BIBLIOTECA
LATINOAMERICANA DE CULTURAS DEL LIBRO
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LATINOAMERICANA DE CULTURAS DEL LIBRO
Una historia de editores y editoriales en el siglo XX
Sergio Pérez Álvarez
Una historia de editores y editoriales en el siglo xx
Reservados todos los derechos
© Universidad del Rosario
E ditorial Universidad del Rosario
© Pontificia Universidad Javeriana
© Universidad Autónoma
Metropolitana
© Sergio Pérez Álvarez
© Pablo Montoya Campuzano, por la Presentación
Primera edición
Bogotá, D. C., abril de 2023
i S b n (impreso): 978-958-500-089-6
i S b n (ePub): 978-958-500-090-2
i S b n (pdf): 978-958-500-091-9
d oi : https://doi.org/10.12804/
urosario9789585000919
Impreso y hecho en Colombia
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Corrección de estilo:
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Diseño editorial: Boga visual
Diagramación: Precolombi eu, David Reyes
Impresión:
d P g Editores S. A. S.
Pérez Álvarez, Sergio Cultura editorial literaria en Colombia. Una historia de editores y editoriales en el siglo xx / Sergio Pérez Álvarez. – Bogotá: Editorial Universidad del Rosario, Universidad Autónoma Metropolitana. Unidad Cuajimalpa, Pontificia Universidad Javeriana, 2023.
434 páginas – (Biblioteca Latinoamericana de Culturas del Libro). Incluye referencias bibliográficas.
1. Industrias y comercio del libro – Colombia. 2. Industrial editorial – Historia – Colombia – Siglo xx. 3. Libros y lectura – Colombia – Siglo xx. I. Pérez Álvarez, Sergio. II . Universidad del Rosario. III . Universidad Autónoma Metropolitana. Unidad Cuajimalpa. IV. Pontificia Universidad Javeriana. V. Título. VI . Serie
070.509861 S c dd 20
Catalogación en la fuente – Universidad del Rosario. crai
Febrero 9 de 2023
Este libro es producto de una investigación que se realizó con el apoyo de una beca de estudios doctorales otorgada por el Departamento Administrativo de Ciencia, Tecnología e Innovación (Colciencias) y la Universidad de Antioquia (2015-2019).
Un importante estímulo para el desarrollo del proyecto fue, a su vez, la Beca de Investigación del Instituto Caro y CuervoMinisterio de Cultura en Historia de la Edición en Colombia: Colecciones y Catálogos, que recibí en el año 2017.
Presenté avances preliminares en diversos eventos académicos en Medellín, París, Berlín, Bogotá, Manizales y Pereira. Los capítulos centrales los redacté durante una estancia de estudios en la Universidad Libre de Berlín (2017-2018). Debo agradecer, de manera especial, a la profesora Susanne Klengel y a su grupo de investigación.
La asesoría y la conversación con el profesor Pablo Montoya fueron vitales en la escritura de cada uno de los capítulos.
No podría haber tenido un mejor compañero de trabajo de investigación en fuentes que Juan Carlos Pérez. Aquí van
a encontrar, además, muchas de las ideas y reflexiones que desarrollamos juntos.
Quiero agradecerles a los profesores y colegas Iván Padilla, Edwin Carvajal, Olga Vallejo, Javier Fandiño, José Luis de Diego, Patricia Cardona, Juan Guillermo Gómez, Carol Contreras, así como a dos evaluadores anónimos, que me ayudaron en distintos momentos.
También mi gratitud a los equipos de la Editorial de la Universidad del Rosario y la Editorial de la Pontificia Universidad Javeriana, que fueron fundamentales para convertir un documento de tesis en libro y mejorar las primeras versiones. De igual manera, a Miguel Pineda, quien me invitó a participar en la colección Biblioteca Latinoamericana de Culturas del Libro.
Finalmente, el trayecto tuvo sentido por el cariño y soporte de Matías, Rudy, Marina, Juan, Ricardo, y la compañía de algunos amigos y familiares.
…cuando vea el número cincuenta respiraré, como quien llega trepando a un reborde de la montaña… Ángel r ama
Este es un libro que hacía falta en nuestro mundo académico. Un trabajo que da cuenta de lo que podría denominarse la apasionante aventura del mundo editorial literario colombiano en el siglo xx .
Sergio Pérez Álvarez, apoyado en una investigación seria y rigurosa, no solo describe e interpreta este contorno cultural, sino que, a la vez, y en la medida en que vamos leyendo sus ocho capítulos, nos adentramos en ese panorama, estremecido por proyectos editoriales, azarosas empresas financieras y debates políticos, que hemos convenido en llamar “literatura nacional”.
El recorrido ofrecido por Pérez Álvarez se afianza, inicialmente, en una serie de presupuestos teóricos de los más importantes especialistas europeos y latinoamericanos de la historia del libro. Luego, nos muestra, a grandes rasgos, lo que sucedió a finales de la Colonia. En realidad, fue en esa época cuando surgió el incipiente mundo de la edición en Colombia, mundo que se nutrió de las tertulias y las pocas librerías existentes en Bogotá, del ir y venir de las nuevas ideas surgidas en la Europa
de la Ilustración, y de la necesidad que tuvieron las élites neogranadinas de airear sus inteligencias.
Los procesos independentistas y las numerosas guerras civiles del siglo xix obstaculizaron el buen desarrollo de esa especie de prehistoria editorial. Recordemos, por ejemplo, que mientras México y Chile tuvieron su primera imprenta en el siglo xvi , en la Nueva Granada esta máquina fabulosa de la modernidad solo llegó en el siglo xviii . Una circunstancia así incidiría para que la relación de los colombianos con el libro literario, y sus modos de hacerse y difundirse en las principales ciudades del país, haya sido ardua y lenta.
Pérez Álvarez ubica, entonces, la consolidación de una cultura editorial literaria entre nosotros en el siglo xx , porque es, en este período, donde se hace ostensible la conformación de la figura del editor profesional. Un editor que ha tenido que capotear la situación económica de un país en permanente crisis y que ha debido presentarse, al mismo tiempo, como un intelectual que sabe de literatura, pero también de política, historia, economía, etc.
La manera en que asistimos al surgimiento y a la evolución del editor es uno de los aciertos más notables del libro. De algún modo, es una radiografía de un universo nuevo —por haber estado invisible durante tanto tiempo para el lector común y hasta para el especialista—, que se erige como un entrañable homenaje a la labor infatigable de esta figura literaria. Sergio nos hace entender que la literatura de un país no solo la realizan los escritores y sus obras. El papel que ocupan los editores, los impresores, las librerías, las colecciones de literatura —estatal o privadas—, las ferias del libro, las revistas y los diarios ha sido fundamental.
Desde la aparición de María de Jorge Isaacs, pasando por la publicación de La vorágine de José Eustasio Rivera, hasta llegar a los años del boom latinoamericano con Cien años de soledad de García Márquez, este recorrido es también una inmersión
inteligente en el universo de las obras más distinguidas de la literatura colombiana.
Leer estas páginas es, pues, ser testigo de cómo ha transcurrido un singular itinerario literario, que resulta vital para comprender mejor la historia cultural del país.
