El cortadedos
El hombre esperaba escondido detrás de un árbol. Era de noche. La calle estaba oscura. Tenía las manos metidas en los profundos bolsillos del sobretodo. En la derecha sujetaba la cachiporra que él mismo había fabricado. Pesaba casi un kilo. Era una pequeña bolsa de cuero con costuras reforzadas. La había llenado de bolitas de plomo. Una correa le permitía asegurarla en la muñeca, como una paleta de paddle. En el otro bolsillo, el hombre acariciaba una pequeña sierra para cortar madera. Antes de salir de su casa la había untado con grasa, para que no se trabara a la hora de seccionar. Oyó pasos a la distancia. Alguien se acercaba en su dirección. Se puso en alerta, listo para atacar. Sacó la cachiporra y la levantó a la altura del hombro. Aguardó. Pacientemente aguardó a que la víctima pasara a su lado. Por el ruido y la velocidad de los pasos intuyó que era una persona joven. Un muchacho. Las pisadas se oían cada vez más cerca. El hombre hizo mentalmente la cuenta regresiva: 7
Diez, nueve…, ya te tengo…, ocho, siete…, perdiste…, seis, cinco…, me lo vas a agradecer…, cuatro…, lo hago por tu bien…, tres…, no te va a doler…, dos, uno yyyy… ¡cero! Descargó violentamente la cachiporra sobre la nuca del muchacho. El golpe causó un ruido seco, ahogado. Fue todo tan rápido que el joven ni siquiera alcanzó a emitir un quejido. Se desplomó como un peso muerto. El hombre se arrodilló a su lado y sacó la sierra del bolsillo. Sin pensarlo mucho decidió que sería el meñique de la mano izquierda. Lo agarró con sus dedos y apoyó la sierra debajo de los nudillos de la víctima. Con una docena de movimientos el corte estuvo terminado. El muchacho aún se hallaba inconsciente. Pronto se despertaría y empezaría a gritar. Por eso el hombre se apuró y huyó del lugar. Estaba contento con su nuevo trofeo.
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Juan, que por entonces tenía 13 años, encendió el televisor para ver el noticiero de las siete de la tarde. Quería enterarse de las novedades del caso que conmovía a su barrio. El conductor abrió el programa hablando a cámara: 8
—Una verdadera psicosis se ha apoderado de los vecinos de Caballito. El cortadedos volvió a atacar. A primera hora de la madrugada, el maniático golpeó a un joven de 23 años de forma tan salvaje que lo desmayó. Luego le cortó el meñique izquierdo. La policía parece no tener pistas para dar con el peligroso sujeto. Veamos la nota. El cronista de calle estaba en cuclillas. Con una mano sostenía el micrófono y con la otra señalaba una mancha de sangre sobre la vereda. —Aquí –dijo–, frente al 600 de la calle Añasco, el cortadedos cobró su séptima víctima, un estudiante de Derecho de nombre Marcelo. El hecho ocurrió a las dos de la mañana, cuando Marcelo regresaba a su casa después de una reunión con amigos. Los vecinos dicen que no vieron ni escucharon nada. Corte en la imagen y cambio de escenario. —Marcelo vive con sus padres en este edificio de la calle Rojas –informó el periodista–. Un allegado a la familia nos ha comentado que el joven sufrió una crisis de nervios. Ahora se encuentra bajo los efectos de los sedantes suministrados por los médicos que lo atendieron en una clínica de la zona. Es por ello que Marcelo no va a hacer declaraciones. Sus padres tampoco quieren hablar con la prensa. La cámara estaba ahora en el pasillo de un sanatorio. Entrevista al doctor Troncoso. —El paciente ingresó a la guardia a las 2.20 de la madrugada –dijo el médico–. Presentaba una 9
amputación del dedo meñique de la extremidad superior izquierda. Se hicieron las curaciones de práctica y se le aplicaron antibióticos y la vacuna antitetánica, a fin de evitar infecciones. Paralelamente, el paciente tenía un traumatismo muy fuerte en la cabeza, producto de un golpe con un objeto contundente. Se le tomaron radiografías y se lo mantuvo en observación unas horas. Al mediodía fue autorizado a regresar a su hogar. Obviamente, en los próximos días tiene que volver a la consulta. —Doctor, ¿se pudo determinar con qué elemento le cortaron el dedo? –preguntó el cronista. —Aparentemente fue con una hoja aserrada, una sierra manual de carpintero, quizás. Corte. El periodista parado en la vereda de una seccional de policía. —La comisaría 13 lleva adelante las investigaciones en un marco de gran hermetismo. Pese a ello, de fuentes policiales pudimos conocer el modus operandi del cortadedos. Generalmente intercepta a sus víctimas de noche, en calles oscuras. Una sola vez actuó de día, en un pasaje peatonal poco transitado, junto a las vías del ferrocarril Sarmiento. En ningún caso hubo testigos, y las personas atacadas no pueden describir al psicópata porque no alcanzaron a verle la cara. El desconocido utiliza distintas herramientas para cortar dedos. Esta vez fue una sierra para madera. Antes había empleado pinzas, cuchillos y hasta tenazas. No corta siempre los 10
mismos dedos. En los primeros casos había seccionado dedos anulares a personas que llevaban valiosos anillos. Entonces la policía creyó que estaba frente a un ladrón sanguinario que mutilaba para robar joyas. Los hechos posteriores demostraron que esto no era así. La policía busca ahora a un maniático solitario que selecciona a sus víctimas al azar, sin razón aparente. Las autoridades reforzaron el patrullaje nocturno. A la vez pidieron a los vecinos de Caballito, barrio adonde se circunscriben los ataques, que eviten caminar de noche por calles mal iluminadas.
