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Revista Letrónica de Ventoquipa Número 12 Octubre de 2013

Consejo Editorial: Alex Hernández

alherli3@yahoo.com

Pedro Flores

pedrolfloress@gmail.com

Roberto Torres

roberto_torres_mx@hotmail.com

Paco Olvera

pacolvera@yahoo.com

Joel González

joel.gonzalezm@live.com

Bernardo Marcellin bmarcellin@itweb.com.mx

Diseño de portada: Bassie

Fotografías: Felipe Kadik, Bassie y los autores.


Contenido Editorial

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De pinta a Ventoquipa Julio Verne, los viajes extraordinarios (Bernardo Marcellín)

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¡‘Ámonos pa’ Alemania! (Paco Olvera)

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What a Wonderful Town! (Paco Olvera)

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El viaje soñado Parte I (Alexandro Hernández)

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Haciéndole al Cuento Si 6 fuera 9 (Pedro Flores)

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Miodesopsias (Felipe Kadick)

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Inmortalidad (Felipe Kadick)

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Theatrum mundi (Felipe Kadick)

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La Sociedad de los Poetas Nonatos Reina (Alexandro Hernández)

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Writer Hero 137

Preguntas al viajar (Elizabeth Bishop, versión de A. Hernández)

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Mapa de Europa (Derek Walcott, versión de A. Hernández)

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Editorial El

describe sus andanzas por continente, mientras que en Wonderful Town!” nos relata descubriendo la ciudad a lo distintos viajes realizados en etapas y facetas de su vida.

número 12 de la revista Letrónica de

Ventoquipa está dedicado a una de las experiencias humanas más fantásticas: los viajes. Y decimos que es una experiencia fantástica no sólo en referencia a todo lo que podemos descubrir en ellos, sino también porque representa una vivencia única para cada viajero. Dos personas que realicen un mismo viaje de forma simultánea harán reportes completamente distintos de lo que vieron, como si se hubieran dirigido a destinos totalmente diferentes.

el Viejo “What a cómo fue largo de diferentes

De Felipe Kadik tenemos tres narraciones breves tituladas “Miodesopsias”, “Inmortalidad” y “Theatrum Mundi”, en las que el elemento anómalo se mezcla con el humor negro. Por su parte, Pedro Flores escribió “Si 6 fuera 9”, un texto cuya acción se ubica en un hotel, elemento central de todo viaje, especie de oasis que invita a reparar las fuerzas tras jornadas intensas, pero que sirve también para encuentros íntimos o para que el hombre se tope consigo mismo en la soledad, lejos del ámbito en que se desenvuelve de costumbre. El personaje de Pedro se halla en una encrucijada donde el mezcal, la ansiedad por la muerte y la música de Jimi Hendrix crean en torno a él una atmósfera de tensión creciente que lo llevará a tomar la decisión más importante de su existencia.

Hay quien viaja con el objetivo de conocer un lugar específico, mientras otros se van a ver qué encuentran. Un viaje puede servir para descansar, para distraerse, para evadirse de los problemas cotidianos. Existen viajes de negocios, en los que típicamente sólo se conocen el aeropuerto, el hotel y las oficinas donde se tiene que ir a trabajar, y también viajes de estudios, de placer... Se puede gozar de un crucero por el océano, recorrer las calles de una populosa urbe, escalar montañas, explorar zonas arqueológicas, alocarse al ir de compras a un centro comercial. Existen tantas posibilidades como individuos y destinos. Hay quien se especializa visitando siempre los mismos lugares, mientras otros prefieren conocer nuevas localidades. Se trata ante todo de una aventura personal, capaz de dejar su impronta para toda la vida.

Bernardo Marcellin nos presenta un panorama general de la obra de Julio Verne, un escritor que dedicó su obra entera a los viajes y donde la acción combina las aventuras con el descubrimiento del mundo, extendiendo así una invitación para que el lector siga sus pasos y conozca algo más allá de su realidad inmediata. RLV 12

A este respecto, Paco Olvera nos preparó unos textos sobre sus experiencias por diversos países. “Ámonos para Alemania”

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Finalmente, Alexandro Hernández incluyó dos textos en este número: “El viaje soñado”, donde nos describe sus impresiones de un reciente viaje a París, y “Reina”, que es un homenaje a Queen y, muy especialmente, a Freddie Mercury. Además, Alexandro nos ofrece la traducción de dos poemas. El primero, “Mapa de Europa”, es obra del Derek Walcott, escritor originario de la isla caribeña de Santa Lucía, galardonado con el Premio Nóbel de Literatura y conocido principalmente por su poema épico

Omeros. Los viajes constituyen uno de los temas centrales en su obra. La otra traducción es de un poema de la escritora norteamericana Elizabeth Bishop, mujer que recorrió gran parte del mundo y cuyas vivencias se reflejan en muchos de sus textos, de los cuales “Preguntas al viajar” es un buen ejemplo.

