Todo el mundo tiene abuelos. Bueno, tengo un amigo que tiene dos y otro que no tiene ninguno. Yo tengo un abuelo... ¡y él es increíble! Es muy, muy, muy viejo (o yo soy muy joven), y vive conmigo y con mis papás. Mi abuelo no es como los abuelos de mis amigos, ni se parece al viejito de la panadería ni al que vende globos en mi calle. Creo, incluso, que es un secreto o, tal vez, no lo sea más. Los adultos creen que soy muy chiquito para saber, pero yo estoy seguro: mi abuelo es un superhéroe.
Cuando yo era muy chico, mi abuelo adoraba contar historias sobre cuando fue a luchar a la guerra. Yo no entendía mucho, pero sabía que él había vencido a muchos hombres malos. Me di cuenta de que era un superhéroe un día en que yo jugaba a la pelota y se me voló por encima de la cerca. La pelota fue a parar al jardín del vecino. Entonces, recordé que mi papá siempre me decía: “El hombre de la casa de al lado es un monstruo muy malhumorado. Si tu pelota cae allá, él no te la va a devolver. Cuidado".
Pero, ¡adivinen qué! Llegó mi abuelo se colocó su chaleco marrón de lana, se puso los anteojos -él casi siempre se inclinaba para verme por sobre los lentes- y atravesó el jardín, hasta el portón de la casa del vecino.
Yo esperé allí parado hasta que volviera. Si el vecino era realmente un monstruo no lo sé, ¡pero mi abuelo estaba ahí, de vuelta, con la pelota!
Pero un día, mi abuelo hizo una tontería muy grande. Por lo menos eso creo yo. Escuché a mamá gritando: –Papá, ¡olvidaste la olla sobre la hornalla prendida de nuevo! Casi se prende fuego la cocina. ¡No puedes hacer una cosa así! -dijo ella, furiosa.
El abuelo me vio espiando por la puerta de la sala y, cuando pasó por al lado mío, susurró: –Eh, pst… ¿escuchaste todo? –Sí -dije yo, avergonzado. –¿Entonces sabes lo que eso significa? –No, abuelo.
–Es el polvo del hada. ¡Tenemos que encontrarla! -dijo él, mirando para todos lados frunciendo la frente. –¿Las hadas no son buenas, abuelo? -pregunté. –No todas. Esta no lo es. Ella vuela sobre tu cabeza y tira un polvo casi invisible. Es muy difícil ver al hada del olvido.
–¿Y qué pasa después de que ella tira el polvo? –¡Uno se olvida de las cosas! ¿No viste cómo olvidé la olla sobre la hornalla? ¿Vamos a buscarla? Yo acepté, mientras el abuelo me tomaba de la mano. Entonces salimos volando por las montañas, detrás del hada del olvido.