Colegio maldito II

Page 1


La serie negra de Quipu

Colegio maldito II El secreto del director Gabriel Korenfeld Ilustraciones: Federico Combi


A mi querida esposa por alentarme siempre.

Cambio de aula Tatuado Los celos de Careta Dos metros, cinco centímetros Aquí llegó Franco El secreto del director La venganza de Barreda

7 19 35 55 75 89 113

no leer el último cuento sin antes haber leído todos los anteriores.

5



Cambio de aula

El nuevo alumno de segundo año terminó rápido los ejercicios y levantó la mano impaciente. —¿Qué quiere, señor? –le preguntó su profesor desde el escritorio. —¿Puedo ir al baño? —Tiene que esperar al recreo. —Está bien, discúlpeme –Pablo agachó la cabeza y volvió a agarrar la lapicera. —Lo dejo porque es el primer día, pero hoy nada más, vaya. —Gracias. Pablo se levantó de su asiento como si tuviera un resorte y salió del aula seguido por las miradas envidiosas de sus compañeros. Hacía una semana que se había mudado, a su papá lo transfirieron de sucursal y la familia tuvo que dejar el pueblo para ir a la gran ciudad. La sensación de pérdida lo acompañaba en todo momento, sus padres le explicaron la importancia del cambio, pero él seguía con bronca por haber perdido a todos sus amigos. Pablo atravesó el patio sin apurarse, no quería perderse ningún detalle del nuevo colegio. 7


El baño quedaba en el fondo, junto al aula de segundo año B. Al acercarse a esta división, vio algunas cosas extrañas que le llamaron la atención y caminó con mayor lentitud. Dentro del aula, todos los alumnos tenían puesto lentes oscuros, y las ventanas estaban cubiertas con cartones. Pero eso no era todo, el profesor era una montaña de nervios, sostenía la tiza con temblor y su cara estaba toda transpirada. Por un momento, Pablo se olvidó del baño y se acercó más a la puerta. También le sorprendió la aplicación de los chicos. Todos prestaban atención en silencio y escribían el texto en sus carpetas. Un joven pelirrojo de la primera fila, descubrió la presencia del curioso y con una sonrisa se bajó un poco los lentes. —Dios mío… Pablo retrocedió nervioso a punto de perder el equilibrio. Los ojos del estudiante eran tan rojizos como su cabello. El chico nuevo volvió al aula y tomó asiento junto a su compañera. En su cabeza se repetían las imágenes del segundo año B, necesitaba respuestas urgentes, los nervios le quitaban el aire. —Disculpame, Morena… La joven levantó la vista de su hoja y le sonrió sin ganas. —¿Qué querés? –le preguntó de mala manera. —¿Por qué los chicos de segundo B tienen…? 8


—No preguntes. Morena lo miró amenazante como si hubiera dicho una palabra prohibida. Los compañeros que se sentaban a su alrededor lo observaron temerosos y en silencio. —¿Por qué no puedo preguntar? –insistió Pablo. —Porque no. —¿Pero qué tienen? ¿Por qué usan anteojos oscuros? Morena se mordió el labio inferior. —¿De chico te pegaron con un martillo en la cabeza? —¿Qué decís? —No tengo dudas. Pablo se tragó la bronca y miró hacia otro sector. Los demás alumnos dejaron de observarlo. El chico nuevo estaba muy desanimado. En ese momento, hubiera preferido haberse quedado a vivir con su abuela. Extrañaba a su viejo colegio y sobre todo, a sus queridos compañeros. Más tarde y después de varias horas de televisión, Pablo miró a través de la ventana, y al ver que oscurecía, sin ganas, decidió hacer la tarea. Como si le pesaran los pies, se bajó de la cama tan despacio como pudo, agarró su mochila del suelo, y al abrirla, encontró que su carpeta no estaba. —Idiota… 9


