Por Sergi Rivero-Navarro
SANTOS o endemoniados: hechiceros, brujos y médicos en las crónicas de la Nueva España Cuando los españoles pusieron pie por primera vez en el continente americano, quedaron expuestos a lugares ignotos, especies animales y vegetales inconcebibles y a pueblos indígenas con usos y costumbres chocantes. Para nombrar o describir todo lo nuevo que se mostraba ante sus ojos, aquellos navegantes recurrían, en muchos casos, a la comparación con lo conocido, mientras que, en otros, tomaban prestados los nombres asignados por los nativos del lugar.1 En otras ocasiones, las especies desconocidas se identificaban basándose en seres imaginarios recogidos en la mitología clásica o en la literatura fantástica de la época. Así, por ejemplo, durante su primer viaje, Cristóbal Colón (2002, p. 124) confundió con sirenas lo que, con toda probabilidad, era un grupo de manatíes.2 Por su parte, fray Toribio de Benavente «Motolinía» da cuenta en su tratado Historia de los indios de la Nueva España (ca. 1541) de la existencia de grifos cerca del pueblo de Tehuacán y de su temible costumbre de atrapar a los lugareños con sus garras y comérselos. Eso sí, el fraile confiesa que él no los ha llegado a ver y sostiene que hace más de ochenta años que nadie los ha avistado.3 Esas identificaciones no son exclusivas de la flora y de la fauna, puesto que también se vinculan lugares nuevos con otros míticos, como cuando el propio Colón (2002, p. 184), en su tercer viaje al continente americano, asocia las fuentes del río Orinoco con el paraíso terrenal.4 Los navegantes, exploradores y aventureros que posteriormente seguirán sus pasos se aprestarán a asociar, a su vez, las nuevas tierras con leyendas tales como la de El Dorado o la de las siete ciudades de Cíbola, entre otras tantas.5 CUADERNOS HISPANOAMERICANOS
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