1. Vuelve el Viajero de los Tiempos
El celular me despertó con un sonido desconocido. Eran las seis de la mañana de un día de invierno y el cielo parecía una manta negra con perlitas brillantes esparcidas sobre ella. Me fijé en la pantalla y en vez de un nombre, apareció una cara tostada por el sol, con barba desaliñada y un par de viejas antiparras que ocultaban dos ojos saltones color celeste. Una carcajada brotó de una boca con pocos dientes. —¡Hola Juan! –saludó la imagen telefónica–, soy yo, tu amigo, el Viajero de los Tiempos. Este está cada día más loco, pensé mientras me imaginaba que algo desopilante iba a suceder. —¡Hola, ¿cómo estás?! –contesté–. ¿Me podés explicar cómo hiciste para grabar tu risotada y tu cara barbuda en mi celular sin que yo lo supiera? —Ay, Juan, eso no se dice. Es un secreto que compartimos con nuestro amigo, el profesor Eurípides1. ¿Qué te parece? Ahora es hacker de celulares para divertirse. Te manda saludos. Está a mi lado en el 1 El profesor Eurípides aparece por primera vez en El Viajero de los Tiempos III,
una aventura interplanetaria, publicado por Quipu.
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barril probando un nuevo instrumento para nuestro próximo viaje. —Pero… pero… ¿no era que al barril no le faltaba nada para viajar en el espacio tiempo? ¿Acaso no retrocedimos en el tiempo hasta salvar una goleta2, luchamos con pterodáctilos, y logramos salvar a las ballenas de Madryn3? Hasta conseguimos recorrer los planetas del sistema solar, llegamos a Ceres4, donde… —¡Dale Juan, vestite que nos tenemos que ir! –contestó el Viajero no dando lugar a más conversaciones inútiles–. ¡Debemos pasar a buscar a Ingrid Larsson por el campo! No te olvides que estamos en vacaciones de invierno y ella está con los padres. Cuando escuché el nombre de Ingrid, me levanté de un salto, busqué mis jeans, las zapas, un buzo abrigado pero no necesité ponerme las medias porque duermo siempre con ellas. Me fui al baño, me miré en el espejo. Hice varias muecas pensando en Ingrid Larsson y en cómo me vería ella. Sentí que alguien me golpeaba la pierna. Era Max, mi querido perrito criollo que me decía, a su modo, que estaba al tanto del viaje. Lo miré guiñándole un ojo y le dije: —Nos vamos, Max. No hagas bochinche que papi y mami duermen porque están de vacaciones. Le voy a pedir al Viajero que regresemos pronto. 2 Aventura en El Viajero de los Tiempos I, (Quipu). 3 Rescate de las ballenas en El Viajero de los Tiempos II, una aventura patagó-
nica, (Quipu). 4 Viaje interespacial en El Viajero de los Tiempos III, una aventura interplanetaria, (Quipu).
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Me acerqué al balcón de mi habitación y, como de costumbre, ahí estaba el Viajero dentro del barril, flotando como si fuera un globo. Eurípides, con su bigote mitad rojo y mitad blanco, sentado a su lado, me sonreía haciéndome señas con la mano para mostrarme algo que no supe lo que era. —¡Qué viaje habrán tramado esta vez! –dije sin poder adivinar a dónde iríamos. Me llamó la atención que los dos llevaran cascos de minero con una linterna incorporada en el frente. Hacía frío. Me puse una campera y una gorra de lana. A Max lo vestí con el chaleco de invierno que le había tejido mi abuela pero no pude ponerle la gorra. Era el perro más coqueto que yo conocía. Afuera, el cielo ya no parecía una manta negra y las perlitas brillantes habían desaparecido. Comenzaba a aclarar. Pensé que si alguien me hubiera visto pegar un salto desde el balcón al interior del barril con Max debajo del brazo, se hacía internar en un manicomio, y si llegaba a decir lo que había visto, no le daban el alta jamás. Me acomodé en las confortables butacas dejando un lugar libre para Ingrid. El profesor Eurípides, con sus erres fuertes, comenzó un breve discurso de bienvenida y, de acuerdo a su costumbre, lo hizo recitando una canción:
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—Bienvenidos compañerros a este grrato lugar donde tantas cosas suelen pasarr. Estamos por emprrenderr un viaje colosal en nuestro barrrril que, como todos sabemos, es una nave muy especial. Es una nave espacio-temporral. Y al decir esto, los cinturones de seguridad salieron del techo y nos sujetaron, comenzó el zumbido del despegue y al mismo tiempo que el Viajero lanzaba una estruendosa carcajada, el barril despegó del borde del balcón rumbo a la salida de la ciudad.
