Serie Verde
MALVINAS Tras los rastros de un misterio Guillermo Barrantes
Ilustraciones Lorena Méndez
PARA TENER EN CUENTA ANTES DE COMENZAR LA LECTURA Esta novela no busca contar los datos más duros ni técnicos de la Guerra de Malvinas, sino las historias de personas que la vivieron. Como recurso extra, hemos agregado una sección de enlaces al final del libro para que aquellos que lo deseen conozcan más de la guerra de 1982. Encontrarán artículos periodísticos, videos, blogs, documentales y más para seguir aprendiendo y no olvidar un hecho que marcó no solo nuestra historia sino nuestra identidad como argentinos. Cada recurso, además, está señalizado con el número de página donde se encuentra el enlace y el texto relacionado en negrita para mayor facilidad. Esperamos que les guste la novela tanto como a nosotras y que los recursos extra acompañen su lectura. Las editoras.
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Prólogo
La literatura ha tenido muchas maneras de acercarse a lo que significa Malvinas para los argentinos. Una marca reciente de nuestra historia, un dolor, una deuda. Se han escrito muchas novelas, porque el tema lo amerita. Casi en el mismo momento en que se desarrollaba la guerra, Rodolfo Fogwill inauguró la serie con la ya célebre Los pichiciegos, en la que eligió contar, con fantasía pero con increíble lucidez, lo que pasaba en los pozos de zorro que los soldaditos argentinos tuvieron que armar para defender sus posiciones. A partir de allí, muchas historias sobrevinieron. Desde el presente de la guerra, o desde el presente de los narradores; desde la mirada de los excombatientes o la de los familiares, los amigos o los hijos de los que cayeron allá. Desde los que estuvieron y desde los que la vivieron sin estar en el campo de batalla. También, incluso, hubo novelas que pusieron el acento en la aventura de los primeros pobladores argentinos desalojados por la fuerza, en 1833, o en la resistencia de algunos que quedaron, como el famoso Gaucho Rivero. Para agregar su impronta a la serie, Guillermo Barrantes ha elegido una forma muy original. Tal vez la más original que me ha tocado leer hasta ahora, y he leído mucho sobre
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el tema. Guillermo Barrantes eligió un camino mítico, fantástico. Y como vehículo para contarlo, tomó el sentimiento más presente en la historia de la literatura y quizás de todas las artes: el amor. En Malvinas. Tras los rastros de un misterio, Guillermo nos pone a acompañar las peripecias de Lucio, un adolescente que, de niño, ha tenido un primer encuentro, en un barco semihundido, con un misterio sin resolver. El misterio tiene forma de carta lanzada al mar, como las tradicionales botellas de los náufragos, y es un mensaje de amor. Siguiendo ese rastro, que también lo marca, Lucio llega nada menos que hasta las Malvinas. Allí se topa con cierta resistencia de los kelpers, con dos personajes muy especiales que lo ayudarán en su búsqueda y con varias cosas más, de esas que no hay que adelantar, porque serán ustedes, los que ahora tienen el libro entre sus manos, los que las descubrirán. Deliberadamente no es la guerra la elección de Guillermo Barrantes. Es su perfecto opuesto: el amor. Y el amor, ya se sabe, tiene alas de mariposa. Mario Méndez*
* Es maestro, escritor y editor de LIJ, docente de la carrera de Edición de la UBA. Integra el Colectivo LIJ y preside ALIJA.
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Un bel di vedremo levarsi un fil di fumo sull’estremo confin del mare. E poi la nave appare. Poi la nave bianca entra nel porto, romba il suo saluto. Vedi? È venuto! Un bello día veremos alzarse un rastro de humo en los confines del mar. Y entonces aparecerá la nave. Luego, esa nave blanca entrará en el puerto, atronando con su saludo. ¿Lo ves? ¡Ha llegado! Madame Butterfly1
1 Madame Butterfly (1904) es una ópera escrita por Giuseppe Giacosa y Luigi Illica, con música de Giacomo Pucchini. Se dice que la historia narra acontecimientos que ocurrieron realmente en Nagasaki, Japón, a principios de 1890. Cuenta la historia de una joven japonesa que se enamora de un soldado norteamericano, a pesar de los dictámenes de la sociedad del momento, pero que, al verse abandonada por su amor, encuentra paz en un final trágico.