Pablo Montoya Campuzano
Afinales de agosto de 2011, el Grupo Editorial Norma anunció el cierre de sus colecciones editoriales de literatura para adultos. La noticia causó una repentina conmoción en el mundo cultural hispanohablante, en especial, en los cuatro países en los que la editorial, de origen colombiano, imprimía y editaba sus libros. Pero después de un par de notas y columnas en la prensa, en las que se coincidía en reconocer la hostilidad de un medio que mide la efectividad de este tipo de proyectos en términos de rentabilidad y lucro capitalista, la noticia pasó a sumarse a la lista de fallecimientos, resurrecciones, nacimientos, que también ocurren a diario en las páginas culturales.
Me llamaron, entonces, la atención dos cosas: primero, en los escasos análisis acerca del impacto y el significado de esta editorial, que puede ser considerada la última sobreviviente del modelo de casas editoriales latinoamericanas del siglo xx , eran muy pocas las referencias a la historia editorial en Colombia y a las raíces que fertilizaron iniciativas de publicación de libros en el país. Segundo, si se excluía a los directamente afectados
—me refiero a autores, agentes, editores, libreros, etc.—, los más perjudicados con la noticia, es decir, los lectores, quienes dejaban de contar con el más robusto catálogo de títulos de una editorial local, permanecieron en general en silencio, y parecía que poco dimensionaban el papel que tenían las editoriales en la configuración de una cultura de la lectura y la escritura de textos literarios.
Dentro del marco de mis estudios doctorales en Literatura, en el año 2015, decidí adelantar una investigación con el ánimo de explorar esta historia editorial que, en ese momento, se presentaba como un terreno más o menos desconocido (Pérez 2017). Me motivó, en principio, el breve y estimulante artículo de Juan Gustavo Cobo Borda , “Pioneros de la edición en Colombia” (1990). Cobo Borda, ensayista, editor y protagonista de esta historia editorial, menciona varios proyectos y colecciones de libros que desde finales del siglo xix han contribuido en la promoción y la circulación de obras catalogadas como referentes de la “literatura colombiana”.
Examiné con más cuidado, en la extensa y a veces fragmentada bibliografía colombiana, y encontré importantes estudios que ponían en escena un pasado editorial rico e interesante.
Además de los artículos de Cobo Borda , sobresalen el ensayo literario acerca del libro en Bogotá, de Gonzalo España; y los trabajos académicos de Renán Silva, Juan Guillermo Gómez, Gilberto Loaiza Cano y Alfonso Rubio. De igual manera, descubrí trabajos sobre la imprenta (Gómez, Higuera, Rubio), librerías (Castillo, García), la industria del libro (Arango, Guerrero, Hoyos), los lectores (Acosta, Muñoz, Silva), los críticos (Jiménez), los escritores (Gutiérrez, Pouliquen), entre otros.
1 Véase Pérez, “Estudios sobre el libro en Colombia. Una revisión” (2017). Para otra revisión completa de los estudios del libro en Colombia véase “La historia del libro y de la lectura en Colombia. Un balance historiográfico”, de Rubio (2016). En los últimos dos años, el número de investigaciones en torno a la lectura y la edición se ha ampliado y los estudios siguen multiplicándose. Acerca de los últimos estudios y de la reflexión sobre la cultura editorial, véase
No obstante, hallé pocos estudios que brindaran una perspectiva crítica respecto a la aparición y el desarrollo de la figura del editor de libros y de la edición en Colombia en tanto fenómeno cultural. Casi nada se sabía de este personaje y su papel en el desarrollo de la vida literaria e intelectual a lo largo de dos siglos de historia republicana. Nuestro desconocimiento era más profundo en cuanto a la comprensión de la red intelectual que empezó a configurar este agente alrededor de la publicación de libros literarios. En contraste, varios investigadores, en diversos contextos —entre ellos, varios países o regiones latinoamericanas—, ya habían demostrado la pertinencia de estudiar a los editores y a los proyectos editoriales, revelando su importante rol en los procesos de modernización cultural. 2
Este vacío en los estudios académicos ha disminuido en los últimos años, gracias a un grupo cada vez más amplio de investigadores que, de manera directa e indirecta, y apoyándose en marcos teóricos y metodológicos de las ciencias sociales y humanas, indagan sobre aspectos relacionados con la edición y con proyectos editoriales específicos. Patricia Cardona, Diana Guzmán, Paula Marín, Juan David Murillo, Miguel Pineda, Felipe Vanderhuck, entre otros, con distintas formaciones profesionales
“Introducción”, de Guzmán et al., en la recopilación de artículos Lectores, editores y cultura impresa en Colombia. Siglos XVI -XXI (2018, 9-19).
2 En Argentina, por mencionar estudios recientes, se destacan los estudios de Diego (2015) y Parada (2013). En México, los trabajos de Castañeda (2002), o el más reciente libro coordinado por Bello y Garone Gravier (2020), así como numerosos artículos, han construido una historia editorial con una importante producción desde la Colonia. El libro en Cuba. Siglos XVIII y XIX , de Fornet (1994), e Historia del libro en Chile. Desde la Colonia hasta el Bicentenario, de Subercaseaux (2010), son monografías que demuestran la importancia del libro para entender el curso de la vida intelectual de un país y su construcción como “nación”. Abreu en Brasil (1999), Amaya en Honduras (2009) y Molina en el Caribe (2004) son otros ejemplos de la versatilidad de la participación de investigaciones latinoamericanas en el campo de los estudios sobre el libro y la edición. Sobre una revisión de la influencia particular de la historia de la lectura en América Latina, véase Chartier (2014).
y en distintas direcciones teóricas, han ido allanando una serie de interrogantes acerca del universo del libro, de la escritura y de la lectura en Colombia.
Este trabajo es fruto del mismo entusiasmo por el asunto editorial, síntoma de una época en la que se revisa el papel del editor y se vuelve a validar su importancia. La aparición de un invento tecnológico, tanto o más influyente que el invento de Gutenberg, otra vez pone a pensar en su definición. Sin embargo, a la luz del estado de la cuestión al inicio del proyecto de investigación, debo decir que el objetivo con el cual avancé en la iniciativa fue movido por la convicción de que era preciso comenzar por entender —en un análisis del caso particular colombiano y a partir de ejemplos propios— qué hace un editor de libros y por qué su labor ha sido significativa para la producción, circulación y recepción de textos literarios en este contexto.
Este libro se inspira, por tanto, en una hipótesis que ya parece evidente, pero que no lo era tanto un par de años atrás: me refiero a la idea según la cual, en Colombia, ha venido incubándose una cultura editorial —con raíces que se remontan a su pasado colonial—, y que esta ha cumplido un rol en la configuración de un sistema literario, en el que emerge, por ejemplo, el escritor “profesional”, o se posiciona un género, como la novela. Me parecía importante demostrar —y aún lo es— que el editor de libros ha sido familiar en el contexto cultural colombiano —al menos desde la segunda mitad del siglo xix— y participó activamente en proyectos de publicación de libros desde el siglo xx —antes de la entrada de los emporios de la comunicación y la llegada de la industria editorial transnacional—. Con esto se responde a las voces que tienden a negar esta historia editorial o a minimizarla.3
3 Pienso, por ejemplo, en lo que expone Felipe Vanderhuck (2012, 9) cuando estudia las fragilidades y dificultades para hablar de un campo en la primera mitad del siglo xx .
