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Testimonio de 3 internos del penal de Picsi-Chiclayo

® AGOST O - SE T IE M B R E 2 019

E l Plan de D ios ex p l i ca do po r San Pablo e n 3 Paso s

Justificación Salvación

Glorificación



En este ejemplar: Agosto - Septiembre 2019

Justificación, salvación, glorificación Desde el penal de Picsi 4 Testimonios de Diana, Carlos y Filiberto Tu fe te ha salvado 10 El milagro de la justificación Trabaja por tu propia salvación 16 El proceso de santificación No hay nada que nos pueda separar La esperanza de la glorificación

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Dios es el Creador de todo lo que existe 29 En el principio ya existía la Palabra…

Meditaciones diarias

Agosto del 1 al 31 Setiembre del 1 al 30

Estados Unidos Tel (301) 874-1700 Fax (301) 874-2190 Internet: www.la-palabra.com Email: ayuda@la-palabra.com

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¿Cómo es que el Señor nos salva?

C

onozco a muchos católicos que se conforman con la práctica mínima de su fe: ir a Misa los domingos, recibir la Comunión, confesarse alguna vez y, quizás, rezar el rosario o hacer alguna otra devoción. Sí, pero ¿es eso todo lo que el Señor espera de sus hijos? Jesucristo y la Iglesia nos enseñan que la voluntad de Dios para nosotros no se limita a ciertas prácticas religiosas; que, sobre todo, consiste en el amor solidario y que ese amor se ha de manifestar en obras de generosa caridad con el necesitado. Entonces, el amor es la esencia misma de la fe, pero ¿qué relación tiene el amor con los conceptos de la justificación, la salvación y la glorificación, que encontramos en la Palabra de Dios? Los católicos sabemos que Jesucristo ganó para el ser humano la salvación mediante su sacrificio redentor en la cruz del Calvario y que, para salvarse, es necesario declarar personalmente la fe en Jesucristo como Señor y Salvador y bautizarse; pero también hemos leído que “La fe sin obras es muerta” (v. Santiago 2, 17). Entonces, ¿son necesarias la fe 2 | La Palabra Entre Nosotros

y las obras para salvarse? ¿Cómo lo podemos entender? Esto es lo que aspiran a hacer los tres primeros artículos de la presente edición: aclarar los conceptos y las dudas y darnos un entendimiento correcto de aquello en lo que consiste el Plan de Dios: lo que él ya hizo, lo que nos toca hacer a los creyentes y lo que sucederá en el futuro, es decir, lo que debemos hacer para recibir aquello que San Pablo llama “la herencia”, siempre que nos mantengamos fieles hasta el final. Aprovechemos estas enseñanzas para analizarnos honestamente, corregir el rumbo y empezar a vivir de acuerdo con la voluntad de Dios, para el bien de nosotros mismos y de nuestros seres queridos. Otros artículos. En la cultura popular de hoy, las corrientes secularizadoras del ateísmo van creciendo a pasos agigantados, tales como la negación de que todo lo que existe fue creado por Dios. Pero el Dr. Hosffman Ospino nos explica, en su artículo, que Dios es en efecto el Creador de todo “lo visible y lo invisible”, como lo afirmamos en el Credo Nacianceno cada domingo en Misa. Es una presentación muy completa. Y para quienes aún dudan de la existencia de Dios, podemos referirlos


a un sitio virtual muy útil llamado www.catolicocreible.com, donde pueden leer las excelentes explicaciones allí contenidas, como la del Módulo 2. Que el Señor les bendiga con abundantes dones espirituales y

materiales, Luis E. Quezada Director Editorial editor@la-palabra.com

La Palabra Entre Nosotros • The Word Among Us

Director: Joseph Difato, Ph.D. Director Editorial: Luis E. Quezada Editora Asociada: Susan Heuver Equipo de Redacción: Ann Bottenhorn, Jill Boughton, Mary Cassell, Kathryn Elliott, Bob French, Theresa Keller, Christine Laton, Joel Laton, Laurie Magill, Lynne May, Fr. Joseph A. Mindling, O.F.M., Cap., Hallie Riedel, Lisa Sharafinski, Patty Whelpley, Fr. Joseph F. Wimmer, O.S.A., Leo Zanchettin Suscripciones y Circulación: En USA La Palabra Entre Nosotros es publicada diez veces al año por The Word Among Us, 7115 Guilford Dr., STE 100, Frederick, Maryland 21704. Teléfono 1 (800) 638-8539. Fax 301-8742190. Si necesita hablar con alguien en español, por favor llame de lunes a viernes entre 9am y 5pm (hora del Este). Copyright: © 2017 The Word Among Us. Todos los derechos reservados. Los artículos y meditaciones de esta revista pueden ser reproducidos previa aprobación del Director, para usarlos en estudios bíblicos, grupos de discusión, clases de religión, etc. ISSN 0896-1727 Las citas de la Sagrada Escritura están tomadas del Leccionario Mexicano, copyright © 2011, Conferencia Episcopal Mexicana, publicado por Obra Nacional de la Buena Prensa, México, D.F. o de la Biblia Dios Habla Hoy con Deuterocanómicos, Sociedades Bíblicas Unidas © 1996 Todos los derechos reservados. Usado con permiso.

Presidente: Jeff Smith Director de Manejo: Jack Difato Director Financiero: Patrick Sullivan Gerente General: John Roeder Gerente de Producción: Nancy Clemens Gerente del Servicio al cliente: Shannan Rivers Dirección de Diseño: David Crosson, Suzanne Earl Procesamiento de Textos: Maria Vargas

Suscripciones y Circulación: En el Perú Consultas o Sugerencias: Escriba a “Amigos de la Palabra” lpn@lapalabraentrenosotrosperu.org Suscripciones: 6 revistas bimensuales por 1 año Agradecemos hacer sus renovaciones con anticipación. Y avisarnos por teléfono o por correo: suscripciones@amigosdelapalabraperu.org Teléfonos; (511) 488-7118 / 981 416 336 Cambios de dirección: Háganos saber su nueva dirección, lo antes posible. Necesitamos 4 semanas de aviso previo para realizar las modificaciones y asegurar que le llegue la revista a tiempo.

Revista Promocional: Distribuimos la revista gratuitamente a los internos de diversos penales en el Perú. Para sostener este programa de Evangelización necesitamos de su colaboración. El Señor los bendiga por su generosidad

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PROGRAMA: COMPARTIENDO LA PALABRA Tu ya participas de este programa, pero puedes generar un impacto mayor entre los internos de los penales del Perú La permanente presencia de la revista “La Palabra entre Nosotros” en los diferentes penales del Perú, es la participación indirecta, no física, de cada uno de los suscriptores y de todos los que trabajamos en esta preciosa labor. El que podamos imprimir y colocar estas revistas bimensualmente, nos permite enviar mas del 20% de las revistas impresas a 19 penales del Perú en forma gratuita En lo penales no hay internet, no hay las facilidades que nosotros tenemos estando en libertad…. lo que si hay es mucho hambre de Dios Es a través de los diferentes Agentes Pastorales Carcelarios, quienes tienen la autorización de ingreso del INPE a los penales, que encontramos el camino para llegar a nuestros hermanos privados de libertad y llevarles el mensaje de nuestro Señor y que les permitan tomar decisiones para un cambio de vida Los apoyamos con las revistas bimensuales y con Biblias que las usan en las reuniones diarias de los grupos de internos que se congregan diariamente, guiados por los que ellos llaman hermanos mayores, para leer y meditar la palabra de Dios Necesitamos tu apoyo para poder llegar a atender la demanda. Has una donación y/o promueve que más personas se suscriban a la revista.

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DESDE EL PENAL DE PICSIS Testimonios de 3 internos: Nadia, interna del pabellón de mujeres; Carlos, un marinero en prisión, y Filiberto. Dios está con nosotros, brindándonos el néctar de una nueva vida, abriéndonos una ventana de esperanza.

TESTIMONIO DE NADIA “Soy la oveja que perdió y luego regresó a su rebaño” Penal de Picsis – Chiclayo - Pabellon de mujeres Mayo 2019 Hola hermanos de la Revista La Palabra entre Nosotros Mi nombre es Nadia, estoy recluida en el Penal de Picsis-Chiclayo por delito de homicidio calificado, sentenciada a 25 años de pena privativa de la libertad, de los cuales ya pasaron 7 años y 6 meses Yo en mi vida pasada he cometido muchos

errores, me relacione con amistades peligrosas desde los 13 años y a los 16 años ya era una delincuente consumada. He tenido la oportunidad de conocer a Dios y dejarlo entrar en mi mente y en mi corazón durante estos años en el penal. He aprendido a tener paciencia, a ser asertiva, a tener apertura de mente, aprendí a amarme y respetarme. Dios poco a poco me hizo sentir un ser humano valioso, porque yo llegué siendo un animalito salvaje que atacaba cuando se sentía amenazada. Aprendí a perdonar y a perdonarme para poder ser libre de espíritu y así avanzar y no seguir estancada en el rencor y la venganza. Septiembre 2019 | 5


Equipo pastoral carcelario de Bagua y Yurimaguas

Dios es grande y poderoso, El me da el valor y fortaleza para seguir adelante. Ahora ya no siento la presión del encierro, porque Cristo me fortalece, me cuida porque soy su oveja que perdió y luego regresó a su rebaño, del cual no pretendo irme nunca. Ahora soy una mujer renovada con metas al futuro, cuando recupere mi libertad. Tengo motivos de vida y son mi hija y mis padres y yo misma, porque Dios me dio una familia hermosa a la cual hice sufrir con mis malos actos. Ahora viene mi turno de darles amor y alegría. Todo en la cárcel no es malo, aquí aprendí a trabajar, a ser responsable, a obedecer, a tener paciencia. Hermano, deja que Dios entre en tu 6 | La Palabra Entre Nosotros

corazón y tu mente y la Virgen Maria guie tus pasos y tu vida será una transformación con bendiciones. Recuerda que todo lo podemos en Cristo que nos fortaleza Nadia J. J.V.

TESTIMONIO DE CARLOS Soy un marinero de oficio, pero interno en el penal Penal de Picsis – Chiclayo Mayo 2019 Soy un interno del Penal de PicsiChiclayo, llevo 8 años preso y quiero contarles como Dios cambio mi vida Soy marinero de oficio tengo 45 años,


soy padre de tres hermosos hijos, todo era muy feliz, mi vida estaba llena de alegría, sin problemas. Soy hijo de padres católicos, pero yo era un católico de boca, iba a la iglesia a matrimonios y bautizos solamente, yo creía que todo iba muy bien en mi vida Hasta que un día, el 25 de enero del 2011 mi vida cambió. La tristeza y la pena invadieron a toda mi familia, me mandaron preso. Me dije, se acabó la felicidad, que será de mis hijos, yo creía que jamás volvería a saber de ellos y que era el fin de mi vida. Cuando el juez ordenó el internamiento por 35 años, me dolía mucho ver a mi familia llorar desconsoladamente, las escenas de dolor eran muy fuertes, algo muy penoso. Cuando llegue al penal me enviaron a un lugar llamado de observación, un ambiente donde esperas para ser clasificados a que pabellón vas a ir. Estando ahí vi por la ventana salir a unos internos con polos blancos y con una imagen de la virgen María y con ellos un coro de internos alabando a Dios muy alegres y entraron a una capilla. Pregunté quiénes son ellos. Me dijeron que son los laicos de la Comunidad Católica, son de la cuadra “D5” y para ir a su cuadra hay que pasar por un proceso. Se llama la cuadra piloto “Jesús el Buen Pastor” Cuando llegó el dia de mi clasificación,

me hicieron preguntas y al final me pusieron en el brazo “D5”, en ese momento no sabía que significaba, cuando regresé a mi habitación un compañero me dijo: que suerte. Ahora no se si fue suerte o llamado del Señor En la noche me mandaron a la cuadra “D5”, grande fue mi sorpresa al ver cómo me recibieron, parecía que me conocían de toda la vida, me dieron comida, ropa y un colchón para dormir. Fue algo inexplicable para mi, sentí que Dios estaba conmigo. El hermano mayor encargado de la cuadra, me dio a conocer las reglas de vida de ese pabellón, las que acepté cumplir. Nos levantamos a las 5:30 am, rezamos el Ángelus, después de la cuenta de internos, leemos el evangelio del día y reflexionamos la Palabra de Dios, dirigidos por el hermano Jorge En la cuadra conocí al hermano Wilson de nacionalidad colombiana, uno de los hermanos mayores, con él comencé a estudiar la Biblia, me enseñó a discernir la Palabra de Dios, hice Taller de Oración y Vida y un retiro espiritual. Mi vida dio un vuelco, me acerque a Dios y a darle todo mi tiempo. Comprendí que El tiene un propósito para cada uno, entendí que el tiene una misión para mi dentro del penal, que sea un testimonio fiel a su palabra. Encontré que dentro del penal, hay un Septiembre 2019 | 7


pedacito del Cielo, el cual nos lo da con mucho amor. Aprendí que la felicidad no te la da el mundo, sino Dios. Ahora en la cuadra soy el hermano encargado de toda lo espiritual. Comprendí que uno tiene que buscar de cumplir la voluntad de Dios, que cando El te llama, no importa el lugar donde El te envié a servir Ahora soy feliz en Cristo Jesús y es El quien me ayuda a cargar mi cruz. Recibimos las visitas de las hermanas de la Fraternidad Carcelaria, Genara, Maruja, Teresa, Rene, Naty, Verónica, un grupo muy interesado en nuestro crecimiento espiritual y personal Agradezco a ustedes hermanos de La Palabra entre Nosotros, por donarnos Biblias y enviarnos las revistas bimensuales que son muy útiles para nosotros, En nombre de la Comunidad Católica del Penal, les estamos muy agradecidos. Mis hijos y familiares siempre están a mi lado, tengo la familia mas linda del mundo y ahora digo que soy un católico dichoso de conocer a Dios y a su >Hijo Jesucristo. El me perdonó y yo también aprendí a perdonar. Soy Carlos y tengo la esperanza de que algún día estaré al lado de mis hijos, cuando el Señor lo permita Que Dios y la Virgen María ilumine su camino. Carlos

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CARTA DE FILIBERTO Picsis 13 de Mayo 2019 En calidad de representante de la comunidad cristiana “Cristo Rey” del Pabellón de Régimen Cerrado Especial, con el corazón en la mano me dirijo a ustedes hermanos en Cristo, en primer lugar para saludarlos y en segundo para agradecerles por tan lindo gesto de hacernos llegar la revista “La Palabra entre Nosotros” y de vez en cuando Biblias “Dios habla Hoy”, como las que nos han entregado a traes de la Sra. Roxana y ña hermana Genara Zuñe. Las cuales nos sirven para los hermanos que nos reunimos en las aulas del colegio del Penal con los hermanos de la Pastoral Carcelaria, para compartir la Palabra de Cristo todos los lunes, los de las secciones E, F, G y H Cuando recibimos su regalo nos llenamos de alegría y nos sentimos importantes, nos sentimos hermanos de ustedes e hijos de Dios. Que no estamos solos en este triste encierro, que a pesar de ser prisioneros… Dios está con nosotros, brindándonos el néctar de una nueva vida, tal como somos internos, abriéndonos una ventana de esperanza. Hermanos les reiteramos nuestro agradecimiento y aprovechamos la oportunidad para agradecer también al Capellán Padre Gonzalo y a los hermanos de la Pastoral Carcelaria de la iglesia Santa Rosa de Lima que nos visitan hacen 23 años,


trayéndonos un mensaje de amor, esperanza y alegría Sin ningún otro particular me despido, expresándoles mi afecto y estima personal Feliberto Goicochea Díaz

Hermano lector Si no puedes hacer una donación para los penales… Invita a tus amigos, para que más personas se suscriban a la revista y la usen Le ayudas a esa persona a tener una herramienta de crecimiento espiritual y… Apoyas para enviar más revistas a los internos de los penales

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El milagro de la

Justificaciรณn Tu fe te ha salvado

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San Pablo es uno de los teólogos más importantes de la Iglesia. Sus escritos, que circulan desde hace siglos, continúan guiando a los creyentes, orientando el caminar de la Iglesia e inspirando a los escépticos. En las cartas de San Pablo se puede encontrar casi todo tipo de escritos, desde afirmaciones doctrinales precisas y apasionados argumentos sobre asuntos pastorales hasta elevados himnos de alabanza y reveladores atisbos a la intimidad de su propio corazón. Ahora bien, con lo variados que son sus escritos, todo lo que Pablo escribió es producto del transformador encuentro que tuvo con el Señor resucitado en el camino de Damasco. Pablo, el perseguidor de la Iglesia, se convirtió en un dedicado y fructífero apóstol de Cristo, vale decir, una persona completamente nueva. En esta edición daremos un vistazo al mensaje que Pablo proclamaba, y lo haremos centrando la atención en tres enseñanzas fundamentales: el milagro de la justificación, el proceso de la santificación, y la esperanza de la glorificación. Prácticamente en cada carta que este apóstol escribió podemos ver estas enseñanzas, pero en su obra maestra, la Carta a los Romanos, es donde las explica con mayor profundidad. Pablo entendía que, en la medida en que lleguemos a comprender estas enseñanzas, experimentaremos el amor de Dios en forma más profunda y nos iremos asemejando a Cristo un poco más. ¡Estas promesas son impresionantes! Así que ¡manos a la obra! Empecemos por la enseñanza de San Pablo sobre la justificación.

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“Todos han pecado”. Imagínate, hermano, que has cometido un delito terrible. Tal vez cometiste asesinato o hiciste explotar una bomba que derrumbó un edificio. Como has sido arrestado, contratas un abogado, y él te aconseja declararte culpable con la esperanza de recibir una condena reducida. Tanto él como el fiscal saben que tú eres culpable, así que realmente no hay otra salida. Esta es la manera en que Pablo describe nuestra situación: Todos somos pecadores; todos somos culpables. Los delitos cometidos son graves y las pruebas que existen contra nosotros son sumamente claras. No podemos disculparnos por las muchas maneras que hemos desobedecido a Dios ni por los pecados que hemos cometido contra otras personas ni por el daño que hemos causado a la naturaleza. Simplemente el pecado es demasiado grave. Citando expresiones de los salmos, San Pablo nos dice que “¡No hay ni uno solo que sea justo! No hay quien tenga entendimiento; no hay quien busque a Dios. Todos se han ido por mal camino.” (Romanos 3, 10-12). Es bastante deprimente la descripción de nuestra condición, pero bastaría dar un breve vistazo a los periódicos —así como una rápida mirada a nuestro propio corazón— para convencernos de que todo esto es muy cierto. Todos somos culpables y no hay manera de que podamos eludir la responsabilidad. Cuando reflexionamos 12 | La Palabra Entre Nosotros

en lo santísimo y purísimo que es Dios, nuestra situación parece aún peor y no existe fórmula alguna de la que podamos valernos para llegar a su presencia. El pecado que llevamos adentro es simplemente demasiado grande. Un veredicto misericordioso. La buena noticia del Evangelio nos dice que Dios no nos ha abandonado en esta terrible situación, pues envió a su Hijo al mundo para salvarnos de nosotros mismos. Al morir en la cruz, Jesús nos libró de las cadenas con que el pecado nos tenía atados; pero ¿cómo lo hizo? Tomó sobre su propio cuerpo las consecuencias de nuestras maldades, faltas y errores; es decir, a él —que jamás cometió un solo pecado— Dios lo hizo “pecado” por nosotros, al punto de que lo trató como al pecado mismo (2 Corintios 5, 21; Colosenses 2, 13-14), y así, murió clavado en la cruz para sufrir el castigo que merecíamos nosotros por nuestras faltas y maldades, y luego resucitar para darnos una vida nueva a todos los que creemos en él. De esta forma, Jesús nos ha justificado ante Dios, o bien podemos decir, nos ha reconciliado con nuestro Creador y con nuestros semejantes. La muerte de Jesús hizo posible para nosotros algo parecido a un fallo judicial de “no culpable” y esta justificación no es el resultado de lo que hayamos hecho nosotros mismos para justificarnos, sino que nos viene cuando aceptamos por fe


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sta justificación nos viene cuando aceptamos por fe el regalo inmerecido de la salvación que Jesús nos ofrece.

el regalo inmerecido de la salvación que Jesús nos ofrece. No es algo que podamos “elaborar” nosotros y tampoco podemos merecerla. Todo lo que podemos hacer es recibirla con humildad y gratitud. Pero volvamos al caso de haber cometido un crimen horrible. Ahora te llega la hora de comparecer ante el juez y, siguiendo el consejo de tu abogado, te declaras culpable. Mientras esperas el pronunciamiento de tu sentencia, te pones tenso como una tabla, nervioso en extremo y piensas: ¿Cuánto tiempo voy a estar en la cárcel? ¿Voy a salir algún día? ¿Quién va a cuidar a mi familia? Justo entonces, sucede algo extraño y totalmente inesperado. El juez pone el martillo sobre el escritorio, se quita la túnica y desciende del estrado. A paso lento se dirige hacia ti, te abraza y te dice: “No te preocupes; no tienes que ir a la cárcel. Me basta con oírte reconocer y confesar tu culpabilidad y saber que vas a

hacer todo lo posible por cambiar tu vida. Eso es todo lo que yo necesitaba oír. Ya puedes irte a tu casa y yo me encargaré de la sentencia.” ¡Qué sensación de alivio, gratitud y alegría sientes en ese momento, pues jamás te habías imaginado que esto pudiera suceder! Esto es apenas una pequeña muestra de lo que se siente al saber que Dios nos ha perdonado, ha borrado nuestras culpas y ha abierto el cielo para nosotros. Generosidad y amor. Hace poco uno de nuestros compañeros de trabajo aquí en La Palabra Entre Nosotros nos contó otro caso que ilustra aquel amor divino que movió a Dios a justificarnos. Estaba en Misa hace un par de semanas, cuando el párroco hizo un anuncio después de la comunión: “Me he enterado de que hay algunas familias que quieren enviar a sus hijos a nuestra escuela parroquial, pero no pueden pagar la matrícula. No Septiembre 2019 | 13


quiero que nadie quede fuera, así que voy a establecer un fondo de becas y pedir a todos los aquí presentes que contribuyan con donaciones. ¡Vamos a hacernos cargo unos de otros!” En respuesta, todos los feligreses que podían hacerlo donaron fondos o se comprometieron a hacer contribuciones mensuales, con lo cual se pudieron financiar las becas y todas las familias necesitadas pudieron enviar sus hijos a la escuela católica. En forma similar, San Pablo nos dice que debido a la generosidad de Dios y al gran amor que nos tiene, Jesús nos ha hecho partícipes de su justicia; es decir, hizo lo que nosotros jamás podíamos hacer por nosotros mismos, y ahora podemos dedicarnos a vivir santamente. Confiesa y cree. En su Carta a los Romanos, San Pablo nos dio una fórmula sencilla para ayudarnos a entender lo que significa ser justificado por la cruz de Cristo. “Si con tu boca reconoces a Jesús como Señor, y con tu corazón crees que Dios lo resucitó, alcanzarás la salvación” (Romanos 10, 9), palabras que probablemente provenían del credo que rezaban los primeros cristianos cuando se reunían para celebrar la Eucaristía. Este simple credo nos dice que la fe en Cristo es el corazón de nuestra salvación y la entrada al cielo. Ya sea que seamos gente buena y responsable, o que estemos 14 | La Palabra Entre Nosotros

enlodados en todo tipo de pecados, la salvación siempre está disponible para todos nosotros. Solo hace falta creer de verdad que Jesucristo murió y resucitó, arrepentirse, convertirse, ser bautizados en su Nombre y confesar en voz alta que Jesús es el Señor, es decir, que es “tu” Señor. Es similar a lo sucedido con el capitán romano Cornelio. Pedro fue a su casa y proclamó que Jesús es el Señor, y aquél aceptó el mensaje de todo corazón. “Todavía estaba hablando Pedro, cuando el Espíritu Santo vino sobre todos los que escuchaban su mensaje.” Viendo que todos se llenaban del Espíritu Santo, Pedro exclamó: “Acaso puede impedirse que sean bautizadas estas personas?” (Hechos 10, 44. 47). La respuesta obvia es “no”, así que todos fueron bautizados. Cada domingo, cuando rezamos el Credo en Misa, confesamos con los labios y creemos con el corazón que Jesús es nuestro Señor y Salvador. Por eso decimos: “Que por nosotros, los hombres, y por nuestra salvación bajó del cielo…y por nuestra causa fue crucificado.” Por nosotros, por mí. Sí, Señor, yo creo. Cuando rezamos el Credo, le decimos al Padre que aceptamos el regalo inmerecido de la salvación que por su pura generosidad y misericordia él nos ha concedido. Cuando repetimos esta declaración cada domingo en Misa, también proclamamos que queremos que este don sea el fundamento de nuestra vida y


Ojalá nunca nos cansemos de decírselo.

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jalá nunca nos cansemos de decír “Jesús, te amo con todo mi corazón porque tú me has salvado.” es bueno que lo hagamos repetidamente, porque no se trata de una afirmación de una sola vez y nada más; es en realidad una decisión persistente y continua de vivir como personas que se han convertido en hijos de Dios. El repetir en voz alta la simple confesión de fe de San Pablo o decirla al rezar el Credo Niceno es muy similar a cuando los esposos se expresan amor repetidamente con las palabras “Te amo”. Es una afirmación que nunca se cansan de repetir porque la expresión verbal confirma la convicción interior. Todos sabemos lo muy importantes que son estas palabras para cada uno de los cónyuges, tanto para quien las dice como para quien las escucha. De este mismo modo tan significativo ha de ser la profesión del Credo para nosotros, porque al rezarlo le estamos diciendo al Señor: “Jesús, te amo con todo mi corazón porque tú me has salvado.”

Tu fe te ha salvado. Los evangelios están llenos de relatos de cuando Jesús decía a la gente “Tu fe te ha salvado” (Mateo 9, 22; Marcos 10, 52; Lucas 7, 50; 17, 19). En esencia, les decía que recibían la sanación o salvación no por lo que hubieran hecho, sino por la fe que tenían en su poder para sanar, redimir y perdonar. Haciéndose eco de la enseñanza de Jesús, Pablo les dijo a los efesios: “Por la bondad de Dios han recibido ustedes la salvación por medio de la fe. No es esto algo que ustedes mismos hayan conseguido, sino que es un don de Dios” (Efesios 2, 8). La gracia inmerecida nos ha salvado. ¡Qué magnífico regalo nos ha dado nuestro Padre, que no se detiene ante nada, ni siquiera ante la muerte de su propio Hijo, en su propósito de llevarnos a su lado y llenarnos de su amor! ■

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El proceso de

Santificación Trabaja por tu propia salvación

Ustedes antes eran extranjeros y enemigos de Dios… pero ahora Cristo los ha reconciliado… Pero para esto deben permanecer firmemente basados en la fe. (Colosenses 1, 21-23)

Ocúpense de su salvación con temor y temblor. (Filipenses 2, 12).

Examínense ustedes mismos, para ver si están firmes en la fe; pónganse a prueba. ¿No se dan cuenta de que Jesucristo está en ustedes? ¡A menos que hayan fracasado en la prueba! (2 Corintios 13, 5).

