Colegio maldito IV

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La serie negra de Quipu

Colegio maldito IV La furia de Nico Gabriel Korenfeld Ilustraciones: Federico Combi



CAPÍTULO I

El fin del miedo

Las dos parejas se bajaron del colectivo y caminaron hacia el complejo de cines. Nico y Mía estaban pasando los primeros meses de noviazgo y se los veía muy felices juntos. Seba y Lula, en cambio, habían tenido una pequeña discusión por una llegada tarde, y no estaban tan acaramelados como siempre. Por otro lado, Violeta y Rapo también continuaban en pareja, pero la hermana de Nico prefirió ir a una exposición de tatuajes y el chico rapero la acompañó. —Tu hermana y Rapo hacen la pareja más extraña que conozco –opinó Seba. —Coincido –dijo Nico. —Se quieren, es lo único que importa –opinó Lula. —Coincido –la apoyó Mía con una sonrisa. —Te apuesto cien pesos a que Rapo se tatúa el nombre de tu hermana –lo desafió Seba. —No creo que sea tan estúpido. —Mirá que estamos hablando de Rapo. —Sería un lindo gesto de amor –murmuró Lula–. ¿Vos no te lo harías? La chica de ojos celestes miró fijo a su novio y lo puso en aprietos. Nico y Mía sonrieron cómplices con la cabeza gacha. —Somos muy chicos –le contestó Seba–. ¿Y si nos peleamos? Voy a tener que buscar otra chica que se llame Luciana y le digan Lula. 5


—¿Vos te querés pelear? —No. —¿Entonces? —Entonces, ¿qué? —Entonces te podrías hacer un tatuaje con mi nombre. Seba cerró los ojos y se insultó a si mismo. —¿No te bastó con que haya arriesgado mi vida al irte a buscar al "Colegio maldito"? Nico y Mía se miraron de reojo. Seba había sacado de la galera un argumento irrefutable. —Sí, tenés razón –le dijo su novia con un tono más conciliador–. Aunque si te hacés un tatuaje sería un gesto hermoso… El chico rubio se mordió el labio inferior y revoleó los ojos para arriba. —Bueno, lo voy a tener en cuenta. Entonces, ¿apostamos, Nico? –le preguntó a su amigo. —Sí, seguro. Pero si se tatúa cualquier cosa no te doy nada. Tiene que ser el nombre de mi hermana. —Sí, tiene que decir: “Violeta”. Ningún otro color. Nico sonrió y le estrechó la mano. —Creo que vas a perder, mi amor –opinó Mía. —Insisto, no puede ser tan tonto, están de novios hace dos meses nada más. —Y ya fue a comer a tu casa como cien veces… —Es cierto, y come como un animal. —Hiop –murmuró Seba y los cuatro rieron. Las dos parejas entraron en el complejo de cines, subieron por la escalera mecánica y se acercaron a la cartelera.

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—¿Qué vemos? –preguntó el novio de Lula. —Una comedia romántica –le contestó su chica–. ¿Qué tal esa? Te volví a encontrar, dijeron que estaba buena. —Yo no tengo problema –comentó Mía. —Yo sí –dijo Nico y sorprendió con su opinión–. ¿Y si vemos Imaginación Siniestra? –dijo mirando el afiche terrorífico. —¿Vos eligiendo una película de terror? –le preguntó su amigo–. ¿Tenés fiebre? —No, ¿qué tiene? —Tiene que jamás te gustaron las películas de terror. ¿Qué pasó? ¿Te hiciste machito de golpe? —No, pasó que después de estar adentro del “Colegio maldito” no creo que me cause miedo una película que usa pintura en vez de sangre. Seba, Mía y Lula cruzaron las miradas. —Es verdad –Mía le dio un beso–. Creo que después de esa experiencia los cuatro estamos curados de espanto. —¿Qué dicen? ¿Vamos a verla? –insistió Nico. Seba la miró a Lula. —Como quieran, espero que esté buena. —Genial. Terror, entonces –confirmó el chico de lentes contento por su cambio. —¿Por qué ustedes no van a comprar los pochoclos y yo me quedo con Lula haciendo la fila para las entradas? –sugirió Seba–. Después hacemos la cuenta. —Bueno, dale, comprá de la quinta fila para atrás –le dijo Nico. —Hay que ver si hay. —Seguro que sí.