A continuación, en este libro, presento las trayectorias de algunos editores y proyectos de publicación de libros en Colombia en el siglo xx . Destaco características de estas iniciativas, el contexto sociocultural en el que se desarrollaron, y me aproximo al impacto que han tenido para la promoción de la literatura en las comunidades en las que sus libros han podido circular. Asimismo, identifico fenómenos relacionados con asuntos técnicos de la producción de impresos, problemas en la producción, ferias del libro, desafíos de la distribución, o algunas instituciones alrededor del libro y la lectura, entre otros, que supuse oportuno escudriñar para comprender la manera como se va consolidando un sistema cultural alrededor de la producción, circulación y recepción del libro literario.
Espero que este “mapa” —que, como todo mapa, solo puede ser parcial— sea útil y sugestivo para investigadores de los hechos sociales, de las ideas, de la literatura y de la cultura —y, por qué no, más allá de las academias—, que deseen aproximarse a otra ruta que nos permita entender nuestra tradición literaria e intelectual, y que sigue, en muchos sentidos, inédita.
Para una perspectiva más o menos hegemónica en los estudios literarios, la fuente tipográfica, el color de las páginas, los gazapos encontrados en la impresión, la imagen de la carátula, la venta del libro, incluso el nombre del editor o el traductor son cuestiones anecdóticas, anotaciones “eruditas”, detalles irrelevantes al momento de juzgar el valor artístico de una obra. 4
Contra esta visión que simplifica la historia de la literatura a una cadena consecutiva de nombres y títulos, los estudios
4 Para un análisis acerca del énfasis en el “texto” en los estudios literarios, véase Vaillant, L’histoire littéraire (2010), aunque este tema ha sido central en las discusiones de la sociología de la literatura de tradición francesa, como en Escarpit, Sociología de la literatura (1971, 6), Dubois, La institución de la literatura (2014), y Bourdieu, Campo de poder, campo intelectual (2003, 9-50).
sobre el libro, la edición y la lectura han venido insistiendo en la importancia de estudiar los aspectos sociales y culturales que rodean la producción y la recepción de una obra —estudios a veces entendidos como una amenaza a la “pureza de la obra” y a su “autonomía estética”—.
En principio, al referirse a los estudios relativos al libro, la edición y la lectura, se alude a un extenso rango de tradiciones teóricas que pasan por la historia de la imprenta, la bibliografía analítica, el textual criticism, los estudios biográficos de proyectos o agentes del sector editorial, estudios de bibliotecología histórica e incluso estudios en torno de la recepción literaria. No es posible encontrar una única orientación metodológica o plantear una identidad conceptual a un conjunto tan diverso de perspectivas. Sin embargo, existen una serie de énfasis —o “aspectos en común”—, marginados muchas veces en los estudios literarios, que han ido definiendo un campo de estudios en busca de un lugar en el actual concierto de las disciplinas universitarias.5
El primero de estos énfasis tiene que ver con la preocupación de los investigadores del libro por traer a la memoria y analizar históricamente al conjunto de personas y agentes que hacen parte de la larga y a veces enredada cadena que va de un autor a un
5 Alrededor de la historia del libro, la edición y la lectura se organizan centros de investigación, doctorados, asociaciones internacionales; incluso, los más optimistas hablan del “estudio del libro” como parte de una disciplina científica independiente, que agrupa el estudio de la cultura de la lectura y la escritura. Lyons, en Historia de la lectura y de la escritura en el mundo occidental (2012), revisa, en su primer capítulo, algunos de los principales enfoques históricos utilizados para el análisis de los libros y hace un ejercicio de síntesis de sus más importantes referentes. Los intentos por presentar los fundamentos de la historia del libro como un horizonte de problemas y aproximaciones metodológicas pueden encontrarse en el central trabajo de Darnton, “¿Qué es la historia del libro?” (2008b), y su posterior revisión: “Retorno a ¿Qué es la historia del libro?” (2008c). Análisis generales respecto de la historia del libro también pueden verse en Rubin, “What is the history of the history of books?” (2003), y Hall, “History of the book: New questions? New answers?” (1986), de quien se toman los énfasis expuestos.
lector. Antes de tenerlo en las manos (o bien frente a nuestros ojos), el libro ha pasado por diferentes mediaciones que están lejos de ser insignificantes. Cajistas, impresores, encuadernadores, traductores, libreros, editores, etc., cumplen un papel en las actividades de transformar el texto en el objeto-libro y, por tanto, tienen una participación en el desarrollo de la forma como circula y se recibe el texto literario. Al prestar atención a estos personajes, en buena medida invisibles en las historias de la literatura o en las historiografías culturales, se evidencia cómo las ideas de un texto no pasan de modo unidireccional, entre la mente de un escritor y un lector, sino que suceden en un circuito comunicativo que opera según las condiciones del medio social. El conjunto de personas que participan de este ciclo y funcionamiento de este circuito, y cuya labor empieza a especializarse en el régimen capitalista, configuran un campo social de producción intelectual.
Tal vez el mejor ejemplo de esta preocupación por el “tejido social” que rodea al libro siga siendo el trabajo de Darnton, El negocio de la Ilustración. Historia editorial de la Encyclopédie, 1775-1800 (1978). Robert Darnton , un historiador formado en Harvard y en el periodismo cultural, aprovecha la rica fuente documental de la correspondencia de un impresor-editor suizo involucrado en los proyectos editoriales más importantes de su época, para poner en evidencia la compleja red de conexiones, las dificultades en el taller de impresión, los juegos de poder, las censuras, el desafío económico, entre otros aspectos que rodean la historia editorial de un libro considerado responsable de los cambios políticos y sociales en Francia de finales del siglo xviii. El trabajo de Darnton sobre la Enciclopedia muestra que este libro, además de ser leído por una élite económica e intelectual, que hasta el momento tenía la única posibilidad de comprarlo —convirtiéndose en una de las empresas comerciales más exitosas de su época—, atravesó distintas capas sociales y generó una influencia que dependió tanto de su específico “contenido” como del hecho de que fue un proyecto de publicación en el
que participaron muchas personas en su ejecución, así como sirvió de modelo para la mayoría de empresas editoriales de su época.6 Para Darnton, más que organizar el catálogo ordenado de editoriales y editores, el estudio del libro se debe enfocar en el análisis del ciclo comunicativo en el que nace, se difunde y se reciben las ideas.7
Si el primer énfasis es estudiar al universo social que rodea al libro, un segundo énfasis, visible en los nuevos investigadores del mundo del libro y de la edición, tiene que ver con la idea de que el libro, en tanto vehículo de las ideas, es un objeto sometido a diferentes condiciones materiales.8 La disposición de la página
6 El estudio de Darnton sobre la Enciclopedia es uno de los estudios que indagan el problema del impreso y la transmisión de las ideas durante el Antiguo Régimen. De alguna manera, estos trabajos exploran y demuestran la tesis según la cual la llegada de la imprenta significó una revolución cultural, cuya consecuencia principal era la entrada al sujeto moderno. Véase Le Peuple de Paris: essai sur la culture populaire au s. XVIII, de Roche (1981); Espacio público, crítica y desacralización en el siglo XVIII . Los orígenes culturales de la Revolución francesa , de Chartier (1990); Los best sellers prohibidos en Francia antes de la revolución , de Darnton (2008a).