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En resumen, esperamos que estos textos induzcan a nuestros lectores a experimentar con la mejor parte de los viajes: el llevarlos a cabo.

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De pinta a Ventoquipa Julio Verne, los viajes extraordinarios Bernardo Marcellin

El

francés Julio Verne (1828-1905) es

Una de sus facetas más conocidas de este escritor es la ciencia ficción, en especial su conocido viaje a la luna o bien la expedición al fondo del mar a bordo del submarino Nautilus, bajo las órdenes del capitán Nemo. En realidad, si un verbo puede resumir la obra de Julio Verne éste sería viajar, al punto que sus narraciones han sido agrupadas bajo el título general de Los Viajes Extraordinarios. El corpus verniano, si se nos permite llamarlo así, conforma una gigantesca exploración del mundo entero y, en ocasiones, alcanzando localidades más allá de los confines del planeta. No parece existir un punto del globo terráqueo que no haya sido pisado por alguno de sus personajes. Hasta el aislado sultanato de Omán o el remoto reino africano de Loango fueron visitados por el capitán Antifer, en una de sus novelas menos conocidas.

El contexto histórico en el que se desenvuelven las narraciones de Julio Verne es la expansión colonial europea durante la segunda mitad del siglo XIX, cuando toda Oceanía, prácticamente la totalidad de África y grandes zonas de Asia fueron conquistadas, al tiempo que los exploradores europeos recorrían los territorios aún desconocidos. Sus novelas

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probablemente el autor de clásicos juveniles por excelencia. Sus cerca de ochenta novelas han sido leídas desde hace siglo y medio y siguen despertando el mismo interés que cuando fueron publicadas.


efectos” cinematográficos, seguramente le interesará saber que el Nautilus de Veinte Mil Leguas bajo el Mar fue concebido cerca de diez años antes de que se construyera el primer submarino, mientras que el cohete descrito en De la Tierra a la Luna no sólo se anticipó un siglo a las misiones Apolo sino que fue lanzado desde una ubicación muy cercana a Cabo Cañaveral. Adicionalmente, los cálculos hechos por Julio Verne sobre la velocidad de escape requerida por el vehículo para vencer la fuerza de gravedad terrestre han sido validados como correctos por los científicos de la N.A.S.A. A todo esto podemos sumar el Albatros, el barco volador que recorre los cielos en Robur el conquistador unos años antes de que Clemente Ader probara su avión y, desde luego, más de una década antes de las hazañas de los hermanos Wright. Más aún, en una época en que todavía se discutía la viabilidad de los aparatos voladores más pesados que el aire en oposición a los globos y los dirigibles, Julio Verne concluye su novela profetizando que el futuro pertenece a las aeronaves, no a los dirigibles. La saturación actual del espacio aéreo muestra qué tan atinada fue su visión, mientras que los globos sirven ahora sólo para pasear o como deporte. En Dueño del Mundo, secuela de la novela anterior, el misterioso Robur construyó un nuevo vehículo capaz de volar, navegar sobre o debajo de las aguas además de recorrer los caminos a gran velocidad, mientras que en Los Quinientos Millones de la Begún se asiste al lanzamiento accidental del primer satélite artificial: una bala lanzada por un cañón tan poderoso que la pone en órbita, con lo que Julio Verne se anticipó nuevamente cerca de

En estos libros de aventuras la acción es constante, con protagonistas intrépidos siempre dispuestos a enfrentar y vencer las dificultades. Los textos que conforman los Viajes extraordinarios son esencialmente optimistas: el hombre es capaz de remontar los obstáculos naturales o interpuestos por personas mal intencionadas. Hay aquí, desde luego, un afán educativo, como si se invitara a la juventud a conocer el mundo y a actuar con arrojo y honestidad.

