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DE QUÉ TE SIRVE… ¿De qué te sirve hablar de la verdad si vives en la mentira?

¿De qué te sirve decir que amas mucho si luego no aguantas a nadie a tu lado?

¿De qué te sirve acumular años si luego sólo acumulas vacío y egoísmo?

¿De qué te sirve conocer muchas cosas si luego desconoces el sentido de la vida?

¿De qué te sirve tener oídos si luego no escuchas a los demás?

¿De qué te sirve soñar con la libertad si luego eres esclavo de ti mismo y del qué dirán?

¿De qué te sirve poder hablar si tus palabras hieren y hacen sufrir a quienes te rodean?

¿De qué te sirve ver el sol y las estrellas si luego no ves el camino, ni al que tienes a tu lado?

¿De qué te sirve estar bautizado si luego vives como pagano?

¿De qué te sirve tener ojos si luego eres incapaz de ver a tus prójimos que sufren?

¿De qué te sirve tener manos si no las extiendes para dar y para estrechar las de tu prójimo?

¿De qué te sirve comenzar un camino si nunca llegas al final del mismo?

PARROQUIA CORAZÓN DE MARÍA GIJÓN www.pacomargijon.org

Avda. Pablo Iglesias, 82

985 37 09 44

MIRÁNDONOS EN EL ESPEJO

Domingo 4º Cuaresma Ciclo C 6-03-2016

La escena que nos presenta el evangelio de hoy es impactante. Jesús está hablando con gente poco recomendable: pecadores públicos y cobradores de impuestos. Esto escandaliza a la gente de orden, a la gente de bien: fariseos y letrados. No es para menos. En tiempo de Jesús, compartir mesa era una forma especialmente íntima de amistad. Por ningún motivo se podía compartir mesa con gente de clase inferior y mucho menos con gente poco ejemplar. Jesús rompe ese cliché acercándose a los indeseables y escandalizando a los fariseos. Ellos también están invitados. Jesús no excluye a nadie. La reacción de los fariseos murmurando y criticando su conducta provoca en Jesús esta obra de arte de la revelación cristiana. Para ellos va esta parábola. Es la mejor pintura de ese rostro paterno que siente amor por todos sus hijos, pero que expresa una debilidad especial por los que están lejos de su casa, por los que, enfrascados en sus ocupaciones, se pierden la fiesta de su amor. Alguien ha dicho que esta parábola es “corazón del evangelio”. Con la fantasía de un maestro de la pintura y con su experiencia personalJesús nos revela, con trazos impresionantes, que Dios es todo corazón, que Dios es todo amor. Un espejo espectacular donde mirarnos y descubrir cómo somos nosotros sus hijos.


ELOGIO DE LA MISERICORDIA. PARÁBOLA DEL HIJO PRÓDIGO DRAMA EN 3 ACTOS ACTO 1º: El hijo menor “Padre, dame la parte que me toca de la fortuna”. Para empezar, y de acuerdo a las costumbres de la época, reclamar la herencia era equivalente a desear la muerte del padre que tenía el derecho de vivir de sus ahorros y esfuerzos mientras viviera. El hijo, le está diciendo: no puedo esperar a que te mueras. Es un acto ofensivo porque supone rechazar el hogar en el que el hijo nació y creció, es una ruptura con la comunidad familiar de la que él formaba parte. Es una traición a los valores de la familia y de la comunidad. ¿Quién de nosotros daríamos a nuestro hijo sin rechistar la parte de esos bienes que con tanto esfuerzo hubiéramos conseguido reunir a lo largo de los años? El hijo menor, juntando todo lo suyo, emigró a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente”. Carencia. Sin el calor de la casa paterna, sin su mirada y sin su afecto, viviendo el vacío y la soledad del huérfano que no conoce al padre. Ofuscación. Derrocha lo que él no había ganado con su sudor. Degradación. Se entrega a lo que le hacía daño y le dejaba frustrado. Y lo último, tener que “cuidar cerdos”. “Cuando lo había gastado todo… empezó a pasar necesidad”. Es triste, pero sólo la necesidad le hizo acordarse de su padre, mejor, de las cosas que tenía su padre y de las que él carecía. Y de la necesidad a la añoranza. De la constatación de eso en que se había convertido, una piltrafa humana, a la evocación de un pasado marcado por la abundancia, el cariño paterno y la consideración de los vecinos. “Me pondré en camino adonde está mi padre”. Volver a casa significa dejar nuestras ambiciones y vivir centrados en el AMOR.

ACTO 2º: El PADRE “Y echando a correr, se le echó al cuello y lo cubrió de besos”. De la miseria a la misericordia. El ser humano abandonado a sus deseos puede conseguir la gloria o la miseria moral. Vivir en la casa del padre comporta vivir en la gloria. Vivir lejos del mismo avoca a la degradación y a la frustración más honda. De los besos robados sin amor a los besos paternos que plenifican. “Celebremos un banquete porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido, estaba perdido y lo hemos encontrado. Dios siempre se ha revelado como Dios de vida, apasionado porque sus hijos VIVAN, y vivan la hondura de un amor, la alegría de un compartir y la felicidad de una fraternidad. El banquete que culmina la vida recobrada es símbolo de alegría compartida, de fiesta y acogida. ACTO 3º: El hijo mayor “Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos”. La enseñanza de Jesús es desconcertante. Lo verdaderamente decisivo para entrar en la fiesta final es saber reconocer nuestras equivocaciones, creer en el amor de un Padre y, en consecuencia, saber amar y perdonar a los hermanos. Ésta es la tragedia del hijo mayor. Nunca se ha marchado de casa, pero su corazón ha estado siempre lejos. Sabe cumplir mandamientos pero no sabe amar. Quien escuche esta parábola en su corazón, tal vez llorará de alegría y agradecimiento. Sentirá por vez primera que en el misterio último de la vida hay Alguien que nos acoge y nos perdona porque solo quiere nuestra alegría.


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