para “espíritu” como para “viento”, y lo mismo sucede con la palabra griega pneuma. Es un viento que “sopla por donde quiere, y aunque oyes su ruido, no sabes de dónde viene ni a dónde va” (Juan 3, 8). Luego, hubo una señal visible: lenguas de fuego. Esta señal fue igualmente muy elocuente, porque en la Escritura se suele asociar el fuego con el Espíritu Santo, y porque Juan el Bautista anunció que Jesús “bautizaría con el Espíritu Santo y fuego” (Mateo 3, 11). Así que Dios les dio señales, y ahora ellos quedaron listos para la realidad que indicaban estas señales: “Todos fueron llenos del Espíritu Santo” (Hechos 2, 4). ¡Todo el suceso de Pentecostés queda encapsulado en esta sola frase! Esto no es fácil para nosotros, porque podemos saltarnos sin más una línea como esta y seguir leyendo. Pero en realidad esta simple frase encierra profundidades insondables que apuntan hacia el amor de Dios. “Sentí que Dios me amaba.” Primero, es importante tener en cuenta que el Espíritu Santo es el amor de Dios. Dentro de la Santísima Trinidad, es la llama de amor que va del Padre al 22 | La Palabra Entre Nosotros

Hijo y del Hijo al Padre. El Espíritu Santo, este fuego de amor divino es dulzura, gozo y bendición; es el portador de la vida sobrenatural de la Santísima Trinidad. Así que, decir que los apóstoles fueron llenos del Espíritu Santo significa que todo su ser quedó impregnado del amor de Dios. La vida misma de la Trinidad descendió y fue infusa en el corazón de ellos. En efecto, ser llenos del Espíritu Santo no es únicamente una promesa de Jesús; es toda una experiencia potentísima. ¡Imagínate cómo es la vida de la propia Santísima Trinidad —la vida misma de la divinidad— que llena el corazón de una persona! Pentecostés fue el acontecimiento en el cual cada uno de los apóstoles tuvo la experiencia transformadora de ser y sentirse amado plenamente por Dios. Esto fue lo que Dios siempre quiso hacer, pues creó el mundo con la intención de compartir su vida con sus criaturas. Ahora, después de que Jesús murió y destruyó el pecado, el mundo estaba listo para recibir esta vida. De modo que, aquel día de Pentecostés, se hizo realidad el objetivo de toda la creación. ¿Te parece que esto no debe haber sido más que un suceso interno para los apóstoles, algo que tuvo lugar en lo profundo del corazón de cada uno, pero sin que sintieran nada? ¡No! ¡No fue eso lo que sucedió! No fue como un trasplante de corazón


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entecostés es el

acontecimiento en que,

por la gracia de Dios, te das cuenta de que Dios te ama de un modo muy especial.

con anestesia general, en el que no se siente nada. No, ¡ellos experimentaron algo muy definido y transformador! A partir de ese momento, fueron personas nuevas, llenas de fervor y dinamismo, que comenzaron a predicar a Jesús sin temor alguno. ¡El amor es lo único que puede lograr esto! Cada vez que una persona tiene una experiencia intensa y personal de Pentecostés, por lo general la describe diciendo: “Sentí que Dios me amaba mucho”. He escuchado este testimonio muchas veces. Recuerdo a una señora de 80 años que iba contando su experiencia con tanta pasión que era impresionante: “¡Mira, fíjate! Me siento como una niña. ¡Ahora veo lo que significa ser hija de Dios!” Otra persona me dijo: “Toda mi vida yo había tenido un amargo sentimiento

de que nadie me amaba; pero en un momento, ¡este sentimiento desapareció y nunca más me sentí así!” Esto lo ratifica San Pablo cuando dice: “El amor de Dios se ha derramado en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo que se nos ha dado” (Romanos 5, 5). ¡Esto es lo que hace el Espíritu Santo! Pentecostés es el acontecimiento en que, por la gracia de Dios, te das cuenta de que Dios te ama de un modo muy especial, porque eres su hijo o hija y eres valiosísimo. Te cambia toda la vida, y entras en una especie de paraíso.¢ El padre Raniero Cantalamessa, fraile capuchino y predicador de la Casa Pontificia desde 1980, fue creado Cardenal de la Iglesia el 28 de noviembre de 2020. Pascua 2021 | 23


UNA LEY NUEVA PARA UNA

VIDA NUEVA

LA LEY DE DIOS ESCRITA EN NUESTRO CORAZÓN P OR C ARDE N AL RAN I E R O C A N TA LA M E SSA

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l relato de San Lucas sobre Pentecostés nos dice más de lo que hasta aquí hemos considerado. Es lo que nos da la clave para entender casi todo en el Nuevo Testamento. Lucas inicia su relato diciendo: “Cuando llegó la fiesta de Pentecostés…” (Hechos 2, 1). Este es un detalle importante: ¡Pentecostés ya existía antes de Pentecostés! Incluso antes de que el Espíritu Santo descendiera sobre los apóstoles, ya existía la fiesta judía de Pentecostés, y los “judíos cumplidores de sus deberes religiosos” que provenían de distintas naciones se habían reunido en Jerusalén para celebrarla (2, 5).

De la misma forma en que debemos conocer algo sobre la Pascua del Antiguo Testamento para poder entender la Pascua de la Nueva Alianza como el cumplimiento de la primera, también debemos saber algo respecto a la fiesta judía de Pentecostés para entender el significado del nuevo Pentecostés. Inicialmente, esta era la fiesta de los “primeros frutos”, un festival agrícola en el que el sacerdote ofrecía a Dios la primera cosecha. Se celebraba cincuenta días después de la Pascua y recordaba el inicio del éxodo de Egipto. Más tarde, durante el tiempo de Jesús, Pentecostés ya no estaba relacionado con el ciclo natural de las estaciones; era una fiesta histórica que conmemoraba la entrega de los mandamientos, o “la Ley”, a Moisés en el Monte Sinaí. Fue con base en esta ley que Dios estableció una alianza con su pueblo y los hizo una nación santa, un sacerdocio real.

El dedo de Dios. En Hechos 2, Lucas hace la conexión entre la antigua fiesta de Pentecostés y el nuevo Pentecostés cristiano insistiendo en detalles como el fuego y el viento, detalles que nos recuerdan la manifestación de Dios en el monte Sinaí. San Agustín dijo que, en aquel monte, cincuenta días después de la antigua Pascua en Egipto, el dedo de Dios escribió la ley en tablas de piedra. Ahora, “cincuenta días después de la inmolación del verdadero amor de Dios”—es decir, de la crucifixión de Jesucristo— “el dedo de Dios, el Espíritu Santo, escribe de nuevo la ley. Solo que esta vez no lo hace en tablas de piedra, sino en el corazón de los fieles.” El nuevo Pentecostés es el momento en que se cumple la profecía de Ezequiel: “Pondré en ustedes un corazón nuevo y un espíritu nuevo… Pondré en ustedes mi espíritu, y haré que cumplan mis leyes y decretos” (Ezequiel 36, 26-27). Pascua 2021 | 25


El Espíritu Santo no es un complemento opcional que se añade a nuestra salvación. ¡Él es nuestra salvación! El Espíritu es la nueva ley, el principio de la Nueva Alianza. Como lo explicó San Pablo, la antigua ley no podía dar vida porque las personas no tenían la fuerza ni los recursos necesarios para vivirla. Pero ahora, con esta nueva ley, “ya no hay ninguna condenación para los que están unidos a Cristo Jesús, porque la ley del Espíritu… te liberó de la ley del pecado y de la muerte” (Romanos 8, 1-2). ¿No es esto hermoso? ¡No hay condenación! Con su muerte, Jesús nos liberó y nos dio el don del Espíritu. La antigua ley solo podía indicar lo que la gente debía hacer, pero la ley del Espíritu hace esto y mucho más. Esta es la diferencia entre la antigua ley, o cualquier ley escrita, y la Persona viva del Espíritu Santo. Santo Tomás de Aquino, y San Agustín antes que él, fue más allá y afirmó que incluso los preceptos del Evangelio serían “letra que mata”, si no fuera por el Espíritu, que nos permite poner en práctica estos preceptos. Esta es la razón por la cual Jesús les dijo a los apóstoles que tenía que dejarlos (Juan 16, 7). El Señor sabía que solamente su muerte podía prepararlos para que el Espíritu viniera y les permitiera seguir su enseñanza. 26 | La Palabra Entre Nosotros

Recibir el amor de Dios y compartirlo. Por todo esto, Pentecostés es esencial, es una cuestión de vida o muerte para la Iglesia. Recuerdo lo que una vez, el entrenador del equipo de fútbol de Liverpool, les dijo a los jugadores antes de un partido crucial: “Este partido no es un asunto de vida o muerte para nosotros. ¡Es mucho más que eso!” Estaba exagerando, por supuesto, pero cuando hablamos de Pentecostés, esta no es una exageración. ¿Cómo podemos prepararnos para esta experiencia? ¿Cómo podemos lograr que Dios repita en nuestra vida lo que hizo aquel día con los apóstoles? Te voy a contar un secreto: La respuesta se encuentra en el amor de Dios. Primero, debemos entender que el amor de Dios tiene dos caras: Una es el amor con el cual Dios nos ama y la otra es la nueva capacidad que nos infunde el amor de Dios; una nueva capacidad que nos permite amarlo a él y amarnos unos a otros. Estas dos caras del amor están conectadas entre sí, como dos puertas que se abren y se cierran al mismo tiempo. En el Bautismo, recibimos este don del amor, la virtud teologal de la caridad. Así que debemos ser capaces de ponerlo en práctica. Cuando lo hacemos, abrimos el camino para que la energía del amor de Dios se revitalice en nosotros. En otras palabras, si quieres experimentar el amor de


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i quieres experimentar el amor de Dios, ¡empieza por amar a tus semejantes!

Dios, ¡empieza por amar a tus semejantes! Comienza con tu esposo, tu esposa, tus hijos o tus vecinos. Y especialmente, ama a tus enemigos, aquellas personas con las que tanto te cuesta llevarte bien, y trata de reconciliarte con ellas en tu corazón. Dios responderá dándote una nueva medida de su amor. Un amigo mío, el padre Jorge Montague, hace esta analogía, que me parece muy apropiada. Se refiere a la diferencia entre los dos mares en los cuales fluye el río Jordán. Primero está el Mar de Galilea, que es un cuerpo de agua lleno de vida. Pero luego, de él fluye el Jordán y forma el Mar Muerto, que realmente está

muerto, no contiene ninguna vida. ¿En qué se diferencian? El Mar de Galilea recibe las aguas del Jordán pero les permite seguir su curso para regar todo el valle. El Mar Muerto, por otro lado, recibe las aguas del Jordán, pero éstas se estancan porque ese mar no tiene salidas. Entonces, ¿quieres tú ser el Mar de Galilea o el Mar Muerto? ¡Ojalá todos dejemos que fluyan las aguas del amor de Dios! ¡Ojalá lo demos a otros para que recibamos más en retribución! Abre tu corazón al Espíritu de amor, y experimentarás el poder transformador y la gracia del nuevo Pentecostés. ¢ Pascua 2021 | 27


¡JESUCRISTO ES

EL SEÑOR! ESTA SOLA PROCLAMACIÓN PUEDE CAMBIARTE LA VIDA POR C ARDE N AL RANIE R O C A N TA LA M E SSA

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na vez que los apóstoles fueron llenos del Espíritu Santo en Pentecostés, no se guardaron la buena noticia para sí mismos, sino que alzaron la voz en medio de la multitud y “comenzaron a hablar en otras lenguas,

Aparentemente, la conmoción era tan ruidosa que Pedro tuvo que explicar que no estaban borrachos, sino que habían sido llenos del Espíritu Santo, y aprovechó la oportunidad para hacer la primera proclamación pública del nombre de Jesús en el mundo. En cierto modo, fue la primera declaración autorizada de la Iglesia: Escuchen, pues, israelitas, lo que voy a decir: Como ustedes saben muy bien, Dios demostró ante ustedes la autoridad de Jesús de Nazaret, haciendo por medio de él grandes maravillas, milagros y señales. Y a ese hombre, que conforme a los planes y propósitos de Dios fue entregado, ustedes lo mataron, crucificándolo por medio de hombres malvados. Pero Dios lo resucitó, liberándolo de los dolores de la muerte, porque la muerte no podía tenerlo dominado... Sepa todo el pueblo de Israel, con toda seguridad, que a este mismo Jesús a quien ustedes crucificaron, Dios lo ha hecho Señor y Mesías. (Hechos 2, 22-24. 36)

¡Jesús está vivo! “Jesús de Nazaret.” Me imagino que la multitud debe haber sentido un estremecedor escalofrío al escuchar este nombre, pues muchos sabían que un conciudadano suyo de ese nombre había sido ejecutado hacía pocas semanas. Habían pensado que todo había terminado; pero ahora se quedaron pasmados al escuchar que Pedro alababa al mismo Jesús, diciendo que estaba resucitado y pronunciaba su nombre con el poder del Espíritu Santo. La proclamación de Pedro fue un nuevo tipo de resurrección para Jesús. Por supuesto, Cristo ya había salido vivo de la tumba; pero las palabras de Pedro hicieron que Jesús resucitara en el corazón de aquellos que pensaban que estaba muerto. Cuando se pronuncia el nombre de Jesús con el poder del Espíritu Santo, ¡él resucita de nuevo! A Pedro no le tembló la voz cuando hizo esta audaz acusación: “Ustedes lo mataron, crucificándolo por medio de hombres malvados.” Tal vez los presentes pudieron haber respondido: “¡No! Estás equivocado. Nosotros no le pedimos a Pilato que lo crucificara y no estábamos en Jerusalén. Acabamos de venir a celebrar Pentecostés”. Pascua 2021 | 29


Pero nadie protestó. ¿Por qué no? Porque el Espíritu Santo estaba haciendo lo que Jesús dijo que haría: “Mostrará claramente a la gente del mundo quién es pecador, quién es inocente y quién recibe el juicio de Dios” (Juan 16, 8). Esta acción de “mostrar claramente” hizo que cuantos escucharon a Pedro entendieran que Jesucristo en efecto había sido “traspasado a causa de nuestra rebeldía... y atormentado a causa de nuestras maldades” (Isaías 53, 5) y de esa forma vieron que, por sus propios pecados, ellos mismos habían crucificado a Jesús de Nazaret. Pero, ¿dónde quedamos nosotros? También debe llegarnos el momento en que podamos decir con plena convicción: “Yo también, por mis pecados, participé en la muerte de Jesús.” Solo así podemos apreciar realmente el resto de lo que dijo Pedro, pues todos matamos a Jesús; pero Dios lo resucitó para nuestra justificación. ¡Jesús es el Señor! Jesús: El Señor de mi vida. Obviamente, Pedro pensó que el título “Señor” llevaba consigo algo muy especial. También lo hizo Pablo, que luego escribió afirmando: “Tampoco puede decir nadie: ‘¡Jesús es Señor!’, si no está hablando por el poder del Espíritu Santo” (1 Corintios 12, 3), y añadió: “Si con tu boca reconoces a Jesús como Señor, y con tu corazón crees que Dios lo resucitó, alcanzarás la salvación” (Romanos 10, 9). 30 | La Palabra Entre Nosotros

Reflexiona sobre estas afirmaciones y descubrirás que decir “Jesús es el Señor” no es una declaración “imparcial”. Cuando lo dices sinceramente, estás tomando una decisión que compromete tu vida, pues le estás diciendo a Cristo: “Te reconozco como mi Maestro y me someto a ti. Reconozco que tú, Señor, tienes todo posible derecho sobre mí.” “Jesús es el Hijo de Dios” es también una contundente declaración de fe, pero no implica un compromiso personal. En mi opinión, esta es la razón por la cual los demonios nunca tuvieron dificultad para decirle a Jesús: “¡No te metas con nosotros, Hijo de Dios!” (Mateo 8, 29). Simplemente estaban reconociendo y declarando un hecho irrefutable; pero nunca vemos que los demonios digan: “Sabemos quién eres, Jesús. Tú eres el Señor.” No podían decir eso, porque reconocer el dominio absoluto de Cristo Jesús significa declarar que uno le pertenece del todo a él. Una vez que proclamas sinceramente que Jesús es el Señor, tu vida cambia. Veamos el caso de Pablo: su vida se dividió entre un “antes” y un “después” cuando Jesús se le reveló y él descubrió “el bien supremo de conocer a Cristo Jesús, mi Señor” (Filipenses 3, 8). Esta división de la vida en dos partes también se aplica a nosotros. En un nivel, todo el mundo tiene alguna experiencia definitiva que divide su vida, como el matrimonio,


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odos necesitamos la luz de Pentecostés, una luz que alumbre todo lo que Jesús hace en nuestra vida. la ordenación sacerdotal o algún otro suceso importante. Pero, como cada uno de nosotros está llamado a encontrarse con Jesús de una manera profunda y personal, la gran línea divisoria de la vida es el momento en que uno lo reconoce como “mi Señor”. Por esta razón, todos necesitamos la luz de Pentecostés, una luz que alumbre todo lo que Jesús hace en nuestra vida. Cuando el Espíritu ungió a los apóstoles, ellos entendieron el misterio de la cruz y aceptaron el señorío de Cristo sin reserva alguna. Lo mismo sucede cuando el Espíritu nos unge a ti y a mí. A la luz de Pentecostés, la declaración de que “Jesús es el Señor” ya no se limita a ser una mera afirmación “de labios para afuera”, sino que tú aceptas y quieres que Jesús gobierne todo en tu vida: el trabajo, las finanzas, la vida sexual,

todas tus obligaciones y actividades. Significa que reconoces que dentro de ti hay vastos ámbitos —tu intelecto, tu voluntad, tus emociones, tu imaginación— que precisan recibir la verdad luminosa de Cristo. Así como los apóstoles recorrieron todos los continentes proclamando que Jesús es el Señor, tú también debes llevar ese mismo mensaje a todos los ámbitos de tu vida, y cuando lo hagas, entrarás en un nuevo mundo de santidad y crecimiento en el Espíritu. ¿Quieres descubrir toda la alegría y el poder de este nuevo mundo, esta nueva dimensión de la vida? ¡Tú puedes hacerlo! Pídele a Dios Padre la gracia de experimentar ahora mismo un nuevo Pentecostés. Tienes la promesa de Jesús de que Dios, que es el mejor de los Padres, no dejará de dar el Espíritu Santo a todos cuantos se lo pidan (Lucas 11, 13). ¢ Pascua 2021 | 31


TU VOLUNTAD, SEÑOR,

ES MI DELEITE

EL VALIOSO DON DE LA OBEDIENCIA POR C ARDE N AL RANIE R O C A N TA L A M E SSA

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a obediencia es una virtud bastante impopular hoy en día y pocas personas quieren oír de ella. ¡Pero cuánto la valorarían y la buscarían si pudieran entenderla como un elemento de amor verdadero! Jesús mismo hizo la conexión entre el amor y la obediencia cuando dijo: “Si ustedes me aman, obedecerán mis mandamientos” (Juan 14, 15). Jesús demostró durante toda su vida que la obediencia es crucial, porque fue gracias a la obediencia que ganó nuestra salvación (Romanos 5, 19). Así que tratemos de redescubrir el significado de esta virtud para que nosotros, al igual Obediencia hasta la muerte. ¿Qué es la obediencia? Basta un poco de reflexión para darnos cuenta de la gran diferencia que hay entre la idea cristiana de obediencia y lo que normalmente se entiende en otras esferas. La comprensión secular proviene de una definición de Aristóteles, quien dijo que el inferior debe obedecer al superior. La obediencia cristiana, en cambio, no depende de un principio filosófico abstracto, sino de un hecho concreto: Jesús obedeció hasta la muerte. Por tanto, si queremos descubrir lo que es la obediencia cristiana, hemos de mirar a Jesús, “el obediente” por excelencia. Jesús obedeció a María y a José, y a las instituciones religiosas y políticas de su época; pero antes que nada es “el obediente” porque obedeció al Padre. Los escritores evangélicos insisten firmemente en la obediencia de Jesús. Juan, por ejemplo, subraya que Jesús hizo todo por obediencia a su Padre: “Mi comida es hacer la voluntad del que me envió” (Juan 4, 34). Jesús demostró su obediencia en la forma en que se relacionó con la palabra de

Dios. Toda su vida fue guiada por ella. Por ejemplo, cuando fue tentado en el desierto, se resistió citando la Escritura tres veces: “Dice la Escritura... Dice la Escritura.... Dice la Escritura” (Mateo 4, 4. 6. 10). Jesús estaba decidido a cumplir lo que el Padre inspiró a los profetas a decir acerca de él como el Mesías. Pero la culminación de su sumisión al Padre ocurrió cuando llegó a ser “obediente hasta la muerte, hasta la muerte en la cruz” (Filipenses 2, 8). En su obediencia como Hijo, Jesús se abandonó al Padre, que parecía haberlo abandonado. Su obediencia es la roca de nuestra salvación. El don y la gracia de la obediencia. ¿Y qué hacemos nosotros? ¿Qué importancia le damos a obedecer al Padre, especialmente considerando que todos hemos hecho un voto de obediencia? Tal vez esto te sorprenda, pero es verdad. En el Bautismo tú hiciste un voto de obediencia. Sí, te sometiste al Señorío de Cristo y aceptaste su autoridad. Pasaste de ser esclavo del pecado a ser siervo del Señor. Pascua 2021 | 33


