UN ADIÓS QUE NO LO ES

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UN ADIÓS QUE NO LO ES Gandia, 14, 01,2011 El equipo del CEFIRE de Gandia


Palabras a Remigi Morant

A veces, me quedo adormecida en el único lugar del que nunca se van los paisajes y las personas a las que amé, las voces de los niños que jugaron a mi lado, los sabores y el tacto de los abrazos dado. A veces, me quedo dormida en los recuerdos y sueño que ayer fueron realidad, tanto como en mis sueños, cuando son la memoria.

Empiezo a escribir, a escribirte, este texto un miércoles de enero, la casi-víspera en la que “parecerá” que te marchas. Y te escribo con una voz que utiliza el singular, pero que es, en cada frase, un plural, el plural de cada uno de nosotros. Yo me atrevo a ser el sonido que hay tras ese plural porque fui la primera de nosotros en conocerte, pero, en cada yo que ahora escuches, siente un nosotros. Acabas de marcharte, con tu maletín lleno de papeles y cosas, a medio abrir, como haces siempre, con el paso rápido con el que te acercas a la asesoría, a los colegios o a las personas que acuden al Cefire para hablarte o consultarte. Yo, nosotros, como dijo el poeta, vengo a escribirte con versos lo que no se dice, pero se siente, con la única intención de convencerte de que un adiós, cuando emerge de la amistad, no es sino un motivo para el reencuentro, cualquier día, en cualquier lado. Vengo a escribirte con palabras que contienen el peso de las emociones, del sentimiento, de la verdad pequeña que cada uno, aún sabiendo que no existen las verdades absolutas, sostiene para creer en los vínculos y en los afectos. Era un hombre serio, ensimismado en su interior, calmado en sus gestos…


Eso diría quien no haya compartido contigo los vectores más irreales, pero más intensos, que pueden existir: el tiempo y el espacio. Era, es, lo va a ser siempre, un amigo que sonreía por debajo de la sonrisa y del guiño; que domaba, doma, su nerviosismo y su pasión, su vehemencia, hasta el punto de convertirlas en acordes de una aparente tranquilidad que no es real. Era, es, siempre lo vas a ser, la voz que se escucha en el último lugar, cuando ya tus ojos han escrutado cada detalle de tu alrededor y, dispuesto a hallar el punto intermedio de cualquier idea o cualquier senda, alza la voz serena, sin perder la luz crítica que nos permite mirar la vida para transformarla y crecer, ser más personas en ella. Te hablo, te hablamos, de quién eres a nuestra mirada, ahora que parece, solo lo parece, ya verás, que tendremos que levantar la vista para cerciorarnos de que, al otro lado, no estás. Hace casi dieciséis años nos dijimos un hola que no ha variado en nada que no sea la fuerza que tiene cada una de sus letras, al saber que estamos, que si la vida trae una ráfaga brava de aire, un río imprevisto de contratiempos, tú estás, yo estoy, estamos, sin más necesidad que hablarnos con un gesto. Ahora, escribiéndote, Remigi, es cuando parece que comienzo a creer y reparar que tu bon dia no será el sonido que abra la parte compartida de las compartidas mañanas. Inconscientemente, quizás, no he querido, hasta hoy, pensarlo. Estoy segura que todos lo hemos dicho con la media voz que se utiliza cuando uno no desea decir lo que ha de pronunciar, todos hemos bromeado con que te ibas o te vas o que nos encontraremos junto a un buen llantar… pero eso es la voz, no la garganta; eso es la palabra, pero no el corazón; esa es la realidad pero no lo que desearíamos.


No te vengo a escribir, no te escribimos, de tu dedicación al trabajo, de cómo has creído y crees que la escuela ha de ser el alimento que nutra mentes y almas que, un día, serán nuestro futuro y el ayer de sus propios hijos; de las veces en las que, sin perder la mirada global, has recordado a quienes estábamos contigo que la innovación y la búsqueda, el dudar de lo impuesto y lo dogmático, ha de ser la brújula que nos ayude a aproximarnos a la satisfacción, personal y laboral. Te vengo a hablar de lo que te vamos a añorar, como persona y amigo, todos nosotros. Te voy a echar en falta, a pesar de que siento, quizás hoy más que nunca, ese vínculo extrañamente intenso que es la amistad que, como un puente, comunica un alma y otra alma. Y ahora, cuando quizás esté leyendo, estemos leyéndote estar frases, con una emoción que normalmente no demuestro, sonreiré, te miraré a los ojos y, únicamente te diré GRACIAS por ser mi amigo, nuestro amigo. A decirte adiós, me niego, a no ser que este adiós se convierta en un motivo para volver, muy pronto a reencontrarnos.


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