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arte ideas ansia vida posibilidad / año 2 núm. 6 issn en trámite enero-abril 2013


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otros!

El mundo animal, del cual el hombre es apenas una parte, y el vegetal, que sigue sin existir en la conciencia ética de la mayoría, demandan ser discutidos desde perspectivas que no sean monolíticas. Te invitamos a una reflexión colectiva: corridas de toros, asociaciones civiles de defensa de animales, tala de árboles, especulación inmobiliaria, serán parte de los temas de la próxima ranAzul.


editorial C

onjunciones y disyunciones es el título de un libro de Octavio Paz dedicado a la búsqueda de vínculos tanto de unión como de separación de los signos del cuerpo y del no cuerpo, en diversos contextos culturales y religiosos. La conjunción y la disyunción son también dos conectivos de la lógica matemática que se oponen en términos de mínima y máxima alianza entre enunciados. Como apertura de este número de ranAzul, se me ocurre que la conjunción y la disyunción son invocadas y evocadas de varias maneras en los textos y las espléndidas imágenes que nuestros lectores encontrarán en las siguientes páginas. Ellos lo saben bien, nuestra publicación reúne siempre letra e imagen, humor, inteligencia y picardía. Un poema autoafirmativo, maravillosamente autorreferencial y portentosamente erótico es el de Ethel Krauze. Pero, como en el álgebra de Boole, la conjunción se contrapone a la disyunción: Eli Bartra diserta sobre las fronteras, a veces lábiles, entre el arte erótico y el arte pornográfico. Matrimonio es unión, y el divorcio su correlativa desunión. El texto de Pilar Montes de Oca Sicilia indaga sobre uniones y desuniones en la historia y la filología. Como sólo ella sabe hacerlo, conjunta su sapiencia con sus sorprendentes pesquisas. Sobre héroes y antihéroes es el ensayo de Verónica Vázquez que apuntala justamente la disyunción entre personajes.

Regocijante y lúcido, como siempre nos ocurre con él, el texto de René Avilés Fabila incursiona en los vicios y las virtudes que son encomiadas y despreciadas en el universo literario. Otra vez, conjunciones y disyunciones. Andrés de Luna evoca historias y personajes con la fina escritura que lo distingue. David Gutiérrez Fuentes entrega una sorprendente entrevista –realizada empleando la red– con el artista Eduardo Warnholtz, de quien recuperamos fotografías intensas y con cierto ambiente ambiguo; nuevas conjunciones y disyunciones. Con autorización de su autor, hemos incluido un fragmento del libro A favor de los toros, de Jesús Mosterín, destacado filósofo español que está comprometido con la reivindicación de los derechos de los animales. Precisamente, en estos días que corren, el estado de Sonora prohibió legalmente las corridas de toros. ranAzul abrirá sus páginas en próximos números para el análisis de la inhumanidad: lo no humano, el “reino natural”, y lo inhumano del ser humano consigo, con los demás, con lo Otro. Porque, lamentablemente, cultura es también crueldad, como lo define Mosterín en su texto. Lo dicho, conjunciones y disyunciones por diversos lados.

Walter Beller


directorio

c  o  n  t e nido 4

Universidad Autónoma Metropolitana

Héroes y monstruos: mito individual o colectivo Marco Rascón

Rector General | Dr. Enrique Fernández Fassnacht

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De héroes y antihéroes

Secretaria General | Mtra. Iris Santacruz Fabila

Verónica Vázquez

Unidad Xochimilco Rector de Unidad | Dr. Salvador Vega y León

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Secretaria de Unidad | Dra. Patricia E. Alfaro Moctezuma

Poema inédito Ethel Krauze

ranAzul Director | Dr. Walterio Fco. Beller Taboada Editor | Lic. David Gutiérrez Fuentes

Arte erótico y arte pornográfico Eli Bartra

Consejo asesor | René Avilés Fabila, Raúl Hernández Valdés, Andrés de Luna Olivo y Cynthia Martínez Benavides

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Trabajo tipográfico | Ana Bertha Galván Mata

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Vicios y virtudes en la literatura René Avilés Fabila

Cuidado de la edición | Lourdes Gómez Voguel Diseño gráfico | Hugo Adrián Ábrego García

De verdad, lo intenté

Juan Luis Nutte

Relaciones públicas | Alicia Ortiz Serna

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Infinitos/Breve cuento infinito Javier Meneses Bernal

Lou Salomé

Rodolfo Bucio

Créditos de imágenes Portada Encopresis, fotografía de Eduardo Warnholtz, de la serie Encopresis. Contraportada: Maga oscura, fotografía digital de Jaramari Bojórquez, Anime Yu-Gi-Oh!, modelo (cosplayer) Kiren Lidell http://nekkonokoi.wix.com/portafolio-jaramari-bojorquez http://www.lifeincostume.com

2ª de forros: Disfraz Cotidiano, carbón y tinta. Ilustración de Nahiely Rasgado León. 3ª de forros: Clown, fotografía de Eduardo Warnholtz, de la serie C5-C6.

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De la casa de los espíritus a la Casa del Tiempo Andrés de Luna

La cultura de la crueldad Jesús Mosterín

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Los vampiros no son los únicos héroes de la noche Francisco Soto Curiel

Mil años de matrimonio María del Pilar Montes de Oca

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Frente a héroes y malvados Selección de poemas de Héctor Zavala

Carta a mi padre Alfredo Zalce

Beatriz Zalce

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Eduardo Warnholtz: la imagen y la psique David Gutiérrez Fuentes

ranAzul, Año 2, No. 6, enero-abril del 2013, es una publicación cuatrimestral editada por la Universidad Autónoma Metropolitana Unidad Xochimilco, a través de la Coordinación de Extensión Universitaria. Edificio A, tercer piso, Calzada del Hueso No. 1100, Col. Villa Quietud, Del. Coyoacán, C.P. 04960, México, D.F. Tel. 54837333, 7320, Editor responsable: David Gutiérrez Fuentes. Reserva de derechos al uso exclusivo No. 04-2011062209001100-102, ISSN en trámite. Certificado de Licitud de Título y de Contenido otorgado por la Comisión Calificadora de Publicaciones y Revistas Ilustradas de la Secretaría de Gobernación No. 15294. Impresa por Laura Araceli Olvera Arteaga, Calzada de Tlalpan1774, Col. Country Club, C.P. 04220, México, D.F.. Este número se terminó de imprimir en abril de 2013 con un tiraje de 2000 ejemplares. Queda estrictamente prohibida la reproducción total o parcial de los contenidos e imágenes de la publicación sin previa autorización de la Universidad Autónoma Metropolitana Las opiniones expresadas por los autores no reflejan la postura del editor ni de los responsables de la publicación.

Distribución gratuita Tiraje digital:

El instante perfecto Mariana Beltrán Palacios

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Contacto: ranazul.uam@gmail.com

Dossier gráfico de Eduardo Warnholtz

INTERIORES: Página 1: Naranja navelina, fotografía de Hugo Ábrego.

Página 9: Sin título, Peter Saxer.

Página 38: Titos, homenaje a Modigliani, acrílico sobre cartón, Fernanda Gutiérrez Cachafeiro.

Página 5: Sin título, fotografía modificada digitalmente, Hugo Ábrego.

Página 28: Casa del Tiempo, fotografía original de Patricia Silva, modificada digitalmente.

Página 42 y 45: Sin título, fotografías de Héctor Závala.

Página 7: Imagen tratada a partir de una fotografía original procedente del archivo de la familia Cárdenas Solórzano.


Héroes y monstruos: mito individual o colectivo Marco Rascón

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n México no sólo se habla de héroes y villanos, también se hace mención de los “héroes anónimos” y de aquello que no queremos ser, el monstruo. En las tragedias nacionales, en los mundos de la violencia y el crimen, en los desastres naturales y también en la vida cotidiana, los héroes y monstruos surgen, se masifican, trascienden el mito individual y se vuelven uno colectivo; los conocemos simplemente como solidaridad. En nuestro país, la solidaridad se podría elevar al rango de héroe colectivo y aparece de manera constante en nuestras tragedias, esfuerzos y en los riesgos que asumimos ante lo desconocido. El héroe como ser mitológico, medio dios y semi-humano, por sus cualidades extraordinarias o sus hazañas contra el mal o el peligro, sí ha existido en nuestro país, pero ha sido devorado por el oficialismo y el cliché. Lo heroico en México tiene un significado que va más allá del concepto clásico del héroe, y por ello, muchas veces se representa a los héroes mexicanos con una máscara, no por la necesidad del anonimato, sino porque expresan un anhelo lo colectivo. Héroes como “el Pipila” tan cuestionado en su existencia o Jesús García el “Héroe de Nacozari”, no llevaban máscara; su acto de valor implicó un gesto de decisión personal para ganar una batalla o salvar miles de vidas ante un peligro. Pero frente a estos héroes, existen en la era contemporánea, desde los cientos de rescatistas en el sismo de 1985 en la ciudad de México, hasta los que dejaron en la memoria hazañas que desarrollaron como respuesta a los fenómenos naturales, las inundaciones, las grandes sequías o los quebrantos de las economías locales. Los héroes que no especularon con las necesidades ajenas, los que rescataron, aquellos que salvaron o salvan vidas en fuegos cruzados, los que diariamente dan un peso de su exiguo salario a otro más pobre, demuestran un acto de heroicidad social con los de menores ingresos en el metro, la micro y el transporte público, y sostienen así a los desempleados y a los más pobres. En ese sentido, la idea del héroe y la heroicidad con mayúsculas, es una costumbre en México, una actitud sobresaliente con el otro que está en mayor desgracia. Recuerdo que en el sismo de 1985, lo que nos daba mayor orgullo, eran los actos de solidaridad vecinal con los que se encontraban atrapados y bajo escom-

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bros. Un año después, como consecuencia de nuestra gran capacidad de olvido, hablábamos de la tendencia al desmán después de la derrota temprana de la selección mexicana en el mundial de 1986. El monstruo y la heroicidad Una posible interpretación a todo esto, es que ni la bondad ni la maldad son lineales, y que lo humano nos hace portadores de una parte buena y otra monstruosa que se presentan de acuerdo a las circunstancias. La relación héroe-monstruo ha existido en todos los tiempos y en todas las culturas; por eso, cuando se hacen afirmaciones absolutas sobre “la apatía de los mexicanos” o la “heroicidad”, siempre habrá que ponderarlas en función de las condiciones en que éstas se manifiestan. Entre unos y otros se encuentra “el héroe anónimo” o aquel otro que forma parte del ser nacional y que es el mezquino, el envidioso social, el resentido y negativo. Los héroes en México son figuras controvertidas y por ello se cuestiona hasta la filantropía. Finalmente lo que redimió en el imaginario nacional a Chucho el Roto, fueron los bienes que repartió entre los pobres. @MarcoRascon


De héroes y antihéroes

Verónica Vázquez Mantecón

H

istoria, memoria y conciencia social están estrechamente relacionadas. La historia alude a hechos del pasado y éstos son recordados desde la subjetividad del historiador. Dicho de otra forma, la historia nunca es objetiva, alcanzar la objetividad se mantiene como una aspiración, pero nunca es total. De ahí que la interpretación del pasado conlleve disputas, tensiones y conflictos, y que haya distintas versiones sobre un hecho. Todo depende de quién es el que recuerda. Así lo señalaba Carlos Pereyra: “No hay discurso histórico cuya eficacia sea puramente cognoscitiva; todo discurso histórico se inscribe en una determinada realidad social donde es más o menos útil para las distintas fuerzas en pugna.”1 Al pasar a la memoria, la historia puede convertirse en mito, es decir, en relatos heroicos que se construyen sobre códigos de valores específicos, por eso la memoria expresa las motivaciones, creencias, valores y cultura de la gente, la conciencia del mundo en el que vive y sus redes y estructuras simbólicas. Hay otra función de la historia, como señala Erick Hobsbawm: cuando el presente era poco gratificante en uno u otro sentido, el pasado proporcionaba el modelo para reconstruirlo de un modo satisfactorio... en todo el mundo surgen personas y movimientos políticos que definen la utopía como nostalgia: como la recuperación de la vieja moralidad cuya excelencia se alaba...2

En nuestra historia reciente hay ejemplos concretos de esta definición de la utopía como nostalgia: el neocardenismo o el neozapatismo. La memoria de los movimientos sociales ha servido como explicación de la realidad y como guía de acción, como vehículo a través del cual se plasman utopías. 1 2

Carlos Pereyra, et. al., Historia ¿para qué?, México, Siglo XXI, 1980. Erick Hobsbawm, Sobre la Historia, Barcelona, Crítica, 1998, p.178.

Con esto los movimientos y sus líderes trascienden su época, siguen vivos a través del recuerdo. Con estos relatos el pasado alimenta el presente y permite delinear el futuro. Se utilizan las figuras heroicas del pasado para librar las luchas políticas del presente, se convierte la nostalgia de un pasado más justo en utopía que guía hacia un futuro mejor.3 La imaginación del futuro se apoya siempre sobre la memoria del pasado. La memoria colectiva es un constructo social: son los grupos sociales los que construyen los recuerdos, los que determinan lo que es digno de recordarse y cómo será recordado, por eso expresa la conciencia social. Hay diversos usos de la memoria colectiva que responden a las múltiples memorias e identidades que hay en una formación social. Dada la multiplicidad de identidades sociales y la coexistencia de memorias opuestas y alternativas (familiares, locales, de clase, nacionales, etcétera), conviene pensar en términos plurales sobre los usos de la memoria que realizan distintos grupos sociales, que muy bien pueden tener distintas versiones de lo que resulta significativo o “digno de recordarse”. Es útil distinguir distintas “comunidades de memoria” en el seno de una determinada comunidad. Es importante preguntarse: ¿quién quiere que alguien recuerde qué y por qué? ¿A quién pertenece la versión del pasado que se registra y preserva? Las 3

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Erick Hobsbawm, Sobre la Historia, op. cit.



disputas entre historiadores que presentan relatos opuestos del pasado, a veces reflejan conflictos sociales más amplios y profundos, la memoria oficial y la no oficial del pasado pueden diferir marcadamente. Luis Villoro sostiene que: “la historia es también una lucha contra el olvido, forma extrema de la muerte.”4 Gracias a la historia, nuestros héroes y nuestra identidad siguen vivos. La existencia de héroes y anti héroes expresa el curioso mecanismo de oposiciones binarias que opera en el inconsciente colectivo y en la estructura del lenguaje. Edmundo O’Gorman lo percibió cuando estudió las imágenes de Hidalgo en la historia, o Enrique Florescano las de Juárez.5 “Monstruo luciferino o ángel de salvación, he aquí la extraña dualidad con que penetró Hidalgo en el reino del mito”.6 La historia patria es un mausoleo de héroes y villanos, de protagonistas y antagonistas. En la nuestra, las figuras de Juárez, Hidalgo, Morelos, Zapata, Villa, Madero, Los niños héroes, Carranza, Vicente Guerrero, Ignacio Allende y Lázaro Cárdenas contrastan su fuerza heroica con la maldad de los grandes traidores a la esencia nacional: Hernán Cortés, Agustín de Iturbide, Santa Anna, Porfirio Díaz, Victoriano Huerta, Gustavo Díaz Ordáz y Carlos Salinas de Gortari. Al hablar de Lázaro Cárdenas la sociedad se divide: su figura se utiliza para reivindicar causas o bien para denostarlas. Está en el centro de la polémica social. Cárdenas es un medio útil para la expresión de intereses, a favor o en contra del sistema. Un héroe no convoca necesariamente el consenso social, sino que conlleva el sentido polémico. Las conmemoraciones se convierten en foros de discusión y debate, pero el mito se realimenta y se revitaliza con las controversias y los antagonismos. Lázaro Cárdenas, por ejemplo, resultó ser un símbolo muy útil desde el punto de vista político e ideológico en nuestro país, ya que se ubica en el centro mismo de la polémica de la “disputa por la “El sentido de la historia”, en Historia ¿para qué?, op. cit., p. 50. Enrique Florescano, “Imágenes de Benito Juárez”, La Jornada, 21 de marzo de 2006. 6 Edmundo O’Gorman, “Hidalgo en la historia”, en Miguel Hidalgo: ensayos sobre el mito y el hombre (1935-2003). Selección de textos de Marta Terán y Norma Páez, México inah-Fundación mapfretavera, 2004, p. 52. 4 5