Un antiguo ritual bautismal para adultos incluía un rito especial para enfatizar este momento. A los bautizados se les invitaba a girar hacia el oeste, hacia el sol poniente, simbolizando la oscuridad y el reino de Satanás, y luego hacer un gesto de repudio. Según San Ambrosio, ¡esto significaba escupir! Después de demostrar su deseo de separarse de Satanás y sus obras, se volvían mirando hacia el este, hacia el sol naciente, es decir, la imagen de Cristo. Allí se inclinaban para demostrar su aceptación del señorío de Cristo. Este ritual dramatiza lo que nos pasó a todos en el Bautismo. Llegamos a ser “hijos obedientes” (1 Pedro 1, 14). Cambiamos de ciudadanía y entramos en el mundo nuevo de la obediencia a Cristo, dejando atrás el viejo mundo de la desobediencia de Adán. ¡Esto significa que la obediencia es ante todo una gracia! Es un don que nos pone en contacto vivo con la salvación en Jesús. Por supuesto, la obediencia también tiene un aspecto de deber. Es una virtud en la que debemos crecer poniéndola en práctica. ¿A quién debemos obedecer? El Nuevo Testamento menciona varias relaciones y aconseja a todos que “deben someterse a las personas que ejercen la autoridad [es decir, que gobiernan]”, porque toda autoridad proviene de Dios (Romanos 13, 1). Sin embargo, es interesante que la 34 | La Palabra Entre Nosotros

palabra griega que significa obediencia —hupakoue— nunca se utiliza con referencia a autoridades humanas. En el Nuevo Testamento, la palabra obediencia siempre significa obediencia a Dios. Una vez más, esto enfatiza que nuestra primera obediencia debe ser a Dios: a su palabra, a su Espíritu y a su voluntad. Obediencia atenta. Uno podría preguntar: “¿No conocemos ya la voluntad de Dios? ¿No es eso de lo que se tratan los mandamientos y las leyes de la Iglesia?” Ciertamente, nuestra obediencia a Dios exige que respetemos la jerarquía y sigamos las leyes y preceptos de la Iglesia. Pero si nuestra obediencia se detiene allí, ¡estamos en problemas! Jesús no estableció la Iglesia y luego desapareció. Él sigue siendo el Señor de la Iglesia y sigue hablando, no solo a la Iglesia en su conjunto, sino a cada uno de sus fieles. ¡El Espíritu del Señor está dando órdenes e inspiraciones todo el tiempo! Pero ¿estamos nosotros preparados para recibirlos y cumplirlos? La medida en que lo hagamos es la medida de nuestra santidad. ¿Cómo podemos crecer en este tipo de atenta obediencia? Digamos que estás leyendo un pasaje de la Escritura y te llama la atención una palabra o un pensamiento sobre la voluntad de Dios para ti. O a medida que avanzas en tu obra, el Espíritu Santo te inspira a hacer o evitar algo. Si determinas


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a obediencia también tiene un aspecto de deber. Es una virtud en la que debemos crecer poniéndola en práctica.

que estas inspiraciones son de Dios, acéptalas y ponlas en acción. Si se refiere a asuntos de importancia, consulta a la Iglesia en la persona de tu confesor, director espiritual o alguien que pueda darte un consejo sabio. De esta manera invitarás al Señor a tomar las riendas de tu vida para que todo llegue a ser un acto de obediencia. ¡Y cuando Dios descubra que estás listo para obedecer, multiplicará las oportunidades para que crezcas en este el mejor de los dones! ¡Muéstrame tu voluntad, oh Señor! Llevarle los casos y preguntas a Dios, ¡qué buen consejo! Consulta a Dios cuando planees un viaje, hagas un gasto, te mudes de casa, compres un auto o cambies de trabajo. Dile: “Señor, tengo que decidir esto. ¿Qué te parece?” Por lo general, no recibirás

una respuesta milagrosa ni escucharás una voz que te diga qué hacer. Pero eso no es necesario. Al hacer la pregunta, ya estás renunciando a tu autonomía y dándole a Dios la oportunidad de intervenir. Con el tiempo, te responderá. Incluso, puede que te detenga. A medida que hagas tus planes, tu corazón percibirá qué curso de acción es mejor, ¡y entonces tendrás otra oportunidad para obedecer! Pero especialmente cuando se trata de asuntos importantes, no solo decidas y luego les pidas a Dios que bendiga tu decisión. Por supuesto, es bueno ir al altar el día de tu boda y pedirle al Señor que bendiga tu matrimonio; pero ¡cuánto mejor sería haber consultado a Dios durante todo el proceso para decidir tu vocación y con quien te quieres a casar! En las Escrituras, hay una palabrita hebrea importante que a menudo pronuncian los amigos especiales de Dios como Abraham, Moisés, Samuel, Isaías y María: “¡Hineni! ¡Aquí estoy!” Así que, si queremos crecer en obediencia, digámosle al Señor esta hermosa palabra a menudo, porque a Dios le encanta. Es como decirle: “Aquí estoy, Señor. No huiré de ti, como Adán después de desobedecerte. Aquí estoy para recibir tus órdenes. ¡Aquí estoy, Señor y te quiero obedecer!” ¢ Pascua 2021 | 35


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de abril, Jueves Santo Juan 13, 1-15 No solo los pies, sino también las manos y la cabeza. (Juan 13, 9) Es sabido por todos que si caminas descalzo en lugares públicos, te arriesgas a contraer todo tipo de microorganismos desagradables: E. coli, tétano y muchos diferentes tipos de hongos. Estos gérmenes parecen considerar el pie humano como un ambiente acogedor, ¡y convierten tus pies en lugares de cultivo! ¿Puedes imaginarte lo sucios que estaban los pies en el tiempo de Jesús? Los de los apóstoles probablemente eran más rudos, más llenos de callos y mucho más desagradables que cualquier otro pie que hayas visto. ¡No es difícil imaginar la razón por la cual era tarea de un esclavo lavar los pies de las personas adineradas, nadie más querría hacerlo! Así que podrás imaginarte la impresión de Pedro al ver que Jesús se inclinaba para lavar sus pies. Durante el tiempo que compartió con él, llegó a entender que el Señor era el Mesías. El solo hecho de compartir una cena con él, era un honor. Entonces, ¿por qué este hombre sabio y santo asumiría la tarea de un sirviente? Jesús tuvo que explicarle pacientemente la importancia de este gesto hasta que Pedro pudo aceptarla. E incluso en ese momento, ¡Pedro se confundió! El Señor solo 36 | La Palabra Entre Nosotros

tenía que lavarle sus pies porque él ya había creído, su cabeza y sus manos estaban limpias. El significado de este acto de humildad es tan profundo que algunos lo han llamado un “evangelio en miniatura”. Otros lo han relacionado con la Eucaristía. Dios amó tanto al mundo que envió a su Hijo para salvarnos. Y todavía nos ama tanto que “se inclina” en cada Misa para enseñarnos, alimentarnos y refrescarnos. Tanto en la Encarnación como en la Misa, el Padre envía a su único Hijo como un siervo humilde, ¡para que todos seamos llenos de su vida y transformados a su imagen! En este Jueves Santo, presta atención a esta verdad: Jesús te ama tanto que está dispuesto a lavar tus pies. El Señor cuida de ti tan profundamente que desea atender todas y cada una de tus necesidades, al punto de alimentarte con su Cuerpo de Vida y la copa de su propia Sangre. Jesús solo espera que abras tu corazón y lo recibas. ¡Qué amoroso y generoso es nuestro Salvador! “Señor Jesús, enséñame a amar y servir tan plenamente a mis semejantes como tú lo has hecho, te lo ruego.” ³³

Éxodo 12, 1-8. 11-14 Salmo 116 (115), 12-13. 15-18 1 Corintios 11, 23-26


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de abril, Viernes Santo de la Pasión del Señor Hebreos 4, 14-16; 5, 7-9 Acerquémonos... con plena confianza al trono de la gracia. (Hebreos 4, 16) La pasión de Jesús, la agonía, humillación y el sentimiento de abandono, habían terminado. “Todo está cumplido”, dijo, inclinando la cabeza y entregando el espíritu (Juan 19, 30). Jesús había sido obediente a la voluntad del Padre; había llevado a cabo su misión de salvar a este mundo del pecado. Así se derrumbaba también el muro que nos separaba de Dios. La muerte de Jesús en la cruz revirtió el pecado de Adán. Su muerte por medio del sacrificio obtuvo lo que ningún otro sacrificio realizado por un sacerdote hebreo en nombre de su pueblo había obtenido. El sacrificio no tendría que ser repetido jamás; se realizó “una sola vez y para siempre” (Hebreos 10, 10). La sangre que fluyó del cuerpo de Jesús es la sangre que continúa limpiándonos del pecado. ¡Nuestra separación de Dios ha terminado verdaderamente! Ahora podemos acercarnos “con plena confianza al trono de la gracia, para recibir misericordia [y] hallar la gracia” (4, 16). ¿Cuánto confías tú en la misericordia de Dios? ¿Te preguntas a veces cómo puede Dios perdonar tus pecados? Tal vez te fijas mucho en un

pecado del pasado que parece muy grave y te preguntas si realmente has sido perdonado. O podrías preguntarte la razón por la cual Dios continúa perdonando el pecado que tú sigues cometiendo una y otra vez. ¿La misericordia de Dios tiene límites? Desde luego, la respuesta es “no”. Dios llegó a extremos inimaginables para asegurarse de que siempre recibamos su misericordia cuando acudamos a él. El Padre envió a su único Hijo, su amado, para que se hiciera hombre y sacrificara su vida por nosotros. Esa es la forma en que nos muestra su gran amor, así es su deseo de perdonarnos. Hoy, cuando veneres la cruz o reces el Vía Crucis, recuerda que la misericordia de Dios no tiene límites. Nunca creas que el dolor y el sufrimiento que Jesús padeció no fue suficiente para salvarte. Nunca creas que la sangre que fluyó de su costado era para todos los demás menos para ti. Nunca permitas que ningún pecado se interponga entre tú y el Señor. Porque por su santa cruz, él ha redimido al mundo, ¡y eso te incluye a ti! “Amado Jesús, gracias por morir por mí en la cruz para salvarme.” ³³

Isaías 52, 13–53, 12 Salmo 31 (30), 2. 6. 12-13. 15-17. 25 Juan 18, 1–19, 42

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de abril, Sábado Santo de la Vigilia Pascual Génesis 1, 1–2, 2 Que exista la luz. (Génesis 1, 3) Luz: es un tema que se encuentra presente en toda la Vigilia Pascual de una forma dramática. Intenta imaginar lo que podría significar para una persona acudir a este servicio por primera vez: Al llegar a la iglesia encuentras las luces apagadas. Afuera, el sacerdote enciende el fuego de Pascua y prepara el cirio. Luego el sacerdote y el diácono hacen una solemne procesión hacia el altar con el cirio pascual encendido, y con su fuego se van encendiendo las pequeñas velas que los asistentes sostienen en sus manos. La iglesia se va iluminando conforme la luz de las velas se esparce. Cuando la Liturgia de la Palabra inicia, las luces de la iglesia siguen apagadas. Al escuchar las lecturas del Antiguo Testamento, empiezas a percibir cómo la luz que brilla en la iglesia se refleja en el plan de salvación de Dios para su pueblo. Desde el relato de la creación hasta la prefiguración de la salvación en el sacrificio de Isaac y la división del Mar Rojo; las profecías de la redención de Dios, el amor fiel y su sabiduría para prometer una nueva alianza con nuevos corazones y el propio espíritu de Dios que habita en nosotros. En el suave brillo de la iglesia, 38 | La Palabra Entre Nosotros

comienzas a entender cómo es que esa salvación prometida se hizo cada vez más visible conforme los siglos pasaron. Luego escuchas el canto del Gloria, y de pronto las luces se encienden. Tú parpadeas por el brillo repentino mientras escuchas la epístola de San Pablo a los romanos describir la libertad del pecado y la nueva vida prometida por los profetas, Y luego de entonar el tan esperado “Aleluya”, escuchas la buenas nuevas: ¡Cristo ha resucitado! La salvación ha llegado; las promesas se han cumplido; ¡lo que se había predicho ha sido realizado en Jesús! Todas estas bendiciones comenzaron cuando Dios pronunció las palabras: “Que exista la luz.” Y llegan a su plenitud cuando la luz de la mañana de Pascua brilla sobre el mundo. Al iniciar de nuevo este tiempo de luz, rezamos para que Cristo resucitado brille en tu corazón más fuerte que nunca. “Padre, te ruego que ilumines a tu Iglesia y me ilumines a mí con tu Palabra.” ³³

Génesis 22, 1-18 Éxodo 14, 15—15, 1 Isaías 54, 5-14, Isaías 55, 1-11 Baruc 3, 9-15. 32—4, 4 Ezequiel 36, 16-28 Romanos 6, 3-11 Salmo 118 (117), 1-2. 16-17. 22-23 Marcos 16, 1-7


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MEDITACIONES ABRIL 4

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de abril, Domingo de Pascua de la Resurrección del Señor Juan 20, 1-9 Hasta entonces no habían entendido. (Juan 20, 9) ¡Felices Pascuas de Resurrección! ¡Cristo ha resucitado, verdaderamente ha resucitado! ¡El pecado ha sido derrotado y la muerte ha perdido su aguijón! Los largos años de espera han llegado a su fin, todas las profecías se han cumplido. Podrías pensar que la lectura del Evangelio de hoy reflejaría toda la alegría contenida en estas verdades. Pero en realidad eso no es lo que escuchamos, más bien escuchamos un relato lleno de pánico, falta de entendimiento y una fe incompleta. María Magdalena piensa que el cuerpo de Jesús fue robado pues no lo encontró donde lo habían puesto. Pedro está sorprendido de pie frente a la tumba vacía, ¿y Juan? Él comienza a creer, pero aun así abandona la escena insatisfecho. ¿Dónde está la alegría? ¿Qué pasó con la victoria que Jesús prometió? En realidad está ahí, en el umbral, apunto de irrumpir. Todavía debía suceder una cosa más. Los discípulos

debían encontrarse con el Señor resucitado. En los siguientes días, en la Misa, veremos a María Magdalena, a los apóstoles, a los discípulos de Emaús y a Pedro ir teniendo estos encuentros personales con Jesús, y cuando los tengan es cuando por fin aparecerá la alegría. Hoy en la Misa, antes de la lectura del Evangelio, entonaremos el canto del “Aleluya”. Y escucharemos cómo “es nuestro deber y salvación” glorificar siempre al Señor “pero más que nunca en este día” (Prefacio de Pascua I). Pero no limites tu regocijo a que has escuchado las buenas nuevas proclamadas en el Evangelio. Más bien, imagina cuán grande, profundo y glorioso será tu regocijo cuando te encuentres con el Señor resucitado en la Sagrada Comunión. Imagina lo que sucederá cuando acudas a él buscando un encuentro personal, un encuentro con su amor y su gracia. Cristo ha resucitado, por ti, ha vencido al pecado, por ti y ha abierto el cielo, para ti. Acepta estos dones aferrándote al Señor Jesús, luego observa cómo tu corazón se llena de alegría. “Señor, en este día, te ruego que me permitas encontrarme contigo.” ³³

Hechos 10, 34. 37-43 Salmo 118 (117), 1-2. 16-17. 22-23 Colosenses 3, 1-4 Abril / Mayo 2021 | 39


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de abril, lunes Hechos 2, 14. 22-33 Israelitas, escúchenme. (Hechos 2, 22) El libro de los Hechos de los Apóstoles, que estaremos leyendo durante este tiempo de Pascua, narra mucho más que la historia de la Iglesia primitiva. ¡Es un libro que habla sobre el poder del Espíritu Santo! En sus páginas, leemos cómo el Espíritu actuó a través de personas ordinarias para convertirlas en audaces apóstoles y testigos de Cristo. La lectura de hoy describe la primera de muchas escenas que se narran en los Hechos en las que el Espíritu Santo preparó a los apóstoles para edificar la Iglesia en la tierra. Este pasaje también describe el primer cumplimiento de la profecía que hizo Jesús antes de ascender al cielo: “Pero cuando el Espíritu Santo venga sobre ustedes, recibirán poder y saldrán a dar testimonio de mí, en Jerusalén, en toda la región de Judea y de Samaria, y hasta las partes más lejanas de la tierra” (Hechos 1, 8). Hoy leemos cómo en Jerusalén, Pedro predicó y miles se convirtieron. Conforme el libro avanza, descubriremos cómo Pedro y otros discípulos, incluyendo a Esteban, predicaron el Evangelio en Jerusalén y en las áreas vecinas de la región de Judea. Luego, dará un giro hacia Felipe, que difundió el Evangelio más lejos cuando proclamó a Cristo en Samaria. Finalmente, 40 | La Palabra Entre Nosotros

seremos testigos del trabajo de San Pablo que llevó el mensaje y el poder de la salvación por Asia Menor, luego Grecia y finalmente a Roma y “las partes más lejanas de la tierra” (Hechos 1, 8). Y en cada una de las escenas, veremos al Espíritu Santo actuar poderosamente a través de estos mensajeros ungidos de Dios. Historias como las registradas en el libro de los Hechos de los Apósoles continúan sucediendo hoy en día a través de la predicación y el testimonio de los discípulos de Jesús, y con esto me refiero a ti. Al igual que Pedro, Felipe, Pablo y todos los demás apóstoles, tú también has recibido al Espíritu Santo que está dentro de ti para ayudarte a dar testimonio de Cristo y a edificar su reino aquí en la tierra. Por esta razón es que te invito a que durante este tiempo de Pascua, le pidas a Jesús que te llene con su Espíritu y te haga su testigo. El Señor lo desea y con seguridad te ayudará a cumplir el llamado que él te ha hecho. “Padre celestial, tú siempre estás buscando a quién enviar para dar testimonio de la obra salvadora de tu Hijo Jesucristo. Aquí estoy, Señor, ¡envíame a mí!” ³³

Salmo 16 (15), 1-2. 5. 7-11 Mateo 28, 8-15


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de abril, martes Juan 20, 11-18 Miró hacia atrás y vio a Jesús. (Juan 20, 14) Después de la crucifixión de Jesús, el dolor y la confusión reinaban en medio de los discípulos. Por ejemplo, el Evangelio de San Juan describe cómo se encontraban la mente y el corazón de María Magdalena antes y después de que el Señor resucitado se apareciera delante de ella. Ese corto tiempo estuvo lleno de emociones, y su viaje interior puede ser un maravilloso mapa para nuestra oración durante esta semana de Pascua. Te invito a que, utilizando los versículos que encontrarás a continuación, sigas los movimientos del corazón de María e intentes ofrecerte a Dios como lo hizo ella. “Se han llevado a mi Señor.” Padre, al igual que María Magdalena, te ofrezco mis decepciones. Deseo saber dónde te encuentras tú cuando me enfrento a las dificultades cotidianas. A veces no te veo y eso resulta frustrante. Señor, te pido que me protejas para no perder la esperanza; envía tu Espíritu Santo a guiarme. “Dime dónde lo has puesto.” Señor, te ofrezco mi deseo de controlar el resultado de las situaciones que no comprendo. Mis intenciones son buenas, pero a veces es difícil para mí confiar en que tu plan es más grande

y mejor que el mío. Te suplico que me permitas ser consolado al recordar que tú estabas de pie junto a María, incluso mientras ella te buscaba a ti. ¡Permanece a mi lado, Señor Jesús, te lo ruego! “¡María!” Señor Jesús, yo también deseo escuchar tu voz. Te ofrezco mi deseo de estar unido a ti. Tu nombre es precioso para mí, y anhelo experimentar más plenamente en mi corazón el valor que tiene mi nombre para ti. Señor, te pido que me llames por mi nombre, aquí estoy, preparado para hacer tu voluntad. [Haz una pausa en silencio por un momento.] “He visto al Señor.” Señor Jesús, yo sé en mi corazón que tú estás siempre a mi lado. Señor mío, yo espero en ti, confío en ti y, como María Magdalena, acepto tu llamado a acercarme a mis hermanos y hermanas y compartir con ellos la buena nueva de tu resurrección. Gracias por darme un propósito y por enviarme como tu mensajero. Aún no tengo todas las respuestas, pero mi fuerza se ha renovado porque tú estás conmigo. “Amado Jesús, te suplico que escuches y respondas a las súplicas de mi corazón.” ³³

Hechos 2, 36-41 Salmo 33 (32), 4-5. 18-20. 22

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de abril, miércoles Hechos 3, 1-10 Tal vez has escuchado historias de personas que pasaron años viviendo miserablemente porque no sabían que un familiar lejano les había heredado una inmensa fortuna. Es triste ver a una persona luchar por salir adelante cuando la ayuda está a tan solo una cuenta bancaria de distancia. A veces, a un nivel espiritual, puede sucedernos lo mismo y vivimos “raspando la olla”, sin ser conscientes de todas las riquezas que Jesús nos dejó. Esta es una forma de abordar la primera lectura de hoy. Cuando Pedro y Juan se encontraron con el hombre que pedía limosna en la puerta del Templo, eran conscientes de la riqueza que poseían: Vivieron con Jesús y fueron testigos de su pasión, muerte y resurrección. Mientras aguardaban la promesa del Espíritu Santo, fueron entendiendo cada vez más la redención que él había ganado para todos. Luego, en Pentecostés, Pedro proclamó valientemente a Jesús frente a una enorme multitud (Hechos 2, 13-39). Todos estos eventos los convencieron de que su cuenta bancaria espiritual había tenido una repentina infusión de riqueza. Y esa es la razón por la cual Pedro tuvo confianza mientras tomaba la mano de este hombre y lo ayudaba a ponerse de pie. 42 | La Palabra Entre Nosotros

Tú también tienes una cuenta bancaria espiritual que contiene la gracia que Dios puso ahí cuando fuiste bautizado, y la que te ha estado dando desde entonces. Esta gracia es un don gratuito, tan sorprendente como una herencia inesperada. La divina misericordia, el acceso al Padre celestial y el poder del Espíritu Santo, todo está ahí para ti. ¡Utilízalo! Cada vez que te arrepientes y te confiesas, retiras una gran cantidad de misericordia. Cada vez que rezas con un amigo, te estás apropiando del poder de Jesús para traer sanación y consuelo. Cada vez que muestras paciencia con un niño insistente o un compañero de trabajo irritante, estás tomando la gracia que Cristo te ha dado. Siempre recuerda que tú eres un hijo de Dios y un coheredero del cielo junto con Jesús. Tú no eres un mendigo espiritual, ¡eres inmensamente rico! Cristo está en ti; él ha puesto su vida a tu disposición. Al igual que Pedro y Juan, puedes apropiarte de tu herencia en cualquier momento y compartirla con aquellos que te rodean. “Señor, te ruego que me muestres cómo compartir tu herencia con otras personas.” ³³

