Los verdes de Quipu
El misterioso caso del mago Vladimir Panasoff Una aventura policial de MartĂn y su pandilla Maryta Berenguer Ilustraciones Marina Zanollo
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1. Presentación de la pandilla
Martín, Federico y Pilar se conocen desde el jardín de infantes. Martin, o Tincho como lo llaman sus amigos, es pelirrojo, de mediana estatura, cara pecosa, ojos verdes y cursa el segundo año de secundario. Es un muy buen jugador de rugby. Fanático de las novelas policiales, presume de tener guardadas en su tablet más de doscientas. Prefiere las de enigma porque, según él, se parecen a una partida de ajedrez. Vive con un secreto a cuestas y es que está enamorado de su amiga y compañera, Pilar. Dentro de su locura detectivesca, suele presentarse disfrazado a las reuniones de amigos, con la esperanza de que, al igual que Sherlock Holmes1, uno de sus detectives preferidos, nadie logre identificarlo. Federico, es el mejor amigo de Martín. Tiene la misma edad, pelo rubio corto, es delgado, alto y le gustan los deportes. Es fanático del Barça y de Messi y gusta también en secreto de Pilar. 1 Sherlock Holmes: famoso detective, creación literaria de Sir Arthur Conan Doyle.
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Fede disfruta de las locuras de su amigo, simulando ser el doctor Watson2 para darle el gusto. Total, piensa Fede, cuando Martín se presenta como Sherlock, no hace mal a nadie y quién sabe si algún día no lo contratan para resolver algún caso misterioso. Eso pasó la semana pasada. Sonó el timbre en la casa de Federico y apareció Martín disfrazado de Sherlock Holmes, con un impermeable gastado del padre y una gorra metida hasta las orejas; no bien Federico abrió la puerta, Martín señaló con su dedo índice el pantalón de su amigo y, mientras masticaba una pipa que, debía estar buscando desesperado su abuelo, le dijo con voz de Sherlock lo siguiente: —Buenos días Watson. Observo querido amigo –decía Martín– que acabas de ver aquí en tu casa una peli de muertos vivientes, esos monstruos sangrientos de caminar lento, y está a la vista que, durante la peli, fuiste interrumpido por una llamada telefónica. Federico, como siempre en esos casos, lo interrumpía enfrentándolo con la realidad: —Tincho, dejate de jorobar y no trates de adivinar lo que hice hoy. No quieras venderme el personaje de Sherlock porque te conozco bien y nada de lo que decís es cierto. Tus poderes deductivos conmigo siempre fallan y sabé que me llamo Federico y no soy tu ayudante Watson. 2 Doctor John Watson: médico ayudante del detective Sherlock Holmes.
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Martín no se daba por vencido. —Yo deduzco todo eso, mi querido Watson, porque observo en tu pantalón una mancha amarilla de mayonesa sobre la rodilla, lo que me hace pensar que comiste una salchicha con una pierna encima del brazo del sillón y eso se hace cuando se mira una peli. En cuanto a lo que dije sobre el teléfono… bueno… confieso que eso lo dije porque es imposible que pase un día sin que alguien te llame por teléfono y te ofrezca venderte algo. —Para que sepas cabezón, la mancha no es de mayonesa sino de pintura porque estuve pintando y no tuve ningún llamado telefónico debido a que la línea no anda desde hace una semana. Lo mismo ocurre con Pilar, amiga incondicional de ambos. Pili es muy bonita, de cabello castaño oscuro haciendo juego con dos enormes ojos negros, pequeña de estatura, le encanta el running, el hockey y andar en skate por todos lados. Es muy inteligente, y su sueño es ser escritora cuando sea mayor. A Martín y a Federico los considera sus amigos íntimos y no los imagina como novios a ninguno de los dos. Ella, al igual que Federico, siempre termina siguiendo el juego de Martín, prestándose a contestar preguntas absurdas. Esta historia comienza en uno de esos días largos de primavera, cuando la gente está de acuerdo en quedarse más tiempo en la calle, disfrutar de los atardeceres cálidos, 7
