Siente Testimonios de aquel Pirineo
Libro CD
Enrique Satué
TEMAS ARAGONESES
Siente Testimonios de aquel Pirineo
Enrique Satué Oliván
Siente. Testimonios de aquel Pirineo
Coordinación Prames Textos © Enrique Satué Oliván Portada © Orosia Satué Paúles Fotografías © Enrique Satué Oliván (salvo pág. 120: de Juan Cruz Barranco, y pág. 146: de Paco Bolea) Diseño, maquetación y tratamiento digital de imagen Equipo gráfico de Prames Edita Prames | Camino de los Molinos, 32 50015 Zaragoza | Tel. 976 106 170 | www.prames.com ISBN 978-84-8321-478-7 Depósito Legal Z-1553-2016 Imprime Tipolínea Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización previa de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.
ÍNDICE Mesa de trabajo 7
El paisaje y el medio físico 24
El ciclo de la vida 53
Creencias 111
Religiosidad popular 127
Alrededor del fuego de La Casa 163
Migraciones 174
El devenir histórico 188
El cambio social 234
Los campos 264
El ganado 278
Caza y pesca 297
El oso y el lobo 305
Arquitectura popular 315
Artesanías 319
Trabajos comunales 334
Amanecer desde Oturia 337
Acerca del disco compacto 345
Selección de documentos sonoros 355
A modo de cierre 366
Bibliografía del autor 367
SIENTE
Un grupo de personas mayores posan ante un grafiti propiciador de la lengua aragonesa, escrito en las paredes de un hogar de jubilados. Fotografía tomada en 1991, en el rally fotográfico “Un día en la vida de Sabiñánigo”.
MESA DE TRABAJO
Generalidades “Siente o que te digo”, escuché muchas veces cuando era niño, y pasados los años, me he dado cuenta que lo que me pedía mi abuela Serafina, durante aquellos intensos días que viví en la aldea, era que agudizase la atención sobre lo que ella me iba a decir, que juntase la cabeza y el corazón, como cuando se abrazaban los dedos para que no se cayese un solo grano de trigo. Paradojas de la vida, con los años descubrí que, ella que no había pisado la escuela ni había oído hablar del existencialismo, proponía lo mismo que Nietzsche, que el hombre se debía empeñar en comprender el pálpito, el latido de las palabras. Aquel recuerdo ha dado nombre a este trabajo, tan intenso como extenso, en tiempo y esfuerzo. Hoy, aunque quisiera, ya no se podría realizar porque bastantes personas entrevistadas han perdido memoria o, de algún modo, se han ido. Siente, como imperativo, es la llamada que nos hacen las viejas voces de boj que tejieron la vida en estas montañas del Pirineo y que nos narran de modo directo un mundo que ha desaparecido o está a punto de desaparecer. Es un trabajo coral en el que un largo centenar de voces testimonian los viejos latidos que se funden en el paisaje. Aunque representa el empeño de un humilde etnólogo, es un libro colectivo, en el que si son importantes las interpretaciones, aún lo son más los testimonios directos, no manipulados, de los actores de aquella sociedad pirenaica que se va, y que para poder auscultar sus pálpitos, es necesaria la ayuda de las nuevas tecnologías, que dan la oportunidad de poder combinar un libro con un CD. Personalmente opino que es un trabajo muy importante. No porque haya brotado de mi iniciativa ni por lo que yo diga, sino porque recoge los testimonios, puros, de unas generaciones únicas, que han vivido el tránsito desde la noche de los tiempos a la postmodernidad. Y por ello, parafraseando a Ronald Fraser en su magnífico trabajo sobre la historia oral de la guerra civil española, en lugar de pedir, como él hizo: “Recuérdalo tú y recuérdalo a otros”, yo sólo digo –nada más y nada menos–: “!Siente!”, escucha con el alma y el cuerpo los pálpitos de aquellas personas que cincelaron estas montañas de la Europa tradicional. El trabajo de grabación y primera clasificación de los casi tres mil documentos sonoros se efectuó entre 2003 y 2010, para seis años después de finalizar aquel trabajo, organizarlo, analizarlo y publicarlo a lo largo de nueve meses dedicados en pleno a él. Cuando redacto estas líneas pienso que el proceso ha tenido la misma intensidad como labor que como aventura. En realidad Siente ha supuesto un auténtico viaje por las entretelas más 7
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profundas de los hombres y mujeres que vivieron la sociedad tradicional del Pirineo, desde los ecos prehistóricos hasta los instantes del último adiós a la aldea, camino de la emigración. Al establecer una figura literaria que recoja la amplitud del trabajo, se puede decir que relata un mundo que va desde el huso neolítico a la posmodernidad del pendrive. Recoge la voz de unas personas que nacieron junto al humo medieval, sufrieron una guerra, levantaron paredes caídas, se les salieron de sitio los huesos de la muñeca de tanto segar y ordeñar, tuvieron que cerrar la puerta de la casa entre lágrimas para reconstruir una vida en la fábrica, en la construcción o en un nuevo pueblo de colonización, durante un largo tránsito que hoy, cuando ven jugar al nieto con el ordenador, no saben por dónde empezar si han de contar lo vivido. Les da miedo hacerlo porque, sobre todo, saben que no les creerán ni comprenderán. Cuando escribo estas líneas tengo sesenta años. Parece mentira, pero esta afición por fijar la vista y escuchar los latidos del Pirineo ya viene de muy lejos. Aún recuerdo mi primer trabajo, con dieciocho años, cuando cursaba la asignatura de Antropología en Magisterio. Acometí un trabajo general sobre los pueblos de mis padres, en el Sobrepuerto recién abandonado, en el que ya dejé caer algunas ideas que la experiencia y los trabajos comparados me han hecho mantener. El profesor que daba la asignatura se llamaba José Solana y me animó a que siguiera con la labor. Hoy veo que acaba de publicar un libro, Los amantes de Chistau, que relata una historia de amor medieval que se desarrolla en el Pirineo. Lo celebro y ahora comprendo su sensibilidad por el mundo de estas montañas, que también son suyas. El comienzo de la andadura ya está lejos. Lo que he hecho desde entonces lo he aprendido de modo autodidacta. No he cursado el grado de Antropología pero la tesis doctoral sí que pude realizarla, gracias a don Antonio Beltrán Martínez, desde los estudios de Geografía e Historia, sobre una parcela de dicha disciplina. Han sido cuarenta años en los que con ilusión desbordada me he asomado a la artesanía, la arquitectura popular, el mundo de los pastores, la religiosidad popular, la infancia tradicional, la historia de la educación, el relato corto y la literatura infantil de temáticas pirenaicas.
El autor junto a Antonio Oliván Orús, durante un agradable encuentro en Castiello de Jaca. Antonio, conocido como Cabalero, por ser éste el nombre de su casa de Aso de Sobremonte, ha sido un querido y antiguo informante. Fotrografía efectuada en 2006.