Pese a que el desarrollo de las novelas gira siempre en torno a un viaje, el esquema narrativo puede variar grandemente. En muchas de ellas, en especial las relacionadas con la ciencia ficción, la acción depende principalmente del medio de transporte empleado. Si el lector del siglo XXI se siente más atraído hacia los avances tecnológicos y a los “grandes

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no constituyen una apología de la colonización, como muchas de las obras de Rudyard Kipling, por ejemplo, pero tampoco una denuncia de las invasiones y sus consecuencias para los pueblos de esos territorios, como sí lo es El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad. Lo que nos muestra Julio Verne es el interés por explorar del mundo y sólo ocasionalmente aparece alguna justificación de las acciones coloniales.


cien años a los sucesos tecnológicos reales. Y si bien no se refiere a la ciencia ficción propiamente dicha, en Viaje al Centro de la Tierra los protagonistas visualizan a lo lejos lo que les parece ser un rebaño de mastodontes pastoreados por un gigante. Una especie de intuición del gusto moderno por la fauna desaparecida y que diera origen al Parque Jurásico y otras películas de dinosaurios.

En sus novelas, los medios de transporte empleados no siempre representan un adelanto tecnológico que se haya materializado hoy en día, como lo muestra Cinco semanas en globo, su primera novela y la que le aseguró la fama, que relata una travesía por aire sobre el continente africano cuando era aún en gran parte desconocido para los europeos. De igual forma veremos en La Jangada a un rico hacendado de Iquitos descender el Amazonas a bordo de una gigantesca balsa que lleva consigo un pueblo completo, a un militar retirado cruzar la India en una confortable Casa de Vapor, o bien un grupo de millonarios surcar el Océano Pacífico a bordo de un navío de proporciones colosales en La Isla de Hélice.

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Su pasión por los avances científicos no cegaba al autor sobre los peligros que podían acarrear para la humanidad si no eran utilizados de forma apropiada. En el Secreto de Maston, continuación de De la Tierra a la Luna, el personaje principal sueña con disparar un cañón tan gigantesco que cambiaría el eje de rotación de la Tierra, sin preocuparse por la consecuencias devastadoras que tendría su capricho. Afortunadamente cometió un error de cálculo que le impidió comprender lo imposible de su empresa y todo termina en un inmenso chasco. El satélite de los Quinientos Millones de la Begún era originalmente un proyectil que debía aniquilar una ciudad cercana mientras que los experimentos del Doctor Ox pudieron haber envenenado a todos los habitantes de una zona urbana. Las visiones futuristas de Julio Verne, como París en el siglo XX, muestran bien que comprendía que el progreso científico no garantizaba la felicidad de la gente. Asimismo, en su cuento En el Siglo XXIX pronostica que la publicidad será proyectada en las nubes, lo que parecía anticipar la omnipresencia de los anuncios comerciales en nuestras ciudades.

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Los viajes no siempre se realizan de forma intencional, por cierto, y el medio de transporte puede resultar totalmente imprevisto. Los personajes de El País de las Pieles se ven arrastrados por el Océano Ártico con un sector de la costa que era en realidad un gran fragmento de hielo cubierto de tierra y vegetación y que fue desprendido por un temblor. El témpano amenaza además con derretirse al ser guiado por las corrientes hacia aguas más cálidas. Por su parte, los personajes de la novela Héctor Servadac viajan involuntariamente a través del sistema solar sobre la superficie de un cometa que rozó la Tierra y se llevó consigo ciertas comarcas de la zona del Mediterráneo (y, por suerte, una buena cantidad de oxígeno, lo que permite a los protagonistas sobrevivir hasta volver a casa tras haber llegado hasta las cercanías de Saturno).

Los elementos de ciencia ficción y la curiosidad que sentía por todo tipo de medios de transporte no debe llevarnos a olvidar que la verdadera pasión de Julio Verne eran los barcos, y en especial los veleros, gusto que trasmina en sus detalladas descripciones y en la narración de cómo los marineros navegan a través de un mar embravecido, maniobrando las velas para sortear las tempestades. Los naufragios son así escenas muy frecuentes en sus novelas. Pese a los progresos del siglo XIX, en la época de Julio Verne el barco seguía siendo el principal medio de transporte. Más aún, la navegación a vapor no acababa de imponerse y los veleros se encargaban todavía de un alto porcentaje de los viajes por mar.

