Caídos del Mapa X

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Los verdes de Quipu

Caídos del Mapa X ¿Llegó el final? María Inés Falconi Ilustraciones Vik Arrieta



Capítulo 1

Federico manoteó el celular con la mano izquierda

mientras que, con la derecha, trataba de sostener el foco

de luz en la posición correcta para que diera en la cara y no en la rodilla de la modelo.

Se había olvidado de apagar el celu y ya sabía que a

Arregui, el fotógrafo y su jefe, lo ponía de pésimo humor que sonaran los teléfonos en medio de una sesión de fotos. Se desconcentraba, decía.

Miró la pantalla casi de reojo. Miriam. No pensaba

atenderla. Rechazó la llamada y apagó el celular. Pero las

cosas que se hacen sin mirar tienen sus inconvenientes: apretó la tecla equivocada. En cuanto lo guardó en el

bolsillo, el celular volvió a sonar. Era de esperarse, Miriam nunca se daba por vencida.

Arregui le echó una mirada de pocos amigos y Fede

le respondió con una sonrisa de perrito faldero (si es que los perros se ríen).

—Ya lo apago, ya lo apago –dijo.

Arregui no contestó. Estaba muy preocupado por el

mechón de pelo que le tapaba el ojo a la modelo.

—Hola, Gorda –dijo Fede en un susurro–. No puedo

hablar ahora, estoy trabajando.

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—Es un minuto –contestó Miriam, insistente como

siempre–. ¿Abriste el Facebook?

—Estoy trabajando, Miriam. Cuando llego a casa

te llamo.

—Oki –dijo Miriam–. Pero primero abrí el Facebook.

Josecito te etiquetó en una foto buenísima.

—¡¡¡Federico!!! –tronó Arregui– ¿Qué hacemos con

la luz?

Federico miró. La luz ya no daba sobre la modelo,

sino sobre la cara de Arregui, encandilándolo.

—Perdón, perdón, ya lo apagué –repitió, y se concen-

tró en iluminar tan bien como si fuera el mismísimo sol.

Lo único que le faltaba, perder el trabajo por una

llamada de Miriam.

Cuando él, Paula, Fabián y… Miriam habían vuel-

to de España (todavía le parecía imposible que Miriam hubiera ido con ellos), Federico había seguido trabajando en el estudio de Arregui. La fotografía cada vez le gustaba

más. Hasta le mostró a Arregui las fotos que había sacado en el viaje. Bueno, no todas, claro. Aquellas que a él le parecían “artísticas”. Arregui era un gran fotógrafo, igual

que su papá, y seguramente podía darle buenos consejos. Bueno, su papá también, pero no era lo mismo. Esta era

una consulta más “profesional”. A Arregui, las fotos le

parecieron muy buenas. Le explicó algunas cosas sobre la luz, otras sobre los planos y para terminar, le propuso un ascenso. Ya no trabajaría más como cadete, sino como

asistente de fotografía. Asistente número cincuenta mil, 10


el último orejón del tarro, el que sostenía los focos (o sea, un poste), pero en vez de andar llevando y trayendo papeles y perdiendo el tiempo en los colectivos, ahora iba a

estar en el estudio y a participar de las sesiones de fotos. ¡Y encima le pagaban!

Fede sintió que se había sacado la lotería porque

la vuelta de España, la verdad, había sido un bajón.

Extrañaba a Graciela un montón y los mails, el Facebook,

la camarita y toda la tecnología lo dejaban más vacío que playa en invierno, como él decía.

Para todos había sido duro volver, no solo para él.

Parecía que nada de lo que pasaba acá era interesante

después del viaje. Para colmo, la escuela; para colmo, tener que pagar la deuda del pasaje; para colmo, Graciela lejos; para colmo, Miriam cerca.

Desde que habían llegado, no encontraban la forma

de sacársela de encima. Ella era la única que seguía disfrutando. Hablaba todos los días con su nuevo novio español, Josecito, y después los llamaba para contarles

la conversación con lujo de detalles. Había logrado que

su papá le comprara un Blackberry y estaba todo el día conectada. Cada vez más insoportable, pero no porque

tramara alguna maldad, como antes, sino porque ahora era “amiga”. ¡Y claro! ¿Con quién iba a hablar de Josecito si no era con ellos, que eran los únicos que lo conocían? Una pesadilla de la que no lograban despertarse.