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Aunque el trayecto descrito parezca reflejar rastros de ego, en realidad sólo se dibuja para que se entienda lo que para mí representa Siente. Un trabajo de madurez, colectivo, hecho de la mano de quienes durante muchos años, en carasoles, fogariles o mallatas pastoriles han sido mis auténticos maestros. Entre sus testimonios aparecen mujeres que, al modo prehistórico, conducen los rebaños de abejas hasta el panal, mientras golpean con sus manos piedras; personas mayores que en serena premonición dicen que su vida ya está entre “las tres peñetas”, en el borde de aquel dolmen que para ellos –sin ser conscientes– aún hace de túnel en la senda hacia el más allá; mozos que en danza carnavalesca colocan en su cintura cencerros que golpean de forma lujuriosa al caminar; en definitiva, un mundo remoto que, asombrosamente, es alcanzado por la oralidad popular. Si creemos lo que el profesor Emilio Lledó dice, aquello de que hombre y palabra son una misma cosa y que se troquelan de forma mutua, los 2752 documentos sonoros recogidos, y que han sido analizados para elaborar este “libro-CD”, son los mejores elementos que pueden conformar un auténtico museo del Pirineo y vienen a engrosar, además del patrimonio inmaterial de estas montañas, mis diecinueve años como director voluntario del Museo de Serrablo, así como la experiencia museística que desarrollé sobre la infancia tradicional del Pirineo desde el libro As crabetas. Libro-museo sobre la infancia tradicional del Pirineo. Objetivo que se reforzará con su inclusión en la página web del Archivo de Tradición Oral, del Sistema de Tradición del Patrimonio Cultural Aragonés (SIPCA, www.sipca.es). El antecedente más nítido de este trabajo lo encarna El Pirineo contado, autoeditado en 1995 y reeditado por PRAMES en 2014. En él se hizo una síntesis, acompañada de interpretación, sobre la tradición oral recogida personalmente en el Pirineo desde el comienzo de los años setenta. También fue una labor exhaustiva, asociada a la Historia de las mentalidades, en la que no sólo se contaba la tradición oral, sino que se analizaba su génesis, la propagación espacial y temporal, su comportamiento y los modos que alcanzaba para sustentar el modelo social, en forma de mitos, leyendas, cuentos, anécdotas hechas leyenda, romances, refranes y diálogos fosilizados. En cambio, Siente. Testimonios de aquel Pirineo, aunque posee el mismo objetivo, el de preservar e interpretar el patrimonio inmaterial en el Pirineo tradicional, lo hace de modo directo, bajo la transcripción o la misma voz de los protagonistas. 9
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No hace mucho tiempo, aún dudaba acerca del título que podía llevar el libro. Lo tuve claro cuando un informante me hablaba de los sucesos que se vivieron en su pueblo alrededor del último lobo y cómo tras contar las peripecias recogidas por la tradición oral, concluyó con un sentencioso “y nunca más se ha sentido” –que, tras la desaparición del último lobo, jamás se “sintió” hablar del lobo pues, a la par, desapareció el sebo ahumado y cerval de los miedos que despertaba–. El trabajo tiene tanto de aportación científica como de subjetividad, de trabajo sistemático como de resistencia romántica a que las viejas voces de estas montañas se desvanezcan. Labor que se ha podido realizar gracias a las nuevas tecnologías que permiten congelar la voz, los miedos y las ilusiones de las últimas generación que labró, al modo tradicional, el paisaje del Pirineo. Las grabaciones se efectuaron con una discreta máquina digital OLYMPUS-200S, con micrófono estéreo incorporado, y que dio magníficos resultados. El contenido destila tristeza. Bautista Pueyo Val, un buen informante de Panticosa, ya fallecido, describe este sentimiento de modo lacónico: “Pero ahora, todo eso s´ha perdito” –dice, cuando habla de la artesanía tradicional–. La tristeza proviene de que el trabajo coral nos testimonia un mundo tradicional desaparecido y, también, por qué no, de la sensación que produce el escuchar –o “sentir”, más bien– la voz de personas queridas que ya se han ido. Pero también rezuma alegría, puesto que se es consciente que enriquece el patrimonio cultural del Pirineo, que no es otra cosa que una tesela del mosaico del de la Humanidad. El trabajo ahonda en el modo con que ciertas palabras, términos, verbos y relatos gozaron de un papel fundamental hasta conformar constelaciones culturales que gobernaban y explican aquel modelo social. Este análisis enlaza con las ideas recogidas por Emilio Lledó, desde Platón a Wittgenstein, que señalan cómo el lenguaje es el soporte del pensamiento, y cómo conocer de modo filosófico éste supone, en definitiva, conocer el ser humano y su obra. Sin haber realizado lecturas especializadas, de pequeño ya intuía la relación entre las personas, el paisaje y las palabras. Recuerdo que la idea me vino a través del término “esturrazo”, carro primitivo, sin ruedas, hecho con dos gruesas ramas de roble convergentes, que se arrastraba con caballerías para trasladar piedras, denominado en Castilla narria, y al que los filólogos no encuentran una etimología clara. Junto a este recuerdo, guardo otro de mi madre, que siempre me advertía que no me “estorrozase por o suelo”. Desde aquellos remotos y sonoros pensamientos no me han faltado oportunidades para creer que del cosmos no sólo brotan la leche y la miel, sino que también lo hacen las palabras, como el esturrazo que con su grafismo y sonoridad nos evoca Grabadora de voz la dureza de la geografía y la vida sacrificada 10
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de quienes urdieron el paisaje. La misma idea me venía a la cabeza cuando escuchaba el latiguillo contundente de la expresión “ixo rai” o “ixo cosa” –“no te preocupes, si sólo fuera eso, ya podemos estar contentos porque podía haber sido peor…”– pues todo aquello cabía en dos palabras que reflejaban un paisaje abrupto y un modo de hacer contundente y sufrido. Señalado esto, la constelación cultural de palabras y relatos que regían la vida de aquellas montañas poseía un esquema cristalográfico, de nexos, en cuyos nudos se daban cita palabras, verbos y acciones clave que troquelarían, de modo recíproco, la cosmovisión de los montañeses tradicionales, cuestión que, sin ánimo pedante, se puede poner bajo el marco teórico del estructuralismo cultural de Levy Strauss, que nos lleva a aceptar la unidad psíquica de la humanidad y, por lo tanto, a rechazar el etnocentrismo. Además de la hermenéutica del lenguaje, que defiende Emilio Lledó y el Estructuralismo cultural, el trabajo se alimenta de otros ámbitos teóricos como son la Microhistoria, el Funcionalismo, los marcos sociales de la memoria, y los postulados éticos de la Escuela de Frankfurt. Este amplio trabajo etnográfico, de recogida de testimonios orales, permite colocar la lente amplificadora sobre muchas anécdotas de la vida ordinaria que, repetidas y matizadas en la amplia muestra, nos permiten dibujar universos, cosmovisiones que muestran la intrahistoria de las gentes de la sociedad tradicional de estas montañas. Lo que, dicho de otro modo, nos permite salir desde la puntualidad de una anécdota hacia todo el universo. Salvando las distancias, Siente trabaja, del mismo modo detectivesco, la urdimbre de los pequeños hechos de la vida cotidiana, que utilizó el italiano Carlo Ginzburg en su célebre obra El queso y los gusanos: el cosmos de un molinero del siglo XVI, en 1976 y en plena crisis de la historiografía en boga, encarnada por la Escuela de los Annales, ajena al papel de la memoria y la experiencia popular. También se nutre el trabajo de la visión que aporta el Funcionalismo antropológico, pues exalta el trabajo de campo y el estudio de una cultura como un todo interrelacionado, en el que convergen los planos biológicos, económicos, sociales y psicológicos. Desde este ámbito trabajaron en el Pirineo, durante los años setenta del siglo pasado, antropólogos de universidades anglosajonas, de cuyos estudios, lamentablemente, apenas sabemos nada. Es el caso del etnógrafo checo Milan Stuchlik, Como la memoria de la sociedad tradicional, el badajo, hecho en boj que estudió el cambio social, como un miempara los cencerros, ha perdido su función y el pastor lo cuelga como decoración en su vehículo. bro más de la comunidad de Javierrelatre. 11
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La labor también se alimenta de los postulados presentados en Los marcos sociales de la memoria, por el sociólogo francés de la escuela durkheiminiana, Maurice Halbwachs. Se coincide con él en que la memoria colectiva se construye desde el presente a través de un proceso colectivo de selección de acontecimientos, en el que interactúan la memoria colectiva y la individual. Este modo de proceder resulta básico para comprender lo que he dado en llamar “núcleos de oralidad”, dentro de la red que cada generación proyectaba sobre la siguiente, y que está a punto de desaparecer porque la memoria sólo pervive cuando tiene una función en el marco social predominante. Como ejemplos de lo señalado, dentro de este último parentesco de Siente con corrientes intelectuales, muchos informantes coinciden en señalar que ahora no hay estrellas o que hay menos que antes. Observada la intensidad con que se produce la afirmación, podemos concluir que el hecho se considera cierto y que ha sido asimilado como una verdad cultural y colectiva. La gente de nuestra generación sabe que si “no hay estrellas” es porque la contaminación lumínica impide verlas, pero para los mayores es una explicación insuficiente porque saben que el fenómeno forma parte de una orfandad más profunda, surgida del hecho que el nuevo modelo productivo ha profanado y hecho saltar por los aires la envoltura “placentaria” o planetaria que era la atmósfera sagrada. Otro ejemplo lo vemos cuando una informante da por ciertos los destrozos que los rojos produjeron en la iglesia de su pueblo cuando, en realidad no se produjeron, aunque sí en otros pueblos próximos y en el marco de su aterrorizada memoria. Finalmente, algún parentesco tiene el trabajo con la Escuela de Frankfurt y con los postulados de Adorno o Habermas. Afirmación que, lejos de ser un gesto decorativo, es medular, pues no hay trabajo intenso que no salga adelante si no es sentido como propio y si, por su componente ético, no ayuda a ser y a vivir. El plano ético no sólo ha sido tenido en cuenta en el modo de considerar a las personas mayores que han nutrido el trabajo, sino que también se ejerce desde la convicción de que hay aspectos de la sociedad tradicional que merecería la pena rescatar como el diálogo con la naturaleza, la cultura ecológica del apaño, el valor de la palabra o la hospitalidad, y el papel crítico que debería ejercer la memoria. Finalmente, es trabajo, aunque se ciñe al Pirineo aragonés por razones de movilidad y conocimiento previo, se aleja de la Antropología cultural que, a comienzos del siglo pasado, configuró en Alemania el concepto kulturkreis y que revirtió en los primeros estudios antropológicos del Pirineo, en que estudiosos vascos y catalanes, espoleados por los nacionalismos, llevaban el área de sus respectivas culturas hasta las orillas del río Gállego, para negar personalidad del Pirineo central.