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¡Un momento! ¿No es San Pablo el que nos dice que somos justificados por la fe en Cristo, y no por nuestras obras? ¿No es él quien nos dijo que no podemos salvarnos a nosotros mismos? ¿Cómo puede este apóstol —que tanto se esforzó para enseñarnos que la salvación es un don gratuito de Dios— decirnos ahora que podemos “fallar la prueba”? ¿Cómo puede decirnos que debemos “ocuparnos” de nuestra salvación con “temor y temblor” y que hay que “perseverar en la fe” si queremos salvarnos? Es cierto que parece como una contradicción, pero sabemos que Pablo conocía muy bien la verdad de Cristo como para estar confundido. Veamos qué quiso decir Pablo con eso de ser justificados por la fe, y también eso de trabajar mucho para alcanzar la salvación. Llamados a la santidad. Una respuesta breve a esta pregunta es que, según San Pablo, hay una diferencia entre la justificación por la fe —aquello que vimos en el artículo anterior— y el proceso de santificación, a lo que se refieren los pasajes citados en este artículo. Pero ¿cuál es la diferencia? La justificación se refiere al sacrificio de Cristo en la cruz. Gracias a que él se entregó a la muerte por nuestros pecados y luego resucitó, hemos sido perdonados, estamos absueltos de todas nuestras culpas y podemos ser bautizados, Septiembre 2019 | 17


es decir, incorporados a su propia vida. Todo lo que se necesita para la justificación es afirmar nuestra convicción, es decir, declarar honestamente, que creemos que Jesucristo es el Señor y que realmente resucitó de entre los muertos. La santificación parte de la base de esa justificación. Santificarse significa llegar a ser santo; es decir, imitar las actitudes y la conducta de Jesús, el Santo de Dios. Las palabras “llegar a ser” nos indican que la santificación es un proceso de continua transformación, no algo que ocurra de la noche a la mañana. A esto es a lo que Pablo se refería cuando dijo: “Lo que Dios quiere es que ustedes lleven una vida santa” y “Dios no nos ha llamado a vivir en impureza, sino en santidad” (1 Tesalonicenses 4, 3. 7). Este proceso de crecer en la santidad es a lo que el apóstol se refería cuando les dijo a los filipenses que “trabajasen” por su salvación y a los colosenses que “permanecieran firmemente” en la práctica de su fe. Lo que nos cuenta San Lucas. Lucas fue discípulo y compañero de viaje de San Pablo, y nos dice que acompañó al apóstol en el tercer viaje misionero de éste y estuvo presente cuando Pablo fue arrestado y llevado a Roma (Hechos 16, 11-12; 27, 1-2). Quien lo relata es el mismo Lucas, que escribió el evangelio que lleva su nombre y el libro de los Hechos de los Apóstoles. 18 | La Palabra Entre Nosotros

Al leer los escritos de San Lucas, se puede decir que él entendía bien la enseñanza de San Pablo sobre la justificación por la fe, como se aprecia en la parábola de Jesús sobre el fariseo y el publicano. Dice que el recaudador de impuestos no se atrevía a levantar la cabeza y, arrepentido, rezó simplemente diciendo: “¡Oh Dios, ten compasión de mí, que soy pecador!” Jesús dijo que este hombre “se fue a su casa justificado” (Lucas 18, 13. 14). La comprensión que él tenía se ve también en que Lucas es el único evangelista que presenta los relatos de Zaqueo (19, 1-10), los diez leprosos (17, 11-19) y el “buen ladrón” en la cruz (23, 39-43). Cada uno de estos casos se refiere a personas que pusieron su fe en Cristo y recibieron el don gratuito de la justificación por la fe que tuvieron. Pero Lucas también entiende que todos los que son justificados están igualmente llamados a ser santificados y dedicó más tiempo que los demás evangelistas a describir la llamada al arrepentimiento y la santidad que hacía Juan el Bautista (Lucas 3, 1-20). También escribió la parábola de la higuera, en la cual el agricultor espera que el árbol produzca frutos, exactamente como Dios espera que su pueblo produzca frutos de santidad (13, 6-9), y la parábola del rico opulento que jamás le hizo caso al mendigo Lázaro que yacía a la puerta de su casa para demostrar que Dios quiere


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n cierto modo, todos somos parecidos al hijo pródigo, o a su hermano mayor.

que sus fieles sean sensibles a los padecimientos de los pobres, los atiendan y les alivien el sufrimiento (16, 19-31). La continuación de una parábola. Lucas es el único de los cuatro evangelistas que relata la parábola del hijo pródigo (Lucas 15, 11-32). En esta narración, el joven rebelde queda justificado —es decir, salvado por el amor de su padre— cuando vuelve a casa. Todo su pasado de pecado, desobediencia y rebeldía queda borrado como si nunca hubiera existido. Todo queda resuelto simplemente porque volvió a casa. Lucas no dice qué pasó con este hijo después de su regreso al hogar paterno, pero nos podemos imaginar dos posibilidades: una es que al muchacho no le gusta vivir con su familia, quizás porque

su padre lo hace trabajar y le impone restricciones y eso es demasiado para él, pero no tiene más remedio que tolerar la situación, o bien opta por irse de nuevo del hogar paterno. La otra posibilidad es que el joven realmente quiere vivir en el hogar familiar, pero eso significa que tiene que abandonar sus caprichos egoístas y sus malas costumbres, y esforzarse por cultivar las virtudes. Ahora tenía que dejar de robar, haraganear e irse de juerga noche tras noche para dormir todo el día siguiente. Su vida licenciosa ya no puede coexistir con la disciplina paterna. En su nueva vida —adquirida gracias al amor de su padre— el joven tendría que levantarse temprano e ir a trabajar en el campo, como su hermano lo había hecho siempre. En lugar de buscar solo Septiembre 2019 | 19


su propia conveniencia y comodidad, ahora tendría que considerar el bienestar y los intereses de todos sus familiares. Además, tendría que dedicar tiempo y esfuerzo a reconciliarse con su hermano mayor y tratar de demostrarle afecto y respeto. ¿Fue difícil para él hacer estos cambios de conducta? Probablemente. Pero cada vez que le venía la tentación de rebelarse y abandonar nuevamente el hogar paterno, se acordaba de lo mal que lo había pasado cuando se le acabó el dinero y le desesperación que sintió cuando no había nadie que le auxiliara, cuando desfallecía de hambre y tenía que vivir entre los cerdos (que eran señal de inmundicia para los judíos), mientras recordaba al mismo tiempo lo aliviado y feliz que se sintió cuando su padre lo recibió con abrazos, sin reprocharle nada y le dio la bienvenida por haber regresado a casa. Un corazón dividido. Esta es una buena manera de comprender lo mucho que necesitamos trabajar en nuestra propia santificación. En cierto modo, todos somos parecidos al hijo pródigo, o a su hermano mayor. El menor estaba encadenado en su propia soberbia y egoísmo; era esclavo de sus pasiones y no se preocupaba en absoluto de sus familiares. Por otro lado, su hermano mayor vivió siempre “en la casa de su padre”, pero 20 | La Palabra Entre Nosotros

estaba dominado por los celos, el rencor, la rivalidad y la ira. Casi todos, al igual que estos dos hermanos, tenemos aspectos de nuestra vida que contradicen el amor y la misericordia con que Dios quiere que actuemos. Esta es la razón por la cual necesitamos el continuo proceso de la santificación personal. Todos tenemos buenas intenciones, pero la experiencia nos dice que también llevamos dentro la inclinación al pecado y el egoísmo. Incluso después de haber sido bautizados, seguimos sintiendo la tendencia al pecado, y aunque hemos orado toda la vida, procurando obedecer los mandamientos de Dios, todavía tenemos que lidiar con las inclinaciones a la soberbia, el egoísmo, los placeres ilícitos y la envidia. El Catecismo de la Iglesia Católica nos dice que “el bautizado debe seguir luchando contra la concupiscencia de la carne y los apetitos desordenados” (CIC 2520). Por ejemplo, cuando estamos en Misa o haciendo oración tal vez nos sentimos cerca del Señor y en paz con nuestros seres queridos y conocidos; pero más tarde, en el mismo día, podemos irnos alejando del Señor y lo que pensamos de algunos familiares o amigos empieza a perder claridad o incluso a tornarse menos agradable y terminamos por ser menos pacientes, amable o tolerantes. En una cierta circunstancia, nos parece fácil ser amables y generosos, pero en


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a santificación es un proceso continuo que a diario va generando cambios de actitud y conducta en la vida del creyente. otra nos volvemos desconfiados y hasta malhumorados. ¿Es así como Dios quiere que vivamos? ¿Realmente espera que seamos tan volubles? ¡Por supuesto que no! Nuestro Padre celestial desea que vivamos una vida serena, apacible y estable, aun cuando tengamos que afrontar problemas y dificultades. Es un proceso. Este contraste entre lo “santo” y lo “pecaminoso” que llevamos dentro no tiene por qué seguir siendo algo inevitable, pues claro que podemos aprender a lidiar con los hábitos pecaminosos arraigados y adoptar una nueva manera de vivir en la que cultivemos la bondad, la paciencia, la honestidad y la santidad. En efecto, esto es lo que dice San Pablo: Que podemos seguir creciendo

en santidad conforme nos vamos despojando del “hombre viejo” que se corrompe según los deseos engañosos y nos revestimos de la “nueva naturaleza” que hemos recibido en el Bautismo” (Efesios 4, 22-24). Esto demuestra que la santificación no es algo que suceda una sola vez y nada más; no, es un proceso continuo que a diario va generando cambios de actitud y conducta en la vida del creyente. Si uno quiere reducir este proceso a su más simple expresión, puede decirse que hay tres pasos a seguir: 1. Empezar por tomar una decisión seria de renunciar a los hábitos de pecado (ira, resentimiento, falsedad, etc.) y adoptar una nueva forma de conducta (de bondad, tolerancia, solidaridad, misericordia, etc.).

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2. Dedicar tiempo a elevar el corazón y el pensamiento a Dios en la oración personal, para pedirle su amor y recibir la fortaleza necesaria para hacer esos cambios. 3. Pedirle al Señor la gracia que uno necesita para resistir y rechazar la tentación tan pronto uno se dé cuenta. Avanzar en la santificación no es fácil, pero sí es posible. ¿Por qué? Porque hemos sido justificados por la cruz de Cristo, y ya no tenemos que sentirnos irremediablemente arrastrados por la natural inclinación al pecado que todos tenemos. Más aún, el Espíritu Santo puede darnos un corazón nuevo y ayudarnos a vivir de una manera distinta. Tal vez nunca lleguemos a graduarnos de la “escuela de Cristo”, pero siempre podemos avanzar y hacer incluso grandes progresos. Pero, eso sí, tenemos que ser pacientes con nosotros mismos y tratar de mantenernos cerca del Señor en todo momento.

complicada, ya que consiste en apenas tres pasos en el proceso de santificación y por eso hay tres preguntas en la prueba. 1. ¿Has notado que en tu vida van creciendo los frutos del Espíritu (Gálatas 5, 22), como la paz, la paciencia y el amor? 2. ¿Te parece que los pecados de la “naturaleza caída”, como la ira, los resentimientos, la falsedad y la soberbia, etc., van disminuyendo? 3. ¿Sientes un mayor deseo de prestar ayuda y servicio a quienes viven contigo o cerca de ti, especialmente si son necesitados, pobres o discriminados? Si puedes responder que sí a estas preguntas, quiere decir que vas avanzando bien por el camino de la santificación. n

Una prueba sencilla. San Pablo nos pidió que nos hiciéramos una prueba para saber si estamos viviendo en la fe (Romanos 12, 2). No es una prueba

Solo una iglesia evangelizada es capaz de evangelizar. (Santo Domingo de Guzmán) 22 | La Palabra Entre Nosotros


G lorificaciรณn

La esperanza de la

No hay nada que nos pueda separar

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En diciembre de 2015, la profesora Eliat Mazar y su equipo de arqueólogos se encontraban realizando una excavación en Jerusalén cuando desenterraron un artefacto que exhibía una impresión del sello real del rey Ezequías, que reinó en Judá hace 2.700 años. La impresión se encontraba en un sitio de desechos cerca del muro del Templo que da al sur. El sello, que en la antigüedad se utilizaba para sellar las cartas, era ovalado, como se ve aquí y estaba estampado en una pieza de arcilla de media pulgada. Solo el rey podía utilizar el sello oficial, lo que significa que este hallazgo es más importante aún pues fue seguramente el propio Ezequías, uno de los reyes de Israel más santos y fieles a Dios, el que realizó esa impresión. El sello garantizaba la autenticidad de la carta o el documento en el que se colocaba y por eso conllevaba gran autoridad y nadie discutía la importancia del documento que lo llevara. Esta imagen del sello real es a la que se refería San Pablo cuando dijo a los creyentes de Éfeso que ellos estaban “sellados con el Espíritu Santo” (Efesios 1, 13), y cuando les enseñó a los corintios que Dios “nos ha marcado con su sello y ha puesto en nuestro corazón al Espíritu Santo como garantía” 24 | La Palabra Entre Nosotros

(2 Corintios 1, 22). Según Pablo, este sello del Espíritu es “el anticipo que nos garantiza la herencia” (Efesios 1, 14). En otras palabras, el don del Espíritu Santo es solamente una muestra de la gloria que experimentaremos cuando estemos con Dios en el cielo. Ya hemos estudiado la teología de San Pablo sobre la justificación por medio de la fe y su teología de la santificación. Ahora, al estudiar el don y el sello del Espíritu, queremos repasar la enseñanza de este apóstol de que Dios también quiere glorificarnos. Este es el don final que Dios quiere otorgarnos y es el más importante. Un gran tesoro. La profesora Mazar, cuando la entrevistaron sobre su descubrimiento en Jerusalén, declaró: “Este sello es el artículo más importante que jamás he encontrado.” Le pareció que este descubrimiento era un verdadero tesoro porque sabía lo valioso que era. Pero al parecer otros no se habían percatado del verdadero valor del artefacto y por eso terminó descartado como deshecho. Es curioso que una persona, por no reconocer el valor de un objeto, lo considera inútil y lo descarta, mientras que otra, que sí reconoce lo valioso que es, lo considera un tesoro.


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s en realidad una fórmula sencilla: Cuando le pedimos al Señor que nos abra los ojos, él lo hace. Los creyentes entendemos que el sello del Espíritu es uno de los regalos más importantes que hemos recibido en la vida porque hemos empezado a experimentar la alegría, la esperanza y la gloria del cielo. El Espíritu nos ha abierto el corazón y sentimos una cercanía con Dios que antes no teníamos y un mayor deseo de vivir para honrar al Señor. Sin embargo, otras personas no logran valorar este sello porque no comprenden que, en su Bautismo, Dios les ha concedido un don imborrable de incalculable valor. Seguramente todos sabemos que podemos experimentar más profundamente la acción del Espíritu Santo, para lo cual la clave es pedirle al Señor que nos ayude a reconocer el tesoro que hemos recibido. Como decía San Pablo: “Pero cuando una persona se vuelve al Señor,

el velo se le quita.” Es en realidad una fórmula sencilla: Cuando le pedimos al Señor que nos abra los ojos, él lo hace. Luego Pablo añade: “Todos nosotros, ya sin el velo que nos cubría la cara, vamos transformándonos en su imagen misma, porque cada vez tenemos más de su gloria, y esto por la acción del Señor, que es el Espíritu” (2 Corintios 3, 16. 18). Este ciclo de una santificación cada vez más profunda es el que nos hace cambiar nuestros conceptos y actitudes y nos llena de la gloria de Dios. Una obra del propio Dios. San Pablo utilizó muchas expresiones diferentes para darnos a conocer lo que debemos hacer si queremos experimentar esta gloria, como se lo dijo a los cristianos romanos: “Revístanse ustedes del Señor Jesucristo” (Romanos 13, 14) y a los colosenses Septiembre 2019 | 25


les aconsejó: “Piensen en las cosas del cielo, no en las de la tierra” (Colosenses 3, 2); a los efesios les dijo: “Ustedes deben renunciar a su antigua manera de vivir… que se ha corrompido a causa de los deseos engañosos… y revestirse de la nueva naturaleza, creada a imagen de Dios y que se distingue por una vida recta y pura” (Efesios 4, 22. 24). Pero ¿quién de nosotros puede realmente tener presente constantemente la forma como Dios quiere que pensemos y actuemos todo el día? Sin embargo, crecer en santidad no consiste solamente en tratar por todos los medios de hacer lo correcto sino en pedirle al Espíritu Santo que nos transforme. Se trata también de confiar en que “el Señor conoce a los que le pertenecen” y que “Dios, que comenzó una buena obra en ustedes, la irá llevando a buen fin hasta el día en que Jesucristo regrese” (2 Timoteo 2, 19; Filipenses 1, 6). Hermano, recuerda siempre que tú has recibido el sello indeleble y permanente del propio Espíritu Santo, el sello que te convierte en un tesoro valioso para Dios, porque él te ha llamado por tu nombre, te ha sellado con su propio Espíritu y te promete amarte con “amor eterno” (Jeremías 31, 3). Este sello es un tesoro muchísimo más valioso y significativo que el sello del rey Ezequías que encontró la profesora Mazar como artefacto arqueológico. 26 | La Palabra Entre Nosotros

No hay nada que nos pueda separar. Alguien llamado Jaime nos escribió hace poco para contarnos su experiencia con el Espíritu Santo y la gloria de Dios. A pesar de que su familia asistía fielmente a la iglesia, Jaime nunca se había sentido realmente cerca de Dios y cuando tenía 20 años, sus padres le comunicaron que se estaban divorciando. La noticia fue devastadora para él. Siendo hijo único, Jaime tenía una relación muy cercana a sus dos padres, y ahora se sentía perdido, no amado y abandonado. El párroco de su iglesia vio cuánto estaba luchando él con estos sentimientos y un día lo llamó aparte antes de la Misa, y le dijo que Jesús quería reconfortarlo y ayudarle a afrontar esta gran tribulación; pero le dijo que primero tenía que decidirse a invitar al Señor a entrar en su corazón: “Solo dedica unos minutos cada día para hablar con Dios con tus propias palabras y reafirma una y otra vez en tu mente la promesa de San Pablo: ‘¡Nada podrá separarnos del amor que Dios nos ha mostrado en Cristo Jesús, nuestro Señor!’ (Romanos 8, 38-39).” Ese mismo día, Jaime se quedó rezando después de misa, arrodillado en el reclinatorio, y repitió este pasaje una y otra vez. Así fue como empezó a sentir que algo se agitaba en su corazón y los ojos se le llenaron de lágrimas. Una


Es cierto que la vida suele ser difícil; pero si nos mantenemos unidos al Señor, cada una de estas situaciones puede significar para nosotros una mayor experiencia de la gloria que el Señor nos tiene reservada. nueva sensación de paz vino sobre él y percibió que el amor de Dios le llenaba el corazón. Ese día Jaime emprendió un nuevo caminar junto al Señor. Cada día separó unos minutos para rezar y leer las Sagradas Escrituras; también empezó a acudir con regularidad al Sacramento de la Confesión y le pidió al párroco que le recomendara un par de libros que pudieran ayudarle en su situación. “No hay nada que pueda separarme del amor de Dios,” nos comentó Jaime en su carta. “Finalmente sé quién soy: un hijo de Dios. Aún sigo en contacto con mis dos padres, y cada día rezo para que ellos se reconcilien. Ahora tengo una esposa y tres hijos y me esfuerzo mucho por ser tan bueno y cariñoso con ellos como me sea posible. Todo lo debo a que estoy lleno del amor de Dios.”

Lo que le sucedió a Jaime puede sucedernos a cualquiera de nosotros, incluso a ti, querido lector, si te parece que no tienes una relación tan íntima con Cristo y si aceptas el consejo que el párroco le dio a Jaime: Decidirte a invitar al Señor a entrar en tu corazón y luego iniciar una vida de oración, de estudio de la Palabra de Dios y de participación en la vida sacramental y comunitaria de la iglesia. La magnífica noticia del Evangelio. San Pablo nos dice que Dios nos ha dado el Espíritu Santo y que él “se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que ya somos hijos de Dios” (Romanos 8, 16). Esto es algo que podemos experimentar cuando aceptamos la justificación que Jesús ganó para nosotros en la cruz. Septiembre 2019 | 27


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uestro Padre celestial nos tiene reservadas solo cosas buenas, y también podemos llenarnos de su gloria, aquí y ahora mismo. Luego el apóstol señala que el Espíritu nos dice que “somos también herederos de Dios y coherederos con Cristo” (8, 17 BL). Esta es nuestra herencia y podemos crecer en ella cuando emprendemos personalmente el proceso de santificación. Finalmente, San Pablo nos asegura que “los sufrimientos del tiempo presente no son nada si los comparamos con la gloria que habremos de ver después” (8, 18). Es cierto que la vida suele ser difícil, que las tentaciones son a veces bastante fuertes, y que a cada paso encontramos dificultades de cualquier tipo; pero si nos mantenemos unidos al Señor, cada una de estas situaciones puede significar para nosotros una mayor experiencia de la gloria que el Señor nos tiene reservada. La herencia celestial. Desde luego la teología de San Pablo no se limita simplemente a creer en Cristo y tratar de llevar una vida santa, porque también tenemos la promesa de la 28 | La Palabra Entre Nosotros

herencia celestial, parte de la cual es que el Señor “cambiará nuestro cuerpo miserable para que sea como un cuerpo glorioso” (Filipenses 3, 21). Estar convencidos de que estamos destinados a vivir en el cielo significa saber, sin lugar a dudas, que nuestro Padre celestial nos tiene reservadas solo cosas buenas, y que también podemos llenarnos de su gloria, aquí y ahora mismo, e irradiar esa gloria a todas las personas con quienes tengamos contacto. Hermano, tú has sido justificado por la gracia de Dios y te estás santificando según cooperes con el Espíritu Santo, lo que significa que un día llegarás a la glorificación con la gracia de Jesucristo, nuestro Señor. ¿No te parece que esta buena noticia del Evangelio es absolutamente magnífica e insuperable? ■


Dios es Creador de todo lo que existe

En el principio ya existía la Palabra. . . y la Palabra era Dios. . . y sin ella no se hizo nada de cuanto llegó a existir. (Juan 1, 1. 3) Por Hosffman Ospino

Una de las convicciones más importantes de la tradición judeo-

cristiana es que Dios es el creador de todo cuanto existe, visible e invisible. Es naturalmente más fácil hablar de la creación visible puesto que la percibimos con nuestros sentidos y somos parte de ella gracias a nuestra dimensión corporal — somos espíritus encarnados. Pero no podemos reducir la creación exclusivamente a lo visible. Cuando los cristianos hablamos de las realidades invisibles creadas por Dios, estamos hablando del mundo espiritual, el cual es tan real como el mundo sensible que percibimos a diario. Este mundo espiritual es la dimensión celestial en donde las realidades angélicas existen. Septiembre 2019 | 29


¡Sí, los católicos creemos en los ángeles! Quizás no creemos en ellos como las caricaturas que con frecuencia nos presenta la cultura popular, pero sí como espíritus creados por Dios. La palabra ángel significa “mensajero”. El cielo es la realidad espiritual en la que Dios existe con los ángeles y otros seres espirituales, es la realidad de la que aspiramos a ser parte después de nuestra vida terrenal. Dios es la fuente de vida y existencia del mundo espiritual. Este mundo espiritual incluye también aquellos espíritus que en su libertad han rechazado a Dios. Todos, incluso Satanás y los demonios que le siguen en su rebelión contra Dios, son criaturas de Dios; por consiguiente, no son ni más grandes ni más poderosos que Dios quien les ha creado. Aquí somos testigos de la misericordia infinita de Dios, quien no niega la existencia como castigo a quienes se oponen a su amor. Decir que Dios es el creador de todo lo que existe tiene dos implicaciones elementales. Por un lado, nos recuerda que el orden creado no es eterno, sino que tiene un comienzo. De cualquier manera que expliquemos el origen del universo y su expansión —lo cual es un tema bastante común en nuestra época gracias a los avances científicos—creemos como cristianos que en última instancia el Dios de la Revelación es autor y fuente de todo cuanto existe. Lo que sabemos del 30 | La Palabra Entre Nosotros

Lo que sabemos del universo gracias a la ciencia y la razón de ninguna manera contradice o empequeñece lo que creemos.

universo gracias a la ciencia y la razón de ninguna manera contradice o achica lo que creemos. Además, lo que creemos no excluye lo que aprendemos científicamente sobre el universo. Todo lo contrario, el estudio de la creación, en su belleza y complejidad, es una oportunidad para contemplar la grandeza del amor de Dios. Al mismo tiempo, afirmar que Dios es el creador de todo cuanto existe significa reconocer que solo Dios puede crear. Solo Dios, como Dios, le puede dar existencia al orden creado. Es interesante observar cómo muchos de los debates sobre la existencia de Dios comienzan precisamente con un análisis del orden creado. Por ejemplo, Santo Tomás de Aquino, en los argumentos o vías que propuso hace varios siglos para demostrar la existencia de Dios, comienza con una contemplación del orden creado concluyendo que al hacer las preguntas correctas este orden nos conduce a Dios. Hoy


en día algunos intelectuales, teólogos y otros pensadores, hacen lo mismo valiéndose de la filosofía y las ciencias. Irónicamente, muchas personas a nuestro alrededor, también contemplando el orden creado, la complejidad del mundo en el que vivimos y la inmensidad del universo, concluyen diciendo que Dios no existe. ¿Cómo es posible llegar a tal conclusión? Lo que nos queda claro, como mujeres y hombres de fe, es que la creación es ante todo un signo auténtico de la presencia y acción de Dios. En su Carta a los Romanos, San Pablo dice que los atributos invisibles de Dios, “su poder eterno y su divinidad, se hacen visibles a los ojos de la inteligencia, desde la creación del mundo,

por medio de sus obras” (Romanos 1, 20). Como parte de su Revelación a la humanidad, Dios nos enseña que la creación es parte de su plan de salvación desde un principio. La creación no es un accidente. La creación es un elemento esencial de la Revelación divina: “La revelación de la creación es inseparable de la revelación y de la realización de la Alianza del Dios único, con su pueblo”, nos recuerda el Catecismo de la Iglesia Católica (288). Cuando hablamos de la creación, es importante que tengamos en cuenta dos dinámicas. Primero, Dios crea de la nada, es decir que Dios le da existencia al orden creado. Este orden creado no pudiera ser ni existir sin Dios. Los seres humanos somos parte del orden Septiembre 2019 | 31


creado. Segundo, la creación no termina en ese primer acto que da existencia, sino que continúa. En otras palabras, la acción creadora de Dios es permanente porque Dios mantiene la existencia de todo lo que ha hecho. Es por ello que desde la perspectiva cristiana tenemos la convicción de que cada instante de nuestra existencia y de la existencia del orden creado, visible e invisible, es un regalo de amor infinito y misericordioso por parte de Dios. Dios no tiene la obligación de concedernos esa existencia. Sin embargo, de una manera amorosamente generosa, Dios genera y mantiene constantemente la creación. He ahí, una vez más, la grandeza del misterio divino. La creación, por ser obra de Dios, sin ser Dios, tiene su propia perfección. El orden creado es bueno y dicha bondad tiene su fuente en la bondad del Creador. El orden creado es bueno en la medida en que es capaz de mediar la presencia de Dios — he aquí la dimensión sacramental de la realidad a la cual los católicos damos bastante importancia. Al mismo tiempo, la bondad de la creación radica en su capacidad de revelarnos la existencia de Dios, porque es Dios quien la hace posible. Pero la perfección de la creación dentro de la historia permanece como proyecto. Así, nos encontramos con una creación que 32 | La Palabra Entre Nosotros