7 Para Darnton, la “historia del libro” puede “llamarse la historia social y cultural de la comunicación impresa” (2008a, 135). La especificidad epistemológica de la historia del libro está dada al ocuparse de cada una de las etapas del proceso de la cadena del libro, en sus variaciones históricas y en sus relaciones con los sistemas económicos, sociales, políticos o literarios. Frente a la tarea tan vasta que supone abordar todo el circuito (integrado, en esencia, por impresores, editores, libreros, lectores, autores —revisado por Adams y Barker [1993], y luego por el mismo Darnton [2008b, 157]—), es preciso concentrarse en un segmento y analizarlo a partir de los procedimientos de una disciplina: por ejemplo, el proceso de impresión desde la bibliografía analítica; o el proceso de lectura a través de la hermenéutica de los textos; o el del librero, por medio de la sociología de las prácticas. El estudio del libro sigue siendo un área interdisciplinar en construcción, ya no reducido al libro, sino que se amplía con la aparición de nuevos formatos.
8 En especial, la denominada “tradición de la bibliografía analítica anglosajona”. Su origen, sin embargo, debe ubicarse en el trabajo de Karl Lachmann sobre el poeta Lucrecio (1850) que, en el seno de la tradición filológica alemana, sistematiza un método de edición crítica vigente y conocido como textología
impresa, las fuentes tipográficas, la ordenación del libro con sus señas; la relación entre el texto y lo que no lo es (glosas, gráficas, infografías, índices —y algunos de los elementos que, dentro de la lingüística del siglo xx , se denominaron “paratextos”—),9 sumadas a cuestiones como el tipo de papel, la técnica de impresión o la forma de encuadernación, entre otras, constituyen la “materialidad”, que no solo rodea al texto, sino que también incide en su relación con el mundo en el cual es leído. Es interesante notar que muchos de estos paratextos son decididos por el impresor, editor, librero, etc., y no por el autor de la obra, al igual que pueden variar a lo largo del tiempo.
Uno de los referentes principales de este estudio de la materialidad de las obras es McKenzie (1999), un heredero de las técnicas bibliográficas de sir Walter Greg sobre el análisis sistemático de (o “crítica textual” en España), que se formaliza en dos actividades: la resencio, o la búsqueda de las fuentes manuscritas o primeras ediciones; y la emendatio, la corrección del texto, tanto de los errores paleográficos como de los pasajes deteriorados. La bibliografía en Inglaterra, por entonces sumergida en proyectos bibliográficos nacionales, encontró en este método filológico un camino para hacer la edición del autor central en su canon literario: Shakespeare . Junto a la edición del First Folio de 1624, pagada por sus amigos empresarios de teatro, circularon antes y después distintas versiones de sus obras, constituyendo un corpus de textos que hacían compleja la tarea de hacer una “edición original”. Cientos de investigaciones se han adelantado alrededor de las copias, las versiones y los detalles encontrados en los diferentes manuscritos y textos del autor de Falstaff. Para un estudio de esta corriente, véase Greetman, “A history of textual scholarship” (2013).
9 Para Gerard Genette (1989), los paratextos se refieren al “título, subtítulo, intertítulos, prefacios, epílogos, advertencias, prólogos, etc.; notas al margen, a pie de página, finales; epígrafes; ilustraciones; fajas, sobrecubierta, y muchos otros tipos de señales accesorias, autógrafas o alógrafas, que procuran un entorno variable al texto y a veces un comentario oficial u oficioso del que el lector más purista menos tendente a la erudición externa no puede siempre disponer tan fácilmente como desearía y lo pretende” (11). De acuerdo con este autor, los paratextos son elementos fundamentales que inciden en la manera como el lector se apropia e interpreta los textos (12).
las evidencias físicas de transmisión de los textos.10 Para Donald McKenzie , los cambios formales (en el caso de Shakespeare , la impresión de cuarto a octavo, la mención de los nombres de los actores en los parlamentos, las didascálicas, entre otros) tienen efectos en la comprensión de las obras: nuevos lectores proponen nuevos sentidos y, con ello, nuevos textos y materialidades. Shakespeare ha sido leído en folio, en cuarto, en octavo, en libro de bolsillo y ahora en digital, y en cada una de estas materialidades —aunque es el mismo autor—, se interpreta o se adapta según el contexto donde circula. Incluso el Shakespeare que leemos hoy, de alguna manera, escribe como un contemporáneo. Por esto, a diferencia de la tradición filológica clásica, y tomando principios de crítica literaria, para McKenzie, en vez de cancelar el curso de enmiendas, tergiversaciones o malentendidos presentes en el texto, en búsqueda de la “versión original” de la obra, la labor del investigador del libro debe consistir en analizar y entender el motivo de las principales variantes, y ver de qué manera establecen un diálogo con su presente histórico y social. El estudio de la edición, en ese sentido, enriquece la comprensión de los sentidos y usos de la obra, y también ayuda
10 Sir Walter Greg fue el bibliógrafo inglés más influyente en la primera mitad del siglo xx y uno de los más importantes traductores del método lachmaniano al contexto anglosajón. Cuando buena parte de la filología alemana viraba hacia el análisis interpretativo de corte humanístico, el énfasis de Greg fue el análisis sistemático de las evidencias físicas de transmisión de los textos: historical resencion más que interpretative enmendation . Para Greg, ante la ausencia de una copia manuscrita de las obras de Shakespeare , los textos shakesperianos debían ser analizados a la luz de las operaciones de producción y distribución del libro en la época isabelina y jacobina. Además de la contabilidad y la organización de los títulos y las varianzas, el bibliógrafo debía también estudiar los libros como objetos tangibles: examinar el material del cual están hechos y estudiar las diferentes marcas materiales de los actores involucrados en su producción y transmisión. El papel, la composición e imposición de tipos, la encuadernación, las ilustraciones, las diferentes condiciones de la producción y el mercado del libro son objeto de análisis para su perspectiva bibliográfica. Véase Sutherland, “Anglo-American editorial theory” (2012, 44).
a entender la sociedad en donde circulan y son interpretadas (1999, 23). 11
El tercer énfasis de las investigaciones más recientes acerca del libro tiene que ver con la manera como estos son precisamente recibidos o interpretados . Chartier (1994, 20) ha insistido en situar a la lectura en el centro de las preocupaciones historiográficas sobre el libro. Desde su perspectiva, no basta con entender el desarrollo tecnológico del impreso, describir las prácticas relacionadas con la impresión o la distribución de los libros, o historiar una serie de personajes y profesiones “curiosas”; esto no tiene sentido, si no nos ayuda a comprender cómo dicha tecnología afecta las representaciones y sensibilidades de una persona o una comunidad. Con respecto a esta línea de acción, si bien el estudio del contenido de los libros o su forma material resulta importante, para Chartier, el análisis debe estar en función de explicar cómo las materialidades inciden en la formación de la conciencia , de uno o un grupo de sujetos, en medio de unas circunstancias históricas determinadas.
El acento en los lectores subraya su preocupación por el uso del libro, más que su posesión; por las maneras de leer, más que confirmar la repartición de los libros de acuerdo con la posición económica o de clase. La materialidad de las obras da indicios de sus potenciales lectores. Los lectores han dejado, aunque pocos, testimonios valiosos sobre su manera de leer, así que también tienen la oportunidad de ser historiados.
11 Véase Bibliografía y sociología de los textos (McKenzie 2005). Un análisis general de la obra de McKenzie puede leerse en la “Introducción” de Chartier de esta edición de sus textos en español titulada “Un humanista entre dos mundos: don McKenzie” (19-25). Otros trabajos que exploran esta tradición bibliográfica anglosajona, en la que se inscribe McKenzie, son Greetham, “A history of textual scholarship” (2013); Harris, “Analytical bibliography: An alternative prospectus” (2004). Véase, también, Gaskell, A new introduction to bibliography. The classic manual of bibliography (2002, 337).
