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VIDA PARROQUIAL  Este domingo celebramos el DOMUND. La colecta de este día va destinada a las Misiones.  El lunes, día 24, es la fiesta de S. Antonio Mª Claret.  A las 19:30 tendremos la Eucaristía Solemne en honor del santo. Coincidirá con la Misa Joven.  Durante la misma celebraremos el RITO DEL ENVÍO de catequistas y agentes de pastoral.  Después de la misa compartiremos en fraternidad un chocolate con bizcocho. Nuestra relación con Jesús, si es auténtica, nos lleva a vivir bajo la regla de las tres C que describe J. A. Marina en su libro Aprender a convivir: “tener una vida Compatible con la felicidad de los demás, Compartible por los demás y Cooperadora. Por eso, nuestro reto es buscar modos de hacer coordinar el proyecto personal de vida y el proyecto social” (Marina, p.162). El Dios de Jesús invita a ser lugares de encuentro en los que los otros se sienten amados, valorados por sus actos y dignos de ser queridos. Todas las vocaciones, profesiones y estados pueden llevar a cabo esta preciosa tarea que es crear relaciones de confianza a través del cariño, el cuidado del otro sin renunciar a hacerle ver sus propios límites. Comparto, como recoge Rafael Prieto, que Dios se parece a “una mujer saharaui, madre de numerosos hijos, a la que preguntaron a cuál de ellos quería más y que contestó: al pequeño hasta que crezca, al enfermo hasta que sane, al viajero hasta que regrese”. No se puede decir mejor.

En el amor no se trata de encontrar a alguien con quien vivir sino de encontrar a alguien con quien no se puede dejar de vivir.

PARROQUIA CORAZÓN DE MARÍA GIJÓN www.pacomargijon.org

Avda. Pablo Iglesias, 82

985 37 09 44

EL RINCÓN DEL PÁRROCO

Domingo XXX

Tiempo Ordinario

Ciclo C

23-10-2016

¡SAL DE TU TIERRA! De tu zona de confort, de tu isla, de tu cueva. Ábrete y da tu vida a los que necesitan de ti. Es la invitación de la jornada del DOMUND de este año. Somos invitados a levantar la mirada, a no aislarnos en nuestro pequeño mundo, a tener una mentalidad universal, católica. Este domingo nos invita a pensar, orar y compartir con los demás, especialmente con los que más nos necesitan, con los que no importan a nadie, con los que no tienen voz ni voto. Es el Domingo Mundial de las Misiones. Compartir nos hace felices. Compartir nuestras cualidades, nuestro tiempo, nuestros bienes. Cuando conseguimos entrar en esta dinámica, nuestro corazón vibra, sentimos que pertenecemos a una gran familia, que todos somos hermanos, somos felices. Y a la inversa, cuando nos encerramos en nuestra pequeña aldea, en nuestras preocupaciones, cuando nos ahogamos en nuestros vasos de agua, nos empobrecemos, nos hacemos raquíticos, nos aislamos. El Domund es más que meter dinero en un sobre, es crecer en sensibilidad hacia las realidades de tantas personas que están castigadas por sistemas socio-económicos de exclusión, oprimidas por el látigo de la guerra y de la violencia, que sufren el castigo de ser invisibles mediáticamente, a nadie le importan. Pero a nosotros sí, nos duele su situación, nos solidarizamos con ellos y compartimos lo que podemos. En el evangelio dos hombres suben a orar. La acción es buena: orar; pero la actitud de soberbia o de humildad la refuerza o la estropea. Señor, enséñanos a orar con humildad, reconociendo nuestras limitaciones, abriendo nuestro corazón a la corrección que viene de ti y compartiendo lo que somos y tenemos sin exclusiones. Un corazón como el del P. Claret: en salida, misionero, universal. P. Juan Lozano, cmf.