La creación, por ser obra de Dios, sin ser Dios, tiene su propia perfección. El orden creado es bueno y dicha bondad tiene su fuente en la bondad del Creador. se encamina a la perfección — a Dios mismo. La tradición teológica cristiana usa la expresión “en estado de vía” (in statu viae) para indicar que la creación se encuentra de camino hacia la plenitud para la cual fue hecha. Esto hace posible que en el transcurso de la historia, la creación sea transformada. En el caso del ser humano, como seres creados tenemos espacio para crecer en todo aspecto de nuestra vida. Aunque Dios nos ha creado y sostiene nuestra existencia constantemente con su amor creador, Dios no define todo aspecto de nuestro existir, sino que nos concede la libertad de vivir nuestra existencia como un itinerario de búsqueda de nuestra realización. He aquí la relación balanceada que existe entre la Providencia de Dios, quien no nos abandona y en quien dependemos totalmente, y la libertad de vivir como seres creados a imagen y semejanza de Dios. Dentro del contexto de la Revelación sabemos que todo lo creado busca su realización definitiva en Dios, de quien


procede y a quien se dirige. Gracias al misterio de Jesucristo tenemos más claridad sobre lo que significa esta realización. San Pablo en sus palabras elocuentes, por ejemplo, nos dice: Porque también la creación será liberada de la esclavitud de la corrupción para participar de la gloriosa libertad de los hijos de Dios. Sabemos que la creación entera, hasta el presente, gime y sufre dolores de parto. Y no solo ella: también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, gemimos interiormente anhelando que se realice la redención

de nuestro cuerpo. (Romanos 8, 21-23) Al leer estas palabras de San Pablo en esta reflexión sobre Dios creador, hemos de considerar la realidad del mal que se experimenta en el orden creado. El Catecismo de la Iglesia Católica pregunta: “Si Dios Padre todopoderoso, Creador del mundo ordenado y bueno, tiene cuidado de todas sus criaturas, ¿por qué existe el mal?” (CIC, 309). Es más, el Catecismo insiste en preguntar, “Pero ¿por qué Dios no creó un mundo tan perfecto que en él no pudiera existir ningún mal?” (CIC, 310). Estas preguntas resuenan en nuestras Septiembre 2019 | 33


mentes y corazones, pues con toda seguridad alguna vez nos las hemos hecho. Para responder a ellas necesitamos recordar lo que acabamos de decir. La creación disfruta de muchas perfecciones, pero todavía no alcanza su plenitud en la historia. En este camino hacia la plenitud descubrimos que también hay imperfecciones tales como las limitaciones naturales, la enfermedad, la muerte, etc. Estos males físicos son parte de la naturaleza del orden creado. Pero el mal físico es diferente del mal moral. Este último también existe y es el resultado del alejamiento del ser humano del plan de Dios y del llamado a la santidad que debiera regir su vida. Tanto el mal físico como el mal moral son experiencias que son parte de nuestra realidad histórica. No estamos destinados a ser sujetos de ellos eternamente, pues sabemos que en Jesucristo el mal y la muerte ya han sido vencidos. Por eso anhelamos, junto con la creación, poder ser partícipes de la gloria de Dios por medio de Jesucristo para la cual hemos sido creados: “El mundo ha sido creado para la gloria de Dios” (CIC, 293). El cuidado de la creación visible juega un papel muy importante en la experiencia de fe cristiana católica. El orden creado es el espacio en el que vivimos, en el que nos encontramos con Dios en la historia y en el cual 34 | La Palabra Entre Nosotros

La destrucción del medio ambiente y el descuido de la naturaleza pueden ser interpretados como una falta de aprecio por uno de los regalos más hermosos que Dios nos ha hecho.

nos realizamos como seres humanos, especialmente entrando en relación unos con otros. Este orden creado es un signo por excelencia de la presencia de Dios, quien lo sostiene con amor infinito y por medio del cual se hace presente de una manera sacramental. Hoy en día cada vez son más las voces que denuncian el mal uso de la creación visible por las generaciones contemporáneas. En particular han de destacarse los esfuerzos y reflexiones hechas durante los pontificados del Papa Francisco y el Papa Benedicto XVI. La destrucción del medio ambiente y el descuido de la naturaleza pueden ser interpretados como una falta de aprecio por uno de los regalos más hermosos que Dios nos ha hecho. Al no cuidar nuestro entorno natural y el medio


ambiente, no solo estamos poniendo nuestra integridad física en riesgo, sino que también estamos cerrándonos a la posibilidad de ver en la creación una expresión de Dios que hemos de contemplar para descubrir sus huellas. Es importante que como cristianos católicos recobremos el sentido sacramental de la creación. Este es un sentido sacramental que todavía se mantiene vivo en varias culturas indígenas latinoamericanas en cuanto a su respeto por la naturaleza. Por ejemplo, comunidades indígenas en los Andes se refieren a la tierra como la Pachamama o “madre”. La tradición cristiana ciertamente ofrece muchos recursos para afirmar el respeto por el orden creado, incluyendo las Sagradas Escrituras y tradiciones espirituales como aquella inaugurada por San Francisco de Asís. ■

Hosffman Ospino, PhD, es Profesor Asociado de Teología y Educación y Director del Programa de Posgrado en Ministerio Hispano del Boston College, Boston Massachussetts. Este extracto del libro El Credo: Un encuentro con la fe de la Iglesia (pp. 37-43) ha sido reimpreso con permiso de Ave Maria Press.

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E D I T A C I O N E S

de agosto, jueves San Alfonso María de Ligorio, obispo y doctor de la Iglesia Mateo 13, 47-53 El Reino de los cielos se parece también a la red que los pescadores echan en el mar. (Mateo 13, 47) Las redes de pescar recogen todo lo que encuentran a su paso, por lo que, cuando se vuelca el contenido en la barca, se ven muchísimas cosas: peces comestibles, peces no comestibles, crustáceos, erizos de mar y toda clase de objetos, desechos, algas, etc. La red no distingue entre lo bueno y lo malo o entre lo útil y lo inútil. Es el pescador quien tiene que decidir qué conviene dejar y qué desechar. La Escritura está llena de historias en las que Jesús “pesca” a personas: cuando defendió a la mujer sorprendida en adulterio; cuando cenó con Zaqueo, el recaudador de impuestos; cuando enseñó pacientemente al justo fariseo Nicodemo, y muchas otras. En cualquier lugar donde estuviera, el Señor siempre estaba lanzando su red, siempre estaba tratando de ganar gente para su Reino. Incluso quiso que sus seguidores fueran “pescadores de hombres” y los envió a echar sus propias redes a cuantos encontraran por el camino (Lucas 5, 8). Hoy, Dios nos encarga a nosotros la misma tarea. Quiere que todos compartamos la Buena Nueva tan a menudo como nos sea posible y de la misma forma indiscriminada como lo hicieron los discípulos 36 | La Palabra Entre Nosotros

y como lo hizo el propio Cristo. ¿Cuánto podría cambiar el mundo si cada persona que lee esta meditación intentara compartir el Evangelio con una sola persona más? ¡La pesca sería enorme! Tú puedes hacer la diferencia. Hoy tú puedes hablar con tus compañeros de trabajo, un vecino o compañeros de estudios sobre el amor de Dios, aun si todo lo que hagas sea ofrecerles una sonrisa o un saludo amable. También puedes ayudar a tu familia a ir por el camino correcto haciendo algo tan sencillo como rezar juntos el Padre Nuestro todos los días. También puedes edificar más a un amigo tuyo si te dispones a escucharlo más de lo que le hablas. Y si se presenta la ocasión, puedes decirle a cualquiera de estas personas: “Dios te ama.” Pareciera que el mundo se está quedando vacío de suministros de compasión y consideración, por lo que muchas personas están inmersas en sus problemas y dificultades. Y es ahí donde aparece la oportunidad de actuar. Si tratamos a los demás con bondad y solidaridad, otros lo notarán. Así que sigue echando tus redes cada vez que puedas. “Espíritu Santo, utilízame para compartir tu amor con todo aquel que encuentre hoy por el camino.” ³³

Éxodo 40, 16-21. 34-38 Salmo 84 (83), 3-6. 8. 11


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de agosto, viernes San Eusebio de Vercelli, obispo, o San Pedro Julián Eymard, presbítero Mateo 13, 54-58 Un profeta no es despreciado más que en su patria y en su casa. (Mateo 13, 57) Los habitantes del pueblo donde Jesús había crecido se sintieron indignados ante las pretensiones de este vecino suyo, que conocían tan bien y, por eso, pensaban que no tenía nada de extraordinario. “¿De dónde ha sacado éste esa sabiduría y esos poderes milagrosos?” (Mateo 13, 54). El hecho de conocer a Jesús como vecino impidió que los nazarenos reconocieran quién era el Señor en términos de su mensaje y sus obras. San Mateo sitúa este pasaje inmediatamente después de la serie de parábolas que contó Jesús tratando de hacer un contraste entre la gente que “se quedaba en la playa” del lago para escucharle y los que oyeron sus palabras en la sinagoga de su pueblo, es decir, los que no se molestaron en ir a buscarlo. La diferencia es la siguiente: Los que se reunieron a orillas del lago querían conocer a Jesús, escuchar sus palabras y tener una relación más profunda con él. Los de la sinagoga escuchaban con curiosidad, pero con cierta desconfianza. Finalmente, los tibios de su pueblo lo rechazaron. En cambio, los discípulos, “gente humilde, pecadora, temerosa”, lo escucharon,

creyeron en él y se transformaron en poderosos instrumentos de la gracia de Dios. ¿Por qué el ver a Jesús solo a la distancia puede obstaculizar nuestra fe e incluso llevarnos a la incredulidad? Porque fácilmente podemos pensar que: “Dios es demasiado grande, o está demasiado ocupado para atender a mis pequeños problemas”, o bien, “es imposible que el Señor quiera hacer algo en mi vida hoy porque soy muy pecador.” Posiblemente el interés que una vez tuvimos por conocerlo haya desaparecido o que, debido a las desilusiones y frustraciones de la vida, se haya convertido en apatía. ¿De qué manera quiere reanimarnos el Espíritu Santo hoy día? Cualquiera sea la condición en la que nos encontremos, debemos acercarnos más a Cristo y aferrarnos a él con todas nuestras fuerzas. En efecto, querido lector, no te límites a contemplarlo desde lejos; acércate a su lado y pídele, búscalo, toca a su puerta, para que él se te revele cada día más. Ve a caminar con él y deja que te hable al corazón. ¡Qué sorpresa te vas a llevar, pues todos cuantos lo buscan encuentran su amor misericordioso! “Jesucristo, Salvador mío, cambia mi corazón, te lo ruego. Escucha mis súplicas, Señor, porque te amo con toda mi alma.” ³³

Levítico 23, 1. 4-11. 15-16. 34-37 Salmo 81 (80), 3-6. 10-11

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de agosto, sábado Mateo 14, 1-12 Es Juan el Bautista, que ha resucitado de entre los muertos y por eso actúan en él fuerzas milagrosas. (Mateo 14, 2) El rey Herodes, tetrarca que gobernaba judea, se vanagloriaba de su autoridad real en Galilea, pero en realidad era débil de carácter y ni siquiera podía controlar sus propios impulsos. Su falta de dominio propio le impedía gobernar con rectitud y justicia. La autoridad que tenía la recibió de Dios y pudo haber sido un instrumento de justicia, pero cuando tuvo que decidir la suerte de un hombre justo, prefirió guardar sus apariencias y mostrarse como de carácter firme, aunque sabía que estaba haciendo lo incorrecto: “El rey se entristeció, pero a causa de su juramento y por no quedar mal con los invitados” mandó ejecutar a Juan el Bautista en la cárcel. Si Herodes hubiera respetado de verdad los mandamientos de Dios, no se habría encontrado en semejante dilema. Lo cierto es que, por no ejercer ni defender la justicia, sus actos tuvieron consecuencias terribles para él y para muchos otros. Según San Mateo, Herodes y Pilato actuaron del mismo modo: Ninguno de ellos impidió que muriera un hombre inocente, porque no se atrevieron a imponer justicia. Pero, ¿cómo nos comportamos nosotros? Antes que nada, somos hijos de Dios y si tomamos en serio el deber de orar, leer la Escritura y servir en el Cuerpo de 38 | La Palabra Entre Nosotros

Cristo, podemos vivir como tales en plenitud. Sin duda tenemos también otros deberes que cumplir, pero lo primero es poner en práctica el carácter que distingue a los hijos de Dios, porque esto es lo que condiciona nuestra conducta frente a los demás. La relación que tengamos con el Señor determinará la forma como tratemos a nuestros familiares, amigos y conocidos, y nos servirá para definir el testimonio de vida cristiana que demos con nuestro propio comportamiento. Si obedecemos a Dios en la vida interior y personal, recibiremos sabiduría y fortaleza para desempeñar nuestras obligaciones y responsabilidades de padres o madres de familia, maestros, jefes de oficina, dirigentes, empleados e integrantes del Cuerpo de Cristo. ¡Cuánta pena debe causarle al Señor el ver que nos dejamos encadenar por el pecado o por circunstancias que nos privan del gozo del Espíritu! Pero si Dios está de nuestra parte, ¿qué razón hay para sentirse indefenso o desanimado? “Señor, quiero verme como tú me ves, como un hijo amado; así, fortalecido por esa visión, podré ejercer rectamente la autoridad que me has conferido en este mundo.” ³³

Levítico 25, 1. 8-17 Salmo 67 (66), 2-3. 5. 7-8


MEDITACIONES AGOSTO 4-10

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de agosto, XVIII Domingo del Tiempo Ordinario Lucas 12, 13-21 Eviten toda clase de avaricia porque la vida del hombre no depende de la abundancia de los bienes que posea. (Lucas 12, 15) San Lucas nos presenta hoy, en su Evangelio, la parábola del hacendado necio, en la cual Jesús enseñaba que la vida verdadera no consiste realmente en acumular dinero ni bienes materiales. El afán de conseguir más y más posesiones en esta vida, a la larga, no hace más que perjudicarnos, porque nos lleva a ser arrogantes o soberbios y centrar la mirada en nosotros mismos, no en Dios. Jesús sabía que si entendemos por qué estamos en este mundo, más nos dedicaremos a buscar los tesoros celestiales y más plenamente desearemos ayudar a nuestros hermanos y hermanas. El hombre de la parábola descubrió demasiado tarde que los bienes materiales en realidad no pueden comunicar la vida verdadera. Los bienes terrenales son regalos que Dios nos da, recursos que pone en nuestras manos, para que los administremos bien. Si Dios nos bendice con abundancia de

posesiones materiales, hemos de darle gracias y procurar usarlos de la mejor manera posible para su honor y gloria y para favorecer al prójimo. Para ser “ricos de lo que vale ante Dios” (Lucas 12, 21) es preciso abrir el corazón al amor de Jesús, para que el Espíritu Santo nos llene más y más de los tesoros de su Reino. ¿Crees tú que el Espíritu Santo es el tesoro más grande y valioso que tú puedes tener y que el Señor te puede ayudar a poner el amor a Dios y al prójimo por encima del afán de ambicionar los bienes materiales? Ningún creyente debiera pensar que es imposible librarse del egoísmo y de la codicia que muchas veces nos dominan y tampoco debemos jamás menospreciar nuestro propio potencial —ni el poder del amor de Dios— pensando que basta con vivir para esta vida y nada más. Permite, hermano, que el Espíritu te enseñe a buscar primero el Reino de Dios, te provea de todo lo necesario para la vida en este mundo (Mateo 6, 33) y también en el próximo y te enseñe a descubrir los tesoros del Reino de Dios. “Espíritu Santo, ayúdame, Señor, a considerar las necesidades de los demás antes que las mías y mantener la mirada fija en las cosas del cielo y no en las de la tierra.” ³³

Eclesiastés 1, 2; 2, 21-23 Salmo 90 (89), 3-6. 12-14. 17 Colosenses 3, 1-5. 9-11 Agosto / Septiembre 2019 | 39


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de agosto, lunes Dedicación de la Basílica de Santa María la Mayor Mateo 14, 13-21 Tomó los cinco panes y los dos pescados… (Mateo 14, 19) El llamado del Señor nos llega poco a poco, incluso cuando menos lo esperamos; a veces ni siquiera nos damos cuenta. Lo hace poniéndonos ciertas inquietudes en el corazón, o esperando a que las pequeñas molestias de la vida se acumulen hasta que empezamos a preguntarnos por qué nos suceden las cosas y dónde está Dios. Gradualmente vamos adoptando una perspectiva eterna, sin siquiera percatarnos de que Dios es quien nos hace pensar así porque desea transformarnos, y poco a poco vamos respondiendo como nunca antes lo habríamos hecho: yendo a Misa en la semana, leyendo la Biblia o algún libro de meditaciones, dando gracias por la comida y el trabajo. Esta es la forma en que solemos comenzar a caminar con Jesús; no porque simplemente se nos ocurra, sino por el gran amor y la misericordia con que Dios actúa en nosotros. ¿Qué cosa hay que pueda separarnos del amor de Dios? ¡Ninguna! Durante toda la vida él nos está llamando, a veces con susurros, a veces a grandes voces, porque anhela hacernos partícipes de su vida. Tanto nos ama que no se limita a mantener nuestra vida, sino que está siempre trabajando para que cada vez seamos hijos e hijas más perfectos, llenos del poder del 40 | La Palabra Entre Nosotros

Espíritu Santo y unidos como un solo cuerpo bajo Cristo, cabeza de la Iglesia. Este amor inagotable y siempre dinámico es lo que Jesús demostró cuando dio milagrosamente de comer a cinco mil personas. Los discípulos le sugirieron que despidiera a la gente, pero Jesús deseaba seguir enseñándoles y demostrándoles amor. Su generosidad y su ternura superan con creces todo lo que podamos imaginarnos, y da gratuitamente a todo el que acuda a su lado. Después de todo, ¿cómo podríamos retribuirle por una vida entera de abundante gracia y amor? ¿Con el equivalente de unos pocos panes y pescados? Solo basta pedir para obtener esta gracia infinita. Acerquémonos con humildad a la mesa del Señor para recibir el pan de vida y pidámosle a Jesús todo lo que él quiera darnos. La generosidad de Dios no conoce límites y está siempre en acción. Por eso, no permitas que nada te impida llegar junto al Señor: ni resentimientos, ni iras, ni amarguras ni pecados habituales. “Padre eterno, concédenos que tu gracia nos sane y nos moldee como tú quieras, para que reflejemos tu amor en todo.” ³³

Números 11, 4-15 Salmo 81 (80), 12-17


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de agosto, martes La Transfiguración del Señor 2 Pedro 1, 16-19 Como una lámpara que ilumina en la oscuridad. (2 Pedro 1, 19) Pedro fue uno de los tres testigos que presenciaron la Transfiguración del Señor. Junto con Santiago y Juan, vio a Jesús glorificado y a Moisés y Elías que hablaban con él; además, escuchó la voz de aprobación de Dios. Ahora, algunas décadas más tarde, Pedro habla sobre este glorioso evento: “Por haberlo visto con nuestros propios ojos en toda su grandeza… mientras estábamos con el Señor en el monte santo.” (2 Pedro 1, 16. 18). No hay duda de que la Transfiguración fue uno de los eventos más memorables que presenció el apóstol. Es lógico que Pedro hable sobre la Transfiguración en términos de una revelación esplendorosa y especial que tuvo, y eso fue lo que hizo, como también es razonable que exaltara la gloria de Cristo transfigurado, y así lo hizo. Pero también describió esta especie de “visión” del cielo como una luz en medio de la oscuridad. Pedro entendió que Jesús le hizo experimentar este episodio con el fin de animarlo y prepararlo para la oscuridad que lo envolvería cuando Jesús tuviese que sufrir su Pasión: Pedro, aférrate a esta visión. Recuérdala cuando te sientas tentando a perder la esperanza. Yo soy el Hijo de Dios, y voy a resucitar. Ese es un mensaje que todos

necesitamos escuchar. A veces parecería que dondequiera que dirijamos la mirada solo vemos oscuridad: guerras, miseria, delincuencia, aborto provocado, familias separadas. Todas estas realidades pueden desanimarnos al punto de darnos por vencidos en el llamado a la búsqueda de la santidad. Pero recuerda las palabras de San Pedro: la Transfiguración de Cristo revela la verdadera e inmutable base de toda la realidad; Jesús está glorificado, él es el Hijo amado del Padre y reina sobre todo el universo. Aun cuando parece que el enemigo triunfa, la oscuridad jamás podrá apagar la luz de Cristo. Mira a tu alrededor, y encontrarás destellos de luz en lugares inesperados, en obras de compasión por los que sufren, en actos de valentía frente al enemigo, en actos de abnegación por el bien de un extraño o un ser querido. Así como el amor de Jesús brilló durante su propia crucifixión, su luz puede resplandecer hoy en cada esquina oscura. Esa luz continuará brillando hasta que Jesús vuelva. Confía en él, y su luz brillará en ti cada vez más. “Señor Jesús, ayúdame a fijar mis ojos en ti en medio de la oscuridad.” ³³

Daniel 7, 9-10. 13-14 Salmo 97 (96), 1-2. 5-6. 9 Lucas 9, 28-36

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de agosto, miércoles Santos Sixto II, Papa y Compañeros, mártires o San Cayetano, presbítero Mateo 15, 21-28 Mujer, ¡qué grande es tu fe! Que se cumpla lo que deseas. (Mateo 15, 28) Fue curiosa la actitud de Cristo en el Evangelio de hoy. Al principio no parecía tener interés alguno en atender a la pobre mujer cananea que le suplicaba a gritos; parecía conformarse con las barreras culturales que separaban a los judíos y los cananeos, cosa rara en su forma de actuar. La mujer tuvo que implorar misericordia repetidamente antes de que el Señor decidiera favorecerla. ¿Por qué actuó así? Jesús siempre escucha el clamor de nuestro corazón, y no deja que suframos más allá de lo que podemos soportar. La demora en la respuesta de Cristo era un desafío para que la fe de la mujer se fortaleciera con la perseverancia. Este incidente encierra una profunda lección para nosotros: No importa quiénes seamos ni qué lugar ocupemos en la sociedad, nuestra fe en Cristo puede derribar cualquier barrera hasta llegar al corazón de nuestro Salvador. La fe de la cananea no era solo una aceptación intelectual de unos conceptos inciertos acerca de Dios. Aunque no entendía cabalmente quién era Jesús, confió en él con todo su corazón. Sabía que tenía una gran necesidad y se daba cuenta de que Cristo era su única esperanza; por eso no se avergonzó de pedirle auxilio, hasta que

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él respondiera. Ella, como San Pablo, no dudó en proclamar públicamente su fe en Cristo ni en reconocer su necesidad (véase Romanos 1, 16; 2 Timoteo 1, 12). Esto fue lo que le agradó al Señor. Conmovido por la fe de ella, le dio su aprobación: “¡Oh, mujer, qué grande es tu fe!” Jesús no se avergüenza de llamarnos hermanos suyos, seamos quienes seamos. Vino a auxiliarnos en nuestra debilidad y espera que pongamos en él toda nuestra confianza y esperanza. ¿Cuáles son las barreras de miedo, duda o desaliento que te hacen difícil a ti pedirle ayuda al Señor? Imita a la cananea y ruégale al Señor que te atienda ahora mismo y pídele con insistencia. Invítalo a entrar en tu vida para que te comunique salud, para llevar el Evangelio a tu familia y cambiar el mundo entero. Jesús es fiel y responderá a su pueblo conforme a la fe de cada uno. “Señor mío Jesucristo, ayúdame, te ruego, a imitar a la cananea y demostrar la grandeza de tus obras en mi vida y en el mundo.” ³³

Números 13, 1-2. 25–14, 1. 26-29. 34-35 Salmo 106 (105), 6-7. 13-14. 2123


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de agosto, jueves Santo Domingo de Guzmán Mateo 16, 13-23 Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo? (Mateo 16, 16) El Señor elogió a Pedro cuando éste declaró: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.” Luego, Jesús añadió: “Dichoso tú, Simón, hijo de Juan, porque esto no te lo ha revelado ningún hombre, sino mi Padre, que está en los cielos… y yo te digo a ti que tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia. Yo te daré las llaves del Reino de los cielos.” En efecto, desde entonces, la Iglesia es una sola, de alcance universal, cuyo único fundador y cabeza es Cristo, nuestro Señor, que ha querido tener a Pedro como su representante: “Donde está Pedro, allí está la Iglesia” decía San Ambrosio, o sea: donde está el Papa, el sucesor de Pedro, allí está la Iglesia. Es indiscutible que la Piedra viva, la Piedra angular por excelencia es Cristo Jesús, pero él mismo dejó a su Vicario, el Obispo de Roma, como cabeza visible de la Iglesia Católica en el mundo. Pero luego vienen todos los fieles, desde los obispos y los sacerdotes hasta el último bautizado; todos, justamente como lo dice San Pedro, somos “piedras vivas, un templo espiritual, un sacerdocio santo, que por medio de Jesucristo ofrezca sacrificios espirituales, agradables a Dios” (1 Pedro 2, 5). Sin embargo, no hemos de olvidar

que, cuando el Señor dijo que iría a Jerusalén donde le darían muerte, tuvo que reprender duramente a Pedro y corregirlo por la respuesta precipitada e irreflexiva, demasiado humana y equivocada de éste. Por eso es bueno que en los evangelios veamos a los primeros discípulos de Cristo tal como eran: no como personajes idealizados, sino como gente de carne y hueso, como nosotros, con sus virtudes y defectos; esta circunstancia nos aproxima a ellos y nos ayuda a ver que el crecimiento en la vida cristiana es un camino que todos debemos recorrer, pues nadie nace siendo sabio y experimentado. Ahora, sumidos como estamos en una sociedad que propone como ideales el éxito material, el aprendizaje sin esfuerzo y la obtención del máximo provecho con un mínimo de trabajo, es fácil que también acabemos viendo las cosas más como los hombres que como Dios. Por eso necesitamos adentrarnos en la Palabra de Dios, hacer oración y pedir la luz del Espíritu Santo. “Padre misericordioso, te damos gracias por tu santa Iglesia Católica. Ilumina también a los que rechazan a Cristo para que se conviertan, sean iluminados y no perezcan.” ³³

Números 20, 1-13 Salmo 95 (94), 1-2. 6-9

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de agosto, viernes Santa Teresa Benedicta de la Cruz, virgen y mártir Mateo 16, 24-28 El que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí, la encontrará. (Mateo 16, 25) Después de predecir su pasión, Jesús planteó el costo del discipulado: “Si alguno quiere venir detrás de mí, ha de renunciar a su propio yo, tomar su cruz y seguirme.” Lo hizo para establecer una relación directa entre su cruz y el llamamiento a sus discípulos, y también para unir su destino al de los discípulos. Los padecimientos pueden ayudarnos a identificarnos con Jesús para que él nos dé a conocer su amor. ¿Está usted pasando por dificultades y sufrimientos? ¿Se libra en su interior una batalla entre la luz y la oscuridad, entre el bien y el mal? Jesús quiere estrecharlo cariñosamente en sus brazos en medio de esas tribulaciones y lo invita a morir a sí mismo, a dejar atrás el afán de comodidad o satisfacción personal, el temor, la vanidad o el mal genio que lo tienen prisionero, para asumir la cruz y recibir el amor, la paz y el gozo que el Espíritu quiere derramar con abundancia en su corazón. Esta muerte al ego es esencialmente algo positivo y constructivo: Es negarse uno mismo, para decirle sí a Dios y aceptar su invitación a amarlo a él y al prójimo; es vaciarse de los deseos egoístas con el fin de tener libertad para darse a