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nación” entre un proyecto nacionalista-estatista y otro neoliberal, polémica que atravesó los últimos años del siglo xx y que sigue vigente. Desde esta óptica, Lázaro Cárdenas se convertiría, por la radicalidad de sus acciones gubernamentales, en el artífice del consenso hacia el Estado de la revolución. Para el pueblo, se convirtió en un héroe en la medida en que, sencillamente, llevó a la práctica los ideales y los programas más demandados: repartió la tierra, se enfrentó al imperialismo, se puso de lado de los obreros retando a los patrones, escuchó a los humildes, estuvo en contacto con ellos. La construcción mítica se fundamentó en la interpretación de los hechos (ligó al campesino con lo más fundamental, la tierra, recuperó el petróleo para los mexicanos y no se dejó manipular por Calles) y en lo que todos van diciendo de él: que “sus actos eran viriles”, que su mirada era penetrante, que sabía escuchar, que era justo y protector – como un patriarca–, que le gustaban las mujeres, como un macho cabal. Lo que es claro es que las interpretaciones varían en función de la posición política. El discurso de la izquierda marxista concibe a Cárdenas como un pequeño burgués radicalizado, capaz de manipular a las masas, preso en las contradicciones y los límites del capitalismo. La cosmovisión de la derecha católica, liberal y anticomunista plantea que Lázaro Cárdenas era un dictador, un comunista y un demagogo. Los temas que más les calan son la defensa de la propiedad, la democracia liberal y la religión. Curiosamente, desde el marxismo se alimentará la visión negativa de Cárdenas al reclamarle precisamente el no haber sido comunista y que haya consolidado al Estado burgués a través de la manipulación de las masas. El discurso crítico viene también de una lógica liberal y neoliberal que rechaza el proyecto económico de la economía mixta, las formas de propiedad colectiva y la rectoría estatal. Cárdenas es el representante más acabado de esa corriente y el que consolida las instituciones surgidas de ese proyecto. Así, el debate sigue abierto: ¿héroe o anti héroe? Que cada quien elija.


Poema inédito Ethel Krauze

(Fragmento) Qué bueno que Dios me hizo sabihonda en los asuntos del cuero y de la carne. Me gusta que las cosas sepan a lo que reza el mandamiento: el beso, a sal; la lágrima, a elíxir; el vino de la vida, a semen; la pulpa de mi cueva, a mordedura, y a mucha hondura, porque también disfruto de la metedura del lenguaje: el de la lengua y sus sinónimos. Qué bueno que Dios me haya dotado de una concha entre las piernas; y en la concha, una perla; y en la perla, el brillo extasiado de mi grito. Me regaló el frenesí para decir que sí. Sí. Sí quiero. Sí me gusta. Sí, de nuevo.

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La línea del arte, fotografía de Eduardo Warnholtz.


Arte erótico y arte pornográfico

Eli Bartra*

¿A

caso hay diferencias entre arte erótico y el pornográfico o pornografía artística?¿Podemos decir que existe arte pornográfico?, porque en lo que se refiere al arte erótico nadie discute su existencia. Mucha tinta ha corrido entre defensores y detractores a propósito de la existencia o no de un arte pornográfico. Tanta como ha corrido sobre si hay un arte femenino o un arte político. De modo que el debate continúa. Hay quien piensa que se trata de dos cosas distintas y se dice que en cuanto una imagen provoca un incentivo para la acción, ya no puede estar considerada en el campo del arte y la creatividad, sino que entra en un dominio inferior y corrompido por la propaganda o la pornografía. No comparto esta idea ya que contamos con múltiples ejemplos de arte crítico, de arte político feminista e incluso de pornografía artística que mueven a la acción y que son arte. Por eso cuando surge cierta renuencia para aceptar la noción de arte pornográfico se opta por denominarlo arte erótico.

* Académica adscrita al departamento de Política y Cultura.

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La polémica se centra entonces, en estas cuestiones: ¿hay algo que se puede denominar arte pornográfico como tal o debe nombrárselo arte erótico? ¿Se debe tratar a la pornografía por separado, como un asunto no estético, no artístico, sino vulgar y basto? La representación del cuerpo desnudo es fundamentalmente erótica, pero no siempre es pornográfica. En cambio, la representación artística de las acciones sexuales explícitas puede verse como pornográfica y la historia del arte de todo el mundo está llena de ejemplos. Me parece atinado afirmar de forma sencilla que la pornografía muestra prioritariamente los actos sexuales, aunque bien sabemos que los millares de fotografías de desnudos, también reciben esta denominación. El contexto, además, resulta crucial en los campos del erotismo y la pornografía. Una imagen puede ser vista como erótica en un contexto y considerarse como pornográfica en otro, o no suceder ninguna de las dos cosas, en otro entorno. En efecto, parece claro que lo que en un momento histórico o para una persona es erótico, en otro tiempo y lugar o para otras personas no lo es, tanto si se produce en el arte como en la vida cotidiana. La representación de los cuerpos femeninos desnudos obesos es un claro ejemplo de que puede erotizar, o no, según el gusto de las o los consumidores. Por ello, la fina línea que divide arte erótico y arte pornográfico se puede volver cada vez más difusa. El reconocido autor y crítico de arte británico especialista en erotismo y pornografía Edward Lucie-Smith dijo: “Si la belleza está en el ojo de quien la mira, el erotismo está en su mente”. Yo me atrevería a decir que tanto la belleza como el erotismo, residen en la mente. La cuestión de la existencia del arte erótico podría plantearse de otra manera. No hay que asumir que existe un arte universalmente válido y tampoco un arte erótico universalmente válido, dado que el contexto es fundamental para la caracterización artística. Se asume que cualquier representación del desnudo femenino o masculino es erótica per se y es verdad, lo es, pero no siempre ni para todo el mundo. Afirmarlo sería una falacia. ¿Erótico para quién? Quizá sería mejor pensar en lo erótico en el arte o lo pornográfico en el arte ¿Cuál sería la diferencia entre uno y otro? Lo erótico puede proporcionar placer sensual o sexual a ciertas personas, aunque no se represente el acto sexual con pelos y señales y, por lo tanto, puede incitar a la acción. Lo pornográfico tiene que ver más con la representación cruda y clara de los actos sexuales, puede ser relacional, pero también se puede producir en solitario, aunque siempre esté implicada la acción. Es decir, a mi modo de ver, ambos pueden (o no) conducir a la acción y es posible que en ambos la intención sea esa. Pero, si la representación erótica o pornográfica es estética, será arte, si no, pura y simplemente se tratará de erotismo o pornografía. Podría pensarse que el erotismo entra de manera fácil, casi natural, en el campo artístico, tiene que ver con el amor y así es sublimado; en cambio, la pornografía difícilmente entra en este campo, pues es abyecta, también casi por naturaleza.

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Dicho de otra manera, tal parecería que el erotismo es lo sublime y la pornografía lo ominoso. El erotismo se asocia con el amor y lo pornográfico con la prostitución, con lo obsceno, lo abyecto, lo indecente, lo inmoral, el tabú, lo lujurioso, pues es una representación realista de lo sexual. Se ha señalado que si en lo pornográfico se impone la percepción, en lo erótico –por ser eminentemente insinuante– domina la imaginación. Las sugerencias sutiles de la imagen erótica hacen de ella algo adecuado para el arte; en cambio la imagen pornográfica es más descarnada, directa, brutal. Hay autores que justo por eso francamente rechazan la noción de arte pornográfico y lo consideran casi una contradicción en los términos. La inmensa mayoría de la pornografía, en textos o imágenes, maximiza el placer del espectador varón; la representación del desnudo femenino ha hecho lo mismo. “No hay duda de que la pintura del desnudo femenino en el ‘gran arte’, como imagen, es muy parecida a la imagen pornográfica, que ofrece mujeres como objetos sexualizados para la lujuria de los hombres.”1 Para Allen Weiss, “El arte debe ser erótico y polémico o ya no será.” No cabe duda de que el arte en sí es polémico y más cuando se le vincula con el erotismo y la pornografía. Aún no se ha dicho, desde luego, la última palabra sobre este tema. Las ideas más recientes se encuentran, como con Weiss, en el campo de la estética contemporánea y en el debate posmoderno. 1

Allen S. Weiss. Perverse Desire and the Ambiguous Icon, Alabany, Suny, 1994.

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Sin título, de la serie “Historias perdidas”. Fotografía digital HDR y platino, Liza Ambrossio.


Vicios y virtudes en la literatura René Avilés Fabila

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iempre me han llamado la atención los espíritus afines, las llamadas almas gemelas o vidas paralelas, según la terminología de Plutarco. No es frecuente encontrarlas. Podrían ser algunos casos de amistad entrañable y semejanza cultural como los de Kafka y Max Brod, Borges y Bioy Casares, Marx y Engels, donde las similitudes espirituales e intelectuales eran de hecho muy acentuadas. Un caso notable es el de Edgard Allan Poe, Thomas de Quincey y Charles Baudelaire. Son vidas paralelas. Todos de gran hondura poética, de complejo, rico pensamiento y de historias trágicas amparadas por las drogas y el alcohol. Pareciera que el centro de esa relación distante en lo físico, cercana en lo espiritual, estuviera Baudelaire. Él tradujo a Poe y escribió un sentido libro sobre la muerte de Thomas de Quincey. Baudelaire nació en 1821 y murió paralítico y afásico en 1866. Su vida, como la de Poe y De Quincey, no fue la mejor. Las deudas y los problemas económicos lo agobiaron buena parte de su vida. Su prodigiosa obra literaria, Les fleurs du mal, Paradis artificiels y Poèmes en prose le acarrearon persecuciones y escándalos. Poe fallece joven en 1849, igualmente perseguido por la pobreza y el alcohol. Mientras que Thomas de Quincey, el más enigmático de los tres, se extingue en 1859, dejando tras de sí deudas y pobreza. Es decir, Baudelaire los sobrevive y de hecho es quien escribe sus últimas palabras, sus epitafios. Los tres fueron los más intensos y originales escritores de su tiempo y cada uno de ellos fue incomprendido en su propio país. Thomas de Quincey escribió, entre otros, dos libros memorables: Confesiones de un comedor de opio y El asesinato como una de las bellas artes. El primero, publicado en 1821, es una dramática autobiografía, el minucioso y doloroso relato de una vida atormentada. En esta obra su novedoso sentido del humor, su capacidad para la sátira refinada y elegante, desaparece para dar paso a una serie de reflexiones duras e inteligentes sobre su tiempo. Al saber de su muerte, un adolorido Baudelaire escribió a propósito de Un comedor de opio con el fin de explicar la dimensión de la pérdida, tal como en su momento lo hizo con Poe: “Así que Poe se fue a Richmond; pero al ponerse en camino se quejó de escalofríos y de debilidad. Al llegar a Baltimore seguía encontrándose bastante mal, y tomó algo de alcohol para reanimarse. Era la primera vez desde hacía meses que ese maldito alcohol mojaba sus labios; pero eso bastó para despertar al demonio que dormía en él. Una jornada de excesos le llevó a un nuevo ataque de delirium tremens, su viejo conocido. Por la mañana, unos policías

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le recogieron del suelo en estado de estupor. Como no le encontraron ni dinero ni amigos ni domicilio, le llevaron al hospital; y en una de esas camas fue donde murió…” Si en Confesiones de un comedor de opio inglés, De Quincey relata los sorprendentes efectos de la droga en materia musical, en el texto apologético, el poeta francés resalta esa cualidad del opio. No sólo es capaz de prolongar los sueños más allá del reposo sino que estimula su llegada y los embellece, son las flores del mal. Thomas de Quincey elogia al opio, le concede ciertas cualidades tales como la exaltación del espíritu y la agudización de los sentidos, algo semejante a los producidos por drogas modernas como el ácido lisérgico, más conocido como lsd y que tanto éxito tuvo en la llamada década prodigiosa, cuando el rock and roll llegó a sus más altos niveles de importancia, distante de los vulgares aspectos comerciales y en afanosa búsqueda de otros valores. Su uso, en manos de jóvenes llenos de talento para este tipo de música, produjo resultados excepcionales y asimismo tragedias terribles, depresiones que condujeron al suicidio o al total derrumbe. Baudelaire no juzga al opio (que él mismo consumió), más bien señala sus grandes posibilidades para desarrollar facultades poco utilizadas. Más adelante, Aldous Huxley llamaría a este fenómeno Las puertas de la percepción y sus efectos de modo especial en los ojos, en los matices y luminosidad de los colores, producidas por la mezcalina, la sustancia activa de la cactácea conocida como peyote. ¿Pero qué tiene que ver el opio (o las drogas en general) con la música? Pienso, basándome en la lectura de De Quincey y Baudelaire, que son importantes porque entre otras cosas aguzan el oído (y la vista). Recuerdo algunas experiencias personales con lsd y marihuana, allá por los años sesenta. El rock and roll me producía sensaciones espectaculares, pero cuando escuché a Wagner y Beethoven la audición resultó fantástica. (Hablo de música que brotaba de un tocadiscos, nunca me tocó, como a De Quincey, estar en una sala de conciertos.) Sentía la capacidad de distinguir cada instrumento y centrarme en consecuencia en el oboe, el fagot, en los violines o el violoncello. Nunca la Novena Sinfonía fue tan grandiosa y emocionante. Es probable que por eso muchos jazzistas hayan recurrido al uso de drogas y alcohol. De tal suerte que me parece entender el significado de lo que contó el primero y ratificó el segundo. Al respecto, en verdad vale la pena cederle la palabra al propio Thomas de Quincey1 El difunto duque de Norfolk solía decir: “El lunes próximo, si el viento y el tiempo lo permiten, me emborracharé”; del mismo modo, yo solía fijar de antemano para un tiempo dado la frecuencia, cuándo y con qué circunstancias accesorias y detalles agradables perpetraría una incontinencia de opio. Esto me ocurría raramente más de una vez cada tres semanas, pues en aquella época no podía aventurarme a pedir a diario (como hice después) “un vaso de laudanus negus caliente y sin azúcar”. No; una vez cada tres semanas era suficiente; y el día elegido 1 Sigo aquí la edición de la Colección Austral de Espasa-Calpe Argentina, en la traducción de Antonio Dorta.

