¡Míooo! - Kirikoketa

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-¡ Q

uiero mi muñecAAAAA! -gritó Malena, abriendo la boca

grande como un plato de sopa, apenas saltó de la cama. Y ahí mismo empezó a llorar. Poquito, sólo unas lagrimitas que rebotaron sobre sus pantuflas. La mamá, entonces, le dio una de las muñecas que estaban en la caja de los juguetes: la de trapo con trenzas amarillas y vestidito verde. —Esa, no ¡Quiero mi muñecAAAA! -volvió a gritar Malena, y está vez, lloró un poquito más. Las pantuflas, definitivamente, se mojaron. La mamá le alcanzó otra: la de rulos celestes, con vestido rosa. Tampoco era esa.


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-¡Quiero mi muñecAAAA!

-volvió a repetir Malena. Se tuvo que sacar las pantuflas: estaban empapadas. La mamá probó con otra, y con otra más. Malena tenía muchas muñecas, pero se le había perdido Toti, su preferida, una muñeca vieja, medio pelada, con un ojo tuerto y sin vestido que su abuela le había regalado cuando nació.


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—Está bien, está bien. Vestite mientras la busco -dijo la mamá, sabiendo que no iba a poder engañarla con cualquier otra muñeca que no fuerala vieja Toti. Malena aceptó el trato, dejó de llorar y se sacó el pijama para ponerse la ropa que estaba sobre la cama, mientras su mamá, apurada, revolvía el cuarto en busca de Toti. Dio vuelta el cajón de los juguetes, se tiró al piso para buscar debajo de los muebles, vació los roperos y los armarios de la cocina y hasta revisó adentro de la cucha del perro, pero Toti no estaba por ningún lado.


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-¡P

ancho! ¡Llegó la abuela! -gritó la mamá. Pancho tiró la pelota y salió corriendo a recibirla. La pelota, la gran pelota roja, la gran pelota roja brillante, se enojó. ¿Dejarla a ella así? ¡Qué atrevimiento! Rebotó una vez: ¡Pum! Rebotó dos veces: ¡Pum! ¡Pum! Rebotó tres veces: ¡Pum! ¡Pum! ¡Pum! Y cayó sobre la nariz del gato que dormía debajo de la cama.


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El gato se despertó asustado. -¡Miau! -protestó, y le pegó un empujón para que se fuera lejos. ¡Tratarla a ella así! ¡Qué desconsideración! ¡A la pelota roja! ¡La gran pelota roja! ¡La gran pelota roja brillante! ¡Ja!


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Ofendida, la pelota se fue rodando despacito, sin dejar de mirar al gato que se había vuelto a acomodar.

¡Parabán! ¡Parabán! ¡Parabanbanbán! ¡Ayyyy! Estaba yendo derecho hacia la escalera. ¡Con lo que le costaba frenarse!



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