EL TRABAJO EN ARGUMENTACIÓN
EL TRABAJO EN ARGUMENTACIÓN
Identificación de argumentos y evaluación con esquemas
Schumann Javier Andrade UribeReservados todos los derechos
© Pontificia Universidad Javeriana
© Schumann Javier Andrade Uribe
Primera edición: diciembre de 2022
Bogotá, D. C.
ISBN (impreso) : 978-958-781-787-4
ISBN (digital): 978-958-781-788-1
DOI: http://doi.org/10.11144/ Javeriana.9789587817881
Número de ejemplares: 300
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Andrade Uribe, Schumann Javier, autor
El trabajo en argumentación : identificación de argumentos y evaluación con esquemas / Schumann Javier Andrade Uribe. -- Primera edición. -- Bogotá : Editorial Pontificia Universidad Javeriana, 2022.
200 páginas ; 18 cm
ISBN: 978-958-781-787-4 (impreso)
ISBN: 978-958-781-788-1 (electrónico)
1. Argumentación 2. Teoría de la argumentación 3. Razonamiento 4. Filosofía de la ciencia 5. Escritos académicos 6. Análisis del discurso I. Pontificia Universidad Javeriana. Facultad de Comunicación y Lenguaje
CDD 160 edición 23
14/10/2022
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Las ideas expresadas en este libro son responsabilidad exclusiva de su autor y no comprometen las posiciones de la Pontificia Universidad Javeriana.
Presentación
La teoría de la argumentación contemporánea tiene hoy en día un campo de estudio independiente y autónomo gracias al aporte de diferentes disciplinas, por ello no existe una teoría única, uniforme y universal de la argumentación; sin embargo, esto no puede entenderse como la ausencia de programas o propuestas claramente definidas. Desde la publicación de Los usos de la argumentación, de Stephen Toulmin, y el Tratado de la argumentación, de Chaïm Perelman y Lucie OlbrechtsTyteca, se ha trazado un conjunto de tareas, problemas y desafíos que ha llevado a un vertiginoso desarrollo de la argumentación como campo de estudio.
En este marco de referencia se propone un texto que da cuenta de dos aspectos fundamentales para la teoría de la argumentación: por una parte, la identificación de argumentos en un contexto conversacional y, por otra, la evaluación de argumentos mediante el recurso de los esquemas argumentativos. Se busca
entonces comprender, en el marco del diálogo de persuasión, los criterios teóricos para exponer las estrategias dirigidas a la identificación de argumentos y su evaluación mediante esquemas; en ese sentido se planea una obra que busca reunir algunos de los aportes más relevantes en la nueva dialéctica, de Douglas Walton, y los avances en teoría del diálogo, de Frans van Eemeren y Rob Grootendorst. En Colombia la apropiación de la teoría de la argumentación es reciente, por lo que una propuesta de este tipo es innovadora y marca una distancia de aquellos trabajos que enfatizan únicamente en la lógica o de aquellos que recurren al análisis del discurso como única herramienta, pues, si bien es cierto que existen textos sobre argumentación, traducciones y otro tipo de materiales, hasta el momento no existe trabajo alguno con esquemas argumentativos, por lo que considero que un aporte a la argumentación en lengua castellana es la apropiación y el uso de estos esquemas.
Además del componente teórico, en el cual no existe un aporte original, el texto ofrece la explicación detallada de la aplicación de los principios teóricos mediante el análisis de documentos que provienen del uso común; el recurso a periódicos, revistas de amplia divulgación, textos académicos y videos como
insumo para la analítica de la argumentación representa uno de sus mayores valores, ya que no se limita a la presentación de un conglomerado de conceptos y un ejemplo inventado que se ajusta de un modo perfecto a los conceptos propuestos, sino que expone el uso de cada criterio en un paso a paso, de modo que se recrean distintos recursos analíticos para que un usuario pueda comprender el lenguaje. Como aporte adicional, el texto se caracteriza por una presentación sistemática de los diferentes tipos de argumentos, en especial, de argumentos de uso común que la tradición ha tratado como falacias, pero que hoy en día deben considerarse como argumentos plausibles.
