Índice
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El gato con botas Lo que nunca se supo del gato con botas Adela Basch
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CENICIENTA La del zapatito de cristal Cecilia Pisos
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Cleta, la verde Mercedes Pérez Sabbi
36 38
Las Hadas Entre perlas y sapos Ángeles Durini
48 50
LA SIRENITA La pequeña sirena Olga Drennen
58 60
EL PATITO FEO El cisne feo Graciela Pérez Aguilar
64 66
Blancanieves Y comieron perdices… ¡todos los días! María Inés Falconi
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Los enanos son mineros Ana María Shua
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Biografías
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El Gato con Botas El Gato con Botas es un cuento popular de hadas que, a lo largo del tiempo, fue recopilado por distintos autores. La versión más conocida es la de Charles Perrault que lo publicó en sus Cuentos de Mamá Oca. La historia comienza con la muerte de un molinero. Al morir, el hombre dejó solo un gato como toda herencia a su hijo menor. Ante tan pobre legado, el joven se lamentó. El astuto gato escuchó sus quejas y le dijo que podía ayudarlo a superar tanta mala suerte, si le conseguía un par de botas y una bolsa.
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Cuando recibió lo que había pedido, el gato se fue a cazar conejos. No bien consiguió su primera presa, se presentó ante el rey y se la entregó como regalo de parte de su amo, el marqués de Carabás. El monarca se sintió muy agradecido porque durante algunos meses recibió no solo conejos, sino, también, perdices de parte del marqués. Un día el gato se enteró de que el rey iba a salir a recorrer la costa del río con su hija, la princesa, que era muy bonita. Entonces, corrió a decirle a su amo que fuera a bañarse al río. Mientras el muchacho le obedecía, el gato escondió sus harapos entre la maleza. Y cuando vio que la comitiva se acercaba, salió al paso de la carroza y dijo al rey que unos ladrones habían despojado de sus ropas al marqués de Carabás. Al instante, el monarca se dispuso a prestar ayuda a quien había sido tan generoso con él y ordenó que le llevaran el mejor traje de palacio para el joven. No bien estuvo vestido con tan ricas vestiduras, el hijo del molinero se vio como un noble y la princesa se enamoró de él. El rey, por su parte, lo invitó a viajar con ellos. Como conocía la ruta que la carroza iba a recorrer, el gato corrió hacia la campiña y pidió a los labradores que cuando el monarca pasara por allí, le dijeran que esas tierras pertenecían al marqués de Carabás. En realidad, los campos eran propiedad de un ogro muy rico en cuyo castillo se presentó el gato. Cuando el dueño del castillo lo recibió, sabiendo que tenía el poder de transformarse en cualquier animal que quisiera, el gato lo desafió a que se convirtiera en ratón. Al instante, el ogro tomó el aspecto de un roedor y el gato cayó sobre él y se lo comió. Cuando el rey y su comitiva entraron en el castillo, fueron recibidos por el gato que les dio la bienvenida en nombre de su amo. Ese mismo día, rico gracias a su mascota, el joven y la princesa se casaron. Y todos fueron felices en el castillo, en especial, el gato, quien tuvo tanto poder, que nunca más necesitó correr detrás de ningún ratón. Veamos qué pasó después, según imaginó la escritora Adela Basch.
El Gato con Botas
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Lo que nunca se supo del Gato con Botas Adela Basch
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acía ya tiempo que el Gato con Botas tenía el cargo de Primer Ministro en el reinado donde su amo era el monarca, gracias a los servicios que con sus extraordinarias capacidades le había prestado y que, entre muchos otros logros, habían hecho que la princesa y él se enamoraran y se casaran. Es bien sabido que el Gato con Botas era muy inteligente, astuto y sagaz, además de hablador. Y resultó ser un Primer Ministro sumamente beneficioso tanto para el reino como para los países vecinos. Asesoraba a los reyes con gran rectitud y sentido de la justicia. Llegó un momento en que le resultaba tan fácil cumplir con sus tareas, que comenzó a aburrirse un poco y a sentir, de vez en cuando, algo de nostalgia por los difíciles tiempos pasados, en los que para sobrevivir se veía obligado a cazar ratones. “Esto no puede ser”, se dijo. “Extrañar el pasado es peligroso, sobre todo, cuando este fue duro y doloroso. Es mejor disfrutar del presente. Sí, pero últimamente ando un poco aburrido. Ser Primer Ministro se ha vuelto rutinario y yo quiero vivir algo sorprendente, extraordinario”. Después de pensar un rato, convocó a la reina y al rey y les dijo así: —Les anuncio que a partir de este momento dejaré de ser el Gato con Botas. La reina y el rey lo miraron atónitos y con visible preocupación. Por nada del
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El Gato con Botas