12 Chartier presenta su perspectiva metodológica principalmente en sus volúmenes El mundo como representación. Historia cultural: entre práctica y
El énfasis en el lector y en la lectura como fenómeno ha puesto de relieve la importancia de estudiar al texto literario, más que en la búsqueda de la verdad del texto, en sus modos de “apropiación”, y la manera como se vinculan los lectores a comunidades de interpretantes, cuyas formas de interacción con la historia literaria son más complejas que las de una cadena lineal de nombres y obras. Algo que está en la nuez del estudio precursor de Martin y Febvre, La aparition du livre (2005 [1958]), en el que se inaugura esta nueva perspectiva para abordar al libro en su materialidad y en su dimensión cultural. 13
La originalidad del estudio de Martin y Febvre radica en llamar la atención en torno a la doble naturaleza del libro: si la atención crítica sobre el libro recaía en el juego de representaciones asociadas a la interpretación de los signos en el espacio de las ideas (historia literaria), o se destinaba a registrar la secuencia de autores y títulos (bibliografía), o se dirigía a las transformaciones técnicas (historia de la imprenta), las pregun tas que persiguen el estudio de Martin y Febvre son:
¿cómo afecta la producción del impreso al mundo de las ideas?
¿Cómo se relacionan estos universos analizados casi siempre de manera independiente?
Este texto gravita en los presupuestos teóricos abiertos por las más recientes investigaciones sobre el libro, la edición y la lectura, que inaugura el precursor libro de Martin y Febvre, representación (1992), y en Libros, lecturas y lectores en la Edad Moderna (1994). El libro coordinado por Chartier y Cavallo, Historia de la lectura en el mundo occidental (1998), sigue siendo, al momento, el estudio más completo sobre la importancia de la lectura y los principales cambios en la cultura de Occidente, modelo también para historias de la lectura regionales y nacionales. Véase Acha, “La renovación de la historia del libro: la propuesta de Roger Chartier” (2000). El trabajo de Littau, Teorías de la lectura (2008), explora el tema del lector en los estudios teóricos literarios y el fenómeno de la lectura.
13 Acerca de la historia de este trabajo y un análisis de su importancia, véase el “Posfacio” de Barbier, “Escribir la historia del libro” (383 y ss.), incluida en la última edición en español de La aparición del libro de Martin y Febvre (2005).
pensados desde la literatura y para el caso colombiano. En este sentido, espera contribuir a iluminar la red intelectual que se teje alrededor de las actividades de publicación, divulgación y recepción de libros literarios, a partir de la exploración de la figura del editor de libros y su papel como eje articulador de un sistema de relaciones en torno a la lectura y la escritura de textos literarios. Así mismo, tiene la pretensión de indagar por la dimensión “material” de las obras y las determinaciones de su condición de objeto.
Se estudia cómo las innovaciones tecnológicas, los insumos como el papel o materiales de fabricación, el diseño editorial, los mecanismos de distribución y comercialización, los paratextos —es decir, introducciones, dedicatorias, vocabularios—, entre otros aspectos relacionados con la forma material de los libros, revelan características particulares sobre la producción literaria en el contexto local, y han sido definitivos en la transmisión y la apropiación de las obras.
Finalmente, a través de este trabajo, se estudia cómo estos proyectos editoriales propician la aparición de comunidades de lectores, y su incidencia en la construcción de las nociones de autor y de obra literaria colombiana .
El ecosistema del libro
Uno de los conceptos centrales de este libro se nutre, en lo fundamental, de la noción de campo editorial, introducida por el sociólogo Pierre Bourdieu. 14
14 El concepto de campo es central en la propuesta teórica de Bourdieu. Véase Campo de poder, campo intelectual (2003), en el que se recogen artículos, publicados por el sociólogo francés entre 1966 y 1980. En el caso particular del campo literario, véanse “Lectura, lectores, letrados, literatura” [1981], editado en su libro Cosas dichas (2000), y “El campo literario. Prerrequisitos críticos y principios de método” (1989-1990). El concepto de campo literario lo desarrolla ampliamente en Las reglas del arte. Génesis y estructura del campo literario (1995). Entre la extensa bibliografía secundaria, véanse García Canclini, “Introducción: la sociología de la cultura de Pierre Bourdieu” (1990), y el
En Las reglas del arte (1995), a partir de las condiciones de producción de las novelas de Flaubert, Bourdieu estudia la aparición, al interior de la sociedad francesa, de un “campo literario”, que se distancia de la esfera del poder económico y político, y comienza a desarrollarse según un tipo nuevo de capital y de intereses.
Contra la postura clásica de la sociología de la literatura —según la cual la relación entre literatura y sociedad se reduce al análisis de las condiciones de clase de un autor, su concepción de mundo y la manera como esto se refleja en la obra (Lenin)—, para Bourdieu, una obra se encuentra afectada por un sistema de relaciones sociales, determinadas por la creación como acto comunicativo y por la posición que asume el artista en una estructura de poder, que empieza a jugar según reglas particulares. La emergencia de un “mercado literario”, en el Segundo Imperio francés, reemplaza el viejo sistema de mecenazgo aristocrático y estructura un “campo de fuerzas” que pone en una situación de “competencia” intelectual al escritor, quien debe debatirse en la lucha por la legitimidad intelectual o artística, más allá de sus relaciones con la esfera política, a la cual estaba inscrito su quehacer en el Antiguo Régimen.
Para el funcionamiento de este campo literario francés —un proceso localizado históricamente por Bourdieu—, será definitiva la aparición de una serie de agentes, entre ellos el editor, quien se encarga de la mediación entre el producto literario, el lector y el mercado. Bourdieu pretende establecer una relación directa entre el surgimiento de este campo literario, integrado por ese conjunto de agentes involucrados en la producción y la circulación del libro (que se convirtió en el principal producto literario durante un largo periodo en Europa), con el desarrollo de una literatura que revela características y complejidades que podrían calificarse como “modernas”.
La modernización, en ese sentido, además de un problema conceptual, es el producto de un conjunto de prácticas, representaciones y habitus, en relación con la lectura y la creación literaria, que surgen en torno a la producción, distribución y recepción del impreso.15 Para que la literatura, en el contexto francés, ocupe un lugar central en el imaginario social, se requerirá entonces un proceso de desarrollo no solo de los conceptos e ideas, sino también de una infraestructura social que active una relación distinta con el texto escrito. Los editores publican a los autores literarios y posicionan a la lectura en una actividad importante para la vida social contemporánea. Las comunidades de lectores, configuradas alrededor de estos proyectos editoriales, son las que han definido quiénes hacen parte de eso que se ha denominado en abstracto “literatura nacional”.
Bourdieu habla propiamente de “campo editorial” en uno de sus últimos trabajos. El profesor del Colegio de Francia estudia 61 editoriales francesas de literatura y analiza sus publicaciones entre julio de 1995 y julio de 1996. Su trabajo revela que la decisión de los editores, en relación con los libros que editan y publican, no depende de sus decisiones autónomas, sino de una estructura subyacente que las organiza y que, de alguna manera, las explica, en relación unas con otras.
