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n “El Circo de Ciro” siempre lo presentaban como “El mago”, pero Tenesy insistía en que lo llamaran “El ilusionista”. Y como nadie le hacía caso, se propuso demostrar que era un gran artista de la ilusión y no un simple mago. Durante varios días cortó madera, fundió metales, martilló clavos, se martilló un dedo, soldó metales, preparó polvos mágicos y cuando hubo terminado, sonrió frente a su caja mágica. Sabía que ahora lo respetarían en el circo.
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La noche empezaba a cubrir el cielo, y faltaba poco para que comenzara la función dentro de la gran carpa. Tenesy dudó: mostrar su nuevo truco en vivo, o esperar al día siguiente. Presentar su nuevo truco frente a cientos de personas era arriesgado. Pero también una gran idea. Los espectadores comenzaron a llegar, ansiosos por ver un gran show. Las luces, como flechas vibrantes, atravesaban la arena central y teñían de colores las sonrisas del público. Cuando todos estaban preparados,
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aparecieron en el escenario los cuatro payasos, con sus sonrisas pintadas y su alegría contagiosa. No tardaron en hacer estallar de risa al público, que celebraba con fuertes aplausos ante cada morisqueta y tortazo. Tenesy esperaba su momento debajo del escenario. Llegaron los domadores, látigos en mano, para controlar a los fieros leones que sacudían sus melenas como si usaran el mejor shampoo. Tenesy esperaba. Miraba su gran caja y sonreía.
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n algún lugar del mar, a varios metros de profundidad y donde el agua es transparente, se encuentra el “Circus Submarino”. Cangrello, su dueño cangrejo, hace de presentador y les paga el sueldo a sus empleados con pescado y algas poco sabrosas pero nutritivas. La idea de formar un circo nació cuando era un joven cangrejo, hace muchos años. Primero debió hallar a los payasos. Decidió contratar dos tortugas marinas que serían los hazmerreír del circo y traerían carcajadas en cámara lenta. Las tortugas aceptaron de inmediato y complacidas al conocer el suculento sueldo prometido.
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—Lentas, pero solo de movimientos –dijo el cangrejo luego de estrechar patas y tenaza para cerrar el trato. El crustáceo continuó su búsqueda por el océano. Un pulpo habilidoso cortaba sushi para un grupo de cocodrilos. Sus tentáculos rápidos se movían como hélices de un helicóptero. Y pensó que sería ideal tenerlo en su circo, como malabarista. —¿Yo malabarista? –preguntó el octópodo. —Exacto. Tu destreza para los malabares es sorprendente –respondió Cangrello. —No sé, no sé. Yo tengo mi restaurante aquí. Cambiar de oficio sería arriesgado.
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—Trabajarías solo los fines de semana, doble turno. Y los viernes cuando baja la marea. —Los sábados es el día que más clientela tengo. Tendría que buscar un reemplazo. La idea me atrae como sopapa –afirmó el pulpo. —Por el sueldo no te hagas problema. Lo que pidas, lo tienes. —Perfecto. Pero además quiero mi propia cueva, con corales. —Eso no será problema –aseguró Cangrello–. Puedes firmar el contrato. El pulpo quiso hacer una broma y le lanzó un chorro de líquido negro en la cara. —Aquí tienes la tinta… —Muy gracioso –dijo Cangrello todo manchado–, lástima que payasos ya tengo.