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Nico y Mía fueron a la fila del Candy bar. Esta era todavía más larga que la de las entradas. Apenas los dos se ubicaron al final de la hilera, otra pareja de adolescentes más grandes, los pasaron por alto y se pusieron delante de ellos. —¿Perdón? Nico le clavó la mirada al colado, y descubrió que era el mismo que le había robado los cien pesos aquel día en que invitó a Mía al cine. —Dejá, Nico, no pasa nada –le dijo su novia tragándose la bronca. —¿Sabés quién es? —Sí –le respondió ella encogiéndose de hombros. El joven de campera de gimnasia abrió su billetera y preparó un billete de cien. Nico lo observó con atención y en ese momento sintió que la sangre comenzaba a quemarle la piel. —¡Disculpame, estábamos nosotros! –le dijo–. Tienen que ir atrás. Pero sin siquiera darse vuelta, el joven de adelante lo miró de reojo con desprecio. —Shh. Callado, enano. Mía también se puso roja de la furia, pero se obligó a contenerse. —No importa, Nico, dejá, es un idiota. —Sí, importa. Tras recordar su victoria ante Rossia, con un movimiento rápido y preciso, Nico le sacó el billete de cien pesos de la mano. —Esto es mío –le dijo guardándoselo en el bolsillo. Mía lo miró estupefacta. No lo podía creer. Su corazón se aceleró de inmediato, sabía que en cuestión de segundos se desataría un infierno. 8


A su vez, el adolescente de adelante se dio vuelta en cámara lenta y fulminó a Nico con la mirada. —Sos la persona más valiente que conozco –le dijo sorprendido. —Gracias –le contestó Nico preparado para defenderse. —Escuchá bien lo que te voy a decir: primero, antes que nada, devolveme los cien pesos, y después, si tenés suerte, te voy a dejar un hueso sano. Si tenés suerte, no te aseguro nada. —Rompéselos todos, Micky –lo alentó su chica, una joven de pelo rubio teñido y musculosa roja–. Desfigurale la cara. —¡No! –gritó Mía nerviosa–. ¡Ahora te lo da! ¡Ahora te lo devuelve! —No, no le devuelvo nada. Esos cien pesos eran míos –le informó Nico con firmeza–. Gracias que no le cobro intereses. Las palabras de Nico echaron más leña al fuego. Su coraje y rebeldía desconcertaron tanto a su novia como a su rival. —Muy bien… Vos elegiste. Micky elevó su puño para lastimarlo, pero su contrincante fue más rápido. Con una llave entre los dedos, Nico sacó su mano del bolsillo y lo golpeó en la cara con potencia. Después, sin darle respiro, lo atacó de nuevo con los dientes de la llave y le cortó todo el pómulo derecho. Ante el shock de su oponente, el chico delgado finalizó la pelea con una destructora patada en los testículos que dejó a su rival tirado en el suelo. En ese instante, Seba y Lula llegaron con las entradas en las manos y miraron la escena perplejos. 9


—Pero… ¿Qué pasó? –preguntó Lula desconcertada. Mía quiso responderle, pero no le salían las palabras. Nico estaba parado a dos metros de Micky. Respiraba agitado y le brillaban los ojos. Parecía que acababa de matar a un león. —¡Mi novio te va matar! –le gritó la chica de pelo teñido–. ¡Cuando se recupere te va a matar! —Rápido, vamos a la sala –Seba agarró la mano de Lula, después sujetó la de Mía y prácticamente se las llevó arrastrando–. ¡Dale, Nico! ¡Movete! Su amigo parecía hipnotizado, alrededor de él se había formado una ronda. —¡Vamos, Nico! –insistió Seba. Nico comenzó a caminar y se guardó en el bolsillo la llave manchada de sangre. —¿Qué pasó? ¿Qué te hizo? —Se me coló en la fila. —¿Qué? ¿Me estás cargando? Nico miró a su amigo a los ojos y sonrió. Sabía que algo dentro suyo había cambiado. Ya no era solo una sensación. Vencer a Rossia lo había fortalecido. Le había quitado el miedo. Ahora se sentía invencible, y haberle dado una paliza a Micky, le produjo un placer infinito.

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