En esta investigación, Bourdieu retoma la noción “estructural” de campo y despliega todo su andamiaje de conceptos (tomas de posición, habitus, capital simbólico, etc.), para describir la configuración de un sistema, en este caso editorial, que funciona de un modo más o menos orgánico. El título de su trabajo, “Una revolución conservadora en la edición” (Bourdieu 1999), alude a la dinámica en la que se inscriben pequeñas editoriales francesas, que hacen “pequeñas revoluciones”, al descubrir y arriesgar su “capital” por autores nuevos, pero que después, por la lógica del sistema, estos autores transitan a las grandes editoriales,
15 Para una revisión analítica del concepto de habitus y sus potencialidades desde una perspectiva estructuralista, véase Martínez García (2017).
beneficiando a las editoriales con mayor músculo financiero. 16
A pesar de que su objeto de atención transcurre casi cien años después de los libros de Flaubert, vuelve otra vez a demostrar la importancia que tienen los editores y las editoriales de libros para mantener la “salud literaria” y la “bibliodiversidad” a flote, que es fundamental para una cultura como la francesa, en la que el libro sigue siendo su símbolo civilizatorio por excelencia. En este trabajo, Bourdieu comienza con una definición del editor, que sirve de partida y de llegada también para este libro:
El editor es el que tiene el poder totalmente extraordinario de asegurar la publicación, es decir, de hacer acceder un texto y un autor a la existencia pública (Öffentlichkeit), conocido y reconocido. Esta suerte de “creación” implica la mayoría de las veces una consagración, una transferencia de capital simbólico (análoga a la que opera un prefacio) que es tanto más importante cuanto quien la realiza está él mismo más consagrado, especialmente a través del “catálogo” —conjunto de los autores más o menos consagrados— que ha publicado en el pasado (1999, 223).
El concepto de campo es uno de los más versátiles en la teoría crítica contemporánea. Nos permite describir la configuración de un “espacio social” alrededor de un conjunto de prácticas y representaciones definidas. 17 Al ser una perspectiva, varias
16 Bourdieu se interesa por entender mejor las continuidades, los mecanismos de conservación antes que las rupturas; o lo que él mismo ha llamado “las estrategias de reproducción social” (2003, 67). En ese sentido, Bourdieu aborda el campo editorial para estudiar la adaptación y la forma como las estructuras sociales y las élites culturales buscan perpetuarse en el poder.
17 Para Bourdieu: “Ese campo (literario, artístico, filosófico, etc.) no es ni un ‘medio’ en el sentido vago de ‘contexto’ o de ‘social background’ (en contraste con el sentido fuerte, newtoniano, de la noción de campo reactiva), ni siquiera lo que comúnmente se entiende por ‘medio literario’ o ‘artístico’, es decir, un universo de relaciones personales entre los artistas o los escritores, sino un
veces trabajada, que ha tenido también una repercusión amplia en América Latina, creo que no es necesario reiterar su importancia, ni hacer una explicación sistemática sobre la teoría. 18
También prescindo de este análisis porque, si bien este libro se inspira en Bourdieu, no puede ser clasificado como bourdieusiano en sentido estricto; es decir, el lector no encontrará un despliegue de todos sus conceptos y una explicación de cada uno de los elementos que el teórico francés estima requisitos indispensables y constituyentes del campo. Adopto su postura en un sentido más bien general. Esto, por dos razones principales: la primera surge de una de las discusiones frecuentes relativas a la teoría de Bourdieu de parte de la sociología de la literatura latinoamericana, y es si puede encontrarse un campo literario que responda a la homogeneidad y la coherencia del modelo descrito para el caso francés (Altamirano y Sarlo 2001, 32). La separación de roles y de agentes parece no darse de manera tan nítida en los contextos latinoamericanos, y la existencia de instancias como las de un “mercado literario”, que posibilite la autonomía institucional de los escritores —al menos en el caso colombiano—, es un fenómeno visible hasta muy entrado el siglo xx .
Contra esta versión autotélica del campo, según la cual este solo puede explicarse por unas reglas de funcionamiento más o menos definidas de antemano por el propio Bourdieu, autores como Dubois (2014 [1978]) han introducido la idea de “institución de la literatura”, o recientemente Vaillant (2010), campo de fuerzas que actúan sobre todos los que entran en ese espacio y de maneras diferentes según la posición que ellos ocupan en él (sea, para tomar puntos muy distantes entre sí, la del autor de piezas de éxito o la del poeta de vanguardia), a la vez que un campo de luchas que procuran transformar ese campo de fuerzas” (1989-1990, 2).
18 La profesora Moraña (2014) estudia la recepción y la provocación que han suscitado los trabajos de Bourdieu en los estudios literarios y culturales en América Latina.
la de “sistema comunicativo literario”, para remarcar cómo la literatura es un sistema socializador que organiza sus propios modos de funcionamiento, que siempre mantiene una relación porosa, de mutua influencia, con un espacio social particular. “En lugar de pensar en un proceso lineal —y terminado de autonomización advierte Vaillant—, resulta más claro, y de seguro más prudente, plantear la hipótesis de una sucesión, históricamente analizable, de diferentes formas de estructuración del sistema literario en el que cada uno determina sus propias formas de legitimación y autonomía”. 19
Este texto adopta la noción de campo literario, en su cercanía con la idea de sistema literario, o en su forma más orgánica de eco - sistema , que algunos sostienen que surge incluso antes del concepto de Bourdieu, y que han planteado otros teóricos literarios latinoamericanos. 20 Creo en la vocación estructural de la propuesta de Bourdieu, pero entiendo que se debe ser flexible al contexto y a unos procesos de institucionalización de la literatura particulares. Al fin y al cabo, lo más interesante de este libro, más que comprobar la teoría del sociólogo, consiste en reconocer la naturaleza singular de la historia editorial de la literatura en Colombia, producto de una no menos singular historia política, social y económica. En nuestro caso, sería ingenuo desconocer
19 Cita de Vaillant, en Zapata, en el “Prefacio” de La institución de la literatura (2014) de Dubois. En este “Prefacio”, Zapata se refiere a la discusión que en el contexto francés han tenido el concepto de campo y la revaloración de la noción de institución (13). Para la comprensión de la literatura como sistema, véase Vaillant, L’histoire littéraire (2010, 229 y ss.). Vaillant retoma muchas de las ideas del trabajo pionero de Itamar Even-Zohar, “The ‘literary system’” (1990).
20 Así, por ejemplo, lo advierte el investigador González Ochoa, en su artículo “La literatura como sistema” (2008, 279). Es importante advertir que se utiliza la partícula “eco” no con el propósito de naturalizar un concepto eminentemente social, sino para acentuar su carácter dinámico, en continua transformación, y en el que interviene un conjunto diverso de agentes sociales e instituciones. La expresión “ecosistema del libro” ha venido instalándose para referirse al entorno que rodea y al que pertenecen las actividades de publicación de impresos en formato físico y en entornos digitales.
las relaciones simbióticas entre élites políticas, económicas e intelectuales; o afirmar, sin más, la presencia de instituciones culturales fuertes y autónomas, cuando son frágiles o están ausentes incluso hoy en día. 21 De hecho, resulta apresurado defender la existencia de una “industria editorial capitalista” en Colombia, cuando todavía son muy pocos los escritores que viven de lo que escriben, y en el pasado, los casos son aún más excepcionales.
