Tras los pasos de un gaucho perseguido
Buscando a Fierro
Laura Ávila
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Capítulo 1
Los pobrecitos tal vez no tengan ande abrigarse, ni ramada ande ganarse, ni un rincón ande meterse, ni camisa que ponerse, ni poncho con que taparse. 1
Salieron taloneando los caballos, a perseguir a los ter neros antes de que alguien descubriera que se los estaban robando. El Viejo enlazó al más chico. Lo tiró del cogote haciéndole hundir las rodillas en el polvo. Los demás se perdieron en el cardal. Juancito desmontó de un salto y se acercó al ternero enlazado. El bicho lo miró con sus grandes ojos redondos. Temblaba de miedo.
1 El gaucho Martín Fierro, de José Hernández. Capítulo 6, líneas 1081-1086, verso 185. ¡Escanéa el código QR que está en la página 95 para leer la obra completa!
Los terneros vieron la soga y empezaron a correr. Juancito tiró el lazo por encima de su cabeza pero no logró enganchar a —¡Manco!ninguno.legritó el Viejo.
Juancito no entendía. En el pueblo donde vivían, todos conocían la fama del Viejo, su mano larga y sus faltas a la confianza. Allá tenían que carnear de noche, para que nadie los viera. Pero ahora estaban lejos de su pago.
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Juancito se apartó. A pesar de estar criado en el campo, no podía soportar el degüello de un animal.
—Acá ni muertos, ¿qué querés, que nos descubran?
Aún así, el Viejo no quiso acampar ni lo dejó llevarse casi nada de carne. El cuero era lo único que le importaba: lo aseguró bien al recado de su caballo.
—¿Nocercanos.vamos a comer, che Viejo?
El Viejo se dejó caer del caballo con el cuchillo listo para la faena:—¡No lo mires, abombao! ¡Después no lo podés carnear!
—Movete, canejo, hay que ser más rápido que el viento.
El Viejo lo carneó y separó el cuero. Lo estaba raspando con el revés del cuchillo, cuando vio que Juancito volvía del lago. Había juntado algunas ramas secas para hacer el fuego.—¿Qué hacés? –le dijo, limpiándose las manos en los yuyos
Tomó a su caballo y lo llevó al claro en donde habían encontrado a los terneros. Había un lago ahí. El chico se mojó la cara y el pelo largo que le pasaba los hombros. Después dejó beber a su caballo. De lejos le llegaban los chillidos del ternero.
Juancito miró bien a los gauchos, para ver si alguno de ellos era su padre. Casi no se acordaba de su cara, pero estaba seguro de que podría reconocerlo si se lo encontra ba, alguna vez.
Todos los presentes, entonces, repararon en Juancito. Su poncho estaba hecho un trapo de piso, con más agujeros que una tela de araña. No tenía pantalón, se las arreglaba con un chiripá rotoso y andaba descalzo. Parecía un Cristo en miniatura, con ese pelo largo y esas fachas desvalidas.
El pulpero salió de la trastienda y lo encaró detrás del mostrador:—Nodamos limosnas le dijo, mientras secaba un vaso.
Adentro había tres gauchos tomándose unas cañas, una chica barriendo el local y un joven moreno tocando la guitarra. Había olor a comida, pintaba lindo el ambiente.
Los dos cabalgaron hasta encontrar una pulpería. Antes de apearse, el Viejo lo mandó a ver si había policías en el interior.Juancito bajó, ató a su caballo en el palenque del patio y entró a la pulpería.
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El estómago de Juan gruñó de hambre, pero no se animó a decirle nada al Viejo. Le tenía miedo.
—El que da limones es el limonero. A mí servime dos cañas.
Pero Juan no se achicó para nada. Se echó atrás la mele na y dijo, muy seguro:
—Hoy es mi santo –le dijo Juancito con la boca llena.
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El pulpero cambió de actitud. Estudió la calidad del cuero y se lo aceptó sin hablar. Volvió con un fajito de bille tes, una botella de caña y un plato con pan y queso que dejó en el mostrador.
El pulpero echó al gauchito con un gesto, como si fuera un moscardón molesto. Juan salió de la pulpería y regresó con el Viejo. Los dos se plantaron en el mostrador y el Viejo retó al —¿Nopulpero:escuchaste al gurí? ¡Dos cañas en vaso grande!
—Acá se paga por adelantado le dijo con algún des precio.ElViejo apoyó los cueros del ternero robado en el mos trador.—Cobrate y dame el vuelto.
El pulpero lo miró de arriba abajo.
A la orden del Viejo, Juancito se abalanzó sobre el plato. Estaba muerto de hambre. El chico de la guitarra lo obser vaba comer con curiosidad.
Hablaba como un gaucho viejo, pero su voz de niño era muy evidente.
El moreno que tocaba la guitarra levantó la vista. Era un niño también, aunque más grande. Vestía una camisa limpia, pantalón inglés y zapatos de cordobán. Un sombre ro de ala ancha le cubría las motas. Lo más lujoso era su guitarra de ébano. Tocaba bastante bien.
—No, pero ya quisiera.
—¿Cómo te llamás?
—¡Tomá, Bautista payador! ¡Comé con nosotros! El Viejo, que había estado contando los billetes, se adueñó del —¡Quéplato.invitás de mi comida! ¡Mejor andá a ver a los caballos,Juancitosotreta!quiso recuperar el queso, tironeando el plato, pero el Viejo le dio un tortazo.
Juancito—Bautista.le pasó el plato con pan y queso.
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Presten, pido, su atención Porque a todos les encargo
Que el Cristo del pelo largo Cumple años todo el día Así que, con alegría, Me apresuro a saludarlo.
¡Fa! ¡Sos payador!
El muchacho moreno se rio:
El joven moreno se acomodó la guitarra, hizo algunos arpegios y cantó:
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Humillado, Juancito salió sorbiéndose los mocos rumbo al palenque. Acarició a su caballo, suspirando hondo para no Elllorar.solbrillaba y casi no había nubes. El cielo sucedía, liso como una pampa celeste. Juan oyó un galopar de caballos. Se fijó en el camino y notó una polvareda que se acercaba. Era una partida policial.
Capítulo 2
El Viejo había perdido reflejos por la caña que estaba tomando, pero enseguida levantó la guardia.
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Juan se escondió en la letrina que había pasando el palenque. Le tenía más miedo a la ley que al Viejo.
Bautista dejó de tocar apenas los vio. Los gauchos ama garon con retirarse, pero uno de los oficiales se paró en la entrada.—De acá no sale nadie.
2 La vuelta de Martín Fierro, de José Hernández. Capítulo 14, líneas 2193-2198, verso 337. ¡Escanéa el código QR que está en la página 95 para leer la obra completa!
—Güen día, oficiales. ¿Se sirven? –invitó, zalamero.
Me llevó consigo un viejo que pronto mostró la hilacha: dejaba ver por la facha que era medio cimarrón; muy renegao, muy ladrón, y le llamaban Vizcacha. 2
La partida era de cinco policías. Llegaron al patio, ataron a sus caballos sudorosos y entraron a la pulpería.