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los demás, para que muchas otras personas reciban el Evangelio del amor de Dios por intermedio nuestro. Lo que hablemos, las plegarias que elevemos y hasta el testimonio de vida que demos pueden influir poderosamente en otras personas y moverlas a acercarse al Señor. Finalmente, la invitación de Cristo a tomar su cruz es un llamado a seguir sus pasos e imitarlo a él, que nos amó tanto que entregó su vida por la salvación de todo el género humano. Así, pues, si morimos a nosotros mismos y seguimos a Jesús con toda humildad y confianza en el amor del Padre, llegaremos a ser partícipes de la pasión de Cristo; si tenemos parte en su pasión, también la tendremos en su resurrección. Como lo promete la Sagrada Escritura: “Si sufrimos con valor, tendremos parte en su Reino” (2 Timoteo 2, 12). El sufrimiento y la muerte al yo, llevados a cabo junto con Jesús, conducen al gozo de la resurrección. “Amado Jesús, enséñame a amar, para que cuando pase por los valles oscuros del dolor y el sufrimiento, no olvide el gozo de tu resurrección.” ³³

Deuteronomio 4, 32-40 Salmo 77 (76), 12-16. 21


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de agosto, sábado San Lorenzo, diácono y mártir Juan 12, 24-26 Si el grano de trigo muere, producirá mucho fruto. (Juan 12, 24) Casi todo lo que sabemos de San Lorenzo se refiere a sus últimos días. Lorenzo era un diácono que vivió en Roma en el siglo III y era encargado de distribuir las limosnas entre los pobres. Era amado y respetado por todos, y era como un hijo para el Papa Sixto II. En el año 257 d. C., el emperador romano Valeriano prohibió la práctica del cristianismo. Luego ordenó que todos los obispos, sacerdotes y diáconos fueran ejecutados. El Papa Sixto fue condenado a muerte y muy pronto fue el turno de Lorenzo. Antes de su muerte, a Lorenzo se le ordenó que entregara las riquezas de la Iglesia al emperador. Según la tradición, él solicitó tres días para poder recolectarlas. Luego distribuyó las pertenencias de la Iglesia a los pobres, los ciegos y los enfermos. Después los reunió a todos ellos y se los presentó al emperador. “Estos son los tesoros de la Iglesia”, dijo. Sin impresionarse, Valeriano lo sentenció a muerte en una parrilla el 10 de agosto del año 258. El martirio de Lorenzo fue su acto final de amor y el fruto de muchas “muertes” diarias al pecado y al egoísmo mientras cuidó de los pobres. Al igual que Jesús, Lorenzo entendió que ningún precio era demasiado alto, ningún sufrimiento

demasiado atroz, considerando todo lo que Jesús le había dado a él. Podríamos pensar: “Yo jamás podría hacer lo mismo”. O podríamos querer hacer grandes cosas por Dios, pero no saber por dónde empezar. Jesús nos da una pista: “El que quiera servirme, que me siga” (Juan 12, 26). Cada comida que Lorenzo ofreció a los pobres, cada acto de bondad con los enfermos, fue otro paso tras las huellas de su Maestro. Por medio de su servicio, Lorenzo se hizo cada vez más como Jesús hasta la última semejanza: la muerte al servicio del pueblo de Dios. Tus actos de servicio pueden parecer monótonos e insignificantes, especialmente cuando los beneficiarios son quienes viven en tu misma casa. Pero tu familia es un verdadero “tesoro” para la Iglesia. Al igual que Lorenzo, tus simples esfuerzos por proveer para ellos, por preparar la comida o por crear un ambiente acogedor en el hogar pueden ayudarte a ti a parecerte más a Jesús. Con cada pequeña “muerte” al egoísmo, puedes producir mucho fruto para Dios. “Amado Jesús, gracias por el ejemplo de San Lorenzo. Ayúdame a atesorar y servir a mi familia.” ³³

2 Corintios 9, 6-10 Salmo 112 (111), 1-2. 5-9

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MEDITACIONES AGOSTO 11-17

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de agosto, XIX Domingo del Tiempo Ordinario Lucas 12, 32-48 No temas, rebañito mío, porque tu Padre ha tenido a bien darte el Reino. (Lucas 12, 32) El Evangelio de hoy nos plantea una serie de desafíos que, humanamente, casi nadie desearía tener que cumplir, especialmente los que se refieren a los bienes, porque no es eso lo que hemos aprendido en la vida. Los cristianos anhelamos llegar junto a Cristo, porque somos peregrinos en busca de la patria del cielo. Sin embargo, al mismo tiempo, seguimos sintiendo que el mundo nos arrastra con fuerza en una dirección opuesta. Con mucha facilidad nos encontramos envueltos en el ajetreo y las rutinas de la vida cotidiana, ya sea en el trabajo, en los quehaceres de la casa, en los estudios o tratando de cumplir nuestros deberes y responsabilidades. Esto no solo nos hace concentrarnos en nosotros mismos y en nuestras obligaciones, sino que nos hace perder de vista aquello que Dios quiere para nuestra vida. Pronto olvidamos que tenemos un fuego encendido en el interior que solo puede reposar cuando encontramos 46 | La Palabra Entre Nosotros

al Dios vivo. Si queremos estar preparados para encontrarnos con Cristo cuando venga, hemos de aceptar la obra que Dios ha comenzado en nosotros: “Dios, que comenzó a hacer su buena obra en ustedes, la irá llevando a buen fin hasta el día en que Jesucristo regrese” (Filipenses 1, 6). ¿Cómo será esto? Primero, si apenas tenemos un débil deseo de que llegue Jesús, debemos pedir que el Espíritu Santo vitalice nuestro espíritu. Solo el Espíritu de Dios puede encender el amor en nuestro espíritu: no podemos hacerlo por esfuerzo propio. Segundo, hemos de disciplinarnos para esperar al Señor en la oración y durante las pruebas y dificultades. Por fe esperamos en el Señor, proclamando sus promesas y confiando en ellas del mismo modo que lo hicieron los grandes héroes de la fe. La Palabra de Dios nos revela las promesas que el Señor nos ha hecho, por eso podemos responder con fe. Si mantenemos la mirada fija en Cristo estaremos preparados, con una fe viva, para encontrarnos con él en su gloria. “Señor y Salvador nuestro, te damos gracias porque sabemos que podemos confiar en ti. Tú eres nuestro Buen Pastor y tú nos llevarás al redil del cielo.” ³³

Sabiduría 18, 6-9 Salmo 33 (32), 1. 12. 18-19. 20-22 Hebreos 11, 1-2. 8-19


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de agosto, lunes Santa Juana Francisca de Chantal, religiosa Mateo 17, 22-27 Saca el primer pez que pique, ábrele la boca y encontrarás una moneda. (Mateo 17, 26-27) ¿A cuántos les gustaría encontrar, en la boca de un pez, el dinero necesario para pagar sus impuestos? Jesús sorprendió a Pedro con este plan para cumplir su tributación. ¡Qué sencilla sería la vida si Jesús estuviera a nuestro lado todo el día, visiblemente presente y nos explicara cómo enfrentar cada desafío con que nos cruzamos! La verdad es que el Señor disfruta compartiendo sus pensamientos con cada uno de nosotros y siempre nos está hablando. O, para decirlo de una forma más directa y personal, él siempre te está hablando a ti. A veces Jesús habla con mucha naturalidad y se refiere a las necesidades prácticas. A Pedro le ofreció una forma simple y concreta (aunque inusual) de resolver un problema, y también puede hacer algo parecido por ti. Intenta entrar en su presencia durante el día y pon atención a lo que te diga en diferentes ocasiones. Tal vez una idea brotará en tu mente al preguntarle acerca de un asunto o necesidad específica. También puede ser que un amigo te haga una sugerencia que te parezca una idea acertada. ¡Jesús podría estar hablándote a través

de esa persona! Otras veces, Jesús se manifiesta de formas más místicas, como lo hizo con el profeta Ezequiel, quien pudo reconocer que Dios le estaba hablando en el viento huracanado, el fuego como de relámpagos, el aleteo de los seres alados y el río caudaloso (Ezequiel 1, 4. 6. 24), aun cuando no estaba exactamente seguro del mensaje que estaba recibiendo. Ocasionalmente, Dios nos habla a través de sueños, visiones y otros medios. (Números 22, 22-35) Más a menudo, Dios nos habla en formas habituales. Por ejemplo, hacer que una línea de la Escritura cobre sentido en tu corazón, o creer que la homilía de la Misa fue pronunciada precisamente para ti, o que en una conversación encuentres orientación, ánimo o consejo cuando más lo necesitas y menos lo esperas. El Señor puede utilizar cualquier cosa o persona para hablarte, y siempre lo hace, de muchas formas. Poco a poco puedes aprender a escuchar su voz. Luego, con la práctica, aprenderás a entender lo que te está diciendo y cómo quiere que tú le respondas. “Padre celestial, tú conoces mis necesidades y deseos. Abre mis oídos hoy para escuchar lo que me estás diciendo.” ³³

Deuteronomio 10, 12-22 Salmo 147, 12-15. 19-20

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de agosto, martes Santos Ponciano, papa, e Hipólito, presbítero Mateo 18, 1-5. 10. 12-14 Si no cambian y no se hacen como los niños, no entrarán en el Reino de los cielos. (Mateo 18, 3) Hemos visto en las redes sociales la foto de una niña con síndrome de Down que alegremente sostiene la mano del Papa Francisco mientras él habla con un grupo de personas. Esta niña fue atleta en las Olimpiadas Especiales y acababa de entregarle al Papa un regalo y quería quedarse a su lado y disfrutar de su compañía. Ni siquiera sus padres, por más que intentaron, lograron convencerla de separarse de él. Si hay algo innegable acerca de los pequeños es que ellos tienen su propia forma de abordar una situación. Les encanta involucrarse en lo que esté sucediendo, aun si ellos no son el centro de atención. Ellos actúan en el “ahora” y generalmente no se preocupan del pasado ni del futuro. Los adultos solemos enfocarnos en el “hacer” más que en el “ser”. El “hacer” se refiere a la forma en que pensamos y, cuando nos fijamos metas y tratamos de alcanzarlas, vemos el momento presente como un medio para alcanzar un fin en el futuro. Medimos el valor personal en términos de si hemos alcanzado lo que nos hemos propuesto; luego, nos sentimos satisfechos si consideramos que lo hemos logrado, y nos sentimos mal si no 48 | La Palabra Entre Nosotros

lo logramos. El problema es que si nos preocupamos demasiado del “hacer”, terminamos por perder la gracia de simplemente “ser” en el presente. Peor, aún, si el “hacer” pasa a ser el enfoque principal de la vida, nos arriesgamos a pensar que nuestro valor depende de lo que hagamos en vez de lo que seamos. Piensa en los niños: ellos reciben el amor de sus padres porque son sus hijos. Por supuesto, los padres aprecian lo que sus hijos hacen, pero los aman no tanto por eso sino porque son sus hijos. Cuando el amor depende solamente del “hacer”, el niño puede crecer menos seguro de sí mismo y con inseguridad emocional. No es así como Dios nos trata. Así como el Papa acogió con amor a la niña por ser quien era, nuestro Padre celestial nos ama por quiénes somos nosotros; nos ama simplemente porque somos sus hijos. Ya seamos ricos o pobres, talentosos o limitados, sanos o enfermos, eso no importa; Dios nos ama y te ama a ti también. “Padre celestial, enséñame a recibir tu amor no por lo que hago sino por lo que yo soy.” ³³

Deuteronomio 31, 1-8 (Salmo) Deuteronomio 32, 3-4. 7-9. 12


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de agosto, miércoles San Maximiliano María Kolbe, presbítero y mártir Mateo 18, 15-20 Si dos de ustedes se ponen de acuerdo para pedir algo, sea lo que fuere, mi Padre celestial se lo concederá. (Mateo 18, 19) No hay absolutamente ninguna fuerza que se compare con el poder espiritual que el Señor ha dado a sus fieles: poder para atar y desatar situaciones y conflictos en la tierra con una fuerza que produce el mismo efecto en el cielo. Y este poder está concentrado en lo que tú y yo digamos y hagamos. Sí, ¡así de poderosas son las palabras y las acciones! Tú puedes expresar misericordia y perdón a quienes tienes cerca, tal como lo hace Dios contigo. ¿Cómo hacerlo? Una manera es preguntarse: “¿Cuántas veces digo o pienso palabras negativas o de crítica contra alguien?” Tal vez creas que son expresiones inofensivas, pero las palabras realmente tienen el poder de atar a las personas en las mismas cosas que nos resultan desagradables a nosotros. Ahora, te puedes preguntar: “¿Cuántas veces digo o pienso expresiones de perdón, comprensión y bondad para otros?” Estos pensamientos también son tan potentes como los otros y ¡Dios los ve y los escucha todos! Lo mismo se aplica a ti. ¿Cuántas veces te miras al espejo y piensas: “Soy un tonto, un fracasado”? ¿Cuántas veces te dices a ti mismo que no provees bien para tu familia,

que no sabes compartir lo que Cristo ha hecho en tu vida, que no ayudas con las tareas de tus hijos o que no cocinas bien? Los pensamientos de autocondenación son tan perjudiciales para ti como lo son las actitudes de crítica para otras personas. Entonces, ¿por qué aplicarte a ti aquello que no te gusta? Cambia de actitud y pronuncia palabras de libertad para ti mismo y para tus semejantes. En vez de decir “Soy demasiado criticón”, afirma “Yo puedo ser compasivo como Dios”, y cuando cometas el mismo error por enésima vez, trata de decir “La próxima vez lo haré mejor”, o “Señor, esto me cuesta mucho. ¡Necesito tu ayuda!” Si ves que los adolescentes hacen desorden en la plaza o que los conductores manejan de modo agresivo en la carretera, reza por ellos y afirma que Dios los ama y quiere darles una vida mejor, pronuncia palabras pacificadoras y de bendición sobre ellos. Busca las actitudes liberadoras y misericordiosas que hay en tu corazón y ejercita este asombroso poder para disculpar y perdonar. “Amado Jesucristo, ayúdame a perdonar y pronunciar bendiciones sobre mí mismo, mi familia, mis amigos y hasta mis enemigos.” ³³

Deuteronomio 34, 1-12 Salmo 66 (65), 1-3. 5. 8. 16-17

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de agosto, jueves Asunción de la Bienaventurada Virgen María Lucas 1, 39-56 Puso sus ojos en la humildad de su esclava. (Lucas 1, 48) Cuando pensamos en la humildad, nos imaginarnos una persona retraída y apocada; alguien tímido, que no se atreve a asumir riesgos por falta de confianza en sí mismo. O podríamos pensar en alguien que, cuando se le elogia, protesta diciendo que no lo merece. Pero, ¿es esta la verdadera humildad? Fijémonos en la Virgen María, cuya fiesta celebramos hoy. Es cierto que cuando fue el centro de atención, ella apuntó a Dios, y que ella sabía que todas las bendiciones venían de Dios. ¡Pero nada de esto hizo que ella optara por retirarse a un anonimato entre las sombras! Más bien, veámosla como una joven, en los inicios de su embarazo, que emprende un viaje por sí sola, principalmente a pie y naturalmente sin ninguna de las comodidades normales de hoy en día, para visitar a su prima, que vivía en el escarpado terreno montañoso de Judea. ¡Hay que ser muy valiente para eso! Los Evangelios están llenos de ejemplos de la valerosa humildad de María: aceptar el quedar embarazada aun antes de casarse; más tarde trasladarse a Jerusalén siendo ya viuda y mayor para acompañar a Jesús en su ministerio y crucifixión 50 | La Palabra Entre Nosotros

y luego arriesgarse a ser arrestada por reunirse con los otros discípulos cuando Jesús ascendió al cielo. María era decidida, activa y audaz, pero esto no significa que fuera arrogante. Simplemente decidió hacer aquello que Dios le pidió hacer. Sabía que no tenía fuerzas suficientes para cumplir el plan de Dios, pero eso no la detuvo, y no trató de eludir su misión por considerarse débil o indigna. En vez de considerarse incapaz, por un falso sentido de modestia, ella siguió adelante y confió plenamente en la fidelidad de Dios. Hermano, el Señor te está llamando a construir su Reino, y te pide que lo hagas con humildad. Una persona humilde no se deja intimidar por lo desconocido, sino que actúa con fe y confianza en Dios. Al celebrar hoy la Asunción de la Virgen María, veamos su llegada al cielo como una joya valiosa que corona su humildad. Sí, Dios realmente “exaltó a los humildes” (Lucas 1, 52). Ella, que decidió dar un paso de fe, es ahora exaltada como reina del cielo y de la tierra. “Señor Jesús, que elevaste a tu madre para que estuviera contigo en el cielo por su humilde y decisivo ‘sí’ al Padre, enséñame a ser humilde como ella.” ³³

Apocalipsis 11, 19; 12, 1-6. 10 Salmo 45 (44), 10-12. 16 1 Corintios 15, 20-27


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de agosto, viernes San Esteban de Hungría Mateo 19, 3-12 ¿Le está permitido al hombre divorciarse de su esposa por cualquier motivo? (Mateo 19, 3) Es común fijarse objetivos elevados en la vida, pero por lo general es muy difícil lograrlos. ¿Te ha sucedido esto a ti? Hablando con los fariseos sobre el divorcio, el Señor reafirmó lo que es el ideal diciendo “Al principio no fue así” (Mateo 19, 8). Dios creó al hombre y la mujer para que fueran una sola carne, en un vínculo inquebrantable. Pero Moisés, al permitir la entrega de un “certificado de divorcio”, reconoció la dolorosa realidad de que algunas relaciones de convivencia se hieren tanto que no pueden continuar. Por supuesto, Jesús quiere que todos los matrimonios sean exitosos; que seamos fieles en todos los aspectos de la vida; pero también sabe que somos débiles y que tenemos heridas emocionales. Sabe que no siempre cumplimos fielmente otros mandamientos, como los de no mentir, no engañar, no darse al chisme; sabe cuánto tratamos de amarnos unos a otros y las muchas veces que nos dejamos llevar por deseos inconvenientes. El Señor sabe lo que se siente al ser traicionado por un ser querido, como el esposo o la esposa. Si nos parece tan difícil de alcanzar el ideal en las amistades de cada día, cuanto más desgarrador y doloroso resulta eso en una relación tan íntima como el matrimonio.

Esa es precisamente la razón por la que Jesús se hizo hombre, porque vino a encontrarse con nosotros en medio del caos que a veces creamos, a acompañarnos en las luchas y mostrarnos la forma correcta de superarlas, y nos ofrece su misericordia, su sanación y su compasión durante todo el camino. No es un proceso simple, no es sencillo y no siempre tendremos éxito. Pero él está con nosotros. Así que, si estás casado y las cosas van bien, bendice y agradece al Señor, y pídele que mantenga tu matrimonio unido y bendecido en su amor. Si estás casado y la situación se está poniendo difícil, recuerda que Jesús y su gracia están contigo para aconsejarte, fortalecerte y ayudarte a capear las tormentas. Si has pasado por el agudo dolor del divorcio, recuerda que Jesús sigue a tu lado. Él conoce tu dolor; ve todos los factores que causaron la división y sigue amándote y ofreciéndote su misericordia, su sanación y su compañía. Él es el único que te puede dar paz. “Amado Señor Jesús, concédeme la gracia de seguir luchando por el ideal del amor que tú me has mostrado.” ³³

Josué 24, 1-13 Salmo 136 (135), 1-3. 16-18. 21-22. 24

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de agosto, sábado Mateo 19, 13-15 Dejen a los niños… que se acerquen a mí. (Mateo 19, 14) En tiempos de Jesús, igual que en el nuestro, algunas personas eran valoradas menos que otras. Las autoridades religiosas y la gente de familias adineradas eran más respetados que los pobres, los obreros, los pescadores, las mujeres, y mucho más aún, los niños. Esto explica por qué los discípulos trataran de apartar a los pequeños que intentaban acercarse a él. Pero Jesús rechazó esa actitud. Él valoraba a los niños y les dijo claramente a los discípulos que el Reino de los cielos pertenece a los “que son como ellos” (Mateo 19, 14). Actualmente se valora más a los niños, aunque hay dos graves excepciones: los niños no nacidos y los niños con discapacidades. Ellos son catalogados en último lugar, como también lo son las personas que se acercan al final de la vida, los que sufren demencia, los extranjeros y las personas desprovistas de hogar, habilidades o recursos. Esta disminución de valor es contraria a lo que enseña el Señor, que a veces incluso utilizaba a los menos apreciados para enseñar a los que son considerados “mejores”. Así lo hizo cuando tocaba a los leprosos, liberaba a las prostitutas y cuando trató con ternura a una mujer acusada de adulterio. Hoy en día, el Señor continúa dando 52 | La Palabra Entre Nosotros

la mano a los necesitados y lo hace a través de los misioneros que trabajan en naciones lejanas, de los religiosos que cumplen su apostolado entre las poblaciones pobres urbanas y de cada persona que siente el llamado de llevar el Evangelio a los hogares de ancianos o dentro de las paredes de una prisión. De estas maneras y muchas otras, Cristo continúa prodigando su amor sobre los pobres, los discriminados y los desamparados. Ahora te pregunto, ¿crees que tu conducta te asemeja más al Jesús compasivo o a los discípulos que marcaban las diferencias sociales? La próxima vez que te topes con una persona diferente a ti, no pases de largo. Salúdala, haz un alto y entérate de su nombre. Pon atención a esa persona y deja que te cuente su historia. A lo mejor ves que pueda haber una forma en la que puedas ayudarle. Jesús valora a cada persona. Así como permitió que los niños se acercaran a él, tú también puedes permitir que la gente se acerque a ti. Es importante que los católicos tengamos siempre una conducta claramente cristiana, que demuestre que somos tolerantes, solidarios y bondadosos, como Jesús nos mandó. “Amado Señor, enséñame a valorar a todas las personas, incluso a los ‘más pequeños’.” ³³

Josué 24, 14-29 Salmo 16 (15), 1-2. 5. 7-8. 11


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MEDITACIONES AGOSTO 18-24

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de agosto, XX Domingo del Tiempo Ordinario Lucas 12, 49-53 He venido a traer fuego a la tierra… No he venido a traer la paz, sino la división. (Lucas 12, 49. 51) Hoy leemos estas extrañas palabras de Jesús, y nos sorprenden, porque no esperamos que el Señor quiera usar el fuego ni causar división en la sociedad ni en las familias. ¿Acaso no vino el Señor a traernos paz, armonía y reconciliación? En la historia de la Iglesia y hasta ahora mismo, en numerosos lugares del mundo, el hecho de convertirse al cristianismo ha sido causa del rechazo de familiares y vecinos y el nuevo converso ha tenido una difícil decisión que tomar: continuar con la religión diferente de sus padres o seguir su conciencia que le apunta hacia la luz de Cristo. Tenemos, por ejemplo, los casos de San Francisco de Asís, que fue desheredado por su acaudalado padre, y también Santa Teresa Benedicta de la Cruz, que era de familia judía y al convertirse al catolicismo también fue rechazada por sus familiares. El Señor enseñaba que todo el que

creyera podría entrar en el Reino de Dios: santos y pecadores, judíos y gentiles, pobres y ricos, siempre que hubiera arrepentimiento y cambio de conducta. Estas declaraciones lo pusieron en conflicto con el establecimiento religioso de sus días, porque decía que los escribas y los fariseos eran “hipócritas” y “guías ciegos”. De modo que nosotros traicionamos el Evangelio si lo reducimos solo a un mensaje “agradable” pero insípido para todos, que no denuncia el pecado, ni las injusticias sociales. Tal Evangelio no sería levadura en el mundo. Existe la tendencia a suavizar el Evangelio y reducirlo solo a palabras bonitas y experiencias agradables. Cuando sucede esto, es porque el fuego se ha apagado, la levadura ha perdido su efecto, la sal ha perdido su sabor y la luz se ha extinguido. El mensaje del Evangelio es un fuego purificador; es la levadura de la sociedad y el mundo. Pero un fuego encendido hay que atenderlo para que siga ardiendo, y nosotros, los seguidores de Jesús, somos los que hemos de reavivar el fuego y mantenerlo encendido. “Señor mío, Jesucristo, te ruego que me concedas el don de la fortaleza para resistir la adversidad, el rechazo y la persecución.” ³³

Jeremías 38, 4-6. 8-10 Salmo 40 (39), 2-4. 18 Hebreos 12, 1-4

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de agosto, lunes San Juan Eudes, presbítero Mateo 19, 16-22 Si quieres entrar en la vida… (Mateo 19, 21) Convertirse en un atleta olímpico es un sueño que no puede convertirse en realidad sin un gran esfuerzo y mucha dedicación. Cada atleta debe ejercitarse, adoptar una dieta especial y someterse a un entrenamiento mental para alcanzar su sueño olímpico. Se requiere dedicar mucho tiempo, ejercicio riguroso y sacrificio, y una dedicación firme de prepararse para alcanzar la meta. Si clasificar a las olimpíadas requiere tanta dedicación y esfuerzo, ¿cuánto más lo requiere nuestra vida espiritual? El joven rico del Evangelio de hoy quiere saber qué se necesita para llegar al cielo; pero cuando Jesús le habló de olvidarse de sus riquezas y dedicarse a conquistar el Reino de Dios, el joven se alejó desanimado porque no estaba dispuesto a hacer un sacrificio tan grande. Sabemos que nadie puede llegar al cielo por esfuerzo propio; pero sí necesitamos estar firmemente decididos a seguir a Jesús. ¿Qué significa esto? Significa tener el claro propósito de dedicarse a ello sin vacilación. El propósito que tenemos, nuestro sueño, es llegar a ser como Cristo. Y eso requiere dirigir nuestros pensamientos, palabras y acciones, incluso nuestras relaciones y la forma en que utilizamos el tiempo, hacia la

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consecución de este ideal: ser como Cristo. Cada creyente tiene un modo diferente de esforzarse para alcanzar la meta de imitar a Jesús; es decir, cada uno necesita desarrollar su propio “plan de entrenamiento”. Por supuesto, este plan debe comprender cosas obvias: ejercicio (oración y lectura de las Sagradas Escrituras) y dieta (los Sacramentos). Otras acciones pueden estar determinadas por las debilidades que desees superar o los dones y virtudes que quieras desarrollar y fortalecer. Por ejemplo, cuando veas que hay personas cerca de ti que comentan chismes, tienes que alejarte. Negarse uno mismo requiere bastante esfuerzo, pero la buena noticia es que entre más se practica, más fácil se hace; entre más te acercas a la meta, más entusiasmo tendrás para hacer lo que sea necesario para avanzar más todavía. Así que decídete con toda tu voluntad a tratar de imitar a Jesús. Tal vez no eres un aspirante a las olimpiadas, pero puedes considerar que el día de hoy es el primero de tu “entrenamiento”. “Señor Jesús, tú eres el premio supremo que deseo obtener. Ayúdame a seguirte con toda la decisión de mi corazón.” ³³

