Quebrantahuesos. Final del vuelo.

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Nerea Liebre

escritora

Créditos: @franciscolopezillanPH

Nació en la ciudad de Gualeguaychú, provincia de Entre Ríos, Argen tina, el 13 de junio de 1978. Es licenciada en Ciencia Política, graduada en la Universidad de Buenos Aires y magíster en Administración Pú blica. Publicó las novelas: Cirkótico y el enigma de la hechicera, Bajo Sombra Buenos Aires Peregrina, Madriguera, Ikizukuri, Cuidad Paraíso. El misterio de la lanza, El club de la selva y Argensaurios (seleccionado para el programa Argentina Key Titles, 2021), estas últimas en Quipu. El Instituto Cultural Latinoamericano le otorgó el primer premio de narrativa en el certamen Voces Destacadas 2016. Ganó el certamen Voces Destacadas 2016, el Premio Entre Orillas en 2021, el Premio Mi Planta de Naranja Lima en 2021 y el Foro Juana Azurduy del Ministerio de Cultura de la Nación en 2022. Fue jurado en diferentes concursos literarios.

NEREA LIEBRE

ZONA LÍMITE

Dedicado a la memoria de Irma Juárez Francois y de Magdalena Ruiz Guiñazú por su compromiso sin descanso en la búsqueda de la verdad.

A mi familia y a mi maestra eterna, Liliana Bodoc.

La causa sobre el descubrimiento de los llamados “vuelos de la muerte” ocurridos en la provincia de Entre Ríos está siendo investigada por la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación quien es querellante de la misma. Escribí esta novela en homenaje a los 40 años de la vuelta de la democracia en Argentina y el resurgimiento de la investigación. Y porque estoy convencida de que el deber de sostener la memoria colectiva es tarea de todos, donde los jóvenes siempre tendrán un rol privilegiado..

La siguiente novela es una ficción basada en hechos reales sucedidos durante la década del setenta en la República Argentina.

Gracias al periodista Fabián Magnotta por correr el velo del silencio.

Sí en seres devenidos en monstruos, capaces de atormentar desde cualquier distancia; arañas de la memoria. Pero no en entidades paranormales. Me agobia la categoría sobrenatural.Detodas formas, estoy parada en una remota vereda del barrio de Flores, frente a las cámaras del canal de cable Sensación que me convocó para uno de sus episodios. Meto

Pero no creo en fantasmas.

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No creo que uno pueda caer en las profundidades y resurgir como el ave fénix. Creo que las laceraciones cicatrizan a su ritmo, con un compás diferente unas de otras. Aunque la mayoría de las veces jamás dejen de supurar.

Creo en la infinita trascendencia de la pasión, que su pera edulcorados personajes shakesperianos. Y en el poder de la palabra, a veces inocentona, a veces irreverente.

I

Iré directo al grano: en un plazo máximo de un día, moriré.Nadie me llorará, nadie reconocerá mi cuerpo si es que lo encuentran, nadie dejará flores sobre mi tumba anónima.

Creo en la fuerza arrolladora de la voluntad, que calibra el norte mejor que una brújula.

En el presente

No habrá cánticos, no habrá cajón, no habrá corona. Ha brá oscuridad, silencio y paz. O al menos eso espero.

Con voz entusiasta y ademanes exagerados comienza entrevistando a los dueños de la casa que tenemos a nuestras espaldas. Están de pie a su derecha. Es el matrimonio FischerZaldivar, codos entrelazados, que se ve nervioso pero contento.

El hombre, de cabello al ras, sonríe, debe tener aproxi madamente mi edad, unos cincuenta y cinco o cincuenta y seis años. Luce una barba de dos días para conseguir un aire más joven.Ella, enfundada en un elegante vestido ideal para el día otoñal, no aparenta más de cuarenta y mira hacia los costa dos como una estrella de televisión. Y aunque no vayamos a ningún lado, lleva guantes de raso y una cartera de mano azul.

A pesar de mi resistencia, me han colocado un poco de maquillaje. Siento los labios pegoteados y la incomodidad hace que no deje de moverlos. Clavo mi mirada en el adoquín de la calle, porque mis mejillas se encienden y me delatan.