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era un martes o un sábado por la noche; mis razones para ello eran éstas: martes y sábados eran los días en que durante muchos años se celebraban funciones nocturnas en el King’s Theatre (Opera House); en esas funciones cantaba la Grassini,2 y su voz (la mejor de las contraltos) era para mí la más encantadora que había oído hasta entonces. Sí; y que he oído después, y que oiré en mi vida. No sé cómo estará hoy la Ópera, pues hace siete u ocho años que no he estado en ella, pero en aquel tiempo era con mucho el lugar de Londres donde se podía pasar más agradablemente una noche. La entrada de patio costaba media guinea, pero hay que añadir la molestia de la etiqueta. En cambio, por cinco chelines se entraba en la galería, menos incómoda que el patio de muchos teatros. La orquesta se distinguía de todas las orquestas inglesas por su dulce y melodiosa grandeza, aunque confieso que su composición era insoportable a mis oídos por el predominio de los instrumentos estridentes y, a veces, por la tiranía del violín. Estremecedor era el placer con que casi siempre oía a esta Angélica Grassini. Me sentaba temblando de expectación cuando se acercaba la hora de su dorada epifanía; temblando me levantaba del asiento, incapaz de sosiego, cuando aquella voz celeste de arpa cantaba su propia y victoriosa bienvenida en el threttánelo-threttánelo3 del preludio. Los coros eran una divinidad y cuando la Grassini aparecía en algún intermedio, como ocurría a menudo, y vertía su alma apasionada como Andrómana en la tumba de Héctor… yo me pregunto si algún turco, de todos los que han entrado en el paraíso de los opiómanos puede haber tenido la mitad del placer que yo sentía. Pero, en realidad, hago demasiado honor a algunos bárbaros suponiéndolos capaces de voluptuosidades semejantes a las intelectuales de un inglés. Porque la música es un placer intelectual y sensorial, según el temperamento del que la oye.

Acto seguido, De Quincey pasa a una explicación filosófica de la relación entre el oído y la música, para desentrañar qué significan las palabras musicales, los sonidos: ...basta con decir que un coro de armonía complicada despliega ante mí, como en un tapiz de Arras,4 toda mi vida pasada, no como si fuera recordado por un acto de la memoria, sino como si estuviera presente y encarnado en la música; sin ser ya penoso de contemplar, pues el detalle de los incidentes ha desaparecido, o aparece mezclado en una abstracción caliginosa, con sus pasiones exaltadas, espiritualizadas y sublimadas.

Es, en suma, algo más que limitarse a escuchar la orquesta o las voces e imaginar trazos y arabescos. Pueden ser utilizadas para reconstruir y evocar. Se trata de un sui géneris diálogo entre la persona que escucha la gran música y aquello (la orquesta) o aquél (cantante o instrumentista) que la emite. Y en todo esto, a decir del hombre que escribió la más formidable versión de La monja alferez y La rebelión de los tártaros (entre Giuseppina Camilla Grassini (1773-1850). Eco con el que Aristófanes expresa el sonido del phorminx griego, o de algún otro instrumento, que se supone semejante al arpa europea. 4 En Arras, Flandes, se elaboraron tapices en los siglos XIV y XV, en numerosos talleres financiados por la nobleza, cuya realización tomaba hasta 15 años. Famosos por el rico uso del color, su urdimbre de lana o lino con seda, cuenta vidas de santos, fábulas paganas o novelas de caballería. 2 3

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nosotros traducida por Salvador Elizondo), el opio (o cualquier otro poderoso estimulante) juega un papel destacado. De Quincey ha descubierto que un intelectual, un artista, puede valerse de las drogas para aumentar el goce estético más profundo que significa escuchar la música de los grandes maestros. Los comentarios de Baudelaire le conceden la razón a De Quincey: Eran los felices días de la Grassini. La música penetraba entonces en sus oídos, no como simple sucesión lógica de sonidos agradables, sino como una serie de memoranda, como los acentos de un embrujamiento que evocaba ante la mirada de su espíritu, toda su vida pasada. La música interpretada e iluminada por el opio, ésta era la orgía intelectual cuya grandeza e intensidad puede fácilmente concebir cualquier espíritu un poco refinado. Mucha gente se pregunta cuáles son las ideas positivas que contienen los sonidos; olvidan, o más bien ignoran, que la música, bajo este aspecto pariente de la poesía, representa sentimientos más que ideas; sugiriendo ideas, ciertamente, pero sin contenerlas ella misma…

Thomas de Quincey utilizaba la música para reconstruir su vida y darle un sentido positivo a todos sus actos. “Cuántas veces –sigue Baudelaire– debió volver a ver en este segundo escenario, interiormente iluminado por el opio y la música, los caminos y las montañas recorridos en su época de estudiante emancipado…” Baudelaire desmenuza las memorias de Thomas de Quincey y las interpreta con inteligencia y sensibilidad, en particular su amor por la ópera italiana. Verbi gratia, imaginándolo en los intermedios operísticos: “¡Después, en la sala, durante los entreactos, las conversaciones italianas y la música de una lengua extranjera en boca de mujeres, venían a añadirse también al sortilegio de la velada; ya se sabe que la ignorancia de una lengua hace el oído más sensible a su armonía!” No se trata de hacer una apología del opio o del alcohol o de algunas otras drogas, nada más alejado de ello. Tanto uno como el otro padecieron sucesivas intoxicaciones y desintoxicaciones, Baudelaire habla de los horrores del opio, de “las torturas del opio”; cuando éste pasa de ser un amigo generoso a enemigo mortal y no será sino hasta mediados del siglo xx, que otro enorme artista, Jean Cocteau, vuelva a escribir de las atrocidades que significa la droga y las dificultades para concluir positivamente el proceso de liberación: Opio (diario de una desintoxicación), del mismo modo que el norteamericano William Styron narra en Esa visible oscuridad el coraje que necesitó para liberarse de la agonía que le provocara su adicción al ativán y otros somníferos, y así salir de la depresión profunda en que estaba inmerso conjurar la posibilidad del suicidio. La admiración de Charles Baudelaire por Edgar Allan Poe fue al extremo de escribir varias posibilidades sobre su persona y su literatura. En casi todos los trabajos señaló que Poe, como Balzac, llevaba en la frente un extraño tatuaje: mala suerte. Todo en su vida fue sombrío. Para Edgar, Estados Unidos era una enorme cárcel, “una gran oficina de contabilidad”, un país con “hedor a almacén”,

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satisfecho de su potencia industrial y algo envidioso del viejo continente. ¿Apiadarse de un poeta a quien el sufrimiento y la soledad podían llevar a la locura? Para eso no tiene tiempo. Siente tanto orgullo de su joven grandeza, tiene una fe tan ingenua en la omnipotencia de la industria, la cual, en su convicción, acabará por comerse al Diablo, que siente una cierta conmiseración ante todas esas extravagancias.

Ciertamente, así fue la vida (muy corta, en verdad) del poeta, ensayista y narrador: marcada por la mala suerte. Vivió miserable, en perpetua pobreza, cayendo en el alcoholismo una y otra vez, alucinando seres monstruosos e historias infernales, alimentándose de pesadillas y desengaños y siempre alejado de la felicidad, del amor y naufragando a cada paso en la soledad. Murió como indigente en un hospital “vencido por el delirium tremens” en algo equivalente a un suicidio, concluye Baudelaire. Sin embargo, Poe tuvo golpes insuperables de fortuna: el propio Baudelaire le dio uno al convertirse en su noble traductor al francés. Un siglo después, Julio Cortázar le daría otro al traducir su obra completa al castellano. Baudelaire veía a Poe como a Balzac. Pero con el tiempo, Poe ha quedado muy cerca del escritor genial de Las flores del mal (el propio Baudelaire decía que era un “hombre que tenía cierto parecido conmigo”), y asimismo de Thomas de Quincey. Los tres padecieron el desdén de su tiempo, la estupidez de la crítica, la perversión del espíritu humano y la pasión por las drogas y el alcohol. Son vidas paralelas, almas afines, seres atormentados y felizmente desdichados. De Quincey y Baudelaire gozaron y padecieron aquello que implicó el opio. Dejaron constancia memorable de sus dificultades, pero asimismo de la utilidad estética que la flor maligna concede a muy alto precio. A su vez, Poe batalló siempre con el alcohol, el de los groseros efectos, según Baudelaire. Ello les permitió ver más allá de lo permisible. Rompieron barreras de toda índole, su literatura significó una revolución estética. Todo ello reunido les acarreó censura e incomprensión, miseria y deudas. Los tres escritores vivieron pésimos tiempos, su transcurrir fue ingrato e injusto y sus muertes dolorosas, sin embargo, eso no les impidió alcanzar los sitios más significativos de la literatura universal y dejar honda huella en el arte y en la vida.

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De verdad, lo intenté

Juan Luis Nutte

A Claudia Velázquez Barrera con (6)

I Durante tres meses y quince días, a las cuatro de la tarde coincidíamos en la misma calle. Caminábamos juntos. Sin hablarnos. Nos conocíamos sin haber intercambiado más de dos frases. Primero fueron miradas. Las primeras que le dirigí, atrevidas de mi parte, nacieron debido a su silueta insoslayable, así cuando la veía de pies a cabeza en pocos segundos, era suficiente para que ella se sintiera cohibida, pero inmediatamente me lanzaba una mirada que parecía decirme: “Aparta tu pegajosa mirada de mis nalgas, pendejo”. Y caminaba presurosa delante de mí, cada paso suyo imprimía un balanceo nervioso a sus caderas. Yo disfrutaba viéndola, demoraba mis pasos para lograr la distancia justa para admirarla sin ser obvio. Ella de vez en vez volteaba a verme con una actitud furiosa y recriminatoria, mi modo de verla era, por así decirlo, demasiado pesado, seguramente sus nalgas se sentían trasteadas por mis ojos.

Izquierda y derecha: Libido/etapa anal, fotografías de Eduardo Warnholtz.

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II Su desconfianza fue disminuyendo debido a mi inofensivo comportamiento de mirón, esto abrió la puerta a un mudo acuerdo: yo podía verle el cuerpo con descaro si lo hacía a una distancia prudente, siempre y cuando no se hiciera muy largo ni muy corto el límite entre nosotros. Nuestros encuentros siguieron dándose puntuales. Si un día uno de los dos salía más temprano de su trabajo o se retrasaba, esperábamos hasta tenernos uno frente al otro. Y comenzábamos el ritual. Ella adelante meneando su rotundo culo, yo como perro en brama, siguiéndola, sin atreverme a más. Su comportamiento día tras día se iba modificando, me daba señales, pautas para que yo la abordara: un día una sonrisa franca, un coqueto guiño de ojo; otro día caminaba más lento para que yo la alcanzara, volteaba a verme expectante; otras más usaba faldas de telas gráciles que con el pendular de su nalgatorio y un poco de ayuda del aire se le entremetía en la partición de los glúteos, o se le levantaba oreando unos segundos sus braguitas, y ella, con fingido descuido, desvergonzada, ignoraba reacomodar el vestido sobre sus caderas. Y se perfumaba, sabía qué perfumes podían mantenerme alejado, a pocos metros de ella o a su costado. También, a veces dejaba caer objetos, yo los rescataba, le daba alcance y palpándola apenas de uno de sus hombros ella volteaba a verme con fingido sobresalto, sonrojada, conteniendo una mueca, divertida. Yo, imbécil, con la lengua enredada, sudando a mares por el rostro, le devolvía su objeto. –Señorita… disculpe, se le calló esto allá atrás…– ella sonreía, me arrebataba su objeto y murmuraba un “gracias”, caricia para mi pusilánime actitud, me quedaba parado, pasmado, pendejeándome por dentro, diciéndome por qué le dije “disculpe”, por qué, como si pidiera perdón, por qué “disculpe”, qué buey soy… Y volvía a caminar tras de ella hasta que llegábamos a la otra avenida y cada quien abordaba un camión por separado.

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III Tenerme cerca de ella la hacía sentir segura, lo comprobé una tarde que tuve que salir media hora retrasado del trabajo, así que cuando estuve en la calle, en el punto en que coincidíamos, ella ya me llevaba unos cien metros de trecho, quizá pensó que ese día yo no llegaría a nuestra acostumbrada caminata. Marchaba con premura, volteando a los lados como si temiera que alguno la sorprendiera para robarle o algo peor. La calle no era muy transitada, era un tramo largo, derecho, con banquetas polvosas, en las esquinas se arremolinaba el viento sublevando al polvo en remolinos enanos, uno terminaba con los ojos irritados, el rostro enmugrado y la nariz mormada. Y eso no era todo, una vez por semana un perro yacía en el arroyo de las calles, hinchado, reventaba como higo maduro mostrando sus pestilentes vísceras. Alguien con alma piadosa vertía sobre esos fiambres un poco de cal viva para apaciguar la pudrición. Bueno, pues aquella tarde en que no coincidimos ella y yo, comprobé una vez más que yo le daba confianza, que yo le era necesario en esas caminatas por la calle. Un tipo montado en bicicleta que conducía en sentido contrario a ella le dijo algo que no logré oír pero era fácil de suponer por su vulgaridad, ella inmediatamente pegó su cuerpo a una muro, el sujeto de la bicicleta frenó, se desmontó mientras seguía diciéndole cosas, mi conocida estaba asustada, se veía indecisa, no se atrevía a correr, sus brazos tensos, colocados en guardia, movía la cabeza buscando ayuda. Me conmovió su desamparo. Era el momento, pujé valentía desde lo más hondo de mis tripas, sin pensarlo apresuré el paso, la llamé con un grito enérgico. –Oye, espérame, no corras– palabras que consiguieron repeler al acosador; éste al verme caminar flemático, determinado a un enfrentamiento, volvió a su bicicleta y se largó. Cuando estuvimos ella y yo uno frente al otro, hubo silencio, espeso, tenso, lo disipé en cuanto sonreí, no sabía qué decirle, un azorado júbilo interior me colmaba, inaudita sensación de valentía, de presentir que no moriría nunca, una esperanza. Ella me correspondió con otra sonrisa y un profundo “gracias”, luego continuó su camino y yo atrás de ella, pensando que era un pendejo, nuevamente, al no capitalizar la coyuntura y romper el hielo, preguntarle su nombre, preguntarle si se sentía bien, decirle que yo estaba dispuesto a cuidar de ella todos los días. Sólo la seguí y me conformé con mirarle las categóricas nalgas que se alejaban cada vez más, meneándose de un lado a otro como si me dijeran adiós… adiós… hasta mañana. De verdad que lo intenté, es más, casi logré hablarle, pero como todo héroe que se precie de serlo, yo tengo mi kriptonita, mi talón de Aquiles, una grieta en los cimientos de mi valor.


Infinitos/Breve cuento infinito Javier Meneses Bernal Al profesor Javier Meza y a Yamile; de quienes sigo aprendiendo.

...la tinta mordía las hojas, las trituraba. Era el hocico negro y humeante de un demonio que recién coge una presa; la sangre escurriendo de las comisuras con una sonrisa malévola, tranquila. No recargué la muñeca, juro que no lo hice. Ya nada en mis cuentos es real, ni siquiera las palabras. No, no, no. No me pertenecen; son la tristeza de un hombre, son las ruinas de guerras caídas, son la hecatombe y la calma, esa paz forzada de cuando todo ha pasado y se espera no vuelva a pasar nada. Como cualquier relato el mío es verídico, o pretende serlo: es una historia del futuro, de ese futuro que pudo ser, pero se vuelve un pasado perdido y anhelado; esa constante y monstruosa banda de Moebius que no tiene principio ni fin, como cualquier figura de ocho que ya se ha entrelazado. ¿Te imaginas todos los infinitos conocidos que hay aquí encerrados?; el infinito espacio entre cada letra, luego entre cada palabra y así por cada renglón; cuanto más te acercas a alguna orilla para intentar tocarla, la letra se aleja y se aleja, y el espacio es cada vez

más grande, hasta que te pierdas en la vaguedad de un espacio infinitamente blanco; también está el infinito de los números, contar del uno al infinito nunca será tan grande como contar el infinito de números que se encuentran entre el 0 y el 1, o entre el 1 y el 2, y así, de nuevo, hasta el infinito, ese maldito infinito. Ni siquiera al Universo con toda su belleza e inmensidad, con todo lo intrincado que puede ser, con todo su esplendor, con sus nebulosas y galaxias y sus cúmulos de galaxias, ni siquiera él me parece contar con un calificativo que le dé infinidad. Deniego lo eterno, me aterra, sin embargo tuve que escribir este cuento que me asquea; sin principio ni fin, que empieza donde sea, en cualquier punto. Su canto envileció mi alma, como el disco euclidiano de una sola cara que enloqueció al leñador que mató al rey de los Secgens, quien heredó el disco directamente de manos de Odín. En medio de la locura nació póstumo este cuento, no debí escribirlo, pero no me contuve, perdí el pulso, rocé el tintero, se derramó la tinta...