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Los informantes INFORMANTES SEGÚN SEXO Ni que decir tiene que una generación que ha pasado de alumbrarse con tea, segar de 41% noche con hoz y participar de la mitología 59% prehistórica, a ver cómo sus nietos contratan su estancia en la playa por internet, se puede afirmar de ella que constituye una generación clave en la historia de la Humanidad y que, por ello, su cosmovisión es digna de estudio. Los 2752 documentos sonoros provienen de 146 informantes, de los que el 59% son hombres y el 41% mujeres. Como se ve, la muestra es equilibrada y conseguirla ha costado esfuerzo, puesto que en las entrevistas siempre hay mayor accesibilidad entre personas del mismo sexo, al tiempo que determinados temas como el medio físico, lo pastoril o la guerra pertenecen preferentemente al relato masculino. Respecto a la edad, las personas suministradoras de testimonios encajan en la horquilla que, para las fechas de nacimiento, oscila entre 1904 y 1960. La persona más mayor era Carmen Ballarín López, nacida en Torla en 1904, y entrevistada en Huesca, a la edad de 103 años, en 2007. Y la persona más joven es Luis Ángel Saludas Montaner, nacido en Espierba en el año 1960. Si se observa el gráfico, la mayor concentración de informantes se produce entre los que nacieron entre 1916 y 1940, y que en el momento de la grabación eran septuagenarios u octogenarios, lo que equivale a decir que pertenecían a un segmento ideal por haber vivido el clímax de la sociedad tradicional, la guerra civil, el desplome social, la despoblación y el éxodo. Lamentablemente, por ley de vida, buena parte de los informantes de los primeros tramos ya nos han abandonado. Quedan en nuestro recuerdo, en las extensas pero anónimas obras que moldearon a lo largo de su vida y, aunque sea un consuelo virtual, en este libro. El reparto geográfico de estas personas no ha sido tan equilibrado y científico como se hubiera deseado. Predominan los ámbitos que tradicionalmente he trabajado desde el punto de vista etnohistórico: la comarcas de Jacetania, Alto Gállego y Sobrarbe, especialmente las procedentes del tramo prepirenaico de la cuenca del Gállego, donde me moví Una de las muchas entrevistas mantenidas con Miguela Sanromán como pez en el agua durante los diecinueve Escartín, nacida en 1923 en el molino desaparecido de Escuer, años que fui “director-voluntario” del Museo reproducido en el cuadro que se aprecia entre nuestras cabezas. Miguela constituye un monumento a la Humanidad. Ángel Orensanz y Artes de Serrablo. 13
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El esfuerzo se ha dirigido a encontrar buenos informantes en el resto de las zonas del Pirineo aragonés y de regiones relacionadas con la temática estudiada, procedentes de Andalucía o de valles limítrofes del Pirineo francés. Como compensación a esta falta de equilibrio en la procedencia geográfica, lo cierto es que las personas facilitadoras de testimonios procedentes del Pirineo aragonés oriental poseen un valor comunicativo enorme. Del centenar largo de informantes, de modo subjetivo diría que 25 poseen desarrollan una excelencia comunicativa, en cuanto al contenido y a la forma. Pertenecen al tramo Si los situamos en el mapa, el reparto nos lleva desde poniente, donde encontramos a Pilar Mendiara Ornat, de Ansó, y Narciso Solana Santa María, de Agüero, hasta oriente, en cuyo extremo encontramos a Francisco Rey Alós, de Castanesa, y a Carmen Ferraz Parache, de Soperún; para cerrar la geografía de las encuestas, por el sur, al pie de la sierra de Guara, con el entrañable Chulio Balenga Loscertales, de Labata. En el área descrita los informantes están muy repartidos y sólo se dan magníficas concentraciones en lugares como Panticosa, con los hermanos Pueyo Val; en Biescas, con Consuelo Granada y Antonia Aínsa; en Barbenuta, con Fernando Otal, Teresa Pardo y Víctor Piedrafita; en Ainielle, debido a mis trabajos para el libro Ainielle. La memoria amarilla; y en Yebra, con Orosia Campo y Santiago Villacampa, ambos fallecidos. Además de las poblaciones señaladas, Hecho, Acín de la Garcipollera, Aso de Sobremonte, Cortillas, Otal, Bestué, Espierba, Chisagüés, San Juan de Plan, Chía, Llert y Alins de Laspaúles, han facilitado magníficos informantes. 14
NÚMERO DE INFORMANTES SEGÚN SU FECHA DE NACIMIENTO 0
5
10
15
20
25
30
35
1900-05 1906-10 1911-15 1916-20 1921-25 1926-30 1931-35 1936-40 1941-45 1946-50 1951-55 1956-60
REPARTO DE LOS 146 INFORMANTES POR ZONAS 0 Jacetania Alto Gállego Sobrarbe Ribagorza Galliguera Sierra de Guara Somontano Pirineo francés Andalucía
10
20
30
40
50
60
70
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REPARTO LINGÜÍSTICO DE LOS 146 INFORMANTES Respecto al reparto lingüístico de las 146 personas suministradoras de testimonios, el 0 20 40 60 80 100 120 81% lo hace en castellano puro o híbrido y Castellano el 19% en las lenguas y modalidades que se Aragonés dan cita en el Pirineo aragonés. castellanizado El objetivo del trabajo no era sólo lingüísAnsotano tico sino cultural, por lo que había que refleCheso jar la normalidad que hoy se produce en el Aragonés Pirineo. Si el foco se hubiera puesto exclusiGalliguera vamente en las personas que hablan las lenPanticuto guas pirenaicas con soltura, el objetivo del Aragonés Tierra de Biescas trabajo se habría desvirtuado. Aragonés De cualquier modo, la experiencia me ha Valle de Vió y Sobrarbe servido para tomar consciencia de la riqueza Ribagorzano que suponen las modalidades y las transicioBelsetano nes lingüísticas y cómo, tal vez, hayamos perdido la oportunidad de enriquecernos con Chistavino los actores auténticos de las lenguas, los que Patués la emplearon y moldearon mientras trabajaTransición ban, amaban y sufrían en el medio natural. Patués-catalán Sin embargo, es justo decir que aunque la Occitano presencia de las lenguas pirenaicas no sea alta, la calidad comunicativa de los informantes que las usan de modo fluido, el elevado número de documentos recogidos, y la presencia de las principales modalidades lingüísticas del Pirineo aragonés suplen dicho déficit. Los informantes más significativos de las lenguas que aparecen en el escenario pirenaico, salvo excepciones, pertenecen al tramo de edades con mayor protagonismo en la muestra general, los nacidos entre 1925 y 1940. Entre ellos cabe destacar a Pilar Mendiara, que testimonia en ansotano; a María Coarasa, en cheso, a los hermanos María Jesús y Bautista Pueyo, en panticuto; a Fernando Otal, en aragonés de la Tierra de Biescas; a Narciso Solana, en aragonés de la Galliguera; a Chulio Balenga, en aragonés del Somontano; a Ángel Luis Saludas, en belsetano; a Ana Zueras, en chistavino; a Joaquín Castel y su esposa Alegría, en patués; y a Carmen Ferraz, de Soperún, Francisco Rey, de Castanesa, e Irene Girón, de Alins de Laspaúles, que lo hacen desde la transición al catalán. En la búsqueda del colectivo informante también se ha procurado equilibrar el número de los que todavía vivían en el pueblo y los que habían emigrado a la cabecera de la comarca o la ciudad. En todo caso, la pureza de lo transmitido es elevada. Finalmente, el clima en que se produjeron las grabaciones era de plena confianza, por lo que la información brotaba con naturalidad. Muchos testimonios hacen hincapié en que, a pesar de las carencias, la gente estaba satisfecha con aquel modelo de vida, y no faltan personas que matizan y aseguran que eran felices porque no habían conocido otra cosa. 15