aprovechar para hacer las compras o, como en el caso de estos tres amigos, sentarse en un barcito de la plaza para charlar y programar alguna salida. —Chicos: ¿sabían que se mudó al barrio un tipo que tiene cara de extranjero? –comentó Martín con voz muy baja, casi en un susurro, a sus dos amigos. —¿Dónde vive? –preguntó Pilar, dándole pie a su amigo para describir con todos los detalles lo que había visto. —Vive tres manzanas después de la Municipalidad, al lado de la pelada Gutiérrez. —Ah… te referís a la profe de física. Este año, por suerte, no dio clases –comentó Federico. —Claro… pidió licencia porque el peluquero le quemó el pelo con una tintura mal hecha y la dejó pelada. —Pero… yo no sabía que era por eso. Pobre mujer… ¡qué mala suerte! ¿Cómo te enteraste? –preguntó Federico con tono de preocupación. —En realidad, nunca me entero como vos decís, sino que investigo profundamente. No todo el mundo se dedica a observar las bolsas de basura que la gente saca a la calle. Si lo hicieran, se darían cuenta de que parte de la vida de las personas suele ir a parar a la bolsas que todos los días se llevan los recolectores de residuos. —Pero, Tincho… ¡desde cuándo averiguar algo significa escarbar la basura de los vecinos para saber cómo viven! –exclamó Pilar. 8
—Lo hago, pero disfrazado de mendigo para que nadie me reconozca y mucho menos mis viejos, porque, si se enteran, me matan. ¡Ustedes no se imaginan con lo que uno se encuentra en los contenedores de basura del barrio! —¿Sabés qué pienso, loco? ¡Que a veces no estás bien de la cabeza! –señaló Federico mientras giraba su dedo índice en la sien. —¡Ja! ¡Ja! Muy gracioso lo tuyo, Fede, pero gracias a mi locura pude, por ejemplo, enterarme el motivo por el que la profe de física desapareció de un día para el otro. Acordate que en el cole fue un misterio su desaparición. Nadie conocía el motivo por el cual dejó de ir a clase. O… ¿es que ustedes, que siempre saben todo, conocen el por qué de la desaparición de la Gutiérrez? —Nosotros no tenemos la menor idea. ¡Dale, Tincho no te hagás rogar y contanos qué pasó con la profe! –pidieron a su amigo. —¡Ustedes son chusmas como todos, me critican pero quieren saber sin arriesgarse! No tendría que contarles nada para dejarlos con las ganas… pero bue… somos amigos… escuchen: el otro día, tipo ocho de la tarde, mi vieja me mandó al súper de la otra cuadra, y cuando pasé por donde vive ella, descubrí un montón de pelos amarillos al lado del contenedor que llegaban hasta la puerta de entrada. Abrí la tapa y vi una bolsa de residuos color verde repleta de cabello amarillo y chamuscado; 9
estoy seguro de que eran de ella, porque estaban teñidos del mismo color amarillo huevo que usa y además, más tarde,la vi con un pañuelo cubriéndole la cabeza, mientras guardaba otra bolsa de residuos verde. —¿Y con eso qué pasa, Sherlock? –preguntó Pilar con voz burlona. Martín, cuando Pilar le hablaba, no podía disimular el cambio que se producía en su voz. Mirando para otro lado contestó a la manera de Sherlock: —Llegué a la conclusión, querida Pili, con mis métodos lógico-deductivos, que esa era la causa de su ausencia. Por algún motivo secreto, Gutiérrez había perdido el pelo y no quería que nadie se enterase. Hasta hoy lo mantuve top secret pero como dice mi abuela Yaya: “Los secretos no existen”. —Pero… –dijo Pilar frunciendo el ceño–, si nadie sabe nada y solo vos, que sos “un genio de la deducción”, averiguaste la verdad: ¿me querés decir quién le puso de sobrenombre La pelada si nadie se enteró de lo que vos estás contando? —¡Gracias por reconocer que soy un “genio deductivo”, Pili! ¡Para mí fue una pavada resolverlo! Yo te explicaré –exclamó Martín mientras le acariciaba la cara. —¡Dale che! ¡Largá de una vez lo que sabés!… ¿Quién fue? –preguntó Federico, molesto por tantas muestras de afecto. 10