Este libro es el resultado de mi trabajo como docente al enseñar argumentación, es decir, de cómo he tratado de lograr que los que han sido mis estudiantes argumenten de un mejor modo en espacios formales, escolarizados o en la vida cotidiana, lo que sin lugar a dudas solo es posible si se les ofrecen los criterios que provienen de la teoría de la argumentación mediante una puesta en escena que permita la comparación entre los diferentes tipos de argumentos, dado que un buen argumentador es entendido aquí como aquel que tiene una pluralidad de argumentos a su disposición. Por lo tanto, se busca que este texto sea
una herramienta de consulta, especialmente para estudiantes, aunque también está dirigido a los docentes y a cualquiera que se interese en la identificación y evaluación de argumentos mediante criterios y conceptos bien definidos, para con ello poder reconocerlos y evaluarlos.
Por último, la teoría de la argumentación ofrece una perspectiva de aproximación a lo expresado, a lo textual, a un modo particular de atención, donde la escucha y la lectura atenta solo son posibles mediante criterios; por ello este tipo de escucha y de lectura argumentativa no constituye un ejercicio ingenuo o desprevenido, sino que, por el contrario, es una dinámica focalizada en la que el oyente y el lector deben procurar una acción crítica permanente. Se espera entonces un oyente argumentativo que también sea un hablante-escritor argumentativo, es decir, un individuo con preocupación por la oratoria y escritura cuidadosa mediante el espíritu de la autorrevisión atenta, de modo que el escritor en su proceso de producción no solo se ha de preocupar por la construcción del texto, sino también por la revisión, la cual en este caso debe ser argumentativa. Por lo anterior, el trabajo en la identificación y la evaluación mediante esquemas constituye algo más que una estrategia de evaluación, se
consolida como una herramienta de elaboración y desarrollo del pensamiento crítico en la que la producción del texto o del discurso tiene desde su concepción una producción de calidad argumentativa.
Guía conceptual para el trabajo con argumentos Para el estudio de la argumentación, la aparición en 1958 de Los usos de la argumentación, de Toulmin, y el Tratado de la argumentación, de Perelman y OlbrechtsTyteca,1 inaugura y da fundamento a lo que se denomina actualmente como la teoría de la argumentación (Gilbert, 1997; Van Eemeren, 2001). Estos dos textos, por diferentes razones, discuten los rasgos y los criterios de lo que ha de entenderse por argumento. Toulmin (2007) estima que su propósito es criticar la definición o el significado que hasta el momento se tiene de argumento. Por su parte, Perelman y OlbrechtsTyteca (1989) desean dar un nuevo aliento a la olvidada, e incluso desprestigiada, retórica, al proponer una teoría del argumento en el marco de una nueva retórica que le dé importancia a la relación entre un
1
Esta obra, muy conocida y ampliamente difundida, fue originalmente publicada en francés, la versión en inglés se publicó en 1969.
orador y una audiencia como una actividad racional para los ámbitos judiciales. Efectivamente, el desarrollo de la teoría de la argumentación contemporánea ha tomado aires de independencia y son múltiples los adelantos y las aproximaciones a la noción de argumento. Sin embargo, todos estos trabajos han surgido en compañía de otras disciplinas, como la lingüística o la semiología, y por supuesto también han bebido de la riqueza de la filosofía; además, no son pocos los aportes que van de la mano de la recuperación de obras de vieja data que se consideraban ya superadas. No es el propósito de esta obra ofrecer un panorama completo de todas y cada una de las perspectivas que se trabajan en la argumentación, tan solo pretende tomar algunas herramientas que vienen de ellas para mostrar el trabajo reflexivo y así ofrecer una visión de lo que comúnmente llamamos argumento.