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Lou Salomé, una

heroína nietzscheana

Rodolfo Bucio

De izquierda a derecha: Lou Andreas Salomé, Paul Rée y Nietzsche. Imagen visible en internet en: http://bit.ly/10gJIiM

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L

ouise (o Ljola) von Salomé nació en San Petersburgo, Rusia, en febrero de 1861. Su padre era un importante general del Estado mayor del zar. Antes de Louise, los Salomé habían procreado tres varones, Alexander (o Sascha), Robert (o Roba) y Eugène (o Jenia). Educada en el protestantismo, la niña pasó una infancia relativamente feliz, aunque tuvo constantes roces con sus padres a causa de su deseo de libertad. A los catorce se negó a ser confirmada de acuerdo al rito cristiano. A los 17 conoció al pastor luterano más importante de la corte zarista, el holandés Hendrik Gillot. Teólogo liberal y predicador convincente, deslumbró a la joven Salomé. Se inició entre ellos una relación tormentosa que pasó, en pocos meses, de maestro-alumna a enamorados. Pero ella quería más al personaje rebelde y sabio que al hombre. En cambio, él deseaba a la mujer. Gillot le ofreció divorciarse y casarse con ella. Lou, rebautizada así por el pastor, se alejó y enfermó después. Buscando –según teorías de la época– climas más benignos que la ayudasen a superar un principio de tuberculosis, Lou propuso a su madre un largo viaje por Europa central. Era el principio de marzo de 1882. Tenía entonces 21 años recién cumplidos y poseía una belleza admirable, como lo revelan las fotos, además de una inteligencia notable. Fueron a Suiza unos días, donde Lou tomó un curso de teología. De ahí viajaron a Roma. En esa ciudad comienzan a frecuentar la casa de Malwida von Meysenburg, protectora e impulsora de artistas. La tarde del 17 de marzo conoce a Paul Rée (21 de noviembre de 1849, Bertelshagen, Pomerania). Era un joven filósofo, de crística edad, a quien Malwida protegía como a un hijo. Rée quedó deslumbrado con la belleza e inteligencia de Lou. Al final de las veladas, que aburrían a la señora Salomé (por lo cual dejó de asistir), Rée comenzó a acompañar a la joven hasta el hotel donde se hospedaba. Sus pláticas abarcaban cualquier campo, en especial la filosofía. La amistad comenzó a tomar un cariz serio, sobre todo para Paul. Así, una noche Lou le propone a Rée que vivan juntos

para estudiar. El malentendido no se hizo esperar. Más tarde, ella recordaría en su autobiografía, Mirada retrospectiva, el suceso: Ciertamente que Paul Rée al principio precedió con una gran falta de tacto, al proponerle a mi madre un plan diferente, con gran indignación por mi parte —que hizo muchísimo más difícil su aquiescencia al mío. Primero tuve que hacerle comprender bien a Rée que mi vida amorosa “concluida para siempre” me inducía a un total afán de libertad sin límites. Con honradez: lo que me convenció de manera más inmediata de mi plan, que era una afrenta a las costumbres sociales entonces vigentes [de que] era realizable, fue ante todo un simple sueño nocturno. En él vi un cuarto de trabajo agradable, lleno de libros y de flores, flanqueado por dos dormitorios y, yendo y viniendo entre ambos, nosotros, camaradas de trabajo formando un círculo alegre y serio.

La propuesta de Lou a Rée de vivir juntos excluía todo contacto sexual. Sería, de acuerdo a su planteamiento, una unión con el fin exclusivo de estudiar e intercambiar puntos de vista. Pero el plan escandalizó a todos los que se enteraron. La alusión a que Rée propuso a la madre de Lou un plan diferente significa que éste –suponiendo que eso era lo que ella quería– la pidió en matrimonio. Ella se molestó, pues consideraba que su vida amorosa estaba concluida tras el episodio con Guillot. Pero Rée pensaba otra cosa. Pronto le escribió a un gran amigo suyo, también filósofo, sobre la inteligencia y belleza de la muchacha rusa y lo bien que la pasaban en Roma. A pesar de que él estaba enamorado de Lou, se la “ofrece” a su amigo ya sea para estudiar o casarse. Así lo afirma Werner Ross: Paul le habla “de una joven rusa que podía ser de su interés, ya fuera como ayudante o como objeto de matrimonio” (p. 628). En palabras de Rée, quien apenas estaba conociendo a Lou, se trataba de un “ser enérgico, increíblemente inteligente y con las cualidades más femeninas, incluso infantiles”, le cuenta en una carta enviada a Me-

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sina (Ross, p. 629). Éste le contestó: “Salude a esa joven rusa de mi parte, si es que esto tiene algún sentido: deseo este matrimonio de todo corazón. Sí, en primera instancia la busco como presa. En vistas a lo que pretendo hacer en los próximos diez años, la necesito” (idem). Así, a mediados del mes siguiente Friedrich Nietzsche, el amigo de Rée, entonces de 38 años, llegó a la capital italiana. Cuando conoció a Lou se enamoró de inmediato de ella. Y se sumó con naturalidad al proyecto de vivir juntos, ahora los tres. Lou recuerda su encuentro con Nietzsche de la siguiente manera: …nuestro primer encuentro… tuvo lugar en la iglesia de San Pedro, donde Paul Rée se entregaba a sus notas de trabajo con entusiasmo y devoción, sentado en un confesionario orientado a la luz, por lo que había dicho a Nietzsche que acudiera allá: las primeras palabras de saludo que me dirigió fueron las siguientes: ¿De qué estrellas venimos y hemos caído para encontrarnos aquí? Pero lo que tan bien comenzaba experimentó luego un cambio que nos sumió a Paul Rée y a mí en nuevas inquietudes en cuanto a nuestro plan, que había complicado de forma imprevista el tercer llegado. Nietzsche pensó más bien que la situación se había simplificado: hizo de Rée portavoz para proponerme matrimonio. Muy preocupados reflexionábamos de qué manera podríamos solucionar la situación sin que peligrara nuestra trinidad. Ante todo se decidió que se explicaría a Nietzsche, claramente, mi fundamental aversión al matrimonio.

Sobre el proyecto de vivir juntos los tres, la película de Liliana Cavanni (directora también de Portero de noche) que lleva por título el nombre de un libro de Nietzsche, Más allá del bien y del mal, da por hecho que se realizó. El filme no pasa de ser un documento amarillista o una obra de ficción y morbo, en especial cuando pone a la guapa Dominique Sanda (en el papel de Lou) a orinar en floreros frente a Rée y Nietzsche, o cosas por el estilo, para demostrar el carácter liberal de la joven rusa.

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Aquel proyecto sí produjo, sin querer, un profuso intercambio epistolar a lo largo de diez años entre Lou, Rée, Nietzsche, Malwida, Elisabeth Nietzsche (quien sería la censora de buena parte de la obra de su hermano, inventó cartas, las recompuso, borró fragmentos “comprometedores”) y otros amigos cercanos. Esta correspondencia se recopiló y en 1982 apareció en español, cien años exactos después de que ocurrió aquella explosión. Se trata de Documentos de un encuentro. En Italia se toman, a instancias de Nietzsche, la famosa foto de la carreta. En ésta, Rée y Nietzsche hacen el papel de los caballos que tiran del carro, y sobre éste Lou aparece sosteniendo un látigo en la mano derecha. (No deja de ser paradójico que –según algunas versiones– el primer signo de locura de Nietzsche fue haber confundido a un caballo, al que golpeaba con un látigo un cochero, con Richard Wagner, su gran ex amigo.) Nietzsche decide que es hora de hablar por sí mismo. En una tarde apasionada le propone matrimonio a Lou. Ella lo rechaza. Desengañado, Nietzsche adoptará desde entonces una actitud furiosa contra las mujeres, que lo hace acuñar la frase “cabellos largos e ideas cortas”. A los pocos meses comienza la redacción de su libro más famoso, Así habló Zaratustra, permeado por un claro matiz misógino. Nietzsche no sólo rompió su amistad con Lou, pese a que le envió cartas y recados durante varios años después, sino también con Rée. Lou y Rée viajaron a Viena para realizar el proyecto de vivir juntos. Y así lo hicieron por cinco años. Pero esa relación fue, pese a la oposición de Paul, de hermanos. En 1888, un año después de que Lou y Rée deciden terminar su relación comunal, Nietzsche es recluido en un hospital. En 1900 murió sumido en la locura, o en una forma de olvido.

H. F. Peters, Lou Andreas-Salomé. Mi hermana, mi esposa. Una biografía, prefacio de Anaïs Nin, traducción de Ana María de la Fuente, segunda edición, Barcelona, Paidós, 1995 (Testimonios, 18), 336 pp. Werner Ross, Friedrich Nietzsche. El águila angustiada. Una biografía, traducción de Ramón Hervás, Barcelona, Paidós, 1994 (Testimonios, 16), 866 pp.


Sin título, de la serie “Historias perdidas”. Fotografía digital HDR, Liza Ambrossio.

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De la casa de los espĂ­ritus, a la Casa del tiempo

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Andrés de Luna

E

l mundo es una caja de sorpresas. Las historias fluyen en medio de la calma de los días. Hace muchos años, allá por 1974, en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, de la unam, un estudiante de la licenciatura en Comunicación, José Gómez Padilla, iniciaba una carrera que iba a truncarse antes de terminar el primer año. Las asignaturas del tronco común lo volvían loco. ¿Por qué estudiar economía o ciencia política? Llegar al tiempo de los exámenes lo envolvía en una dinámica atroz: pasaba la noche entera en la lectura de El capital, realizaba anotaciones y trataba de entender los conceptos de ese libro indispensable. El resultado final era una calificación baja o reprobatoria. Gómez Padilla, Pepe, para sus amigos, era un tipo inteligente y entrañable. Ameno como pocos, hablaba del futuro con aires de alquimista: pretendía ser una especie de Manuel Mejido, el periodista que iba con sus reportajes de una geografía a otra, incluso el año anterior había cubierto el golpe de Estado en Chile, publicaba libros y su labor en el periódico Excélsior era ampliamente valorada. Sin decirlo, pero con la obligación a cuestas, Pepe tenía un referente fundamental, su abuelo materno: Ezequiel Padilla (1890-1971). Hombre de brillantez indudable, Ezequiel Padilla perteneció a una generación en la que sus integrantes alcanzaron logros políticos desde muy jóvenes. Abogado por la Escuela Libre de Derecho, (de la cual es egresado Felipe Calderón), con estudios en la Universidad de Columbia, en Nueva York, y en la Sorbona de París; diputado y senador en varias legislaturas; Procurador General de la República; fiscal en el caso de León Toral, el asesino de Álvaro Obregón; con cargos políticos oficiales en Italia y Hungría; Secretario de Educación y de Gobernación; y, sobre todo, candidato a la presidencia de la República en 1946, posición de la que salió derrotado por la maquinaria priísta y todo el aparato en el poder. Gómez Padilla, recorría la casona familiar ubicada por los rumbos de Narvarte, con el fantasma a cuestas del abuelo. La actitud era contradictoria, paradójica; él trataba de liberarse del yugo de un personaje tan

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cercano e importante, al que veía sin entender bien a bien envuelto en ese pasado de glorias y aspiraciones fallidas. Mostraba las fotografías de su ancestro, pero siempre las saboteaba con algún comentario que era un dique a la admiración ajena. Pepe hacía comentarios sobre la residencia de su abuelo en la calle de Pedro Antonio de los Santos 84. “Una casa blanca con aspecto de pastel de quinceañera”, dijo una vez. La verdad era obvia; ese inmueble a mediados de los años setenta del siglo pasado, era un edificio señorial un tanto avasallado por los años y, sobre todo, por el descuido. Gómez Padilla, aficionado a las fantasías y la cannabis, dejó la carrera universitaria. Llegó al periodismo radiofónico y su nombre se hizo conocido porque logró subirse a una moda latinoamericana: los grupos musicales infantiles y juveniles. Al parecer su maestro fue el insufrible Gallo Calderón. En la Reseña Cinematográfica de Acapulco, que trató de reiniciar actividades, luego de casi veinte años de suspensión, Pepe era un periodista más de espectáculos. Una tarde le hizo una invitación a quien esto escribe: “Cenemos esta noche, voy a llevar a mi ahijado –así se refirió al cantante– Luis Miguel”. La proposición era más que indecorosa, ya que el ahora afamado intérprete era un chamaco megalómano y por ende antipático. Se agradeció la buena voluntad de Gómez Padilla, su calidez habitual. Hablaba de que se había encontrado con formas alentadoras de comunicación, por ello había dejado para siempre la idea de recorrer el planeta en medio de conflictos bélicos. Se le veía contento. Poco después partió a Japón con otros proyectos. También había entrado en la ufología, una de esas aficiones ociosas en torno a los platillos voladores. Estaba obsesionado. Las noticias sobre él lo ubicaban en una suerte de delirio, usaba una combinación extraña, por un lado, el exceso de mariguana, y por otro, una sobredosis de vuelos de naves interplanetarias. El resultado fue el caos: José Gómez Padilla terminó por suicidarse hace ya unos veinte años. Pocos lo recuerdan. Por cierto, y al hablar de muertos, habría que evocar las sesiones espiritistas realizadas en el inmueble de Pedro Antonio de los Santos 84, en ese entonces propiedad de Ezequiel Padilla. Políticos e intelectuales participaban de esas tardes repletas de fantasmas, que convocaba un hombre obeso y lisiado, antiguo velador del Monte de Piedad. El médium, casi con naturalidad, entraba en trance y cada vez volvía a sorprender a los concurrentes. Se invocaban espíritus y se les interrogaba acerca de diferentes asuntos. Todos los presentes estaban convencidos de la verosimilitud de los hechos. Uno de los que constató tales sesiones fue el pintor Fernando Péreznieto (1938-2001), allá por 1953. Su experiencia, a los quince años, tuvo algo de novelesca, y la dejó consignada en sus memorias Encuentros: 20 recuerdos y una canción desesperada (uam-a, 1997). En “Cuento del más allá” aparece la crónica de lo que acontecía en la actual Casa del Tiempo. El pintor recordaba “la mesa redonda llena de flores, papel, lápices, una jarra de agua y algunas otras cosas, tomado de las manos de mis vecinos de silla; éramos unas ocho personas, algunas de ellas prominentes intelectuales. Nos encontrábamos encerrados a piedra y lodo en el pequeño cuarto de muros gruesos sin ventanas”.

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Nada extraña que Ezequiel Padilla tuviera interés en el espiritismo. Basta mirar las actividades de Francisco I. Madero. El autor de La sucesión presidencial de 1910, autor, asimismo de El espiritismo (Ed. Gustavo de Anda, 1980), cuyo propósito era entregar las enseñanzas de la doctrina espírita a los obreros y las masas en general. Habría que mencionar el texto “Madero y el espiritismo” de José Natividad Rosales, en el que se lee: Ni la familia ni la Revolución tuvieron el cuidado de conservar el sitio donde Francisco I. Madero realizó, con ayuda de los espíritus, el plan de la revolución mexicana y donde sufrió la transformación psíquica que le llevó de la caridad a la política y de ahí al martirio. La casa fue vendida –quizá con ciertos resentimientos familiares– y ahora queda de ella, tan sólo, una placa.