El reportero Toti Barzana, del programa Secretos y Mis terios, se pasa el peine por última vez frente al espejo que sos tiene su productora y se asegura de bajar un poco el cierre de la campera para dejar asomar el suéter de marca. De buen ta lante ha firmado varios autógrafos en lo que va de la mañana.

las manos en los bolsillos y aprieto tan fuerte los puños que oigo cómo suenan los nudillos.

Posteriormente, alista el micrófono y guiña un ojo cóm plice a su camarógrafo. Este último levanta el pulgar en señal de estarAlguienpreparado.hace sonar una claqueta de cine, donde se lee “Toma 1”, para iniciar la nota.

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Yo me abstengo de hacer comentarios, por más que ahora se dirige a mi persona. Solo niego con la cabeza.

Un cerco de madera rodea la propiedad y detrás un jaz mín del cabo perfuma las cuatro esquinas. Sentir ese aroma me entristece.Finalmente, un sonriente Toti Barzana explica a las cá maras que yo soy nacida en la provincia de Entre Ríos. Que me llamo Inara Rébora, que me dedico al turismo nacional y que nunca tuve contacto con la familia Fischer-Zaldivar.

La casona ubicada detrás de nosotros será la protago nista indiscutida del próximo capítulo de Secretos y Misterios. Ocupa la esquina de Pumacahua y Francisco Bilbao. Es de esti lo inglés, una pequeña torrecilla separa el ala principal sobre la calle empedrada, del ala que da a la calle de la bicisenda.

Con la curva de los labios hacia abajo, ellos niegan todo.

Yo tampoco los conozco, apenas los miro de reojo. La incomodidad se instala en mis piernas y me hace balancear como si estuviese meciendo un bebé.

La producción del programa ya ha chequeado la infor mación, sin embargo, el conductor pregunta a la pareja si me conocen, si saben quién soy, si nos habíamos visto antes.

Apenas unos pocos curiosos se acercan a presenciar la grabación del programa. Un canillita, una anciana de bastón y una mujer que masca chicle.

Los dueños relatan una breve historia de la construc ción, dan detalles insignificantes para captar mayor protago nismo. Lo disfrutan. Terminan confirmando que el padre del señor Fischer la habría heredado hace tiempo.

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—¿¡Podrá la señora Inara decirnos algo acerca de esta vieja casona en particular, sin jamás haber puesto un pie en ella!? ¿¡Cómo es por dentro!? –lanza con tono misterioso mi rando directo a la cámara–. ¿Cómo se distribuyen sus habita ciones? O quizás prodrá revelarnos… ¿¡qué secretos oculta!? ¿qué almas caminaron por sus antiguos pasillos?

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Nos colocamos frente al portoncito de madera de en trada y contemplo la enorme fachada. Trago saliva, la puerta de madera y vidrio, que hasta el momento permanece cerrada, está enmarcada por un pórtico gótico.

Cuando Toti termina con su parafernalia, saca un pa ñuelo del bolsillo trasero y lo sacude frente a mi cara. La prue ba debía superarla, por supuesto, con los ojos tapados.

La productora, única persona que conozco de antema no, me ata la venda por detrás de la cabeza. Eso hace que des de los músculos de la cara hasta los dedos de los pies entu mezcan. Mi respiración se desboca, estoy a punto de renunciar antes deMeempezar.contengo.

Sin embargo, y el conductor deja un espacio con el fin de engatusar a su audiencia, yo sería capaz de describir la propiedad de los desconocidos gracias a que poseo un alma vieja. Lanzan una teoría sobre la reencarnación que no me interesa escuchar y hacen apuestas sobre los resultados del experimento.Soyelconejillo de indias y mi tarea es describir la casa. Sin verla. Sin conocerla de antemano.

Un nudo en la garganta me impide responder. Por suer te el conductor del programa mete bocadillos alentándome a descubrir el —Creo…enigma.creoque pueden ser dragones –digo.

La gente a mi alrededor permanece en silencio. Y aunque yo no logro verlos a través de la venda, el resto de mis sentidos sí puede diferenciarlos.