Salmo 105 (104), 1-4. 6-9 Lucas 24, 13-35


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de abril, jueves Lucas 24, 35-48 ¿Por qué se espantan? ¿Por qué surgen dudas en su interior? (Lucas 24, 38) A pesar de que Jesús parecía sorprendido, fácilmente podemos entender la reacción de los discípulos. Jesús, que era su amigo amado y Mesías, había sido clavado en la cruz y su cuerpo había sido colocado en un sepulcro, pero ahora estaba frente a ellos, ¡vivo! ¿Quién no estaría aterrorizado? La duda es una reacción humana natural, incluso los santos tenían dudas. El gran doctor de la Iglesia, Santo Tomás de Aquino, una vez dijo a Dios: “No sé si tú me amas, o si yo te amo a ti… ¡ni siquiera sé si vivo por la fe!” Podemos recordar también al otro “Tomás dubitativo” que dijo que no creería si no metía su dedo en las heridas de Cristo resucitado (Juan 20, 25). Jesús a veces cuestionaba la falta de fe de sus discípulos, pero nunca los rechazó a causa de ella. Más bien, siempre se aseguró de prestarles la ayuda que ellos necesitaban. Piensa en la respuesta que dio a sus discípulos en el pasaje de hoy: “Tóquenme y convénzanse” (Lucas 24, 39). ¡Incluso comió delante de ellos para disipar sus sospechas de que podría ser un fantasma! Jesús estaba más que dispuesto a ayudar

a sus amigos a poner de lado su temor y confiar en él más profundamente. Al igual que los discípulos, nosotros no debemos avergonzarnos por nuestras dudas y nuestra dificultad para creer. Jesús nunca nos condenará por hacer preguntas. El Señor entiende el conflicto que puede haber en nuestro corazón, y quiere ayudarnos a resolver cualquier duda o conflicto que surja. Jesús nos invita a presentárselos para que él pueda mostrarnos las respuestas y darnos paz. Entones, ¡anímate! Jesús no desea que te guardes para ti tus “preguntas tontas” mientras intentas caminar por tus propios medios. ¿Por qué no le presentas hoy al Señor algún área de incredulidad que haya en tu corazón? Confía en que él ya sabe que estás dudando y conoce tus necesidades. Cree en que él siempre acoge a aquellos que lo buscan con honestidad y humildad. Recuerda, el Señor es infinitamente bondadoso, misericordioso y paciente. “Gracias, Señor Jesús, porque tú no me condenas por mis dudas. Te ruego que envíes tu Espíritu de paz a donde haya confusión, y que tu amor perfecto por mí eche fuera todo el temor que hay en mi corazón.” ³³

Hechos 3, 11-26 Salmo 8, 2. 5-9

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de abril, viernes Juan 21, 1-14 Jesús se apareció en la orilla, pero los discípulos no lo reconocieron. (Juan 21, 4) Esta no fue la única ocasión en que los discípulos no reconocieron a Cristo resucitado de inmediato. Fuera del sepulcro vacío, María Magdalena lo confundió con el jardinero hasta que él la llamó por su nombre (Juan 20, 11-18). Más tarde, dos de sus discípulos hablaron con Jesús mientras se dirigían a Emaús, pero creyeron que era un simple viajero que se encontraron en el camino hasta que él partió el pan (Lucas 24, 13-35). No sabemos la razón, pero en cada uno de estos encuentros provocó que sus seguidores reconocieran a Jesus. Muchos de nosotros hemos vivido situaciones similares. Jesús está a nuestro lado todo el tiempo pero nosotros solo lo reconocemos hasta que algo sucede que abre nuestros ojos. Pero una vez que lo reconocemos y nos damos cuenta de que él nunca nos abandonó, nos sentimos consolados y animados. ¿Qué podemos aprender entonces de la experiencia de los discípulos y de la nuestra? Aferrarnos de nuestra fe cuando es difícil sentir la presencia de Dios. Creer la verdad que ha sido probada en el tiempo de que, aun cuando luchemos por sentir la presencia de 44 | La Palabra Entre Nosotros

Jesús o nos preguntemos cómo está actuando, el Señor está más cerca de lo que nos damos cuenta, cuidando de nosotros y amándonos. Si te resulta difícil creer esto, intenta dar un giro a tu perspectiva para ver la forma en que Jesús sigue estando a tu lado. El Señor está contigo cuando un amigo se acerca para ayudarte de una forma inesperada. También está a tu lado cuando tú sientes paz durante la Misa o cuando encuentras un versículo de la Biblia que resulta especialmente consolador. Es su gracia la que te da la fuerza para servir a tu familia o la valentía para compartir tu fe. Cuando decides creer que Jesús te está amando en y a través de todo esto, estás decidiendo creer que Jesús está a tu lado. Esto es lo que significa poner nuestra fe en práctica, es creer sin haber visto. Sin importar la circunstancia en la que te encuentres, puedes decidir creer que Jesús está contigo, ya sea que lo reconozcas o no. Tú no estás solo y él no se ha alejado de ti. “Señor, te ruego que me ayudes a recordar que tú siempre estás a mi lado.” ³³

Hechos 4, 1-12 Salmo 118 (117), 1-2. 4. 22-27


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de abril, sábado Hechos 4, 13-21 Los sumos sacerdotes, los ancianos y los escribas, se quedaron sorprendidos al ver el aplomo con que Pedro y Juan hablaban. (Hechos 4, 13) ¡Qué diferencia hacen cincuenta días! El domingo de Pascua, los discípulos de Jesús se lamentaban y lloraban y no podían creer el testimonio de María Magdalena ni el de los discípulos que iban hacia Emaús (Marcos 16, 10-13). Finalmente, cuando Jesús se apareció los reprendió por su incredulidad y dureza de corazón (16, 14). Desde luego ellos estaban felices de verlo, pero aun así dudaban. Sin embargo siete semanas después, en la fiesta judía de Pentecostés, Pedro predicó valientemente. A partir de ese momento, él y todos los discípulos impresionaron a los líderes judíos por su coraje y su predicación clara (Hechos 4, 13).¿Qué pasó? Sucedió que recibieron la gracia. Durante esos cincuenta días, la gracia de Dios cambió a estos hombres ordinarios y los preparó para el día en que el Espíritu Santo vendría sobre ellos. Luego, cuando el Espíritu se derramó, se llenaron de valor y se sintieron capacitados para proclamar valientemente la resurrección de Jesús. Por supuesto, Pedro y Juan y los demás no eran simples observadores pasivos; ellos tenían que cooperar con el Espíritu dando un paso al frente y hablando. Pero el

Espíritu era el que los impulsaba incluso a hacer eso. La transformación de Pedro y Juan puede parecer tan dramática que podemos sentir que es algo que nos sobrepasa. Pensamos “yo nunca podría hablar así de Dios, si tan solo el padre José estuviera aquí; él sabría qué decirle a mi hijo que dejó de asistir a Misa.” O, “si tan solo yo fuera un poco más inteligente o más valiente, podría hablar durante el estudio bíblico en la iglesia.” Pero los primeros cristianos eran hombres y mujeres ordinarios así como nosotros. Tenían familias y trabajo, dudas, temores y pecados y cometían errores. Y Dios los utilizó, les dio su Espíritu y cambió su vida. El mismo Espíritu Santo que avivó la fe de los apóstoles vive en ti y puede persuadirte de que Cristo resucitado tiene el poder de cambiar tu vida. El Espíritu puede darte valentía para rezar con un amigo que está enfermo o palabras de ánimo para que compartas con alguien que lucha contra la duda. Dios se deleita en actuar a través tuyo. “Ven, Espíritu Santo y dame la valentía de compartir con los demás las cosas buenas que has hecho por mí, te lo ruego.” ³³

Salmo 118 (117), 1. 14-21 Marcos 16, 9-15

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MEDITACIONES ABRIL 11-17

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de abril, Segundo Domingo de Pascua Domingo de la Divina Misericordia Juan 20, 19-31 Si Jesús ya se había aparecido a sus discípulos en el domingo de Pascua, ¿por qué, entonces, se apareció nuevamente una semana después exactamente en el mismo lugar? Tal vez porque en esta ocasión Tomás estaba ahí, y Jesús quería convencer a este discípulo incrédulo de que él verdaderamente había resucitado de entre los muertos. El Señor lo invitó a tocar sus heridas y constatar que realmente era él. Y ese acto de compasión, paciencia y misericordia motivó a Tomás a proclamar “¡Señor mío y Dios mío!” (Juan 20, 28); y después lo llevó a viajar lejos para proclamar el Evangelio y, finalmente, dar su vida por Jesús. La historia de Tomás nos muestra que la misericordia de Dios es mucho más que simplemente el perdón de nuestros pecados, por muy grandes que sean. La misericordia que Dios nos muestra es su compasión por nuestra debilidad y su paciencia con 46 | La Palabra Entre Nosotros

nuestro lento progreso; y nos libera de las dudas, temores, y de la culpa por nuestro pecado. Al igual que sucedió con Tomás, nos permite experimentar la vida divina de Jesús más plenamente para que podamos seguirlo a donde sea que él nos guíe. Al final, la misericordia de Dios no puede separarse de su amor. El Señor es amor y es misericordia, esa es su propia naturaleza. Jesús desea mostrarnos que él es nuestro Señor y Dios, alejar de nosotros las dudas, los temores y perdonar nuestro pecado y abrir más nuestro corazón a su vida y a sus bendiciones. ¡Nunca subestimes el poder de la divina misericordia! Mientras continúas leyendo el libro de los Hechos de los Apóstoles en este tiempo de Pascua, recuerda que cada milagro que los apóstoles realizaron, cada palabra que pronunciaron, estuvo cimentada en la misericordia que primero recibieron y continuaron recibiendo hasta el final de su vida. La misericordia de Dios también es el fundamento de nuestra vida, se renueva cada mañana, y, nunca, nunca se acabará! (Lamentaciones 3, 22-23). “Señor Jesús, ¡en ti confío!” ³³

Hechos 4, 32-35 Salmo 118 (117), 2-4. 13-15. 22-24 1 Juan 5, 1-6


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de abril, lunes Juan 3, 1-8 ¿Cómo puede nacer un hombre siendo ya viejo? (Juan 3, 4) ¡Pobre Nicodemo! Él realmente quería entender a Jesús, cuyas palabras y acciones habían llamado su atención y, posiblemente, su admiración. Así que visitó a este misterioso rabí de Nazaret. Una vez que lo encontró, Nicodemo comenzó su conversación citando algunas de las cosas impresionantes que se decían de Jesús: “has venido de parte de Dios, como maestro” y “Dios… está con él” de una forma única (Juan 3, 2). Pero Nicodemo no había ido muy lejos cuando Jesús lo interrumpió: “Quien no renace de lo alto”, le dijo, “no puede ver el Reino de Dios” (Juan 3, 3). En otras palabras, tú no estás entendiendo, si no naces de nuevo, tanto yo como el reino que predico seguirán siendo un misterio para ti. Verdaderamente, la vida cristiana es misteriosa. Fíjate, por ejemplo, en los santos y en lo enigmáticos que pueden resultarnos. ¿Cómo era posible que Santa Teresa de Calcuta sonriera en medio del sufrimiento que encontraba en los más pobres entre los pobres? Y, ¿qué tal San Maximiliano Kolbe, un sacerdote que estaba prisionero en el campo de concentración de Auschwitz y que se ofreció como voluntario para tomar el lugar de otro prisionero que

fue condenado a morir de hambre? Mientras se iba consumiendo, pacíficamente lideró a los otros presos en oración. “¿Quién hace eso?”, podría preguntarse alguien, con justa razón. Bueno, los creyentes lo hacen. Tú también eres un misterio para otras personas. Cuando fuiste bautizado, naciste de nuevo desde lo alto y fuiste lleno del Espíritu Santo. El mismo Espíritu que facultó a la Madre Teresa y a Maximiliano Kolbe vive en ti. Él es esa presencia misteriosa que te impulsa a realizar actos de generosidad y bondad cuando resulta más sencillo alejarse. El Espíritu es quien te ayuda a perdonar una herida de mucho tiempo aun cuando todavía duele. Y él es Aquel que te da la valentía para compartir tu fe con el vecino a pesar de tu resistencia interna. Cada vez que sigues esta inspiración, te vuelves un poco más misterioso para las personas que te rodean, y un poco más atractivo. Eso sucede porque con cada acto de bondad o fidelidad, te pareces un poco más a Jesús, la persona más misteriosa y atractiva que jamás ha existido. “Espíritu Santo, te doy gracias porque tú habitas en mi corazón.” ³³

Hechos 4, 23-31 Salmo 2, 1-9

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E D I T A C I O N E S

de abril, martes San Martín I, papa y mártir Juan 3, 7-15 El viento sopla donde quiere y oyes su ruido. (Juan 3, 8) Jesús deseaba que Nicodemo entendiera lo que significaba “renacer de lo alto” (Juan 3, 7). Pero él no entendía, y Jesús lo sabía. Sin embargo no se rindió, y más bien intentó gentilmente acercarlo más a la verdad utilizando la analogía del viento, algo que Nicodemo podía comprender. ¿No es impresionante lo bueno y paciente que Dios es con nosotros? Nuestra falta de entendimiento, nuestra tendencia a confundirnos o no escuchar con atención no lo desanima ni lo frustra. Tan solo observa la historia de la salvación. Dios habló a través de los profetas para convencer al pueblo de Israel de que siguieran sus caminos pues de esa forma él les daría bendición y vida. Los israelitas entendían por un tiempo el mensaje, pero luego fallaban de nuevo. Pero él no se dio por vencido con ellos. “Cuando se cumplió el tiempo”, habló a través de su Palabra, es decir, Jesús (Gálatas 4, 4). Luego Jesús mismo nos habló en las palabras que leemos en los Evangelios. Usando parábolas y referencias a los pasajes del Antiguo Testamento, o analogías como lo hizo con Nicodemo. Jesús nos mostró el gran amor que Dios nos tiene y 48 | La Palabra Entre Nosotros

anhela que estemos con él para toda la eternidad. Dios también es paciente con nosotros, él utiliza muchas maneras para hablarnos y que nosotros comprendamos. Por ejemplo, cuando lees la Escritura y los sentimientos de paz, esperanza o expectativa brotan en tu corazón, es porque Dios te está hablando. Cuando estás rezando y surgen ideas o soluciones creativas para problemas que estás enfrentando, también te está hablando. Cuando te llenas de asombro y alabanza por el Señor al mirar un maravilloso atardecer, también es Dios que te está hablando. El Señor incluso puede hablarte en un sueño o través de una hermosa obra de arte o una composición musical. Lo importante es que tengas la seguridad de que Dios te hablará. Tú aprenderás a reconocer su voz al dedicar tiempo a escucharlo con atención. A veces su voz es fuerte, pero también a menudo es suave y simple. Dios es bueno y paciente, y él seguirá hablando hasta que tú entiendas lo que te está diciendo. “Padre, yo creo que tú siempre me estás hablando, te ruego que me ayudes a escuchar tu voz.” ³³

Hechos 4, 32-37 Salmo 93 (92), 1-2. 5


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de abril, miércoles Juan 3, 16-21 Tanto amó Dios al mundo. (Juan 3, 16) ¿Sabías que este versículo no solo habla de cuánto amó Dios al mundo? También se refiere a la forma en que Dios amó al mundo. La palabra griega que equivale a “tanto” y se utiliza en esta frase, significa “así” o “de esta manera” de la misma forma que significa “cuánto”. Así que otra forma de leer este versículo podría ser: “De esta manera amó Dios al mundo.” Entonces, ¿de qué manera amó Dios al mundo? Desglosemos el resto de este famoso versículo. Que le entregó: Dios ama sin reservas. El amor no es algo que Dios acapare para sí mismo, no lo deja confinado en su propia perfección. Sino que naturalmente se desborda hacia nosotros, porque el amor de Dios es generoso. A su Hijo único: Dios no ama a regañadientes, él simplemente no va a entregarnos cualquier cosa. El Padre nos entregó a su Hijo amado, uno que es el mismo con él, lo más preciado de su corazón. Para que todo el que crea: Dios ama sin restricción, él ha abierto la puerta de su corazón a aquellos que crean, sin condiciones. El Señor no hace excepciones, él derrama su amor en cada persona que acude a él con fe;

porque su amor fluye gratuitamente para todos. No perezca: Dios no guarda rencor por la ofensa, no retiene su amor porque nosotros hayamos pecado en contra suya. El Señor no nos da “nuestro merecido”, sino que aparta la culpa y nos restaura, porque su amor es misericordioso. Sino que tenga la vida eterna: Dios quiere que estemos unidos a él. No fue suficiente borrar nuestro pecado, sino que en su amor abundante, Dios quiere que estemos a su lado eternamente. ¡El Señor abrió las puertas del cielo y nos acoge en él! Porque el amor de Dios es eterno. Dios quiere mostrarte cómo te ama. Dedica un tiempo para rezar con una, o varias, de estas ideas, y permite que su amor gratuito, generoso y desbordante se derrame sobre ti. Medita en cuánto te ama tu Padre y luego permite que tu corazón responda con alabanza y acción de gracias al Señor, quien amó no solo a todo el mundo, ¡sino a ti! “Te alabo Señor, porque tú nos amas. Te ruego que me ayudes a recibir todo el amor que tienes por mí.” ³³

Hechos 5, 17-26 Salmo 34 (33), 2-9

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de abril, jueves Hechos 5, 27-33 Primero hay que obedecer a Dios y luego a los hombres. (Hechos 5, 29) No muchas personas, al salir de prisión, regresarían al lugar de la escena del crimen para cometerlo de nuevo. Sin embargo eso fue lo que los apóstoles hicieron. Las autoridades les dieron una orden directa de no enseñar sobre Jesús, pero parece que eso no podía detenerlos. Habiendo sido liberados de la cárcel, todo lo que ellos deseaban hacer era obedecer la orden de Jesús de predicar su buena noticia a la gente. ¡Qué gran ejemplo de una perseverancia llena de fe! Desde luego, es poco probable que nosotros nos enfrentemos a la amenaza de ser encarcelados por nuestra fe, pero existe más de una clase de prisión que nos impide compartir la fe que profesamos. Fácilmente podemos sentirnos atrapados por el temor al fracaso o por una resistencia natural a exponernos. ¿Cómo podemos liberarnos entonces de estas prisiones? La primera cuestión y la más importante que todos necesitan recordar sobre la evangelización es que es una obra de encuentro humano, no de argumentación lógica. A menudo, el “argumento” más convincente que alguien puede ofrecer es el cuidado y la preocupación auténtica por alguien más. 50 | La Palabra Entre Nosotros

Esto puede ser más sencillo de lo que piensas. Palabras como “encuentro” pueden sonar terriblemente técnicas o demandantes, pero simplemente se refiere a conocer a otra persona y gradualmente compartirle tu vida. Es la forma en la que Jesús se acercó a la gente a la que evangelizó, mostrando un interés genuino y ofreciéndoles una mirada a la razón de su propia alegría, confianza y paz. ¿Qué puede significar esto para ti? Recuerda que Jesús dijo que él vino a dar testimonio de lo que había visto (Juan 3, 31). Eso también es suficiente para ti. ¿Qué has “visto”? ¿Un Dios que te perdonó cuando tenía derecho a abandonarte? ¿Un Salvador que escuchó tu súplica por tu ser querido y le dio consuelo? ¿La capacidad para reparar una relación rota o reconciliarte con un familiar? Compartir tu fe no requiere mucho de ti, solamente la decisión de salir de la prisión de tu propia falta de confianza. Y eso sucede cuando das el primer paso e inicias una conversación. Solo iníciala, y mira a dónde te lleva el Espíritu Santo. “Espíritu Santo te ruego que me des la valentía para hablar de Jesús a otras personas.” ³³

Salmo 34 (33), 2. 9. 17-20 Juan 3, 31-36


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de abril, viernes Juan 6, 1-15 Él bien sabía lo que iba a hacer. (Juan 6, 6) Este sí es un misterio: Si Jesús ya tenía un plan para alimentar a miles de personas, si él ya sabía muy bien lo que iba a hacer, ¿por qué le pediría a sus discípulos que solucionaran el problema? El Señor podría haberle quitado milagrosamente el hambre a la multitud o hacer que frente a cada persona se materializaran alimentos. Tan simple como puede parecer, Jesús quería que ellos fueran parte de lo que él estaba planeando hacer. Así que les pidió a los discípulos que le dieran ellos de comer a la multitud. Algo perplejo, Felipe le dio una respuesta analítica al calcular que se necesitaba el salario de un año para satisfacer el hambre de la gente. Pero Andrés, por su parte, tuvo una perspectiva más práctica: La merienda de este muchacho, aunque no era suficiente, podía de alguna manera contribuir a la causa. Entonces, llegó la solución de Jesús, un milagro tan impresionante que las personas aun hablan de él en la actualidad. Imagina lo que pensaban estos discípulos mientras Jesús bendecía y partía el pan y lo comenzaba a distribuir. ¡Algo estaba sucediendo! Frente a ellos un milagro se estaba desarrollando lentamente mientras ellos

seguían repartiendo el pan y el pescado. No importó cuántas veces metieron su mano en las cestas, cada vez salía más comida. Al final, la gente comió hasta quedar satisfecha, y los discípulos entendieron un poco más de qué manera Dios cuida de su pueblo. Jesús nunca deja de actuar a través de sus seguidores, y jamás permitirá que dejemos de formar parte esencial de su plan de cuidar de su pueblo y de que los creyentes tengan una fe más profunda. Así que mientras podemos vernos reflejados en Felipe y Andrés tal como somos, Jesús nos muestra en qué podemos convertirnos. Aunque somos imperfectos, Jesús quiere que nos involucremos para que cada vez más podamos entender su forma de actuar. El Señor toma nuestras humildes ofrendas y las multiplica más allá de toda expectativa para que crezcamos en confianza y tengamos la voluntad de dar un paso en fe. Porque al final, el plan de Jesús es mucho más grande que nuestras capacidades, así como lo es su deseo de que nosotros seamos parte de él. “Señor Jesús, te pido que me ayudes a confiar en tu plan perfecto para este mundo.” ³³

Hechos 5, 34-42 Salmo 27 (26), 1. 4. 13-14

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de abril, sábado Hechos 6, 1-7 ¡Aquel debe haber sido un tiempo fascinante para los primeros cristianos! San Lucas nos cuenta que el número de los discípulos se multiplicaba “grandemente” (Hechos 6, 7). El número real solo podemos estimarlo, pero si partimos del hecho de que Pedro convirtió a tres mil personas al Señor en un solo día, podemos asumir que la cantidad era realmente grande. Y luego Lucas añade un detalle más sobre estos convertidos: “Incluso un grupo numeroso de sacerdotes había aceptado la fe” (6, 7). Este podría parecer un detalle menor, pero no lo es. Cuando Jesús estaba en la tierra, los sacerdotes judíos lo habían rechazado. Muchos de los jefes de los sacerdotes eran sus acérrimos oponentes, y algunos habían conspirado con los escribas y los fariseos para crucificar a Jesús. Incluso aquellos en las órdenes menores del sacerdocio, que con más probabilidad podían simpatizar con Jesús, deben haber dado un giro radical en su forma de pensar para aceptarlo. Al igual que muchos judíos devotos de la época, ellos esperaban que el Mesías fuera un rey guerrero, no un carpintero crucificado. Este detalle del libro de los Hechos de los Apóstoles nos recuerda que podemos esperar lo inesperado. Si el 52 | La Palabra Entre Nosotros

Espíritu Santo puede transformar a personas tan arraigadas en sus tradiciones, él puede transformar a cualquier persona. Las conversiones suceden, incluso en aquellos que podríamos considerar que es menos probable que les suceda. Los amigos o los familiares que hemos estado presentando delante del Señor por años podrían estar a punto de volverse a él. Simplemente podrían estar esperando una invitación o nuestro testimonio para ayudarlos a tomar una decisión de fe. Así que, ¡nunca te rindas! Si tienes un hijo o una hija que está luchando con su fe, tú sigue rezando. La historia de tu hijo aún no termina, tampoco tu historia de amor por él o ella. Procura no argumentar o ponerte a la defensiva; en su lugar procura sembrar bondad y amor. Si sigues dando pasos hacia adelante, aun cuando sean los pasos de un niño pequeño, Dios te bendecirá. Si perseveras, encontrarás la forma de avanzar. Solo sigue apoyándote en su gracia, confiando en que él puede hacer todas las cosas. “Espíritu Santo, te suplico que aquellos que aún no conocen a Jesús puedan experimentar el gozo de la salvación.” ³³

Salmo 33 (32), 1-2. 4-5. 18-19 Juan 6, 16-21


MEDITACIONES ABRIL 18-24

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de abril, Tercer Domingo de Pascua Hechos 3, 13-15. 17-19 Repasemos el contexto de la primera lectura de hoy. Pedro acababa de sanar a un hombre que era paralítico de nacimiento. Contento por haber sido curado, el hombre comenzó a saltar y danzar de alegría en el Templo, y esto atrajo a la multitud. Era una escena dramática y todos estaban asombrados. Todos excepto Pedro, que preguntó: “¿Por qué se asombran ustedes, israelitas?” (Hechos 3, 12). Sin duda él estaba feliz, ¡pero estaba más sorprendido por el asombro de ellos que por el milagro que acaba de realizar! Entonces, ¿por qué Pedro parecía estar tan poco sorprendido? Tal vez la respuesta la encontramos en las palabras que dirigió a la multitud. Al menos tres veces, Pedro anunció algo mucho más asombroso que este milagro: después de todo lo que le hicimos a Jesús, Dios lo resucitó de entre los muertos y lo devolvió a nosotros como nuestro Salvador. “Han dado muerte al autor de la vida, pero Dios lo resucitó de entre los muertos” (Hechos 3, 15).