En el trabajo con argumentos la lógica ha ocupado un lugar de privilegio: es común que los cursos sobre argumentos inicien por ella o tengan un componente lógico. No obstante, el propósito de la lógica se ha transformado a lo largo del tiempo, y por ello tratar de determinar cuál es su objeto de estudio, en particular cuando aparece el espíritu formalista y los desarrollos por la vía de la matematización, ha llevado a un
cambio en el método; en otras palabras, aunque parece que existe una claridad sobre la finalidad de la lógica, cohabitan distintas variedades en un campo de estudio y de debate.2 Jaakko Hintikka y Gabriel Sandu lo expresan del siguiente modo: No está nada claro lo que se entiende o debería entenderse por lógica. Lo que sí resulta razonable, sin embargo, es identificar la lógica con el estudio de inferencias y relaciones inferenciales. En cualquier caso, tiene un evidente uso práctico: nos ayuda a razonar bien, a construir buenas inferencias. De ahí el porqué de que la teoría relativa a cualquier parte de la lógica parezca adquirir de manera característica la forma de conjunto de reglas de inferencia. (Hintikka y Sandu, 2007, p. 15)
Este fragmento ubica a la lógica en el terreno de la inferencia, en un sentido más preciso, en el de las reglas de inferencia, pero no se ve con claridad cuál es el lugar de los argumentos. Al inicio de los cursos de argumentación y también de lógica es recurrente definir la lógica como el arte o la ciencia del razonamiento, así, por ejemplo, Irving Copi y Carl Cohen sostienen que “la lógica es el estudio de los métodos y principios
2 Para un panorama completo sobre las reflexiones acerca de la lógica, véase Frapolli (2007).
para distinguir el razonamiento bueno (correcto) del malo (incorrecto)” (Copi y Cohen, 2013, p. 4), y más adelante afirman que “en correspondencia con cada inferencia posible hay un argumento, y el principal interés de los lógicos concierne a los argumentos” (Copi y Cohen, 2013, p. 4). Por tanto, son al menos tres los elementos que se asocian a la lógica, y que definen su quehacer: la inferencia, el razonamiento y el argumento. Además, no hay que olvidar que la tarea de la lógica no se limita a la definición de estos tres elementos, sino que además se incluye el carácter normativo al determinar los casos de cumplimiento de los conceptos mencionados, con lo que emerge la empresa de esclarecer las reglas o los criterios para determinar qué es una inferencia, un razonamiento y un argumento, y, más aún, de emitir un juicio valorativo que diferencie lo correcto de lo incorrecto, lo que, dicho así, muestra a la lógica como la guardiana de los buenos argumentos, como una disciplina vigilante.
Ciertamente la preocupación de la teoría de la argumentación son los argumentos y lo relacionado con ellos, de ahí que una ruta común para trabajar con argumentos sea por la vía de la lógica, y que por tanto no sea extraño que deba ocuparse también de las inferencias y los razonamientos; en ese sentido habría
entonces una simetría entre la lógica y la teoría de la argumentación, una identidad que se mantuvo por mucho tiempo, por lo que las herramientas para el estudio de los argumentos han sido las herramientas de la lógica.
Sin duda, la noción de argumento constituye el ojo del huracán, como el lugar en el que se expresan las inferencias o el modo de darse el razonamiento (Copi y Cohen, 2013), es decir que los criterios que definen al argumento vienen dados y están fuertemente atados a las definiciones de inferencia y de razonamiento. Así entendido, un argumento es un conjunto de proposiciones en el que unas, las premisas, sirven de fundamento a otras, las conclusiones, y la inferencia es el paso de las premisas a la conclusión de un modo bien definido, según unos criterios que forman parte del pensamiento: si el paso de las premisas a la conclusión está justificado, entonces se evaluará el argumento como bueno (válido), y en el caso contrario, de que este paso no esté justificado, entonces se juzgará como malo (inválido) (Copi y Cohen, 2013).
Para la lógica es central la noción de proposición, sin embargo, no tomaremos la vía simbólica para mostrar el carácter inferencial que ella tiene, como se verá más
adelante, las proposiciones nos interesan como elemento funcional en la constitución de un argumento. De acuerdo con lo anterior, son dos los aspectos clave: uno, que tanto la conclusión como las premisas son proposiciones y, dos, que el paso que va de las premisas a la conclusión es un paso racional, que ocurre mediante mecanismos racionales, reflejados en criterios y reglas. Que los argumentos posean estas dos características ha abierto debates interesantes, que forman parte de la historia de la lógica, pero lo más importante es que han sido la tierra fértil para la fundamentación y construcción de la hoy llamada teoría de la argumentación, pues abrieron la puerta para retomar y revalorar textos de la tradición filosófica, como, por ejemplo, los Tópicos o las Refutaciones sofísticas, de Aristóteles; el Ensayo sobre el entendimiento humano, de Locke, y los trabajos de Boecio, Cicerón y Quintiliano, entre muchos otros. Esto renovó e incorporó a la discusión aspectos como el diálogo, la falacia, la audiencia y el orador, y se incluyeron temáticas, textos y nuevas lecturas, sin dejar de lado la influencia normativa. En consecuencia, ser racional es ofrecer buenos argumentos y ser irracional es dar malos argumentos o no dar ninguno. Que la argumentación esté ligada con la racionalidad impone
pensar la racionalidad en términos del proceso y las interacciones para argumentar y en dónde aparecen los argumentos.
