DEL TIEMPO
Pura María García
Palabras a Olivia‌
Hay veces que el tiempo se detiene, deja escapar un aliento que desconoce su fuerza, su misterio. Un dĂa, los dos ojos inquietos de una nube preciosa se abren convertidos en sinceras cometas, atadas a las manos con una cuerda
roja. Y vuelan. Se debaten entre el aire nuevo que cimbrea el universo, ahora despierto. Y sueñan, mientras miramos el gestarse de los sueños desde una mirada más dulce que la nuestra. Un día es la vida quien nace, lenta y ámbar, rosácea montaña que se erige en el paisaje del dos que la engendró: de aquellos besos nacieron sus pupilas; de aquellos encuentros, los dedos finísimos y dulces como juncos de su carne; del vientre del tiempo, sin cesar en nacer para ser alma, nace la vida de la vida. Y tú llegas. Llegas tú, como la lluvia fina que moja los tejados en agosto. Abres las puertas, todas, de un par en par inigualable.
Te cuelas, sin caminar, por los rincones innombrables de los corazones sencillos que te esperan. Y eres nuestra, un sol pequeño al que le crecerán rayos de luz inadvertida. Y eres del tiempo, nuestra y de él, quien permitió tu sonrisa, ahora leve, pero ensanchada con nuestros propios labios. Así, en ti, se cumple el designio que el tiempo nos envía, ese regalo vivo que nos manda, un conjugar la existencia de otros en un rostro irrepetible, ese chantaje precioso al que nos somete cada vez que nace y renace el tiempo irrepetible: se deshoja el tiempo, antes de morir, para dejar caer hojas vivas de vida que nos miran.
Eres de ĂŠl, Olivia, del tiempo, una hoja que se mece, sin alejarse, entre la vida.
En un agosto, el de 2011