En otro contexto, Hans Holzer en Ghost (Grupo Editorial Tomo, 2009), cuenta que Franklin Delano Roosevelt: “asistía con frecuencia a sesiones espiritistas en las que se le presentaba su madre, Sarah Delano, y le daba consejos en materia de Estado.” ¿Qué le aconsejarían los espíritus a Ezequiel Padilla en la Casa del Tiempo? Por otro lado, los nexos de Ezequiel Padilla con la ultraderecha se han aclarado. Se sabe que el millonario petrolero Jean Paul Getty simpatizaba con el régimen nazi, lo veía con ojos refulgentes, pues consideraba los posibles negocios que podría establecer con Hitler y sus secuaces alemanes. Así que entre él, el entonces Secretario de Relaciones Exteriores y el mismo Ezequiel Padilla, facilitaron la entrada al país de Hilda Kruger, una de las más eminentes espías del Tercer Reich, quien tenía trato directo con Goebbels. Esta mujer mantuvo vínculos estrechos, para decirlo de algún modo, con el que luego sería contrincante político de Ezequiel Padilla para la presidencia de México: Miguel Alemán, en ese momento Secretario de Gobernación. Es seguro que la Kruger, una bella mujer que incluso actuó en películas del cine nacional como La historia de siete pecadoras, Adulterio, Bartolo toca la flauta y El que murió de amor, haya estado invitada a departir en la casa de Pedro Antonio de los Santos 84. En México el nazismo tuvo fases insólitas y se le vio, en algunos casos, como una opción ideológica; tales fueron los casos de José Vasconcelos o el Doctor Atl; aunque no fueron los únicos; innumerables políticos avilacamachistas y alemanistas entraron a ese torbellino de germanofilia. ¿Qué acontecimientos se suscitaron en el interior de la actual Casa del Tiempo? ¿Qué tantas discusiones sobre la conveniencia de aliarse con la Alemania nazi quedaron en el aire? Ezequiel Padilla dejó pasar esos hechos para luego retornar a sus vínculos con Estados Unidos y con las políticas del poder imperante. Los hombres mueren y los inmuebles permanecen más tiempo en pie, así la Casa del Tiempo recupera su belleza perdida y admite los logros de sus nuevas vocaciones en torno a la educación y la cultura.

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La cultura de la crueldad* Jesús Mosterín

D.F./D.F. óleo sobre tela, Arturo Rivera (2008). Imagen tomada del libro Fascinación y vértigo. La pintura de Arturo Rivera.

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n el uso vulgar de la palabra, cultura se emplea frecuentemente en un sentido meliorativo, como si la cultura sólo abarcase cosas buenas, deseables o admirables. Nada más lejos de la realidad. Cultura es toda la información transmitida por aprendizaje social, y esto incluye ideas y costumbres de todo tipo. Tan cultural es la música más sublime de Mozart como las tracas y petardos más ensordecedores. Grupos de personas sensibles protestan a veces frente a las plazas de toros contra la celebración de las corridas con pancartas en las que se lee: “La tortura no es arte ni cultura”. Pero aunque las corridas de toros son efectivamente un caso típico de tortura como espectáculo, y nunca han formado parte del canon de las bellas artes, no por eso dejan de constituir una tradición cultural. De hecho, hay toda una teratología cultural, todo un catálogo de monstruosidades de la cultura: deformaciones craneales, mutilaciones corporales, escarificaciones de la piel y tatuajes, anillos incrustados, pies estrujados, cilicios, ablaciones del clítoris, adicciones al opio o al tabaco, borracheras, prejuicios y supersticiones de todo tipo, espectáculos crueles, guerras, guerrillas y terrorismos diversos. La crueldad activa consiste en el maltrato doloroso e intencional de una criatura sensible, produciendo, alargando e incrementando su dolor sin necesidad alguna. Este aumento deliberado e innecesario del sufrimiento de la víctima es la esencia de la crueldad. La crueldad pasiva es la indiferencia ante el sufrimiento ajeno y, sobre todo, el goce positivo en la contemplación del sufrimiento infligido a la víctima. Hablar de crueldad es particularmente pertinente en los contextos en que la víctima (por ejemplo, un animal no humano, un niño o un prisionero) se encuentra en una situación de inferioridad que le impide evitar el dolor mediante la huida. El daño más grande, como la muerte, no implica por sí mismo crueldad. Uno puede matar a alguien sin crueldad, tanto por accidente, sin darse cuenta, como voluntariamente pero sin ensañamiento, por ejemplo de un tiro en la nuca. La crueldad añade a la acción de matar la intención de hacer sufrir atrozmente, lo cual nos produce un horror especial, a no ser que tengamos la sensibilidad moral embotada. Entre los numerosos paradigmas de crueldad que registra la historia, citemos uno lejano. Entre los años 690 y 705 reinó en China Wu Zetian, la única emperatriz de su historia. Wu Zetian entró en el harén del emperador Taizong como concubina de quinto rango, y tras la muerte de éste en 649 pasó a ser concubina de su

hijo y nuevo emperador, Gaozong, con gran escándalo de los letrados. En 655 consiguió ser nombrada emperatriz consorte, apartando así del cargo a la anterior emperatriz, Wang, a la que más tarde hizo matar cruelmente junto a la concubina favorita Xiao. La celosa Wu Zetian no se conformó con la muerte de sus rivales e hizo que los brazos y las piernas de las dos mujeres fueran apaleados hasta romper sus huesos. Después ordenó que les cortasen las manos y los pies y las dejasen agonizar durante varios días en un estado de dolores atroces, metidas en tinajas de vino a fin de prolongar e intensificar al máximo sus sufrimientos. Tras la muerte de Gaozong, Wu Zetian continuó gobernando en la sombra. En el año 690 asumió directamente el título de emperador y ocupó como mujer el trono imperial, cosa nunca vista en China ni antes ni después. Fue una figura compleja, maquiavélica, ambiciosa y sin escrúpulos, que alternó los ramalazos de pacifismo budista con la más refinada crueldad. Montaigne, Montesquieu y los pensadores de tradición liberal han considerado la crueldad como el más odioso de los vicios. La lucha contra ella ha sido siempre considerada como el primer objetivo de las instituciones políticas ilustradas. El horror y el rechazo moral que produce la crueldad han sido el principal motor de la lucha por la abolición de la tortura, que anteriormente había sido considerada una práctica procesal normal. De todos modos, el siglo xx continuó siendo de una extraordinaria crueldad, como ha documentado con escalofriantes detalles Jonathan Glover. En noviembre de 2001, unos gamberros entraron por la noche en el refugio de una sociedad protectora de animales en Tarragona y cortaron con una sierra mecánica las patas delanteras a quince perros, dejándolos desangrarse hasta la muerte en una agonía espantosa. Media España quedó conmocionada de horror. En un mes de recogieron más de 600 000 firmas exigiendo la reforma del Código Penal y un castigo ejemplar para los culpables. Sin embargo, el juez de lo Penal de Reus imputó a un solo individuo, al que finalmente dejó en libertad sin cargos. En vista de la indignación causada por esta situación, el gobierno remitió a las Cortes en 2003 una propuesta de modificación del Código Penal en el que se introducían penas de prisión de menos de un año para casos extremos de maltrato de animales domésticos, modificación que entró en vigor al año siguiente. Por desgracia, la crueldad no conoce fronteras y amenaza siempre a cualquier criatura capaz de sufrir.

* Este texto forma parte del libro A favor de los toros, Ed. La etoli, Navarra, España, 2010, y se publica con la autorización del autor.

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Los vampiros no son los únicos héroes de la noche Francisco Soto Curiel “No es que sea impuntual; es que tengo el horario diferido” Raúl Nieto Vázquez (insigne nocturno de largo historial conocido como el Duende Chilango en las redes sociales)

Goya, Ejecuciones del 3 de mayo de 1808.

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Hay cosas que ocurren en la noche de los tiempos y sólo la mirada del vigía nocturno es capaz de verlas.


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s probable que ustedes no lo sepan y mientras duermen, la maquinaria productora del saber humano avanza mil veces más rápido que a la luz del día; la única situación por la que no es tan notorio este avance es porque son menos los cerebros que ejecutan su labor en la noche, y aunque sean mucho más productivos, el resultado es menos cuantioso. El otro factor que disimula y a veces hasta oculta la fenomenal marcha de la inteligencia nocturna es que cuando los muchos cerebros diurnos trabajan, casi siempre lo hacen con el empeño de apoderarse para fines “prácticos” del fruto de los cerebros nocturnos, convirtiéndolo en negocios y hasta en situaciones formales de las que un nocturno huiría despavorido al puro saber que le exigiría regularidad rutinaria y hasta el sacrificio de cambiarse de ropa para ejercer su trabajo. La extraña lentitud que ocurre cuando muchos piensan al unísono se torna peligrosa para los nocturnos cuando todos los diurnos se ocupan de lo único que saben hacer: “llegar temprano”; con lo cual, y ya reunidos dictan todas aquellas reglamentaciones que les permiten apropiarse del fruto del trabajo nocturno y disimular fingiendo falsos cansancios y seriedades, sus escasas posibilidades de atrapar ideas propias en aquel mar de conocimiento tan atiborrado de usuarios y de luz diurna. Quizá por esto, es que Prometeo, al ver lo lento que estaba el hombre y lo largo que iba a resultar su camino como criatura diurna, decidió darle la luz del fuego y la manera de producirlo para que pudiera sondear su creatividad y productividad en medio de la oscuridad rompiendo las cadenas del ciclo natural. Como los hombres que no dormían pertenecían a la estirpe de los changos vigilantes, aquellos que se mantenían extrañamente despiertos, estresados y perfectamente alertas mientras la manada dormía, la luz en sus manos revolucionó los métodos de hacer y ver hasta el grado de combinar las insinuaciones de los relieves de la roca a la luz rasante de las lámparas de grasa animal, con las escenas diurnas de la cacería de bisontes y así crear dibujos para coordinar los planes de caza, las invocaciones a los espíritus favorables y los homenajes a los héroes de la tribu. La lucha de diurnos contra nocturnos no se hizo esperar, los diurnos siguen cobrando derechos de estas pinturas murales hasta la fecha, y hoy sabemos que los nocturnos dibujan los planos de las galaxias y nebulosas más distantes por el puro afán de ubicar a la luz natural y distinguirla de esta otra luz, fruto de su inteligencia y habilidad que hoy ya ilumina ciudades enteras y hasta monitores de computadoras. El nocturno aprendió a desprenderse de su trabajo a fuerza de saber que es incapaz de convertirlo en algo “formal”, sabe que su ventaja sobre el diurno es que le divierte lo que hace y abandonarlo para emprender otra empresa desde cero le da el placer de volver a retar los designios naturales. La reacción histórica de los diurnos recalcitrantes ha sido terrible, tan dados a decidir en mayoría e imponer reglas a diestra y siniestra, han decretado varias veces la cacería de brujas y la prohibición de toda acción nocturna bajo la figura del toque de queda y la quema de libros,

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Goya, Juego de la gallina ciega

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tan popular entre los gobiernos que condenan la imaginación y el ejercicio del saber para las mayorías. En lo común, los ataques del diurno al nocturno se reducen a la feroz acción de marcar el teléfono como a eso de las siete y media de la mañana y decir “¿todavía no te levantas?” Seguido de una serie de calificativos que de perezoso no bajan al pobre nocturno cuyo sueño acababa apenas de comenzar a las seis y media o siete en punto, hora en que le pega el tan conocido “vampirazo” y lo manda irremediablemente y con los ojos ardorosos a la cama.. El nocturno no tiene otro remedio más que contestar el teléfono aún sin que se le calienten los bulbos y es capaz de ceder en lo que sea con tal de dormir sus habituales tres horas diarias, cosa que aprovecha el terrible diurno para cerrar acuerdos a su favor. No se ha visto todavía el caso en que un nocturno marque a las cuatro de la madrugada para calificar de flojo al diurno, y mucho menos se dan los casos en que se cite a reuniones resolutivas a eso de las tres y media de la mañana, pero si se sigue vulnerando de manera tan salvajemente el derecho al descanso matutino del nocturno, tendremos que luchar por incluir en la carta de los derechos del hombre el respeto a nuestra anomalía horaria. Los que sí han legislado y ya con carácter punitivo en algunos países son los diurnos, “no se puede hacer ruido después de las diez”, advierten amenazantes. Su intolerancia quiere negar de cuajo todo fruto nocturno a la cultura llamando “obra trasnochada” a las ideas bizarras, aunque incluso algunas sean producto de la actividad diurna. Se dice: “al que madruga Dios lo ayuda” sólo para remarcar la culpa de su racional ateísmo al pobre

Diurnos jugando a no ver lo que ocurre durante las noches.


nocturno, y sin embargo sabemos que la deuda humana con los desvelados es inmensa. Muchas son las manifestaciones de la excelsitud del manejo de la luz nocturna y bastaría una sola de ellas para exigir y ganar el respeto a las acciones y estudios realizados a la luz de las velas y candelas en el mundo del arte y la ciencia. Se ha construido un gran mito en torno al hombre que entra al mundo de las tinieblas y sale victorioso rasgando el velo de la ignorancia; nos encanta la idea de la forma humana surgiendo iluminada de la oscuridad. Lumínicas todas ellas, las figuras de Rembrandt, Ribera, Velázquez, Murillo y El Greco, nos regalan el drama del juego de la luz sobre las sombras para dar a conocer la grandeza de la condición humana; sin embargo, pocos resisten la visión que de la realidad tiene un nocturno como Goya, quien aprovechaba su visión analítica nocturna para retratar la incongruencia social y exhibir la barbaridad de las ejecuciones del 3 de mayo de 1808 a manos de la caballería de Murat, dos visiones en un artista; de día bajo la luz solar pintaba los rostros de la familia real, de noche, a la luz de secretas candelas, sus acciones y efectos en el pueblo; quizá por esto y porque iluminaba su conocimiento con la luz fruto del trabajo colectivo del hombre, lo tildaron de loco. La locura precisamente es un diagnóstico hecho por diurnos con el fin de mantener apartados de su territorio de caza a todos aquellos nocturnos que pueden ver a través de las sombras y desenmascarar su juego de falso poder; hoy día y como última arma se diagnostica hiperactividad y se administran fármacos a los hijos de los nocturnos para evitar a futuro cualquier posibilidad de juicio y rebeldía. Veremos en qué acaba esta lucha; yo por mi parte voy a dormir pues ya son las siete…

Velázquez, La adoración de los Magos

El mito del hombre que venció a las tinieblas no convence del todo a los vigilantes nocturnos

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Mil años de matrimonio

María del Pilar Montes de Oca Sicilia

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na de las formas que tiene el ser humano de preservar la especie y de adaptarse al medio es el matrimonio. El matrimonio ha existido desde hace mucho tiempo, y su objetivo siempre ha sido el mismo. Cuando pensamos en el matrimonio, todos –y especialmente las mujeres– lo relacionamos con el amor, el romance, el mutuo entendimiento y la unión de dos almas gemelas que se encuentran –¡por fin!– para vivir juntas y felices toda la vida. Bueno, esto puede darse y puede ser –aunque pasa pocas veces– y no tiene nada que ver con el matrimonio en sí. Eso de «se casaron y fueron muy felices» sólo ocurre en los cuentos de hadas y en la mente de las niñas de escuela de monjas; la realidad del matrimonio, su función y el papel que juega en la sociedad son muy diferentes. Pero vayamos a los orígenes. Todo empezó antes de que el hombre fuera hombre. De acuerdo con el zoólogo Desmond Morris, en una primera fase, el homo sapiens –tal y como lo hacen muchas de las otras especies animales– vivía en manada y copulaba con todas las hembras de la misma. Sin embargo, cuando se hizo sedentario y empezó a generar excedentes –riqueza– tuvo que desarrollar una tendencia a la formación de pareja y a la fidelidad, con el objeto de determinar a ciencia cierta que los hijos de esa hembra eran suyos, y que lo que había acumulado no se iba perder, sino que se podía preservar a través de las generaciones. Este detalle, aunque parece pequeño, es fundamental, ya que dio lugar a cambios y evoluciones importantísimos a nivel psicobiológico, muchos de los cuales sobreviven hasta nuestros días. Estos cambios son tanto de tipo genético como cultural y como ejemplo tenemos que el ser humano es la única especie animal en donde hay sexo cara a cara, en donde la hembra tiene orgasmos. Y a nivel cultural, se crearon reglas que permiten consolidar la relación de pareja y la economía de la tribu, como