1. Viajar en el tiempo
En el medio de la clase de Historia, Lucio Astegiano se dio una vuelta por el futuro. Es que era viernes y no pudo evitar dispersarse. Mientras el profesor Smaldore hablaba de cierto escuadrón de guerra número once, o algo así, él había empezado a imaginar lo bien que la pasaría el fin de semana en la fiesta de Carla. Todo el curso sabía que la muchacha festejaría su cumpleaños a lo grande, con mucha comida, músicos en vivo y… — …Junella, Fardella y Pict. La voz de Smaldore lo sacó de la fiesta, lo arrancó del futuro, para devolverlo al menos colorido presente, 17
sentado en su banco de la escuela, en la clase de Historia. De inmediato, levantó la mano. —¿Sí, Lucio? —Perdón… ¿podría repetir lo último que dijo? —Les estaba diciendo que el escuadrón naval número 11 que Inglaterra envió a las Islas Malvinas durante la guerra de 1982, estaba formado por cinco barcos: Cordella, Northella, Junella, Fardella y Pict. —Junella –remarcó Lucio–. ¿Usted está seguro de que uno de esos barcos se llamaba Junella? —Sí, por supuesto... ¿Por qué la duda? —No, no… por nada… Y debe haber muchos barcos con ese nombre, ¿no? Algunas risas brotaron en el aula. Pero a Lucio no le importó. —No creo –contestó el profesor, algo confundido–. No es un nombre tan común. Y menos para un barco. —Igual estamos hablando de un barco de guerra –comentó Lucio, con un tono que subrayaba que aquel dato disminuía casi por completo el interés que le había despertado el tema–. Imagino que tendría unas cuatro torres con ametralladoras, troneras lanzamisiles y esas cosas. —Pues no. Todo lo contrario. Estaba a punto de decirles… ¡y copien en la carpeta porque esto es pregunta de examen!... que lo que sucedió fue que los ingleses necesitaban
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rastrear y desactivar minas marinas que habían dejado las fuerzas argentinas en varios sectores costeros de las Islas Malvinas. Y como los buques barreminas que se especializaban en esa tarea no eran apropiados para navegar los agitados mares del Atlántico Sur, llamaron a cinco barcos pesqueros… sí, escucharon bien: cinco barcos pesqueros, que son los cinco que ya nombré. Los equiparon para que pudieran encontrar minas y los mandaron a la guerra. —¿Puede repetir los nombres de los barcos, profe? –preguntó Carla. —Lo hago por última vez –advirtió Smaldore–. Cordella, Northella, Junella, Fardella y Pict. A todos se los nombra con las siglas HMS por delante, porque significan… Pero Lucio ya no escuchaba, había vuelto a viajar en el tiempo. Esta vez al pasado, cuando descubrió al Junella y encontró su tesoro… I Aquel verano habían ido a vacacionar a Las Grutas, en la provincia de Río Negro. Y ese día a sus padres se les ocurrió ir hasta San Antonio Este, una localidad cercana. El pueblo era muy chico y no había nada divertido para hacer, salvo una visita guiada por el puerto, si es que a eso se le podía llamar “divertido”.
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La cuestión fue que mientras sus padres hacían tiempo tomando mate en una playa cercana al puerto (una playa tan “fantasma” como el pueblo, pues no había absolutamente nadie), él y Maxi, su hermano mayor, con la negativa de meterse al mar por falta de guardavidas, pidieron permiso para explorar el lugar. —Vayan y vuelvan rápido –les dijo su madre. —Sí, no tarden, así comemos unos sandwichitos y vamos a la visita –agregó su padre. El “¡No corran!” llegó tarde, traído por el viento, cuando ya iban lanzados a toda velocidad. Entonces, en el momento en que Lucio pasaba de correr a trotar, lo vio. Ahí adelante, justo donde la playa parecía terminar, había algo. Algo grande. A medida que los hermanos se acercaban, aquel objeto iba tomando forma. Lucio sentía incluso que, con cada paso que daba, eso crecía. Era un barco encallado. La mayor parte de su casco se encontraba oxidado, y algunos sectores parecían arrugados, como si se hubieran quemado. Así y todo, aún se apreciaba la pintura roja que había sabido lucir y, en letras blancas, ese nombre: JUNELLA. A simple vista era un barco muerto… pero Lucio no podía dejar de mirarlo. Estaba hipnotizado. Siempre le habían fascinado los barcos encallados y este, por alguna razón, era especial.