En ese instante, recordó que la había olvidado debajo del banco. Eran tantas las ganas que tenía por salir del colegio, que no había prestado atención. Fastidioso, barajó las alternativas que tenía y optó por no causar una mala impresión de entrada. Como su colegio estaba apenas a una cuadra, calculó que el operativo de rescate solo le llevaría diez minutos. —¡Ya vengo, ma! –gritó con un pie fuera de su cuarto. —¡Esperá un poco, Pablo! Su madre aprovechó el trámite para pedirle que fuera a la verdulería. La lista decía: un kilo de manzana, dos cabezas de ajo y una planta de lechuga. Pablo agarró la plata y enseguida se arrepintió de haber tomado esa decisión. Al pasar por la verdulería, vio que estaba vacía y aprovechó para hacer la compra primero. Luego, con la bolsa azul en su mano, fue directo hacia el colegio. El viento soplaba con fuerza y en cualquier momento se iba a largar a llover. Pablo se subió el cierre de su campera hasta arriba y puso sus manos en los bolsillos para ocultarlas del frío. Al llegar a la puerta del colegio, descubrió que estaba un poco abierta y sonrió por ahorrarse de tocar el timbre. —Una a favor… –dijo con una sonrisa y se metió enseguida. 10


11


El hall de entrada estaba todo oscuro. Pablo caminó hasta la pared y desde allí se dirigió entre las sombras hasta el patio principal. Al llegar a la puerta, sus pies dejaron de funcionar. En la otra punta del patio, en el aula del fondo, sus ojos descubrieron una fiesta, la fiesta de segundo B. Los alumnos que Pablo había visto esa mañana, bailaban y se divertían al ritmo de la música electrónica. Esta vez, ninguno de ellos tenía puestos los lentes oscuros y las ventanas no estaban cubiertas por cartones. —Hola, Pablo. Al escuchar una voz, se sobresaltó y casi muere de un infarto. Nervioso, giró con lentitud y vio a una chica de su edad. Era tan linda, que le cortó el aliento. —¿Te asusté? –le preguntó ella. —No, no, no. Bueno, un poco… –contestó inquieto. —Disculpame, no fue mi intención. —No hay problema, ¿cómo sabés mi nombre? —Está escrito en las hojas. —¿En las hojas? ¿Qué hojas? —Estas –la joven levantó su mano y le mostró la carpeta que Pablo había olvidado. El espía abrió bien grandes sus ojos. Toda la situación le parecía muy irreal, como si estuviera dentro de un sueño. —Mi carpeta… –dijo cuando la agarró–. Gracias, me la olvidé hoy a la mañana. Te agradezco mucho, 12


la vine a buscar porque tengo que hacer unos ejercicios de tarea. —Ya los hice yo –le informó ella. —¿Cómo ya los hiciste? Su compañera de la otra división era demasiado perfecta para ser real. Pablo trató de calmarse, pero su pie derecho parecía seguir el ritmo de una melodía. —Sí, me tomé el permiso, ¿estuve mal? —No, no, estuviste genial, gracias –Pablo no sabía qué decir, tenía miedo de que su lengua se trabara. —La letra me salió idéntica a la tuya, no vas a tener problemas. La alumna de segundo B era una caja de sorpresas. Cada vez que abría la boca era para meter un gol. —Me dejás sin palabras… –le dijo Pablo abrumado por la actitud arrolladora de su compañera. —Decí que sí, entonces. —¿Qué sí? —¿Qué te parece si te invito a la fiesta? Pablo la miró fijo con los ojos bien abiertos. Quería seguir junto a ella, en la fiesta o en cualquier lado, pero a pesar del intenso deseo, la rechazó. —No puedo… –titubeó–. Tengo que ir a llevarle esto a mi mamá… –con mala cara levantó la bolsa de la verdulería. —¿Te va a retar si llegás un poco tarde? 13



Turn static files into dynamic content formats.

Create a flipbook
Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.