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mundo querían perder a tan excelente amigo y ministro. Al Gato le bastó un instante para comprender los temores que se estaban apoderando de ellos. Entonces continuó así: —Creo que para el reino va a ser mejor que haya algunos cambios. Una vez más la reina y el rey le dirigieron una mirada llena de temor, mientras trataban de imaginar a qué cambios se estaba refiriendo. ¿Acaso pensaba renunciar a su cargo de Primer Ministro? Era algo que nunca se les había ocurrido, y no estaban preparados para esa eventualidad. ¡El Gato con Botas desempeñaba sus funciones tan bien! Al Gato le bastó una fracción de segundo para darse cuenta de lo que sentían la reina y el rey y comprendió que no podía renunciar a ser Primer Ministro sin causar un gran disgusto a los reyes. En ese instante un veloz pensamiento cruzó su mente como un relámpago iluminador: si no puedo cambiar las funciones que ejerzo, al menos cambiaré yo. Por eso se dirigió a ellos de este modo: —Yo voy a seguir siendo Primer Ministro, de eso no tengan dudas. Pero de aquí en más, voy a dejar de ser el Gato con Botas, porque esa etapa ya terminó para mí. Desde ahora, mi querida reina, mi querido rey —y en ese momento, les hizo una reverencia, se quitó las botas y las arrojó por el aire—, soy el Gato con Gotas. Apenas pronunció esas palabras, ante la mirada estupefacta de los reyes, el Gato cambió por completo de aspecto. Estaba totalmente mojado, como si le hubieran caído encima diecisiete diluvios y cincuenta y tres lluvias torrenciales. Apenas se le veían los ojos y los bigotes. El resto era un conglomerado de infinitas gotas. En el lugar de la sala donde estaba ubicado ya se comenzaba a formar un charco. Para colmo, por cada gota de agua que caía aparecían por los menos cinco o diez gotas nuevas. El Gato con Gotas quiso dirigirse hacia su despacho de Primer Ministro, pero con cada movimiento que hacía, por pequeño que fuera, desparramaba por todas partes
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abundantes gotas de agua. La reina y el rey comenzaron a retroceder velozmente, con la intención de huir de las salpicaduras. Pero fue en vano, en pocos instantes los dos terminaron empapados y la reina soltó un estornudo descomunal. Después lo miró a los ojos y le dijo con voz dulce pero firme: —Es mejor que no seas el Gato con Gotas. El Gato asintió con la cabeza y replicó: —Sí, estoy de acuerdo, querida reina. E intentó acercársele para besarle la mano, pero la reina se largó a correr, espantada, al grito de: —¡Por favor, que alguien me traiga un paraguas y una capa para la lluvia! El Gato se detuvo y le pidió disculpas—: Lo siento, de verdad. Pero ya mismo le pondré fin a esta incómoda situación. Lo del Gato con Gotas ya terminó —dijo mientras meneaba la cabeza y seguía desparramando gotas de agua, pero ahora cada vez más pequeñas—. A partir de este momento soy… el Gato con Jotas. Todas las gotas de agua se evaporaron de su cuerpo en un santiamén, como si se las hubiera tragado una aspiradora. El Gato se adelantó un paso, hizo una reverencia ante la reina y el rey, y exclamó: —Jí, ahoja soy el Jato joj Jojas. Y ja újija jojjojajje jue juejo jjojujjiaj ej ja joja. —¿Qué? —preguntó sorprendido el rey, que conocía al Gato desde hacía muchísimo tiempo y era la primera vez que no entendía lo que decía. —Dijo “sí, ahora soy el Gato con Jotas y la única consonante que puedo pronunciar es la jota” —aclaró la reina.
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El rey, pese a todo lo que quería al Gato, empezaba a ofuscarse un poco. Y sin pensarlo mucho, exclamó: —Al Gato con Jotas no se le entiende ni jota. No se le entiende nada. ¡Nada! Así que, por favor, querido Gato, ¡la etapa del Gato con Jotas ha terminado! —Juy jien, ají jerá —aceptó el Gato. Y enseguida agregó—: Muy bien, así será. La reina y el rey lanzaron un suspiro de alivio. El Gato continuó: —Les anuncio que a partir de este momento seré el Gato con Notas. —¿Con notas? —preguntaron a coro la reina y el rey. —Sí, con notas. —Pero ¿qué clase de notas? —dijo, inquieta, la reina. —Claro —asintió el rey—. Porque hay muchas clases de notas. Hay notas que se ponen como calificación en los exámenes; hay notas explicativas en los libros, llamadas notas al pie; hay notas que son artículos publicados en diarios y revistas; hay notas musicales, hay notas… —Notas musicales, por supuesto —cantó el Gato, porque no lo dijo, lo cantó a voz en cuello. Y siguió cantando—: Desde hoy, todos los habitantes del reino, entre los que mi querida reina y mi querido rey ocupan un lugar de privilegio, tendrán el placer de escucharme cantar. Ya no hablaré, ahora todo lo diré cantando, con una hermosa gama de notas musicales. Los reyes lo miraron casi petrificados como estatuas en una extraña postura: los brazos a la altura de la cabeza, las palmas de las manos tapando con desesperación los oídos y la boca abierta soltando una y otra vez una sola palabra: “¡Basta!”. El Gato los miró con un leve aire compungido. —¿Qué pasa? ¿No les parece que mi manera de cantar es hermosa y que tengo una bellísima voz? —¡No! —respondieron a coro—. Por favor, no queremos volver a oír ni una sola vez más al Gato con Notas. —Está bien —cantó el Gato tratando de taparse la boca con el sombrero, mientras la reina
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y el rey volvían a cubrirse los oídos—. Vamos, bajen las manos —dijo hablando como siempre lo había hecho—. No volveré a cantar. Y creo que lo mejor será que de aquí en adelante yo sea su fiel amigo y su confiable Primer Ministro: el Gato con Botas. —¡Bravo! —corearon los reyes. Y los tres decidieron que, para festejar, darían una gran fiesta a la que invitarían a todas las gatas del reino, porque intuían que el Gato con Botas estaba necesitando encontrar una novia.