El camarógrafo, que huele a fritura, se para a un metro de distancia, a mi derecha. La productora, que hace chirriar los dientes, se ha colocado delante, seguramente se dispone a abrir la puerta. La vecina curiosa, que explota los globos de chicle, permanece detrás del cerco de madera.

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La señora Zaldivar suelta un suspiro entrecortado y en seguida comienza a dar aplausos, pero no puedo imaginar su efusividad, solo me llegan las figuras de los dragones ator mentándome.Lapuerta cruje y entramos. La productora me guía del brazo y susurra palabras ininteligibles en mi oído. Creo que

Intento relajarme aspirando en dos tiempos y exhalan do en uno. Cuando tengo completo control sobre mí misma, comienzo mi —Detrástarea.dela puerta hay una pequeña antesala –digo apretando mis puños contra la boca del estómago–, una esca lera de madera torneada sube al primer piso.

Solo se necesita entrenamiento para afinar los sentidos. —¡Hay unas figuras talladas en la madera! –interrum pe la señora Zaldivar que no quiere perder protagonismo–. ¡Me muero si sabe de qué se trata!

intenta calmarme. Por el contacto físico se ha dado cuenta de las esporádicas descargas en mi cuerpo.

Según el relato de Toti Barzana para las cámaras, hemos quedado frente a una escalera donde los animales mitológi cos se retuercen en la baranda.

—En el medio del patio en el que nos encontramos –tartamudeo– hay un arce rojo. Tiene unos veinte metros de altura y más de cien años.

La productora me arrastra de la mano, escucho el soni do de unas bisagras y el aire fresco me encuentra de vuelta.

UnaRespiro.melodía de hojas secas barre las baldosas frente a mí y en un rincón rebota para alejarse.

Mi lazarillo me lleva de nuevo al interior de la casa y escojo moverme hacia la derecha. Aunque no puedo ver nada, volteo la cabeza como respondiendo a un llamado inexistente.

Las botitas de gamuza que llevo puestas parecen haber desaparecido y mis pies pueden sentir el calor de un piso de madera. El olor a cera se enciende en mi cabeza.

Un coro de suspiros suena a mis espaldas. Yo continúo con las manos sobre el estómago, porque unas repentinas náuseas amenazan con estropear el experimento.

Oigo cuchicheos entre la gente que nos acompaña, los propietarios y los técnicos. Cuando callan, los silencios se ha cen más pesados.

—Detrás de la escalera hay una puerta de hierro y vi drios de colores que lleva a un patio –vaticino.

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Cada crujido de cada peldaño es un puñal en el pecho. Un crimen aberrante al que me expongo voluntariamente.

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Levanto el pie en el lugar exacto donde un escalón ancho separa los ambientes y aspiro el aroma. Leña recién cortada.

—Estamos en una sala –murmuro y me humedezco los labios con la lengua–, en el techo sobresalen los tirantes de pinotea y en el extremo opuesto, junto a la ventana, hay un hogar a Podríaleña. haber aportado otros datos, pero el nudo de la garganta me vuelve a callar. Otra vez los murmullos de los que me acompañan llenan el espacio.

La voz viene de mi interior y me advierte que nada bue no resultará de mi imprudencia.

Entonces escucho una tos. Ni la de un niño, ni la de un joven. La tos de un anciano. Cargada. Afónica. Ahogada.

Al llegar al rellano me detengo y apoyo el hombro en la pared para recuperar el aire. No es la edad. Es el nudo que se está ramificando hacia los pulmones.

La productora del programa que me aferra del brazo siente el temblor de mis manos y me susurra si quiero des cansar un rato. Es una grabación, no estamos en directo. Me niego y soy yo quien sugiere subir las escaleras a la planta alta.

El conductor hace conjeturas sobre si mi alma vieja reconoce cada recodo de la casa, porque ha vivido entre esas paredes en otro tiempo. Quizás tiene razón. Quizás son los fantasmas del pasado los que tironean de los hilos invisibles y me obligan a avanzar.

—Aquí hay una habitación con una ventana ojo de buey que da al patio del arce rojo –las lágrimas me inundan los ojos y ruego que no me delaten al filtrarse por el trapo que me losAlguiencubre.

Proviene de la última habitación de la casa, al final del pasillo, la más grande. La productora me toma de la mano y se la aferro con fuerza. Ahora soy yo quien tira de ella.