Era un giro impresionante que nadie vio venir. Dios pagó nuestra crueldad con su amor divino. A través de todo el drama vivido el Viernes Santo, el domingo de Pascua y en Pentecostés, Pedro aprendió cuán misericordioso y generoso es Dios. Recuerda, Pedro huyó cuando arrestaron a Jesús y luego lo negó tres veces. Él, la “roca” de la Iglesia, sucumbió al miedo. Y sin embargo, Jesús lo perdonó y lo acogió de vuelta. Así que, después de todo lo que había experimentado, ya nada más podía asombrarlo. Él sabía que Dios solo quería el bienestar para su pueblo. Esta es la impresionante buena noticia del Evangelio: La misericordia de Dios es infinita. El Señor carga nuestros propios pecados sobre sí mismo, los borra y nos da la sanación y el perdón en lugar del castigo y la retribución. Siempre recuerda esto: No importa qué tan malos sean tus pecados, o lo que tú creas que te mereces, Dios solamente tiene una respuesta para ti: Está presto a entregarte a su Hijo, Jesús, en la humilde forma del pan y el vino. “¡Gracias, Padre, por tu misericordia!” ³³

Salmo 4, 2. 4. 7-9 1 Juan 2, 1-5 Lucas 24, 35-48

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de abril, lunes Hechos 6, 8-15 Un triatlón es un duro desafío. Imagina el entrenamiento que necesita un atleta para completar 1.500 metros de natación, 40 kilómetros en bicicleta y 10 kilómetros de carrera a pie, ¡todo en un solo día! El personaje de la primera lectura de hoy, entrenó fuerte para el máximo desafío espiritual: permanecer alegre y en paz en medio de las situaciones difíciles. Incluso sus enemigos vieron la luz del cielo reflejada en el rostro de San Esteban como evidencia del compromiso que él tenía de vivir en el Espíritu. Si estuvieras entrenando para correr un triatlón, tendrías que seguir un estricto régimen de entrenamiento que se compone de nadar, hacer bicicleta y correr. En nuestra vida cristiana, nosotros también podemos seguir un régimen de entrenamiento que tiene tres componentes: Los sacramentos, la Biblia y el reposo. Sacramentos. Asistir a Misa no resulta sencillo. El cansancio, el mal humor, la oposición de los niños y otros obstáculos pueden desmotivarnos. Pero al igual que sucede con un atleta en entrenamiento, cuando logremos vencer esa resistencia inicial, experimentaremos a Jesús en la Eucaristía y recibiremos su propia fortaleza y gracia.

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La Biblia. Un atleta también es estudiante. Ya sean videos, libros de tácticas o manuales de entrenamiento, existe material disponible para perfeccionar las estrategias. De igual manera, Dios nos ha dado relatos, enseñanzas y mandamientos en la Biblia “para que el hombre de Dios esté capacitado y completamente preparado para hacer toda clase de bien” (2 Timoteo 3, 17). Cuando estudiamos las Escrituras, estamos abriendo nuestro corazón para recibir la gracia y la sabiduría que él quiere derramar sobre nosotros. Reposo. Los atletas tienen “días de reposo” para recuperarse de su entrenamiento. A nosotros, Dios nos ofrece reposo diariamente cuando acudimos a él en oración. Jesús siempre nos hace esta invitación: “Vengan a mí todos ustedes que están cansados de sus trabajos… y yo los haré descansar” (Mateo 11,27). El Señor tiene nuevos dones que ofrecernos cada día: Garantías frescas de su presencia y de su paz que son el resultado de confiar en que siempre estamos en sus manos. Entrenar para ser discípulos de Cristo no siempre es sencillo, pero ciertamente vale la pena el esfuerzo. “Señor Jesús, te pido que me ayudes a correr la buena carrera.” ³³

Salmo 119 (118), 23-24. 26-27. 29-30 Juan 6, 22-29


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de abril, martes Hechos 7, 51–8, 1 Señor, no les tomes en cuenta este pecado. (Hechos 7, 60) ¿Cómo podía Esteban perdonar a las personas que lo apedrearon hasta la muerte? Ese perdón no salió de la nada, la Escritura describe a San Esteban como alguien “entendido y lleno del Espíritu Santo” que “hacía milagros y señales” (Hechos 6, 3. 8). Evidentemente, el Espíritu había transformado su vida, al punto de que él se asemejaba a su maestro, Jesús, quien también había pedido a su Padre que perdonara a sus verdugos. ¿Puedes imaginar la reacción de los hombres que estaban apedreando a Esteban cuando escucharon estas palabras? En lugar de maldecirlos por lo que estaban haciendo y pedir a Dios venganza en contra de ellos, estaba haciendo exactamente lo opuesto. Debe haberlos sorprendido e inquietado, ¡por decir lo menos! El perdón es una característica del cristianismo. Es el alma del mensaje del Evangelio y todo aquel que lo experimenta se conmueve de una forma u otra. Sin embargo, de muchas maneras, puede resultar desconcertante, especialmente cuando leemos relatos de personas que tuvieron la gracia de perdonar crímenes terribles que cometieron contra ellos o contra sus seres queridos. Incluso perdonar

puede parecer antinatural; el resentimiento, la ira y hasta la venganza parecen ser emociones mucho más “normales” para nosotros. Pero, por antinatural que parezca, el perdón no es opcional para los creyentes. Dios nos manda perdonar a aquellos que han pecado contra nosotros. Eso incluye a familiares o amigos que nos han hecho daño, nos han traicionado o no nos han ayudado cuando más lo necesitábamos. El Señor espera que perdonemos incluso las ofensas más insignificantes. Si estás luchando por perdonar a alguien, recuerda que la gracia de la resurrección de Jesús está disponible para ti gratuitamente en este tiempo de Pascua. Si la ofensa es tan grave que no encuentras una forma posible de perdonar, simplemente atrévete a dar el primer paso y pídele a Dios que perdone a esa persona por ti. Luego, cada día, pídele que te permita ofrecer algo de perdón. Al principio puede resultar difícil, pero con el tiempo empezarás a experimentar no solo libertad de la ira y el resentimiento sino también la alegría del Señor resucitado. “Señor Jesús, por favor ayúdame a perdonar a aquellos que me han ofendido.” ³³

Salmo 31 (30), 3-4. 6-8. 17. 21 Juan 6, 30-35

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de abril, miércoles San Anselmo, obispo y doctor de la Iglesia Juan 6, 35-40 A menudo, al leer la Biblia, el mensaje de Jesús resulta bastante claro. Por ejemplo, en la parábola del Buen Samaritano (Lucas 10, 29-36) nos dice que ayudemos a otras personas, aunque no las conozcamos o nos parezcan diferentes. A veces, Jesús responde directamente a una pregunta, como cuando el escriba la preguntó cuál mandamiento era más importante: “Ama al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente” (Mateo 22, 37). Sin embargo, en el Evangelio de hoy, que es parte del famoso discurso del “pan de vida”, el mensaje de Jesús escandalizó a sus oyentes. ¿Cómo podía decir él que había bajado del cielo? ¿Cómo podía darles su carne para comer? Lo que Jesús decía era tanto simbólico como literal y sin duda eso confundió a la gente. Al referirse a sí mismo como el pan de vida, nos llama a confiar en que él es el sustento para nuestra vida. El Señor está diciendo que sus palabras y nuestra relación con él son alimento para el alma. Pero Jesús también estaba hablando literalmente pues estaba describiendo la Eucaristía, que se convertiría en la máxima expresión de nuestro culto 56 | La Palabra Entre Nosotros

a él. Se refería a que este don podría unirnos con su cuerpo, sangre, alma y divinidad. Sin embargo, los seguidores de Jesús comenzaron a celebrar la Eucaristía recién después de la resurrección. Así que, para ese momento, quienes lo escuchaban no tenían forma de saber a qué se refería. Todo lo que podían hacer era aceptar sus palabras con fe. Incluso hoy en día, la Eucaristía es misteriosa, desafía la imaginación y solamente el don de la fe nos permite creer en ella. Después de escuchar el discurso del pan de vida, muchos de los seguidores de Jesús lo abandonaron. Sin embargo, Pedro se mantuvo a su lado. Probablemente él estaba tan confundido como todos los demás, pero creía en Jesús. Es normal tener dudas sobre nuestra fe. Podemos cuestionarnos una enseñanza de la Iglesia o preguntarnos por qué a las personas buenas les suceden cosas malas. Pero independientemente de cuáles sean tus preguntas, mantente siempre firme en tu fe hasta que Dios te ayude a entender mejor lo que sucede, al igual que lo hizo Pedro. “Señor, te ruego que me des un corazón humilde que confíe en tu Palabra.” ³³

Hechos 8, 1-8 Salmo 66 (65), 1-7


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E D I T A C I O N E S

de abril, jueves Juan 6, 44-51 Yo soy el pan de vida. (Juan 6, 51) Tener cierto grado de sana incredulidad es una virtud. Por ejemplo, habrás visto anuncios que promocionan ciertas dietas con las que te aseguran que conseguirás una dramática pérdida de peso. Posiblemente deberías investigar más antes de hacer alguna inversión monetaria en un plan de estos. Lo mismo sucede con la promesa de que un solo suplemento alimenticio puede cambiar toda tu vida. De nuevo, probablemente debes ser precavido. Pero hay una promesa en la que puedes creer al pie de la letra: Jesús es “el pan de vida” (Juan 6, 51), que tomó en sus manos las sustancias ordinarias del pan y el vino durante la Última Cena y los transformó en su Cuerpo y su Sangre. El vino y el pan consagrados que recibimos en la Misa realmente son Jesús vivo, que se nos entrega una y otra vez. La Eucaristía realmente tiene el poder de sanarnos, fortalecernos y hacernos cada vez más semejantes a nuestro Señor Jesucristo. Esta promesa es hermosa e increíble, pero debemos entender que la Eucaristía no es mágica. No, no nos convertimos instantáneamente en una versión nueva y mejorada de nosotros mismos cuando la recibimos. La transformación generalmente es gradual, y

nosotros mismos tenemos un papel fundamental que desempeñar. Debemos recibirla con fe y respaldar esa fe con actos de obediencia durante el día. Desde luego tú no necesitas ser perfecto para recibir a Cristo en tu corazón. Cuando lo recibes, él te recibe a ti, con tus fortalezas y debilidades. Y al recibirte, lentamente va despojándote de tu pecado, y tus debilidades y te va concediendo su gracia. Además, al dedicar más tiempo a estar en la presencia del Señor fuera de la Misa, irás experimentando más su amor, misericordia y gracia que se arraigan en tu corazón a través de la Eucaristía. Esa es la razón por la cual la oración y la lectura diaria de la Escritura son tan importantes. La próxima vez que estés en Misa o en la adoración del Santísimo, piensa en lo extraordinaria que es la Eucaristía. Por puro amor por nosotros Jesús decidió no solo hacerse hombre sino también ofrecerse a nosotros en el pan y el vino. Jesucristo es nuestro pan vivo, y esta es una verdad que nunca se desvanecerá. “Señor Jesús, gracias por convertirte en mi pan de vida. Te suplico que me transformes para ser más como tú.” ³³

Hechos 8, 26-40 Salmo 66 (65), 8-9. 16-17. 20

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E D I T A C I O N E S

de abril, viernes San Jorge, mártir San Adalberto, obispo

y mártir Hechos 9, 1-20 La conversión de San Pablo en el camino a Damasco tiene todos los elementos de una película de drama. El personaje principal es un villano que es repentinamente detenido en su camino por una luz y una voz en el cielo, y este villano sufre una transformación sorprendente y se embarca en una aventura completamente nueva. ¿Cuál es tu historia de conversión? Probablemente no fue tan dramática. Tal vez un amigo te habló, o quizá comenzaste a leer las Escrituras, y con el tiempo, Dios te conquistó. ¡La mayoría de nosotros, probablemente no pagaría para ver su historia en el cine! Pero la forma en que conocimos al Señor no es realmente importante. Lo que importa es que nos hemos acercado a él. Jesús nos ama a cada uno de nosotros apasionadamente y desea que todos nos salvemos y conozcamos la verdad sobre él (1 Timoteo 2, 4). Para él, cada historia de conversión es válida y poderosa. Es parte de su asombroso diseño para la creación, un plan que funcionó antes de que nosotros naciéramos (Jeremías 1, 5). De la misma forma en que tenía un plan perfecto para la vida de Pablo, tiene uno para cada uno de nosotros también. 58 | La Palabra Entre Nosotros

Recuerda, además, que el plan de Dios no inicia ni termina con una conversión dramática. ¿Qué hubiera sucedido si Pablo no hubiera seguido buscando al Señor después de su experiencia camino a Damasco? ¡Probablemente habría regresado a su antigua vida! Recuerda, él necesitó diez años para ir en su primer viaje misionero, e incluso en ese momento tuvo su buena porción de altibajos. Él sabía que debía caminar junto a Jesús día tras día para convertirse en la persona en que Dios quería que se convirtiera. Lo mismo sucede con nosotros. Como dice el estribillo de una popular canción de alabanza: “Paso a paso, tú me guías.” Independientemente de cómo sucedió nuestra conversión inicial, todavía está en proceso. Hoy, procura acercarte más a Jesús. Si te has equivocado de alguna manera, entrégale de nuevo tu vida a él. No es necesario que mires hacia atrás, lo que debes hacer es perseguir tu meta: “el premio celestial que Dios nos llama a recibir por medio de Cristo Jesús” (Filipenses 3, 14). “Amado Jesús, hoy te entrego nuevamente mi vida, concédeme ser fiel a ti.” ³³

Salmo 117 (116), 1-2 Juan 6, 52-59


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de abril, sábado San Fidel de Sigmaringa, presbítero y mártir Juan 6, 60-69 Tú tienes palabras de vida eterna. (Juan 6, 68) El significado eucarístico de la enseñanza de Jesús sobre que él es el Pan de Vida permaneció oculto para muchos de quienes lo escucharon, pero tuvo una poderosa influencia sobre sus discípulos. Ellos sabían que Jesús tenía palabras de vida eterna, así que permanecieron fieles a él, confiando en que el Señor no los abandonaría en la oscuridad y gradualmente el Espíritu Santo les mostró lo que Jesús quiso decir aquel día. Podemos confiar en que el Espíritu Santo hará lo mismo por nosotros. Las palabras de Jesús dan vida, pero aún pueden ser confusas. A veces no logramos ver de qué manera podemos vivirlas, pero al pedirle al Espíritu que nos ayude, empiezan a cobrar sentido. Por ejemplo, Jesús dice “Yo los amo a ustedes como el Padre me ama a mí” (Juan 15, 9). Al comprender en nuestro corazón esta poderosa verdad, entendemos que debería impactar la forma en que interactuamos con quienes nos rodean. ¿Cómo la hacemos vida? Con el tiempo, vamos entendiendo que Jesús ama a nuestros padres o vecinos, al mendigo que vemos en la esquina de la acera y al criminal convicto con la

misma profundidad con que nos ama a nosotros. Luego vemos que él nos está invitando a compartir con ellos su amor incondicional. Jesús también dice “Tus pecados te son perdonados” (Lucas 7, 48). Cada vez que te arrepientes, él te perdona y te permite comenzar de nuevo. Pero Jesús también te dijo que su perdón debe ser compartido con los demás. ¿Cómo vives eso? Volviéndote a él una y otra vez y pidiéndole la fuerza de perdonar a aquél que te ha hecho daño. Finalmente, Jesús dice “Yo soy el pan de vida” (Juan 6, 51). A través de la Eucaristía, él nos acompaña en nuestra vida. Su presencia se llega a convertir en parte de nosotros al punto de fluir desde nuestro interior. Entonces, ¿cómo vivimos esto? Llegamos a ser conscientes de que cada vez que nos encontramos con alguien, esa persona se está encontrando con Jesús, ya sea que nos percatemos o no. ¡Qué bendecidos somos! Las palabras de Jesús tienen el poder de cambiarnos y, a través de nosotros, cambiar el mundo. “Espíritu Santo, te ruego que me ayudes a aceptar las palabras de Jesús en mi corazón.” ³³

Hechos 9, 31-42 Salmo 116 (115), 12-17

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MEDITACIONES ABRIL 25-30

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de abril, Cuarto Domingo de Pascua Hechos 4, 8-12 Pedro acababa de sanar a un hombre enfermo y quienes presenciaron el milagro estaban asombrados, pero los jefes estaban ofendidos porque dijo que había sido Jesús quien en realidad sanó al hombre, el mismo a quien ellos habían crucificado. No es de extrañar, entonces, que arrestaran a Pedro. Jesús desea que todos los días hagamos buenas obras, él quiere que ayudemos a aquellos que están pasando una necesidad. Como dijo el Papa Francisco: “Para Jesús lo que cuenta, sobre todo, es alcanzar y salvar a los lejanos, curar las heridas de los enfermos, reintegrar a todos en la familia de Dios” (Homilía, 15 de febrero de 2015). Como nos lo recuerda a menudo el Santo Padre, existe una relación estrecha entre estar llenos del amor de Dios y nuestro deseo de hacer buenas obras por las personas, alabando así a Dios. A diferencia de Pedro, es difícil que seamos arrestados y enviados a la cárcel por hacer buenas obras en el nombre

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de Jesús. Pero como sucedió con él, nuestras buenas obras tienen el mismo efecto en las personas de hoy que el que tenían en las personas de aquella época; conmueven el corazón de las personas. Les ayudan a creer que el amor de Dios es real y poderoso. Pueden generar algo de oposición, pero ni siquiera eso disminuirá el poder de tu testimonio. De manera que reza todos los días y pídele a Jesús que llene tu corazón con su amor, que es el motor que te impulsa a amar y servir a aquellos que te rodean. Luego sé tan generoso como puedas, mantente atento a las oportunidades que se te presenten. Jesús desea que hagamos buenas obras. Tal vez no tenemos la valentía de Pedro pero todos sabemos cómo realizar actos de amor y bondad, así que te animo a que comiences hoy. Procura ser cordial, generoso, compasivo y estar listo para ayudar a otros. Tus actos de amor son contagiosos. ¿Quién sabe? ¡Incluso podrían acercar a otros a Dios! “Señor Jesús, te suplico que me llenes con tu amor y me inspires a realizar buenas obras por otras personas.” ³³

Salmo 118 (117), 1.8-9. 21-23. 26. 28. 29 1 Juan 3, 1-2 Juan 10, 11-18


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de abril, lunes Hechos 11, 1-18 Pedro les contó desde el principio. (Hechos 11, 4) Como si fuera un chef famoso, Pedro fue explicando paso a paso sus acciones a los ancianos en Jerusalén. ¿Por qué decidió bautizar a un grupo de no judíos en Cesarea? Fue una decisión muy importante, así que les narró con lujo de detalles todo lo que Dios hizo para convencerlo de acoger a los gentiles en la Iglesia. Veamos cuáles fueron las fases del plan que Dios siguió y cómo podemos aplicarlas a cualquier decisión que tengamos que tomar. 1. Dios nos forma en la oración. Dios comenzó su obra hablándole a Pedro en oración. Y aunque una visión celestial puede ser muy llamativa, generalmente, Dios actúa formando nuestra manera de pensar cuando nos sentamos en su presencia y meditamos en la Escritura (Hechos 11, 4-7). 2. Dios introduce una nueva idea. Así como Dios le dio a Pedro una visión que desafió su forma de pensar (Hechos 11, 6-7), podría usar un pasaje de la Escritura que estás leyendo y mostrártelo de una forma nueva e inesperada. O una conversación con un amigo podría despertar tu consciencia. Estas perspectivas no son comunes, pero vale la pena explorarlas cuando surgen.