Sin embargo, una actitud en exceso escéptica acerca de la historia cultural colombiana puede llevar al que considero el otro de los malentendidos cuando se asume la teoría del “campo literario” en un sentido inflexible. A la luz de la “precariedad” del contexto cultural colombiano, sobre todo en las odiosas comparaciones con otros escenarios culturales —en especial el europeo—, solo podría identificarse un campo literario, en un sentido formal y pleno, hasta bien entrado el siglo xx —algunos conservadores del modelo creerían que solo ocurre hasta el siglo xxi —, cuando emergen una serie de escritores que reciben reconocimiento internacional, y cuando la literatura colombiana, aunque tímidamente, aparece en el panorama de las letras mundiales. 22 Desde esta perspectiva, la aparición de un campo literario moderno en Colombia se limitaría a la inscripción en un mercado cultural global, desconociendo las dinámicas de constitución interna de este mismo campo.
21 Entre los varios autores que sostienen este juicio, véanse Jaramillo Vélez, Colombia: la modernidad postergada (1998), y Cruz Kronfly, “Ser contemporáneo: ese modo actual de no ser moderno” (1998). Cada uno advierte el “retraso” en el que se encuentra la cultura colombiana frente a otras “modernidades”, en especial las europeas.
22 Juicio que expone, por ejemplo, Urrego (2002, 15), que en su estudio de los intelectuales colombianos sostiene que la autonomía del campo literario colombiano se consolida a partir de la década de los sesenta del siglo pasado. Vanderhuck (2012, 9) estudia también las fragilidades y dificultades para hablar, por ejemplo, de un campo en la primera mitad del siglo xx , y en ese sentido de la dificultad de acoger la propuesta de Bourdieu.
Frente a esta concepción del “campo literario” como una especie de punto de llegada; como lugar o meta que solo se consigue, cuando se tienen, en el mismo tiempo y con la misma cantidad, los ingredientes de una receta, este trabajo se aproxima al campo como sistema literario, entendido como un proceso permanente de configuración y reconfiguración, que va transformándose por tensiones internas y externas. En buena medida, el hecho de que en Colombia nunca haya estado en permanente actividad una industria editorial robusta, parecida a la de algunas regiones europeas, o incluso, en ciertos momentos, a las de Argentina y México, ha llevado a ignorar —cuando no a despreciar— que en Colombia existe una cultura editorial que, con sus hallazgos y tropiezos, ha fertilizado su cultura literaria. Este libro quiere demostrar que el esfuerzo de estos editores y proyectos editoriales, caracterizados por sus cortos ciclos de vida —la mayoría nace con altas expectativas que al cabo de un breve tiempo desaparecen—, ha cumplido un papel en la aparición y el funcionamiento de un sistema literario moderno.
Este texto parte entonces de la hipótesis de que la modernización de ese sistema literario en Colombia también tiene una relación directa con el particular desarrollo de su cultura editorial, cuyas raíces se pueden rastrear en procesos que datan de la Colonia y más atrás, en sintonía con esa nueva comprensión de la modernidad en Colombia, propuesta por autores como Jorge Orlando Melo, Santiago Castro-Gómez o Hélène Pouliquen. 23
23 Véanse Melo, “Algunas consideraciones globales sobre ‘modernidad’ y ‘modernización’ en el caso colombiano” (1990); Castro-Gómez, La hybris del punto cero. Ciencia, raza e ilustración en la Nueva Granada (1750-1816) (2005), Pensar el siglo XIX . Cultura, biopolítica y modernidad en Colombia (2005) y Tejidos oníricos. Movilidad, capitalismo y biopolítica en Bogotá (1910-1930) (2009); y de Pouliquen, “Una historia de la literatura para un nuevo lector” (2006).
Aunque este escrito se apoya en los presupuestos abiertos por la historiografía del libro y de la lectura, esta propuesta tampoco es una historia del libro; o no, al menos, según la versión que se concede a las historias nacionales del libro. 24 En principio, porque no me propongo hacer un balance del libro y el impreso en Colombia. Esta investigación se delimita al libro cuyo contenido es literario, en el sentido de presentar al lector una obra de arte verbal o con intención estética. Quedan por fuera del estudio libros de texto escolar, científicos, de interés general, universitario, enciclopedias, diccionarios, etc. También quedan por fuera del análisis las publicaciones seriadas, revistas, periódicos, folletines y todo aquello que no sea del formato objeto-libro. 25 Por supuesto, esta limitación no significa que este tipo de impresos no se tomen en cuenta para hacer algunos comparativos con los “libros literarios”, ni que los periódicos y revistas, sobre todo culturales, no sean una fuente fundamental para estudiar su circulación y recepción. En este sentido, prescindo en general de estadísticas generales, cuadros comparativos o balances que determinen por definir el “estado de cosas” acerca del mundo del libro colombiano.
24 Véase “Historias nacionales e historia internacional del libro y la edición”, de Mollier (2012). Existen esfuerzos individuales que han servido de inspiración para mi trabajo (Subercaseaux 2010; Lyons 2012). Sin embargo, también se encuentran trabajos de una historia editorial nacional como un esfuerzo colectivo y de múltiples miradas; en este sentido, este libro debe considerarse apenas un aporte en esa dirección.
25 Como referencia general, se tendrá en cuenta la definición de libro que propone la Unesco: “publicación impresa no periódica que consta como mínimo de 49 páginas, sin contar las de la cubierta” (Delavenay 1974, 9). Es importante considerar que en relación con las revistas y publicaciones periódicas en Colombia, aunque también hay muchos vacíos, existen avances importantes (véase Bedoya 2011). Sin embargo, estudios sobre el libro colombiano, como objeto de investigación en sí mismo, hasta hace unos años, la bibliografía era casi inexistente.
De igual manera, aunque estudio a los editores y las editoriales literarias, el mapa que propongo no puede asumirse definitivo y tampoco tiene la pretensión de serlo. Todo mapa es una abstracción. Si bien los ejemplos aquí analizados, por varias razones, son presentados como significativos, no son los únicos y tampoco pueden ser previstos como “los más importantes”; más, si se tiene en cuenta un territorio extenso como Colombia y un siglo lleno de convulsiones y transformaciones, como el siglo xx . Como se tendrá oportunidad de reflexionar, un proyecto editorial puede tener impacto en una comunidad pequeña y ser muy importante para un contexto o situación específica. Así que si aparecen editores y se llama la atención sobre proyectos editoriales que se omiten en esta revisión, su encuentro fortalecerá la tesis principal que se ha buscado defender. Demostraría que esta cultura editorial es vigente e importante, e incluso más diversa de lo que en principio se plantea. Por otra parte, hay algunos tópicos que ahora se estiman relevantes —con justa razón— en los más recientes estudios sobre el libro y que en esta publicación no tienen suficiente desarrollo. En los últimos años, han surgido varios trabajos acerca del sensible tema de la censura literaria. Este es un asunto fundamental también en Colombia, que requiere una investigación profunda. Otro es el relacionado con la presencia femenina en el campo editorial, aspecto en el que ya se han desarrollado importantes avances. 26
Pero debo decir que ante los vacíos que encontré en su momento en la cartografía de editores y proyectos en Colombia, me concentré en visibilizar y demostrar la existencia de este campo cultural, antes que abordar estos temas que son centrales
26 Véase el libro de Margarita Valencia y Paula Andrea Marín, Ellas editan (2019), en la que se recoge el testimonio de dieciséis editoras colombianas y su papel dinámico en el desarrollo de colecciones editoriales y en la definición de políticas públicas en torno a la lectura y la escritura.
y urgentes. Si este trabajo motiva nuevos trabajos en esta área, cumplirá uno de sus principales objetivos.
