Las otras muertes de Sherlock Holmes

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IGNACIO CABALLERO GARCÍA BLANCA GAGO DOMÍNGUEZ

Rara Avis Retablo de imposturas

Montesinos



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SUMARIO

Roberto Bolaño y las actas Belano Fernando Pessoa en A boca do Inferno El Clan Ulrich Las otras muertes de Sherlock Holmes Sylvia Beach & Co. La peau blanche de Juan Goytisolo El Club del Expurgo Ciudadano Breton El pacto de los manuscritos Cierta conjura Dadá Charles Baudelaire, poeta visionario malgré lui La bala errada El inventor delirante Epílogo Dramatis Personae, por Tolliver O’Neill


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A Juan Goytisolo


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Te cuidarás muy mucho de causarle mal alguno a un personaje tan agradable como el señor Holmes. MARY FOLEY, madre de A.C. DOYLE

El canon holmesiano no da cuenta de la definitiva muerte de Sherlock Holmes: su autor falleció sin ofrecer dato alguno acerca de los momentos postreros del personaje. Tan sólo un simulado fallecimiento en cierto abismo suizo se narra a lo largo de los sesenta relatos que conforman dicho canon. ¿Fue ésta la única circunstancia en que el detective más famoso del mundo tuvo que confrontar su ingenio al de la temible parca? Recientes investigaciones en torno al archivo histórico John Murray desvelan que Arthur Conan Doyle acabó violentamente con la vida del personaje que lo tenía esclavizado en al menos doce ocasiones. Es bien sabido que el mayor enemigo al que tuvo que enfrentarse Sherlock Holmes no fue, como a veces se opina, el profesor James Moriarty. Cualquier grado de animadversión que éste fuera capaz de profesar hacia el detective consultor era, sin duda, ampliamente superado por el padre de ambos personajes: el caballero Arthur Conan Doyle. El autor escocés realizó el primero de los intentos de asesinato de su más famosa 45


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criatura en diciembre de 1893 desde las páginas de The Strand Magazine. En El problema final, un arrasado Watson nos ofrece el pormenorizado relato de los terribles acontecimientos en los que Holmes y él mismo se vieron envueltos al tratar de cercenar la carrera delictiva del malvado Napoleón del Crimen, James Moriarty. Las circunstancias relatadas por el buen doctor terminan por cobrarse la vida del inolvidable investigador, despeñado en las cataratas de Reichenbach junto a su Némesis. Una vez publicado el cuento, Gran Bretaña muestra sin reparo su luto y Arthur Conan Doyle se marcha de vacaciones. Hacía tiempo que Doyle perseguía acabar con Holmes. Sentía que junto a su personaje iniciaba el estrecho camino del encasillamiento. Consideraba las aventuras del detective entre lo más bajo de su producción y siempre deseó consagrar su tiempo a lo que creía eran tareas literariamente más elevadas. A lo ancho del Imperio, fúnebres cartas de desgarro comienzan a aparecer en periódicos y revistas, notables de las más variadas profesiones publican artículos donde suplican la vuelta del venerado sabueso, en casa de los Doyle se reciben misivas insultantes cuando no directamente amenazadoras, e incluso se rumorea que la querida madre de Arthur ha retirado la palabra a su hijo hasta que éste se avenga a resucitarlo. El clamor no hizo sino convencer a Doyle de una triste realidad: el personaje lo había anulado completamente, y él apenas se podía considerar una molesta anécdota en la vida de Holmes. En 1903 la presión pública, sumada a factores económicos, acaba por quebrantar la aparentemente indomable voluntad de Arthur Conan Doyle, que concede resucitar al personaje. Per46


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dida la batalla frente a su tiránica criatura, Arthur decide que por cada relato que se vea forzado a escribir para el detective, redactará otro en secreto en donde Holmes, invariablemente, acabe muerto de forma mucho menos digna que aquélla en Reichenbach. En realidad, esta depurativa idea había nacido años atrás, alrededor de 1893, durante un breve período de tiempo que Arthur Conan Doyle y James Barrie, autor de Peter Pan, compartieron en Kirriemuir, Escocia, donde vivía éste último. Fueron días muy intensos, en los que escribieron una opereta llamada Jane Annie, or The Good Conduct Prize. En un principio, la pieza era un encargo para Barrie, pero éste pasaba por un mal momento físico y anímico y, al verse incapaz de cumplir el encargo, acudió a su amigo Arthur, que no dudó en ayudarlo a escribir una obra que ambos acabarían adorando pero que la crítica vapuleó sin miramientos. Fue entonces cuando Sir Arthur confesó a su amigo el odio que sentía hacia el detective y sus planes para terminar de una vez por todas con el personaje. Barrie entonces propuso que, para evitar tan drástica medida, podría escribir algún relato depurativo en el que Holmes fuera levemente vejado. Nadie tendría que conocer estas tramas, y él mismo se comprometió a custodiar estas obritas. Recordando este consejo, diez años después, Arthur pudo hacer de tripas corazón y devolver la vida a Sherlock Holmes, a quien Barrie había ya parodiado en La aventura de los dos colaboradores. En este relato, dos hombres visitan al detective para exponerle el caso de una opereta que el público, inexplicablemente, no acude a ver en masa. Fue la contribución del escritor al proceso de denigración que ambos amigos compar47


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tieron hasta la muerte de Doyle, en 1930, y a la que Barrie sólo sobrevivió siete años. De este sano ardid depurativo conocemos tan sólo doce contra-relatos —o, como los ha dado en llamar algún crítico en un arrebato melodramático, “Relatos Negros”. He aquí una muestra escogida de estas historias: La aventura del mirlo ciego. Narrado por Watson, fechado en 1923. Esta aventura transcurre durante la primavera y el verano de 1919. El gobierno de Su Majestad saca a Holmes de su retiro en Sussex para realizar una delicada tarea diplomática durante la firma del tratado de Versalles. Todo sale mal: desde buen principio y debido a la desastrosa ingerencia de un ya decrépito detective, las relaciones entre Clemenceau y el presidente Wilson empeoran hasta tal punto que casi se echan a perder meses de negociaciones. Holmes decide no regresar a Sussex y se traslada a vivir al Club Diógenes. Tres años más tarde, el ujier de tarde lo encuentra muerto en un viejo sillón. La aventura del gaitero defenestrado. Narrado por Watson, este relato no está fechado. Se trata sin duda del más virulento y desolador de cuantos conforman esta extraña serie. Gracias a una conjunción de azares y casualidades, Watson descubre que a lo largo de los años, una misma mano ha cubierto con negra sombra la muerte de sus dos primeras esposas. Tras una minuciosa investigación, descubre aterrorizado que el culpable no es otro que su querido amigo Sherlock Holmes. El doctor visita a su antiguo compañero en la casita que éste posee al sur de los Downs para pedir explicaciones. La fría racionalización del hecho delictivo y las egoístas razones que Holmes esgrime aquí representan sin duda uno de los más intensos momentos de la 48




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