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El procedimiento Durante la primera década de este siglo viví una etapa profesional intensa que no me permitía atender a mi gran afición, el mundo de la etnología. Afortunadamente, por aquellos años, comenzaron a generalizarse grabadoras digitales de sonido con alta calidad. Ambos hechos, más la experiencia acumulada durante años y el conocimiento previo de numerosas personas que conservaban en su memoria un gran acervo del patrimonio inmaterial, me animaron a realizar un proyecto de recogida que iba desde Ansó a Pont de Suert, y desde la frontera con Francia hasta el pie meridional de la sierra de Guara. Practicaba la labor a ratos sueltos, en los valles, en las residencias y hogares de jubilados, o en los domicilios que han recogido la emigración a la ciudad. Seguía un guión, que tenía en cuenta según la persona entrevistada. Aquel guión era una síntesis extrema del cuestionario elaborado por don José Miguel de Barandiarán y que don Antonio Beltrán Martínez adaptó al caso de Aragón. Por lo tanto, poseía un amplio espectro, del nacimiento a la muerte, los trabajos de San Miguel a San Miguel, acompañados de rituales cristianos y precristiamos, las fiestas, los juegos…; en definitiva, los principales hitos de los hechos físicos, humanos y económicos que troquelaron estas montañas mientras pervivió la sociedad tradicional. Es cierto que el reparto temático no es lo equilibrado que se hubiera deseado, ni seguramente proporcionado respecto a su peso cultural. La razón estriba en el peso de mis trabajos previos, en mis intereses, y en el conocimiento acerca de buenos informantes que poseía. De allí la elevada presencia del mundo de las creencias –mi tesis doctoral–, el mundo de la infancia –libro As crabetas–, el pastoril –Cabalero. Un NÚMERO DE HORAS GRABADAS viejo pastor del Pirineo–, o el interés, de origen familiar, que poseía sobre la guerra civil y, en 0 2 4 6 8 10 12 14 16 18 20 particular, sobre la Bolsa de Bielsa, que desde El paisaje y el medio físico El ciclo de la vida niño siempre conocí como La Reculada. Creencias A lo largo del trabajo localicé e incorporé Religiosidad popular al guión de entrevista centros de interés meAlrededor del fuego dulares, por ejemplo, el recuerdo de la nieve Migraciones y la supuesta afirmación de que desde las ciEl devenir histórico mas del Pirineo se ven las torres del Pilar, en El cambio social el medio físico; las formulillas ancestrales que La agricultura acompañaban la fabricación de los chiflos Lo pastoril y trompetas, y el estar en las últimas, o “en La caza y la pesca las tres peñetas”, dentro del ciclo de la vida; El oso y el lobo el peso pagano de las moras y encantarias, Arquitectura popular entre las creencias; el peligro de pasar los Artesanías puertos, en el capítulo de las migraciones; el Trabajos comunales éxodo de la población civil durante la Bolsa 16
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de Bielsa, en la guerra civil; la llegada del tren al Pirineo o del hombre a la luna, dentro del cambio social; los rituales asociados a la elaboración del pan, en el ámbito de las artesanías…; en definitiva, micro-temas que recogen muy bien las esencias del ámbito cultural al que pertenecen y que facilitan el fluir de la oralidad. Los 2752 documentos suponen una suma de 67 horas 31 minutos y 56 segundos de grabación, casi tres jornadas, con sus días y sus noches, todo un mega-festival de la oralidad pirenaica, como se diría ahora. Suma de tiempo que, si la dividimos por el número de documentos, da una media de 1 minuto y 28 segundos por cada uno de ellos. Esta cantidad a primera vista parece escasa pero, cuando se profundiza, se justifica por el gran sentido de síntesis y perfección que existe en la cultura popular tradicional a la hora de producir relatos o testimonios. A grandes líneas, como resumen, podemos decir que el ámbito de lo humano tiene un peso temático primordial en la recogida y que le siguen, por este orden, el económico y el de los hechos físicos. Como se ha insistido, la relación con las personas suministradoras de información ha gozado de una densidad humana importante, aquella que muchas veces hace sobrepasar la cordialidad para adentrarse de lleno en los terrenos de la profunda amistad. Para mí esto siempre ha formado parte del código ético, lo que me ha permitido disfrutar de muchas vidas, sabidurías y amistades. En este sentido, en todos los casos he buscado la confianza, he explicado los objetivos de la labor, su importancia y cuando he detectado informaciones problemáticas las he eliminado u ocultado –algunos testimonios de la guerra o la brujería–. Por ello, aunque no esté codificada como tal, mi labor, como la de muchos compañeros que la ejercen de este modo, tiene algo de ONG, aunque siempre pienso que soy yo el beneficiado en lugar del voluntario solidario. El libro es el resultado final de la extensa e intensa labor realizada. En esta introducción se explican los procedimientos y se diseccionan los modos de hacer sin manipulación alguna. Luego vienen los capítulos, con una introducción en cada uno que sirve para contextualizar la transcripción de los documentos. Trascripciones que van acompañadas del documento sonoro en el CD y que han sido escogidas por su contenido y calidad sonora. Llevar adelante el proyecto ha supuesto trabajar durante años en varios frentes: la maduración del tema, el conocimiento del contexto y los informantes, la grabación, la clasificación y ordenamiento de los documentos, el análisis del contenido, su interpretación, trascripción y complemento fotográfico. La última fase ha sido muy intensa y ha proporcionado una sensación de traslado integral al mundo tradicional del Pirineo, a través de la voz de un centenar largo de personas. Atento, con cascos, en casa o en una biblioteca, el agobio ha sido compensado con el lujo que supone recibir una magistral lección sobre la vida antigua en estas montañas. De tanto escuchar y de cruzar información ha surgido la detección de los centros de interés fundamentales de la tradición oral y el modo con el que fluía ésta. Este hecho se ha producido gracias a la intensidad y a la amplitud del grupo de personas que han informado. 17
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Finalmente, hay que resaltar que en la sociedad de las “grandes autopistas de la comunicación”, en las que –como indica Emilio Lledó– no se analiza el lenguaje que fluye por ellas, poder asistir a “un festival de la oralidad pirenaica”, poder parar la voz con el ordenador, proyectarla hacia adelante o hacia atrás, leer los silencios, adivinar el metalenguaje, el alma en definitiva del que informa, produce un enriquecimiento enorme, donde llama la atención la belleza, la síntesis y la contundencia con que personas que apenas pisaron la escuela se expresan. Dicho esto, como el objetivo del trabajo es fundamentalmente etnohistórico y cultural, el problema del modo de transcribir se ha resuelto del modo que ha parecido más oportuno. En este sentido tenía claro que cada documento era una ventana al mundo tradicional y a su evolución, por lo que poner cortinas, modificar lo dicho o darle mayor fluidez, suponía crear una ortopedia artificial falsificadora. Algo parecido sostenían Lévi-Strauss o Julio Caro Baroja. El primero, en su teoría estructuralista de la comunicación, decía que los apaños gramaticales no dejaban comprender el cosmos de una sociedad. Y Julio Caro Baroja cuando prologó a Joxemartin Apalategui el libro Introducción a la Historia Oral, editado por Antrophos en 1987, se felicitaba de que el autor utilizase “la tradición oral directa, sin equívocos, camuflajes y sin retoques al transcribirlo”. Por ello, dicho de modo simplificado, como los relatos suelen ser híbridos en cuanto al uso de la lengua, aquellos términos o construcciones emparentadas con el castellano, se transcriben según la gramática de éste, y cuando no hay parentesco, con la gramática que gobierna las otras lenguas, del modo más próximo al criterio que utilizarían en la transcripción los mismos informantes. Todo menos pulir y modelar para no dejar ver cómo las palabras y sus contorsiones han fluido entre vaguadas y personas.
