El viajero de los tiempos III

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1. El laberinto de Creta

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2. Encuentro en la oscuridad

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3. Viaje a la velocidad de la luz

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4. Lo que cont贸 mi abuelo

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5. Primer ataque espacial

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6. Los hombres salvajes

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7. La visita de ALFA

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8. La leyenda del Viajero de los Vientos

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9. El Sistema Solar

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10. Las hormigas gigantes

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11. El profesor Eur铆pides interviene

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12. En el laberinto

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13. El Viajero de los Tiempos

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14. Al rescate

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15. El descubrimiento

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16. La gran batalla final

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1. El laberinto de Creta

—¡Juan, ya está listo el desayuno! ¡Apurate que vas a llegar tarde al colegio! –anunció mi mamá desde la cocina mientras por la escalera subía un delicioso olor a café con leche y tostadas con manteca. —Ya voy, ma –le contesté mientras pensaba en mi amiga Ingrid Larsson y sus rulos rubios, que no veía desde que nos besamos en la escalinata del colegio el verano pasado. En el baño y frente al espejo, mientras me cepillaba los dientes, noté que mi pelo castaño necesitaba un corte y que mi cara se había alargado durante estas vacaciones. Yo parecía un poco más grande y deseé que Ingrid notara este cambio. Sonreí y puse esa expresión de pícaro que a mi mamá le causa gracia mientras dice: “Vaya a saber, Juan, qué cosas imaginás”. —Mejor que no sepas, mamá –le dije al espejo. De pronto, se me borró la sonrisa del rostro. Recordé que tenía que hacer un trabajo sobre el laberinto de Creta para la profe de Historia.

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Era un trabajo difícil que nos había pedido la colorada Martínez sobre un laberinto con un monstruo escondido en el centro que te comía si tenías la desgracia de encontrártelo. Un bodrio mitológico como los que le gustan a la colorada que terminaba bien porque el héroe, ayudado por su novia Ariadna (seguro que era rubia como Ingrid), lo cortaba en pedazos con su espada, y encontraba la salida para escaparse, gracias a un ovillo de lana que había desenredado desde la entrada. Un ladrido me sacó de estos pensamientos. Era Max, que pretendía entrar. Cuando abrí la puerta, un torbellino me tiró sobre la cama. Max, todas las mañanas, me colma de lengüetazos como si yo, durante la noche, me hubiera ido de su lado para siempre. Los perros no comprenden la ausencia momentánea de un ser querido y creen que no te van a ver más. Busqué el celular, la mochila y una campera (las mañanas de marzo suelen ser muy frescas), y bajé la escalera a los saltos como de costumbre. Detrás de mí, y entre mis piernas, Max me siguió, hasta llegar primero a la mesa del desayuno. Mi mamá apagó la radio para charlar conmigo. Ella prefería la radio a la tele porque sostenía que: “La radio desarrolla la imaginación y la tele, a la mañana, te estupidiza y da malas noticias”.

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Me preguntó, como preguntan todas las madres a sus hijos, si había estudiado. Le contesté que no lo suficiente. No me retó, pero, con una sonrisa, comentó que sería una lástima perder un mes de vacaciones por los exámenes en lugar de ir al campo. Mi madre era muy hábil para dejarte intranquilo, sin gritos ni reproches. Le confesé que me tenía mal el mito del Minotauro y el laberinto de Creta. Ella prometió explicármelo a la vuelta del cole. Afuera el sol brillaba como es común en el mes de marzo en mi ciudad. Estábamos en los comienzos del otoño y la temperatura era súper agradable. Desde mi casa al cole hay pocas cuadras y siempre las camino con la esperanza de encontrarme con Ingrid.

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