El que la lógica tomara el camino de la deducción mediante el uso de mecanismos simbólicos hizo que se le acusara, no siempre con justicia, de mantener una distancia con las prácticas cotidianas o con el uso común del lenguaje, pero el mayor problema fue pensar que la noción deductiva de inferencia debía ser el único modo correcto de hacer y de describir las inferencias, de razonar y, por tanto, de argumentar, y, en última instancia, como lo que estaba en juego era la racionalidad humana, emergió el planteamiento y la sugerencia de la existencia del argumento ideal y perfecto, lo que condujo a reduccionismos que se transformaron en dogmatismo.
Pese a esto, el espíritu de Toulmin (2007) y de Perelman y Olbrechts-Tyteca (1989), cuyo motivo era el abandono del modelo geométrico de demostración, orientó las nuevas reflexiones dirigidas a repensar la inferencia deductiva como el paradigma para modelar argumentos, lo que dio un empuje al desarrollo de lógicas alternativas de muy diversos tipos (lógicas modales, temporales, deónticas, epistémicas, etc.) y también a formas alternativas de ver los argumentos. Así pues,
la lógica puede modularse de muchas maneras, y los mismos sucesores de Gottlob Frege y Bertrand Russell empezaron a hablar en plural de la lógica, al punto que hemos llegado a hablar de una lógica informal. Se atribuye a Ralph Johnson y Anthony Blair ser los fundadores de la lógica informal con la publicación de Logical Self-defense, en 1977. Para ellos la pregunta central en una teoría de la argumentación debe orientarse por cuál criterio o cuáles rasgos debe poseer un argumento para ser un buen argumento (Johnson y Blair, 1983, p. xix), lo que, como hemos visto, es una pregunta central. Ahora bien, para Johnson y Blair el modo en que la lógica deductiva ha dado respuesta a esta pregunta no ha sido adecuado, ya que, siendo profesores en la Universidad de Windsor, en Canadá, sus estudiantes les hacían afirmaciones tales como “Esto realmente no me ayuda en la vida diaria” o les preguntaban “¿Y ahora qué hago con esto?”, a lo que ellos, con honestidad, respondían que no sabían, lo que los motivó a escribir un libro que no fuera de lógica formal, sino de lógica informal, es decir que se cambió el criterio deductivo de validez por uno mucho más amplio y general: un buen argumento es aquel que cumple con tres criterios, la aceptabilidad, la relevancia y la suficiencia (Johnson y Blair, 2008). A
juicio de los autores proponer estas tres categorías tiene la ventaja de incluir diferentes tipos de inferencia e incluso de razonamiento. Para Johnson y Blair un argumento es un producto social y público que busca la persuasión racional mediante el acto de dar y recibir razones, lo que significa que un argumento se evalúa comparativamente, en la práctica; por ello, los criterios para diferenciar un buen argumento de uno malo dependen de relaciones que no son formales: una inferencia, al ser una actividad mental y privada, es imposible de evaluar, pero su producto, los argumentos, están a la vista, y allí se debe centrar la valoración, es decir que evaluar el proceso (mental) mediante el cual se pasa de las premisas a la conclusión no tiene sentido. En otras palabras, el retorno a lo comparativo trae beneficios asociados con el incremento de la racionalidad, el respeto por la evidencia y los diferentes puntos de vista, lo que redunda en la existencia del pensamiento crítico (Johnson y Blair, 2008).