Jueces 2, 11-19 Salmo 106 (105), 34-37. 39-40. 43-44


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de agosto, martes San Bernardo, abad y doctor de la Iglesia Mateo 19, 23-30 Yo les aseguro que un rico difícilmente entrará en el Reino de los cielos. (Mateo 19, 23) Hoy, en su Evangelio, San Mateo nos presenta lo que el Señor enseñó luego de que el joven rico se alejó triste porque no estuvo dispuesto a aceptar la invitación de Jesús, cuando dijo que, según como se usen, las riquezas pueden constituir un verdadero obstáculo para el discipulado. Jesús terminó enseñando que mientras más grande sea la riqueza material, más difícil puede ser entrar en el Reino de Dios, porque éste es un don de Dios que no puede comprarse por ninguna cantidad de dinero. Ciertamente las riquezas impiden ver el Reino de Dios, especialmente las adquiridas en forma poco ética. Además, cuando alguien adquiere riquezas, éstas pueden aislarlo del prójimo y hacerlo caer en la explotación y la opresión. El Catecismo de la Iglesia Católica nos hace ver el peligro que representa el ansia exagerada del dinero: “Una teoría que hace del lucro la norma exclusiva y el fin último de la actividad económica es moralmente inaceptable. El desordenado afán de acumular dinero no deja de producir efectos perniciosos. Es una de las causas de los numerosos conflictos que perturban el

orden social. “Un sistema que ‘sacrifica los derechos fundamentales de la persona y de los grupos en aras de la organización colectiva de la producción’ es contrario a la dignidad del hombre. Toda práctica que reduce a las personas a no ser más que medios con vistas al lucro esclaviza al hombre, conduce a la idolatría del dinero y contribuye a difundir el ateísmo. ‘No podéis servir a Dios y al dinero’ (Mateo 6, 24; Lucas 16, 13).” (CIC 2424). Cuando Jesús enseñó acerca de las riquezas, prometió a sus discípulos, que lo escuchaban con una mezcla de desaliento y sorpresa, que cuantos dejan familia y bienes materiales para seguirlo a él recibirían cien veces más en este mundo y heredarán la vida eterna. Al final, el Hijo del hombre se sentará en el trono de gloria (Mateo 19, 28-29) y todo quedará completo en él. Los acontecimientos que hoy nos parecen desconcertantes, tendrán perfecto sentido en ese futuro, y esta esperanza nuestra es firme porque el Señor, por su muerte y su resurrección, nos ha dado el poder necesario para vivir como él nos enseña. “Señor Jesús, concédeme la gracia de ver que las riquezas que realmente cuentan son las del amor, la fe y la compasión.” ³³

Jueces 6, 11-24 Salmo 85 (84), 9. 11-14 Agosto / Septiembre 2019 | 55


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de agosto, miércoles San Pío X, papa Mateo 20, 1-16 ¿Que no puedo hacer con lo mío lo que yo quiero? (Mateo 20, 15) Imagínate la siguiente situación: Vas a una distribuidora automotriz y dices: “Quiero comprar un automóvil, pero solo tengo cinco dólares.” Entonces el dueño de la distribuidora te entrega las llaves de un Mercedes Benz último modelo y te dice: “Llévatelo. Es tuyo.” Tú te quedas atónito y luego preguntas: “Pero, ¿por qué?” Y el dueño responde: “Tengo mucho dinero y hoy quiero regalar algo. Por favor, toma el carro y disfrútalo, va por mi cuenta.” La parábola de hoy presenta una situación similar que involucra a un hacendado increíblemente generoso. Al final del día, el hacendado llama a sus trabajadores y al que laboró solamente una hora le paga el salario de un día completo, el mismo monto que pagó a los que trabajaron desde temprano. Seguramente el impresionado labrador reaccionó diciendo algo como: “Pero si apenas trabajé una hora. ¡No merezco este pago!” Y posiblemente el propietario respondió: “No importa las horas que hayas trabajado. Yo quiero ser generoso. Tú no puedes ganarte la generosidad de una persona.” Sabemos que el hacendado de esta parábola representa a Dios. También sabemos que nadie puede superar al Señor en generosidad. Tanto es así, que incluso nos dio a su único Hijo, y ese es un don

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que nosotros jamás podríamos merecer, por mucho que tratáramos. No hay nada que alguien pueda hacer para “ser digno” del favor del Señor. Ni haciendo enormes donaciones de dinero a obras de caridad o entregando la vida como mártir, nada sería suficiente para merecer el invaluable regalo del perdón de Dios. El amor que motiva la generosidad divina es difícil de comprender, pero eso solo lo hace más atractivo. Algunos piensan que un amor “increíble” como éste es demasiado bueno para ser cierto. Seguramente sabemos, en teoría, que Dios nos ama, pero también sabemos que aún nos queda mucho por hacer para cambiar los hábitos de pecado y las actitudes de egoísmo que tenemos y que ofenden a Dios y a los demás. Pero nunca olvides: las riquezas de la inmensurable gracia de Dios superan por mucho tus pecados y defectos. Jesús cargó con cada uno de tus pecados y ya te ha perdonado. Además, te ha dado su Espíritu Santo para ayudarte a vivir como hijo de Altísimo. Así pues, confía en el poder de Dios y recibe libremente su misericordia y su generosidad. “Señor Jesucristo, gracias por darme el regalo increíble de tu amor.” ³³

Jueces 9, 6-15 Salmo 21 (20), 2-7


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E D I T A C I O N E S

de agosto, jueves Bienaventurada Virgen María, Reina Mateo 22, 1-14 ¿Cómo has entrado aquí sin traje de fiesta? (Mateo 22, 12) Piensa que estás en la boda de un amigo. Al finalizar la ceremonia, entras al salón de la recepción y ves a un invitado de apariencia descuidada, que no se ha rasurado, viste pantalón de mezclilla y una camisa andrajosa, que coloca comida en su plato y discute con otros invitados. Sintiéndose ofendido, el novio se acerca y le dice: “¿Cómo pudiste venir así? ¡Por favor, vete!” A ti no te sorprende, pues aquel hombre demostró una terrible falta de respeto y consideración. Su actitud fue aún peor que su indumentaria. De la misma manera, la apariencia del hombre que se menciona al final de la parábola de Jesús era inconveniente y ofensiva, pues no llevaba la vestimenta que se le había entregado para la boda, con lo que desairaba la oferta generosa del rey de vestirlo con dignidad. Esto lo podemos comparar con la vestimenta de los santos en el cielo, es decir “la recta conducta del pueblo santo” de la cual hablan las Escrituras (Apocalipsis 19, 8; Sofonías 1, 7-8). Podría pensarse que a este hombre lo trataron con severidad, pero de hecho, eso fue lo que él mismo escogió, porque el traje apto para la boda, es decir, la rectitud que nos merece el sacrificio de Cristo, estaba a su alcance. Él simplemente decidió

no ponérselo. Hermano, tú también has sido invitado a “las bodas del Cordero” (Apocalipsis 19, 9). Nunca recibirás una invitación más importante que ésta, así que no la guardes en un cajón. Más bien, acepta la gracia recibida y responde acertadamente. Cada día, dispón tu corazón para crecer en virtud y santidad; revístete de “compasión, bondad, humildad, mansedumbre y paciencia” (Colosenses 4, 12). Solo una advertencia: Cuídate de no acumular buenas obras solamente para impresionar al Señor. Él está mucho más interesado en la calidad que en la cantidad, y quiere ver un cambio de corazón, no solo tus acciones. Por eso, le agrada cuando ve que dejas de lado el egoísmo para que su amor fluya a través de ti. También le agrada verte aprovechar las oportunidades que tengas para llevar palabras de ánimo o consejo a quienes las necesiten. Si estás haciendo lo posible por demostrar amor y bondad, no debes temer que vayas a terminar como el hombre desafortunado de la parábola. “Amado Señor Jesús, purifica mi corazón para revestirme de los dones y valores que tú quieras darme.” ³³

Jueces 11, 29-39 Salmo 40 (39), 5. 7-10

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de agosto, viernes Santa Rosa de Lima, virgen Mateo 22, 34-40 Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Éste es el más grande y el primero de los mandamientos. (Mateo 22, 37) Después de su entrada triunfal en Jerusalén, según la profecía de Zacarías (9, 9), Jesús proclamó cuál era la ley fundamental del Reino de Dios que él venía a inaugurar, un Reino en el que ejercería su autoridad soberana, no solo en términos de poder y justicia, sino de amor. El maestro de la ley, mandado por los fariseos, trató de cuestionar la afirmación de Jesús de saber interpretar la ley dada por Moisés y de tener autoridad para explicar sus exigencias (v. Deuteronomio 6,4 y Levítico 19,8). San Mateo estaba presentando a Jesús como el rey mesiánico, de modo que era necesario establecer su posición frente a la ley. Jesús no vino a revocar la ley, sino a cumplirla (Mateo 5, 17) y jamás lo declaró de modo tan elocuente como en su respuesta a esta pregunta del maestro de la ley: Afirmó que el amor a Dios era lo primero, y que similar importancia tenía el amor al prójimo; o sea que el verdadero amor a Dios se demuestra en el amor a nuestros semejantes, especialmente en la familia. Si bien el silencio absoluto de sus opositores dejó en claro que no pudieron refutar las afirmaciones de Jesús, la prueba 58 | La Palabra Entre Nosotros

decisiva llegó en el Calvario, lugar del amor perfecto (Juan 15, 13). En Jesús vemos cuánto nos ama Dios a todos, porque en la cruz se manifiesta la profundidad del amor verdadero: muriendo y resucitando a la nueva vida, Cristo nos dio todo lo que necesitamos para llevar una vida de amor generoso e ilimitado. No se trata de sentimentalismo ni razonamientos humanos. Es un don del Espíritu Santo, que derrama el amor divino en nuestro corazón (Romanos 5, 5), porque para amar como el Señor nos pide, tenemos que saber primero cómo y cuánto nos ama Dios. Y ¿cuánto nos ama el Señor? Nos ama tanto que estuvo dispuesto a entregar su propia vida y derramar su propia sangre para salvarnos, perdonarnos y renovarnos, con el fin de que un día lleguemos a compartir con él la gloria del cielo. ¡Qué asombroso y magnánimo es nuestro Dios! “Gracias, te damos, amado Señor Jesús, por enseñarnos que, antes que nada, hemos de amar a Dios y también a nuestros semejantes, especialmente en la familia. Así hacemos tu voluntad.” ³³

Rut 1, 1. 3-8. 14-16. 22 Salmo 146 (145), 5-10


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de agosto, sábado San Bartolomé, Apóstol Juan 1, 45-51 Yo les aseguro que verán el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre. (Juan 1, 51) A la sombra de una higuera. Ahí fue donde Jesús vio a Natanael (Bartolomé). ¿Qué estaba haciendo allí? Algunos han opinado que, dado que era costumbre entre los judíos leer las Escrituras a la sombra de una higuera, probablemente Natanael estaba meditando en las promesas de Dios. Durante siglos, las promesas de Dios han sustentado la fe de Israel con palabras de consuelo, orientación y esperanza. Una novia radiante, una ciudad espléndida y un templo resplandeciente con la gloria del Señor, son imágenes que hacen contemplar un futuro esplendoroso y apacible, en el que Dios habitaría entre su pueblo y haría que ellos fueran una luz para el resto del mundo. Natanael debe haberse sentido reanimado al reflexionar sobre esta magnífica promesa de vida, aunque aún tenía que lidiar con la ocupación romana. Quizás esto le abrió los ojos para reconocer a Jesús como “el Hijo de Dios” y “el rey de Israel” que pondría todo en orden. Y lo que Jesús le respondió fue como decirle: Mantente atento y ten fe. ¡No has visto nada todavía! Esto es lo que Jesús también nos dice a

nosotros. Al igual que el discípulo, hemos recibido hermosas promesas acerca de la vida futura, la cual sabemos que ya ha comenzado. Los que hemos sido bautizados en Cristo, hemos nacido del agua y del Espíritu; hemos pasado a ser hijos de Dios y ciudadanos del cielo. Ahora, como lo decía Santa Catalina de Siena, “Todo el camino hacia el cielo es el cielo.” Por eso, es bueno que todos dediquemos tiempo a la contemplación de las magníficas promesas que Dios nos ha dado. Tal vez queramos tratar de imaginarnos cómo será el cielo. Incluso podemos pensar en nuestros seres queridos que nos han precedido y “verlos” con Jesús, orando por nosotros, y animándonos a seguir adelante por el camino de la fe. Así pues, hermano, siéntate hoy a la sombra de tu higuera cualquiera que ésta sea: un sofá, tu rincón de oración, la capilla de adoración o frente al Santísimo. Busca el lugar donde te sea más fácil hacer oración concentrada y sin interrupciones. Eleva el corazón hacia el Señor y deja que sus promesas llenen tu mente y tu corazón. Luego, mantente quieto y escucha su voz. “Señor mío, Jesucristo, aquí estoy, haciendo oración. Déjame contemplar tu gloria, te lo ruego.” ³³

Apocalipsis 21, 9-14 Salmo 145 (144), 10-13. 17-18

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MEDITACIONES AGOSTO 25-31

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de agosto, XXI Domingo del Tiempo Ordinario Lucas 13, 22-30 Esfuércense en entrar por la puerta, que es angosta, pues yo les aseguro que muchos tratarán de entrar y no podrán. (Lucas 13, 24) Hoy leemos en el Evangelio que esta fue la respuesta de Jesús cuando sus discípulos le preguntaron si serían muchos o pocos los que se salvarían. La salvación del alma es en realidad un don que Dios nos ofrece, pero para quienes aún no hemos traspasado los umbrales de la muerte, es tan solo una posibilidad. La salvación o la condenación dependen de nosotros mismos, es decir, si aceptamos o rechazamos el ofrecimiento del amor de Dios por toda la eternidad. En esta vida solo hay dos posibilidades para la vida humana: salvarse, haciendo la voluntad de Dios, o perderse por la absurda necedad de querer hacer siempre la voluntad propia y no la de Dios. Si lo pensamos bien, la vida, la muerte, la alegría, el dolor, el amor, etc. no tienen lógica cuando se despliegan al margen de Dios. El hombre, cuando peca, se oculta de la mirada del Creador y centra su atención en sí mismo.

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Dios está siempre observando y amando al pecador, no para forzar la libertad de éste, sino esperando que esa criatura demuestre al menos un mínimo deseo de conversión. Hay algo que dejar en claro: Dios no condena a nadie. Somos los humanos los que, por desobediencia o rebeldía, le damos la espalda a Dios. Esto nos hace ciegos a la realidad espiritual y al destino de nuestra vida, y seguimos deambulando por la vida sin rumbo fijo, con una arrogancia increíble, sin darnos cuenta de que nos dirigimos… ¡a un precipicio de oscuridad y sufrimiento interminables! Entonces, la pregunta de los apóstoles quedó sin respuesta, “es un misterio inescrutable entre la santidad de Dios y la conciencia del hombre. El silencio de la Iglesia es, pues, la única posición oportuna del cristiano” (San Juan Pablo II). La Iglesia no habla de quienes irán al infierno, pero el propio Jesucristo afirma que tal lugar (o condición) existe efectivamente y que en el Juicio Final habrá algunos que serán condenados. “Señor, quiero pasar por la puerta angosta de la salvación de la mano contigo y llegar a la gloria del cielo.” ³³

Isaías 66, 18-21 Salmo 117 (116), 1-2 Hebreos 12, 5-7. 11-13


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de agosto, lunes Mateo 23, 13-22 Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas. (Mateo 23, 13) ¿Por qué reprendía Jesús a los jefes religiosos de sus días? Pese a la autoridad de ellos, Jesús no escatimó palabras para censurar su torcida religiosidad. Tanto le dolía la condición de ellos que se sintió movido a pronunciar estos ayes de lamentación, advirtiéndoles claramente que su conducta tendría consecuencias adversas, porque reconocía que ellos usaban la religión para sus propios fines y hacían caso omiso del sentido verdadero de los preceptos de la ley. No podía dejar de hacerles ver su pecado, porque si no lo hacía morirían espiritualmente. En las dos primeras lamentaciones, Jesús acusó a los escribas y fariseos de obstaculizar la entrada al Reino de Dios (Mateo 23, 13.15), porque al rechazar a Cristo no entraban ellos ni dejaban entrar a los demás. También les hizo ver su hipocresía al afirmar que dirigían al pueblo de Dios, pero sin promover la santidad; más bien establecían sus propias ideas desvirtuadas acerca de la esencia de la religión y, como resultado, el pueblo estaba en peor situación que nunca. Finalmente, Jesús dijo que los fariseos y escribas eran “guías ciegos” porque desechaban los juramentos hechos por las cosas más sagradas y en cambio aprobaban los basados en cosas menos importantes (Mateo 23, 16). De esta forma se habían

hecho ciegos al verdadero valor de la presencia de Dios que los visitaba. Este “ay” reafirmaba lo dicho por Jesús en las bienaventuranzas, de prohibir los juramentos y alentar a sus seguidores a llevar una vida recta y pura (Mateo 5, 33-37). Estas advertencias seguían la pauta de San Pablo (2 Tesalonicenses 1, 8), que anunciaba la ruina a los que “no reconocen a Dios ni obedecen al evangelio de nuestro Señor Jesús.” Cristo presenta a los fariseos y escribas como gente que había usado la religión para su ventaja personal y cambiado la verdad de Dios por ideas religiosas meramente humanas. Con este pasaje, San Mateo quiso evitar que surgieran tendencias similares a éstas en la comunidad cristiana primitiva, pero también nos sirve a nosotros como advertencia frente a nuestra propia situación. Pidámosle pues al Espíritu Santo, el Espíritu de la verdad, que nos haga ver si en algo usamos el Evangelio para adelantar aspiraciones personales y no para los fines de Dios. “Espíritu Santo, si yo estoy utilizando la religión para mis propios fines, concédeme tu gracia para darme cuenta, Señor, y adoptar una conducta que realmente me lleve a la santidad.” ³³

1 Tesalonicenses 1, 1-5. 8-10 Salmo 149, 1-6. 9

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de agosto, martes Santa Mónica Mateo 23, 23-26 Limpia primero por dentro el vaso y así quedará también limpio por fuera. (Mateo 23, 26) Para nadie es misterio que un vaso (o vasija) hermosamente decorado por fuera, pero en el que queden restos de comida y no se haya lavado en una semana, por dentro estará… ¡asqueroso! Por fuera se ve bonito, pero por dentro no habrá más que inmundicia. Esta fue la idea que el Señor utilizó para captar la atención de los fariseos. Sabemos que algunos de ellos, como Nicodemo y José de Arimatea, creyeron en Jesús y se convirtieron en discípulos suyos, pero en general los demás fariseos despreciaban al Señor. Parecería que la reprensión de Jesús fue demasiado tajante, y hasta podría hacerle a uno retorcerse de impresión, pues si lo pensamos bien, la mayoría sabemos que tales palabras podrían aplicarse fácilmente a nosotros. Pero Jesús no estaba tratando de avergonzar a los fariseos (ni a nosotros); lo que está tratando de hacer es hacernos reconocer la verdad: Solamente Jesús es capaz de limpiar el interior del “vaso” de nuestro corazón. Es posible que esas palabras de Jesús resulten demasiado severas para algunos, pero sea como sea, hay algo de lo cual cada cristiano debe estar seguro: Dios no está enojado contigo. El Señor te ama incondicionalmente y solo está tratando de abrirte 62 | La Palabra Entre Nosotros

los ojos para que veas las “sobras” de desorden que hay en tu corazón. Él pronuncia esa reprensión, pero lo hace como una invitación para que te vuelvas a su lado. Por eso conviene examinarse la conciencia: ¿Ves algo del fariseo en ti? Casi todos caemos con demasiada facilidad. Queremos cumplir las reglas externas, pero en el corazón llevamos “restos” de egoísmo, envidia o crítica que no podemos quitar por nosotros mismos. Si te parece que tienes actitudes como ésas, confiésate, pide consejos al sacerdote y deja que la gracia del Espíritu Santo lave tu alma y la deje blanca e inmaculada. Así serás un buen ejemplo para tus hijos y para todos.” Jesús quiere ayudarte; quiere que seas santo como él es santo; quiere llevarte de la mano especialmente cuando tienes que afrontar algo que te separa de él. Tal vez te lleve a mirar honestamente “la suciedad” que hay en tu vasija, para que lo lleves a los pies de Cristo y quedes bien limpio. Así podrás crecer en la fe y experimentar mejor el amor de Dios. “Jesús, Señor mío, límpiame por dentro para que así yo quede limpio por fuera también.” ³³

1 Tesalonicenses 2 1-8 Salmo 139 (138), 1-6


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de agosto, miércoles San Agustín, obispo y doctor de la Iglesia Mateo 23, 27-32 Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, porque son semejantes a sepulcros blanqueados. (Mateo 23, 27) Jesús condena las actitudes que son incompatibles con una vida digna, no solamente cristiana, sino también humana: “Por fuera parecen justos, pero por dentro están llenos de hipocresía y de maldad,” lo que viene a confirmar que la sinceridad, la honradez, la lealtad, la nobleza... son virtudes que Dios quiere ver en todos los seres humanos. Para no caer, pues, en la hipocresía, tengo que ser muy sincero. Primero, con Dios, porque él me quiere limpio de corazón, para que yo deteste toda mentira, ya que él es la verdad absoluta; y sea honesto conmigo mismo, para no ser yo el primer engañado, exponiéndome a no reconocer mis propios pecados ni manifestarlos con claridad en el Sacramento de la Penitencia, o por no confiar suficientemente en Dios, que nunca condena a quien actúa como el hijo pródigo ni rechaza a nadie por ser pecador. Igualmente, tengo que ser sincero con los demás, ya que a todos también nos indignan la mentira, el engaño, la falta de honradez, de lealtad, de nobleza... y, por esto mismo, hemos de aplicarnos el principio: “Lo que no quieras para ti, no se lo hagas a nadie.”

Estas tres actitudes las hemos de hacer nuestras para no caer en la hipocresía, y darnos cuenta de que necesitamos la gracia santificante, debido al pecado original ocasionado por el “padre de la mentira”, el demonio. También podemos recordar a Orígenes, que dice: “Toda santidad fingida yace muerta porque no obra impulsada por Dios”, y conviene siempre regirse por el principio elemental que propone Jesús: “Digan simplemente sí cuando es sí, y no cuando es no” (Mateo 5, 37). La religión es cuestión del entendimiento y del corazón, tanto en su dimensión vertical, en la relación con Dios, como en la horizontal, en la relación con el prójimo, y de esta forma llega a ser una norma de vida que libera y satisface. Pero de no ser así, se convierte en algo que abruma y esclaviza. La crítica de Jesús al legalismo no va dirigida contra la Ley, sino contra aquellos que, amparándose en ella, quieren acomodar sus exigencias a su propia conveniencia e imponerla sobre los demás. Lo primero es el corazón; luego vendrá lo exterior. “Cristo amado, te pido que saques de mí todo vestigio de fariseísmo e hipocresía, para que yo crezca como cristiano auténtico y fiel a tus mandamientos.” ³³

1 Tesalonicenses 2, 9-13 Salmo 139 (138), 7-12

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de agosto, jueves Martirio de San Juan Bautista Marcos 6, 17-29 Quiero que me des ahora mismo, en una charola, la cabeza de Juan el Bautista. (Marcos 6, 26). Todos estamos familiarizados con el Evangelio de hoy: la horrible y brutal ejecución de San Juan el Bautista. Pero dediquemos un momento a revisar algunos de los antecedentes de esta conocida historia. Juan era descendiente de los clanes sacerdotales de Israel, gente que había, en general, colaborado con el gobierno corrupto del rey Herodes. Pero en lugar de asociarse con aquel grupo, prefirió retirarse al desierto y comenzó a predicar un mensaje de arrepentimiento dirigido a todo el pueblo de Israel, incluido el propio Herodes y sus sacerdotes. Enfurecido por las palabras acusadoras de Juan, Herodes lo había encarcelado. Ahora leemos la escena del Evangelio de hoy, en la que la “hijastra” de Herodes, que fue utilizada de una manera sumamente perversa: fue enviada a seducir al rey con su danza y engañarlo para que éste ordenara la ejecución de Juan. Aparte de la deshonrosa tragedia que esto significó, también podemos analizar el caso de la chica, que probablemente no fue más que una “títere” en las manos manipuladoras de su madre. No tenemos que buscar mucho para 64 | La Palabra Entre Nosotros

descubrir las injusticias similares que suceden hoy en día. Los medios de noticias están llenos de reportes de niños o jóvenes que son sometidos a todo tipo de abusos: niños obreros, niños soldados, niñas obligadas a la prostitución, incluso transportadas de un lugar a otro, o de un país a otro, en lo que se llama la trata de personas. Y, naturalmente, el flagelo homicida del aborto. La lista es interminable. Todo esto parece abrumador. ¿Qué puedo hacer yo para remediar estos casos tan graves y tan generalizados? ¿Puedo hacer algo yo solo? En realidad, ninguno de nosotros es realmente impotente cuando se trata de superar la injusticia. ¡Claro que cada uno puede hacer algo más allá de las paredes de su casa! Por ejemplo, aportar donaciones de dinero o tiempo como voluntario en una agencia local o comprometiéndose a orar cada día para que terminen estos males. Todo esto es valioso. Pero no tienes que imitar a Juan el Bautista ni ser mártir por la causa de la justicia social; basta con que des un paso concreto y valiente para ayudar a llevar la salvación y la justicia a las personas que hoy están sufriendo. “Amado Jesús, abre mi corazón para escuchar los gritos de los pobres y abusados y muéstrame cómo puedo ayudarlos hoy.” ³³

1 Tesalonicenses 3, 7-13 Salmo 90 (89), 3-5. 12-14. 17


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de agosto, viernes Mateo 25, 1-13 ¡Ya viene el esposo! (Mateo 25, 6) Esta parábola de las diez jóvenes puede parecernos un poco deprimente, y hasta aterradora, por la posibilidad de encontrar cerrada la puerta y escuchar las palabras “No las conozco.” Pero, aun cuando las palabras del Señor nos causen nerviosismo, recordemos que Jesús quiere que estemos listos y dispuestos para recibirlo con gozo cuando él regrese. Así que acudamos junto a Cristo, nuestro novio, y oremos: “Señor, tú sabes lo mucho que a veces me cuesta esperar. Sé que debería estar atento y aguardando tu regreso, pero me parece tan lejano. Mis seres queridos están sufriendo y aún estoy esperando tus respuestas a mis oraciones. Varias personas a quienes amo han fallecido y los extraño tanto; ¡quiero verlos de nuevo! Y hay muchísimas cosas que no entiendo sobre el mundo. Sé que un día tú, Señor, vas a sanar todas las heridas y enjugar todas las lágrimas; sé que ya no habrá más enfermedades, ni sufrimiento; pero mientras espero ese día, necesito saber que tú estás cerca de mí. ¿Vas a esperar conmigo, Señor? Lléname, Señor, de esperanza y paciencia. “Señor Jesús, a veces me quedo dormido; pero tú ya lo sabes. Tengo la intención de dedicarte toda mi atención en la oración, pero tengo tanto que hacer. Quiero leer tu palabra, pero es mucho más fácil ver la televisión o navegar por Internet. Sé

que te gustaría llenar mi “lámpara” con tu óleo de alegría, pero estoy tan adormecido que ni siquiera me doy cuenta de cuando me estoy quedando sin óleo. Pero nada de esto te sorprende, Señor, y sé que tú siempre me cuidas, incluso cuando duermo, y que tienes mucho óleo para darme: mucha gracia y fortaleza, para ayudarme a permanecer despierto. Lléname, Señor, de fortaleza y vigilancia. “Señor, cuando pienso en que un día regresarás, a veces me pongo nervioso, y se me va la alegría. ¿Por qué? No sé si soy un discípulo razonable o insensato y si voy a estar listo para ese momento; pero tú eres el esposo y sé que estás completamente comprometido conmigo. Sé que un día viniste a morir por mí y luego resucitaste por mí, y que luego volverás para llevarme a casa. Cuando pienso en tu amor, el temor desaparece, y cuando me imagino la alegría que veré en tus ojos reconozco que los dos estamos deseando esa reunión. “Amado Jesús, esposo mío, llena mi lámpara con el óleo de tu amor, te lo ruego.” ³³