Mesa de trabajo. El autor elabora Siente. Testimonios de aquel Pirineo. Julio de 2016.
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El contenido Para que la media de duración de los 2752 documentos sonoros fuese de 1 minuto 28 segundos, no efectué condicionamiento alguno, lo único que pudo ayudar al hecho es que las preguntas que se hacían eran claras y concisas. Conforme escuchaba los documentos, me daba cuenta que las cuestiones medulares, muy integradas en la vida de una persona, se desarrollaban de manera contundente; en cambio, para las historias narrativas, había más recreación. Desde el primer momento llamaba la atención la capacidad de síntesis y comunicación de los informantes, y por ello, cuando explicaba la labor de recogida a mis amistades, les explicaba que lo que recogía y guardaba eran “imágenes sonoras”, es decir: documentos sonoros concisos, muy gráficos, medulares, ricos en lo conceptual y bien narrados; vamos, esos que, una vez escuchados, en el argot popular “te hacían saltar la boina” porque cada palabra era como un haz de luz. Para eso no hacía falta eliminar muchos documentos sonoros en casa, pues pronto me di cuenta que la cultura popular transforma a cada persona en un “hombre o mujer memoria”, en un maestro de la narración y el verso, como indica Jacques Le Goff, el historiador francés, en su obra El orden de la memoria. Este hecho, por otra parte, tiene mucho de universal, pues pienso que, a partir de los sesenta años, todo el mundo podemos resumir nuestra vida en una cuartilla. Además, en aquellos documentos, el remate o colofón, el resumen de lo ya de por sí resumido, tenía una importancia pedagógica capital. Unas veces era neutro y resumía aquel tiempo varado, conformista, que se reproducía generación tras generación, y se decía: “Y esa era la marcha”, “Así marchaba todo”, “Así se arreglaban”, “Y així u feban”, o bien apuntalaba lo dicho, de modo directo –“Aquella vida era muy esclava”– o a través de una figura –“Antes, para hacer un duro, siempre te faltaban cuatro pesetas”, me decía el señor Abilio Bernad, en Oto–. La audición de los documentos permite analizar cómo los auténticos “hombres o mujeresmemoria” dejaban fluir su voz con ritmos de entonación culturales, arquetípicos, que eran transferidos de un tema a otro. Por ejemplo, Orosia Campo, de Yebra, transfiere la tonada inconfundible, épica, solemne y trágica del romance que narra la vida y martirio de Santa Orosia a la historia con que nos narra el ambiente trágico que envolvió a su padre para la guerra civil, al ser acusado de hacer señales luminosas desde su casa al enemigo. Y, del mismo modo, Adoración Lanau, de San Victorián, proyecta la tonada cultural con que los mayores contaban a los pequeños la historia precristiana de Chuanralla al relato que cuenta los amores no correspondidos entre San Viturián y Santa Maura, con lo que, una vez más, contenidos y formas cristianas y paganas se abrazan en un tenaz sincretismo. La atenta audición también permite descubrir palabras o expresiones fantásticas. Por ejemplo, en Panticosa, los informantes denominan “María Bailón” a esa luminosa niebla que penetra desde Francia, a través de brechas y picos, y lanza el viento desapacible del efecto foehn. Ignoro 19
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cuál fue la génesis del término, pero no puede haber un nombre más evocador. Otro ejemplo fantástico proviene de la información dada por Carmen Ferraz, de Soperún, quien me contaba, agrandando el mito generalizado, acerca de que ahora casi no hay estrellas, que en su infancia eran muy “espurnentas”. No puede haber un término más hermoso y preciso, pues las “purnas” eran las chispas que salían del fuego para perderse en el negro de la noche o la chimenea. Si se ahonda en la transmisión oral, se comprueba que funcionaba como una red cuyos nudos constituían “núcleos de oralidad” y cuyo conjunto era lanzado por los miembros de cada generación sobre la siguiente, para mantenerla en la fe del mito de la supervivencia de La Casa y del modelo socioeconómico que esta regía. En este sistema, lo importante no era la verdad histórica de lo narrado, sino su veracidad cultural, su utilidad al servicio de la comunidad, envuelta por el pensamiento mágico. Estos “núcleos de oralidad” o nudos de la red de la tradición oral formaban constelaciones culturales que guiaban al individuo y a la comunidad. No es difícil descubrir la constelación de palabras, generadoras de acciones, que dibujaban la vida tradicional. Como aportación propia, he pensado unos instantes, y he dibujado y anotado lo que entiendo que era la constelación cultural de las palabras básicas que gobernaba las aldeas de mis padres –en Sobrepuerto, en el interfluvio Gállego-Ara–. Algunas de estas palabras poseían una potencia generadora inmensa, es el caso de breca, una aguja de madera de senera, de unos quince centímetros, utilizada para unir las esquinas de las mantas o cubiertas con que se transportaba la hierba o el cereal sobre las caballerías, que también era utilizada para aludir a las brechas geomorfológicas de las montañas y que, finalmente, como verbo, como acción de embrecar, se aludía a la acción animal o humana de la cópula. Como vemos, indiscutiblemente, la palabra constituía un nudo significativo en la red o constelación de la cultura pirenaica.
Carmen Ferraz Parache junto a su marido. Carmen nació en Soperún en 1929 y relata el cosmos que vivió de joven y de niña con una profundidad y naturalidad admirables.