La sesión de fotos terminó tardísimo. La modelo era

una tarada (al decir de Federico) que no entendía nada 11


de lo que Arregui le pedía. Le decía agachate y ella se

paraba, le decía sonreí y ella abría la boca como un sapo. Modelo tarada, fotógrafo obsesivo, conclusión: las nueve de la noche.

Tomó el colectivo hasta su casa pensando que en

cuanto llegara, tenía que contestarle el mail a Graciela. A esta hora seguro que no estaba conectada. Allá debían

de ser como… las dos de la mañana. También tenía que pegarle una leída al libro de Historia para la prueba de

mañana y, por supuesto, decididamente, sin falta, lla-

mar a Miriam para que no lo despertara a las cuatro de la mañana (cosa que era muy capaz de hacer si él no la

llamaba antes). ¿Y qué más...? Sí, comer. Se dio cuenta de

que estaba muerto de hambre. Por suerte iba a la casa

de su mamá, que siempre le dejaba comida en la heladera. Decidió que podía aprovechar el tiempo en el colec-

tivo llamando a Miriam. Una cosa menos.

Prendió el celular. Tenía cinco llamadas perdidas

de Miriam. Sí, seguro, lo iba a llamar a las cuatro de la mañana.

Lo atendió enseguida.

—¡Uy, nene! ¿Por qué no contestabas? Tardaste un

montón en llamarme.

—Recién salgo –contestó Fede armándose de

paciencia.

—¿Abriste el Facebook?

—No, recién salgo, te dije. Estoy en el colectivo. —Mentira.

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Fede no contestó: sacó el celular por la ventanilla

para que Miriam pudiera escuchar el ruido de la calle. Cuando se lo volvió a poner en la oreja, Miriam estaba diciendo “¡Hola! ¡Hola!”, a los gritos.

—Acá estoy. En el colectivo –repitió Fede.

—Bueno, ni bien llegues a tu casa abrí el Facebook.

¿Viste que Jose está subiendo todas las fotos del viaje? Bueno, hoy subió una buenísima y te etiquetó. Es la que te sacó cuando estabas haciendo equilibrio por esa parecita, ¿te acordás? El día que íbamos a Madrid. —Sí, me acuerdo, Miriam.

—Bueno, te agarró justo cuando estabas por caer-

te. ¡No sabés la cara de susto que tenés!

—Bueno, después la miro –le contestó Fede sin

entusiasmo.

—Mirala y llamame. O mejor, poné un comentario.

Yo ya puse uno, pero no te lo digo así es más sorpresa.

—Está bien, Miriam. Tengo que estudiar. No sé si

me da para el Facebook.

—Bueno, mirala al menos, ¿dale? —Está bien.

Federico dio por terminada la conversación, pero

Miriam, no.

—¿Sabés algo de Graciela?

—Miriam, ¿qué parte no entendiste? Salí de la

escuela, me fui al estudio, estuve en una sesión de fotos, ahora estoy en el colectivo, NO ABRÍ LA COMPU EN TODO EL DÍA.

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—Yo creo que vos te tendrías que comprar un

Blackberry, como yo. No puedo estar esperando llegar a casa para hablar con Jose, ¿viste? Es un lío. Por lo de la diferencia horaria y todo eso.

—Miriam, yo todavía tengo que pagar el pasaje,

así que por ahora, no creo que me pueda comprar un Blackberry ni nada que se le parezca. Suerte que tengo el celular.

—Bueno, pero pensalo. Graciela también está allá y,

la verdad, para ustedes, sería una solución.

—Me bajo en la próxima, Miriam, –mintió Fede–.

Después te llamo. No, no, no –se corrigió enseguida–. Te llamo mañana.

—Oki. Abrí el Facebook –se despidió Miriam.

Fede cortó sin poder creerlo. ¿En qué momento

había sucedido esto? ¿Por qué, de repente, tenía la obligación de llamar… ¡¡¡a Miriam!!!? Algo no estaba bien. Llamó a Fabián.