1 Tesalonicenses 4, 1-8 Salmo 97 (96), 1-2. 5-6. 10-12

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de agosto, sábado Mateo 25, 14-30 Te felicito, siervo bueno y fiel… Entra a tomar parte en la alegría de tu señor. (Mateo 25, 21) La parábola que leemos en el Evangelio de hoy es parte de una serie de enseñanzas de Jesús que describen dos condiciones decisivas del corazón: aquella de los que aceptan las palabras de Cristo y las cumplen, y la de quienes optan por rechazarlas. La vida espiritual de los primeros crece mediante la fe y da mucho fruto; la de los otros es estéril y el fruto que producen no es verdadero ni duradero. La parábola de los talentos explica muy claramente esta comparación. El servidor bueno y fiel mereció el elogio y la recompensa de su señor. En este caso, la palabra “fiel” significa digno de confianza, honesto y dispuesto a asumir riesgos con tal de complacer a su patrón. Las palabras del amo al servidor necio y perezoso fueron severas e inflexibles, porque ordenó que lo arrojaran a la más densa oscuridad. Estas palabras nos parecen casi despiadadas, pero debemos recordar que Dios es santísimo, lleno de bondad, amor y justicia, y digno de absoluta obediencia y fidelidad. En Cristo tenemos todo lo que necesitamos para producir un fruto abundante, como lo dice san Pablo: “Ustedes no viven en tinieblas, sino que son hijos de la luz y del día, no de la noche y las

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tinieblas” (1 Tesalonicenses 5,5). Como hijos de la luz, recibimos la iluminación de Cristo y podemos seguir recibiéndola cada día para vivir con amor y servir a Dios y a nuestros hermanos en la fe. Por eso, es importantísimo escuchar a Dios en la liturgia y en la diaria oración privada; de otro modo la vida espiritual se seca, muere y no da fruto. El Evangelio nos apremia a mantenernos vigilantes (Mateo 25, 13), a actuar con fe y estar dispuestos a arriesgar la vida por Dios; es preciso que cada uno ejercite su propia voluntad para asemejarse a Dios. No podemos ser pasivos o indiferentes y al mismo tiempo esperar frutos espirituales. En esta parábola, se nos insiste en algo que no nos gusta escuchar: hay que luchar bien en el combate, correr hasta la meta, y perseverar en la fe (2 Timoteo 4, 7). Así daremos toda clase de buen fruto en la vida para la mayor gloria de Dios. “Amado Salvador mío, concédeme tu fortaleza, Señor, para usar bien los talentos que me has dado y trabajar para la construcción de tu Reino en la tierra.” ³³

1 Tesalonicenses 4, 9-11 Salmo 98 (97), 1. 7-9


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MEDITACIONES SEPTIEMBRE 1-7

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de septiembre, XXII Domingo del Tiempo Ordinario Lucas 14, 1. 7-14 Cuando te inviten a un banquete de bodas, no te sientes en el lugar principal. (Lucas 14, 1) Jesús aconsejó a su anfitrión que se hiciera amigo de los pobres y atendiera a los necesitados, no solo a quienes podían “retribuirle” su generosidad. Es fácil ser atento y amable con quienes apreciamos, o con los que pueden devolvernos la atención; pero Jesús quiere que seamos generosos con los pobres, los cojos y los ciegos, es decir, con gente que jamás podrá retribuirnos. Jesús amaba a los pobres y se identificaba con ellos: “Siendo rico se hizo pobre” (2 Corintios 8, 9). Nació en un pesebre, creció en una aldea lejana y vivió con sencillez. Ni siquiera tenía donde reposar la cabeza y murió en la pobreza de la cruz. Jesús se identificó con los pobres; tanto así que nos dijo que, cada vez que atendemos a los necesitados, lo servimos a él mismo (Mateo 25, 34-40). ¡Una afirmación impresionante! A Cristo lo encontramos principalmente en los pobres, los enfermos y los

solitarios, como lo expresa una plegaria de las seguidoras de Santa Teresa de Calcuta: “Que aunque te ocultes bajo el repugnante disfraz de los irritables, los arrogantes y los irrazonables, yo pueda reconocerte y decirte, ‘Jesús, paciente mío, qué dulce es servirte’.” El Señor nos pide que dejemos atrás los razonamientos humanos y las comodidades materiales, porque quiere darnos un corazón como el suyo. No tenemos que realizar portentos ni obras heroicas; bastan las cosas sencillas, como visitar a un vecino que sufre de soledad, llevarle comida a un enfermo, unirnos a un grupo que visita a los presos o servir en un asilo de ancianos. La mayoría de las iglesias y comunidades organizan grupos de apostolado en los que se puede participar. Si vemos que hay una necesidad que nadie esté atendiendo, podemos organizar algo nosotros mismos. Toquemos el corazón de Jesús siendo atentos y bondadosos con los que no pueden devolvernos la mano. De esta forma estaremos imitando a Cristo y sirviéndolo en los necesitados. “Jesús, Salvador mío, permite que te encuentre a ti cada vez que sirva a estos hijos tuyos que amas con tanta compasión.” ³³

Eclesiástico 3, 17-18. 20. 28-29 o 3, 19-21. 30-31 Salmo 68 (67), 4-7. 10-11 Hebreos 12, 18-19. 22-24

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de septiembre, lunes Lucas 4, 16-30 El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para llevar a los pobres la buena nueva. (Lucas 4, 18) Cuando Jesús regresó a Nazaret, el día sábado fue a la sinagoga. En pocos versículos, vemos que Jesús enseñaba, realizaba señales y milagros y daba cumplimiento a las Escrituras. También vemos que fue rechazado por sus propios coterráneos y finalmente, por milagro, escapó de la muerte. San Lucas, al escribir este pasaje, trató de dar a sus lectores una visión de todo el mensaje del Evangelio. De esta manera, el evangelista nos permite apreciar que la misión de Cristo era radicalmente seria. Vino a proclamar la buena noticia a los que se reconocían pobres y necesitados; a abrir los ojos de los ciegos, para que éstos contemplaran la gloriosa creación de Dios, y dar libertad a los esclavizados por el pecado propio o ajeno. Pero antes que nada, vino a anunciar el año —el tiempo— del favor de Dios. Ahora, gracias a Jesús, el ser humano puede reconciliarse con Dios y conocer la bondad y el amor de nuestro Padre celestial. Algunos de los “piadosos” que escuchaban a Jesús reconocieron, con recelo, que la gran mayoría de los despreciados por ellos y la sociedad, e incluso algunos gentiles incrédulos, aceptaban el mensaje de Cristo y esto les hizo llenarse de una envidia cargada de hostilidad, y de celos porque no aceptaban que Jesús fuera tan

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popular en otras regiones: ¿Por qué no hace aquí los mismos milagros que hizo en Cafarnaúm? (v. Lucas 4, 24). Pero el Señor no permitía que esa hostilidad le impidiera llevar a cabo su misión. Este era nada más que el comienzo del rechazo que enfrentaría cuando avanzara hacia su destino en Jerusalén. Algunos pensarían hoy que aparentemente a Jesús le gustaba ser objeto de controversia. Indudablemente sabía que sus palabras no serían bien aceptadas por todos, pero jamás trataba de suavizarlas para ganarse el afecto o la admiración del público, como hacen muchas veces los políticos. En efecto, a veces el Señor nos quiere “remecer” para que le pongamos atención. La buena noticia que vino a anunciar es distinta de todo lo que pudiéramos imaginarnos y para que la escuchemos con atención necesitamos que alguien nos incomode un poco. ¿De qué otra manera vamos a estar dispuestos a renunciar al pecado y seguir al Señor hacia la cruz? “Señor mío Jesucristo, ayúdame a recibir tu gracia con generosidad, para ser buen instrumento de tu amor y tu paz.” ³³

1 Tesalonicenses 4, 13-18 Salmo 96 (95), 1. 3-5. 11-13


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de septiembre, martes San Gregorio Magno, papa y doctor de la Iglesia Lucas 4, 31-37 ¿Qué tendrá su palabra? (Lucas 4, 36) ¡Qué buena pregunta! Ya fuera su enseñanza lo que los asombraba o la autoridad con la que daba órdenes a un espíritu maligno, algo tenían las palabras de Jesús que hacían que la gente escuchara con gran atención. Los especialistas en la Sagrada Escritura dicen que la Palabra de Dios actúa de dos formas: como luz y como poder. Hoy vemos un ejemplo de estas dos formas. La Palabra de Dios es luz, pues revela el significado de las cosas, ilumina aquello que está en la oscuridad. Por ejemplo, cuando Jesús enseñó en la sinagoga de Cafarnaúm, las personas estaban impresionadas y reconocieron su autoridad, sí. Pero algo todavía más increíble sucedió después: un hombre empezó a gritarle a Jesús. Este hombre no irrumpió en la sinagoga; él había estado ahí todo el tiempo, pero algo hubo en las palabras de Jesús que expuso el mal que lo tenía encadenado. Quizás él no estaba consciente de su condición, pero las palabras de Cristo la sacaron a la luz e hicieron que el hombre actuara. Segundo, la Palabra de Dios es poder pues hace que las cosas existan según la voluntad de Dios. En la misma sinagoga, no fue suficiente que Jesús expusiera la

opresión de ese hombre, sino que quiso hacer algo al respecto. Por eso, le habló directamente al demonio y le ordenó que callara y saliera de aquel hombre. Y eso fue precisamente lo que sucedió, sin hacerle daño. ¡Qué alivio y qué libertad debe haber sentido el hombre! Las simples palabras de Jesús hicieron que su vida diera un giro total. Tal vez la Palabra de Dios también quiera sacar a la luz algo incómodo que tal vez hay en ti, mientras lees estas lecturas. Pero, ¡no tengas miedo! Jesús quiere iluminar tu vida. Si su palabra descubre algo inesperado en ti, recuerda que él no te dejará ahí solo. Su palabra siempre está lista para liberarte y renovarte por completo. La Palabra de Dios no es un simple principio teórico: Es una promesa de luz y poder. Cuando leas el Evangelio de hoy y veas al hombre que fue liberado de sus cadenas, recuerda que eso es exactamente lo que Jesús quiere hacer por ti. Así que acepta su Palabra, léela con calma y estúdiala, para que Dios te hable personalmente a ti. “Señor mío Jesucristo, abre mis oídos para que yo escuche tu Palabra y me llene de luz.” ³³

1 Tesalonicenses 5, 1-6. 9-11 Salmo 27 (26), 1. 4. 13-14

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de septiembre, miércoles Lucas 4, 38-44 También tengo que anunciarles el Reino de Dios a las otras ciudades (Lucas 4, 43) ¡Qué día más fructífero! Jesús había comenzado el día de reposo causando una gran impresión entre los pobladores de Cafarnaúm, enseñando con autoridad y liberando al poseído por un demonio. Luego, regresando a la casa de Simón Pedro, curó a la suegra de éste. Al atardecer, multitudes de enfermos y endemoniados lo seguían y él los iba atendiendo uno por uno, sanándolos y liberándolos. No cabía duda de que el Señor había venido a “proclamar el año de gracia del Señor.” No es, pues, sorprendente que la gente de Cafarnaúm haya querido que se quedara con ellos y siguiera realizando allí su ministerio; pero Jesús prefirió continuar predicando en otras ciudades. En realidad, ni el entusiasmo despertado en Cafarnaúm ni el rechazo que acababa de experimentar en Nazaret influyeron grandemente en él. Siendo el Ungido de Dios, enviado a anunciar la Buena Nueva a toda la humanidad, Cristo no buscaba popularidad ni ser aclamado como hacedor de milagros, porque el Espíritu Santo lo iba guiando a establecer nada menos que el Reino de Dios en la tierra. En su Evangelio, San Lucas pasa de un episodio de curación y liberación a otro, para demostrar que Jesús trabajaba constantemente. En realidad, nunca 70 | La Palabra Entre Nosotros

dejó de trabajar en todo su ministerio, no solo realizando curaciones milagrosas, sino perdonando los pecados y revelando a Dios Padre. Ahora, ascendido en gloria y sentado a la derecha del Padre, Jesús continúa su obra de adelantar su Reino en este mundo y no solo eso, sino que está constantemente intercediendo por sus fieles, es decir los que formamos la Iglesia, su Cuerpo en la tierra; que además, seguimos beneficiándonos de su ministerio de curación, liberación y perdón. Jesús nunca ha dejado de invitarnos a profundizar nuestra comunión con él, ni de concedernos su gracia para crecer en santidad, fortaleza para rechazar el pecado y amor al prójimo. Así pues, hermano no te conformes con lo mínimo; decídete a seguir a Cristo de todo corazón. Reordena tus prioridades y reconoce que no hay nada más valioso en esta vida que iniciar y mantener una comunión de amor y fidelidad con el Salvador del mundo. Él te está esperando con una sonrisa en los labios y con los brazos abiertos. “Jesús, Señor mío, permite que tu Palabra me comunique vida y me revele tu divina voluntad. Quiero responder correctamente a la gracia que tú me concedes.” ³³

Colosenses 1, 1-8 Salmo 52 (51), 10-11


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de septiembre, jueves Lucas 5, 1-11 Desde ahora serás pescador de hombres. (Lucas 5, 11) Cristo les dijo a los apóstoles que desde entonces se dedicarían a hacer una pesca diferente. No más botes, ni más redes. Ahora, saldrían a pescar personas para llevarles la verdad, y así conocieran a Jesucristo y su Evangelio. Pero en este relato tan conocido, hay una conexión entre el milagro de la gran pesca y el llamamiento de Jesús a evangelizar que fácilmente puede pasar desapercibido: ¡Aquella no fue una pesca extraordinaria de Pedro! Por sí solo no había pescado ni un solo pez esa mañana; pero con la ayuda de Jesús, la pesca fue tan grande que las redes estuvieron a punto de romperse. Naturalmente, Pedro tuvo que lanzar las redes al agua para poder pescar; pero la gran pesca no se debió simplemente a la destreza de Pedro como pescador. No, se produjo, cuando él mismo pensó “No voy a fiarme de mi propia lógica” y le dijo al Señor: “Confiado en tu palabra, echaré las redes.” Así fue como logró sacar muchísimos peces. Esta es también una lección importante para nosotros. El Señor tiene una misión específica que darnos a cada uno de nosotros, cosas que solo nosotros podemos hacer. Entonces, ¿cómo respondemos a lo que Jesús nos pide? Desde luego, Dios quiere que utilicemos las habilidades naturales que tenemos; pero también

que reconozcamos que necesitamos su ayuda, y no solo en aquellos momentos en que realmente nos esforzamos, pero sin obtener nada. Cristo espera que invoquemos su Nombre en cualquier cosa que estemos haciendo. Y así como Pedro estaba impresionado por la enorme pesca, también nosotros nos vamos a impresionar cuando el Señor multiplique y haga fructíferos nuestros propios esfuerzos. Hermano, te invito a que hoy apartes algo de tiempo para pensar en lo que tú puedes hacer con la ayuda de Dios, que ya está a tu lado, pero toma un tiempo para conscientemente incluirlo en tus actividades. Si estás en tu casa y los niños están dando qué hacer, pídele fortaleza, gracia y paciencia. Si estás enfrentando un asunto difícil en el trabajo, pídele que ilumine tu mente y te dé sabiduría, porque cuando invocas a Dios no le estás hablando al viento; no! Él, que es tu Padre celestial, está allí esperando que lo llames y le pidas ayuda. Confía en que “todo es posible” cuando confías en él (Mateo 19, 26). “Amado Jesús, sí, yo creo que cuando te entrego mis problemas, tú me puedes ayudar milagrosamente.” ³³

Colosenses 1, 9-14 Salmo 98 (97), 2-6

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de septiembre, viernes Lucas 5, 33-39 El vino nuevo revienta los odres. (Lucas 5, 37) Antiguamente, el mosto, es decir el jugo fresco de uva para la elaboración del vino, se guardaba en “odres” para que fermentara y se convirtiera en vino. Cuando el mosto comienza a fermentar despide gases, por lo que era necesario que los odres fueran confeccionados de cuero nuevo y flexible. Los odres viejos ya se habían estirado y eran rígidos, por lo que volver a llenarlos de vino nuevo los haría reventar. Jesús contó esta parábola para recomendar a sus detractores que intentaran parecerse más a los odres nuevos, pues les decía que la nueva vida que él les anunciaba no podía encuadrar en su forma antigua de pensar y actuar. La vida en el Reino de Dios requería que las personas fueran flexibles para acomodarse a las mociones del Espíritu de Dios. No todos los oyentes de Jesús aceptaban estas palabras, pero algunos sí las aceptaban y eran bendecidos por ello. Por ejemplo, tenían que ajustar lo que pensaban acerca del Mesías: él era el Hijo de Dios que sería crucificado y resucitado, no un mero rey temporal. Tenían que aceptar que los gentiles eran sus hermanos, no paganos que los harían impuros a ellos. La flexibilidad de los primeros discípulos les permitió responder a la “fermentación” del Espíritu Santo y así la Iglesia continuó creciendo de un modo extraordinario. 72 | La Palabra Entre Nosotros

Al igual que los creyentes del tiempo de Cristo, tú también eres un odre y el Espíritu Santo está actuando en ti. Lo importante es que tengas la voluntad de no ser rígido, sino “estirarte” conforme el Espíritu te mueva. Por ejemplo, si un compañero de trabajo o un vecino no te resulta agradable, tal vez Dios te está llamando a ver a esa persona con más comprensión y paciencia. O bien, tal vez te quiere cambiar dándote un nuevo don o pidiéndote que utilices uno que ha estado inactivo desde hace tiempo. Tal vez ayudar a cuidar a un bebé, un anciano o un familiar enfermo te ha permitido “expandir” tu corazón. Este tipo de situaciones nos impulsan a confiar más en el Espíritu de Dios para que podamos adaptarnos en vez de “reventarnos”. ¿Hay algún aspecto de tu vida en el que te sientas “estirado”? Pide la gracia de ser “flexible” y para que así puedas compartir el amor y la presencia de Dios con quienes te rodean. “Señor Jesús, Dios mío, ayúdame a ampliar mi entendimiento para llevar tu amor a familiares, amigos y conocidos.” ³³

Colosenses 1, 15-20 Salmo 100 (99), 1-5


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de septiembre, sábado Lucas 6, 1-5 Los discípulos arrancaban espigas al pasar. (Lucas 6, 1) En su Evangelio, San Lucas quería enseñar a los cristianos no judíos, es decir, de origen gentil o pagano, que ellos también estaban incluidos en el plan de Dios, tratando así de derribar las barreras que representaban las estrictas leyes y reglamentos del judaísmo, para anunciar que Jesucristo es el Señor de toda la humanidad. Lucas enseña que para seguir a Cristo hay que renunciar a la antigua manera de pensar y adoptar un estilo de vida radicalmente nuevo. Un día sábado caminando al borde de un campo de trigo, los discípulos iban arrancando espigas y comiendo los granos. Para los fariseos, esto quebrantaba la ley judía (Deuteronomio 5, 14), que prohibía trabajar en día de reposo y, técnicamente, los apóstoles iban “trabajando” porque sacaban las espigas y los granos. Pero Cristo desmintió a los fariseos, haciéndoles recordar la ocasión en que David dio pan sagrado del Tabernáculo a sus soldados que desfallecían de hambre (Lucas 6, 3-4). Según la ley, solo los sacerdotes del templo podían comer de ese pan (Levítico 24, 9), pero David lo dio a sus hombres en atención a la necesidad física. Aludiendo a este incidente, Jesús concluyó diciendo: “El Hijo del hombre también es dueño del sábado”

(Lucas 6, 5). El día de reposo para los cristianos es el domingo, el Día del Señor. Es común que, en nuestras sociedades tan ajetreadas, falte tiempo durante la semana para hacer muchas cosas y se van dejando para el fin de semana. El sábado por lo general se dedica a trabajos en casa, a comprar víveres para la semana, a limpiar, ordenar, cultivar y hacer muchos otros quehaceres que no se pudieron hacer entre lunes y viernes. Pero luego llega el domingo. La Iglesia nos pide asistir a la santa Misa sin falta, y nos aconseja abstenernos de trabajar el día domingo, con el mismo espíritu con que los judíos respetan el sábado, y dedicarlo también a la familia. Después de Misa, dar un sano paseo por el parque con los hijos, visitar un museo, salir de picnic o visitar a otros familiares, son formas de dedicar el día al Señor y reforzar los lazos familiares, inculcando al mismo tiempo el valor de la fe y la familia a los hijos. “Señor y Salvador nuestro, enséñanos a honrar el domingo y no faltar a Misa, aquel encuentro divino al que nos invitas para alimentarnos con tu Cuerpo y tu Sangre.” ³³

Colosenses 1, 21-23 Salmo 54 (53), 3-4. 6. 8

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MEDITACIONES SEPTIEMBRE 8-14

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de septiembre, XXIII Domingo del Tiempo Ordinario Lucas 14, 25-33 El que no carga su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo. (Lucas 14, 27) Hoy leemos en el Evangelio que mucha gente rodeaba a Jesús y lo seguía por todas partes para pedir curaciones y otros favores, y el Señor no rechazaba a nadie. Sin embargo, aunque muchísimos eran los seguidores, los discípulos no eran tantos. Jesús invitaba a sus discípulos a llevar la cruz, como él lo haría dentro de poco, y a imitarlo en sus obras y su santidad, pero también en sus sufrimientos y en su muerte. Este nivel de entrega muchas veces provoca el rechazo, incluso en la propia familia, pero a la vez conlleva el amor y el poder del Señor que anima y consuela, sana y perdona y fortalece al que toma la cruz y lo sigue. Sin embargo, para que Jesús sea la Persona más importante de nuestra vida y sea más valioso que nuestros propios bienes, se necesita una sabiduría que solo proviene de Dios. El pasaje que leemos del libro de

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la Sabiduría dice que solo con la sabiduría del Señor es posible enderezar los caminos y conocer aquello que le agrada al Señor (Sabiduría 9, 17) y discernir así la voluntad de Dios. Esta sabiduría nos libera del razonamiento terrenal y de la inutilidad de dejarse llevar por la corriente de los intereses egocéntricos. Es preciso contemplar el mundo a la luz de la eternidad y orar: Señor, enséñanos a ver lo que es la vida y seremos sensatos (v. Salmo 89, 12). Fíjate, hermano, que Cristo es quien te está llamando; Aquel que fue el arquitecto y constructor del universo y el que diseñó las fibras que forman tu cuerpo, te está llamando. ¿Vas a responderle correctamente y enfrentarás el desafío del llamado de Cristo? ¿No te parece que seguir a Cristo es mejor y más valioso que cualquier posesión terrenal, cualquier apego carnal o cualquier triunfo profesional, político o deportivo? Si quieres ser un discípulo auténtico, has de estar dispuesto a aceptar el peso de la cruz y el costo del discipulado. ¡Claro que puedes hacerlo! “Señor, ayúdame a confiar en que tú me fortalecerás para seguir tus pasos llevando mi cruz hasta el final y creer que me concederás la corona de la vida.” ³³

Sabiduría 9, 13-19 Salmo 90 (89), 3-6. 12-14. 17 Filemón 9-10. 12-17


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de septiembre, lunes San Pedro Claver, presbítero Lucas 6, 6-11 Extiende la mano. (Lucas 6, 10) Los críticos tienen un papel importante que desempeñar en el mundo de la música, especialmente la clásica, pues ayudan al público a distinguir lo que es bueno y lo que no lo es, y así contribuyen a mejorar la calidad de la música. Pero, en algunos casos, también les resulta difícil aceptar los estilos nuevos o diferentes. Por ejemplo, a uno de los estudiantes de Bach le pareció que la música de éste era “aparatosa y confusa”; un contemporáneo de Mozart opinó que las obras de este compositor eran “agobiadoras” y uno de los críticos de la Novena Sinfonía de Beethoven dijo: “Fue difícil entender de qué se trataba todo ese ruido.” Podría decirse que algunos de los fariseos del tiempo de Jesús se habían vuelto como esos críticos. En su celo por preservar la Ley, le habían agregado, a los preceptos de Dios, las limitaciones de sus propias expectativas. Una de esas limitaciones era que, según su enseñanza, sanar a los enfermos estaba prohibido en el día de reposo, a menos que el enfermo estuviera en peligro de muerte. El hombre al que Jesús había sanado en la sinagoga solo tenía la mano tullida, así que eso claramente no justificaba que fuera sanado en día sábado; pero estos fariseos no estaban dispuestos a admitir que Dios podía ir más allá de lo que ellos

entendían de la Ley. Esta actitud también puede afectarnos a nosotros. Podemos suponer que conocemos la voluntad de Dios, y terminar limitándolo a él mismo. Pero nuestro Padre celestial quiere que elevemos la mirada por encima de nuestros razonamientos, tanto sobre su propia identidad, como sobre la persona que puede llegar a ser cada uno de nosotros. El Señor no desea limitarse a sanar tu alma para que llegues al cielo y nada más, porque siendo un Padre tierno y generoso quiere llenarte de tanta gracia como para que tú puedas entrar danzando por los portones dorados con alegría y llevando contigo a muchas personas a cuya salvación puedas haber contribuido. ¿Crees tú que puedes llegar a conocer al Señor más de lo que lo conoces ahora? ¿Crees que es posible que al rezar con alguien esa persona sane? El Señor tiene grandes planes para ti, así que abre la mano ve cómo Dios te llena de su vida, su amor y su poder. “Señor, ayúdame a ver cuánto me has bendecido en el pasado, para que yo pueda abrirme a recibir tu gracia en el futuro.” ³³

Colosenses 1, 24—2, 3 Salmo 62 (61), 6-7. 9

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de septiembre, martes Lucas 6, 12-19 Jesús se retiró al monte a orar y se pasó la noche en oración con Dios. (Lucas 6, 12) Hay muchos creyentes que quisieran pasar horas y horas rezando y adorando al Señor, aún si eso significara no dormir en toda la noche. Sin embargo, sabemos lo difícil que es mantenerse despierto cuando uno está cansado: los ojos se cierran solos, la mente empieza a nublarse y la cama se ve más mullida y tentadora que nunca. Pero no nos sintamos mal, pues aun a los apóstoles les costó mantenerse despiertos cuando acompañaban al Señor en el huerto de Getsemaní aquella noche de su pasión. Pero tampoco te des por vencido. Dios es quien puso en ti el deseo de rezar. Así que, cuando te encuentres luchando para mantenerte despierto o no distraerte durante el tiempo de oración, recuerda una cosa: el esfuerzo que hagas, ya por sí mismo, le agrada a Dios. Cada vez que decides invocar a Dios, el esfuerzo que haces para acudir a su presencia, le complace, cualquiera sea el resultado. En su libro, Tiempo para Dios, el padre Jacques Philippe desarrolla esta idea. Él afirma que si haces el intento, pero aun así no puedes rezar bien, eso no debe ponerte triste. El padre Jacques explica que “si somos incapaces de rezar bien, o de generar buenos sentimientos o hermosas reflexiones, eso no debe entristecernos.

