Piratas, brujas y hadas que no le temen a nada

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Luz le gustaba jugar a los piratas. Era la “Capitana Pirata Luz de los Mares”. El nombre le encantaba. Se ataba un pañuelo de su mamá en la cabeza (el viejito de color verde con flores amarillas), se tapaba un ojo con un parche de cartulina negra que ella misma se había inventado y usaba una cuchara de madera como espada. La cuchara de madera era lo mejor de su disfraz, porque como era la que se usaba para hacer tortas, tenía ese olorcito riquísimo a chocolate derretido. El pañuelo de la cabeza tampoco estaba mal porque olía al perfume de su mamá que era como de jazmines. Y el parche del ojo era una porquería porque olía a plasticola.


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Así disfrazada, Luz andaba saltando por arriba de los muebles sin tocar el piso, un mar de madera infestado de cocodrilos, según decía. Pero su mejor barco era la bañadera, porque ahí había agua de verdad. Claro que, en la bañadera, era una “Pirata cuando se estaba bañando”, porque se tenía que sacar el pañuelo, el parche y otras cosas que no vamos a nombrar. Solo podía conservar la cuchara de madera, muy importante por si la atacaban los tiburones.


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Y los tiburones la atacaban siempre. Entonces, Luz de los Mares empezaba a los cucharazos contra el agua que, como ya sabemos, salpicaba todo el baño; terminaba empapando la toalla, mojando la tapa del inodoro (muy incómodo cuando uno se tenía que sentar), dejando el espejo lleno de lunares jabonosos y la alfombrita del piso hecha sopa. La pirata Luz de los Mares vencía a los tiburones, pero siempre era derrotada por su mamá, que le pegaba flor de reto.


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a Bruja Cuca tenía tres hijas. Las dos mayores, Feucha y Asqueta eran unas brujitas horriblemente desagradables, como debe ser. Feucha era buenísima en escupidas a larga distancia, sustos a medianoche y carcajadas electrizantes. Asqueta se estaba especializando en bichos y mascotas como murciélagos, gatos negros y lechuzas. Como ya iban a la escuela habían comenzado incluso con sus primeros hechizos. Eran el orgullo de la familia. Pero la menor, Cuquita… ¡Ay!... Cuquita no se parecía en nada a su familia.


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Por empezar, en vez de una nariz larga y ganchuda, como las de sus hermanas, Cuquita había nacido con una naricita respingada que era una preciosura, mucho más adecuada para princesa que para bruja. Nadie le quería decir a la mamá que la brujita recién nacida era horriblemente linda, pero es lo que todos pensaban. Decían “¡Qué fea! ¡Qué fea!”, pero solo de compromiso.


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¿Lunares negros y peludos?... Ni uno. Feucha estaba muy orgullosa de su lunar negro junto a la nariz y Asqueta tenía uno atrás de la oreja, no se veía, pero por lo menos, lo tenía. A Cuquita la revisaron de arriba para abajo y de abajo para arriba, pero lunar, no encontraron. Su mamá, desde que era chiquita, todas las mañanas le pintaba un lunar en el cachete izquierdo con marcardor indeleble para que no se le fuera a borrar. Cuquita lo lucía orgullosa, aunque sus hermanas siempre se burlaban: —¡Salí, bruja con lunar trucho!



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