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es la prohibición del incesto y la relación de pareja instituida o matrimonio, propiamente dicho. Lévi Strauss, Freud y otros marcan el tabú al incesto como el inicio de la civilización. Y esto no es de extrañar, considerando que esta regla –que básicamente obliga a los hombres y a las mujeres a buscar fuera de su familia, tribu o grupo social, su pareja o compañero sexual– busca la interacción, la sociabilidad y el comercio. En este sentido, muchas sociedades toleran la cópula, pero niegan el derecho al matrimonio entre miembros de la misma familia. Esto pretende lograr la repartición de la riqueza, que la tribu o familia sobreviva en forma sustentable al relacionarse con sus similares y que la riqueza crezca –gracias al comercio– y perdure –a través de los hijos. Aunque hay algunas culturas –muy pocas– en donde existe la poligamia, en todos los casos los vástagos se consideran de la misma familia, y en los muchos y muy diversos tipos de relaciones hereditarias reside el poder de la familia y la persistencia a través de los siglos de esta institución. Por ejemplo, en el matrimonio romano no existía un contrato matrimonial, sino únicamente un contrato de dote. No había que presentarse ante ningún equivalente a un alcalde o párroco, ya que era un acto no escrito. Así, para cualquier aclaración legal, como la herencia, el juez se basaba en algún indicio matrimonial como la dote o los testigos; aunque muchas veces sólo los cónyuges podían saber si estaban casados o no. Pero el matrimonio era una institución que no dejaba de surtir efectos jurídicos: los niños nacidos de semejante unión eran legítimos; recibían el nombre del padre y continuaban con la línea familiar; a la muerte del progenitor, éstos le sucedían en la propiedad del patrimonio. El matrimonio era un deber cívico y un beneficio patrimonial, todo lo que la moral antigua exigía a los esposos era que desempeñaran una tarea definida: tener hijos y hacer que la casa funcionara. Por su parte, el amor conyugal era un «privilegio dichoso», pero de ninguna manera era el fundamento del matrimonio ni la condición de la pareja. El matrimonio en la Edad Media, nos dice Georges Duby, estaba regido por dos poderes o modelos distintos: el modelo laico encargado de preservar a lo largo de las generaciones un modo de producción; y el modelo eclesiástico, cuyo objetivo consistía en refrenar las pulsiones de la carne, es decir, reprimir el mal, encauzando los desbordamientos de la sexualidad dentro de un límite muy estricto. Dentro del modelo laico, el objetivo de la institución era mantener de generación en generación el «estado» de una casa; recordemos que es en esta época cuando las tradiciones romanas y las tradiciones bárbaras se combinan en el concepto de herencia. El papel del matrimonio consiste en asegurar la transmisión de un capital de bienes, de gloria, de honor, y garantizar a la descendencia una condición, un «rango» por lo menos igual al que gozaron los antepasados. Y he aquí lo interesante, la mujer entra en la nueva casa, la del marido, en donde deja de depender de su padre, de sus hermanos y de sus

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tíos para estar sometida a él y a sus familiares, y para ser siempre una extraña y sospechosa de traición; pero aun así deberá cumplir su función primordial: dar niños al grupo de hombres que la acoge, la domina y la vigila. En esos niños se une lo que ella ha aportado y lo que ellos han recibido de su padre; es decir, dos sucesiones, dos linajes, de los que se toman los nombres y que determinarán la posición que ocuparán en el mundo y las posibilidades que tendrán –a su vez– de casarse bien. La ceremonia de matrimonio no era muy distinta a la que se practica hoy en día. Comenzaba con el acto público que hace lícita la unión, un ritual en donde hay promesas verbales, mímica de desnudamiento –el velo– y de tomar posesión, entrega de prendas, anillo, arras, y por último, el contrato que la costumbre impone. Y continuaba con «las bodas», es decir, el ritual de la instalación de la pareja en su hogar: «el pan y el vino compartidos por los contrayentes y el banquete numeroso que necesariamente rodea la primera comida conyugal». Posteriormente, en su nueva residencia –en la noche, en la habitación oscura– se da la desfloración; y después, por la mañana, un regalo que expresa la gratitud y la esperanza de que desde esa primera noche ya la mujer haya quedado embarazada. Por su lado, el modelo católico o religioso medieval desprecia y condena, en primera instancia, el matrimonio, ya que lo considera culpable, impuro y sobre todo, un obstáculo a la contemplación. Pero, a la vez, lo considera necesario para preservar la especie: para reproducirse, el hombre, desgraciadamente, tiene que copular, y como «entre las trampas que tiende el demonio no hay ninguna peor que el uso inmoderado de los órganos sexuales», la iglesia tiene que admitir el matrimonio como un mal menor y adoptarlo con la condición de que sirva para disciplinar la sexualidad, para luchar contra la fornicación. Por ello, la Iglesia propone ante todo la buena conyugalidad, ésa que está libre del placer carnal y de la pasión sexual. Los cónyuges, cuando se unen, no deberían tener otra idea en la cabeza que la de procrear. Ni el hombre ni la mujer –y sobre todo ella– deben tener pensamientos impuros. No cabe duda que en mil años las cosas han cambiado, pero aunque hoy se puede hablar de igualdad absoluta y división perfecta y equitativa de tareas entre una pareja, y el matrimonio busque otras cosas como la compañía y la complicidad, puesto que su duración es mayor –hasta 40 o 50 años más–, su objetivo básico y primordial sigue siendo el mismo: definir el estatus de lo masculino y lo femenino, repartir el poder y las funciones entre los dos sexos, sustituir la filiación materna –única evidente– por la paterna, y distinguir los acoplamientos legítimos –los únicos que pueden asegurar en forma conveniente la herencia y la supervivencia de una familia o grupo social– de los que no lo son, así como organizar – más allá de la conjunción de dos personas– dos células sociales a fin de generar una nueva célula de forma similar, que sea igualmente eficiente en términos económicos y sociales. Más simple de lo que suena.

Bibliografía •Duby, Georges, «El matrimonio en la sociedad de la Alta Edad Media», Obras selectas de Georges Duby, México, Fondo de Cultura Económica, 1999, pp. 278-292. •Freud, Sigmund, «Tótem y tabú» en Obras completas de Sigmund Freud, Madrid, Biblioteca Nueva, tomo ii, 4a. edición, 1981. •Morris, Desmond, El mono desnudo, México, Plaza & Janés, 1975. •Enciclopedia del milenio, Médico moderno, tomo ii, octubre 1997.

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Frente a héroes y malvados Los héroes tradicionales ahora nos parecen ingenuos, incapaces de sus hazañas frente al mal en nuestros días. Tal vez lo oscuro y lo injusto se ha hecho institucional, global, y los héroes se han retirado, no más peleas con titanes. “Uno contra el mundo” parece ser la opción triunfante sólo si se trata de un marine o guap@ de Hollywood, o de un superhéroe con copyright. Los antiguos héroes que no quieran postrarse en la literatura o la leyenda deben mutar para hacerse efímeros, volátiles y muchas veces digitales: únicamente así, desde “dentro del monstruo”, es posible todavía pensar en alguna hazaña. A continuación presento algunos poemas que me hacen sentir esto que afirmo…, aunque no sin duda y sospecha.

Héctor Zavala

José Carlos Becerra Batman* (Fragmento) La señal... la señal... la señal... Así sonríes sin embargo, confiando otra vez en tu discurso, mirándote pasar en tus estatuas, flotando nuevamente en tus palabras. La señal, la señal, la señal. Y entretanto paseas por tu habitación. Sí, estás aguardando tan sólo el aviso, ese anuncio de amor, de peligro, de como quieran llamarle, ese gran reflector encendido de pronto en la noche. Y entretanto miras tu capa, contemplas tu traje y tu destreza cuidadosamente doblados sobre la silla, hechos especialmente para ti, para cuando la luz de ese gran reflector pidiendo tu ayuda, aparezca en el cielo nocturno,

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solicitando tu presencia salvadora en el sitio del amor o en el sitio del crimen. Solicitando tu alimentación triunfante, tus aportaciones al progreso, requiriendo tu rostro amaestrado por el esfuerzo de parecerse a alguien que acaso fuiste tú mismo o ese pequeño dios, levemente maniático, que se orina en alguna parte cuanto tú te contemplas en el espejo. Miras por la ventana y esperas... La noche enrojecida asciende por encima de los edificios traspasando su propio resplandor rojizo, dejando atrás las calles y las ventanas todavía encendidas, dejando atrás los rostros de las muchachas que te gustaron, dejando atrás la música de un radio encendido en algún sitio y lo que sentías cuando escuchabas la música de un radio encendido en algún sitio. Sigue la noche subiendo la noche, y en cada uno de los peldaños que va pisando, una nueva criatura de la oscuridad rompe su cascarón de un picotazo, y en sus alas que nada retienen, el vuelo balbucea los restos del peldaño o cascarón diluido ya en aire; y mientras tanto tú no llegas aún para salvarte y salvar a esa mujer que según dices debe ser salvada. *Publicado en José Carlos Becerra, El otoño recorre las islas, Lecturas Mexicanas núm. 10, sep, México, 1985.

Blas de Otero Letra** …y dándole una lanzada en el aspa, la devolvió el viento con tanta furia... Quijote, I, 8. Por más que el aspa le voltee y España le derrote y cornee, poderoso caballero es Don Quijote. Por más que el aire se lo cuente al viento, y no lo crea y la aviente, muy airosa criatura es Dulcinea. **Publicado en Blas de Otero, En castellano, 1960. http://pendientedemigracion.ucm.es/info/especulo/bquijote/q_otero.htm

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Friedrich Hölderlin A Hércules*** Hundido en el sueño de la infancia, yacía yo como el mineral en su ganga. te doy gracias, oh noble Hércules, por haber hecho de aquel niño un hombre. Puedo en adelante pretender un tono regio, y de los nubarrones de mi juventud surgen vigorosos actos, firmes como los destellos del hijo de Kronos. Como el águila incita a sus pequeños desde que una chispa se alumbra en sus ojos a seguirla en sus audaces vuelos a través del jubiloso Éter, así tú me sacas de mi cuna infantil, de la mesa, de la casa paterna, arrastrándome al calor de sus luchas, oh poderoso semidiós. ¿Acaso creías que el estrépito de tu carro de combate resonaría en vano en mis oídos? El peso de los trabajos que asumías exaltaba cada vez más mi alma. Claro, tu discípulo pagó un precio por seguirte, tus rayos, astro orgulloso, hicieron una quemadura en mi corazón, pero no lo han consumido. A ti, audaz nadador, te formaron las altas potencias divinas, y así afrontaste todo el oleaje de tu destino, pero a mí, ¿quién me preparó para la victoria? ¿Quién, pues, impulsó al huérfano sentado entonces en la sala sombría, a este colmo de grandeza divina a tomarte como modelo? ¿Qué fuerza se apoderó de mí, arrancándome al enjambre de mis compañero de juego? ¿Qué fuerzas llevó a las ramas del arbusto a levantarse hacia el Éter luminoso? Nunca la mano solícita de un jardinero tomó a su cargo mi joven vida, y sólo por mi propio esfuerzo alcé los ojos y crecí hacia el cielo. ¡Hijo de Zeus! Mira, vengo a ponerme a tu lado, con rubor. Puesto que el Olimpo es tu conquista, ven a compartirla conmigo. Sí, es verdad que nací mortal, pero mi alma se ha prometido la inmortalidad.

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***Publicado en Friedrich Hólderlin, Poesía completa, trad. Federico Gorbea, 4ª ed., Ediciones 29, España, 2005.


Bertolt Brecht Mackie Navaja**** Los caimanes tienen dientes que no tratan de esconder; pero Mackie no nos muestra su navaja, bien lo sé. Los caimanes cuando matan rojos quedan por demás; pero Mackie lleva guantes, ¿quién su crimen notará? En la margen de los ríos gente muere por doquier ¿Es la peste? ¡Quién lo sabe! ¡Si anda Mackie hay que ver! En un día de verano un cadáver se encontró; nadie supo de esa muerte, sólo Mackie se enteró. Samuel Maier y otros ricos nadie sabe dónde están; Mackie tiene sus riquezas, ¿pero quién lo probará? Jenny Towler fue encontrada con herida de puñal. ¿Quién su muerte produjera? ¡Sólo Mackie lo sabrá! ¿Y de Glite, carruajero, sabe alguien qué decir? “Hace tiempo no lo veo”, dice Mackie sin mentir. Y el incendio donde un niño hace días pereció, ¿sabe usted quién lo produjo? No lo diga: ¡Mackie no! Y la viuda jovencita, cuyo nombre saben bien, despertose ya violada; ¿Mackie, cómo pudo ser? ****Publicado en La ópera de dos centavos, Bertolt Brecht, trad. de Annie Reney y Onofre Lovero, colaboración Enrique Silberman, Ediciones Losange, Buenos Aires, 1957.

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Fotograf铆a del archivo de la Fundaci贸n Alfredo Zalce A.C.