Silencio largo y profundo. Martín, entonces, recordó al viejo detective belga Hércules Poirot3, otro de sus admirados detectives, y mirando a sus amigos socarronamente, sin disimular su inmodestia, dijo agrandado: —Permítanme que recurra a mis células grises y les cuente que fue la gorda Samanta, la peluquera de mujeres, celosa porque “Robert, el estilista”, como se hace llamar, le quitó las mejores clientas, la creadora del sobrenombre. —Mi vieja dice que cuando va a cortarse el pelo con Samanta, la vuelve loca con el chusmerío –agregó Federico contento de conocer a Samanta. —Es que la gorda es muy charlatana y no quiere a nadie. El otro día la escuché hablando con Tita, la renga, la que trabaja en la heladería, y se notaba que estaba furiosa con el peluquero –agregó Martín, mientras le servía a Pilar la Coca que le quedaba. —Pero… ¿qué le dijo Samanta a la renga? –preguntó Federico, disimulando los celos. —Soy un caballero, no lo puedo repetir por respeto a Pili –contestó Martín con un gesto de agrandado mirando a Pilar con una sonrisa protectora. —¡Dale, tarado! ¡Lo único que falta! ¡No te hagás el boludo! ¿Qué oíste? –exclamó Pilar enojada. 3 Hércules Poirot: famoso detective belga, creación literaria de Agatha Christie.
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—¡Pará, loca! ¡Todavía que te trato como a una dama me decís tarado! No debería contarles nada…pero bue… resulta que Samanta le dijo a la renga, que no era justo que ese chismoso de Robert le estuviera robando las clientas y que, además, les afanaba la guita, con el cuento de que había estudiado para coiffure en París. Fue en ese momento que Samanta contó que él le había quemado el pelo a la Gutiérrez con una tintura trucha. La renga le dijo esto a su hija Mecha, que es una chusma y… ¿saben lo que hizo Mecha no bien se enteró? Se fue hasta la casa de la profe, le tocó el timbre y le preguntó si lo del pelo era cierto. —¡¡¡Naaa!!! No sabía que este barrio fuera así. ¡Jua! ¡Jua! ¡Jua! –exclamó Pili lanzando una risotada. —Sí, nena, el barrio es así. Se meten en todo. Cuando Mecha le tocó el timbre, la Gutiérrez debía estar distraída porque abrió la puerta en camisón con su pelada al aire y… ¡sin la dentadura postiza! —¡Nooooo, qué horror! ¡Sin pelo y sin dientes! –gritó Federico, riéndose a carcajadas. —Sí, fue un momento bravo que pasó Mecha con la Gutiérrez; la profe casi la mata por meterse en sus cosas. Por suerte, todo terminó rápido porque los gritos de las dos se escucharon en todo el barrio. Uno de los vecinos intervino y separó a las dos mujeres; ahora ni Mecha, ni la renga Tita,
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ni la pelada Gutiérrez se saludan, pero por lo menos están más tranquilas. Por eso, desde ese día, todo el mundo la llama “la pelada” y ella, por vergüenza, no sale ni a la puerta de calle. —¡Fua! ¡Pobre mina! ¡Tener que aguantarse semejante situación por una pelea entre peluqueros! ¡Encima el pelo crece muy despacio! –comentó Pilar para finalizar la charla. —Tincho, acordate que vos prometiste contarnos algo sobre un extraño personaje que vive al lado de la pelada –dijo Federico. —Es cierto –recordó Pilar–. Nos estabas contando que llegó un nuevo vecino al barrio con pinta bastante trucha. Martín se acomodó en su silla, llamó al mozo y pidió otras tres Cocas y papas fritas. Después, miró a su alrededor y pese a que la gente sentada cerca de ellos no les prestaba atención, habló en voz muy baja.
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