3. El Señor confirma su palabra. Cuando Pedro tuvo dificultad para entender la Palabra, Dios insistió (Hechos 11, 9-10). De la misma manera, si una idea nueva o una acción sigue en tu mente, pregúntale al Señor si él está tratando de decirte algo. 4. Dios nos da la oportunidad de probarlo. Cuando los tres hombres que venían de Cesarea se presentaron con una invitación inesperada, Pedro sospechó que el Espíritu Santo lo estaba guiando, así que actuó en fe (Hechos 11, 12). Cuando algo así sucede, vale la pena prestar atención. 5. El Señor nos muestra el fruto de nuestra decisión. Pedro vio el fruto de su paso de fe: ¡Cornelio y su familia empezaron a rezar todos en lenguas mientras predicaba! (Hechos 11, 15-17). Tú también puedes probar tus acciones observando si ayudan a producir una fe más profunda, paz, sanidad y perdón. La receptividad de Pedro al Espíritu Santo abrió la Iglesia a millones de personas, incluyéndonos a nosotros. ¿Quién sabe lo que Dios tiene reservado conforme cada uno de nosotros sigue su guía? “Señor Jesús, moldea mi corazón y mi mente, ayúdame a responder a tu guía, te lo ruego.” ³³

Salmo 42 (41), 2-3; 43 (42), 3-4 Juan 10, 1-10

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de abril, martes Hechos 11, 19-26 Algunos de los que se habían dispersado, huyendo de la persecución… predicaban el Evangelio. (Hechos 11, 19) Un refrán dice: “Dios escribe recto en reglones torcidos”. Significa que Dios tiene una forma de cumplir su plan a pesar de los giros en la historia de la humanidad. Con seguridad, cuando la persecución surgió, parecía un prematuro y rápido fin para la Iglesia. ¿Cómo podía este grupo de creyentes sobrevivir a una oposición tan violenta? Pero ni siquiera la pasión y la ira del hombre pueden vencer a Dios. Como le dijo San Pablo a los corintios, si los dirigentes judíos hubieran comprendido la sabiduría de Dios, jamás habrían crucificado a Jesús, pero Dios lo justificó resucitándolo de entre los muertos (1 Corintios 2, 8). De la misma manera, aunque la persecución en Jerusalén pretendía poner un fin a estos seguidores advenedizos de Cristo, más bien difundió la proclamación del Evangelio, primero a los judíos, luego a los griegos hasta que “se ganó para el Señor una gran muchedumbre” (Hechos 11, 24). Lo mismo sucede con tu vida: Cambios, giros y renglones torcidos con toda seguridad sucederán. Tal vez no estaban dentro de tus planes, sin embargo ninguno de ellos puede impedir el plan de Dios para ti. No importa los 62 | La Palabra Entre Nosotros

acontecimientos que surjan en tu vida, él es infinitamente creativo y siempre capaz de cumplir sus deseos más profundos. El Señor quiere que vivas con él toda la eternidad así que él hará todo lo necesario para ayudarte a llegar ahí. Pero, ¿qué puedes hacer cuando todo lo que logras ver es el obstáculo en el camino? Empieza por recordarte a ti mismo mientras enfrentas el obstáculo: Dios siempre tiene una respuesta en mente. Aférrate a lo que sabes, sin importar lo que no puedes ver delante de ti. Aquellos primeros creyentes, aunque fueron perseguidos y expulsados de Jerusalén, continuaron proclamando la buena nueva. De la misma manera, tú puedes continuar amando y sirviendo al Señor, donde sea que estés y en cualquier circunstancia. Aférrate a las verdades que conoces aun cuando esperes que Dios te muestre el siguiente paso que él ha planeado para ti. Escucha mientras rezas las palabras de motivación del Señor. Dios te ayudará a sortear las curvas de la vida. “Señor Jesús, en este momento no puedo ver hacia dónde me diriges, pero confío en que tú estás realizando tu buena voluntad en mi vida.” ³³

Salmo 87 (86), 1-7 Juan 10, 22-30


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de abril, miércoles San Pedro Chanel, presbítero y mártir San Luis María Grignion de Montfort Hechos 12, 24—13, 5 ¿Sabías que el cristianismo es la religión más grande? Según los datos más recientes, está conformada por aproximadamente el 32% de la población global. Evidentemente, el Espíritu Santo continúa actuando en el corazón de muchos y atrayendo a las personas de todas las naciones hacia Jesús. Este es el tema de las tres lecturas de hoy. La primera lectura describe cómo Pablo y Bernabé fueron enviados a su primer viaje misionero. El salmo proclama que “todos los pueblos” conozcan la salvación de Dios (Salmo 67 (66), 3). Y en el Evangelio, Jesús extiende su invitación final para que todos crean en él (Juan 12, 46). Entonces, ¿cómo se proclama el evangelio? ¡A través nuestro! Jesús nos encargó su misión, y es bueno preguntar de vez en cuando cómo nos está yendo. Todos tenemos trabajo que hacer. En América del Norte y Europa, la Iglesia está luchando. Por el contrario, en el Sur está creciendo, pero aún hay muchos retos misioneros y el martirio es muy común. La idea de la evangelización puede causar temor, pero tú verdaderamente

puedes hacer la diferencia, reza frecuentemente por el crecimiento de la Iglesia así como por tu familia y amigos que están alejados del Señor. Puedes buscar las oportunidades en tu vida cotidiana para plantar las semillas del Evangelio. No pienses que debes hacerlo todo por tu cuenta, solo haz tu parte, y deja el resto en manos del Señor y de aquellos a quienes él envíe. Cuando se presente la oportunidad, pídele al Espíritu Santo que te dé la valentía y la humildad de compartir tu fe. Puedes narrar algún momento en que sentiste el cuidado de Dios o cómo te bendijo especialmente; o leer tu versículo favorito de la Biblia. No es necesario que tengas las palabras perfectas o que intentes convertir a alguien, ese es el trabajo del Espíritu Santo. Pero siempre puedes ser abierto y honesto respecto a tu fe. Dios no ha cambiado sus planes. Durante los últimos dos mil años, él ha estado llamando a su pueblo a ir y compartir la Buena Noticia. Que todos podamos comprometernos en ayudar a que “cunda y se propague” (Hechos 12, 24). “Espíritu Santo, ¡deseo compartir el amor de Dios con el mundo!” ³³

Salmo 67 (66), 2-3. 5. 6. 8 Juan 12, 44-50

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de abril, jueves Santa Catalina de Siena, virgen y doctora de

la Iglesia Juan 13, 16-20 …esto es para que se cumpla el pasaje de la Escritura. (Juan 13, 18) Jesús acababa de lavarle los pies a los apóstoles, incluyendo a Judas, que él sabía que lo iba a traicionar esa misma noche. Por eso citó el Salmo 41 (40), 10: “El que comparte mi pan me ha traicionado.” El Señor quería mostrarle a los otros que la traición de Judas en realidad era parte del plan de Dios para que se cumplieran las Escrituras (Juan 13, 18). Resulta sorprendente la forma en que Dios puede utilizar la más amarga de las traiciones para cumplir las Escrituras y su promesa de salvar a su pueblo. A menudo la forma en la que Dios actúa no se parece en nada a lo que nosotros esperaríamos. Los judíos devotos esperaban al Mesías que rescataría a Israel, y se fijaban en los héroes del pasado, como Moisés, Josué, Gedeón y David, concluyendo que necesitaban otro héroe poderoso que acabara con la ocupación romana y restableciera el reino. Pero en Jesús, el heredero del trono de David, el cumplimiento de las Escrituras parecía muy distinto a lo que ellos esperaban; él no gobernaría por la fuerza ni el dominio. Más 64 | La Palabra Entre Nosotros

bien, sería traicionado por uno de sus compañeros más cercanos y finalmente entregaría su vida en la cruz por amor a su pueblo. De tal forma que en una noche cargada de grandes promesas y esperanza, Jesús le mostró a sus discípulos cuál era el tipo de coronación que él recibiría y cuál clase de reino estaba estableciendo. Al lavar los pies de los discípulos, les enseñó que él es un rey que sirve a sus súbditos. En los siguientes días, ellos verían a un rey que entregó su vida por amor a su pueblo, derrotó a la muerte y que se ofrece a limpiar sus pecados todos los días. Jesús desea entrar en tu corazón y servirte (Juan 13, 19). Podría ser que esto no es lo que esperas del Rey del universo, pero es exactamente la forma en la que Dios decidió cumplir las Escrituras. Te invito, entonces, a que le abras tu corazón y le permitas servirte. Permite que el Señor perdone tus pecados y te limpie. Permite que Jesucristo sea tu Rey-servidor, ahora y para siempre. “Señor Jesús, ¡gracias por servirme, lavarme y entregar tu vida por mí!” ³³

Hechos 13, 13-25 Salmo 89 (88), 2-3. 21-22. 25. 27


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de abril, viernes San Pío V, papa Juan 14, 1-6 Yo soy el camino, la verdad y la vida. (Juan 14, 6) En 1654, Blaise Pascal, el famoso matemático, físico y escritor tuvo una experiencia de conversión que le ayudó a regresar a su fe católica con un celo renovado. Cuando Pascal murió ocho años más tarde, su sirviente encontró que había cosido un parche dentro de su abrigo que contenía recordatorios garabateados de esa experiencia de conversión. Cada vez que Pascal cambiaba su abrigo, cosía el parche de nuevo. La nota era bastante larga pero incluía un segmento particularmente hermoso: Nos mantenemos aferrados a él solo por las enseñanzas del Evangelio. Renunciación, total y dulce. Sumisión total a Jesucristo y a mi director. No olvidaré su palabra. Amén. Es interesante pensar en que un hombre tan brillante hiciera tal cosa para recordarse a sí mismo su conversión y permanecer centrado en el amor que Jesús le tenía. Cuando los discípulos escucharon que Jesús los iba a dejar y les prepararía un lugar para ellos en el cielo, se sintieron confundidos y preocupados de no poder ser capaces de seguirlo hasta ahí. Pero Jesús los reconfortó: ellos conocían el camino al cielo,

solamente tenían que concentrarse en seguirlo a él. ¿Has sentido alguna vez que podrías no ser capaz de seguir el camino correcto al cielo? ¿O incluso que podrías no ser digno de ese lugar de reposo que Cristo ha preparado para ti? Blaise Pascal puede habernos mostrado el camino a muchos descubrimientos en la ciencia y las matemáticas, pero su simple práctica de coser un pedazo de parche en su abrigo puede enseñarnos una lección invaluable. Él nos enseña cómo fijarnos en Cristo cuando nos sentimos inseguros o indignos. De una forma poética, se aseguró de que su fe estuviera entretejida a su vida diaria para poder recordarla y recordarse a sí mismo de su veracidad. Tú puedes imitar a Pascal y encontrar alguna forma de recordarte a ti mismo la presencia constante de Jesús en tu vida. Tal vez una nota que coloques en el bolsillo de tu abrigo o un rosario que tengas al lado de tu cama o una imagen sagrada en tu escritorio puede ayudarte. Jesús es el camino, ¡y vale la pena seguirlo! “Señor Jesús, ayúdame a grabar tu amor en mi corazón y caminar con confianza en la fe y seguir tu camino, te lo ruego.” ³³

Hechos 13, 26-33 Salmo 2, 6-11

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de mayo, sábado Juan 14, 7-14 El que crea en mí, hará las obras que hago yo y las hará aún mayores. (Juan 14, 12) ¡Esa es una gran promesa! ¿Cómo es posible que alguno de nosotros pueda llegar a realizar obras más grandes que las del mismo Jesús? ¿Cómo sería posible hacer una obra “más grande” que detener una tormenta en el mar, devolver la vista a un ciego o resucitar a un muerto? Bueno, lo primero que debemos recordar es que cualesquiera sean las “obras” que hagamos, no es precisamente que las hagamos por nosotros mismos. Cualquier plegaria respondida, cualquier ofensa perdonada, cualquier conversación que surja, todo sucede porque Jesús está realizando su obra en o a través de nosotros. Jesús vino a transformarnos para que seamos cada vez más semejantes a él. Es más, poco antes de hacer esta promesa, Jesús dijo: “Las palabras que yo digo, no las digo por mi propia cuenta” (Juan 14, 10). Porque para Jesús, sus palabras son sus “obras”, son palabras que tienen el poder para calmar el temor, quitar la culpa y curar enfermedades. Son las palabras que él nos dice a nosotros y que podemos transmitir fácilmente a otros. Es importante resaltar que Jesús 66 | La Palabra Entre Nosotros

no estaba hablando solamente sobre sus sorprendentes milagros, también hablaba sobre el poder de sus palabras que cambian a los seres humanos pecadores en hijos de Dios amorosos, humildes y llenos de su gracia. Estas son solo algunas de las “obras mayores” que podemos hacer, y son más grandes por dos razones: primero, porque Jesús las hace a través de personas pecadoras como nosotros. Y segundo, porque podemos llevar las buenas noticias a muchas más personas de las que él mismo alcanzó cuando estuvo en la tierra. O, para ser más precisos, Jesús ahora está más al alcance de la gente a través de su pueblo, que está disperso por el mundo. ¿Te parece que el llamado a evangelizar es una tarea o labor imposible? Si es así, ten valor. Jesús te ha prometido que tú puedes marcar la diferencia. El Señor habita en ti y actuará por medio tuyo. Ya sea que estés evangelizando a través de tu ejemplo, tus palabras o tu oración de intercesión, ¡no lo estás haciendo solo! “Señor, ¡estoy sorprendido de que hayas prometido que me ayudarás a realizar obras más grandes que las que tú mismo hiciste!” ³³

Hechos 13, 44-52 Salmo 98 (97), 1-4


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MEDITACIONES MAYO 2-8

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de mayo, Quinto Domingo de Pascua 1 Juan 3, 18-24 En la segunda lectura de hoy, San Juan nos ofrece una guía sólida sobre cómo es que “permanecemos” en el amor de Dios (1 Juan 3, 24). Nos dice que uno de los secretos para lograrlo es poner atención a los sentimientos que tenemos en nuestro corazón. Y la razón es que el corazón, o la conciencia, es el lugar donde el Espíritu Santo nos habla más íntimamente. Por un lado, Juan nos dice que tengamos “confianza en Dios”, lo que significa que el Espíritu está derramando el amor del Padre en nosotros y dándonos la seguridad de que estamos cumpliendo sus mandamientos. Por otro lado, nuestro corazón puede “acusarnos”, o el Espíritu Santo puede mostrarnos que hemos actuado egoístamente o que hemos pecado contra alguien (1 Juan 3, 20-21). Seguramente todos hemos tenido alguna de estas experiencias. San Juan explica claramente que este no es un simple asunto de nuestra propia conciencia. A lo largo de su carta, hace énfasis en la obra del

Espíritu Santo que graba sus palabras en nuestro corazón y nos concede la gracia para obedecerlas. ¿Qué significa esto para nosotros? Significa que si el Espíritu Santo está actuando en tu vida, entonces debes prestar atención cuando sientas un impulso en tu corazón. Presta atención a lo que sientes en tu corazón, porque bien puede ser que el Espíritu esté tratando de ayudarte a tomar las decisiones correctas e intentando acercarte al Señor Jesús. Resulta emocionante saber que el Espíritu Santo está actuando constantemente para formar tu corazón y ayudarte a tomar buenas decisiones. ¡El Señor actúa incluso cuando no te das cuenta! También es reconfortante saber que él no dejará de actuar en tu vida hasta que cada uno de tus pensamientos y acciones agraden a Jesús y edifiquen su Reino. Procura permanecer en el amor de Dios. Intenta prestar atención a lo que sientas en tu corazón y trata de poner en práctica aquello que tú creas que Dios te está pidiendo. “Espíritu Santo, te suplico que me inspires para hacer buenas obras en espíritu y verdad.” ³³

Hechos 9, 26-31 Salmo 22 (21), 26-28, 30-32 Juan 15, 1-8

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de mayo, lunes Santos Felipe y Santiago, Apóstoles Juan 14, 6-14 Al conocer la historia personal de Felipe con Jesús, podemos preguntarnos cómo es posible que haya dicho: “Muéstranos al Padre.” Después de todo, Jesús, el “camino al Padre”, estaba delante suyo y de Santiago y de todos los apóstoles. Además, acababa de afirmar: “Si ustedes me conocen a mí, conocen también a mi Padre” (Juan 17, 7). Pero probablemente deberíamos tener más misericordia con Felipe. Aquí estamos nosotros, dos mil años más tarde, ¡e incluso nosotros podemos tener dificultades para entender los planes de Dios! Recuerda la respuesta que Jesús le dio a Felipe: “Es el Padre, que permanece en mí, quien hace las obras. Créanme… Si no… créanlo por las obras.” Jesús lo estaba animando a no darse por vencido cuando no podía entender, y más bien a seguir pidiendo, buscando y tocando confiado en recibir una respuesta. Es posible que no entendamos todo, podríamos sentir que no entendemos nada. Pero podemos cambiar nuestra visión de lo que no entendemos hacia lo que sí comprendemos. Por ejemplo, es posible que te sea difícil entender en qué forma Jesús está presente en la Eucaristía bajo

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la apariencia del pan y el vino, pero puedes maravillarte de que las celebraciones eucarísticas suceden diariamente en todo el mundo. Tal vez te cuesta comprender un cierto pasaje de la Escritura que da vueltas en tu mente. Quizá te haces la pregunta “¿alguna vez aprenderé?” Pero recuerda que Jesús bendice profundamente la fe que es como la de un niño. O quizá estás luchando por entender la razón por la cual no siempre sientes la presencia de Dios cuando rezas. Pero puedes intentar reflexionar en formas en que ya has visto su obra. Puedes sentir su paz en un momento de tranquilidad temprano en la mañana. O al contrario: Puedes descubrir su sentido del humor en el caos de una situación confusa. ¡Permite que sus obras, tanto las grandes como las pequeñas, renueven tu fe! Las historias de Felipe y Santiago no terminan con la lectura del Evangelio de hoy. Estos dos hombres se convirtieron en evangelistas y mártires que establecieron las bases de la Iglesia. Dios estaba actuando entonces, incluso cuando ellos no podían verlo. ¡Y está actuando ahora! “Padre, te pido que me reveles tu obra cuando no vea con claridad.” ³³

1 Corintios 15, 1-8 Salmo 19 (18), 2-5


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de mayo, martes Juan 14, 27-31 Se acerca el príncipe de este mundo. (Juan 14, 30) Para comprender mejor este versículo del Evangelio de San Juan, resulta útil devolverse hasta el relato del jardín del Edén y a la conversación de la serpiente con Eva. “Serán como Dios”, le dijo (Génesis 3, 5). Si ella y su esposo comían del fruto prohibido, podrían distinguir entre el bien y el mal, ya no tendrían que someterse a las reglas de Dios; podrían crear las suyas propias. Convencidos, desobedecieron a Dios, escucharon a la serpiente, y comieron del fruto prohibido. Fue así como el demonio se convirtió en “el príncipe de este mundo” (Juan 14, 30). Al engañar a nuestros primeros padres “entró el pecado en el mundo y por el pecado entró la muerte y así la muerte pasó a todos” (Romanos 5, 12). El pecado y sus efectos se esparcieron por todo el mundo conforme las personas adoptaban las reglas del demonio en lugar de las de Dios. Pero luego Jesús vino y reveló un nuevo modo de vida. Frente a la codicia egoísta que es el centro del reinado de Satanás, Jesús siguió la regla del amor que se dona a los demás. Cuando Satanás motivó a la venganza y la condenación, Jesús predicó misericordia y perdón. Mientras Satanás

prefiere el orgullo y la arrogancia, Jesús enseñó humildad y servicio. Una y otra vez, Jesús mostró que el demonio no tiene poder sobre él (Juan 14, 30). Ninguna mentira o tentación podría convencerlo de apartarse de su camino. Jesús obedeció la ley del amor en todo el camino hacia su muerte y resurrección. Y por la fidelidad de Jesús hasta la muerte, el cetro de hierro del reinado de Satanás se quebró. Gracias a Cristo, ahora nosotros podemos escoger “la ley del Espíritu que da vida en Cristo Jesús” en lugar de “la ley del pecado y de la muerte” del demonio (Romanos 8, 2). Jesús quiere que recuerdes que él está a tu lado, él ha vencido al príncipe de este mundo. Tú ya no estás bajo el dominio del demonio, realmente puedes compartir la victoria de Jesús. Tú tienes opciones que tus ancestros nunca tuvieron: Tienes al Espíritu Santo, que siempre está listo para ayudarte a seguir el camino de Cristo. Entonces, ¿cuál reinado decides seguir hoy? “Señor Jesús, te suplico que me ayudes a permanecer fiel a ti.” ³³

Hechos 14, 19-28 Salmo 145 (144), 10-13. 21

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de mayo, miércoles Juan 15, 1- 8 Permanezcan en mí y yo en ustedes. (Juan 15, 4) En el Evangelio de hoy, Jesús utiliza la hermosa imagen de la viña y los sarmientos para describir la forma en que estamos unidos con el Señor y dependemos de él. De la misma forma en que la viña sostiene a los sarmientos, su vida divina fluye en nosotros. Sin él, no seremos capaces de crecer o dar fruto en nuestra vida de fe. Seremos como madera seca y muerta, incapaces de producir nada. Esa es la razón por la cual Jesús nos dice que permanezcamos en él. Pero, ¿cómo hacemos eso, especialmente cuando cada día nos enfrentamos a montañas de responsabilidades que alejan nuestros pensamientos de Dios? Apoyándonos en él continuamente, descansando en su amor, confianza y amistad. Esto implica que tomemos la decisión de hacer el esfuerzo por acercarnos al Señor en cada momento del día. Una forma de iniciar es dedicándole tu vida al Señor por la mañana, con una pequeña oración. Puedes rezar de esta forma: “Gracias, Señor, por darme este día para amarte y servirte. Te pido que me ayudes a permanecer unido a ti.” Probablemente tú ya acudes a la presencia del Señor durante tu tiempo regular de oración diaria, pero asegúrate

