El invertor delirante (Fragmento)

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IGNACIO CABALLERO GARCÍA BLANCA GAGO DOMÍNGUEZ

Rara Avis Retablo de imposturas

Montesinos



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SUMARIO

Roberto Bolaño y las actas Belano Fernando Pessoa en A boca do Inferno El Clan Ulrich Las otras muertes de Sherlock Holmes Sylvia Beach & Co. La peau blanche de Juan Goytisolo El Club del Expurgo Ciudadano Breton El pacto de los manuscritos Cierta conjura Dadá Charles Baudelaire, poeta visionario malgré lui La bala errada El inventor delirante Epílogo Dramatis Personae, por Tolliver O’Neill


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A Juan Goytisolo


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El inventor delirante


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Cuidado, lector, seas quien seas, si quieres proseguir, no lo hagas sin haber comprendido cuán seria es esta obra; si no, podrías reírte y tal vez tu risa fuera necia e idiota. JEAN-PIERRE BRISSET

En 1978, a la edad de cincuenta y ocho años, Juan Rodolfo Wilcock muere en su casa de Lubriano, en el alto Lazio. Este argentino, que tanto se esforzó en adoptar la profesión de italiano, dejó tras de sí una delirante obra literaria que discurre por insólitos senderos transculturales: publicó poesía, teatro y crítica; tradujo al italiano a Joyce, Kafka y Beckett; practicó el periodismo, la edición y la narrativa. En 1957, cuando empieza a ser conocido y acaso maldecido en el universo de las letras argentinas, se exilia por aparentes motivos políticos en Italia y, en un asombroso alarde de renuncia a su naturaleza, decide comenzar a escribir en italiano. La leyenda sobre este autor sólo puede calificarse de extravagante; todo lo que rodeó su vida y obra conserva esta orgullosa etiqueta. De entre sus muchas facetas y facultades, destaca una de inverosímil audacia, de la que se sirvieron un puñado de editores sin escrúpulos para articular el mayor fraude literario que la historia editorial haya conocido. Desde mediados de los años cincuenta, se podía encontrar en los tarjeteros de varias editoriales europeas la siguiente 153



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editores gustan de poseer en sus catálogos algún que otro heteróclito o Raro Autor que complazca a esa diminuta parcela de mercado que son los académicos, intelectuales y recensionistas —aquéllos que dedican sus esfuerzos a la búsqueda de caprichos literarios y practican la caza del ave rara. Tras un insistente manoseo de congresos, mesas redondas, columnas dominicales y artículos especializados, el Raro Autor terminará invariablemente amaestrado y mustio. Por supuesto, nunca reportará cifras significativas de ventas —su valor es testimonial—, pero dotará a la editorial de cierto renombre. Un encuentro feliz sería aquél en el que participaran un editor sin escrúpulos en busca de su heteróclito y Wilcock, creador de utopistas imposibles y alienados geniales, generador de imposturas, amante de la confusión cultural... y poeta. Nunca un inventario de autores creados por Wilcock logrará ser completo, ya que la carestía de contratos o referencias escritas al engaño lo hace imposible —no hay que olvidar que la mayoría de transacciones entre el argentino y sus editorespatronos se realizaron bajo régimen de estricta palabra. Las pocas referencias que tratan el asunto provienen de las cartas halladas en la casa de Wilcock tras su muerte. No existe ningún comentario de los editores, que con buen juicio y astucia se deshicieron de las pruebas del fraude. A continuación ofrecemos una mínima muestra de algunos de los autores inventados por Wilcock que, por diversas razones, mayor calado han tenido en las redes culturales.

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