Domingo 6 de enero

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El hombre actual ha quedado, en gran medida, atrofiado para descubrir a Dios. No es que sea ateo. Es que se ha hecho «incapaz de Dios».

EPIFANÍA DEL SEÑOR

Cuando un ser humano sólo busca o conoce el amor bajo formas degeneradas; cuando su vida está movida exclusivamente por intereses egoístas de beneficio o ganancia, algo se seca en su corazón. Cuántos viven hoy un estilo de vida que les abruma y empobrece… Envejecidos prematuramente, endurecidos por dentro, sin capacidad de abrirse a Dios por ningún resquicio de su existencia, caminan por la vida sin la compañía interior de nadie. El gran teólogo A. Delp, ejecutado por los nazis, veía en este «endurecimiento interior» el mayor peligro para el hombre moderno. «Entonces deja el hombre de alzar hacia las estrellas las manos de su ser. La incapacidad del hombre actual para adorar, amar, venerar, tiene su causa en su desmedida ambición y en el endurecimiento de la existencia». Esta incapacidad para adorar a Dios se ha apoderado también de muchos creyentes que sólo buscan un «Dios útil». Sólo les interesa un Dios que sirva para sus proyectos privados o sus programas socio-políticos. Dios queda así convertido en un «artículo de consumo» del que podemos disponer según nuestras conveniencias e intereses. Pero Dios es otra cosa. Dios es Amor infinito, encarnado en nuestra propia existencia. Y ante ese Dios, lo primero que debemos ofrecer es nuestra adoración, nuestro júbilo, nuestra acción de gracias. (J.A.P.)

Una fiesta sorprendente, la dedicada al Dios pobre de Belén, deviene una fiesta de ricos. Una fiesta en la que festejamos al Niño humilde de Belén ha pasado a ser hoy la fiesta de la ostentación de un rey poderoso y rico. Un acontecimiento, centrado en aquel Niño que no encontró posada para nacer, acaba siendo un pretexto para darnos un homenaje hartura material. La fiesta que suplantaba a los ritos paganos orientales del solsticio de invierno se resulta, de nuevo, una fiesta pagana cuya liturgia se oficia en los grandes alamacenes. Asombroso. Una fiesta religiosa que exalta la búsqueda de Dios por parte de los Magos acaba siendo la búsqueda cómoda de la satisfacción del YO. Dicen que nuestro Rey se ha bajado el sueldo. Pues, “el de Belén”, nunca lo tuvo. Ya estoy oyendo los reproches. Y ¿los niños? ¿Tiene algo e malo hacer feliz a un niño? Pues, no, pero ahora pregunto yo: ¿Qué pretendemos: una fiesta cristiana que nos prepare para aprender a buscar a Dios como los Magos, a compartir, como Jesús, o un escaparate para aplacar nuestra fiebre consumista?


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