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—Tengo que entrar –le dijo, de pronto, a su hermano. —¿Qué? ¿Entrar? ¿Ahí? No le costó convencerlo. Le dijo que no tardaría mucho, que si hacía guardia y no decía nada le regalaría su porción nocturna de rabas. Maxi no solo aceptó, sino que lo ayudó a subir al Junella. Fueron hasta la parte del casco más hundida en la arena húmeda. Su hermano se paró sobre una piedra y lo alzó hasta que Lucio, con sus dedos, llegó a sujetarse del barrote inferior de la barandilla de cubierta. Un último esfuerzo, una pirueta y estuvo arriba. Aquello parecía el escenario de una película de terror. A un lado, el mar golpeando una y otra vez la embarcación. Al otro lado, el “¡Tené cuidado!” de Maxi sonando más serio que el “¡No corran!” de sus padres. Y en el medio, él, descalzo, rodeado de hierros que se movían y chirriaban con cada ola que se estrellaba contra el casco, además de decenas de tubos que escupían ríos de agua amarillenta. Una puerta, una única puerta entreabierta, sostenida por una sola bisagra agonizante, amenazaba con derrumbarse en el próximo embate de la marea. No podía negar que comenzaba a sentir algo parecido al miedo. Pero con su hermano habían hablado de “explorar”, y vaya si eso lo era. Aquel barco olvidado debía esconder algo interesante. Y él lo hallaría.
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Lo primero que encontró, apenas traspasó la puerta desvencijada, fue una escalera vertical, hecha de barrotes, como los de la barandilla de cubierta, que descendía. Estaba oscuro allí dentro, pero no completamente: las heridas en el casco dejaban entrar algún que otro rayo de sol, creando una penumbra medio tétrica. Encima, cuando pisó el quinto escalón, sintió que se mojaba. Aquella recámara estaba inundada. Sus paredes metálicas parecían ampolladas. Y el olor… ¡puf! El tufo no se aguantaba. Era como meter la cabeza en un balde con pescado podrido. Las ganas de seguir con la exploración empezaban a diluirse. Avanzar nadando en aquel líquido nauseabundo hasta las profundidades del barco no parecía una buena idea. Además, correría el riesgo de tardar más de la cuenta y que sus padres fueran a buscarlos. Flor de reto se ganaría por haberse metido ahí. Comenzaba a sacar el pie del agua para subir la escalera, cuando algo le apretó el tobillo. Lucio gritó más del susto que del dolor. Había imaginado la mano huesuda de un marinero muerto, queriendo hundirlo en aquel fluido hediondo. Pero cuando su pie emergió, vio que se trataba de un cangrejo agarrado a su tobillo. Por suerte no estaba muy agarrado, porque al sacudir el pie salió despedido hacia las oscuras y húmedas profundidades de ese pasillo. Se escuchó un “blub” cuando volvió a sumergirse en las aguas aceitosas.
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Sus ojos, ahora acostumbrados a esa particular penumbra, divisaron dos cosas más. La primera no le gustó mucho. Es que, de repente, las ampollas que llenaban las paredes que lo rodeaban… se movían, como si el metal estuviera hirviendo. Entonces descubrió que no se trataban de ampollas: las paredes estaban cubiertas por cientos de cangrejos que, tal vez perturbados por lo que él había hecho con su congénere, se acomodaban para atacarlo y darle una lección. Lo segundo que descubrió fue por consecuencia del nervioso desplazamiento de los crustáceos. Allí, en un rincón de la recámara, antes cubierto por cangrejos, había un agujero, una grieta en el metal que, calculaba, no daba al exterior, pues ninguna luz se filtraba por ella. Pero lo que sí podía verse asomando de ese agujero era el extremo de algo. Se parecía a una pelota desinflada o a su buzo de gimnasia cuando se lo sacaba y lo dejaba hecho un bollo en el piso. No podía irse sin saber de qué se trataba. Sin embargo, ese manto de caparazones que se extendía hasta perderse en las sombras, se agitaba cada vez más. Ahora, incluso, podía escucharse una especie de zumbido formado por los chasquidos de innumerables pinzas entrechocándose. Así y todo, Lucio se estiró, intentando alcanzar aquello, sosteniéndose con una mano de la escalera. Llegó a rozarlo
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con los dedos de su mano libre, pero se abrazó a la escalera cuando sintió que se caía. Listo. Era hora de irse. Lucio subió un escalón, miró por última vez el objeto que asomaba del hueco metálico, buscando convencerse de que, al fin y al cabo, no valía la pena… y entonces, justo en ese momento, un cangrejo caminó lo suficientemente cerca del agujero como para que una de sus pinzas se enganchara en esa cosa que sobresalía. El cangrejo avanzó, arrastrándola, chasqueó su pinza, se liberó, y siguió para reunirse con sus hermanos. Y hablando de hermanos… —¡Lucioooooooo! ¡Daleeeee! –gritó Maxi–. ¡Mamá me está haciendo señas para que volvamos! —¡Ya voooooy! Su grito retumbó ahí adentro y Lucio escuchó su propio eco avanzar hacia el corazón del Junella. Podría jurar que la vibración que provocó no fue del agrado de los cangrejos. El ruido de sus pinzas abriéndose y cerrándose creció hasta volverse ensordecedor. Un último intento, ahora que sobresale un poco más. Se estiró todo lo que pudo, abrió su mano libre como si fuera una pinza y la cerró. ¡Sí! ¡Lo tenía agarrado del extremo! Era blando y duro al mismo tiempo. Cuando lo sacó del agujero y corroboró que, efectivamente, tendría el tamaño de una pelota de fútbol desinflada, un cangrejo se lanzó desde algún lado y aterrizó en su cabeza. Lucio volvió