ACOGIENDO TU PALABRA 1ª lectura: Eclesiástico 35,15b-17. 20-22a El Señor es un Dios justo, que no puede ser parcial; no es parcial contra el pobre, escucha las súplicas del oprimido; no desoye los gritos del huérfano o de la viuda cuando repite su queja; sus penas consiguen su favor y su grito alcanza las nubes; los gritos del pobre atraviesan las nubes y hasta alcanzar a Dios no descansa; no ceja hasta que Dios le atiende, y el juez justo le hace justicia. 2ª lectura: Timoteo 4,6-8.16-18 Querido hermano: Yo estoy a punto de ser sacrificado y el momento de mi partida es inminente. He combatido bien mi combate, he corrido hasta la meta, he mantenido la fe. Ahora me aguarda la corona merecida, con la que el Señor, juez justo, me premiará en aquel día; y no sólo a mí, sino a todos los que tienen amor a su venida.

Evangelio de San Lucas 18,9-14 En aquel tiempo, dijo Jesús esta parábola por algunos que, teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos, y despreciaban a los demás: - Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era un fariseo; el otro, un publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior: ¡Oh Dios!, te doy gracias, porque no soy como los demás: ladrones, injustos, adúlteros; ni como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo. El publicano, en cambio, se quedó atrás y no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo; sólo se golpeaba el pecho, diciendo: ¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador. Os digo que éste bajó a su casa justificado y aquél no. Porque todo el que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido.

Y YO, ¿POR QUIÉN ME TENGO? Las lecturas de hoy nos hablan de cómo debe ser nuestra relación con Dios y nuestra actitud ante Él y los hombres. Para ello, Jesús nos presenta dos modelos de orantes tipificados en el FARISEO y el PUBLICANO. Con esta parábola Jesús denunciaba a quienes “teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos y despreciaban a los demás”. La parábola habla por sí misma. ¿Cuántas veces la hemos escuchado? Tanto oírla nos puede resultar ya muy sabida y falta de garra. Te invito a reflexionar un momento para responderte con sinceridad: ¿En cuál de estos personajes me veo mejor reflejado? A los cristianos practicantes nos resulta muy tentadora la autocomplacencia. Con qué facilidad nos sale el fariseo que cada uno llevamos dentro… Pensamos que hay personas peores que nosotros. Nosotros no hacemos lo que ellos hacen. Y acabamos sobrevalorando nuestro propio comportamiento. El fariseo no es un tipo lejano en el tiempo, sino muy actual entre nosotros. Aunque disfrazado, siempre está presente en nosotros. El fariseo es un personaje consciente de su buen comportamiento. Es narcisista y se complace en su “subjetiva bondad” o santidad. Reza y se comporta según sus propios criterios. Y ello le lleva a autocomplacerse. El publicano, en cambio, es una persona consciente de su mala conducta. Por eso no se compara nunca ni enjuicia a los demás. Él no se siente por encima de nadie. No presume de perfecto. Publicano es el que se da cuenta de que el mal no está solamente fuera, sino dentro de él. Es consciente de que él también está implicado en el mal que le rodea, que no tiene las manos limpias, que no puede echar la culpa solo a los otros. Él sabe que tiene que convertirse, cambiar personalmente, transformar su vida. El publicano nos da una lección que tenemos pendiente: la de reconocer con sencillez que no somos tan buenos, que no podemos presumir de orar bien aunque recemos mucho, que necesitamos de la misericordia de Dios y no de que Él nos ponga una medalla por nuestros méritos, por nuestras palabras vacías y por nuestra propensión a despreciar y juzgar a los demás. El publicano sólo tiene un asidero: la bondad de Dios. El fariseo, en cambio, alardea de su currículum, de sus méritos. A Dios no le queda otra que premiarle y ponerle en el cuadro de honor. Y aquí está la enseñanza de esta parábola: nuestra oración, nuestra relación con Dios, no debe ser la de una gente satisfecha con lo que hace, sino la del que sabe que le queda mucho por andar y hace lo posible por mejorar cada día sus actitudes, sus decisiones, su capacidad de amar desinteresadamente…, y cada vez que falla sabe encontrar en Dios el amigo que le levanta y le invita a mejorar.


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