Caídos del Mapa IV

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Los verdes de Quipu

Caídos del Mapa IV Chau séptimo

María Inés Falconi Ilustraciones Vik Arrieta



Capítulo 1

Federico llegó a la escuela corriendo... ¡y temprano! Sin detenerse, lo arrastró a Fabián hasta un rincón del patio. —¿Qué pasó? ¿Te caíste de la cama? –preguntó Fabián cuando pudo recuperar el equilibrio. —No. Escuchá. Ayer me fui a anotar. —¿Adónde? Fabián no estaba muy despierto a esa hora de la mañana. —Al Liceo, gil. ¿Adónde va a ser? —¿Y por eso estás tan contento...? Vos tenés fiebre. —No. Pará que te cuente. Resulta que fui con mi vieja, porque a toda costa quería que yo viera el colegio. No sé para qué, si son todos iguales... —¿Y está bueno? —¡Qué se yo! Ni lo vi. —¿Y entonces? —Que nada. Que mientras mi vieja hacía la cola y todo eso, yo me puse a dar una vuelta por ahí, y ¿a qué no sabés a quién vi? —¡Qué sé yo, chabón...! Debe haber como mil personas en una escuela. 7


—A Leticia. —¿Qué Leticia...? ¿La de cuarto? —No, idiota. A Leticia, mi vecina. —Ah... Mirá vos... –dijo Fabián sin ningún interés. Desde hacía años, Federico estaba loco por Leticia, su vecina del segundo piso, pero ella ni siquiera lo registraba. Lo mejor que había logrado Fede hasta ahora, era cruzársela en el ascensor o en la puerta de calle y que ella lo saludara. Este sorpresivo encuentro, cargado de la posibilidad de futuros encuentros en el secundario, era como sacarse el loto. —¿No es bárbaro...? –casi suspiró. —Y sí... Qué sé yo... Como cruzártela en el ascensor ¿no? —¿No ves que no entendés nada, nabo? —Retirando lo de nabo –se defendió Fabián–. Fuiste al Liceo y viste a Leticia. ¡Uy, qué bueno! —Lo que te quiero decir es que Leticia, también va al Liceo ¿no entendés? —Y... sí... Debe ir un montón de gente al Liceo. No le veo la gracia. —¡Uy, pibe! ¡Qué lento que sos! Si Leticia va al Liceo, puedo ir con ella todas las mañanas, y volver también. Y además me la puedo cruzar en la escuela, no tengo que esperar a encontrarla en el ascensor ¿Te das cuenta?

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Federico no sabía cómo explicarse. Fabián se quedó pensando. —Pará un poquito –dijo–. Si ella va al Liceo, quiere decir que es más grande que nosotros. —Sí. Está en primero. ¿Qué tiene? —Que si tenés suerte, capaz que repite, y además de ir a la misma escuela, pueden estar en la misma división, y hasta sentarse en el mismo banco. ¡Guau! ¡Genial! –se burló Fabián. —Si te vas a reír, no te cuento nada. —¡Si ya me contaste! —No, idiota. No te conté lo mejor –se empeñó Federico, tratando de despertar algún interés en su amigo–. Resulta que cuando me vio, medio se hizo la tonta, ¿no? —O sea, no te dio ni bola. Fabián no pensaba tomarse en serio esa noticia. Estaba claro. —Más o menos, porque yo me acerqué... —Y ella ni te miró –lo interrumpió. —Pará. Dejame hablar. Sí que me miró, y me saludó. Entonces yo le dije que me iba a anotar, y ella me dijo que la escuela era horrible, pero que zafaba bastante bien. —Esa chica no tiene las ideas muy claras –comentó Fabián. —Dijo por decir... —Por sacarte de encima, bah...