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de no estarte limitando solo a eso. Puedes procurar tener otros encuentros con Dios durante el día. Por ejemplo, mientras doblas la ropa o preparas la comida, puedes entonar un cántico de alabanza. En la oficina, puedes tomar unos minutos para hacer una oración de gratitud. Puedes expresar tu amor a Dios incluso cuando estás en el auto esperando que la luz del semáforo se ponga en verde. Conforme el día avanza, es posible que te enfrentes a la ansiedad o a un momento de tristeza o luches contra una tentación. Esos son momentos especialmente importantes cuando clamas a Dios y le dices lo que está en tu corazón y luego escuchas para ver si él tiene algo que decirte. Permanecer en Cristo realmente hace una diferencia. ¿Quién sabe? Si lo intentas hoy, podrías abrir tu corazón para compartir tu fe con algún compañero de trabajo. O tal vez encuentres la gracia de ser más paciente con un hijo difícil. Las posibilidades son infinitas conforme te esfuerzas a vivir en él y a creer que él vive en ti. “Amado Jesús, tú eres la viña y yo soy el sarmiento, te ruego que me permitas estar siempre unido a ti.” ³³

Hechos 15, 1-6 Salmo 122 (121), 1-5


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de mayo, jueves Hechos 15, 7-21 No se debe molestar a los paganos que se convierten a Dios. (Hechos 15, 19) Después de todo el debate, las argumentaciones y la discusión, los apóstoles discernieron que la gracia y la fe eran el corazón de la alianza de Dios con su pueblo. No era necesario que los gentiles adoptaran la Ley de Moisés completa cuando se convertían al cristianismo, porque la ley era una obra de la gracia de Dios, así como lo eran la muerte y la resurrección de Jesús. Era suficiente que ellos aceptaran esta gracia al creer en Jesús y ser bautizados en su nombre. Esta es una gran verdad que todos debemos recordar. La alianza que Dios hizo con los judíos, y la nueva alianza que hizo con los creyentes a través de Jesús, fueron obras de gracia. Desde el inicio, Dios se ha acercado a su pueblo, ofreciéndole una porción de su amor. El énfasis estaba en la acción de Dios y no en la nuestra. Y por eso, tanto los judíos como los griegos podían ser salvados por el generoso don de la gracia que no se basaba en su acción, ¡sino en la acción de Dios! Esta visión es fundamental para nosotros también. No se trata de lo bien que cumplas todas las reglas, sino de saber que el amor de Dios está actuando en ti y que su gracia tiene

el poder de cambiar tu vida, de una forma más eficaz que tu solo esfuerzo humano. Entonces, la pregunta es la siguiente: ¿Puedes identificar cómo actúa la gracia de Dios en ti? Recuerda, no se trata de lo que tú puedes lograr por ti mismo, sino de lo que Dios puede hacer en ti. Cada vez que tu corazón se conmueve por alguien que está sufriendo, eso es gracia. Cada vez que notas que eres más paciente con tus hijos, eso es gracia. Cada vez que deseas agradar a Dios y te arrepientes por ofenderlo, eso es gracia. Esta clase de cosas te muestran que el amor del Señor está haciendo una diferencia en tu vida, te está enseñando a obedecer la ley de Dios por amor y no por temor. Querido lector, alaba a Dios por tu fe, dale más importancia a la gratitud que a la preocupación por los requisitos legales. Recuerda que el centro de todo no eres tú, sino lo que Dios ha hecho por ti. “Padre celestial, te alabo porque tu gracia está actuando en mi vida; gracias por darme el don de la fe.” ³³

Salmo 96 (95), 1-3. 10 Juan 15, 9-11

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de mayo, viernes Juan 15, 12-17 Este es mi mandamiento: que se amen los unos a otros como yo los he amado. (Juan 15, 12) Es difícil imaginar de qué forma podemos amarnos unos a otros de la misma manera en que Jesús nos ama a nosotros. ¿Cómo puede compararse el amor de Dios con el nuestro? Jesús, que era Dios y hombre, nos mostró en formas concretas, muy humanas cómo amar. Así que si deseamos cumplir su mandamiento, observemos cómo se veía el amor en su vida. El amor de Jesús es incondicional. Dos buenos ejemplos son la mujer samaritana que Jesús encontró en el pozo o Zaqueo, el jefe de los cobradores de impuestos (Juan 4, 1-12; Lucas 19, 1-10). Jesús no pretendía privarlos de su amor hasta que ellos cambiaran su vida, él sabía que sería un encuentro con su amor lo que los motivaría a cambiar. Amar como Jesús ama significa amar a la gente tal como es, aun cuando tratemos de acercarlos gentilmente al Señor. Su amor es misericordioso. Jesús fue misericordioso con la mujer descubierta en adulterio y con la que lo ungió con el frasco de alabastro (Juan 8, 3-11; Lucas 7, 36- 50). También perdonó a Pedro que lo negó tres veces (Juan 21, 15-17). Incluso perdonó a sus perseguidores desde la

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cruz (Lucas 23, 34). Amar a las personas implica ser misericordiosos con ellas, así como esperamos que ellos sean misericordiosos con nosotros. Significa permitir que la misericordia de Jesús ablande nuestro corazón para que estemos prestos a perdonar las ofensas y los pecados que puedan cometer contra nosotros. El amor de Jesús es de sacrificio. El Señor viajó de un lugar a otro sin tener dónde recostar la cabeza (Lucas 9, 58). Soportó la oposición de los jefes religiosos. “Emprendió con valor su viaje a Jerusalén” (9, 51), consciente de que iba camino a morir en la cruz para salvarnos. Jesús nos muestra que el amor implica sacrificio. Significa poner las necesidades de otras personas antes que las nuestras, incluso, y especialmente, cuando duele hacerlo. Amar de la misma forma en que Jesús nos ama no siempre es fácil. Afortunadamente, no solo tenemos el ejemplo humano de Jesús para mostrarnos cómo es el amor divino; también tenemos su presencia en nuestro corazón. Al abrirnos diariamente a su gracia, descubriremos que estamos más dispuestos a amar como él lo hace. “Señor, te suplico que me ayudes a amar a las personas de la misma forma en que tú me amas a mí.” ³³

Hechos 15, 22-31 Salmo 57 (56), 8-10. 12


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de mayo, sábado Hechos 16, 1-10 El Espíritu Santo les había prohibido predicar la palabra en la provincia de Asia. (Hechos 16, 6) En la vida se nos presentan situaciones que parecen excelentes oportunidades. Por ejemplo, nos ofrecen un ascenso en el trabajo o planeamos un viaje con la familia. Pero, en el camino, algo sucede y no obtenemos el ascenso prometido o una enfermedad trunca el viaje. ¿Qué hacemos cuando algo que parece bueno finalmente no funciona? Podemos hacer suposiciones de las muchas razones por las cuales algo no sucede de la forma en que esperábamos, pero a veces no llegaremos a conocer la razón. Pablo y Timoteo no tenían más que buenas intenciones cuando buscaban ir a predicar el Evangelio en Asia. Sin embargo, por alguna razón, el Espíritu Santo les impidió hacerlo, y pareciera que ellos desconocían por qué. Tal vez quisieron averiguar, pero no permitieron que sus conjeturas les impidieran avanzar con su gran proyecto: Compartir la Buena Noticia. Así que simplemente se dirigieron al siguiente lugar donde creían que debían ir, los territorios de Frigia y Galacia. Todos hemos vivido la experiencia de que se nos cierre una puerta, en nuestro lugar de trabajo o en la iglesia, en nuestra casa o familia. Cuando te

enfrentes a estas circunstancias, procura seguir el ejemplo de Pablo y Timoteo. En lugar de preguntarte cuál puede ser la razón por la que se cerró una oportunidad para ti, sigue adelante y haz aquello que sabes que es lo correcto. Si un posible trabajo no funciona, busca otro. Si en la iglesia ya no se necesita cierto servicio, busca otras oportunidades de servir. Decepcionarse cuando algo no sale como esperabas es totalmente humano, pero intenta que eso no te desanime. Más bien, procura entender cuál debe ser tu próximo paso y sigue adelante. Mantente concentrado en la visión más amplia que Dios tiene para ti. Confía en que el Espíritu Santo te está guiando y protegiendo, ya sea que entiendas o no las razones de los giros que surgen en el camino. Al final, no siempre podemos comprender el cuadro grande que Dios tiene para nosotros. Pero él es un Dios bueno, ¡y siempre podemos confiar en que su plan para nosotros es mejor que cualquier otro que se nos hubiera ocurrido! “Espíritu Santo, confío en ti, aun cuando no entiendo por qué se ha cerrado una puerta en mi vida. No permitas que los cambios de planes me desanimen, te lo ruego.” ³³

Salmo 100 (99), 1-3. 5 Juan 15, 18-21

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MEDITACIONES MAYO 9-15

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de mayo, Sexto Domingo de Pascua Hechos 10, 25-26. 34-35. 44-48 Actualmente, los sacramentos de iniciación generalmente suceden en este orden: El Bautismo para los bebés, la Primera Comunión para los niños y la Confirmación en la adolescencia. En la Iglesia primitiva, el orden era un poco diferente. Una vez que una persona se convertía a Cristo, recibía los tres sacramentos —Bautismo, Eucaristía y Confirmación— al mismo tiempo. La primera lectura de hoy nos dice que el Espíritu Santo no siempre sigue el orden prescrito. Antes de ser bautizado, Cornelio fue visitado por un ángel. Al mismo tiempo, el Espíritu Santo le dijo a Pedro que visitara a Cornelio, a pesar de que era un gentil, y Pedro —un judío devoto— tenía prohibido entrar en la casa de un gentil. Luego, mientras Pedro le predicaba a Cornelio y su familia, Dios rompió las reglas de nuevo. El Espíritu Santo descendió sobre estos gentiles, y ellos empezaron a hablar en lenguas. No fue necesario que se arrepintieran, se convirtieran o fueran bautizados; el

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Espíritu simplemente descendió. Y no fue hasta después de que recibieron el Espíritu, que Pedro los bautizó. ¿Cuál es la idea de esta historia? Dios desea transformar la forma en que pensamos. Cambió la forma de pensar de Cornelio y de Pedro mientras ellos rezaban, y lo mismo puede sucedernos a nosotros (Hechos 10, 3. 10-16). También cambió la forma de pensar de todos los que estaban presentes mientras Pedro predicaba y a toda la Iglesia cuando Pedro les explicó a los otros apóstoles lo que había sucedido en la casa de Cornelio (Hechos 11, 1-18). Hoy, cuando reces, pídele al Espíritu Santo que transforme tu manera de pensar y de actuar. Luego escucha lo que viene a tu mente. Cuando se proclaman las Escrituras en la Misa, pídele al Espíritu que te dé una nueva perspectiva del amor de Dios. Cuando escuches la homilía, pídele que te muestre cómo ponerla en práctica. Y cuando reces después de la Comunión, pídele que aumente tu amor por las personas que se encuentran a tu alrededor. Luego ve, e intenta hacer lo que creas que el Espíritu ha puesto en tu corazón. “Ven, Espíritu Santo y transforma mi corazón.” ³³

Salmo 98 (97), 1-4 1 Juan 4, 7-10 Juan 15, 9-17


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de mayo, lunes San Damián de Veuster, presbítero Hechos 16, 11-15 El Señor le tocó el corazón para que aceptara el mensaje de Pablo. (Hechos 16, 14) En la primera lectura de hoy sucede algo extraordinario. Mientas San Pablo predicaba el Evangelio, una próspera mujer de negocios, “comerciante de púrpura”, creyó en Jesús (Hechos 16, 14). Rápidamente ella buscó el Bautismo para sí misma y para los de su familia. Luego abrió su casa a Pablo y sus compañeros, e insistió en que se hospedaran con ella. En estos pocos versículos sucede mucho, así que prestemos atención a todos los detalles. Sabemos que Lidia, aunque no era judía, adoraba al Dios de Israel. Así que podemos asumir que Dios ya había empezado a actuar en su corazón, alejándola de los dioses falsos del paganismo. Entonces cuando Pablo comenzó a hablar sobre Jesús, ella ya entendía un poco el mensaje, lo que le permitió a Dios abrir su corazón todavía más. Con la misma importancia, estos versículos revelan el hábito que tenía Lidia de escuchar cuidadosamente y meditar en lo que Pablo estaba diciendo. Así que se necesitó tanto de que Dios la inspirara a abrir su corazón y que Lidia escuchara con atención para que ella fuera bautizada.

Dios también quiere abrir más nuestro corazón. El Señor desea que recordemos que somos amados, perdonados y fortalecidos por el Espíritu Santo para edificar su Reino. De la misma forma en que él estaba con Lidia, siempre está actuando en nuestra vida, siempre buscando formas de ablandar nuestro corazón. Pero él necesita que nosotros estemos dispuestos a escuchar lo que quiere decirnos. Sí, Dios hace maravillas, pero nosotros tenemos un papel que jugar. Si quieres escuchar la voz de Dios, imita a Lidia y escucha con atención. No tienes que esforzarte mucho para escuchar su palabra. Más bien, adopta una posición de confianza y humildad. Deja lo que estés haciendo y presta mucha atención cuando crees que Dios puede estar tratando de decirte algo. San Pablo y sus compañeros estaban buscando un lugar donde orar cuando se encontraron con Lidia y sus amigos. Nunca sabemos cuándo o dónde Dios nos hablará. ¡Que siempre estemos alertas y dispuestos a responder cuando lo haga! “Amado Señor, te pido que me des la gracia de escuchar lo que tú quieres revelarme.” ³³

Salmo 149, 1-6. 9 Juan 15, 26—16, 4

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de mayo, martes Hechos 16, 22-34 De pronto sobrevino un temblor... violento. (Hechos 16, 26) Cuando sobrevino el temblor y sus cadenas se soltaron, Pablo y Silas estaban cantando y alabando a Dios. ¿Por qué, después de haber sido desnudados y golpeados, elevarían sus voces en alabanza? Porque sabían que él merecía ser alabado sin importar la situación en la que ellos se encontraran. Pareciera que el terremoto fue un efecto de la alabanza que Pablo y Silas elevaron a Dios, y tal vez sí lo fue. Pero sus rezos e himnos tenían efectos más profundos y trascendentales para ellos mismos y para los que estaban a su alrededor. Para Pablo y Silas, entonar himnos los ayudaba a mantenerse concentrados en Dios y en su bondad. Les recordaba todas las bendiciones que habían recibido de su mano y la gratitud que se cultivaba en su corazón les ayudaba a ver su difícil situación a través de los ojos de la fe. Pero los efectos iban todavía más allá. Al escuchar estas palabras de alabanza y acción de gracias de dos hombres maltratados y golpeados, el carcelero y otros prisioneros fueron capaces de ver la bondad de Dios en acción. Se les conmovió el corazón y decidieron buscar a Dios ellos mismos. Estaban sorprendidos por la forma

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en que su fe los sostenía en medio de aquel terrorífico terremoto y cómo eso les impidió escaparse de inmediato una vez que las cadenas se rompieron y las puertas de la prisión se abrieron. El carcelero se impactó tan profundamente que no solo pidió ser bautizado, sino que cuidó de los prisioneros curando sus heridas y ofreciéndoles una comida en el medio de la noche. Esto demuestra que siempre es el momento adecuado para alabar a Dios. A veces, al igual que San Pablo y Silas, vemos los efectos prácticos de nuestra oración. Mientras vamos desarrollando el hábito de alabar a Dios independientemente de nuestras circunstancias, nuestros pensamientos se unen con los suyos. Así aprenderemos a mantenernos centrados en lo que es verdad respecto a Dios, y no solo en lo que nos está sucediendo en ese momento de la vida. También puede impactar a otras personas a nuestro alrededor y abrir nuestros ojos a la realidad del amor y la provisión de Dios. Por esta razón, siempre es una buena idea alabar a Dios en todas las circunstancias. “Señor Jesús, tú eres digno de toda alabanza. Te ruego que me ayudes a alabarte en todo momento.” ³³

Salmo 138 (137), 1-3. 7-8 Juan 16, 5-11


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de mayo, miércoles Santos Nereo y Aquileo, mártires San Pancracio, mártir Hechos 17, 15. 22 —18, 1 Pablo... se presentó en el Areópago. (Hechos 17, 22) San Pablo se encontraba en el centro del mundo civilizado. El Areópago, una colina cerca de la Acrópolis en Atenas, era el centro de la vida social, cultural y política. Las personas se reunían en los santuarios paganos que se encontraban ahí. Así que cuando los ancianos invitaron a Pablo a defender su mensaje, él aprovechó la oportunidad. Tenía la posibilidad de abrir un camino entre el Evangelio y el mundo pagano. ¿Qué les diría? Comencemos por lo que no les dijo. No los condenó ni habló de lo alejados que estaban de Dios. Más bien reconoció las cosas buenas que veía en ellos. Este pueblo era muy religioso, estaban interesados en los santuarios y los altares porque eran conscientes de la divinidad en su vida. Luego, observó que ellos habían edificado un altar “al Dios desconocido”, y lo aprovechó para hablarles sobre Jesús. Pablo les dijo que en lugar de múltiples dioses, solo existe uno que es el Señor, creador de todas las cosas. Respetuosamente expuso y corrigió su idolatría.

Incluso citó la poesía griega y la aplicó a Dios: “en él vivimos, nos movemos y somos… ‘Somos de su mismo linaje’” (Hechos 17, 28). Demostrando que entendía su cultura puso su infinita búsqueda de Dios en la perspectiva de la fe cristiana. En todo esto, Pablo fue capaz de ver más allá de la idolatría de los atenienses y descubrir los verdaderos deseos de su corazón. La visión de Pablo puede ayudarte en tu relación con otras personas, cuando estás viendo las noticias o te sientes decepcionado por la negatividad de las redes sociales. Averigua lo que puede estar sucediendo o lo que se encuentra detrás de las heridas del corazón e intenta identificar lo positivo de la situación. Comienza desde lo que le resulta familiar a la persona y desarróllalo. Cada persona es amada por Dios, y si está alejada de él, Dios solo desea acercarla de vuelta. Aunque Dios condena el pecado, él siempre quiere salvar al pecador. Esta verdad motivó la predicación de Pablo, y puede ayudarte a crecer en compasión y a encontrar un terreno en común en vez de cerrar la puerta de golpe. ¡Y nunca se sabe lo que Dios puede hacer con una puerta abierta! “¡Señor Jesús, te suplico que me ayudes a imitar a San Pablo!” ³³

Salmo 148, 1-2, 11-14 Juan 16, 12-15 Abril / Mayo 2021 | 77


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de mayo, jueves Juan 16, 16-20 Me volverán a ver. (Juan 16, 16) ¡Qué gran promesa! Jesús se iba, pero luego regresaría y los apóstoles podrían verlo una vez más. Estas palabras deben haberles dado muchísimo consuelo. Desde luego vieron a Jesús nuevamente, el domingo de Pascua, cuando se les apareció en el aposento alto. Pero con “ver” Jesús se refería a mucho más que simplemente encontrarse de nuevo con él y verlo con sus ojos físicos. El Señor siempre estaba hablando de la forma en que el Espíritu Santo los ayudaría a sentir su presencia y su guía incluso después de que él ascendiera al cielo y ya no fuera físicamente visible para ellos. Pero, ¿por qué pensaba Jesús que para nosotros era importante “verlo” de nuevo? ¿Acaso no se ocuparon su cruz y su resurrección de nuestra salvación? ¿No era suficiente para nosotros escuchar el evangelio y ser bautizados en su nombre? No, no era suficiente, y, ¡gracias a Dios por esta verdad! Nosotros necesitamos “ver” a Jesús todos los días, “oír” su voz, conocer su guía y sentir su amor. Como lo enseñó San Pablo, Jesús nos dio el Espíritu para que “entendamos las cosas que Dios en su bondad nos ha dado” (1 Corintios 2, 12).

