En el abrazo del árbol

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a, para el jueves tengo que hacer un árbol genialógico.

—GENEalógico… —Eso. Dijo la seño que pidamos ayuda a nuestros padres para completar las ramas de los bisabuelos y tartarabuelos. —TATA rabuelos… —Eso. ¿Me ayudás? —Por supuesto, me encanta esa tarea. Pero ahora es un poco tarde, termino de cocinar, cenamos y a la cama. Nos sentamos juntos el sábado y lo hacemos, ¿te parece? —Mmm bueno, está bien. Yo voy empezando con las ramas más bajitas.


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Buscó una hoja grande y con un lápiz comenzó a trazar la silueta de un árbol. En la primera rama dibujó una carita con sonrisa y puso su nombre, Martín; al lado, la cara con pecas de su hermana Guada. Sabía que justo en la rama de arriba tenía que poner a sus padres y así lo hizo, pero entonces surgió la primera duda: —¡Ma! ¡Ma! —¿Qué…?


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—¿Dónde pongo a Gerardo? Gerardo era el papá de Guadalupe. Lo conocía desde siempre y era como un tío y aunque al principio no lo quería mucho porque se llevaba a Guada cada fin de semana, después le fue cayendo mejor porque era chistoso y muchas veces lo habían sumado a sus salidas.


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—Y... ponelo en una rama cerca de Guada… Para cuando su mamá le contestó él ya lo había dibujado, pero había decidido no poner a Fátima, la nueva novia de Gerardo, por si le duraba poco como la anterior. Igual le dejó un lugarcito vacío entre las hojas, por las dudas. Iba a empezar a dibujar a los tíos cuando llegó la orden de irse a lavar las manos y ayudar a poner la mesa.


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anilo llevaba las manos en los bolsillos de su guardapolvo nuevo. Nueva era también la escuela. Nuevos compañeros, nueva maestra. Pero era el mismo de siempre ese calor que lo hacía poner colorado y bajar los ojos para mirar otra vez la punta de sus zapatillas. Su mamá le había dicho que tendría la oportunidad de hacer amigos, pero él no sabía cómo hacer. En el aula, entre el bullicio de sillas y voces, la maestra lo sentó al lado de un chico de flequillo despeinado.


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—Se ve que sos tranquilito, Danilo. Vas a ser buena compañía para Pedro −le dijo. Toda la hora hasta el recreo, Pedro se la pasó hablando por lo bajo con los compañeros de atrás, y se reían y se tiraban papelitos. Cada vez que se daba vuelta, le pegaba con el codo y le movía el cuaderno; su letra quedaba entonces más desprolija que de costumbre. Apenas tocó el timbre del recreo, Pedro y los demás se esfumaron y Danilo quedó solo en el aula. Decidió igual asomarse al patio. Tuvo que tener cuidado para avanzar entre las corridas y los gritos que se cruzaban a su paso. Caminó bien pegadito a las ventanas que daban a las aulas. Allí donde parecían terminar el patio y el edificio había un rincón en el que crecían un árbol y su sombra.



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