Todo esto llevó a reconocer que el enfoque con el cual se aborda la comprensión y el trabajo con argumentos no debía limitarse al enfoque lógico formal axiomático en un sentido estricto, por lo que era necesario ampliar la perspectiva y el panorama. Esto no significó un abandono completo de la lógica, pues era
importante mantener el carácter normativo, pero los criterios debían abarcar otros aspectos del argumentar. Que la lógica fuera la llamada a estudiar los argumentos no parecía estar en duda, sin embargo, el valor de la retórica dentro de la teoría de la argumentación no gozaba de la misma consideración. En este campo la obra de Perelman y Olbrechts-Tyteca es notable, pero también debe resaltarse el artículo de Michel Charolles “Les formes directes et indirectes de l’argumentation”, publicado en 1980;3 la perspectiva desarrollada por Oswald Ducrot (2008) y Jean-Claude Anscombre, y los trabajos de valoración retórica de Chistopher Tindale (2004).4 La importancia de todos ellos reside en convertir la retórica en una teoría de la argumentación, lo que quiere decir que el estudio en argumentación ha de incluir una noción como la de persuasión, y con ello dar un nuevo aire o un nuevo espacio para juzgar los argumentos. No obstante, la persuasión no debe limitarse a un conjunto de técnicas emotivas, al
3 Este artículo tiene una versión en español, “Las formas directas e indirectas de la argumentación” (1996), elaborada por el profesor Gerardo Álvarez, autor del texto Textos y discursos. Introducción a la lingüística del texto (1996).
4 En español, la Universidad Eafit publicó en 2017 Retórica y teoría de la argumentación contemporáneas. Ensayos escogidos de Christopher Tindale, traducido por el profesor Cristián Santibáñez.
simple instructivo de pasos para que suene bonito o para la manipulación, sino que se tiene que entender en un sentido racional, en el que sin duda las técnicas y las estrategias van de la mano del uso de esquemas argumentativos, de modo que sea posible moverse más acá de lo demostrable (lógica), pero más allá de la mera especulación.
La retórica así pensada nos muestra cómo ajustar un discurso de premisas y conclusiones en relación con un objetivo claro y determinado con base en creencias, sentimientos y juicios: “Naturalmente, el objeto de esta teoría es el estudio de las técnicas discursivas que permiten provocar o aumentar la adhesión de las personas a las tesis que se presentan para su asentimiento” (Perelman y Olbrechts-Tyteca, 1989, p. 34). En esta perspectiva los argumentos se ubican en relación con los participantes de la argumentación, y con ello se establece el lugar adecuado para pensar las herramientas que permiten la interacción que surge entre ellos, pues una argumentación solamente se lleva a cabo cuando ambos componentes, orador y auditorio, interactúan: “Para que se desarrolle una argumentación, es preciso, en efecto, que le presten alguna atención aquellos a quienes está destinada” (Perelman y Olbrechts-Tyteca, 1989, p. 53).
Una persona puede presentar un discurso con toda la intención de persuadir o influir a un auditorio determinado, pero si este último no le presta la atención necesaria, su esfuerzo será en vano, como bien lo afirma Perelman: “Es preciso que un discurso sea escuchado, que un libro sea leído: porque sin esto su acción será nula” (Perelman, 1997, p. 30). La retórica así entendida surge como un complemento de la lógica: si la lógica tiene la preocupación de ofrecer criterios para diferenciar los argumentos correctos de los incorrectos, la retórica muestra los mecanismos usados para persuadir y convencer, es decir, nos muestra la dimensión más humana de la argumentación. En efecto, la argumentación no consiste tan solo de argumentos, sino también de personas, quienes argumentan y a quienes va dirigida la argumentación.
Ahora bien, la teoría de la argumentación amplió y desarrolló nuevas herramientas cuando se apropió de algunas de las reflexiones sobre la naturaleza del diálogo en el marco de lo que caracteriza el lenguaje y propuso que la argumentación es un acto de habla complejo, en el que se deben reconocer ciertas reglas y ciertos propósitos o fines. Esta es la propuesta de la pragmadialéctica, planteada por Van Eemeren y Grootendorst (2002), y de la nueva dialéctica y los tipos
de diálogo, de Walton (1998). En ella el diálogo tiene una lógica, y su centro no está en el estudio de la relación entre premisas y conclusiones o en la relación entre orador y auditorio, sino que más bien se adopta un nuevo modelo teórico: el diálogo argumentativo. Estos modelos de diálogo o ideales de la conversación humana tienen dos ventajas: por una parte, un ideal filosófico de razonabilidad, que permite desarrollar un modelo teórico de argumentación aceptable, y, por otra, el centrarse en la investigación empírica de las diferentes realidades argumentativas, para determinar en dónde ocurren los problemas en la práctica.
