Bendice mis manos Señor, bendice mis manos para que sean delicadas y sepan tomar sin jamás aprisionar, que sepan dar sin calcular y tengan la fuerza de bendecir y consolar. Señor, bendice mis ojos para que sepan ver la necesidad y no olviden nunca lo que a nadie deslumbra; que vean detrás de la superficie para que los demás se sientan felices por mi modo de mirarles. Señor, bendice mis oídos para que sepan oír tu voz y perciban muy claramente el grito de los afligidos; que sepan quedarse sordos al ruido inútil y la palabrería, pero no a las voces que llaman y piden que las oigan y comprendan aunque turben mi comodidad. Señor, bendice mi boca para que dé testimonio de Ti y no diga nada que hiera o destruya; que sólo pronuncie palabras que alivian, que nunca traicione confidencias y secretos, que consiga despertar sonrisas. Señor, bendice mi corazón para que sea templo vivo de tu Espíritu y sepa dar calor y refugio; que sea generoso en perdonar y comprender y aprenda a compartir dolor y alegría con un gran amor. Dios mío, que puedas disponer de mí con todo lo que soy, con todo lo que tengo.
PARROQUIA CORAZÓN DE MARÍA GIJÓN www.pacomargijon.org
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985 37 09 44
LLAMADOS A LO NUEVO
Domingo 2º Pascua CICLO A
27-04-2014
De estreno en estreno. La Resurrección de Jesús nos recuerda nuestra vocación a la creatividad y a la vida nueva. Jesús es todo vida. Orar es aceptar cada día el cara a cara con la Vida. Esto solo puede hacerlo el pobre, que se atreve a ponerse en silencio y soledad, desnudo ante Cristo. Con la sola actitud de la confianza fundamental. Jesús es modelo desde dentro. Llama a nuestra puerta y, cuando le dejamos entrar, se sienta en el trono de nuestro corazón y hace nuevas todas las cosas (cf Ap 21,5). Ser orante no es tanto trabajar por ser buenos, sino volvernos a Aquel que es bueno con nosotros.
De nuevo, todo es posible. Los que habían abandonado a Jesús se liberan de su incredulidad y se confían a Él. Los que se habían dispersado se reúnen de nuevo en su nombre. Los que se resistían a aceptar el mensaje de Jesús, comienzan ahora a anunciar el Evangelio con convicción total. Los cobardes, arriesgan ahora su vida por defender la causa del Crucificado.
L
iberados por la Palabra
Hch 2, 42-47. “Los hermanos eran constantes en escuchar la enseñanza de los apóstoles, en la vida común, en la fracción del pan y en las oraciones”.
Este texto (Hch 2, 42) suele ser conocido como uno de los “sumarios de los Hechos”. En este versículo se resumen los puntos básicos que configuran una comunidad cristiana. Nos describe y subraya la buena impresión que los hermanos causaban entre sus vecinos de Jerusalén. Y recuerda que los creyentes vivían todos unidos y lo tenían todo en común. Muchos grupos han tratado a lo largo de los siglos de vivir “como los primeros cristianos”. Y no está mal ese deseo. Compartir los bienes con los hermanos, celebrar la fracción del pan (eucaristía) y alabar a Dios con alegría, de todo corazón es un excelente resumen de la vida cristiana. Un comportamiento semejante no dejaría de llamar la atención también en nuestro tiempo. En realidad, ese sería el principio de la evangelización, como afirmó Pablo VI.
1P 1,3-9. “Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que en su gran misericordia, por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, nos ha hecho nacer de nuevo para una esperanza viva, para una herencia incorruptible, pura, imperecedera, que os está reservada en el cielo”. Jn 20,19-31. “Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: “Paz a vosotros”. Y diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor”.
para El Evangelio de hoy mi Vida
Estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas, por miedo a los judíos. La muerte acosa, el miedo se adueña del corazón, la desgana reseca el verdor de las flores, las puertas de la solidaridad se cierran. La vida se paraliza, se empobrece, se apaga, se hace infecunda. Las razones para caminar han desaparecido. Parece todo perdido y, sin embargo, todo está a punto de comenzar. Jesús se acerca, provoca el encuentro. En las buenas y en las malas podemos hablar con Él. Jesús nos ama aun cuando nos equivoquemos. En la oración nos dejamos sorprender por Jesús. Gracias, Jesús, por mirar con ternura nuestra vida. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: ‘Paz a vosotros’. Si algo necesita la vida herida es paz, ternura, cercanía, amor. Esto es lo que hace Jesús. Esto es la oración. Jesús se sienta a nuestro lado –“cabe mí”, decía Teresa de Jesús- y nos da a beber de su fuente. Ante su mirada –“mira que te mira”- nuestra dispersión interior se va integrando, la vida va ganándole terreno a la muerte. Entra, Jesús, entra hasta el fondo y llena nuestras entrañas de vida nueva. Los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. La oración es ver al Señor en nosotros. Con Jesús ya nunca estamos solos. Esta presencia, que nadie nos la puede quitar, es nuestra alegría. Si nos atrevemos a dejar entrar a Jesús, quedamos ungidos con el óleo de la alegría. No es una alegría pasajera, superficial; es una alegría que llena el corazón, como le pasó a María la ‘llena de gracia’ Es una alegría que se irradia en los pensamientos, en las miradas, en las actitudes, en los gestos, en las palabras. Jesús, llena nuestra vida de alegría. ‘Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo’. La nueva evangelización está marcada por la alegría, por la gratuidad. Un anuncio renovado ofrece a los creyentes, también a los tibios o no practicantes, una nueva alegría en la fe y una fecundidad evangelizadora. Jesús es para todos. La paz es para todos los pueblos. Por eso la oración es misionera, nos empuja a meternos en la vida, sin miedo a soñar cosas grandes para la humanidad. ¡Una iglesia alegre para los pobres! No es tiempo para encerrarse en la comodidad, ni para mirar atrás. Es tiempo de llamar a las puertas de los vecinos para llevarles la buena nueva de Jesús. Es tiempo de acercarse, como pobres, a los pobres para compartir el gozo de Jesús. Acogemos tu bondad y la entregamos con gratuidad.