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a gritar, y le dio un golpe con eso que recién había extraído del hueco (y también se golpeó a sí mismo en la frente). El impacto no fue muy duro, pero alcanzó para que el crustáceo cayera al agua, moviendo su pinza en el aire, como si se tratara de un insulto en el idioma de los cangrejos. De inmediato, Lucio subió los escalones que le faltaban, se arqueó para pasar por la puerta rota y salió al exterior. Para Maxi no valía la pena. Para Lucio, sí. Y era entendible. Maxi, cuatro años mayor que su hermano, se interesaba por otras cosas. En cambio a Lucio solo le bastaba recordar lo que le había costado obtener ese objeto, para darle un gran valor, para convertirlo en su tesoro. Pero había algo más. Lucio, de alguna manera, sabía que aquello era realmente importante. Muy importante. Le pidió a Maxi que lo guardara en su mochila, que era más grande y estaba casi vacía. Su hermano aceptó bajo la promesa de que él, luego, la lavaría. Después de comer los sándwiches, fueron a la visita guiada por el puerto. Lucio preguntó al guía por el Junella. No sabía mucho, le dijo que era un pesquero, que se había incendiado hacía varios años y que estaba a punto de ser desguazado. O sea, desarmado, deshecho, caput. Y pasaron los años. Y Lucio se fue olvidando de lo que había encontrado en aquel barco. De a poco, muy de a poco, pero se fue olvidando. El transcurso del tiempo tiene esas cosas. Hasta que llegó aquella clase de Historia y Smaldore,
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sin saberlo, dijo la palabra mágica. Junella. Y entonces, por un hueco de su mente, asomó el tesoro… —¡Astegiano! –el profesor Smaldore volvió a traerlo al presente. Y cuando lo nombraba por su apellido era porque estaba enojado–. ¿Por qué planeta anda? Es la quinta vez que lo llamo. Sus compañeros están copiando. Si quiere aprobar el examen, más le vale hacer lo mismo. —Sí… sí, profe. Perdón. —Y ahora les hablo a todos: recuerden que nuestro colegio fue elegido para que uno de sus estudiantes sea premiado con un viaje. El que tenga el mejor promedio será el ganador. Y cada examen vale. —¿A qué lugar puede viajar el que gane? –preguntó Lucio. —A casi cualquier punto de la Patagonia argentina. Incluso –agregó con algo de sarcasmo–, con lo interesado que lo vi en mi clase, usted podría animarse a viajar a las Islas Malvinas, ¿no cree? Todos estallaron en carcajadas. Todos menos Lucio.
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2. El tesoro
En el sótano, adentro de una caja con parte de la vajilla de la abuela, debajo de las cucharas de plata… ahí aguardaba el tesoro del Junella. Fue la única manera de salvarlo de los arrebatos de limpieza de su madre. Se trataba de un pequeño bolso de cuero, como ese que usaba él para llevar los botines de fútbol, pero más antiguo, con varias hebillas y correas. El cuero tenía un par de agujeros, y las hebillas estaban completamente oxidadas. El agua se había filtrado al interior del bolso y dañado parte de su contenido: una carta manuscrita y una fotografía.
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Glosario: nombres de aquí y allá Lugares que se mencionan en esta novela Argentina
Reino Unido
Islas Malvinas
Falkland Islands
Isla Soledad
East Falkland
Isla Thule
Thule Island
Bahía Agradable
Bluff Cove
Cabo San Felipe
Cape Pembroke
Puerto Argentino
Port Stanley
Puerto Soledad
Port Louis
Puerto Mitre
Port Howard
Monte Agradable
Mount Pleasant
Pradera del Ganso
Goose Green
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Recursos para seguir la lectura (Códigos QR) Página 19
"Los equiparon para que pudieran encontrar minas y los mandaron a la guerra".
Ref.: https://www.mcdoa.org.uk/The_Forgotten_Few_of_the_Falklands.htm (en inglés)
Página 29
"El ejército inglés había lanzado su ataque final durante la noche del 11 de junio de 1982".
Ref.: https://www.argentina.gob.ar/noticias/en-la-noche-del-11-de-junio-seiniciaron-los-combates-de-la-batalla-por-puerto-argentino
Página 31
"¿Qué hacía el Junella encallado en una playa de San Antonio Este?"
Ref.: http://bahiasinfondo.blogspot.com/2018/10/el-junella-un-barco-entreargentina-y.html
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