El día que fuimos a comer al Barrio Chino, no estaba muy contento. La verdad, hubiese preferido una hamburguesa, pero votamos y perdí por dos tantos contra uno.
El restaurante tenía una enorme puerta roja, mi papá me dijo que las pintan de ese color por el feng shui. Ustedes se preguntarán quién es "Feng shui", bueno, yo también.
Por momentos me imagino que es un luchador forzudo y musculoso, el Súper-Feng.
También que puede ser un sabio que solo come brotes de bambú y vive en un templo Shaolin, esto lo vi en una película.
Quizás una chica de China, la señorita Feng, como la que atiende el supermercado de la esquina.
O un patriarca de mil años que nunca muere y vive en la cima del Himalaya con el Yeti.
Hasta que mi papá me dijo: —El feng shui es un arte ancestral que busca el bienestar y la armonía general de la persona, en su entorno. —Ahhh -le respondí y tiré mis teorías a la basura.
El lugar era increíble, había figuras de dragones y seres mitológicos, espadas, escudos y un gato que me miraba fijamente, ese no tenía nada de mitológico. La chica que nos atendió me dijo que no me asustara y que se llamaba Roberto. No la chica, el gato.