—¿Viste el Facebook? –fue lo primero que dijo Fabián.

—¡No, no vi el Facebook! –casi gritó Fede de mal

humor–. Trabajé toda la tarde y todavía no llegué a casa.

—Se nota, chabón. ¡Qué humor de mierda! ¿Qué

dije de malo?

—Lo mismo que dijo Miriam. “¿Abriste el Facebook?

Josecito te etiquetó en una foto” –la imitó Fede. Fabián se rió.

—Pero es que la foto es realmente buena. Vos, que

sos fotógrafo, tendrías que estar interesado. 14


—Primero que no soy fotógrafo. Pinche, nada más.

Y segundo, no creo que las fotos de Josecito sean una obra de arte.

—Nunca se sabe.

—No abrí el Facebook, no sé si lo voy a abrir, y no

estoy interesado en saber qué publicaron.

—Ok, ok. ¿Querés que hablemos mañana?

—No, tarado. Quiero que hablemos ahora, si no, no

te hubiera llamado.

—¿Por qué asunto? –se burló Fabián.

—Por un asunto “gordo” –dijo Fede–. Decime,

enano, ¿cómo llegamos a esta situación? —¿Qué situación?

—Esta de que Miriam ahora sea “amiga” nuestra y

nos llame diez veces por día a cada uno.

—A mí solo cuatro –se rió Fabián–. Si te llama diez

veces será porque tiene onda con vos.

—En serio, chabón. Es insoportable. Una cosa es

que nos la banquemos y otra que se nos pegue como garrapata. ¡Está imbancable!

—Te recuerdo que siempre fue imbancable. —Eso es cierto. Es otra variante, nada más.

—Lo que pasa es que tu plan, “consígale un novio a

Miriam”, al final, no dio resultado.

—Mi plan era para España. No tenía garantía en

Argentina. En serio, enano, ¿no podemos hacer algo? —¿Mandarla a vivir a España, por ejemplo?

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—Eso sería ideal –se rió Fede–, pero no creo que lo

logremos. ¿Alguna otra idea?

—No sé, Fede. Ya se le va a pasar. Ahora está así por-

que todavía le dura el entusiasmo del viaje…

—Hace dos meses que volvimos, chabón. Nadie

puede estar tan entusiasmado.

—Miriam, sí. Pensá que dejó allá al amor de su vida. —Graciela está allá, y yo no te llamo todos los días

para contarte lo que me dice.

—Por suerte. Las conversaciones de ustedes siem-

pre me parecieron muy aburridas. Ni quiero pensar los mails –se rió Fabián.

—Dale, enano, pensá en algo. No le quiero cortar el

rostro. Me debo estar poniendo viejo.

—Yo apuesto a que se le pase. Mirá, si a vos te

molesta por teléfono, no sabés lo que es mi vida con Miriam. Para que Paula y yo podamos estar solos, tene-

mos que encontrarnos a escondidas, porque si no, Miriam siempre aparece. Ahora que es “del grupo” parece que no puede vivir sin nosotros.

—Bueno, sí, lo tuyo es peor. ¡Uy, me pasé, boludo!

–gritó Fede de repente–. Chau.

Con el teléfono todavía en la mano, Fede se acercó a

la puerta y tocó el timbre para bajar en la próxima parada. Dos cuadras más, con el hambre que tenía.

El colectivo pegó un frenazo y abrió la puerta. Fede

bajó apurado, y en cuanto puso el pie en la calle, sintió un tirón en el brazo.

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—¡Ey! ¡Mi celular! –gritó.

La puerta se cerró. Fede golpeó con el puño para

que parara, pero el colectivo arrancó dejándolo ahí, en la

vereda, con la mano vacía, mientras un pibe le mostraba sonriente su propio celular desde la ventanilla.

Federico pateó el piso. Le habían robado el celular

por descuidado. Ya sabía que no tenía que hablar en

la calle, ya sabía que no tenía que llevarlo en la mano, ya sabía que tenía que estar atento. Furioso, empezó a caminar para su casa. ¡Y Miriam quería que se comprara

un Blackberry! Ya ni siquiera tenía celular, y como venían

las cosas, dudaba mucho que volviera a tener otro pronto.

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