• MARÍA INÉS FALCONI • • ANA SANFELIPPO •
jirafa no solo era el animal más alto de la selva. También era, como todo el mundo sabe, muda. Tan alta y tan muda, que comunicarse con ella era imposible. Es cierto, que los otros animales ni siquiera lo intentaban. Estaban demasiado ocupados con sus cosas, para preocuparse por hablar con la jirafa. Ni "buenos días" le decían. Estaban seguros de que si no hablaba, tampoco escuchaba; y si escuchaba (cosa que nadie había comprobado), igual, no podía contestar. Señas podrían haberle hecho, pero desde esa altura… ¡¿cómo iba a verlos?!
A veces, los monos, siempre chistosos, se paraban al lado y le hacían burla provocando la carcajada de cuantos los veían… menos de la jirafa, claro. Ella ni se reía, ni se enojaba, porque ni siquiera llegaba a enterarse de lo que estaba pasando ahí abajo, junto a sus mismísimas patas. La selva estaba llena de voces de animales. Los pájaros cotorreaban todo el día; el elefante vivía a los gritos, porque siempre se le andaba perdiendo su cría; el león pegaba unos estruendosos rugidos cada vez que se enojaba; los monos chillaban como monos sin dejar descansar a nadie y la hiena, se reía. Pero la jirafa, muda. Tranquila, comía y comía las hojas de los árboles, ajena a cuanto pasaba a su alrededor.
–se burlaban los cocodrilos cuando la veían pasar cerca del agua. Y la jirafa sonreía.
–le decían los monos cuando pasaban balanceándose de rama en rama. Y la jirafa sonreía.
–le gritaba el sapo desde abajo.
ena. –se reía la hi
En fin, que solo la tenían en cuenta para burlarse de ella. El resto del tiempo, ni siquiera la miraban. No le consultaban cuando había algo que decidir, no la invitaban cuando había algo que festejar, no le informaban las novedades, nada. Como no hablaba, no existía.