Caídos del Mapa VI

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Los verdes de Quipu

Caídos del Mapa VI Un año más

María Inés Falconi Ilustraciones Fernando Sendra



Capítulo 1

—¿Hola? ¿Está Paula? —¿Quién habla?

Graciela reconoció la voz de la madre de Paula,

pero no se animó a saludarla.

—Graciela –contestó, simplemente. —No, no está.

Escuchó el clic del teléfono al cortar. Separó el

auricular de la oreja y se lo quedó mirando, con la boca

abierta, como si la cara de la madre de Paula estuviera reflejada en el aparato. Se lo quedó mirando sorpren-

dida, dolida, enojada, hasta que escuchó el tu tu tu del teléfono y también colgó.

—¿Quién era? –le preguntó Paula a su mamá. —Para papá –mintió la mamá.

Paula no le dio importancia y se volvió hacia

Miriam.

—¿Cuándo dijo la vieja que había que entregar

el trabajo? –le preguntó refiriéndose a la profesora de Historia.

—Hablá bien, Paulita –la corrigió la mamá.

—¿Cuándo dijo “la de Historia” que había que

entregar el trabajo? –se corrigió resoplando. 9


—Viernes 17 –contestó Miriam, conteniendo la risa

por la corrección.

Paula no dijo nada. El viernes 17 era el cumpleaños

de Graciela. Quince. Imposible olvidarse. ¿Lo festejaría?

—¡Hola! –escuchó que Miriam la traía a la Tierra. —Viernes 17. Tenemos tiempo. ¿Es muy largo?

—Veinticinco preguntas –contestó Miriam repa-

sando sus papeles.

—Bueno, dividamos.

—¿Para qué? Si total nos vamos a ver todos los días. El teléfono volvió a sonar. A pesar de que su mamá

estaba lejos, Paula no se levantó a atender. No esperaba

que nadie la llamara. De hecho, solo Miriam la llamaba a veces, y ahora, estaba ahí.

Después de su último cumpleaños, Paula parecía

haber borrado el teléfono de su vida. Al principio, fue porque su mamá no la dejaba atender. No quería que

se comunicara con ninguno de sus amigos por nada del

mundo, y sabía que, si no era muy cuidadosa, “esos chicos”, como ella los llamaba, eran capaces de hacer cualquier cosa

para volver a hablar con Paula. Así que, dispuesta a lograr lo que se proponía, que no era otra cosa más que separar a

Paula de las “malas compañías”, puso en práctica un plan de alerta máxima. Paula no podía atender el teléfono, no

podía quedarse sola en la casa, no podía usar la computa-

dora ni ir o volver de la escuela sin que ella la acompañara. Por supuesto, tampoco podía salir sola.

Para Paula fue agobiante. Tenía a su mamá hasta

en la sopa. Se sentía encerrada, encarcelada, ahogada. 10


Durante mucho tiempo, al volver de la escuela, se ence-

rraba en su cuarto a llorar. A llorar y a escribir en su

diario, única forma de comunicación que le quedaba, aunque no fuera dirigido a nadie. Escribía páginas y

páginas. Escribía todo lo que quería contarle a Graciela, las cosas importantes y las tonterías. Escribía todo lo que

quería contarle a Fabián y algunas veces, también a Fede. Escribía y escribía y después, escondía el diario debajo del

colchón de su cama, pero, cuando salía, se lo llevaba con

ella. Tenía terror de que su mamá pudiera encontrarlo y, tal como estaban las cosas, nada le garantizaba que su mamá no le revisara el cuarto.

Al principio, se moría de ganas de levantar el telé-

fono y llamar a Graciela. Pero también se moría de miedo

de ser descubierta. No sabía muy bien miedo a qué, nunca lo había pensado. Miedo, solo eso. Y es sabido que Paula, sola, nunca había sido muy valiente.

Con el tiempo, se le hizo costumbre. A fuerza de no

poder hacerlo, perdió las ganas de hablar con su amiga, y

fue como si se hubiera olvidado de que el teléfono existía. Sonaba como podía sonar el de la casa del vecino. Era solo un ruido más, que no le decía nada.

También Rosario y Lucrecia se empezaron a alejar.

O Paula se alejó de ellas, no sabía. Al comienzo de todo esto, se les había pegado un montón, y no veía la hora

de llegar a la escuela para encontrarlas, pero después, como cada vez que la invitaban a algún lado, tenía que

decir que no o ir con su mamá, se fue separando de ellas. 11


No le gustaba darse cuenta de que se reían a sus espaldas porque no la dejaban salir. Así que también dejó de estar con ellas, como si no le interesaran.

Solo le quedaba una amiga posible: Miriam.

Miriam era la única de quien sus papás no desconfiaban. Ellos sabían que Miriam nunca la iba a acercar a “esos chicos” y también, que si Paula lo intentaba, Miriam

se los iba a decir. “Por el bien de Paulita”, que era como Miriam justificaba su buchoneo.

A pesar de todo, estar con Miriam no era tan terrible.

Era, al menos, mejor que estar sola. Y Miriam, sabiendo que era todo lo que Paula tenía, no tenía necesidad de ponerse

antipática, ni de molestarla, ni de arruinarle nada, porque no había nada que arruinar. Al contrario, la cuidaba, la ayu-

daba y se pasaba el día con ella. Tal como estaban las cosas, Miriam era, por el momento, su mejor amiga.

Así es como había pasado más de un año sin que

Fabián, Federico o Graciela supieran nada de Paula. Es cierto que ellos tampoco se veían mucho. Bueno, Fabián

y Fede un poco más, pero solo un poco. Habían termina-

do primer año y pasado a segundo. Fede había pasado

raspando, porque se llevó ocho materias, seis a marzo.

Aprobó cinco, pero eso lo obligó a estudiar todo el verano, así que tenía pocas oportunidades de encontrarse con ellos. Graciela, por su parte, había hecho nuevas amigas

en la escuela, y Fabián y Fede no se las bancaban mucho. Al principio, después de aquel cumpleaños famo-

so, Graciela y Federico habían salido un par de veces, 12


pero solo como amigos. Hablaron mucho, aclararon las

cosas, pero se dieron cuenta de que la etapa de la escuela

primaria había quedado definitivamente atrás. Un día, mirado las fotos del viaje de egresados, se sorprendieron

de lo mucho que habían cambiado. Se rieron de Fabián,

tan petiso y con anteojos (Fede todavía le decía “Enano”, aunque ahora le llevara casi una cabeza); de Paula con trencitas; de Graciela con pelo largo y de Fede con pelo corto. ¡Ni siquiera recordaban que Miriam hubiera sido

tan gorda como se veía en las fotos! Sí, habían cambiado, y aunque las fotos seguían registrando esos momentos

inolvidables que habían pasado juntos, solo eran eso: fotos. Claro que se querían tanto como antes. Claro que

hubieran hecho cualquier cosa por el otro, como siempre. Claro que a Graciela le seguía gustando Federico, y a

Federico, Graciela, y que Fabián tenía debilidad por Paula, y que todos seguían aborreciendo a Miriam y que Paula… Nadie sabía lo que le pasaba a Paula.

Ahora, estaban terminando segundo año.

Ahora, Graciela estaba por cumplir quince.

Ahora, estaba organizando su fiesta (bueno…, hacía

más de un año que estaba organizando su fiesta) y, aunque había invitado a un montón de gente, Graciela

sentía que no podía festejar los quince sin Paula, su

amiga del alma. Lo seguía siendo, aunque los padres hubieran decretado lo contrario. Los sentimientos no son

obedientes. Entonces…, ¿por qué Paula nunca la llamaba?

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