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—No. ¿Ves que hablás por hablar? Me dijo que si yo quería, me podía pasar los libros de primero. ¿Qué tal? –sonrió Fede ganador. Había logrado llegar al final de la historia. —¡¿Te los regaló?! —No... bueno... Dijo que me los podía vender. Más baratos, claro. —Ahora entendí: te vio venir y pensó: “¿A ver cómo puedo aprovechar a este plomo? Por ahí saco unos mangos...”. —¡Ma sí! –se enojó Fede– ¡No te cuento más, chabón! —Contame, contame que me interesa –el tono de Fabián sonaba a cargada–. Lo que pasa es que no entiendo bien. Te encontraste con Leticia, y te va a vender los libros. O sea, la que se tiene que poner contenta es tu vieja. Va a ahorrar un montón. —Eso no importa... —Así son los hijos... –siguió bromeando Fabián. —¿Pero no te das cuenta de que ahora tengo una buena excusa para hablarle? ¡Hasta para tocarle el timbre si quiero! Estuve años esperando que me diera bola. —¡Ah... sí!... ¡Porque te dio una bola bárbara!... —Okey. No me creas. Pero yo te digo que con esta excusa me la engancho, vas a ver. —Y yo te digo que la mina, lo único que quiso fue hacer un buen negocio, y te encontró justo, vas a ver. 10


—¿Qué te juego? –lo desafió Federico. Pero Fabián no tuvo tiempo de jugarle nada, porque en ese momento llegó Graciela, y el tema, claro, no daba para hablar delante de ella. Casi desde el Jardín de Infantes, Graciela y Federico se habían tirado onda, pero nunca había pasado nada. Los dos eran muy orgullosos para reconocer que gustaban del otro, así que seguían amigos y buscaban novios y novias por otro lado, esperando escuchar algún día la declaración que hasta ahora, nunca había llegado. Era claro que estando ella, no se podía hablar de Leticia. —Problemas –anunció Graciela sin siquiera saludar. —Se te rompió una uña –bromeó Fede. —Paren, che... Es serio –dijo Graciela con cara de circunstancias–. Es Paula. —¿Está enferma? –preguntó Fabián, ahora sí, preocupado. —No. Parece que la mamá al final la inscribió en el colegio de monjas. —Pero yo hablé ayer a la tarde, y no me dijo nada –se extrañó Fabián. —No lo sabía. La vieja se lo dijo a la hora de la cena. Me llamó llorando como una loca. —¡Qué raro! –ironizó Fede.

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—Bueno... vos la conocés... –tuvo que aceptar Graciela, aunque sin dejar de defender un poco a su amiga–. Pero en parte tiene razón. Cuando a la vieja se le mete algo en la cabeza... ¡Y sí que lo sabían! Muchas veces habían tenido que ayudar a Paula, y en buenos líos se habían metido. Después del viaje de egresados, los chicos, y sobre todo Paula, tenían la esperanza de que su mamá cambiara un poco, fuera más comprensiva... Pero evidentemente, todo seguía igual. La escuela de monjas había sido una amenaza permanente para Paula, no tanto por las pobres monjas, que parecían bastante inofensivas, sino porque Paula sabía que ninguno de sus amigos iba a ir con ella, y no podía soportar la idea de separarse de ellos. Por un tiempo, con Graciela, habían planeado convencer a su mamá para ir juntas al Normal. Pero la mamá de Paula había estado averiguando, y había llegado a la conclusión de que en el Normal había “muy mal ambiente”, sin que nadie pudiera entender a ciencia cierta, qué quería decir con eso. Graciela iba a pedirle a su mamá que hablara con la de Paula. A lo mejor, entre madres... Pero no había llegado a tiempo. Sin avisar nada, la mamá de Paula, ayer, la había inscripto en el Misericordia, y no había nada que hacer. Paula llegó ese día con los ojos rojos de llorar. Ninguno de los tres se animó a decirle nada, y ella tampoco tenía muchas ganas de hablar. 12


Además, Federico tenía la cabeza en otra cosa. — Escuchame –le dijo a Fabián mientras entraban al aula–, ni se te ocurra mencionar lo de Leticia frente a las chicas. —¿Por? –se hizo el inocente Fabián. Y recibió un empujón.

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