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El persistente proceso aculturador ha erosionado estos nudos básicos, y en forma de nombre, verbo o relato, todavía perviven en los discursos más castigados por el cambio cultural. Son como gotas que se descuelgan de un plano cultural que se evapora, que desaparece. En este sentido, muchas veces, sin buscarlo, “me vienen palabras a la cabeza”. La Breca, para los montañeses: lugar de paso y contrabando. Son de mis padres que ya se han ido y del Para los turistas que visitan el Parque Nacional de Ordesa y Monte acervo cultural de sus aldeas desaparecidas. Perdido: la Brecha de Rolando. Cuando me llegan al pensamiento, muchas veces me emociono y las anoto. Si viene de la parte de mi madre apunto la palabra junto a un círculo. Si provienen de mi padre lo hago con un triángulo. Las repaso y detecto algo lógico, las palabras clave pertenecen a los ámbitos propios que tenían el género masculino y el femenino en aquella sociedad. “Barruntar, rampallo de uvas, manzanas camuesas, ratoniar, cielo color de nabos…”, aparecen entre el ámbito doméstico de mi madre. “Encendallo, cillo, molsa, echar una clucadeta, angunia, pericuetos…”, se lee en el terreno pastoril, marcado por la guerra, que vivió mi padre. De los listados de ambos extraigo una palabra que compartían los dos, lo hago por la belleza y rotundidad que encierra. Ellos, para nombrar las estrellas fugaces que cruzaban el cielo de agosto, decían que eran estrellas que se espaldaban, que, como las paredes no cuidadas, se desmoronaban, aunque esta vez por el misterioso abismo del cielo. Entre los núcleos de la red de la oralidad también estaban las anécdotas, las historias y leyendas arquetípicas que mantenían el mito de la supervivencia. Me pregunto cómo surgieron, cómo fueron escogidas, y pienso que por ensayo y error, como casi todo lo humano. Si, una vez utilizadas, eran útiles y servían al mito colectivo, se anclaban y fijaban, al modo youngiano, bien anudadas a la red. Veamos algunos ejemplos, que conforman verdades culturales, teñidas de carácter sagrado, como toda transmisión generacional. Alrededor de las figuras del lobo o el oso, estaba la niña que en las largas noches de invierno bajaba a la calle con una tea, que jamás soltaba, aunque la fiera se la llevase entre las fauces hacia lejanos abismos. Y la luz de la tea reafirmaba la verdad cultural aunque la objetiva no fuera cierta, porque aquella criatura tal vez se malogró por carencias del marco familiar. Tras el deterioro físico infantil que producía la falta de higiene y la pobreza alimenticia, allí estaba la culebra maléfica, justificativa, que por las noches tetaba de las escuálidas ubres de la madre, mientras la criatura se conformaba con el hielo de su cola. Las vidas de los santos, nutridos por los arquetipos de La Legenda Aurea, de Jacobo de Vorágine, también facilitan modelos narrativos y explicativos que se transferían de un santo a otro. Finalmente, como “nudos de la oralidad” configurados recientemente, al “sentir” con atención la extensa lista de documentos vinculados a la guerra civil, detectamos cómo se han creado algunos que ya funcionan como verdades culturales y que participan de viejos arquetipos. 21
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Algunos ejemplos claros los vemos en los siguientes testimonios: Aquellos que hablan de las balas rusas envenenadas, frente a las que nada había que hacer si daban a una persona. El supuesto niño que cayó al abismo, al soltarse de la mano de su madre, cuando la población civil huía hacia Francia, durante la Bolsa de Bielsa. Todo el mundo habla del hecho pero es extraño que nadie ponga rostro y nombre a la tragedia; posiblemente brote del subconsciente colectivo, como llegó a la mente de Pablo Picasso cuando pintó la tragedia de la madre y el niño en el Guernica. El legendario plebiscito de Arreau, finalizada la Bolsa de Bielsa, donde se permitía escoger entre La República y Franco, y donde los informantes coinciden en señalar la intervención perversa de un comisario internacional que, para confundir a aquella gente iletrada, daba a escoger entre Port Bou y Hendaya. El repetido hecho que “fue vivido” por los numerosos convoyes de trenes que llevaban soldados republicanos hacia los campos de prisioneros nacionales, donde numerosos entrevistados dicen haber vivido la misma historia, la del nieto situado en el andén con su abuelo, que, sorprendido, decía a éste, al ver pasar los prisioneros, aquello de que los rojos no eran diablos, que no llevaban cuernos ni rabo, que eran como los españoles. Y, finalmente, un hecho que nos da pistas acerca de su carácter arquetípico es el del soldado que, siguiendo la estela mítica de Ulises, regresa a la aldea y se encuentra con que su mujer o su prometida se ha casado con otro, generalmente su hermano, porque ya nadie lo daba por vivo. Los testimonios proyectan el asunto tanto sobre regresos de la guerra de Cuba como de la guerra civil española. Respecto al contenido sociolingüístico, la audición de los documentos permite anotar algunas cuestiones trascendentales. La muestra de los testimonios recogidos en las distintas lenguas que hacen presencia en el escenario pirenaico, y sus transiciones, conducen a la duda sobre lo hecho para la recuperación y fomento de las lenguas en los valles del Pirineo pues, desde el respeto y consideración a la gran labor hecha desde el mundo urbano, académico y asociativo, tal vez no hayamos propiciado el que fuesen los hablantes patrimoniales, de los valles, los auténticos protagonistas en la recuperación social de su lengua materna. En lenguas minoritarias, y en proceso de extinción, la elección del método de recuperación resulta fundamental. Seguramente, en estos casos, el modelo alóctono para estimular una lengua no deba ser el único. Lo importante es la relación directa entre la población residual que habla una lengua y los procesos de autoestima. De ello habla el testimonio de Francisco Rey Alós, de Castanesa, cuando comentaba a un lingüista de Barcelona que él hablaba más palabras catalanas que los propios catalanes, al referirse, desde su punto de vista, a la política lingüística que fluía desde poniente. Otra cuestión importante, que se aprecia alrededor del uso lingüístico, es la relación que se establece en el triángulo “tema-duración-elección lingüística”. No conozco estudios sobre esta cuestión en España, pero hace tiempos que me llama la atención el modo en que transitan, en una misma conversación, las jóvenes generaciones bilingües, de una lengua a otra, en función 22
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del tema tratado. Este análisis, sistematizado, nos aportaría un nítido diagnóstico social acerca de las cuestiones de identidad. En el caso de nuestros informantes, las intervenciones sobre temas medulares como la nieve, el pan, etcétera, son muy breves e intensas, mientras que las historias narrativas se alargan. Y, al mismo tiempo, son aquellos, próximos a la infancia, donde la presencia de la lengua vernácula se hace más presente. Así, cuando Narciso Solana, de Agüero, habla de la escuela, lo hace en castellano, pero cuando habla de la escuela nocturna en particular –que él vivió intensamente, y denomina escuela d´os boyateros– hace un requiebro para fluir en aragonés. O cuando Emilio Ferro Moles, de Llert, habla de la guerra, deja el ribagorzano familiar para relatar en castellano. En el caso de algunas personas, su agitada historia de vida les ha llevado a emitir un mestizaje intenso de lenguas, es el caso de Juan Gistau, nacido en 1918 en Chisagüés, y huido a Francia en la postguerra, que combina en sus relatos el castellano, el occitano, el francés y el belsetano. Por otra parte, como se ha indicado, los testimonios combinan objetividad con idealización. Si los entrevistados coinciden en que aquella vida era más natural, también señalan unánimemente que era “más esclava”. Aquella felicidad compartida y roussoniana, como indica el historiador francés Jacques Le Goff, forma parte del acervo místico de las cosmovisiones sagradas, que sitúan en los comienzos y finales de la Humanidad la felicidad. Como colofón cabe afirmar que todo lo que forma parte del marco de la memoria colectiva es narrado con intensidad y creído a pies juntillas. Esta cuestión la recuerda el testimonio de una informante de edad avanzada acerca de los maquis, que aún lo relataba con miedo, y que tuvo que intervenir un familiar para decirle: “Tranquila, que no le van a hacer mal, que Enrique sabe lo que hace…”.
Uno de los múltiples encuentros del autor con Pelayo Garcés, emblemático pastor de Fanlo y privilegiado transmisor de la tradición oral pastoril del Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido. Sierra de las Cutas. 2006.