Sigo hasta quedar en un pasillo estrecho. Al final hay tres ventanas con celosías de hierro que forman parte de la torreci lla de la casona. No lo menciono, porque se ven desde la calle y no es un dato relevante para el programa Secretos y Misterios.

abre la puerta y Toti Barzana celebra mi predic ción con una exclamación. Siento que la productora me frota la espalda como a un perro que ha atrapado el palo en el aire en el primer intento.

Me detengo junto a una puerta sin saber si está abierta o cerrada. Giro hacia ella y extiendo mi mano. La toco. Suave.

Cuando quedo parada frente a la puerta final, suspiro. Estoy lista.—Este es el dormitorio principal –anuncio con voz entrecortada–, dos ventanas dan a la calle pero hay una tercera

La casa late bajo mis pies. Late en mi cabeza. Mi interior es una guerra de sensaciones que eclosionan una tras otra.

Los dueños de casa siguen insistiendo en que yo jamás he entrado allí y que no me conocen. Yo vuelvo a escuchar la tos del anciano y, rozando los dedos por la pared, me dirijo hacia allí sin perder el tiempo.

Doy pasos lentos, estudiados. Los cuento en mi interior.

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Una ráfaga de aire viciada por remedios y paso del tiempo nos increpa. Yo temo haberme equivocado, porque el interlocutor que ha asomado no está a mi altura, el chiflido de sus pulmones se oye por debajo.

Porque el hombre toca la campana que tiene al alcance de su mano como un loco. Su cuerpo comienza a convulsionar y es rescatado por la pareja Fischer-Zaldivar que lo lleva al in terior de la habitación.

Las bisagras de la puerta suenan antes de que yo pue da terminar de hablar, lo que me da la pauta de que ha sido abierta desde el lado interno. Hay más tos y titubeos.

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muy especial. Es una bow-window con alféizar de mármol, del lado externo tiene labrado un escudo familiar y el año de construcción de la casa…

Está sentado en una silla de ruedas. Su cabeza pelada se estabiliza con una almohada anatómica y sobre el apoyabra zos, cerca de la mano que mueve temblorosamente, alguien ha colocado una campanilla.

Me apresuro a quitarme la venda de los ojos sin la auto rización de la productora y descubro al anciano con neumonía.

Sus ojos, un estallido de celestes y rojos, se hacen una fina línea al coincidir con los míos. Pero enseguida empiezan a abrirse, primero al tamaño normal, luego al tamaño sorpresa, para finalmente terminar en el tamaño campana.

Toti Barzana suelta un grito eufórico y se pregunta ante la cámara si el habitante de la casona habría reconocido mi alma vieja. Si habríamos coincidido en algún momento de la historia entre aquellas paredes.

La productora sonríe feliz, ha obtenido buen material. Doy media vuelta y me voy. Al fin y al cabo, yo no creo en fantasmas.Elfantasma soy yo.

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II

Me envuelve el aire fresco de mayo, solo me falta un vaso de grapa para terminar de revivir. Me seco una lágrima antes de llegar a la Vand Ford Transit estacionada a una cua dra, no quiero que Muño me vea en este estado.

Antes de subir a la camioneta descubro un gorrión heri do junto a la rueda delantera. Levanto el ave entre mis manos y lo coloco en el pedacito de tierra que hay frente a una casa. Se retuerce y aletea con el ala sana.

En lo personal me agrada no dar nada por descontado, me gusta sorprenderme con las vicisitudes de la vida. Si uno asume el mote de desgraciado, pone su cabeza en una pica.

Abandono la casona de Pumacahua y Bilbao pateando hojas muertas y crujientes. El corazón ligero me retumba en los oídos como los tambores de un ritual satánico.

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¿Cuál es la probabilidad de supervivencia a esa herida? ¿Cuál es la probabilidad de que se lo coma el primer gato que pase por el Quizástapial?ninguna. Quizás todas. Depende de factores re lativos que muchas veces se conjuran para ceder espacio al milagro.Hay personas, animales o entidades que atraen mejor esos factores; los dotados, los iluminados. Otros que los repe len. Le podemos llamar destino, suerte, azar.

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