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El autor gustaba mucho de Robinson Crusoe y del Robinson suizo, contribuyendo a su vez de forma destacada a desarrollar el subgénero literario de los náufragos con La Isla Misteriosa, Dos años de vacaciones y La Escuela de Robinsones. Por momentos, estas novelas llegan a parecer manuales de supervivencia en una isla desierta. Lo primero que importa es recuperar todo el material que se pueda del naufragio y encontrar un lugar apropiado para alojarse, dado que no se sabe cuánto tiempo se tendrá que permanecer allí. Una vez cubiertas las necesidades básicas, los náufragos buscan la forma de ir mejorando paulatinamente sus condiciones de vida. Adicionalmente, empiezan a visitar los diferentes rincones de la isla, para identificar con qué recursos cuenta, qué peligros –fieras o nativos- los amenazan. Todos los personajes son exploradores natos y ya sea de forma

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los marineros se comen el cuerpo de uno de sus compañeros que se suicidó y consideran luego la necesidad de echar a la suerte quién debe ser sacrificado luego. Sólo el descubrimiento sorpresivo de que se encuentran ya navegando sobre agua dulce, que proviene del Amazonas, evita que se consume el nuevo banquete antropófago.

En Un capitán de quince años, la acción del naufragio se ve complicada con el tema de la trata de esclavos, todavía vigente entonces en Angola, pero aun así subsiste la necesidad de explorar la costa a la que llegaron mientras no la han identificado como parte de África. Sólo en el caso de la novela El Chancellor, donde los sobrevivientes permanecen a bordo de una balsa en el océano Atlántico por varios días, queda descartada la posibilidad de explorar la comarca vecina (aunque sí exploraron el islote basáltico sobre el que encalló el barco). Al terminarse los víveres,

Las razones para emprender los viajes son múltiples: Miguel Strogoff es enviado por el zar a través de Siberia invadida por los tártaros comandados por el traidor Iván Ogareff; los hijos del capitán Grant dan la vuelta al mundo en busca de su padre, que sobrevivió a un naufragio pero cuyo mensaje enviado en una botella sólo conservó una parte de las coordenadas geográficas donde se encuentra la isla; Phileas Fogg requiere también dar la vuelta

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voluntaria, como en Cinco Semanas en globo, o bien forzados por las circunstancias, como los náufragos, les interesa conocer los territorios en los que se encuentran, un reflejo de esa mentalidad europea del siglo XIX que se lanzó a conocer –y colonizar- los territorios desconocidos de los otros continentes. Los náufragos proceden paso a paso, planeando sus exploraciones, cuidando siempre de no ser sorprendidos por algún peligro. Dentro del ámbito reducido de la isla, se mantiene la vocación de viajar, casi como si se tratara de una obligación de contribuir a un mejor conocimiento del mundo. Jamás olvidan la idea de volver a su patria, pero logran organizarse tan bien en la isla que por momentos parecen vivir una situación idílica. Finalmente, las condiciones se tornan dramáticas, forzándolos a buscar una forma desesperada de huir: el volcán que explota en la Isla Misteriosa, las fieras que se salen de control en La Escuela de Robinsones, los piratas que amenazan con acabar con la pequeña colonia de niños y adolescentes en Dos años de vacaciones.


al mundo, pero en sólo ochenta días, a fin de ganar una apuesta. Es la curiosidad científica la que lleva al profesor Lidenbrock y a su sobrino Axel a explorar los túneles que llevan al centro de la tierra. Kerabán no quiere pagar el nuevo impuesto para cruzar el Bósforo y decide mejor rodear el mar Negro para volver a casa. Estos libros no son una simple crónica de los hechos, sino que el autor aprovecha para realizar detalladas descripciones de los lugares por los que van pasando sus personajes. Asistimos así a la centenaria feria comercial de NizhniNovgorod, atestiguamos cómo manadas de búfalos cruzan las planicies norteamericanas, miramos el amanecer sobre los volcanes de Islandia, nos adentramos por las bulliciosas calles de Estambul.

Julio Verne mostró un gran interés por las zonas polares, que no habían sido aún exploradas en su época, al punto que se pensaba que podía existir un océano libre de hielos alrededor de los polos (puesto que ya se sabía que el punto más frío no coincidía con el eje de rotación de la Tierra). Esta teoría se materializa en Las aventuras del Capitán Hatteras, conquistador del polo Norte. En Veinte Mil Leguas bajo el Mar, el capitán Nemo pasa con el Nautilus por debajo de la banquisa hasta alcanzar el polo Sur, donde encuentra también el mar libre. La esfinge de los hielos es una secuela de Las aventuras de Arturo Gordon Pym, la novela de Edgar Allan Poe, uno de los autores favoritos de Julio Verne, y se desarrolla también en las regiones antárticas. En ninguno de estos dos últimos casos existe rastro de un continente antártico.

