A Kaia había pocas comidas que no le gustaban. Y aquella noche Mamá había cocinado una de esas comidas, tal vez la peor. Guiso de lentejas. Kaia sabía que tenían muchas vitaminas, ¡pero odiaba las lentejas!
Así que para no comer de esas cositas marrones que flotaban en un pantano también marrón, se puso a pensar en algo.
Y entonces, al ver los tres soldaditos de juguete que su hermano había apoyado junto a la panera, preguntó: —Hoy en la tele hablaban de la Guerra de Malvinas... ¿Qué es una guerra?
Papá se atragantó. Parecía un poco asombrado ante la pregunta. Lanzó una última tosecita y, dándose ánimos, le respondió.
—Es cuando dos o más países se pelean entre ellos. Todas las guerras son malas, Kaia. Y feas. Esta guerra, entre Argentina y Reino Unido, fue especialmente fea porque los soldados, sobre todo los argentinos, eran muy jóvenes.
—¿Qué edad tenían los soldados, Pa? —La mayoría tenían entre dieciocho y veinte años. Y la pasaron muy mal allá. Sufrieron frío y hambre. En nuestras Islas Malvinas hace mucho frío y llueve casi siempre. Y más entre abril y junio, que fue durante los meses que duró la guerra.
—¿Y por qué querían unas islas donde hace tanto frío? —Porque ahí se pueden pescar muchos peces y hay petróleo que le deja mucho dinero a un país.
—¿Mucho? ¿Cómo para comprar el unicornio robot que me gusta tanto? —Mucho más. Para comprar un camión lleno de esos unicornios.
—¿Por eso los británicos vinieron desde tan lejos a quitarnos los unicornios, digo, las islas? ¡Si están pegadas a nuestro país! ¡Yo las vi en el mapa! —Tenés razón, Kaia. Y además, están en nuestra plataforma continental. Pero ellos dicen que las vieron primero, aunque no sea verdad.