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E L PA I S A J E Y E L M E D I O F Í S I C O
Abre el trabajo un recorrido testimonial a través del medio físico que sirvió de base a la actividad humana tradicional, generada en estas montañas. Son 260 documentos sonoros, de los que se han transcrito 46. Las personas que dan su testimonio proceden de todo el Pirineo aragonés y, en cuanto al género, un tercio son mujeres, dado que su vinculación al entorno es menor que la de los hombres. Respecto a su edad, la mayoría nacieron entre 1925 y el final de la guerra civil, aunque la horquilla vaya desde 1907 hasta 1960. Finalmente, es este capítulo, junto al apartado de la infancia, el que más suscita la presencia de las distintas modalidades de la lengua aragonesa –sólo el 46% de los testimonios han sido registrados en castellano puro– hecho cargado de lógica porque la aculturación comenzó a ganar fuerza tras la guerra, cuando la mayor parte de los informantes tuvieron edad para abandonar el pueblo, como sirvientes, soldados u obreros; éxodo en el que se llevarían, guardada en los más íntimos repliegues del alma, el habla local de la madre y del hogar, aplicada al monte, que pronto recorrerían como tierna mano de obra. El relieve, el clima, las aguas, la vegetación y la fauna son ejes transversales que cruzan un paisaje humanizado cincelado por el hombre tradicional a lo largo de un tiempo cíclico, en que las estaciones, comenzando por la sanmigalada –otoño o agüerro– se sucedían, y fundamentaban unas en otras, al tiempo que se entremezclaba en ellas lo biológico, lo económico y lo festivo, en lo que se ha dado en llamar “mecanicismo temporal” –el cruce de ovejas y corderos debía producirse para San Pedro, los nacimientos para la Purísima, la siembra de las judías para San Isidro, etcétera–. A pesar de sus limitaciones, la sociedad pirenaica alcanzó el clímax, o máximo provecho de los recursos, a comienzos del siglo XX. A partir de aquel momento, la modernidad y la aculturación avanzó por todos los resquicios hasta que aquel modelo social quebró y se produjo el gran éxodo. Para los informantes, el cambio climático es una mera manifestación de aquel descalabro sociológico que, entre otras cosas, ha traído la profanación de la atmósfera y el desvarío de las personas. Ampliemos un poco lo señalado. La primera impresión que tenemos cuando se escuchan los testimonios es que las palabras parecen haber nacido en las hormas de las vallonadas, el cresterío de los zinglos, o en las oquedades de los foratos. Parece como si el suelo hubiera supurado las palabras y el viento, las aguas y el hombre les hubieran dotado de sujeto y predicado. Cuando Carmen Ferraz Parache, nacida en Soperún, en 1929, dice que, antes, las estrellas eran muy espurnentas –de purna o chispa que vuela hasta el cielo desde las hogueras– algo nos emociona porque descubrimos que las descripciones más bellas del paisaje pertenecen a “quien lo ha trabajado”. 24
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Vayamos con el relieve. El montañés tradicional no hacía frivolidades. Recorría sólo aquellos espacios que le acercaban alimento a la boca. Las profundidades de los ibones, las gorgas o balsas de los ríos, engrosaban el inframundo, el espacio y el tiempo de los moros u hombres ignotos, el registro más bajo de las portadas de las iglesias medievales, donde se representaba el reino del diablo y los pecados. Por eso, no nos debe extrañar que, en Ainielle, a una pequeña pero honda marmita del barranco la bautizaran como la gorga de San Martín. Para el hombre tradicional, que dependía de la naturaleza, la climatología era fundamental y había que gobernarla a través de la previsión y la manipulación ritual. La previsión se producía por procedimientos empíLa gorga de San Martín. Ainielle ricos, mágicos o religiosos. Así, el montañés conocía cómo la ubicación de los ganados en el monte, o lo que comían, era anuncio del tiempo que iba a hacer. A la misma conclusión llegaba con la ubicación de las nubes respecto a montes señeros, como las valencianas que traían tormentas por Guara, o la balaguero, el viento desecante que asolaba, desde España, la zona francesa de Gabarnie. También creía que lo que sucedía en ciertas fechas del año anunciaba el tiempo que iba a hacer en el siguiente. Y por supuesto, utilizaba santos principales, como san Úrbez o santa Orosia, para reconducir la climatología adversa, además de un sinfín de rituales, entre cristianos y paganos, como alejar las tormentas con esconjuros, bandeo de campanas, colocación de elementos en las ventanas, quema de ramos bendecidos, etc. Lo cierto es que la gran dependencia del medio ha hecho que, como se observa entre los testimonios, sequías, pedregadas y nevadas han engrosado el mundo legendario del montañés. Así se habla de “la Remonta”, aquella mítica nevada, de 1915, en que las gentes de Ainielle iban de casa en casa a través de las ventanas o del “Año de la pedregada”, aquella fecha de los cincuenta del siglo pasado que, ante los destrozos, hizo dudar a las gentes de Escartín acerca de si no debían abandonar ya, de forma anticipada, el pueblo. Las aguas, a pesar de las sequías históricas que congregaron grandes romerías y votos en los principales santuarios, en general, el montañés no las ha necesitado y, por contra, sus frías y abundantes fuentes siempre han estado presentes en sus ensoñaciones durante los momentos difíciles: en el fragor de la guerra, en las estepas monegrinas durante la trashumancia, cuando trabajaban en el servicio doméstico en Barcelona o en las nuevas fábricas. 25
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El diálogo del hombre tradicional con la naturaleza se mostraba con mucho vigor en los árboles y los arbustos. Cada especie tenía una función, y eran el roble, el pino, el fresno y el haya –entre los primeros– y el boj o la senera –entre los segundos– las variedades más utilizadas. Cuando la sociedad tradicional alcanzó el punto álgido, el aprovechamiento del medio era tan intenso que el diálogo “hombre-medio físico” alcanzó una tensión que barruntaba rotura. La deforestación era uno de los síntomas de aquel estrés. La boca del ganado y el hacha mantenían el monte ralo, y los hogares y los hornos devoraban lo poco que brotaba. Cuando aquella sociedad se vino abajo y se produjo el éxodo masivo, desaparecieron los ganados y las gentes, y las chimeneas se vinieron abajo para que, como bien indicaba Claudio Biescas, de Sabiñánigo Alto, el arbolado y la maleza pasasen a “comerse los campos”. Finalmente, la fauna encerraba a la vez sustento y peligro pero, también, mediaba en la sacralidad del diálogo del hombre con la naturaleza. Así, mientras el esparbel o milano robaba las gallinas, el cuclillo o el cárabo ejercían de oráculos para el montañés, anunciando vida pero, también, su fin. Estos ejes: relieve, clima, aguas, vegetación y fauna constituían los mimbres que conformaban el paisaje humanizado. Un cesto donde cada trozo diminuto poseía un topónimo que daba nombre propio a las oportunidades de supervivencia. “Pues, El Campo Bajo, Plandamata, El Campo Mayor, Felecar, mmm…– espera, me contaba Presen Azón, nacida en Ainielle en 1928– La Coroneta, La Faxueña… Y, luego, ya cerca del pueblo: Funciachas, El Costalaz, Es Musás, Es Pallás, El Campo de la Era, Chartiquiachas… Pues aún había más… El Campo de Allá Abajo, que era donde Leramaza para abajo, abajo donde el río. Alguno más, pero ya no me acuerdo”. Un nicho ecológico en el que el tiempo comenzaba para la sanmigalada, para los días de San Miguel, el santo conductor que guiaba las almas a buen término. Estos días del otoño o agüerro eran la bisagra que entreabría el ciclo anual, siempre complementario y simétrico, combinación de lo biológico, lo festivo y lo económico. Así, frente a las casas vacías del invierno, con los hombres en la trashumancia o en Francia, llegaría el verano del retorno, de las cosechas y las fiestas. Frente a la tristeza del otoño, un día llegaría la alegría de “la estación del amor”, de la primavera… Todo este engranaje cíclico y holístico queda perfectamente reflejado por los testimonios, con todo tipo de matices. Finalmente, sobre este nicho ecológico en perpetuo renacer, giraban las estrellas, la luna y el sol, cada uno de ellos con un simbolismo o una función. La posición de la luna anunciaba viento o agua. Su fase, la mejor oportunidad para escoger el sexo de las criaturas, encubar, sembrar, cortar la madera o hacer el mondongo. Por el sol se sabía la hora. Y las estrellas, sobre todo las Pléyades, Orión y Venus, anunciaban la hora del comienzo de algunas actividades como la de la trashumancia o la de los zagales que hacían de boyeros, cabreros o porqueros. Todo aquel clímax o tenso diálogo entre el hombre y el medio se llenó de tópicos y verdades y, cuando se rompió, todos los informantes apuntan a que la culpa la tuvo el progreso abusivo. Así, como ejemplos de todo ello, si en aquella sociedad se creía a pies juntillas que, en días claros, desde los picos más señeros del Pirineo se divisaban las torres del Pilar de Zaragoza, por el 26
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contrario, el pensamiento empírico les llevaba a enaltecer el haya por su papel benéfico en los ecosistemas, al tiempo que muchos de sus miembros opinan que la agonía de aquel modelo está interrelacionada con el desajuste climático provocado por la profanación del espacio con todo tipo de cohetes y artilugios que, finalmente, han hecho que la naturaleza esté tan loca como las personas. Por otra parte, embelesa la facilidad con que los testimonios se condensan en términos, frases o expresiones de alto valor gráfico, conceptual o simbólico. Veamos algunos ejemplos, repartidos por los distintos bloques. El ciclo anual, alrededor de los latidos de la naturaleza, queda muy bien captado. No eran los brotes tiernos de los árboles quienes salían del letargo, gracias a la savia, sino que, a decir de Joaquín Castel, de Chía, era todo el terreno “qu’en comensabá á brotá” en primavera. Ritmo estacional que se reflejaba, también, en la cara de las gentes, cuando Ana Zueras Barrau, de San Juan de Plan, relata de modo espléndido cómo con “l’aguerro” –el otoño– la tristeza se apoderaba de las gentes hasta que el fuego del hogar hacía retornar el optimismo y la alegría. Pero si hay un capítulo donde los testimonios forjan obras maestras, este es el de la nieve, el de las grandes nevadas que llevó a gritar, angustiada, a la madre de María Coarasa López, de Hecho, aquello de “imos á morir a loseta” –como los paxaricos–, y que Miguel Pardo, de Ainielle, describe con un hiperrealismo que nos deja oír el paradójico silencio de las enormes nevadas, reforzado con el retrúecano de sus palabras –“Cuando ha de nevar…no se oye nada… nada se oye”–.