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Nunca podremos comprender por nosotros mismos el precio que Jesús pagó por nuestra salvación o la profundidad de su amor por nosotros. Y tampoco podremos encontrar por nosotros mismos la mejor forma de seguirlo. Necesitamos que el Espíritu abra los ojos de nuestro corazón para que podamos recibir la gracia de vivir los mandamientos de Jesús. Sin el Espíritu Santo, limitamos tanto nuestro entendimiento como nuestras acciones. Esa es la razón por la cual Jesús desea que seamos bautizados, sumergidos en su Espíritu Santo. El Señor sabe que es la única forma en que podremos conocer el poder y la presencia de Dios en nuestra vida. ¿Qué hicieron los apóstoles después de que Jesús fue apartado de ellos y ya no podían verlo más? Buscando el cumplimiento de su promesa, rezaron, leyeron las Escrituras y clamaron: “¡Ven, Santo Espíritu!” Te invito a seguir su ejemplo. Desde hoy y hasta Pentecostés, estudia la Escritura, fija tus ojos en Jesús y procura aumentar tu oración. Pide la gracia de ver a Jesús con nuevos ojos, los ojos del Espíritu Santo. “¡Ven, Santo Espíritu! ¡Te suplico que abras los ojos de mi corazón!” ³³

Hechos 18, 1-8 Salmo 98 (97), 1-4


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de mayo, viernes San Matías Hechos 1, 15-17. 20-26 A Matías… lo asociaron a los once apóstoles. (Hechos 1, 26) Cuando pensamos en Jesús viajando de un lugar a otro, nos lo imaginamos rodeado de sus doce apóstoles. Pero a menudo no pensamos en todas las otras personas que lo seguían. En la primera lectura de hoy descubrimos que había alrededor de unas ciento veinte personas con Pedro cuando se puso de pie para hablar en Pentecostés (Hechos 1, 15). Podemos suponer que estas personas, y tal vez otras, habían acompañado a Jesús en algún punto de su ministerio público. De hecho, sabemos por Pedro que Matías había estado con ellos “mientras convivió con nosotros el Señor Jesús” (1, 22). Matías fue elegido para reemplazar a Judas, ¿pero quiénes eran los demás? Nunca sabremos sus nombres, pero sí sabemos que Jesús los cautivó al punto de que dejaron sus hogares, sus familias y sus trabajos para seguirlo, aunque no supieran hacia dónde se dirigían o dónde tendrían su próxima comida. Después de la resurrección de Jesús, probablemente fueron parte de los que formaron la primera comunidad cristiana, compartiendo todo lo que tenían unos con otros (Hechos 2, 42-47). Estos creyentes anónimos fueron los primeros en una larga línea de “santos”

incógnitos. Imagina los millones de personas cuyos nombres nunca conoceremos, que a lo largo de los siglos han seguido sus huellas. Piensa especialmente en aquellos que han dejado sus hogares, familias y carreras para seguir al Señor. Ellos trabajaron en la viña del Señor y acercaron a otras personas a la fe; algunos incluso sacrificaron sus vidas por Jesús. Al venerar hoy a San Matías, veneremos también a estos hombres y mujeres. Matías no habría sido un apóstol si no hubiera ganado el sorteo (Hechos 1, 26). Pero, al igual que estos otros, aun habría sido un santo, alguien que habría experimentado el amor de Dios, se hubiera hecho su discípulo y habría hecho lo que él lo hubiera llamado a hacer. Veneremos también a los “santos” que viven en medio de nosotros. Demos honor a aquellos que sabemos que se entregan de todo corazón y ponen sus dones al servicio del Señor. Que su testimonio así como los testimonios de San Matías y sus compañeros creyentes, nos inspiren a hacer lo mismo. “San Matías, ruega para que yo reciba la gracia de seguir a Jesús con todo mi corazón.” ³³

Salmo 113 (112), 1-8 Juan 15, 9-17

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de mayo, sábado San Isidro Labrador Hechos 18, 23-28 Probablemente cada vez que el libro de los Hechos de los Apóstoles comienza a citar lugares como “Frigia” y “Acaya” incluso el más fiel entre nosotros salta al siguiente versículo. Pero, ¿te has interesado alguna vez por buscar una ciudad, persona o contexto histórico relacionado con un pasaje de la Escritura para encontrar el eslabón perdido? Hacerlo no solo te permite descubrir una mayor riqueza, sino que también te permite comprender más de lo que Dios puede decirte. Por ejemplo, si buscas en Internet un mapa de los viajes misioneros de San Pablo, descubrirás que este viaje desde Antioquía hasta Galacia y Frigia lo llevó muy lejos desde Jerusalén a territorio pagano en el oeste. Basado en eso, el celo misionero de Pablo podría resultarte muy inspirador. Si investigas un poco sobre Apolo, contemporáneo de Pablo, y su ciudad natal de Alejandría, descubrirás que había allí una biblioteca de más de medio millón de rollos. Así puedes concluir que Apolo probablemente recibió una excelente educación. La lectura de hoy nos dice que su educación en “la doctrina del Señor” no estuvo completa hasta que Apolo tuvo la humildad de aprender sobre el Bautismo cristiano que le enseñaron Priscila 80 | La Palabra Entre Nosotros

y Aquila, creyentes que fabricaban tiendas de campaña (Hechos 18, 25-26). Esto puede recordarte que Dios habla y actúa a través de personas ordinarias, que a veces vienen de contextos distintos al tuyo. Si no recuerdas qué tienen que ver Priscila y Áquila en los Hechos de los Apóstoles, puedes buscarlos y descubrirlos solo unos cuantos versículos antes, cuando Pablo los conoció en Corinto, la capital de Acaya. Puedes hacer la conexión con que Apolo deseaba predicar en Acaya, la región de donde vienen sus maestros. ¡Qué conveniente que Priscila, Áquila y Pablo enviaran cartas de presentación para él! ¡Qué maravilloso recordatorio de que Dios usa nuestras relaciones dentro del cuerpo de Cristo para hacer avanzar su obra y nuestro bienestar! Estudiar la Palabra de Dios puede ser emocionante y fructífero. Con un simple diccionario bíblico, una concordancia o la Internet, podemos ver más claramente quién es Dios y cómo ha estado actuando en la vida de su pueblo a lo largo de la historia. Podemos conocer más a Cristo, la Palabra viva, a través de la Escritura. “Padre, te ruego que me ayudes a comprender tu Palabra.” ³³

Salmo 47 (46), 2-3. 8-9. 10 Juan 16, 23-28


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MEDITACIONES MAYO 16-22

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de mayo, domingo La Ascensión del Señor Hechos 1, 1-11 ¿Ahora sí vas a restablecer la soberanía de Israel? (Hechos 1, 6) Es increíble: Después de tres años de viajar con Jesús, de verlo ser arrestado, juzgado, crucificado y resucitado de entre los muertos e incluso después de cuarenta días de instrucción inspirada por el Espíritu Santo, los apóstoles seguían confundidos. Le preguntaron si había llegado el momento de expulsar a los romanos y restaurar la antigua gloria de Israel. Simplemente seguían sin entender. Sin embargo, podemos hacer la misma pregunta hoy en día: “Señor, ¿cuándo vendrás y reestablecerás todo otra vez? ¿Cuándo terminarán las guerras, la pobreza y los abortos? Como respuesta, Jesús les dijo a sus apóstoles: Sí, he venido a establecer el Reino de Dios, pero quiero que ustedes lo edifiquen. Hoy, por encima de otros días, es justo alabar a Jesús con “el son de trompetas” (Salmo responsorial). Pero en medio de nuestra celebración, las palabras de Jesús aún resuenan: “serán mis

testigos” (Hechos 1, 8). “Vayan… a las gentes de todas las naciones y háganlas mis discípulos” (Mateo 28, 19). Jesús puede haber ascendido al cielo, pero la obra de su Reino continúa, y él ha colocado esa obra en nuestras manos. Esa es la razón por la cual nos prometió al Espíritu Santo. Necesitamos al Espíritu para que nuestros intentos por predicar el Evangelio, tomar una posición en contra del pecado y ayudar a los pobres estén llenos de la propia gracia y el amor de Dios. No es tan difícil como piensas. Predicar el Evangelio puede resultar tan simple como ofrecerte a rezar por un amigo que enfrenta una dificultad o contarle a un vecino cómo Dios te ayudó en una situación difícil. Ayudar a los pobres puede significar preparar comidas o aumentar tus donaciones en la caja de los pobres de la parroquia. Asumir una posición respecto al pecado puede ser rezar por la conversión de las personas o tratar de establecer un ambiente más pacífico en tu casa. Sí, Jesús va a establecer su Reino y tú serás su instrumento para hacerlo. “Espíritu Santo dame la fuerza para edificar un reino digno del Señor resucitado.” ³³

Salmo 47 (46), 2-3. 6-9 Efesios 1, 17-23 Mateo 28, 16-20

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de mayo, lunes Juan 16, 29-33 Les he dicho estas cosas, para que tengan paz en mí. (Juan 16, 33) Imagina cómo podían sentirse los apóstoles. Las palabras de Jesús resultaban confusas, incluso algo perturbadoras. Había muchas cosas que les costaba comprender, y lo que les estaba diciendo no parecía ayudar. Jesús sabía que pronto sería arrestado y ejecutado, también sabía que sus discípulos entrarían en pánico cuando vieran a su Maestro entregarse en manos de sus enemigos. Por eso quiso consolarlos y animarlos, así como también quiere hacerlo con nosotros. Dios envió a Jesús para “dirigir nuestros pasos por el camino de la paz” (Lucas 1, 79). Pero el Evangelio de hoy nos enseña que la paz que Jesús vino a traer existe independientemente de lo que “surja en el camino”. Poco tránsito de camino al trabajo, que los niños tengan buen comportamiento o filas cortas para pagar en la tienda pueden ser gracias de Dios, pero no son necesariamente la paz que Jesús desea para nosotros. La paz “que es más grande de lo que el hombre puede entender” es la paz que viene de estar en la presencia de Dios (Filipenses 4, 7). Tal vez tú has experimentado ese tipo de paz en la Misa o cuando te sientas en silencio a rezar. Pero Dios no quiere que su paz sea pasajera. El Señor 82 | La Palabra Entre Nosotros

desea que la experimentes durante todo el día. Puede resultar difícil, pero puedes trabajar para lograrla. La Escritura nos dice: “…busque la paz y sígala” (1 Pedro 3, 11). No devuelvas un insulto con otro insulto, evita las palabras hirientes y no permitas que la ira te domine. Busca el perdón y la reconciliación con las personas, habla siempre con la verdad y haz lo que tú sabes que es correcto y busca al Señor diariamente. Debido a que Jesús ha conquistado el mundo, es posible vivir en la paz que tanto anhelamos (Juan 16, 33). Tal vez puedes hacerte una “revisión de paz” durante el día. Si te sientes preocupado, nervioso o inquieto, pídele al Señor que te dé su paz. Al mismo tiempo, haz lo que esté a tu alcance para llevar paz a esa situación difícil. Es necesario que tú hagas tu parte para vivir en paz, pero no se supone que lo hagas todo por ti mismo. Después de todo, ¡Jesús ya hizo la parte más difícil! “Señor Jesús, Príncipe de Paz, reina en mi mente y mis emociones hoy, te lo ruego.” ³³

Hechos 19, 1-8 Salmo 68 (67), 2-7


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de mayo, martes San Juan I, papa y mártir Hechos 20, 17-27 He servido al Señor con toda humildad. (Hechos 20, 19) Resumiendo algunos de los puntos principales de su vida y de su ministerio en medio de ellos, San Pablo se despidió de esta forma de los ancianos de Éfeso. En vista de que ellos sabían que ya no lo volverían a ver, era algo parecido a su último legado. ¿Has pensado alguna vez sobre la clase de legado que te gustaría dejar? ¿Por cuáles logros en tu vida te gustaría ser recordado? Quizá podrías sentir que no hay manera de que tu legado sea tan noble o impresionante como el de Pablo. Pero si piensas de esa forma, casi con toda seguridad estás limitando lo que Dios puede hacer a través de ti. Especialmente conforme avanzamos en edad, nuestros sueños de lo que podríamos ser o lograr parecen menos posibles. Desencantados, desanimados por los errores del pasado y limitados por formas de pensar o actuar, podríamos terminar aceptando mucho menos de lo que Dios realmente quiere hacer en nosotros y a través nuestro. Podríamos creer que solo los santos ya canonizados pueden lograr algo significativo. Los laicos pueden creer que solo los sacerdotes o los religiosos pueden dejar una huella en la

Iglesia. Y los religiosos o los sacerdotes podrían ver sus propias dificultades como una limitante a cualquier cosa verdaderamente digna de grandeza en el Reino de Dios. Pero ninguna de estas formas de pensar reflejan realmente la visión que Dios tiene de nosotros. Cuando pensamos en nuestro legado, debemos recordar que “para Dios no hay nada imposible” (Lucas 1, 37). Hay mucho trabajo por hacer, y Dios necesita voluntarios, de todas las edades y estados de vida, para que edifiquen su Reino. Jesús puede hacer cosas maravillosas a través tuyo, ¿por qué no darle la oportunidad? Cuéntale cuáles son tus pensamientos, sueños y deseos. Dile que tú quieres dejar una huella en la Iglesia y luego, con humildad, pero con valentía reza así: “Aquí estoy Señor, vengo a hacer tu voluntad.” Ya sea a través de la intercesión, el servicio en la parroquia, cuidando de los pobres o algún otro servicio, ¡mira todo lo que Dios puede hacer a través de ti! “Espíritu Santo, derrama tu poder y fortaleza en mí y que así yo pueda lograr más de lo que pido o imagino, te lo ruego.” ³³

Salmo 68 (67), 10-11. 20-21 Juan 17, 1-11

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de mayo, miércoles Juan 17, 11-19 Padre santo, cuida en tu nombre a los que me has dado. (Juan 17, 11) ¿Qué le pedirías a Dios si estuvieras enfrentando una muerte dolorosa? ¿Fortaleza? ¿Paz? ¿La gracia para soportarla? Jesús rezó por sus amigos pues quería cuidar lo que él había comenzado en el corazón de ellos. El Señor deseaba que su obra continuara y diera fruto hasta el día en que ellos se reunieran con él. ¿Sabes qué? Jesús nos incluyó a nosotros en su oración. ¡Te incluyó a ti! Con amor y compasión, le pidió a su Padre: “Cuídalos en tu nombre, líbralos del mal, santifícalos.” Cuídalos: Jesús pidió a su Padre que te guardara para él. ¡El Señor lo hará! Tu Padre celestial nunca te abandonará, nadie puede separarte de su mano. Por lo tanto, siéntete en libertad de hablar con él sobre tus esperanzas y temores, tus fortalezas y debilidades. Dedica tiempo a estar en su presencia y escuchar su voz. Líbralos del mal: Jesús sabe lo que puede amenazar la buena obra que él ha iniciado en ti. Así que pidió particularmente al Padre que te protegiera de esas cosas. En medio de las pruebas, la enfermedad y las decepciones, Dios no solo defenderá tu fe; te ayudará a que aumente y prospere. Eso 84 | La Palabra Entre Nosotros

se debe a que no es solamente “tu” fe, es su vida en ti. Sin importar lo que estés enfrentando, puedes caminar en la libertad y confianza de saber que el Padre está contigo en todo momento. Esta tarde, repasa los eventos del día; pídele al Espíritu Santo que te muestre en qué momentos te protegió y te ayudó a crecer. Santifícalos: A su plegaria por nuestro bienestar, Jesús añadió otra petición. Le pidió al Padre que nos santificara y nos dedicara a un propósito específico. El Señor se refería a todos, no solamente a los excepcionalmente talentosos, a los sobresalientes y a los naturalmente hábiles. ¡Tú has sido escogido! Tu vida aquí no es un accidente, tampoco es inútil o insignificante. Tu vida ha sido ordenada por Dios para una misión que solamente tú puedes cumplir. Jesús te ama y cuida de ti. Lee de nuevo el Evangelio de hoy e inserta tu nombre cuando Jesús habla de aquellos que el Padre le ha dado. Luego alábalo por amarte tan profundamente. “Gracias, Padre, por el amor y el cuidado que tienes por mí. Te suplico que me ayudes a confiar en los planes que tienes para mí.” ³³

Hechos 20, 28-38 Salmo 68 (67), 29-30. 33-36


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de mayo, jueves San Bernardino de Siena, presbítero Juan 17, 20-26 Te pido... que todos sean uno. (Juan 17, 20-21) Imagina a Jesús en el aposento alto; él sabe que no estará mucho más tiempo en este mundo. También conoce las presiones que sus discípulos enfrentarán en su ausencia. Al mirar alrededor de la sala, ve a Simón el celote y a Mateo, el cobrador de impuestos. ¿Serán ellos capaces de mantenerse unidos una vez que él ya no esté? Incluso los hermanos Santiago y Juan, o Pedro y Andrés podrían tomar caminos separados. ¿Y qué pasará con las personas que llegarán a creer a través de su predicación? En esas últimas horas, ¿qué tendría Jesús en su corazón? Unidad. Actualmente, esta podría parecer una meta inalcanzable para nosotros. Desde luego, no podemos resolver por nuestra propia cuenta dos mil años de división en la Iglesia. La desunión parece ser parte de nuestra naturaleza humana. En el tiempo de Jesús, era la división entre los gentiles y los judíos; luego entre protestantes y católicos. Y por encima de estas, hay incluso división en medio de familias o parroquias. ¿Cómo podemos ser uno solo? Recuerda, Jesús intercede por ti. La búsqueda de la unidad no se limita a

diálogos teológicos o servicios ocasionales de oración conjunta. Comienza con Jesús que te ayuda a amar a las personas más cercanas a ti. Incluso si tú no estás de acuerdo con ellos, aun así puedes percibir la gracia de Dios en su vida. Porque el primer paso para la unidad es estar unido a las personas que tú conoces. Así que piensa en Jesús en ese aposento alto viendo los rostros de cada uno de sus discípulos. Ahora piensa en alguien con quien no estás en paz. Tal vez tú y tu esposo o esposa tienen diferentes perspectivas en un asunto sensible y cada vez que surge el asunto, parece que un muro se levanta entre ustedes. Jesús los está mirando a los ojos y ve lo que los divide pero está orando para que ustedes estén unidos. ¿Pueden llegar a un acuerdo? ¿Pueden intercambiar puntos de vista y entender la posición del otro? ¿Qué podría pedir Jesús por ti o por la otra persona? ¿Cómo puede animarlos a ser uno? No te rindas al desánimo. Recuerda, ¡Jesús mismo está intercediendo por ti para que puedas ser uno con tus hermanos! “Señor, ¡haznos uno como tú y el Padre son uno!” ³³

Hechos 22, 30; 23, 6-11 Salmo 16 (15), 1-2. 5. 7-11

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de mayo, viernes San Cristóbal Magallanes, presbítero y compañeros,

mártires Hechos 25, 13-21 Se trataba solo de ciertas discusiones acerca… de un tal Jesús, ya muerto, que Pablo asegura está vivo. (Hechos 25, 29) Si alguien “no puede ver el bosque por los árboles”, significa que está tan preocupado por los detalles de un problema que ha perdido de vista la situación en su conjunto. Bueno, si alguien tenía una razón para quedar atrapado en los “árboles” de una situación, ese era San Pablo. Había sido acusado por algunos líderes religiosos judíos de provocar revueltas y profanar el Templo. Arrestado y encarcelado, pasó dos años en custodia del procurador Félix y ahora estaba frente a su sucesor, Festo, enfrentando los mismos cargos. Podrías creer que estando en prisión, Pablo solamente pensaba en los detalles que rodeaban su situación. Pero Pablo había edificado su vida en Jesús, así que los “árboles” no bloqueaban su vista. Al esforzarse por permanecer cerca del Señor, podía ver más allá de los detalles de sus dificultades. Él vio la fidelidad y protección de Dios; experimentó el amor y la misericordia de Jesús. Vio a sus captores en tinieblas pues no conocían a Jesús, al igual que lo había estado él. Vio a

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todas las personas que nunca habían escuchado el Evangelio y deseaba compartirlo con ellos. Tu vida puede estar llena con los “árboles” de las dificultades, o tal vez solo con los “árboles” de un horario apretado y las preocupaciones por tus seres queridos. Pero al igual que Pablo, puedes aprender a ver el bosque completo. ¿Cuál es ese bosque? Es la visión celestial que el Espíritu Santo quiere darte. Es recordar que todo tu mundo está lleno de las maravillas de Dios y que cada acto de amor revela otra faceta de nuestro Dios bondadoso. Es la capacidad de disfrutar las bendiciones de la familia y el hogar que tienes en lugar de centrarte en las cosas que te hacen falta. Es la decisión de amar a tu santa y hermosa Iglesia, aun cuando reconoces que necesita reformas y renovación. ¡No te quedes atrapado en los detalles! ¡No permitas que los “árboles” te agobien! Permite que Dios te conceda su visión panorámica. Procura alegrarte todos los días por las bendiciones que Jesús te ha dado. “Señor, te ruego que abras mis ojos y me permitas ver la obra que ya has estado realizando en mi vida.” ³³

Salmo 103 (102), 1-2. 11-12. 19-20 Juan 21, 15-19


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de mayo, sábado Santa Rita de Casia, religiosa Hechos 28, 16-20. 30-31 Predicaba el Reino de Dios … sin estorbo alguno (Hechos 28, 31) Pablo se encontraba bajo arresto domiciliar. Como ciudadano romano, tenía el derecho de ser juzgado por el César. Mientras esperaba su juicio, vivía solo con un soldado de guardia (Hechos 28, 16). Durante ese tiempo, las personas continuaban visitándolo, y él aprovechaba la situación. Lucas nos dice que “predicaba el Reino de Dios… sin estorbo alguno” (28, 31). El ejemplo de San Pablo de predicar el Evangelio en esa situación difícil nos enseña que no importa cuáles sean las circunstancias, Dios nos provee oportunidades de compartir nuestra fe. Tal vez tú estás leyendo esta meditación mientras te encuentras en prisión. O quizás te sientes atrapado en una casa con niños pequeños o encadenado a tu escritorio en tu trabajo. Pero si estás confinado, eso no es un estorbo para predicar el Evangelio. Al igual que Pablo, siempre puedes encontrar oportunidades para hablarle a la gente sobre el Señor y lo que él ha hecho en tu vida. ¡Qué alivio! Nuestras circunstancias no tienen que impedirnos responder al mandamiento de Jesús de “vayan, pues, a las gentes de todas

las naciones, y háganlas mis discípulos” (Mateo 28, 19). Esta también es una razón para estar alegres. Jesús nos dijo que hay mucha alegría en el cielo cuando un pecador se arrepiente (Lucas 15, 7). Pero, ¿sabías que predicar el Evangelio también genera más alegría en tu vida? No es la alegría que surge cuando todos los problemas desaparecen, sino la que nace de compartir el don del amor y el perdón de Dios. Es la alegría de recordar la misericordia de Jesús y la forma en que nos acercó a tener una relación con él. Incluso en la prisión y mientras enfrentaba la posibilidad de la ejecución, Pablo debe haber sentido alegría por aprovechar cada una de las oportunidades que Dios le dio para proclamar su Palabra. Al fin y al cabo, la meta de Pablo no era escapar de las circunstancias difíciles, sino seguir a Cristo en todas las circunstancias, y hablarles a otros sobre él. Hoy, reflexiona en su ejemplo y pregúntale a Jesús de qué forma te está invitando a hablar de él con las personas que te rodean. “Señor Jesús, abre mis ojos, te lo ruego, para ver las oportunidades que pones delante de mí.” ³³