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Más bien, hay que ofrecer esa pobreza, para que el Señor actúe a través de ella. Entonces podremos hacer una oración mucho más valiosa que una que nos deje satisfechos a nosotros mismos.” Si no te sientes contento con tu oración, confía en que Dios lo sabe y te está apoyando en tu dificultad. Cuando eres consciente de tu debilidad y necesidad, te abres mucho mejor a recibir la gracia que Dios quiere otorgarte. Ten en cuenta estos ejemplos: el Papa Francisco ha admitido que ocasionalmente se duerme mientras reza. Santa Juana de Chantal dijo: “Tampoco debemos sentirnos mal si nos dormimos al rezar, siempre que tratemos de resistir el sueño. Permanezcamos delante del Señor, como una estatua, dispuestos a recibir todo lo que él nos envíe.” Y Santa Teresita de Lisieux, quien también se dormía en la oración, nos asegura que, al igual que todos los padres, Dios ama más a sus hijos cuando ellos duermen. Así que no te rindas, ¡no eres el único! “Amado Señor, gracias por aceptar el esfuerzo que hago por rezar, aunque sea poco. Señor, ayúdame a mantenerme despierto cuando estoy contigo.” ³³

Colosenses 2, 6-15 Salmo 145 (144), 1-2. 8-11


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de septiembre, miércoles Lucas 6, 20-26 Dichosos ustedes los que lloran ahora, porque al fin reirán. (Lucas 6, 21) En los últimos años se ha multiplicado la violencia en el mundo de un modo inimaginable: guerras en diversos países, las cobardes matanzas del terrorismo, las viles persecuciones contra los cristianos en el Oriente Medio y África y los ataques incalificables de pistoleros desquiciados contra gente inocente por venganza o simplemente para expresar frustración y rencor. Claro que todo esto no tiene ni siquiera comparación con la horrible e infame masacre continua y legalizada del aborto, que ya lleva más de 60 millones de seres humanos inocentes asesinados antes de nacer y a veces a medio nacer. ¡Y esto se da en las sociedades llamadas “civilizadas”! ¿A dónde vamos a parar? Esta es la “cultura de la muerte”, en la que se ve el horrible rostro del diablo y la extrema maldad a la que puede llegar el ser humano cuando niega a Dios o se rebela contra él, y es muestra patente de la guerra a muerte que se libra entre el mal y el bien, principalmente en los corazones y las mentes humanas, una realidad que nadie puede desconocer. ¡Cuánto necesitamos unirnos a Jesús para que él nos proteja, nos comunique fe, esperanza y caridad, y también nos permita ver el lado bueno de la gente! ¡Qué diametralmente opuesto a esa

violencia homicida es el Espíritu del Cristo! Como se aprecia en las bienaventuranzas, el Señor nos propone identificarnos, no con los victimarios, sino con las víctimas inocentes de la maldad, cualesquiera que sean. Y lo decía porque conocía en carne propia lo que era ser odiado injustamente, rechazado e injuriado; sabía que sus seguidores también serían ridiculizados, perseguidos y despreciados, porque sus enseñanzas chocaban con la coraza del pecado que aprisiona el corazón de cuantos rechazan a Cristo, y también de los que dicen ser cristianos, pero que llevan una vida contraria a la verdad del Evangelio. Jesús no podía dejar de anunciar su mensaje de salvación, porque para eso había venido al mundo y se sentía movido por el inmenso amor que le tenía a su pueblo. ¿Te parecen difíciles de imitar las propuestas de las bienaventuranzas? Si las meditas con calma y sinceridad, verás que son verdaderos tesoros que Cristo te ofrece, y lo hace porque son para tu bien, no para tu mal. “Señor y Dios mío, concédeme tu gracia y tu poder para vivir según el modelo de las bienaventuranzas, porque yo solo no lo puedo hacer.” ³³

Colosenses 3, 1-11 Salmo 145 (144), 2-3. 10-13

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de septiembre, jueves Santo Nombre de María Lucas 6, 27-38 Sean misericordiosos, como su Padre es misericordioso. (Lucas 6, 36) La enseñanza de Cristo sobre la misericordia nos parece exigente, sin duda porque a diario encontramos oportunidades para practicarla; pero, como sucede con otras situaciones difíciles, lo mejor es prepararse de antemano para hacer frente a estos casos. Entonces, ¿qué actitudes hay que tener antes para poder actuar con misericordia? En primer lugar, el amor. Cuando Jesús nos manda ser misericordiosos, básicamente nos está diciendo que sigamos el camino del amor. El amor no busca retribución ni “guarda rencor” (1 Corintios 13, 5). Fue por esta razón que Jesús dijo a sus seguidores “bendigan a quienes los maldicen” y “oren por quienes los insultan” (Lucas 6, 28). Entonces, por amor, cuando un familiar tuyo te diga algo hiriente, trata de retenerte y no reacciones con dureza ni con una ironía ofensiva, y cuando alguien se te atraviese cuando vayas conduciendo de prisa, reza por esa persona en vez de reaccionar con enojo. También está el entendimiento. El Papa Francisco ha dicho que todos somos “una compleja combinación de luces y sombras” (Exhortación apostólica La alegría del amor, 113). Entonces, cuando alguien te ofenda, no respondas de manera negativa, sino hazte la pregunta: “¿Qué le pasará a

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esta persona que la hace actuar así?” Si te das el tiempo de tratar de entender a esa persona y los complicados factores que tal vez la llevan a actuar de esa manera, te ayudará a ser más comprensivo y por lo tanto misericordioso. En tercer lugar está la conciencia de uno mismo. Tú también eres una mezcla de luces y sombras, pero es muy fácil fijarse en la paja en el ojo ajeno y no ver la viga que uno tiene en el propio (Mateo 7, 3). Si te haces el hábito de examinarte la conciencia con frecuencia, verás constantemente tu propia debilidad. Cuando uno es más consciente de que necesita la compasión y la tolerancia de Dios, es más fácil perdonar a otras personas y ser compasivos con ellas. Recuerda que nos falta mucho para llegar a la perfección, así que probablemente nos resultará difícil demostrar misericordia. Pero, ¡qué bendición es que Dios sea misericordioso con nosotros! Si ponemos de nuestra parte y nos preparamos de corazón, el Señor nos colmará de su gracia cada día. Ojalá que al vernos, los demás encuentren en nosotros el rostro de la misericordia de Dios. “Amado Jesús, concédeme hoy la gracia de ser misericordioso, así como tu Padre es misericordioso conmigo.” ³³

Colosenses 3, 12-17 Salmo 150, 1-6


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de septiembre, viernes San Juan Crisóstomo, obispo y doctor de

la Iglesia Lucas 6, 39-42 ¿Puede acaso un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en un hoyo? (Lucas 6, 39) La fidelidad a Cristo se expresa en la práctica diaria de la oración y las actitudes de bondad y ayuda al prójimo. Pero el Señor no quiere que sus seguidores se limiten solamente a repetir fórmulas y ceremonias y cumplir ritos externos. La fe auténtica nos lleva a trabajar por la transformación de la sociedad según los valores del Evangelio. En efecto, el Reino de Dios ha de ser edificado logrando la conversión de una persona a la vez y todos hemos de contribuir a su construcción. Hay quienes, por su edad o condición física, no pueden hacer más que orar; pero si su oración es fiel, sincera y centrada en el Reino y en el prójimo, es muy eficaz. Un elemento esencial de la construcción del Reino es el reconocimiento del pecado propio. Los humanos tenemos la pronunciada tendencia a fijarnos más en los defectos, faltas y errores de los demás y convenientemente disculpamos o minimizamos los nuestros. Esto nos lleva a endurecer el corazón, a juzgar y a creernos mejores de lo que somos. Es cierto que el Espíritu Santo nos ha dado a todos una variedad de dones,

talentos y capacidades para llevar a cabo nuestra misión en la vida terrena y crecer en la santidad, pero el avance en la vida espiritual está directamente relacionado con el grado de obediencia con que cumplamos los mandamientos del Señor y la docilidad con que sigamos las inspiraciones del Espíritu Santo. Conocemos el mandamiento de Jesús: “Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente… Ama a tu prójimo como a ti mismo.” Pero la clave está en saber qué significa “amar a Dios”. Nadie puede amar a quien no conoce y el hecho de decir “yo amo a Dios” no significa necesariamente que lo amemos de verdad. El amor hay que demostrarlo en acciones concretas: “Si nos amamos unos a otros, Dios vive en nosotros y su amor se hace realidad en nosotros… Si uno no ama a su hermano, a quien ve, tampoco puede amar a Dios, a quien no ve” (1 Juan 4, 12. 20). Hermano, pídele al Señor la iluminación de su luz sanadora para que puedas librarte del egocentrismo y la arrogancia. “Señor, Redentor mío, quiero ser un buen discípulo tuyo y amar a mis semejantes como tú me amas a mí.” ³³

1 Timoteo 1, 1-2. 12-14 Salmo 16 (15), 1-2. 5. 7-8. 11

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de septiembre, sábado Exaltación de la Santa Cruz Juan 3, 13-17 Así como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado el Hijo del hombre. (Juan 3, 14) La fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz conlleva una ironía gloriosa y divina a la vez: aquel cruel instrumento de tortura y muerte ha pasado a ser un instrumento de gracia sanadora y resurrección. La ironía la encontramos en la primera lectura de hoy. Los israelitas habían empezado a quejarse y acusar a Dios de haberlos abandonado en su travesía hacia la Tierra Prometida. En definitiva, todo el veneno que llevaban esas protestas tomó la forma de víboras venenosas que los atacaron. Su propio pecado recayó sobre ellos y los atrapó la muerte y la destrucción. Esa es una ironía: la amarga queja del pueblo empeoró la situación en que se encontraban. Luego, cuando la gente reconoció su pecado y le suplicó que Dios los salvara, el Señor les mandó mirar la imagen de una serpiente. Es decir, ¡tenían que contemplar el símbolo de su propio pecado y rebeldía para librarse de las consecuencias! Esa es otra ironía: el hecho de ver su propio pecado les trajo la salvación. En el Evangelio, Jesús le dice a Nicodemo que el Hijo del hombre debe ser “levantado” para que todo el que crea en él tenga vida eterna. El Señor promete la salvación a todos los que encaren las 80 | La Palabra Entre Nosotros

consecuencias de su propio pecado, como diciendo: Sí, yo ayudé a crucificarlo. Fue mi propia violencia, mi propio odio, mi egoísmo y mis deseos perversos los que lo clavaron en la cruz. Esta es la ironía final y gloriosa. Cuando exaltamos la cruz, cuando la levantamos y la contemplamos fijamente, experimentamos el amor y la sanación que vienen de Dios y entendemos que no fueron solo nuestros pecados los que clavaron a Jesús; también fue su propio amor. No fue solamente nuestra enemistad; sino también su amistad; no fue solo nuestro egoísmo, sino también su generosidad. Creímos que lo estábamos sacando de nuestra vida, cuando en realidad él se estaba entregando por nosotros de la manera más profunda y completa posible. Jesús pudo haber suspendido su pasión y muerte en cualquier momento, pero no lo hizo; no. Dejó que lo levantáramos en la cruz para morir, pero él nos levantó a nosotros a la vida eterna. Exaltemos hoy la cruz de Cristo con todo el amor del corazón. “Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos, porque por tu santa cruz redimiste al mundo.” ³³

Números 21, 4-9 Salmo 78 (77), 1-2. 34-38 Filipenses 2, 6-11


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MEDITACIONES SEPTIEMBRE 15-21

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de septiembre, XXIV Domingo del Tiempo Ordinario Lucas 15, 1-32 En el cielo habrá más alegría por un pecador que se arrepiente. (Lucas 15, 7) Sucedía que “se acercaban a Jesús los publicanos y los pecadores a escucharlo” y esto sorprendía a fariseos y escribas, que murmuraban: “Éste recibe a los pecadores y come con ellos.” Les parecía que el Señor no debería compartir su tiempo y amistad con personas de vida censurable, porque no concebían que aquellos que estaban “perdidos” y lejos de Dios podrían convertirse. Las personas pueden estar perdidas en muchos sentidos. Los alcohólicos o drogadictos, los incrédulos, los que son incapaces de mantener una relación matrimonial permanente de amor y servicio, puede decirse que en cierta forma también están perdidos. Y es muy difícil encontrarlos, aunque por lo general no están lejos de nosotros; están perdidos en nuestro medio y a veces hasta en la propia familia. Al parecer, nadie puede tenderles la mano, porque no se sabe quiénes son ni dónde están. En estos casos, la tarea no es tanto encontrarlos, sino ayudarles a

encontrarse ellos mismos. Y, estas personas están perdidas tanto moral como espiritualmente; parecen un barco a la deriva o sin timón. Algunas de estas personas se han perdido por su propia culpa; pero otros se han perdido por no tener a nadie que los guíe, nadie que se interese por ellos. Jesús mostró su preocupación por las “ovejas perdidas” (los cobradores de impuestos y otros pecadores) que habían sido abandonados por los pastores profesionales. Estos pastores se escandalizaron al ver lo que Jesús hacía, pero el Señor les contestó diciendo que hacía simplemente lo que haría cualquier pastor digno del nombre. Un pastor no espera a que vuelvan las ovejas perdidas; sale a buscarlas, y eso es lo que hace Cristo. Él es el Hijo que el Padre envió para salvarnos. Jesús no esperó a que los pecadores vinieran a buscarle; él salía a buscarlos donde fuera que estuvieran. Y cuando los encontraba, los llevaba de regreso a la casa del Padre con alegría. “Señor Jesús, concédeme fe, fortaleza, amor y prudencia para salir a buscar a mis familiares o amigos que se han desviado del camino.” ³³

Éxodo 32, 7-11. 13-14 Salmo 51 (50), 3-4. 12-13. 17. 19 1 Timoteo 1, 12-17

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de septiembre, lunes Santos Cornelio, papa, y Cipriano, obispo, mártires Lucas 7, 1-10 Basta con que digas una sola palabra y mi criado quedará sano. (Lucas 7, 7) El Evangelio de hoy relata el caso de cuando Jesús sana a la distancia al criado del centurión solo por el poder de su palabra. Pero ¿cómo comenzó todo? Varios judíos le pidieron que fuera a sanar, no a un familiar ni otro judío, sino al criado de un oficial pagano. Era un centurión romano que creía que Jesús tenía una autoridad suprema; por eso, envió a unos emisarios a buscarlo y él accedió. En la Escritura leemos muchos milagros que ocurrieron porque alguien intercedió ante el Señor en nombre de otra persona, principalmente un padre o madre que le suplicaba en favor de un hijo enfermo o un amigo que le pedía que interviniera, y el Señor accedió siempre y les concedió lo que le pedían. Lo bueno es que la intercesión no se limita a los tiempos bíblicos, y todos nosotros podemos ser intercesores y posiblemente tú, querido lector, ya has intercedido por tu familia y amigos. Pero tal vez ahora es una buena oportunidad para aprender a interceder y obtener más y mejores resultados. ¿Cómo? Por ejemplo, decide hacerte el hábito de rezar por diversas personas y tal vez hacerlo diariamente o con frecuencia para adoptar la costumbre.

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Primero, anota los nombres de las personas o situaciones por las que quieres interceder; tal vez familiares tuyos o hermanos de la parroquia; también podría ser por situaciones graves que sucedan en tu país u otros países. No te limites pensando que no es bueno pedir por muchas cosas; el Señor desea escuchar tus inquietudes y tus buenos deseos en favor de tus semejantes. Luego, coloca la lista de personas o situaciones en un lugar fácilmente visible para que, cada vez que la veas, eleves esas intenciones en oración al Señor, tal como lo hizo el centurión. Pídele que realice curaciones, que reconcilie las amistades o resuelva cualquier situación difícil que sea necesario. Conforme pase el tiempo, irás descubriendo que Dios ha respondido a muchas de tus oraciones, entonces coloca una marca junto a lo que ya se ha resuelto. Esto te recordará que Dios está escuchando, aunque te parezca que aún no ha contestado otras oraciones. Y si llega la duda, revisa nuevamente la lista de oraciones contestadas y recuerda que Dios conoce y escucha las peticiones de su pueblo. “Señor, yo no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme.” ³³

1 Timoteo 2, 1-8 Salmo 28 (27), 2. 7-9


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de septiembre, martes San Roberto Belarmino, obispo y doctor de la Iglesia Lucas 7, 11-17 Cuando el Señor la vio, se compadeció de ella. (Lucas 7, 13) En el Evangelio de hoy vemos que el Señor hizo una profunda demostración de amor y compasión, de la ternura y la misericordia de que está lleno su corazón. Cuando vio a la viuda que lloraba amargamente porque su único hijo había muerto, se sintió conmovido de compasión e hizo revivir al joven. La palabra griega que Lucas usó en este pasaje significa “compadecerse hasta lo más profundo del corazón”. Esto fue lo que Jesús sintió cuando se dio cuenta de la completa soledad en la que quedaba esta viuda. Sin marido ni un hijo varón, no tenía a nadie que la protegiera ni proveyera para sus necesidades diarias, es decir, iba a quedar en la pobreza más absoluta para el futuro y tendría que depender de la caridad de la gente. Viendo su angustia, Jesús primero la consoló. Luego, impresionado por el dolor y la necesidad de la mujer, manifestó su compasión y su poder haciendo revivir al joven tocando el féretro y dando una orden: “Levántate.” (Lucas 7, 14). Jesús le demostró bondad y compasión a esta mujer desconsolada, aunque nadie se lo pidiera ni nadie demostrara verdadera fe en él. De hecho, tal vez ni sabían quién

era, porque todo fue iniciativa suya. En efecto, el corazón del Señor rebosa de ternura para cada uno de sus fieles, y por compasión nos tiende la mano incluso antes de que le pidamos auxilio y aunque tengamos poca fe. Si tú estás pasando por el dolor de la pérdida de un ser querido, si te sientes triste o desanimado, si sufres por una enfermedad grave, o cualquiera sea la prueba por la que estés pasando, pídele ayuda a Cristo. Él tiene palabras de consolación para ti y te puede reconfortar. Pero ahí no termina todo. Deja que la misericordia que recibas fluya a su vez de ti a otra persona que también esté afligida. Así como Jesús tocó el féretro del joven muerto, y habiendo tú recibido la compasión de Dios, tú también puedes ser instrumento para tocar la vida de otro. No tiene que ser algo grande; basta con un gesto simple, una palabra amable o un ofrecimiento de ayuda. Tú también puedes ayudar a sacar a otras personas de sus propias tumbas de tristeza e inseguridad. “¡Gracias, amado Jesús, por tu tierna compasión y por ayudarme a recuperar la alegría de vivir! Enséñame a ser un instrumento tuyo.” ³³

1 Timoteo 3, 1-13 Salmo 101 (100), 1-3. 5-6

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de septiembre, miércoles Lucas 7, 31-35 Solo aquellos que tienen la sabiduría de Dios, son quienes lo reconocen. (Lucas 7, 35) San Lucas nos cuenta que los cristianos que formaron las primeras comunidades habían presenciado, experimentado y entendido cuál era la esencia y el propósito de la misión de Cristo: establecer el Reino de Dios en la tierra mediante su muerte y su resurrección, y comunicarle vida por el derramamiento de su Espíritu Santo, todo lo cual era corroborado por las múltiples curaciones y portentos que hacían. ¡Magnífico y poderosísimo es sin duda nuestro Dios! En la época actual, el Señor también hace cosas maravillosas: escucha nuestras oraciones; prodiga su bondad y su misericordia en forma ilimitada; nos sana, nos protege, nos ilumina y nos acerca a su lado. Además, continúa cumpliendo las promesas que hizo miles de años atrás a Abraham, Moisés y David, y no deja de trabajar para llevar a muchos a su Reino. Pero, para beneficiarnos de todo esto, tenemos que dejar que la Palabra de Dios llegue a nuestro corazón y nos convierta, nos cambie y nos transforme con su fuerza. Para eso hemos de pedir el don de la humildad. Solamente el humilde puede aceptar a Dios, y, por tanto, acercarse a él, porque al igual que los “publicanos” y los “pecadores”, necesitamos que el Señor nos cure. ¡Ay de aquél que crea que no necesita al médico! Lo peor para un enfermo 84 | La Palabra Entre Nosotros

es creer que está bien, porque entonces el mal seguirá avanzando en su interior hasta que sea demasiado tarde. Todos somos enfermos terminales, y solamente Cristo nos puede salvar, seamos o no conscientes de ello. Para esto conviene tener siempre presente aquello que el Señor ha hecho en nuestra vida, que ha resultado asombroso y nos ha movido a declarar su amor y su grandeza. ¿Por qué no escribes un “credo” personal de tu fe y tus testimonios? Simplemente declara lo que sabes acerca de Dios, lo que él ha hecho en el mundo y en tu vida personal. Pero no seas tímido; da rienda suelta a tu creatividad: escribe tu credo en forma de canción, oración, poema o nada más como una afirmación clara y sincera de lo que tú crees. Invita al Espíritu Santo a que te muestre cuánto sabes realmente de tu fe y te lleve a un entendimiento aún más profundo. “Te alabo, Padre celestial, por tu gran amor, tu misericordia, tu bondad y tu perdón. Te alabo por la maravilla de la gracia que has derramado en mi vida.” ³³

1 Timoteo 3, 14-16 Salmo 111 (110), 1-6


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de septiembre, jueves San Jenaro, obispo y mártir Lucas 7, 36-50 Jesús fue a la casa del fariseo y se sentó a la mesa. (Lucas 7, 36) Este episodio ilustra la misericordia de Dios, uno de los temas centrales del Evangelio de San Lucas. Al parecer esta mujer había visto a Jesús en el pasado y había quedado impresionada por su amor y su perdón. Como resultado, se sintió impulsada a expresarle su gratitud de alguna manera. El fariseo Simón solo veía que ella era una pecadora, y supuso que Jesús no se daba cuenta de ello. Aunque sus pecados eran muchos, esta mujer conoció el perdón de Dios, y por eso fue tras Jesús. De puro agradecimiento y alegría, lloraba. Con sus lágrimas de amor lavó los pies de Jesús y se los secó con el cabello. Luego le besó los pies y se los ungió con aceite. Lo que hacía no eran solo expresiones comunes de gratitud y devoción, porque podría suponerse que Simón recibió a Jesús con la hospitalidad acostumbrada, pero lo que hizo esta mujer por amor y agradecimiento fue mucho más de lo que se esperaba de ella. Ahora bien, ella no habría podido demostrar semejante amor si no hubiera conocido y aceptado primero el amor de Dios. “El amor consiste en esto: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros y envió a su Hijo, para que, ofreciéndose en sacrificio,

nuestros pecados quedaran perdonados” (1 Juan 4, 10). El perdón de Dios nos da la libertad de corresponder a su amor. No fue el amor de la mujer lo que le mereció el perdón, sino que amó a Jesús porque supo que Dios ya la había perdonado. A los ojos de Dios, “todos han pecado y están lejos de la presencia gloriosa de Dios” (Romanos 3, 23). Por muy graves que sean nuestros pecados, todos necesitamos a Dios por igual. Al tener comunión con Jesús, experimentamos en nosotros mismos todo el amor de Dios y su misericordia. Él sufrió la muerte por nosotros, derramando su sangre para el perdón de nuestros pecados; luego resucitó de entre los muertos y derramó su Espíritu para llevarnos de nuevo a la comunión con Dios. A medida que meditamos en estos actos de amor, nos sentimos obligados a amarlo de todo corazón. “Amado Jesús, ¡qué misericordioso eres! Te amo porque me has amado tan completa y perfectamente. Enséñame a compartir tu palabra con mis amigos y conocidos y expresar tu amor en acciones de bondad y reconciliación.” ³³

1 Timoteo 4, 12-16 Salmo 111 (110), 7-10

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de septiembre, viernes San Andrés Kim Taegon, presbítero, y San Pablo Chong Hasang, y Compañeros, mártires Lucas 8, 1-3 Jesús comenzó a recorrer ciudades y poblados predicando la buena nueva del Reino de Dios. (Lucas 8, 1) La buena noticia es sorprendente: Dios quiere que todos se salven, no solo los buenos, sino todo hombre y mujer que haya existido a través de los siglos. Esto era casi incomprensible para los judíos. ¡Que Dios fuese a redimir a naciones paganas, incluso a gente inmoral e incrédula, era algo inconcebible! Pero en realidad era cierto, y aún lo es. Nadie queda excluido del amor compasivo de Dios ni de su deseo de compartir su vida en forma personal e íntima. Nadie en toda la Tierra está fuera del alcance del amor de Dios, ni tan sumergido en el pecado que el poder del Señor no pueda alcanzarlo y redimirlo. Los Doce Apóstoles y las mujeres que acompañaban a Jesús (Lucas 8, 2) no formaban precisamente el séquito real que se habría esperado para el Rey Mesías. El grupo de pescadores, publicanos y mujeres, todos pobres, socialmente marginados y de escasa formación religiosa, distaba mucho de lo que se suponía normal y aceptable para los judíos, pero era a la vez un testimonio de la insondable sabiduría y el tierno proceder de Dios. La inteligencia divina invalida las restricciones de nuestro 86 | La Palabra Entre Nosotros

imperfecto razonamiento y Dios, en Jesús, reconcilia a hombres y mujeres, judíos y gentiles, ricos y pobres, sanos y enfermos, justos y antisociales… a veces de una manera insospechada. En Jesús se ha abierto el Reino de Dios en forma definitiva para todos: tanto pobres y marginados, como prominentes y poderosos. Y cuando se van derrumbando las barreras de las limitaciones humanas, va surgiendo el gozo, el deleite y el júbilo por el amor de Dios, cuyo resplandor disipa la oscuridad de nuestras limitadas expectativas. El Espíritu Santo que habita en nosotros nos enseña la verdad de Jesús. Esta verdad, las realidades y los pensamientos de Dios Todopoderoso, no son cosas que podamos conocer por nuestros propios medios; es algo totalmente diferente a nuestros pensamientos; por eso necesitamos que el Espíritu Santo nos guíe hacia toda la verdad (Juan 16, 13). Pidámosle, pues, al Señor cada día la sabiduría y el conocimiento que solo vienen de Dios. “Señor Jesús, quita de nosotros las ideas preconcebidas y prejuicios, para que aprendamos a pensar como tú piensas, amar como tú amas y preferir los caminos y los planes que tú has ordenado desde antes de todos los tiempos.” ³³

