La Iguana Carlos palacios agente de innovación en nodo Cabadade Ecopil Mx
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ebosante de vida y holgazanería, tendida sobre las ramas de los grandes árboles del trópico o entre las rocas de la sierra, la iguana es uno de los seres vivos más simpáticos que habitan el Sotavento. Es casi un espectáculo el observarlas retozar bajo el impasible sol sureño o en muchos casos tirándose clavados desde las más altas ramas en las riberas de los ríos y arroyos de esos rumbos
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Y como si esto no fuera suficiente, sin conformarse con ser ya una criatura por demás simpática y cotizada por su carne y huevos, la iguana también se ha transformado en una de los temas musicales más querido en el sur del país, ejecutado con algarabía y destreza mimética sobre la tarima en el Sotavento, Costa Chica y Tixtla, en el centro de Guerrero. Siendo así uno de los sones que en sus distintitas variantes hermana a diferentes regiones musicales de México.
No en vano aquel sabido verso se burla de su extrema inverosimilitud y pasividad ante la vida: Dicen que la iguana muerde, pero yo digo que no, yo agarré una por la cola y nomás la lengua sacó. No cabe duda de que, si hay un animal que en el campo sotaventino goza verdaderamente de la vida, es la iguana.
Por otra parte, la iguana es en casi todo el sur de México un manjar codiciado y exótico, deseado por propios y visto con rareza por los extraños, no en vano en cierta ocasión un misionero croata, después de haber probado en una comunidad tuxteca un exquisito adobo hecho con tan simpático reptil, no pudo aguantarse las ganas de pedir que le sirvieran otra porción, encantado con aquel delicioso platillo que acaba de descubrir su paladar. Pero más grande aun fue su sorpresa cuando al salir al patio de sus anfitriones se topó con una holgazana iguana que descansaba sobre un árbol de mango y curioso de ver por primera vez en su vida aquel pequeño dinosaurio, lleno de asombro preguntó a los lugareños el nombre de la criatura, a lo que ellos esbozando una cálida sonrisa le respondieron que era precisamente aquello que se acaba de comer, a lo que él, sin saber cómo reaccionar, solo pudo exclamar en su precario español: ¡No puedo creer que me haya comido a Godzila!
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