Salmo 11 (10), 4-5. 7 Juan 21, 20-25

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MEDITACIONES MAYO 23-29

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de mayo, Domingo de Pentecostés Hechos 2, 1-11 Se llenaron todos del Espíritu Santo. (Hechos 2, 4) Antes de que Jesús ascendiera al cielo, les dijo a los apóstoles “ustedes serán bautizados con el Espíritu Santo” (Hechos 1, 5). Así que junto con María “se reunían siempre para orar” (1, 14). Y por supuesto, el Espíritu Santo descendió, con viento y fuego y les dio valor para proclamar el Evangelio. Pentecostés es la manifestación del poder de Dios y la transformación de los apóstoles. Pero recordemos que ellos no recibieron el Espíritu solamente ese día. Necesitaron sumergirse en el Espíritu una y otra vez para recibir más de la gracia y el poder de Dios. El libro de los Hechos de los Apóstoles registra al menos siete ocasiones en que los apóstoles quedaron “llenos” del Espíritu (Hechos 2, 4; 4, 8. 31; 6, 8; 7, 55 y 13, 9. 52). ¡Y hubo muchas más pero no se incluyeron en la Biblia! Lo mismo sucede con nosotros. Aunque recibimos el Espíritu Santo en el Bautismo y la Confirmacíon,

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continuamente necesitamos más del poder y los dones del Espíritu para seguir al Señor y proclamar la buena noticia. Jesús sabía cuánto íbamos a necesitar al Espíritu Santo, y por eso mucho antes de su Ascensión, animó a los discípulos a rezar por este don: “Si ustedes… saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más el Padre celestial dará el Espíritu Santo a quienes se lo pidan!” (Lucas 11, 13). Y el Evangelio de Juan nos asegura que “Dios da abundantemente su Espíritu” (3, 34). ¡Dios siempre tiene algo más para nosotros! En este día, sigue el ejemplo de los apóstoles. Cree en la promesa de Dios de su Espíritu y reza para recibirlo. Sigue rezando, no solo en esta fiesta especial, sino todos los días. Incluso podrías pedir a algunos amigos que recen por ti para que recibas un nuevo derramamiento del Espíritu en tu vida. Tal vez no escuches el viento ni veas fuego, pero el Espíritu vendrá de nuevo sobre ti, inesperadamente y de formas extraordinarias, no solo para tu beneficio sino para el bien de su cuerpo, la Iglesia. “Espíritu Santo, haz tu hogar en mi corazón, hoy y siempre.” ³³

Salmo 104 (103), 1. 24. 29-31. 34 1 Corintios 12, 3-7. 12-13 Juan 20, 19-23


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de mayo, lunes Bienaventurada Virgen María, Madre de la Iglesia Génesis 3, 9-15. 20 El hombre le puso a la mujer el nombre de “Eva”, porque ella fue la madre de todos los vivientes. (Génesis 3, 20) Si te preguntas por qué la primera lectura de hoy, en la fiesta de la Virgen María, Madre de la Iglesia, es el relato del pecado de Adán y Eva, se debe a la imagen antigua que tiene la Iglesia de María como la nueva Eva. Por ejemplo, el obispo del siglo II, San Ireneo, escribió que el nudo de la desobediencia de Eva fue desatado con la obediencia de María. Sí, Eva fue la madre de todos los seres vivientes, pero al aceptar a Jesús en su vientre, María se convirtió en la madre de todos aquellos que nacieron a la vida eterna a través de él. Y eso la convierte a ella en madre de toda la Iglesia. Como una buena madre, María nos ayuda y nos guía, individualmente y como Iglesia, con ternura y compasión. Ella está comprometida a enseñarnos y ayudarnos a convertirnos en personas bondadosas y fieles que aman al Señor y que se aman unos a otros. Nos motiva a obedecer a Dios y confiar en él y no se limita simplemente a decirnos qué hacer; también es nuestro ejemplo. Por medio de sus acciones, nos muestra cómo escuchar

el mensaje de Dios y ponerlo en práctica, y también cómo hacerlo con humildad y entrega (Lucas 8, 21). Como lo hace cualquier buena madre por sus hijos, María también reza por nosotros constantemente. Ella conoce nuestras dificultades, esperanzas y temores, y los presenta frente a su Hijo y le pide que él nos ayude. Y, así como lo haría cualquier buena madre, corre a nuestro lado cuando tropezamos y caemos. Ella acude a consolarnos pero también a animarnos para que nos levantemos con fe e iniciemos de nuevo. Querido hermano, te invito a que hoy dediques un tiempo para meditar en la misión que Dios le enconmendó a la Virgen María como tu madre espiritual y como Madre de la Iglesia. Este día de fiesta en su honor es un buen día para acercarse más a ella y para pedirle que te guíe en tu camino de fe. María, la nueva Eva, está presta para mantenerte cerca de su corazón. “Padre, gracias por darnos a María como Madre de la Iglesia. Te ruego que me ayudes a aprender de su ejemplo y a recibir las bendiciones de su intercesión.” ³³

Salmo 87 (86), 1-3. 5-7 Juan 19, 25-34

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de mayo, martes San Beda el Venerable, presbítero y doctor de

la Iglesia San Gregorio VII, papa Eclesiástico 35, 1-15 Asistir a Misa o entonar himnos de alabanza cuando rezamos son formas comunes de dar culto a Dios. Pero de acuerdo al Eclesiástico hacer una donación a nuestra parroquia o dar dinero a un amigo que está pasando una necesidad es un “sacrificio de alabanza” (Eclesiástico 35, 2). También lo son buenas obras como cortar el césped para un vecino enfermo o ayudar en un centro para mujeres con embarazos de riesgo. ¡Cualquier “ofrenda de buena gana” en que puedas pensar “honra al Señor” (35, 7)! La primera lectura de hoy hace eco de las enseñanzas de muchos de los profetas del Antiguo Testamento como Isaías o Jeremías, quienes exhortaban a Israel a obedecer el llamado de Dios a la justicia y la compasión y a evitar el culto falso de la injusticia y la codicia. Haciendo propio este llamado, el Eclesiástico nos da una nueva perspectiva: incluso el acto más pequeño para evitar la injusticia es “expiación por el pecado” (Eclesiástico 35, 3). En la mayor parte del periodo del Antiguo Testamento el dinero no circulaba. Entonces cuando una persona quería ayudar al prójimo en necesidad,

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generalmente lo hacía con alimentos, ropa u otra forma de generosidad. Para el tiempo del Nuevo Testamento, la moneda se utilizó más y se convirtió en la forma común de la caridad. Sin embargo, en el sentido más amplio, dar limosna se entendía, y todavía se entiende, como obras que incluyen dar de comer al que pasa hambre, recibir al forastero o vestir al que está sin ropa (Mateo 25, 34-40). ¡Estas son buenas noticias! Tal vez tú no tengas mucho dinero, pero igualmente puedes alabar al Señor y cuidar de los necesitados de muchas maneras materiales y prácticas. Isabel Leseur, una devota mujer francesa que murió en 1914, sufría problemas de salud pero decidió donarse a sí misma como “una persona alegre” con todos aquellos que se encontrara. Se propuso como meta mostrar una “alegría despreocupada, bondadosa y amistosa” a todos los que la rodeaban. Así que recuerda que cualquier forma en que des limosna, es un sacrificio de alabanza, y que ¡Dios ama al que da con alegría (2 Corintios 9, 7)! “Señor, te ruego que me muestres nuevas formas en que yo pueda alabarte y bendecir a quienes me rodean.” ³³

Salmo 50 (49), 5-6. 7-8. 14. 23 Marcos 10, 28-31


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de mayo, miércoles San Felipe Neri, presbítero Marcos 10, 32-45 El Hijo del hombre… no ha venido a que lo sirvan. (Marcos 10, 45) Todos hemos leído cuentos sobre un cocinero, un leñador o una viuda a quien se le conceden tres deseos y los malgasta en cosas inútiles. Y todos hemos pensado: “¡Mi primer deseo habría sido tener un número ilimitado de deseos!” Esta es la clase de mentalidad que se encuentra detrás de la petición de Santiago y Juan: “Maestro, queremos que nos concedas lo que vamos a pedirte” (Marcos 10, 35). Pareciera como si estuvieran tratando a Jesús como un servidor cuyo único fin era cumplir sus órdenes. Cuando Jesús los cuestiona, ellos rápidamente afirman estar dispuestos a pagar el precio por el honor que pretenden. Pero pareciera que no tienen idea de lo que implica “pasar la prueba que yo voy a pasar”. Fácilmente podemos acercarnos a Jesús en la Eucaristía de la misma forma: Con una lista de pecados que queremos que sean perdonados y de favores que sean concedidos, pero sin un interés genuino de estar unidos a él. Esta perspectiva puede rendir honor a Jesús por ser todopoderoso y todo amor, pero aun así pierde lo

esencial. Tal vez sería mejor preguntarnos de qué manera se acerca él a nosotros. “El Hijo del hombre… no ha venido a que lo sirvan, sino a servir y a dar su vida por la redención de todos” (Marcos 10, 45). En Misa, Jesús es la víctima cuyo cuerpo se ofrece por nosotros. En la Confesión, lava nuestros pies. En la oración, su incansable mirada expone nuestras necesidades más profundas, y sus manos extendidas y heridas nos alcanzan, listas para llenarnos con su gracia. En cada situación difícil, él está a nuestro lado, invitándonos a tomar nuestra cruz y seguirlo por el camino de la confianza y la obediencia. En lugar de asistir a Misa con una lista de peticiones o pedirle a Jesús que te colme de bendiciones, intenta acercarte a él cuando él se acerca a ti. Ofrécele tu vida: el trabajo de la semana, tus talentos, tus logros y sí, también tus temores y necesidades. Entrégaselo todo a él. Luego mira cómo Jesús toma tu vida y te la devuelve, llena de su gracia. “Señor, quiero ser un siervo en la familia de la fe. Te suplico que me ayudes a vaciarme y colocar mi vida a tus pies.” ³³

Eclesiástico 36, 1-2. 5-6. 13-19 Salmo 79 (78), 9. 11. 13

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de mayo, jueves San Agustín de Canterbury, obispo Marcos 10, 46-52 “¿Qué quieres que haga por ti?”… “Maestro, que pueda ver.” (Marcos 10, 51) Imagina que vas conduciendo tu auto a través de una densa neblina y no puedes ver más allá del parabrisas. Comienzas a conducir lentamente, diciéndote a ti mismo: “¡Quiero ver! ¡Quiero ver!” Ahora imagina que conduces a través de esa neblina por un mes, un año o incluso diez años. ¿Ahora puedes entender lo que sentía Bartimeo? Siendo un hombre ciego, su vida se redujo a pedir limosna, sin nadie que lo ayudara a navegar en la oscuridad que lo rodeaba. Pero cuando escuchó que Jesús se acercaba, dejó de lado su desesperación y clamó pidiendo ayuda. Sentado al lado del camino, viviendo solo de las limosnas, Bartimeo evidentemente anhelaba poder ver. Deseaba ser liberado de esa vida de mendigo sin esperanza, una vida en la cual era ignorado y lo mandaban a callar cada vez que intentaba pedir ayuda. Y eso fue exactamente lo que sucedió cuando se encontró con Jesús, ¡eso y mucho más! La curación de Bartimeo lo llevó a la conversión. Lo motivó a tirar su manto, el símbolo detestado de su antigua vida y a

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seguir a Jesús “por el camino” (Marcos 10, 52). ¿Qué necesitas que Jesús haga por ti para que tú puedas experimentar esa anhelada transformación? Tal vez necesitas que te ayude a poner más orden en tu vida de forma que puedas ser más fiel en tu oración y que así puedas ver a Jesús más claramente. Tal vez necesitas que aparte de ti las distracciones que te impulsan en muchas direcciones diferentes, de manera que puedas concentrarte en el plan que él tiene para tu vida. O quizá necesitas que te libere del enojo, la falta de perdón y el resentimiento, para que así puedas verlo a él en tu prójimo. ¿Y qué sucede con la sanidad espiritual? Lo que sea que necesites, pídeselo a Jesús. Sigue pidiendo, como lo hizo Bartimeo. En tu oración de hoy, imagina a Jesús que se acerca a ti y te pregunta: “¿Qué quieres que haga por ti?” Luego ábrele a él tu corazón y cuéntale tus sueños y preocupaciones. Cree y confía en que él escucha cada una de tus palabras. ¡El Señor está actuando ahora mismo en los deseos más profundos de tu corazón! “Señor Jesús, confío en ti. Por favor aparta de mí todo lo que me separa de ti, y permíteme amarte y servirte más.” ³³

Eclesiástico 42, 15-26 Salmo 33 (32), 2-9


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de mayo, viernes Marcos 11, 11-26 Fue al templo y miró todo lo que en él sucedía; pero como ya era tarde se marchó a Betania. (Marcos 11, 11) Observa esta escena: Jesús acaba de llegar al templo, y se encuentra con un espectáculo que lo enfurece. Justo ahí en su patio externo, un lugar destinado a la oración, los mercaderes y los que cambiaban dinero hacían negocios. ¿Dónde estaban las autoridades religiosas que debían resguardar la santidad del templo? Estaban llenando sus bolsillos con las ganancias. Puedes imaginar a los discípulos de Jesús mirándose unos a otros esperando que su maestro explotara. Sin embargo, Jesús no hizo nada. Decidió posponer la “limpieza del templo” hasta el día siguiente. ¿Por qué Jesús prefirió esperar en lugar de actuar en ese instante? ¡No pareciera que necesitara una noche para tomar valor y decidir qué hacer! Tal vez había razones prácticas. Pero más probablemente él sabía que no era el momento. Jesús supo que había un tiempo, el tiempo de su Padre. Esto es lo que nosotros debemos hacer también cuando enfrentamos diferentes situaciones. ¿Qué puedes hacer si descubres que un amigo está desarrollando un problema con la bebida? ¿Cuándo será el momento adecuado para hablarle? ¿Inmediatamente,

o después de reflexionar y conocer más su situación? Podría ser en cualquiera de los dos momentos. ¡Preséntale tus preguntas al Señor! O, ¿qué puedes hacer si tu esposo o esposa o un compañero de habitación tiene una tendencia a quejarse y dejarse llevar por la autocompasión? Quizá tú quieres ofrecer una corrección en ese mismo momento, sin decir muy poco ni demasiado que resulte más de lo que la persona pueda soportar. ¡Busca la guía del Espíritu Santo! Lo mismo sucede, si del lado más positivo, un hijo o nieto muestra interés por rezar y acercarse más a Dios. ¡Pídele al Espíritu sabiduría y que te muestre el momento indicado! El Espíritu Santo te dará las palabras apropiadas que tus seres queridos necesitan escuchar, en el momento en que ellos necesitan escucharlas. ¿Será hoy el día? ¿Aprovechas el momento u observas antes de hacerlo? ¡Pregúntale al Espíritu! De una situación a la otra, su voz suave y calmada te ayudará a tomar una decisión adecuada. “Señor, te ruego que me ayudes a desarrollar el sentido del ‘tiempo divino’ que necesito para ser un instrumento eficaz de tu amor. ¡Habla, Señor, estoy escuchando!” ³³

Eclesiástico 44, 1. 9-13 Salmo 149, 1-2. 3-4. 5-6a. 9b

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de mayo, sábado San Pablo VI, papa Marcos 11, 27-33 ¿Quién te ha dado autoridad para actuar así? (Marcos 11, 28) “¿Para dónde crees que vas?” “¿Qué crees que estás haciendo?” Sin lugar a dudas, a todos nos han hecho preguntas como estas en algún momento. Generalmente, la persona que hace la pregunta realmente no está buscando información. Más bien nos está cuestionando lo que hacemos y las razones por las que lo hacemos. Y lo mismo sucedió con los jefes religiosos que le preguntaron a Jesús: “¿Quién te ha dado autoridad para actuar así?” (Marcos 11, 28). Lo que realmente estaban preguntado era: “¿Quién te crees que eres, realizando milagros y predicando con esa autoridad?” Si los líderes religiosos realmente hubieran querido conocer la fuente de la autoridad de Jesús, todo lo que tenían que hacer era leer las Escrituras: “¡Aquí está tu Dios para salvarlos…! Entonces los ciegos verán y los sordos oirán; los lisiados saltarán como venados y los mudos gritarán” (Isaías 35, 4-6). En Cristo, ¡Dios visitó a su pueblo en una forma nueva y poderosa! ¡La buena noticia no es oscura! En Jesús, el plan de salvación de Dios, su mensaje de esperanza y redención, ha sido anunciado claro y fuerte. Jesús no vino en la forma de un rompecabezas 94 | La Palabra Entre Nosotros

que debe ser armado o un acertijo que debe resolverse. Desde el momento de su bautismo, Dios dijo claramente quién era Jesús: “Este es mi Hijo amado” (Mateo 3, 17). Y a partir de ese momento, Jesús mostró que su autoridad provenía de Dios. Curó a los enfermos, expulsó a los demonios y ofreció perdón y misericordia. En todo lo que hizo y dijo, Jesús nos mostró el rostro humano de Dios. ¿Quién crees tú que es Jesús? Abre los ojos y míralo en todo su esplendor y majestad; él es el Señor del cielo y de la tierra, el dueño de toda la creación, es el gran Yo Soy que te conocía incluso desde antes de que nacieras. Jesús es el Santo, que tiene autoridad sobre tu vida, y especialmente sobre aquellas cosas que te aquejan y te impiden buscar su amor y misericordia. Pon tu confianza en el Señor y apóyate en su poder y autoridad. Jesús no está distante, no se ha escondido; él siempre está ahí, dentro de tu corazón y en tu familia, esperando que tú lo encuentres. Así que pide, busca y llama a la puerta, ¡él responderá! “Señor, te ruego me concedas la confianza de que tu autoridad es la más grande y la más profunda.” ³³

Eclesiástico 51, 17-27 Salmo 19 (18), 8. 9. 10. 11


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MEDITACIONES MAYO 30-31

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de mayo, domingo Santísima Trinidad Mateo 28, 16-20 Con mucha frecuencia, nuestras ideas sobre la Santísima Trinidad tienden a centrarse en la pregunta de la lógica: ¿Cómo puede ser posible que haya un Dios en tres Personas? La analogía que hizo San Patricio del trébol con sus tres hojas puede ayudarte a comprender. Aunque ninguna ilustración puede explicar la complejidad, la profundidad y la belleza de nuestro Dios. Más que un misterio matemático por resolver, la Trinidad es un misterio espiritual de fe. Es Dios revelándose a sí mismo a nosotros y convenciéndonos de su amor y cuidado por nosotros. Padre. Al revelarse como nuestro Padre celestial, Dios probó que él no es un dios distante, caprichoso o rencoroso. Más bien es un Dios cuya familia lo es todo. Al igual que un padre, él quiere estar cerca tuyo. El Señor te promete cuidarte y protegerte y solo quiere el bien para ti. ¡Ha llegado tan lejos como para nombrarte su heredero! Hijo. Cuando Dios vino a la tierra,

no lo hizo en poder y majestad. Más bien, “renunció a lo que era suyo” y se hizo uno de nosotros (Filipenses 2, 7). Muchos esperaban un Mesías que llevaría a Israel a la victoria militar y a la independencia política. Pero Jesús vino como un hermano y amigo y estableció su Reino no por la fuerza, sino por medio del amor de sacrificio. Su mensaje de misericordia tiene el objetivo de transformar nuestro corazón, no de generarnos ningún temor. Espíritu Santo. Dios no desapareció cuando Jesús ascendió al cielo, al contrario, se acercó todavía más. ¡Dios habita en tu corazón! El Espíritu Santo siempre está contigo, siempre listo a derramar su amor y a hacer que te asemejes más a él. El Espíritu siempre está con la Iglesia, alimentándonos con la Palabra y los sacramentos. Siempre está en el mundo, conformándonos en una sola familia en Cristo. Este es el verdadero misterio de la Trinidad: que nuestro Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo nos ama profundamente y nos trata con gran ternura y misericordia. “Dios Santo, ¡alabo tu nombre! ¡Señor de todo, me postro delante de ti!” ³³

Deuteronomio 4, 32-34. 39-40 Salmo 33 (32), 4-6. 18-20. 22 Romanos 8, 14-17

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de mayo, lunes Visitación de la Bienaventurada Virgen María Lucas 1, 39-56 Quizá alguna vez te ha sucedido: Te vas a ayudar a un amigo enfermo, llegas con un café, un rosario y un entusiasta plan para levantar su ánimo. Pero durante la visita, comprendes que tu propio corazón se siente más ligero. Llegaste a bendecir a alguien, y, ¡tú terminaste siendo bendecido también! Ese es un sentimiento parecido al que María experimentó en la Visitación. Ella se puso en marcha para ayudar a su prima mayor y embarazada. Pero Dios las sorprendió a ambas: Isabel recibió una revelación divina, y María escuchó palabras inesperadas. Inspirada por el Espíritu Santo, Isabel reconoció a María como la “madre de mi Señor” y exclamó: “Dichosa tú” (Lucas 1, 43. 45). En solo unas pocas palabras, Isabel proclamó la realidad de la Encarnación y animó a María afirmándole que Dios estaba con ella y la bendecía profundamente. Ella, que se había dispuesto a servir y animar, terminó recibiendo aliento divino. Generalmente no pensamos que María necesitara ánimo, pero todos lo necesitamos. Al igual que nosotros, María necesitaba crecer y profundizar en su fe. Una visita angelical no era suficiente para explicarle todos los detalles 96 | La Palabra Entre Nosotros

del futuro. Al enfrentarse con distintas dificultades, ella necesitaba aferrarse a su fe y confiar más profundamente en Dios. Ella necesitaba entender por qué era la elegida, y no otra mujer o por qué en ese momento y no después de casarse con José y cómo criaría al Hijo de Dios en cada etapa de su vida. ¡Qué alentadoras deben haber resultado las palabras de Isabel en los años posteriores! Todos necesitamos recordatorios de que Dios está con nosotros. Los necesitamos porque olvidamos las promesas de Dios, ponemos equivocadamente nuestra esperanza en las circunstancias cambiantes y nos distraemos con las preocupaciones de la vida. El Espíritu te recuerda que Dios está contigo, él tranquiliza tu corazón con palabras de ánimo que te dan otras personas. Sus palabras pueden reforzar tu fe y ayudarte a mantenerla creciendo. Así que hoy recuerda que Dios te ha bendecido y te ha escogido para este tiempo y este lugar. El Señor tiene buenos planes para ti. ¡Mantén los ojos y el corazón abiertos a las “Isabeles” que él envía para recordártelo! “Santa María, Madre de Dios, ayúdame a recordar que Jesús está conmigo.” ³³

Sofonías 3, 14-18 (Salmo) Isaías 12, 2-3. 4bcd-6


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Cuatro artículos del Cardenal Cantalamessa sobre el Espíritu Santo

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