Carta a mi padre Alfredo Zalce Papá, Papá querido… ¿Cómo estás? Quisiera tanto saber de ti… Han pasado diez años desde esa mañana de enero en la que nos despedimos porque te mudabas a la eternidad. Fue en tu cuarto; esa habitación casi monacal en uno de los extremos de la casona que construiste en función de la luz y de tus prioridades: grandísimo el estudio para albergar tórculos y mesas de trabajo para ti y tus alumnos y, por supuesto, para tus caballetes, tus cuadros y los moldes de las esculturas. Digamos que era apenas suficiente para tu torrente creativo. Quisiste amplios espacios para reunirnos alrededor de la mesa de la cocina y para charlar frente a la chimenea. Pero optaste por recámaras pequeñas donde sólo hubiera lo necesario: una cama, una silla, una mesa y libros y más libros. Recuerdo como si todo hubiera ocurrido hoy mismo. Estabas recostado y ni siquiera tus 95 años, cumplidos una semana antes, te parecían razón suficiente para estar en cama, como tampoco lo era el absoluto dolor en que vivías después de la muerte de tus dos hijos mayores. Y sin embargo ahí estabas… Habíamos hablado mucho y nos habíamos dicho todo. Después del beso hiciste un gesto de despedida con la mano y luego ésta volvió a sus costumbres: como si sostuviera un pincel, empezó a extender un color que sólo tú veías, dispuesto a darle vida a un cuadro que sólo fue tuyo. ¿Qué es de ti desde entonces? Pienso que juegas. Genio y figura por siempre y más allá. Desde chiquito eras así. Tenías cinco años cuando en tus paseos veías con curiosidad los muertos de la Decena Trágica. Eras todavía muy niño cuando hiciste un dibujo en cada mosaico blanco del patio de tu casa y no tuviste tiempo de solazarte en tu obra porque tu mamá te dio una tunda por “ensuciar” el piso recién lavado. Tenías 16 cuando anunciaste tu voluntad de ser pintor y ella puso el grito en el cielo. Poquito después Xavier Villaurrutia elogiaba tus “primeros” trazos y Diego Rivera te invitaba a ayudarlo en el mural del Palacio de Cortés, en Cuernavaca. Rondabas los veinte e Isabel Villaseñor y tú eran novios y, al decir de Lola Álvarez Bravo hacían bonita pareja. Juntos pintaban murales en Ayotla con la técnica del cemento coloreado que estabas ensayando y fundaban la Escuela de Pintura y Escultura de Taxco. Juntos siempre hasta que Eisenstein convenció a tu Chabela de ir a Hollywood a probar suerte como actriz. Tú ya te veías pintando por aquellos lares, pero ella rompió el noviazgo. ¡Qué viva México! Fue su debut y despedida. Pero tú estabas en pleno ascenso: tomabas clases con Emilio Amero y con Guillermo Ruiz. Jean Charlot te consideraba su colega; te iniciabas en la docencia, al poco fundabas la Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios, la famosa

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LEAR. Tenías exposiciones individuales y participabas en colectivas tanto en México como en el extranjero. El “Güero Zalce” por aquí y por allá. Te integraste a las Misiones Culturales promovidas por José Vasconcelos. Luego, con tus amigos Pablo O’Higgins y Leopoldo Méndez, fundarías el Taller de Gráfica Popular para renovar la gráfica mexicana y luchar contra el fascismo. Pintabas murales por doquier, tu obra se exhibía, las revistas se engalanaban con tus dibujos. No fue de buenas a primeras, no fue la crisis de los cuarenta, que recién habías cumplido, lo que te llevó a romper con todo para irte a vivir a Michoacán. Querías dedicarte únicamente a lo tuyo: a pintar, grabar, esculpir, hacer murales, compartir tus conocimientos. Por eso te instalaste en la entonces tranquila y apacible Morelia. Desde que recuerdo siempre te vi como un dios creador, trabaje y trabaje. Incluso los domingos. Cuando alguien te preguntaba cómo estabas, tu respuesta era: “Como siempre: trabajando. Bueno, no, porque el trabajo es algo tan feo que hasta pagan por hacerlo. Me dedico a lo que me gusta”. Seguro por eso fuiste tan longevo, más allá de tus hábitos: caminar mucho, comer frugalmente, dormir lo necesario, ni más, ni menos y disfrutar la vida y la vida son las amistades y los amores. No era miel sobre hojuelas, pero pintor al fin, sabías mirar el lado bueno de las cosas y al mal tiempo ponerle buena cara, nunca la otra mejilla. Tu repentina ausencia, es que, Papá, todos jurábamos que nos ibas a enterrar, ha sido una escuela. Más allá de iniciarme en la orfandad, más allá de sentir como el olor de tu pipa se desvanece, hubo que aprender sin ti, tuve que conocerte más allá de tus anécdotas de buen conversador: ir del padre añorado al artista, al Hombre, al Héroe, al dios creador y, a partir de eso, volverte a mirar, descubrirte y redescubrirte, admirarte amén de quererte. Un día, una ventana que daba a bugambilias y jacarandas a cual más cuajados de flores, sirvió para ver tu obra: miles de fotografías puestas sobre una mesa para hacer un libro sobre ti. Cientos de dibujos, grabados, repujados, apuntes, batiks, fragmentos de murales, cuadros. Ahí estabas de nuevo, vuelto miradas, ofreciéndonos lo que habías mirado y te había emocionado. Ese día sentí renacer en mí el complejo de Electra, hice mía aquella frase: “orgullo de mi nepotismo”. Ese día y muchos más me sentí flotar. Otro día llegó a la casa una persona, es decir un hombre con una máscara. Se dijo tu amigo y que por esa amistad tenía cuadros tuyos. Necesitaba venderlos, pedía se le certificara la autenticidad. Meloso mostraba cuadros malhechos, tan frescos los colores que aun manchaban las manos. Se ofendió cuando oyó la palabra “falsos”. Tiempo después apareció otra persona, también con una máscara para disimular su caradura. Se decía galerista, con larga expe-

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riencia. Tenía un comprador para un Zalce y quería un certificado de autenticidad. Se hizo bolas cuando se le pidió ver la obra, sacó unas fotos malas, un close-up de la firma. Hablaba y hablaba. No quiso oír cuando se le dijo que era falso. No entendió cuando se le habló del ritmo de la pincelada, ni cuando se le dijo que en los treinta del siglo XX todavía se pintaba al óleo y no con acrílico. Llegaban y llegaban personas. Una de ellas era constante, parecía que cada que terminaba un cuadro lo enseñaba a ver si por fin era chicle y pegaba. Incluso así lo expresó: “Es que ya te he traído más de una docena de cuadros, ya dame un certificado de autenticidad”. Como quien intercambia diez corcholatas por un pecsivaso. Pero la frase del pastel fue alguien que propuso hacer una exposición o un libro con la obra falsa. Decía que había recorrido el mundo, que nunca se había hecho algo semejante, que sería innovador, que pasaríamos a la historia como visionarios, mejor que vanguardistas… Papá, no supe si te estabas retorciendo en la tumba o la vida me retorcía, pero después de lo que le dije ya nunca volvió quizás porque aún no llega a donde le mandé a nombre tuyo y mío o porque de allá no hay boleto de regreso. No, no te preocupes, no te voy a hacer el inventario completo. Estas situaciones se repiten, cambian un poco los escenarios, los personajes y los diálogos, pero como las telenovelas, son en esencia lo mismo y tampoco valen la pena recordarse. Pero en esta carta, mezcla de nostalgia, diatriba y catarsis, prefiero contarte que vi unas películas que hubiera querido compartir y comentar contigo. Una es Medianoche en París de Woody Allen. La hubiéramos disfrutado tanto. El actor que interpreta a Picasso parece el mismísimo Pablo. No te digo más porque nunca soportaste que te contara una película antes de que la vieras… La otra se llama Modigliani. No sé decirte si me gustó, pero me impresionó mucho, muchísimo. Quizás por ese amor tan trágico de Amadeo y Jeanne, quizás por mi parecido físico con los retratos que él hizo de ella y que te hacía decir “Beatriz no es un Modigliani. Mis hijos son mis mejores obras”. Pa, te tengo que dejar… Anoche me hablaron de la posibilidad de un libro sobre tu obra. Haz que soplen los vientos a nuestro favor. Dicen que la despedida es el primer paso hacia el reencuentro. Sea pues. Si te beso, ahí donde estás ¿tu mano iniciará otro cuadro? Espero que sí.

Beatriz Zalce

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Sin título, fotografía de Eduardo Warnholtz.


Eduardo Warnholtz: la imagen y la psique David Gutiérrez Fuentes

C

uando entré a la casa-estudio-invernadero-jardín-laboratorio-galería-archivo de Eduardo Warnholtz, de inmediato tuve la percepción de que había buena vibra en el entorno; eso se siente. Aceptó colaborar con la revista, dar una entrevista y compartir su archivo. El proceso de selección de imágenes para este dossier fue rápido porque ya tenía conocimiento de su trabajo gracias a la Galería del Sur, y porque me había puesto a vagar por su página de internet. Andrés de Luna trajo a Eduardo como autor a la uam-Xochimilco para que se conociera aquí su obra. Fue Mariana Beltrán quien sugirió su participación en ranAzul.

¿La cámara para ti es un arma de acoso, un objeto de acercamiento al mundo, una máscara? ¿Sin ella te sientes desprotegido? Siempre he pensado que mi vulnerabilidad disminuye mediante el uso de algún escudo que me proteja de las circunstancias que me presenta la vida. La cámara fotográfica, paradójicamente, me vuelve un descarado que se atreve a ver más allá; me convierte en un voyerista con licencia para acosar a los demás de forma legítima, y, sí, por supuesto, a ver el mundo con otros ángulos. Las posibilidades de los objetivos de la cámara fotográfica nos acercan o alejan de las cosas o personas y nos dan la posibilidad de encontrar diferencias sustanciales con la visión normal del ojo. Para bien o para mal, el aparato fotográfico no deja de ser violento o dramático, porque nos acerca a objetos y sujetos, mediante algunas formas de asedio. Sin embargo, eso no excluye que la cámara, al ponerse en la cara, funcione también como una máscara que impide la

Warnholtz, es una persona con una formación sólida: egresado en Administración de la uvm, en psicología de la unam, cursó la maestría en arte en el Instituto Cultural Helénico, pero también es producto de sus pasiones y de su práctica en otras actividades. Las preguntas que amablemente contestó, se las fui formulando por la red, a manera de disparos, como los de la cámara fotográfica. Las respuestas regresaron a los pocos minutos. Al editar el material, quedé muy convencido del resultado; confieso que disfruté esta entrevista, dadas la sinceridad y la profundidad de Eduardo. Algo poco común en este trabajo.

verdadera comunicación humana. Es decir, la que se establece entre pares, la que va de mirada a mirada. La cámara sólo permite una relación unilateral, de objeto (aparato) a sujeto. ¡Qué contrariedad!, la cámara definitivamente protege, pero no ayuda a afrontar de manera suficiente la cruda realidad. Pese a que te desenvuelves en dos facetas (y doy por descontado aquí tu trabajo no artístico, mismo que se cuece aparte, aunque vivas de él) ¿cuál plano prefieres de los dos que constituyen el trabajo fotográfico artístico? El que se explica con la famosa frase de Villa: “primero disparo y después averiguo” o bien, la fotografía, llamémosle, estratégica. La que parte de varios aspectos: pensar detenidamente la escena, estudiar probablemente el ángulo, convenir con el objeto y sujeto fotografiado. Este tipo de imagen es posible que también requiera de modificaciones posteriores. Es decir, se trata de una segunda opción que plantea más exigencias.

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Definitivamente prefiero la segunda opción, la que tú denominas “estratégica”. Yo la aplico tanto para la fotografía comercial como para la autoral. En términos académicos es lo que se conoce como “pictorialismo” en oposición a la “fotografía directa”, en la cual no se acepta ningún tipo de intervención, con excepción del encuadre, el ángulo y el manejo de la exposición. Sin embargo, el “pictorialismo” se carga del lado de la intención expresiva del autor, independientemente de los resultados “realistas” que pueda arrojar un disparo fotográfico sin intervención alguna. Lo que aquí importa es “lo que yo quiera decir” y no “lo que alguien quiera que yo diga”. Es fundamental tener algo que decir, porque si no, lo mejor es callarse, no hacer nada; dejar la cámara en su maleta y hacer que descanse el dedo índice. Para ser fotógrafo no es necesario estar apretando un botón todo el tiempo. El “pictorialismo” está repleto de artilugios de la pintura, de hecho, los programas de manipulación digital tienen comandos como pincel, paleta de color, lápiz, brocha, desvanecedores, en fin, todo un abanico de herramientas para transformar una fotografía en otra más personalizada. El reencuadre, el empalme de imágenes; el aclaramiento y oscurecimiento; el blanco y negro o el color; que parezca antigua o actual… No te acabas las posibilidades. Pero cuidado, el uso y abuso de las herramientas te puede arrojar al vacío; es decir, a que el programa te domine, te esclavice y te haga softwaredependiente. Por esta razón, contrariamente a lo que parece, la fotografía es una actividad muy complicada y digna de estudiarse en una escuela y no en un folleto. La fotografía de autor o expresiva surge del estudio y no de la improvisación. Lo paradójico es que la mercadotecnia, desde que la fotografía se publicita, se encarga de convencer al consumidor de que compre periódicamente programas de cómputo, aparatos y equipos fotográficos. Los publicistas hacen creer al público que la fotografía es un acto simple y sin ninguna complicación. Pero te preciso, no estoy en contra de la “fotografía directa”, por ejemplo, del buen fotoperiodismo y fotodocumentalismo, lo que ubico en un plano diferente, es lo que llamamos “fotografía de aficionado”, concebido este último como “un pequeño ser humano” convertido en “un gran dedo”. Puedo equivocarme, pero tu secuencia “Acoso”, desplegada en el dossier, parece más intuitiva que estratégica. Me encanta esa serie aunque la siento emparentada con el “primero disparo y después averiguo.” ¿Qué me dices de ella? Más allá de la tendencia en la que esté inscrita, aquí se hace

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muy visible eso de lo que hablamos en la primer pregunta: la cámara como elemento de acoso. Parcialmente tienes razón. La serie “Acoso” es intuitiva pero también estratégica. Las circunstancias fueron totalmente fortuitas, si partimos de la base de que yo estoy acostumbrado a construir o producir mis proyectos autorales y en este caso no tenía ni idea de que podría crear algo así, casi “de la nada”. Te explico el contexto: me encontraba en el café de un cine esperando a unos músicos para hacerles un registro fotográfico para un casting. Por lo tanto, no requería de más equipo que una cámara semi-profesional, que llevaba en ese momento (te aclaro que a pesar de ser fotógrafo no siempre voy cargando todo el equipo). En un principio me atrapó la luz que entraba de forma lateral hacia el interior del inmueble; ya sabrás: luces, formas, espacio, perspectiva. Lo único que quería era pasar el tiempo con un panqué, un café, un libro y la cámara ahí, sobre la mesita. Sin embargo, cuando me di cuenta, ahí estaba una mujer leyendo. Entonces la inquietud recurrente de jugar con composiciones simplonas se convirtió en una “estrategia” –como tu la denominas–; mi foco mental cambió radicalmente, me concentré en aquella persona, sola, atractiva, supongo que intelectual; algo había en ella que centró mi afecto. Pero tampoco me interesaba acercarme para saber quién era, cómo se llamaba, qué leía, o para que me diera su teléfono con el objeto de ligármela después, no, en realidad yo no soy así. Sin embargo, ¡eureka!, ahí estaba el rifle cazador de imágenes con su pequeño telefoto ¡Y manos a la obra!, esta presa es mía, y si le sumamos el aspecto formal y compositivo, pues listo, ya está la foto y la serie completa. Lo cierto es que al editar las fotografías, reflexioné acerca de lo que sucedió en el acto de hacer click. Lo que pasó fue algo que siempre les reclamo a mis alumnos. Si quieren retratar personas, enfréntenlas. Yo no lo hice, me aproveché de la distancia, simplemente me acobardé. Utilicé, en este caso, a una mujer para salirme con la mía. No sé si la chica se dio cuenta o no; las imágenes ayudan a creer que sí, pero todo permanecerá en los márgenes de una simple conjetura. Lo cierto es que utilicé la cámara como un arma y a la mujer como una presa. Ella no está colgada en una pared, pero sí en mi página de internet y en esta publicación. Ahora bien, como la estrategia no está peleada con la intuición ni viceversa, habrá que reconocer que las imágenes fueron mejoradas –formalmente– en la computadora. Desde que uso programas de manipulación fotográfica, hace ya mucho tiempo, nunca las dejo tal como salen de la