Dicho lo anterior, los capítulos están organizados de manera consecutiva y más o menos cronológica. Más que describir una evolución o una operación causal, se busca seguir un proceso; mostrar el desarrollo y la participación, cada vez más activa, de editores y agentes en un sistema editorial que, con el tiempo, se enriquece más y se hace, en cierto sentido, más complejo.
Después de definir algunas características generales del editor moderno, según la tradición historiográfica que sirve de soporte, el capítulo 1 identifica algunos de sus rastros durante el siglo xix en Colombia. La hipótesis que persigo en este capítulo es que el editor de libros ya existe en el siglo xix colombiano, pero debido a las limitaciones técnicas y las condiciones mismas de producción intelectual, su aparición es esporádica y aún su figura es confusa. De cualquier modo, para esa época, es posible encontrar algunos proyectos e iniciativas de publicación que responden a una visión moderna de la edición. Paulatinamente, el editor, en tanto agente independiente, va separándose de las actividades del impresor o el librero, al cual estaba asociada su práctica.
En el capítulo 2 se abordan los primeros años del siglo xx , donde se observa que no hubo un cambio brusco en relación con la producción y la edición de libros respecto al siglo anterior, pero operan una serie de transformaciones, de orden material y cultural, que serían definitivas para el surgimiento de proyectos de edición de libros. Fenómenos como la movilidad de una ciudad letrada, la conciencia de la importancia de la materialidad, la llegada del linotipo y nuevas condiciones técnicas, así como una generación de autores y lectores inquieta con las actividades de publicación, serían definitivos para la emergencia de nuevos proyectos editoriales.
Con base en estas transformaciones culturales, el capítulo 3 analiza algunos de esos primeros proyectos, que surgen desde la década de los veinte, e indaga en qué medida las “casas
editoriales” ya demuestran una conciencia de la importancia de la materialidad del libro y la eficacia de los paratextos, desarrollan estrategias para la circulación de sus libros y construyen catálogos editoriales. Estas primeras editoriales empiezan a mostrar la tensión entre la edición como conservación y canonización de unos autores, y como ruptura y búsqueda de nuevos horizontes literarios.
El capítulo 4 se enfoca en el problema de la edición en el contexto de la denominada “República Liberal”. Este periodo dará lugar a la primera política pública del libro, con dos principales enfoques: el Estado editor, estrategia que consiste en la definición de textos seleccionados por élites culturales para transmitir y popularizar dentro de la población; y una estrategia en la que el Estado es más bien promotor de un mercado, que permite e incentiva la compra de libros y el acceso libre a los textos. Con algunas variaciones, estas serán las dos principales políticas que se desarrollarán durante el siglo xx y que, de alguna manera, marcan la producción y la edición de libros de las décadas de los treinta y los cuarenta.
El capítulo 5 aborda cómo continúan estas políticas en la década siguiente y explora el fenómeno de la consolidación de la imagen del libro colombiano, motivado por una política de promoción del libro nacional y los efectos de la guerra europea, que dificultó la importación de libros y de insumos para la industria. Este es el momento de la época de oro para la edición del sur del continente, en la cual emergió también en Colombia un interés creciente por la publicación; se advierte cómo el país será uno de los beneficiarios de la amplia circulación de la edición austral, que le servirá como referente para el desarrollo de la propia industria editorial local.
En el capítulo 6 me ocupo de una serie de proyectos cuya característica es ser desarrollados por lo que se denomina “editores intelectuales”. Pese a los intentos de constitución de una industria editorial, para la década de los cincuenta y parte de la de los sesenta, los encargados de la edición seguían siendo
esencialmente editores que veían en la edición una actividad complementaria a su actividad intelectual, que incluía la de ser libreros, a veces impresores o incluso autores. Estos editores intelectuales desarrollarán proyectos que fecundarán, de manera definitiva, una cultura literaria, que veía la necesidad de una industria editorial y la consecuente profesionalización del oficio del escritor. También vemos cómo encontraron muchos desafíos y dificultades comerciales.
En el capítulo 7 se trata el fenómeno de la edición durante tiempos del denominado “ boom latinoamericano”. Aunque en Colombia, durante este periodo, no se desarrollarían, en un primer momento, proyectos editoriales de impacto continental, sí habría una influencia de este boom editorial, en términos de la dinámica de configuración de un ecosistema moderno del libro. García Márquez , presencia definitiva para la segunda mitad del siglo xx , es una de las principales figuras renovadoras de este campo editorial e intelectual colombiano.
Finalmente, en el capítulo 8, se muestra una etapa de consolidación de la industria editorial nacional, donde se avizoran editoriales grandes, una fortaleza de la edición estatal y editoriales pequeñas e “independientes”. Convertido en el tercer mercado editorial en Latinoamérica, Colombia ya muestra evidencias de este ecosistema moderno del libro, aún con enormes desafíos, pero con múltiples posibilidades. Para finales de la década de los ochenta, se propone la realización de la Feria Internacional del Libro de Bogotá, con lo cual se empieza una nueva etapa de la cultura editorial y ubica a Colombia en la geografía de la edición mundial. 27
A manera de epílogo, se presentan algunos de los desafíos que se plantean al editor en la década de los noventa, se analiza el caso de una editorial representativa del siglo pasado y se
27 Es el comienzo de lo que Schiffrin (2000) llamará, con un tono apocalíptico —y algo de retaliación personal—, la época de la “edición sin editores”, lo que marca una nueva etapa, profundizada con la llegada de Internet.
sugiere el proceso de transición a una nueva etapa, donde se enfrentan otros desafíos.
El libro termina con un apartado de conclusiones generales del estudio.
En suma, con este libro, se espera aportar una mirada más comprensiva sobre los aspectos relacionados con la producción, distribución y recepción del libro literario, y su influencia en el desarrollo de la literatura colombiana en el siglo xx . Esto implicará demostrar el significativo papel del editor, como figura dentro del campo, así como entender el valor que tiene el libro como instancia legitimadora y actividad intelectual. Con esto se busca visibilizar algunos editores y proyectos editoriales en Colombia, y mostrar cómo enriquecen la vida intelectual local, al permitir el flujo de obras, autores y la diversidad literaria. Entre los propósitos del estudio se encuentra animar a futuros investigadores en el estudio de la cultura editorial en el país.
Este libro construye una cartografía de editores y editoriales que participaron en la publicación de libros literarios en Colombia en el siglo xx . Su hilo argumental intenta demostrar la importancia de estos agentes y sus proyectos de edición en la consolidación de una cultura de la lectura y la escritura de textos literarios en los géneros modernos (novela, cuento, poesía o ensayo). Asimismo, el texto indaga sobre algunos aspectos relacionados con la producción e impresión de libros, las ferias y la comercialización, los derechos de autor, las instituciones alrededor del libro y de la lectura, entre otros, que permiten entender cómo se fue creando un sistema cultural en torno a la producción, la circulación y la recepción del libro literario. Desde esta perspectiva, a partir de una robusta revisión bibliográfica y del análisis de los propios catálogos editoriales, se advierte un recorrido en muchos sentidos inédito sobre los procesos de institucionalización y desarrollo de la literatura en Colombia en el siglo pasado.
ISBN: 978-958-500-089-6