Antonio Oliván Orús, protagonista de Cabalero. Un viejo pastor del Pirineo, en el puerto de Aso de Sobremonte, con su perro Prim. Al fondo, Aso y la Tierra de Biescas. 1996.
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Era el hiriente invierno en el que se veían “unas chileras de cristo señor nuestro”, en que soplaba en Hecho aquel viento “infame y mal compañero” llamado ausín, que obligaba a las mujeres de Alins de Laspaúles a bajar al río, para romper el hielo arrodilladas –“a chinolladetas”–. También los desarreglos climatológicos, como signo de cambio de una era, arrancan expresiones únicas, plenas de espíritu conservacionista. La causa primera es que hay gente sin escrúpulos, que maltrata a la naturaleza –“En hay gente muy barrenada”–. Análisis en el que no cuesta ver paralelismos con la carta del jefe Seattle al presidente de los Estados Unidos –“Yo digo que ha rodau la tierra. No sé t’an ha girau”, se pregunta Anita Zueras, de San Juan de Plan–. Y en una sociedad de usar y tirar gusta oír a Miguel Pardo, de Ainielle, cuando nos cuenta cómo de los robles, al igual que se hacía con los cerdos, se aprovechaba todo, hasta las entretelas, y se fabricaba con su madera desde pitos para las criaturas hasta carbón vegetal para ir a venderlo al Balneario de Panticosa. Los documentos orales digitalizados son como latidos colgados en el tiempo y en el vacío. Allí permanecen con toda su fuerza. Sobrecoge escuchar cantar el cárabo, de la voz de Chulio Balenga, de Labata, o a los pájaros que había en Sobremonte, de voz de mi querido amigo Antonio Oliván Orús, ya fallecido. Finalmente, si miramos al cielo y vemos cómo reptan las nubes, se acarrazan a los picos, o cómo el sol, la luna y las estrellas peregrinan, al escuchar estos testimonios nos daremos cuenta que vivimos en otra galaxia. Todo el día miramos pantallas electrónicas pero ya nadie sabe leer en la gran pantalla del universo. Emociona escuchar decir a los mayores que ahora no hay tantas estrellas como antes. Lo dicen convencidos. Es cierto, su vista se ha acortado pero, sobre todo, la contaminación lumínica les impide ver las estrellas “espurnentas” de antes –Carmen Ferraz, de Soperún.
Nevada primaveral en Ainielle. 1979. Hacía casi veinte años que se había abandonado el pueblo.
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El paisaje humanizado El coraje de una mujer chesa en el imponente valle de Aguastuertas María Coarasa López, 1925, Hecho
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“Pa mi Aguas Tuertas ye muy majo. Bi-estau. Y desgraciadamente, vamos, desgraciadamente, no. Puyemos una vez. Llevábamos una yegua canela qu’aquella no paraba en los mons de aquí, ni en Oza, ni en Lo Lapazar ni en nada. Ixe terreno ye d’Ansó. Ya nos manderon a decir dos u tres veces que puyásemos a buscar la yegua que no la podeban sacar de allí, que siempre yera allí pastando. Al fin un día puyemos, y por suerte lo marido yera con las fiebres maltas. Puyemos, que vamos…, en aquellos tiempos…; un burro blanco, un poco grande y encima de lo baste l’i metié una sabana de la hierba pa ir él a caballo porque no podeba caminar. Pleguemos alto. El l’Achar d’Aguastuertas dice: “Yo ya te voy a indicar porque no m’atrevo a ir” –no podeba caminar–. Dice: “Cruza todo Aguastuertas, hasta do nace el río y, después, a mano izquierda –dice– aquí será”. Bueno, pues marchemos que me costé… , lo menos cuesta una hora de pasar ixo. Pasé hasta lo’Scalé. ¿Sabes dónde ye lo’Scalé? Pues allí yera la yegua. Ya la vi de lejos. Llevé la cabezana pa pillarla, porque yera muy mansa. Y justo… Allí bi-eba muitas yeguas y caballos, todos d´Ansó. Pillé la yegua de la cabezana. Me llevé un cacho pan porque venise y venié dando la vuelta. A lo que plegaba cerca de l’Achar, tres o cuatro sementales d’Ansó, ta la yegua, y la llevaba yo de lo ramal. Feliciano: “¡Deixala, deixala… que igual..!” Porque van locos con unas zarpas… –decía– que te darán alguna patada! Y suelto lo ramal. En un galope s’escapa otra vez ta do yera. ¡Torna otra vez a buscala. Oy… qué mañana de caminar por aquel Aguastuertas…! O sea, que lo me sé muy bien.
La majestuosidad del valle de Aguastuertas. La niebla penetra de Francia por el paso d’Escalé.
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“Siente o que te digo”, escuché muchas veces cuando era niño, y pasados los años, me he dado cuenta que lo que me pedía mi abuela Serafina, durante aquellos intensos días que viví en la aldea, era que agudizase la atención sobre lo que ella me iba a decir, que juntase la cabeza y el corazón, como cuando se abrazaban los dedos para que no se cayese un solo grano de trigo. Y es que sobre el Pirineo aragonés se ha escrito mucho, pero los antiguos habitantes que tallaron su paisaje apenas lo han hecho. Siente rompe la norma y les da la palabra a éstos para que narren lo que fue la vida tradicional de estas montañas, desde la prehistoria hasta nuestros días. Ayudado por las nuevas tecnologías, entre 2000 y 2007, Enrique Satué grabó 2800 documentos a los mejores informantes que conocía. Fueron 146 personas de ambos sexos, nacidos en la primera mitad del siglo XX, quienes aportaron sus conocimientos y vivencias a través de todas las lenguas que se dan cita en estas montañas. El resultado es Siente, un libro-CD que encierra el primer museo de la palabra del Pirineo, un trabajo complejo e imposible de repetir, que ahonda en la oralidad de la mano de la filosofía del lenguaje y de la etnohistoria.