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2. Ingrid Larsson
Tardamos poco tiempo para llegar al campo de Ingrid. Abajo nuestro podíamos ver la casa familiar, el galpón, un tractor y varios perros que comenzaron a correr inquietos en círculo como si nos hubieran descubierto bajando de las nubes. El Viajero me mostró la imagen agrandada de la ventana que pertenecía al dormitorio de Ingrid, mientras tomaba un aparato igual a un teléfono de la consola donde tenía el instrumental de la nave y dijo en voz alta: —Ingrid, aquí estamos. Venimos a buscarte. En el acto, apareció la cara sorprendida de Ingrid en la pantalla con la misma pregunta que yo me había hecho: —¿Adónde vamos? La contestación del Viajero fue la misma: —No tenemos tiempo para explicaciones. ¡Vamos, Ingrid! Cuando Ingrid entró en el barril creí que todo se iluminaba. Estaba preciosa con sus trenzas que parecían de oro, sus ojos azules y su sonrisa marcando los hoyuelos que tanto me gustaban. Hacía varios días que no la veía debido a que estábamos 9
en vacaciones de invierno, pero cuando se acercó y me dio un beso, sentí su perfume que me inundaba la nariz y me di cuenta de cuánto la extrañaba. —Hola Juanchi. Te iba a llamar para vernos pero, por lo visto, no fue necesario. El Viajero y Eurípides festejaron a su modo la llegada de Ingrid. Él, con una carcajada y Euri, con otra bienvenida tipo canción. Max se dedicó a mover la cola y ladrar hasta que ella le frotó el hocico y le dio un beso en la frente. Nos acomodamos muy juntos en las butacas y fue entonces cuando decidí preguntarle al Viajero algo que me venía rondando en la cabeza: —¿Pueden decirme, por favor, cuál es el invento y por qué tanto secreto? –Lo hice con mi mejor tono ocultando la impaciencia que tenía por conocer el nuevo instrumental del barril. —Bueno, Juan, describirte el nuevo instrumental es casi confesarte adónde vamos a ir en este viaje y con Euri pensábamos mantenerlo en secreto para que ustedes no se preocupen. —Está todo bien pero creo que nunca, Ingrid y yo, les dimos motivos para que desconfíen de nuestra discreción. Hemos viajado al pasado y también recorrimos medio sistema solar a una velocidad mayor que la de la luz y sin embargo, ni siquiera nuestros padres o amigos se enteraron. Algún día, dentro de muchos años, si ella o yo somos escritores, 10
trataremos de contar estas aventuras pero nadie en su sano juicio va a pensar que fueron reales. Mientras tanto, confíen en nosotros que nada va a pasar, siempre y cuando, volvamos vivitos y coleando antes de las nueve y media de la mañana, hora en que nuestros viejos estarán despiertos –dije mientras Ingrid asentía con la cabeza. —Bueno, si eso va a pasar cuando sean escritores, no hay problema. Ahora les pido que esto que les voy a contar no se sepa porque estamos emprendiendo una nueva exploración que nos puede llevar a descubrir detalles de la historia que hasta ahora no se conocen. —¡Dale! Empezá de una vez que nos morimos de ganas de enterarnos –dijimos a dúo con Ingrid acompañados por un ladrido de Max, mientras se oía el zumbido cada vez más potente producido por el barril al comenzar el vuelo. —Bueno, amigos –dijo el Viajero con una sonrisa–, los dejo con Eurípides que les va a explicar la parte técnica. Yo ahora tengo que atender la conducción del barril porque acabamos de despegar y en poco tiempo estaremos en el aire a una velocidad que no permite ningún tipo de distracción.
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