Los sueños también flotan

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ESCRITORA

Agustina caride Estudió Letras. Fue crítica literaria y colaboró en distintas revistas, trabajó

en editoriales, coordinó LiterAr y organizó eventos culturales para la agencia

Schavelzon. Obtuvo tres premios y una beca del Fondo Nacional de las Artes. Actualmente es correctora; dicta talleres de escritura y lectura y coordina eventos literarios en Literatura Bazterrica-Caride.

Algunos de sus libros publicados son Y sin embargo no llovió, Cuando ella supo

quién era Goldambeck, Panambí y otros cuentos con historia, Generación cero, No habrá sino ausencias y La chica de papel.


AGUSTINA CARIDE

COLECCIÓN

LOS SUEÑOS TAMBIÉN FLOTAN



Primera parte

LA ÚLTIMA PREGUNTA “Si me preguntan qué es mi patria diré: no sé.

De hecho, no sé cómo, por qué y cuando mi patria, pero sé que mi patria es la luz, la sal y el agua que conforman y vuelven líquido mi dolor, en largas lágrimas amargas.” Vinicius de Moraes



* Capítulo 1 *

La voz de la azafata pidió a los pasajeros acomodar los respaldos de sus asientos y mantenerse sentados. Eori ajustó el cinturón de seguridad, como si esa simple correa pudiera contener la conmoción que le generaba volver a su país después de tantos años. Por la ventana vio las montañas y supo que en cualquier momento aparecerían delineados los edificios de la ciudad. Y más allá, el río. —¿Viene alguien a buscarte? –le preguntó, en inglés, la mujer que había viajado a su lado. —No. —Se supone que a mí sí. Eso espero. Vengo por trabajo y no sabría ni cómo moverme en la ciudad. ¿Vos también venís por trabajo o por placer? No había manera de responder a esa pregunta. O tal vez sí, podía afirmar que no estaba ahí para ninguna de las dos cosas, pero decirlo implicaría arriesgar el inicio de un diálogo. Eori había evitado cruzar palabras a lo largo del viaje y justo ahora, a punto de llegar, la señora se empeñaba en romper el silencio. —No. En realidad, estoy de paso. Sintió una puntada en la sien, como si al hablar hubiera sufrido un cortocircuito. ¿Cómo sería "estar de paso" en su propio país? —Me encantaría tener tiempo para hacer turismo, pero no creo que me lo den. Dicen que Mutha es una ciudad hermosa.

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Ella se quedó pensativa, mirando por la ventana. El avión proyectaba su sombra sobre el pico de una montaña. —¿La conocés? –volvió a insistir la compañera de asiento. —¿Qué? Perdón, estaba distraída. —Te preguntaba si ya estuviste en Mutha alguna vez. Eori la miró con lástima y no supo si era lástima a sí misma o al recuerdo que le generaba el nombre de la ciudad. —Sí, la conozco, viví un tiempo acá. Un año, más o menos. Soy taorí –sonrió, casi como una disculpa por confesar su casta. —¿En serio? No parecés, tal vez por tus rasgos. Se lo habían dicho muchas veces: que le sobraban centímetros para ser taorina, que su piel era más oscura, que la nariz no era tan recta. Pero era nativa taorí, había nacido veintisiete años atrás, a unos quinientos kilómetros de Mutha, en un pueblo llamado Acnud. Y hacía diez que no pisaba el país. Todavía no podía creerlo, haberse ido así como estar volviendo. —¡Entonces podés recomendarme algo para visitar! —Me fui hace diez años, la ciudad cambió mucho, no sabría decirle. Perdón –dijo y no supo por qué se disculpaba. Los edificios se veían recortados por el cielo y una imagen, como una postal guardada en su memoria, le llegó intacta, tal cual la recordaba. El sol estaba alto y le daba a las aguas del río un color plateado. No había visto nunca la ciudad desde el aire y sin embargo lo que veía le resultó extremadamente familiar. Tal vez por el cielo, pensó, que era el mismo de antes: limpio, de un celeste intenso, casi único. —Es por el río –le aclaró la mujer y le explicó que ella era ambientalista y estaba llegando a Mutha para una convención mundial–. El río es como una gran avenida por donde el viento, que en esta zona sopla de este a oeste, se 10


lleva la polución. Es un fenómeno poco común e interesante. ¿Vos no vendrás para la convención también? Sería mucha casualidad. Ella negó con la cabeza mientras miraba hacia el río. Desde la altura parecía más angosto, pero sabía muy bien que era ancho y que por esas aguas había corrido más que el viento. Por ahí se había escapado ella diez años atrás. La mujer sacó un espejito de la cartera e intentó maquillar los restos evidentes de la mala noche en el avión. Eori, en cambio, ni se acomodó el pelo. No le preocupaba cómo llegaba a esa ciudad, sino cómo se había ido.

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* Capítulo 2 *

—Así que naciste en Acnud... La mujer hizo una pausa, como si tratara de encontrar el pueblo en un mapa, pero Eori ya no la escuchaba. Estaba lejos, inclusive del avión, porque ya el recuerdo de aquel último año antes de irse se le hacía ineludible.

En aquellos días se había cortado el pelo a la altura de los hombros, menos un mechón en la nuca, que lo trenzaba con hilos de colores. El calor había llegado tarde ese verano y se había instalado como quien llega para no irse, o eso le decía el padre a Eori, secándose la transpiración de la frente con la palma de la mano mientras con un martillo daba forma a una lámina de metal. Ella le iba alcanzando las herramientas y al hacerlo se imaginaba trabajando en un hospital, alcanzándole al médico un bisturí. Habría querido ser pediatra, pero esa profesión le estaba negada a los taoríes. —Estoy tan orgulloso de vos –le dijo una tarde el padre y con una mano le señaló un frasco con tornillos. —Ya me lo dijiste, Tata, no es para tanto. —¿Cómo que no? Lograste un promedio de 9,25. ¿Te das cuenta? Eori sonrió sin ocultar la emoción de aquel día. Todavía le costaba creerlo, tener uno de los promedios más altos. Esa misma mañana se había despertado pellizcándose varias veces para asegurarse de que no fuera un sueño. 13



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