Lo anterior quiere decir que la teoría de la argumentación busca alimentarse de las reflexiones sobre el lenguaje común. Así, por ejemplo, toma aspectos que provienen de la figura de Ludwig Wittgenstein, quien propone que en los juegos de lenguaje las palabras adquieren significado de acuerdo con el uso que en ellos se les da (Wittgenstein, 1988, § 43). El recurso a los juegos del lenguaje es interesante porque permite caracterizar y resaltar que los diferentes tipos de diálogo deben pensarse dentro de dinámicas sociales en cuanto actividades orientadas por reglas; es decir que son actividades con un carácter normativo, que pueden describirse, aprenderse y enseñarse.
En esta línea también aparece el nombre de John L. Austin, quien señala que la conciencia apofántica y sus actos locucionarios se ve desbordada por otros actos lingüísticos: ilocucionarios y perlocucionarios, pues con el lenguaje no solo se dice algo del mundo, sino que también “se hacen cosas” (Austin, 1981). Para Austin, estudiar las cosas que hacemos con el lenguaje se logra si se presenta alguno de estos tres aspectos: primero, un cambio de estado, es decir que el lenguaje cambia las condiciones ontológicas de alguien o de algo, como pasar de estar soltero a estar casado, por ejemplo; segundo, la necesidad de tener una condición o de que la acción se dé bajo unas condiciones bien definidas, como, por ejemplo, cuando se da una orden, esta debe darse en un momento preciso por parte de alguien que efectivamente garantice su cumplimiento, y, tercero, condiciones de sinceridad, con las que llevar a cabo una acción lingüística implica unas condiciones de creencia marcadas por el deseo de llevar a cabo dicha acción. Además, Austin sugiere que hacer cosas con el lenguaje trae consigo infortunios o errores que ocurren cuando no se cumplen las condiciones antes mencionadas. Este hacer con palabras se conoce con el nombre de actos de habla, y fue John Searle quien, por
medio de sus rasgos, caracterizó y clasificó sistemáticamente los actos ilocucionarios.
Tampoco se puede omitir el nombre de Paul Grice, quien también se ocupó del lenguaje de uso común y de la forma en que adquiere significado. Para Grice, el significado es un asunto de intención, y más que reglas lo que existen son unas máximas que rigen la actividad lingüística humana de dialogar (Grice, 2005). A juicio de Grice, toda conversación debe estar acompañada por el cumplimiento de estas máximas, pues es el mejor modo de satisfacer las expectativas del oyente, con el fin de mantener el principio de cooperación comunicativo. Además, Grice muestra una nueva forma de inferencia pragmática denominada implicatura, es decir, intervenciones en una conversación que dejan de cumplir todas o algunas de las máximas pero que, sin embargo, logran decir algo, porque existe una intención que les atribuye un significado particular dada la situación lingüística en la que ocurren, a esto Grice le llama implicaturas conversacionales.
En resumen, una teoría de la argumentación tiene una profunda raíz en la lógica, pero también debe incluir el carácter dinámico de su aplicación al retomar elementos venidos de la retórica y la dialéctica, para con ello reflexionar sobre el argumentar y los
argumentos, en una actividad que debe incorporar y centrar el ejercicio explicativo más acá de la inferencia, pero más allá de la gramática y la ortografía. Como consecuencia, las herramientas para el trabajo con argumentos han de mantener un espíritu normativo, deben llamar la atención sobre las estrategias para buscar la persuasión y revisar los mejores modos para abordar el escenario donde se presenta el pensamiento crítico. Por lo tanto, este libro trabaja en argumentación, mas no propone el desarrollo exhaustivo de cada una de las líneas de la teoría de la argumentación, sino que ofrece más bien un mapeo del lenguaje a partir del argumentar, entendido con al menos tres coordenadas: la lógica, la retórica y la dialéctica. Todas ellas, como hemos visto, han enfilado esfuerzos para comprender la práctica humana de convencer a alguien de algo, es decir, para dar cuenta de los productos de la argumentación, esbozar los modos o estrategias de persuasión y comprender los procesos para defender un punto de vista. Así pues, la argumentación es una propuesta que, vista en conjunto, ofrece una imagen sinóptica del lenguaje y que incluye herramientas para la identificación, la reconstrucción y la evaluación de argumentos cuando se
busca responder a las exigencias comunicativas en el marco del diálogo.