cámara, porque no confío en éstas, considero que con trabajo las puedo mejorar. Tú también eres psicólogo. Buena parte de tu trabajo tiene simbolismos ligados con el psicoanálisis. ¿Es totalmente fortuita la elección de tu carrera? ¿La fotografía te llevó al estudio académico de la psicología o al revés? ¿Qué me dices de la serie “Esquizofrenia”? La psicología me ha atraído desde hace muchos años. Comencé a interesarme y practicarla impartiendo cursos a jóvenes universitarios; el objetivo era el desarrollo humano. Ahí conocí la psicología humanista representada por Víctor Frankl, Carl Rogers, Erich Fromm, por mencionar algunos. Después, con la primera licenciatura que cursé me dirigí hacia la psicología industrial, dado que era lo más próximo a la psicología dentro de la carrera de administración. Mi tesis la realicé sobre el tema del clima laboral. Así comencé a trabajar en capacitación, reclutamiento y selección. Al final fui consultor en clima organizacional. Al mismo tiempo que estudiaba la carrera de administración, estudié la carrera de fotografía. Y en ese proceso me di cuenta de que me atraía más esta última. Es decir, opté por el estudio de la imagen, pero necesitaba buscar la forma de combinar la fotografía con la psicología. Tarde o temprano encontré la forma de ilustrar las teorías del desarrollo de la libido de Freud. Comencé con la etapa oral y la metí a concursar a la Bienal de Fotografía. Quedé sorprendido al quedar con mención honorífica, pero lo peor fue tener que contestar una multitud de preguntas a la prensa: ¿cómo justifiqué mi proyecto?, ¿por qué realicé la obra? En ese momento me percaté que necesitaba estudiar la carrera de psicología clínica. Sin embargo, más que dedicarme a ser psicólogo profesional, mi trabajo artístico continuó con esta combinación, con una marcada inclinación hacia la comprensión del psicoanálisis y la psicología del arte. Yo sigo siendo fotógrafo y, actualmente tengo una maestría en arte especializada en análisis y crítica fotográfica. La serie “Esquizofrenia” es una especie de consecuencia de lo anterior. Originalmente, las fotografías no se tomaron para hacer un trabajo secuencial. No, las tomas se realizaron para un alumno que quería regalarle una fotografía impresa a su novia. Este alumno no era aceptado por sus compañeros debido a un problema de drogadicción. Siempre andaba solo. Yo accedí a trabajar con él, nos pusimos de acuerdo y se vistió de etiqueta, como “punk”. Le maquillé la cara de plateado y luego escogió la foto que más le agradó. Años después, ya como estudiante de psicología, se me ocurrió

hacer la serie “Esquizofrenia”. Traté las fotografías en el laboratorio y busqué accidentes controlados con agentes químicos. El resultado fue estupendo ya que los químicos, en el clímax de la serie, hicieron parecer que el sujeto rompía con su entendimiento o razón. Mediante la manipulación de las imágenes “aparece” el transtorno mental crónico. Difícilmente se puede decir que el tipo es consciente de la realidad, sería más factible creer que su conducta, significativamente, tiene una disfunción social. La serie en la que resulta muy visible la manipulación fotográfica, en este caso con programa y no con químicos, es la de “La historia de México” que realizaste a partir de intervenir una fotografía del espacio escultórico de Ciudad Universitaria. Primero el lago con el nopal, luego el águila con la serpiente como metáfora civilizatoria y finalmente una suerte de Apocalipsis. Estoy convencido de que el arte moderno está obligado a ser crítico. Pero muchos le llaman a esa crítica, pesimismo. ¿Cuáles son tus válvulas de escape? Me hablabas de que formas parte de un Taller de (clown) que incluso tiene presentaciones. Te confieso que al principio me sorprendí, pero luego pensé que debe ser una actividad muy liberadora. Parece muy atrevido combinar dos conceptos: la serie “La historia de México” con mi actividad en el clown. En primer lugar te platicaré por qué me interesa ser un clown. Yo sufro de una enfermedad incurable que me diagnosticaron aproximadamente hace tres años, se llama artritis reumatoide sistémica combinada con fibromialgia. Ahora el padecimiento está controlado con medicamentos y ejercicio, pero también he buscado actividades que me ayuden a entender y a sobrellevar mis achaques. Una de éstas fue inscribirme hace tres años a un curso de clown y la vida me cambió radicalmente. He aprendido a ser un estúpido y a reírme de mí mismo. La vida personal no es tan trágica como uno la cree, puede ser tan simple como se quiera. El descubrimiento del idiota que llevo dentro me ha ayudado a enfrentar la vida con otra cara, con otra actitud y con mucho más paciencia. Ya había buscado otras cosas como los masajes, los spas, las hiperventilaciones, las pomadas, el yoga, el tai chi, cursos de desarrollo humano, psicoterapia, hasta fui alguna vez con una bruja. Pero nada como el clown o la formación actoral. Porque ésta nos enseña que toda la vida está envuelta en un verdadero drama, una cruda realidad y una agresión constante. Mi visión del mundo y de mi país parte de la percepción gradual de su deterioro. No necesito ir muy lejos: cuando salgo a trabajar y saco el automóvil de la cochera, me topo con una bolsa con pañales sucios que alguien dejó sobre mi

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banqueta. Tengo unos cipreses muy altos afuera de mi casa y entre el ramaje de éstos me encuentro constantemente con botellas de alcohol, refresco o bolsas de papitas. Junto a mi casa hay un terreno baldío y el dueño nunca se para por ahí. En este lugar han arrojado cachorros vivos, basura a montones e incluso, hace unos cuantos años, una mujer acuchillada. Cualquiera que lea esto ha de pensar que vivo en un cuchitril y no es así, vivo en una zona residencial. No quiero ser pesimista, pero cada vez nos multiplicamos más y más, y la producción de abastos, oportunidades de trabajo, educación, servicios, es menor. El pastel sigue siendo del mismo tamaño desde hace muchas décadas y las rebanadas, por lo tanto, a unos pocos les siguen tocando gruesas, a otros cada vez más delgadas, y a la mayoría ya no le toca nada. Con la serie “La historia de México” quiero hacer esta reflexión, si tu quieres, apocalíptica o pesimista. Yo sólo quiero plantear que los recursos obtenidos de la naturaleza nos los estamos acabando de manera indiscriminada. A veces con ingenuidad, pero la mayoría de las ocasiones con alevosía y ventaja. De la misma forma hemos seguido reproduciéndonos como conejos, con el respeto que éstos me merecen. Tratar de vivir una vida de calidad en cuerpo y mente, es cada vez más difícil porque hemos perdido la brújula, comemos porquerías, respiramos elevadas cantidades de contaminación, somos altamente sedentarios, además de ser presas hipnóticas de computadoras, televisiones y tabletas electrónicas que nos idiotizan gran parte del día. Cuando necesitamos comunicarnos humanamente, creemos que lo hacemos con los celulares, vivimos como en una lata de sardinas: todos pegaditos, pero nadie se comunica con nadie a menos que sea digitalmente y a distancia. La formación actoral y el clown me han facilitado entender lo anterior y he aprendido a reírme de todo esto. Sí, efectivamente, soy un payaso con una cámara fotográfica que se carcajea de la vida y de la desgracia, del eros y el tánatos, del amor y la muerte. Como diría Cristina Pacheco: “aquí nos tocó vivir”. ¿Por qué en las sesiones fotográficas es más fácil que la mujer se desnude que el hombre? Estoy pensando, por supuesto, en la fotografía y en la modelo de “La línea del arte” que ilustró muy bien el tema de uno de nuestros artículos, dicho sea de paso. Habrá que preguntarse por qué uno se desnuda públicamente; es obvio que la respuesta se encuentra en la relación perversa que existe entre el vouyerismo y el exhibicionismo. ¿A quién le gusta ver y a quién le gusta que lo vean? También está en juego la necesidad histriónica y la necesidad de

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reconocimiento de cada persona. Algunos queremos que nos quieran y otros queremos que nos acepten; a partir de esto, hacemos esfuerzos sobrehumanos para lograr un objetivo, de tal forma que obtenemos el reconocimiento de los demás y, en ciertas ocasiones, hacemos verdaderas puestas en escena, lo que de manera coloquial se conoce como “panchos”, para que la gente nos apapache o nos ame –antiguamente a este fenómeno lo llamábamos histeria–. Aunque para mí se trata de fenómenos emparentados con la búsqueda del afecto, de reconocimiento. ¿Qué tanto nos encueramos para lograr uno u otro objetivo? Que nos quieran o que nos reconozcan, ya sea porque estamos bien marcados del estómago, o porque nos caemos de buenas, o porque queremos inspirar conmiseración. El problema radica en la necesidad de detectar huecos y en la ilusión de llenarlos. Se ha estudiado mucho cómo somos los hombres y cómo somos las mujeres. Según el sociólogo Francesco Alberoni, a los hombres nos gustan las mujeres en pedacitos, nuestra inquietud sexual está segmentada: chichis, nalgas, piernas; sin embargo, a las mujeres les interesan los hombres en su totalidad; no tanto si tienen buen pecho o buena nalga, sino que sea un hombre íntegro en el aspecto, por decirlo de alguna manera, físico-socio-económico. Así, la mujer piensa en la continuidad ideal en la relación con un hombre y este último en la discontinuidad de la relación con cualquier mujer; en este caso, con la imagen de un fragmento de su cuerpo. En la fotografía de “La línea del arte”, la modelo llegó a mi estudio porque estuve preguntando si alguien sabía de alguna mujer obesa que quisiera fotografiarse desnuda. Obviamente nadie quería; una amiga le dijo a otra amiga que un fotógrafo la quería retratar desnuda, ella contestó que sí, pero en broma. Me pasaron sus datos y yo le llamé. La convencí, y la primera vez que nos citamos en el estudio, me dejó plantado. La segunda vez que la cité fui por ella a su casa y la traje al estudio. Comencé a fotografiarla y a hacer polaroids. En la medida que yo me entusiasmaba con los resultados del desnudo, ella se ponía cada vez más seria –y supongo que triste– al ver los resultados. No fue fácil para ella verse reflejada en las fotos instantáneas, pero para mí, fue una revelación el hecho de que la sesión resultara tan dramática. El enfrentamiento con la obesidad que tuvimos ambos fue de choque; el resultado de esto se puede apreciar en la imagen final. La gordura puesta en una vitrina pública. A la chica que hizo de modelo le ofrecí una reproducción de la fotografía. Ella se negó a recibirla porque no quería tener otro espejo que le recordara su sobrepeso. Curiosamen-


te, sí me pidió una imagen de 24 x 30 pulgadas del desnudo de un amigo que tenía colgada en una pared de mi estudio. En un mundo de satisfacciones inmediatas, o inmediatistas como dicen los sociólogos cuando quieren enfatizar las repercusiones negativas de algunos términos, la tendencia al olvido, la dispersión y la frivolidad, modelan el mercado y las modas. Me parece que la idea de trascender todo esto a través del arte puede antojarse utópica. Te has puesto a reflexionar a qué aspiras con tu fotografía. ¿Está implícita la idea de transcendencia o renunciaste a ella? Lo primero que me vino a la mente al leer tu pregunta fue el sociólogo Gilles Lipovetsky. Él dice que la sociedad actual busca una renovación precipitada y que su característica inherente es la caducidad sistemática, sobre todo en cuestión del tratamiento de imagen a partir del concepto del espectáculo y de la diferenciación entre los seres humanos. De esta forma, se institucionaliza el consumo que busca cambiar nuestra imagen y nos permite “diferenciarnos” de la mayoría. La sociedad consumista se vuelve como un estómago gigante que busca llenarse a partir de necesidades artificiales por medio de un hipercontrol de la vida privada; de tal forma que nuestras “vidas privadas” cotidianas, a pesar nuestro, se encuentran programadas de antemano. Conceptos como “individualidad” y “vida social” se manipulan dramáticamente, y se transforman en una ilusión y un artificio al servicio de las clases dominantes. Cuando reflexiono acerca de mi trabajo de autor, no pienso que a cualquiera vaya a gustarle, si alguien se interesa en comprarlo o publicarlo. En realidad no pienso que este trabajo tenga una fecha de caducidad, ni tampoco que vaya a influir en la programación de nuestra sociedad. La fotografía es uno de tantos medios que existen para expresarse; yo he aprendido a hacerlo, no obstante que la fotografía no goza del dinamismo expresivo que tiene, por ejemplo, la danza, la música, el teatro, o la imagen en movimiento. Por eso a la fotografía, como imagen estática, le debo un respeto infinito cuando algún colega logra expresar algo profundo. De lo contrario se puede pensar que la imagen la hizo un aparato, a pesar de la intervención del hombre y de que, efectivamente, cumple con el objetivo de meterse en nuestras vidas privadas y cambiar nuestros gustos a placer dentro de una burbuja de ilusiones y ficciones.

Con base en la teoría de la formación actoral que me ha brindado el maestro Luis Ibar, me permitiré hacer una analogía con la fotografía. Expresarse a través de las imágenes fotográficas es complicado, se tiene que estudiar la técnica exhaustivamente y eso nos da la estructura de nuestro trabajo, sería el equivalente a nuestra piel. De ahí, buscamos donarle nuestra sangre a los proyectos u obras convirtiéndolas en algo único e irrepetible; algo que sólo nosotros somos capaces de hacer, nadie más lo haría de la misma forma, es nuestra huella, nuestro sello. Finalmente, al proyecto autoral le faltaría nuestro espíritu, eso es algo que ningún profesor, ninguna escuela y ningún libro nos puede dar; por lo tanto, si un proyecto fotográfico trasciende, es porque tenía que hacerlo; porque cubría con los tres requisitos: piel, sangre y espíritu. Yo no sé si mis imágenes de autor cumplen con estos elementos, yo las realizo con toda la profundidad que puedo alcanzar; sin embargo, como un creador que genera imágenes, al soltarlas al juicio y valoración de los espectadores, termina mi trabajo y la obra empieza a ser parte de quien la mira, y hace uso y lectura de ella. Ahí radica la trascendencia del trabajo o su posibilidad a terminar en el basurero del olvido. Lo cual no implica que quiera renunciar a la idea de expresarme, sea cual sea el medio: como fotógrafo, como pintor, como escritor, como payaso, como actor, como músico, como poeta, como me dé la gana. Lo que me importa sobremanera es no dejar las ideas encerradas en un cajón; sería similar a saberse con una voz excelente y sólo cantar en la regadera. Las imágenes, cuando fluyen en la sociedad, corren el riesgo de convertirse en artículos de consumo. Algo que en un comienzo se hizo con la finalidad de expresión personal, puede ser arrebatado por los publicistas para generar ganancias económicas y un cambio en las conductas del consumidor. Contra esto, la única solución es no mirar atrás y seguir expresándose, seguir creando y seguir creyendo en lo que uno es y en nuestras propias capacidades. Dice una canción jarocha: “el que va de camino, va caminando, el que se queda, queda, siempre pensando”.

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El instante perfecto

Sin título, fotografía de Eduardo Warnholtz.

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on el avance tecnológico, cualquiera cree que basta con tener una buena cámara para conseguir la mejor imagen fotográfica. Pero a fin de cuentas la fotografía no depende solamente de eso. Hay que tomar en consideración que en la producción de una imagen intervienen muchos factores. En ese algo que el autor contempla antes de dar el click, y que va a plasmarse en un resultado visual, de lo que se trata es de lograr conjuntar en una impresión, el encuadre, la luz, las sombras, el objeto y al sujeto mismo que toma la foto.

Mariana Beltrán

La selección de imágenes de la obra de Eduardo Warnholtz para este número de ranAzul se caracteriza por esa magia cargada de símbolos que nos confronta con nuestras emociones, en ese instante perfecto que retrata el fotógrafo. En la serie que ofrecemos, el manejo de la simetría de las imágenes arroja una gama de texturas exquisitas, donde el espacio deja de verse como tal para convertirse en una sugerente propuesta fractal. La variada muestra de la obra de Warnholtz nos brinda la oportunidad de conocer distintas facetas del artista y asomarnos a su rica producción iconográfica.


Dossier grรกfico

Eduardo Warnholtz

Acoso


Nina y Sebastiรกn

Siete hijos de la noche


La Historia de MĂŠxico

TGV


Ezquizofrenia


Flare


rrarros


rrarros


Ton père n´est pas vitrier (La carne de burro no es transparente)




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