1 Timoteo 6, 2-12 Salmo 49 (48), 6-10. 17-20


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de septiembre, sábado San Mateo, Apóstol y evangelista Mateo 9, 9-13 Yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores. (Mateo 9, 13) Leví, el recaudador de impuestos, era despreciado por sus conciudadanos porque lo consideraban traidor y colaborador de los opresores romanos, y seguramente cada día escuchaba los comentarios sarcásticos que hacía la gente. Sea lo que sea que haya pensado, cuando escuchó que Jesús lo llamaba por su nombre, Leví, es decir Mateo, no dudó en dejar su puesto de trabajo y aceptó el llamamiento. Todas sus malas acciones, la indolencia con que exigía el pago de impuestos y toda la vergonzosa dureza de corazón que debe haber acompañado esas actitudes se disiparon. Vio claramente que Jesús tenía algo especial y diferente, y no quiso que nada se interpusiera en su camino. Es fácil creerse la mentira de que uno no es digno de aceptar el llamado de Cristo. ¡No te lo creas! No creas que tus pecados, errores o debilidades le han convencido de que pase de largo y busque otro candidato más digno. Recuerda lo que él dijo a quienes objetaron el llamamiento de Mateo: “Yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores.” Todos somos pecadores, y sin embargo Jesús nos dice: “Sígueme.” Él quiere que tú lo sigas muy de cerca. Por eso, no permitas que los pecados

y fallas que cometas entorpezcan el sí que le has dado al Señor. Debe ser en realidad lo opuesto; una oportunidad perfecta para mostrar al mundo lo misericordioso que es Dios. La tradición dice que Mateo fue a evangelizar a los mismos judíos a quienes antes había escandalizado, que sin duda se deben haber impresionado sobremanera al ver la evidencia del cambio de su corazón. Hoy, hermano, si te sientes indigno de Cristo, recuerda a Mateo; recuerda el amor y la misericordia que Dios tuvo con él; recuerda la libertad y la alegría que Mateo sintió cuando abandonó su antigua vida y aceptó la invitación de Jesús. A ti también te ha llamado y te ha elegido porque te ama tanto como a Mateo por eso quiere silenciar esa voz que te acusa de indignidad. Ya sea que Jesús te pida despojarte de un hábito de pecado, que te acerques más a él en la oración diaria, o que realices algún servicio en tu parroquia o comunidad, dile que sí. Si lo haces, tu vida cambiará. Querido lector, acepta el llamado del Señor y decídete a embarcarte en la mejor aventura de tu vida: Pídele a Jesús que sea tu Señor y tu Salvador. “Amado Jesús, te doy gracias por invitarme a seguirte. ¡Ayúdame a aceptar de todo corazón!” ³³

Efesios 4, 1-7. 11-13 Salmo 19 (18), 2-5

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MEDITACIONES SEPTIEMBRE 22-28

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de septiembre, XXV Domingo del Tiempo Ordinario Lucas 16, 1-13 ¿Qué voy a hacer ahora que me quitan el trabajo? (Lucas 16, 3) Este pasaje del Evangelio no siempre es bien entendido. Indudablemente, Jesús no disculpaba las prácticas deshonestas; sin embargo, contó esta parábola como ejemplo de astucia e imaginación. ¿Puede usarse este ejemplo —con el cual mucha gente consigue lo que quiere en el mundo— para servir a Dios? La respuesta es que, en cierta forma, sí. El Señor desea que seamos buenos administradores de sus bienes. No obstante, debido a que nadie conoce el día ni la hora en que deberá presentarse ante Cristo, podemos preguntarnos: “¿Qué debo y puedo hacer en un caso de extrema urgencia? Todos podemos donar algo para hacer el bien y ayudar a los necesitados de acuerdo a nuestros medios. El dinero no siempre es útil pues no podemos llevarlo al Reino de Dios, pero mientras estemos en la tierra, hemos de usarlo para cubrir nuestras necesidades y las de nuestras familias, y para ayudar a 88 | La Palabra Entre Nosotros

los necesitados. El dinero no es más que uno de los recursos que podemos usar; también tenemos tiempo, talentos, oración y la sabiduría que hemos adquirido por la experiencia personal. Así, imitando al administrador astuto, podemos recurrir a esas cosas para llevar gente a Cristo; y si para esto nos preparamos haciendo ciertos planes, sin duda el Señor guiará nuestros pasos (Proverbios 16, 9). Ser cristiano y dedicarse a servir a Dios y al prójimo para acelerar la venida del Reino de los cielos es un oficio práctico y realista, para el que se requiere pensar con sentido común, pero actuar con inteligencia. El Señor no busca servidores ingenuos, que no sepan trabajar arduamente ni hacer el bien a los demás, sino trabajadores que conozcan las condiciones del mundo y sean capaces de idear estrategias eficaces para rechazar la maldad y la corrupción tanto internas como externas. Seamos, pues, sagaces y hábiles en los caminos del Reino, y actuemos con prudencia y creatividad para que usemos bien los recursos que tenemos y adelantemos el Reino de Dios en la tierra. “Padre eterno, danos a conocer tu infinito poder y enséñanos a ser astutos para tu gloria y bendícenos.” ³³

Amós 8, 4-7 Salmo 113 (112), 1-2. 4-8 1 Timoteo 2, 1-8


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de septiembre, lunes San Pío de Pietrelcina, presbítero Lucas 8, 16-18 Nadie enciende una vela y la tapa. (Lucas 8, 16) Cuando leen este pasaje, algunos piensan que la vela que brilla sobre el candelabro se refiere a ellos mismos. Pero, ¿no sería mejor pensar que Jesús es la luz que resplandece y que alumbra a todos? Después de todo, él mismo dijo “Yo soy la luz del mundo” (Juan 8, 12). Entonces, no es que él quiera pasar desapercibido ni que haya que pasar obstáculos para descubrirlo. No, el Señor quiere revelarse a sus fieles. ¡Este es un mensaje muy esperanzador! Jesús es nuestra luz y nuestra salvación (Salmo 27, 1). Entonces, ¿qué es lo que la luz de Cristo nos ayuda a ver? En primer lugar, lo que nos revela no es apenas un conjunto de verdades acerca de Dios; nos muestra a Dios mismo: su misericordia, su amor y su fidelidad. Y cuando Dios se nos revela, siempre nos ilumina, tanto el corazón como la mente. Así podemos verlo más claramente y surge en nosotros el deseo de seguirlo más de cerca. Por ejemplo, si lees la parábola del hijo pródigo, podrías visualizarte a ti mismo como el joven que regresa a casa y como bienvenida recibe el abrazo cariñoso del padre. O si recuerdas una experiencia conmovedora que tuviste en una Confesión, eso puede ayudarte a ser más comprensivo

con otros, porque puedes compartir la misericordia que has recibido. Dios puede utilizar circunstancias como ésas para hacer brillar su luz en tu corazón, y al hacerlo dispersar algo de la oscuridad que puede haber allí. Es posible que no lo veas con claridad al principio. Así como cuando uno entra en un cuarto en penumbras, al principio cuesta mucho ver lo que allí hay, pues los ojos se tienen que acostumbrar a la poca luz disponible; pero después de un rato los ojos se van habituando y se puede ver más claramente. De igual manera, mientras más tiempo pases en la presencia de Dios, mejor podrás percibir lo que el Señor te esté revelando. Dios ha querido darse a conocer desde el principio de los tiempos, y lo sigue haciendo ahora mismo, y para eso está continuamente colocando su luz sobre el candelabro para que todos la vean y la reconozcan. Y ten por seguro que su luz brilla incluso en los lugares más inesperados, así que abre los ojos para que la veas. “Amado Jesús, haz que tu luz alumbre claramente lo que yo vea y ayúdame a enfocarme en ti y en tu revelación.” ³³

Esdras 1, 1-6 Salmo 126 (125), 1-6

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de septiembre, martes Lucas 8, 19-21 Los que oyen el mensaje de Dios y lo ponen en práctica, esos son mi madre y mis hermanos. (Lucas 8, 21) San Lucas investigó cuidadosamente todo lo acontecido con Jesús y comenta que el Señor fue anunciando su mensaje de arrepentimiento, conversión y reconciliación en regiones variadas, empezando desde Galilea y recorriendo todo el territorio de Israel y zonas aledañas. Jesús predicaba la buena nueva por todas partes y los que creían se iban transformando, por eso instaba a sus discípulos a escuchar, entender, aceptar y poner en práctica su enseñanza. Lucas cita una de estas exhortaciones en el momento en que los familiares de Jesús querían verlo. El Señor aprovechó la oportunidad para enseñar algo más acerca del discipulado: “Los que oyen el mensaje de Dios y lo ponen en práctica, esos son mi madre y mis hermanos.” Es posible que esta declaración de Jesús suene extraña, como si estuviese menospreciando la importancia de su propia familia, pero Jesús sabía que podía poner a su madre, la Santísima Virgen María, como ejemplo supremo de quien escucha y acepta la Palabra de Dios. Cabe suponer que María solía escudriñar las Escrituras hebreas y meditar en la Palabra de Dios; solo así pudo haber aprendido a atesorar la promesa de la salvación y reconocer la voz de Dios y; 90 | La Palabra Entre Nosotros

precisamente por estar acostumbrada a escuchar a Dios fue que pudo responder sin vacilación al ángel del Señor: “Que Dios haga conmigo como me has dicho” (Lucas 1, 38). Ella fue sin duda alguien que escuchó la Palabra de Dios y la puso en práctica. Por fe, María se entregó libre y completamente a la voluntad de Dios. San Lucas la presenta diciendo: “Mi alma alaba la grandeza del Señor” (Lucas 1, 46), poderosa declaración que denota al mismo tiempo humildad de espíritu, porque posterga su propia persona y exalta a Dios por encima de todo. De esta forma, la Virgen decidió hacer la voluntad de Dios antes que la suya. Estas cualidades de escuchar y poner en práctica la Palabra de Dios hacen de María el prototipo del auténtico discípulo de Cristo. Poniéndola a ella como ejemplo, el Señor enseñó lo que significa entregarse en manos del Señor, porque ella era alguien que escuchaba con plena atención. Pidámosle al Señor que nos conceda la gracia de imitar a su madre santísima en su forma de escuchar la palabra y guardarla en su corazón. “Amado Señor Jesús, envía tu Espíritu Santo y ayúdame a vivir como auténtico discípulo tuyo.” ³³

Esdras 6, 7-8. 12. 14-20 Salmo 122 (121), 1-5


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de septiembre, miércoles Lucas 9, 1-6 No lleven nada para el camino. (Lucas 9, 3) No lleves dinero para el viaje, tampoco una maleta. ¿Seguro de viajes? ¡Ni pensarlo! Cuando llegues a tu destino, solo busca a alguien que parezca amigable y quédate con esa persona. Si un agente de viajes te diera este consejo, posiblemente buscarías a otro. Pero esto es más o menos lo que Jesús les dijo a los Doce cuando los envió en su primer viaje misionero. Irían de pueblo en pueblo, pero ¿no debían hacer preparativos ni llevar provisiones? No. Prepararse no está mal, pero Jesús no quería que ellos se perdieran la oportunidad de ver como Dios proveía para sus necesidades. Los enviaba a curar y predicar; pero también a aprender a confiar en Dios, pues quería que supieran que su Padre celestial era quien que proveía para ellos y les daba el poder para trabajar en su nombre. Es una lección que Jesús quiere dar a todos sus seguidores. En la historia de la Iglesia vemos numerosos ejemplos de santos que son conocidos porque, aun no teniendo nada, creyeron que Dios les proveería lo que necesitaban. Pensemos en San Juan Bosco, que se hizo famoso por alimentar a muchos niños huérfanos con la comida que no se acababa de su pequeña olla. O en la Madre Teresa que se quedaba sin recursos para dar de comer a aquellos que cuidaba en

su casa hasta que, justo antes de la cena, recibía una donación de último momento Por eso, no permitas que la falta de preparación o de recursos te impida empezar a servir y ayudar a otros. Las cosas no siempre funcionan a la perfección, ni siquiera para los santos y hasta los apóstoles tenían sus altos y bajos. Después de que salieron a predicar con todo éxito, cuando volvieron seguían sin comprender a Jesús, al punto de que algunos lo abandonaron y hasta lo negaron. Tú también puede tener altibajos, pero no te preocupes; solamente da el primer paso en fe y deja que Dios provea lo que te hace falta. Por ejemplo, inicia una conversación con tu hijo que tiene dificultades con los estudios, o deja que Dios te llene de valor para abordar un tema delicado con tu esposa o esposo, como los gastos que hace. Confía en que el Señor te dará lo que necesites para servir a aquellos que caminan junto a ti. Recuerda que el mismo Señor es quien realiza las obras que te encomienda a ti, y lo único que tienes que hacer es ser dócil a sus inspiraciones. “Señor, ayúdame a confiar en que tú me darás lo que necesito para cumplir tus obras.” ³³

Esdras 9, 5-9 (Salmo) Tobías 13, 2-5. 8

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de septiembre, jueves Santos Cosme y Damián, mártires Lucas 9, 7-9 Tenía curiosidad de ver a Jesús. (Lucas 9, 9) Los rumores volaban, las conjeturas iban y venían. ¿Quién era este Jesús de Nazaret? ¿De dónde venía y qué era lo que buscaba? ¿Era Juan el Bautista que había vuelto a la vida? ¿Una nueva encarnación del profeta Elías? ¿O sería simplemente un agitador de Galilea? Para Herodes, este era un dilema especialmente desconcertante. Él mismo había mandado ejecutar a Juan el Bautista, pero al parecer la presencia de Jesús y sus palabras le remordieron la conciencia por el crimen que había cometido. Tal vez Dios le había estado hablando en realidad a través de Juan, y ahora lo hacía a través de Cristo. Aun así, Herodes no podía ver claramente. Estaba perfectamente consciente de que tenía una relación pecaminosa con su mujer, pero no estaba dispuesto a cambiar de ninguna manera, y menos aún disipar la neblina de su razón para acercarse a la fe. Desde luego, ninguno de nosotros es como Herodes; pero al igual que él, tal vez tengamos el deseo de ver al Señor, aunque no lo distingamos bien por tener la vista borrosa. Sí, porque la falta de perdón, los rencores, el temor al fracaso u otros obstáculos que tal vez no reconocemos nos nublan la vista. Sin embargo, el obstáculo más grande y dañino es un pecado grave

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no admitido ni confesado. El Bautista sacó a la luz el pecado de Herodes, pues censuraba el hecho de que éste convivía con Herodías, que era la esposa legítima de su hermano. Herodes pudo haberse arrepentido y haber terminado esa unión inmoral, pero en vez de hacerlo, cometió otro pecado gravísimo al decretar la muerte de Juan para silenciar su voz. Una de las obras más valiosas del Espíritu Santo es que nos aclara la vista. Mediante el don del arrepentimiento sincero, tú mismo puedes cooperar con esta obra. De hecho, el hábito de examinarse la conciencia y arrepentirse al final del día es una de las mejores formas de aclarar la vista y ver la realidad. Cada noche, repasa tu día y pídele al Espíritu que te ayude a identificar cualquier cosa que puedas haber pensado o hecho sabiendo que no agrada al Señor. Si has cometido un pecado grave, acude a la Confesión sin demora. Con el tiempo, irás viendo con mayor claridad y cooperando con el Espíritu Santo. “Ven, Espíritu Santo y quita de mis ojos cualquier nube que me impida ver con claridad.” ³³

Ageo 1, 1-8 Salmo 149, 1-6. 9


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de septiembre, viernes San Vicente de Paúl, presbítero Lucas 9, 18-22 Y ustedes, ¿quién dicen que soy? (Lucas 9, 20) Señor mío Jesucristo, ¡yo digo que tú eres el Mesías de Dios! Antes me pasaba los días sin ningún sentido, pensando que el trabajo, los bienes materiales, las amistades y las diversiones me traerían contento. Mi corazón rebelde ignoraba sus propios anhelos más profundos, y yo no tenía interés alguno en la promesa de un Salvador, y ni siquiera de mi necesidad de salvación. Pero tu amor transformó mi aislamiento. Tú, que viniste enviado por el Padre, me mostraste el camino hacia la sanación, la restauración y la protección. Señor y Salvador mío, ¡yo digo que tú eres el Hijo de Dios vivo! Antes yo estaba muerto en mis pecados, y ponía mi esperanza en muchos dioses falsos, pero ninguno de ellos podía reanimarme en cuerpo y alma. Pero tú, que eres la misericordia de Dios, brillaste esplendoroso como imagen del Dios invisible. Tú, que habitas en la gloria poderosa del Espíritu, me has vuelto a la vida para sentarme junto a ti, agua viva que sacia la sed de mi alma reseca. Tú me has devuelto la dignidad de hijo de Dios; me has librado del pecado y me has concedido la vida. Amado Jesús, ¡yo digo que tú eres mi buen pastor! Ahora mismo, cuando me

siento inquieto y me comporto como oveja descarriada, tú me traes de regreso al redil. Cuando me distraigo con cosas mundanas, suavemente me llamas por mi nombre y me guías a senderos de vida. Si me extravío, tú me encuentras, me alzas y me llevas en los hombros hasta reunirme con el resto de tu rebaño. Sé que puedo confiar en que siempre serás mi albergue en todas mis tormentas. Jesús, Señor y Dios mío, ¡yo digo que tú eres el Príncipe de la Paz! A veces las tensiones y preocupaciones del día invaden mi corazón y termino agotado. A veces me siento tan inseguro y angustiado que apenas puedo respirar. Intento aliviarme con un remedio u otro, pero es inútil. Luego me pongo en tu presencia y tú, Señor, me transformas por completo. Corro a refugiarme en ti, porque eres la fuente de mi paz y mi seguridad. Tú me compraste derramando tu sangre preciosa, pero no me esclavizas; me has dado la libertad, y ya no quiero separarme de ti. Aparte de ti, no hay vida; pero contigo, hay plenitud de vida. “Jesús amado, Señor y Salvador mío, Jesús, ¡yo digo que eres mi Señor y mi Dios!” ³³

Ageo 1, 15—2, 9 Salmo 43 (42), 1-4

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de septiembre, sábado San Wenceslao, mártir, o Santos Lorenzo Ruiz y Compañeros, mártires Lucas 9, 43-45 El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres. (Lucas 9, 44) Jesús anuncia que tiene que pasar por la pasión y la muerte. Los discípulos no entienden; no quieren entender, ni siquiera oír. No es lo que esperaban cuando decidieron seguir a Cristo. Se dice que algo les impedía entender lo que les decía el Señor y les daba miedo preguntarle. Ese algo eran las ideas preconcebidas que ellos tenían de lo que deseaban que Jesús fuera y de lo que significaba para ellos seguirle: poder, prestigio y un lugar de honor en el Reino. Pero Jesús enseña que la realidad fundamental de su misión, el camino de la salvación y la vida eterna es la cruz. Solo la cruz de Cristo es capaz de satisfacer el anhelo de Dios que lleva todo ser humano en su corazón. El camino de la cruz no es algo a lo que nadie aspira naturalmente, porque lo entendemos como un símbolo del sufrimiento supremo, y lo es. Pero no es un sufrimiento insensato ni por maldad; al contrario, es el sufrimiento que conlleva la vida del discípulo, que ha de negarse a sí mismo para seguir a su maestro, y toda negación de uno mismo implica dolor, privación y sufrimiento. Pero, ¿por qué ha de ser éste el camino? Porque es el camino que Jesús recorrió y es el camino que, al pasar por la muerte de la cruz, desemboca 94 | La Palabra Entre Nosotros

en la gloria de la resurrección. Y el gozo de la resurrección es el que borra todo el dolor de la cruz. ¿Cómo entendemos nosotros nuestra participación en este proceso? ¿Nos parece que basta con ir a Misa el domingo y tratar de no cometer pecados mortales? ¿O preferimos buscar reconocimiento y hasta admiración haciendo muchas actividades y apostolados en la parroquia, pero sin realmente analizar las motivaciones que nos mueven, ni examinarnos la conciencia ni buscar la santidad? La vida de Cristo se manifiesta en los fieles en la medida en que ellos sean dóciles al Espíritu Santo y cumplan los mandamientos de Dios. El solo hecho de cumplir lo mínimo que nos pide la Iglesia no nos garantiza la bendición del Señor, especialmente si lo hacemos por obligación y no por amor. Lo mejor es practicar la vida de oración, tener una devoción sincera y ayudar a quienes lo necesiten. La negación de uno mismo es desagradable y hasta dolorosa, pero siempre conduce a la gloria de la resurrección, es decir, la vida nueva que el Señor nos ofrece. “Espíritu Santo, Señor, concédeme una mente clara y un corazón dócil para recibir y dar el amor transformador que emana del Sagrado Corazón de Jesús.” ³³

Zacarías 2, 5-9. 14-15 (Salmo) Jeremías 31, 10-13


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MEDITACIONES SEPTIEMBRE 29-30

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de septiembre, XXVI Domingo del Tiempo Ordinario Lucas 16, 19-31 Había un hombre rico… y un mendigo. (Lucas 16, 19. 20) Casi en cualquier ciudad podemos toparnos con algún indigente que pide limosna. Pero, si uno pasa con frecuencia por la misma calle, se irá acostumbrando a la presencia del mendigo y ya no le molestará tanto. Ahí es cuando los pobres se convierten en Lázaros para nosotros. El rico de la parábola de hoy no fue arrojado al infierno por ser rico ni por gozar de la vida, sino por pensar solo en sí mismo y no fijarse en la miseria de Lázaro. Claro, el rico era el centro de su propio mundo y solo en el infierno comprendió que debía haber utilizado sus dones y recursos para socorrer a quienes necesitaban su ayuda. Entonces, más pesado se le hizo el sufrimiento al enterarse de que ya era demasiado tarde para rectificar su conducta anterior. Gracias a Dios que no es demasiado tarde para nosotros. En el juicio final no nos preguntarán si fuimos ricos o pobres y ya no tendrá importancia el nivel de educación ni la posición social que hayamos

tenido en este mundo. Muchas de las cosas que nos exigen tiempo ahora tendrán poca o ninguna importancia cuando Dios juzgue nuestra vida. De lo que sí podemos estar seguros, no obstante, es que el Señor nos preguntará cómo usamos los recursos que él nos dio en esta vida. En esta parábola, Jesús nos dice que, si utilizamos los bienes de este mundo solo en beneficio propio, sin compadecernos de los Lázaros que vemos por el camino, nos arriesgamos a terminar en la misma horrenda situación que el rico. Hoy, trata de fijarte en alguien que de ordinario pasa desapercibido para ti, una persona solitaria que necesite una sonrisa o un familiar a quien puedas ayudar con algún quehacer doméstico. El corazón se nos irá llenando de compasión si empezamos a hacer algo por aquellas personas que no consideramos desagradables, para luego seguir con aquellas que sí nos lo parecen. Si aprendemos a emplear los bienes y talentos que tenemos para atender al Lázaro que toca a nuestra puerta, iremos conociendo más y más el amor de Dios. “Amado Jesús, llena mi corazón de tu compasión hacia quienes tienen necesidad o sufren dolor.” ³³

Amós 6, 1. 4-7 Salmo 146 (145), 7-10 1 Timoteo 6, 11-16

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de septiembre, lunes San Jerónimo, presbítero y doctor de la Iglesia Lucas 9, 46-50 El que reciba a este niño en mi nombre, me recibe a mí. (Lucas 9, 48) Jesús instruía a sus discípulos acerca de sí mismo y de lo que significa ser seguidor suyo y, cuando su ministerio en Galilea iba concluyendo, les recalcaba el costo del discipulado. Más de una vez Jesús predijo su pasión y su muerte, pero sus discípulos parecían no entender ni darle importancia. Las discusiones sobre quién sería el mayor en el cielo y la frustración por no poder expulsar demonios eran de mayor interés para ellos y no lograban comprender el significado profundo de lo que Jesús les enseñaba acerca de sí mismo o de lo que implicaba ser su discípulo. Siempre estaban escuchando, pero no lograban entender. No es raro que a nosotros nos pase lo mismo. Dios nos ha enseñado mucho y tampoco entendemos bien quién es Jesús ni qué significa seguirlo. Esa es nuestra principal misión, para ser buenos y fieles discípulos, que aman y sirven a Dios y a sus hermanos con humildad, tal como lo hizo Jesús. Esto es motivo de gozo para el Padre; es la obra del Espíritu Santo en nosotros. El verdadero discípulo debe ser humilde, como lo dijo el Señor: “En realidad el más pequeño entre todos ustedes, ése es el 96 | La Palabra Entre Nosotros

más grande.” A esto se refería San Pablo cuando decía que debíamos tener la misma actitud de Cristo (v. Filipenses 2, 3-5). El Señor vino a servir, y nosotros también. Además, se nos llama a trabajar sin esperar gratitud ni retribución. Refiriéndose al requisito de ser humildes, el apóstol decía: “Por humildad, cada uno considere a los demás como superiores a sí mismo” (Filipenses 2, 3). Quizás nos parezca imposible hacerlo —y lo es para la condición humana no regenerada— pero debemos recordar que todo es posible para Dios. Si buscamos de corazón al Señor en la oración, la recepción frecuente de la Sagrada Eucaristía, la lectura y la meditación de su santa Palabra en la Sagrada Escritura y si participamos en retiros, conferencias y seminarios de formación espiritual católica, nuestra mentalidad y nuestra conducta comenzarán a cambiar; así tendremos el corazón mejor dispuesto para recibir la Palabra de Dios y podremos servir a los demás con humildad y generosidad, aportando bienes, tiempo o talentos. Es un proceso lento, pero si perseveramos, Dios nos bendecirá el ciento por uno. “Gracias, Señor Jesús, por tocar mi corazón y venir a mi vida. He aprendido bastante, pero aún me falta mucho.” ³³

Zacarías 8, 1-8 Salmo 102 (101), 16-23. 29


Foyer de Charité “Santa Rosa” Un lugar especial para Retiros Espirituales

Programa de los meses: Agosto, Setiembre y Octubre 2019 Noche de Adoración (De las 9 pm a 8 am el día siguiente) Octubre 31 VIGILIA DE TODOS LOS SANTOS Retiro de fin de semana Setiembre 13 al 15 CAMINANDO CON JESÚS EN FAMILIA Para Matrimonios y Parejas Harold y Mariela Retiro de 6 días en silencio (de Lunes 6:00 pm a Domingo 3:00 pm) Agosto 19 al 25 ACEPTAR LOS LÍMITES Y CURAR LAS HERIDAS Para mayores de 18 años Padre Carlos Salas Setiembre 16 al 22

SEÑOR ENSÉÑAME A ORAR Para mayores de 18 años Padre Jhony Bigoni SMM

Octubre 28 a EL SEÑOR ES MI FORTALEZA Noviembre 03 Para mayores de 18 años Padre Sergio Simunovich

Otros retiros ó jornadas: Consultar directamente con la Casa de Retiro Foyer de Charité “Santa Rosa” Av. Bernardo Balaguer s/n - Ñaña Telf. 359-0101 932 342 134


30 de Agosto Fiesta de Santa Rosa de Lima Patrona de América y Filipinas Patrona de la Policía Nacional Mística cristiana de los años 1,600 Vida consagrada a Dios, pero viviendo en su casa, porque era laica

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