Como ya he sugerido, me interesa una apuesta integradora de los enfoques que estudian la argumentación, lo que no quiere decir que deba asumirse un reduccionismo, pues no es de mi interés hacer una valoración de las teorías de la argumentación; es mejor adoptar la argumentación como un espacio de trabajo que debe tomar y adaptar las herramientas que le sean necesarias para que el estudio y apropiación de la teoría en argumentación tenga sentido dentro de los espacios educativos. Ahora bien, esto puede verse como un asunto netamente instrumental de la argumentación, no obstante, correré ese riesgo, ya que cuando se aborda el argumento en conjunto lo que se hace es ofrecer una triada de coordenadas a partir de las cuales se establecen puntos de referencia para ubicarse en el lenguaje.
Estas tres coordenadas describen y representan la tectónica del lenguaje, es decir, determinan los límites a partir de los cuales se puede construir una imagen de las estructuras, dinámicas y texturas sociales que lo definen. En un primer momento, la lógica nos recuerda la importancia de valorar los argumentos y la necesidad de caracterizar los mecanismos a través de
los cuales se transfieren ciertas propiedades mediante compromisos estructurales; en un segundo momento, la dialéctica aporta la variedad de acciones lingüísticas en el marco de lo que estas significan y cómo ello implica un esfuerzo cooperativo, pues dialogar no se limita a emitir sonidos y respetar una secuencia, sino que es el resultado de responder a responsabilidades razonables, y, por último, la retórica aporta una tarea típicamente de alteridad, al comprender de un modo razonable las estrategias y los esquemas que tendrían éxito para seducir a una audiencia.
Por todo lo anterior este texto no asume una única línea teórica en argumentación, lo que no quiere decir que no haya apropiaciones o tendencias. Así pues, el documento tiene como eje algunas nociones para la identificación de puntos de vista a la luz de Van Eemeren y Grootendorst, para luego enfatizar en la evaluación y reconstrucción de argumentos a partir de las nociones de Walton, alimentado por otras propuestas o comprensiones, como las de Trudy Govier o William Gustason. Espero haber llevado a cabo esa tarea del mejor modo en ejemplos extraídos de periódicos o de videos. Si bien propongo una perspectiva para el análisis y la comprensión del argumento, no es esta la única que hay, sino que tan solo es una vía sugerida.
En consecuencia, me interesa que el lector reflexione, comprenda y asuma una serie de relaciones: primero, la relación entre lógica y dialéctica, pues la construcción y evaluación de argumentos en una conversación fortalece la idea de un conversador crítico; segundo, la intersección entre lógica y retórica, porque la noción de esquemas argumentativos seductores cultiva los criterios de éxito de las inferencias en un oyente razonablemente responsable, y, por último, el cruce entre dialéctica y retórica, ya que cimienta las estrategias en las que los actos de hablan son exitosos con fines persuasivos en una situación bien definida y con un marco normativo del diálogo.
Adoptar esta postura posee al menos dos consecuencias importantes: en primer lugar, incorpora aspectos tanto normativos como descriptivos y, segundo, los productos de la argumentación y los procesos en los que ocurren los argumentos no son dos instancias independientes sino necesariamente complementarias, que incorporan elementos de reconstrucción. Así pues, no se trata de buscar algo así como la argumentación perfecta, sino de estar atento a los diferentes aspectos que engloba la argumentación, si de transitar por el lenguaje se trata.
Saber argumentar y plantear puntos de vista claros y defendibles no es solo importante en el ámbito académico, sino también en la cotidianidad. En este sentido, este manual resulta de gran utilidad para quienes buscan trabajar en su argumentación.
Teniendo esto en cuenta, el libro está dividido en dos partes para que su lector 1) aprenda a identificar, comprender y evaluar argumentos a través de tres relaciones: lógica-dialéctica, lógica-retórica y dialéctica-retórica; y 2) revise la robustez de los argumentos mediante el recurso de los esquemas y evalúe la eficacia de los argumentos a través del análisis de textos académicos, de periódicos o de revistas. Además, en todo el manual se presentan diferentes tipos de argumentos y sus características en circunstancias de uso diario para que el lector se familiarice con este tema.