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El hombre salió de su casa a las seis y cuarto de la mañana, como todos los días de la semana. Caminó las ocho cuadras hasta la estación Primera Junta y tomó el subte para ir al centro. Al bajar en Plaza de Mayo se detuvo unos segundos frente al kiosco de diarios. Los matutinos traían grandes titulares sobre el caso. “Sin rastros del cortadedos”, “Sigue el horror en Caballito”, “Otro ataque macabro”, leyó con ojos indignados. No me entienden, no me entienden –pensó–. ¿Cómo puede ser? Yo solo quiero hacer el bien, poner las cosas en su lugar. Siguió su camino entre la multitud de oficinistas y se fue a trabajar. 11
A la tarde, en el regreso, el subte en el que viajaba se descompuso. Quedó detenido entre dos estaciones. Las luces se apagaron y la gente se puso nerviosa. Luego de unos minutos de incertidumbre, un guarda avisó que todos debían abandonar los vagones y caminar hacia la estación siguiente. La multitud de pasajeros protestó a los gritos y golpeando puños y pies contra paredes y pisos. —Subte de porquería –murmuró el hombre. Las quejas no sirvieron para nada. Al final la gente debió hacer lo que decía el guarda. Muchos utilizaron encendedores y celulares para alumbrar. También se veía el haz de luz de alguna que otra linterna. Los más jóvenes directamente saltaron de los vagones y comenzaron a andar sobre los durmientes. Las personas mayores recurrieron a las escalerillas de emergencia. El hombre fue uno de los últimos en salir del vagón. No tenía ningún apuro por caminar a lo largo del túnel a oscuras. Junto a otras personas se pegó a un hombre que tenía linterna. El grupo iba a la cola de la caravana de frustrados pasajeros. De pronto el hombre se dio vuelta y vio, treinta metros más atrás, a un viejo que había quedado rezagado. Inmediatamente esperó a que el viejo lo alcanzara. 12
No llevaba consigo la cachiporra, pero no importaba. Lo golpearía contra la pared del túnel. Tenía lo imprescindible, pensó. Y del bolsillo interior del saco extrajo una navaja afilada.
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Juan estaba sentado en el umbral de su casa, leyendo en la tablet un portal de noticias. Le llamó la atención un párrafo dentro de una nota sobre el cortadedos: “Uno de los hechos que más intriga a la policía", decía el texto, "es que nunca se encontraron los dedos cercenados por el maniático. Cabe la posibilidad de que los haya tirado a las cloacas o al sistema de desagües pluviales, lo que hace prácticamente imposible su recuperación. Pero los investigadores también manejan la hipótesis de que el despreciable sujeto tal vez guarde los dedos amputados. Esto, de ser así, agregaría un nuevo y espantoso elemento a la historia, ya de por sí terrible, toda vez que se estaría en presencia de un coleccionista de partes humanas.” Cuando dejó de leer y levantó la mirada, Juan vio al hombre de traje y corbata que pasaba frente a 13
su casa, y la mancha de sangre a la altura del bolsillo del pantalón le saltó a los ojos. Juan se paró, dejó la tablet sobre la mesa y pegó un grito: “¡Enseguida vengo, ma!”. Cerró la puerta y empezó a seguirlo. Se le hacía conocida su cara. Debía ser del barrio. Tendría unos cuarenta años. Caminaba encorvado, con las manos hundidas en los bolsillos del saco marrón. El hombre se detuvo en una esquina mientras pasaban los autos. Juan se quedó a mitad de cuadra, para mantener la distancia. Cuando escuchó el título de la noticia, se acercó al auto estacionado que tenía la radio prendida. —¡Último momento! –leyó el locutor–. El cortadedos volvió a atacar, esta vez fuera del barrio de Caballito. Le seccionó el pulgar a un hombre de 74 años. El señor había quedado atrapado, junto a decenas de otras personas, en el túnel del subterráneo, cerca de la estación Loria de la Línea A. Se cree que el cortadedos estaba entre los pasajeros perjudicados por un desperfecto en el subte. Ampliaremos. El semáforo cortó el tránsito y el hombre reanudó la marcha. Juan volvió a la persecución, siempre a una distancia prudencial. Lo siguió a lo largo de cuatro cuadras, hasta que entró a una casa de departamentos de planta baja. Juan se asomó al largo pasillo y vio que el hombre ingresaba en la tercera puerta. Claro que lo 14
conocía de vista. Lo tenía ahí nomás. ¿Cómo no iba a conocerlo si vivía al lado de la casa de Carlos, su mejor amigo? Fue corriendo y le tocó el timbre. —Hola, Juan, ¿cómo andás? –dijo Carlos. Juan no saludó. —El cortadedos es vecino tuyo –disparó.
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—¿Y eso qué tiene que ver? —¡¿Cómo qué tiene que ver?! ¿Sos tonto vos? Juan y Carlos, compañeros de banco de toda la Primaria y ahora en el primer año de la Secundaria, discutían la culpabilidad o inocencia del hombre. —¿No te das cuenta? –siguió Juan–. Al tipo le salía sangre del bolsillo. ¡Me juego la cabeza que era el dedo que acababa de cortar! —¿Y no pensaste que podía tener una herida, un corte en la pierna? –sugirió Carlos. —¡Pero no! Además hay otra cosa. ¿Viste cuando vos decís “este tipo es una mala persona”, y estás seguro de que es así, aunque no podés probarlo? Y bueno… Yo estoy convencido de que tu vecino es el cortadedos. —¿A qué hora lo viste entrar a la casa? –preguntó Carlos. —Fue hace dos minutos. —¿Qué hora es ahora? 15