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Quizás el más extraño de estos viajes sea el narrado en El testamento de un Excéntrico: la última voluntad de un millonario que murió sin herederos es que se seleccione a seis ciudadanos de Estados Unidos que participarán en una versión modificada del Juego de la Oca. A cada uno de los estados del país se le asignó un número de casilla y el ejecutor testamentario debe lanzar periódicamente los dados para indicar a los participantes a dónde deben ir. Las localidades seleccionadas son por lo general de difícil acceso y los concursantes tienen un tiempo límite para llegar allí, que es donde sabrán cuál es su siguiente destino. A final de cuentas, de lo que se trata es encontrar motivos para viajar.

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también a Mistress Branican atravesando el desierto australiano en busca de su esposo que naufragó en una región remota, y a Paulina Barnett acompañando en El país de las pieles a los agentes de la Compañía de la Bahía de Hudson a fundar un fuerte en las orillas mismas del Océano Ártico. En cuando a los habitantes de los otros continentes, Julio Verne asume una posición relativamente moderada con respecto al punto de vista del europeo promedio de la época. Es cierto que casi todos los protagonistas principales de sus novelas son europeos, especialmente franceses, ingleses, alemanes o rusos, o bien norteamericanos. Una de las pocas excepciones es Kin-Fo, el protagonista de Las tribulaciones de un Chino en China. Pero no muestra un desprecio general hacia los hombres de color… al menos cuando éstos ya han sido civilizados por los europeos, como en el caso de Nab en La Isla Misteriosa, o de Moko en Dos Años de Vacaciones. Recordemos que la típica visión europea del siglo XIX se resume de forma bastante precisa en el poema de Rudyard Kipling, El fardo del hombre blanco, que invitaba a sus hermanos de raza a aceptar la misión que tenían de civilizar (y de paso colonizar) a los demás habitantes del planeta. El punto de vista de Julio Verne es esencialmente eurocéntrico, pero es capaz de aceptar que no sólo los blancos poseen virtudes. Por lo general, los hombres de otras razas no parecen desaventajados intelectualmente con respecto a los europeos y el cobarde sirviente negro Frycollin, que aparece en Robur el Conquistador, es una de las pocas excepciones. RLV 12

El mundo de Julio Verne es esencialmente masculino, y es que en su época trasladarse a destino lejanos conllevaba aún grandes riesgos que se consideraban impropios para una mujer. De hecho, en términos generales, en el siglo XIX se consideraba que a las mujeres les tocaba desempeñar un papel secundario en la sociedad. La cortesía a la que eran acreedoras conllevaba una fuerte dosis de desprecio. Ante una mujer que mostrara gran inteligencia, se decía, como si fuera un gran elogio, que poseía una mente masculina. No obstante, en este punto Julio Verne tiende a divergir con respecto a sus contemporáneos. Las mujeres de sus novelas no son personas débiles ni se parecen a las típicas histéricas que aparecen en las adaptaciones cinematográficas de sus libros –que sólo saben gritar frente a los peligros. Los personajes femeninos de Julio Verne, aunque poco frecuentes, demuestran gran firmeza ante las pruebas y son por lo general valientes e inteligentes. Podemos considerar como prototipo de estas mujeres a Nadia, la compañera de Miguel Strogoff, quien no dudó en su momento cruzar el territorio ocupado por los tártaros para ir a reunirse con su padre en el extremo oriental de Siberia. Y tenemos

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Pero cuando se trata de los habitantes de África, Oceanía o la India que aún no han recibido la benéfica influencia europea, la opinión cambia radicalmente. Allí están los traicioneros aborígenes australianos en Mistress Branican, o la escena de canibalismo entre los Maoríes en Los hijos del Capitán Grant, o bien el miedo sobrenatural que produce entre los Africanos la vista del aparato volante en Cinco Semanas en Globo. Los indios que aparecen en El soberbio Orinoco muestran aún mejor este contraste: los individuos que ya tuvieron contacto con la civilización occidental son pacíficos y confiables, mientras que los que permanecen aislados en la selva son agresivos y peligrosos. De igual forma, el inteligente Moko es excluido de las elecciones cuando los adolescentes de Dos años de vacaciones votan para elegir a su jefe, con la explícita indicación de que era negro. Así, de forma algo más moderada, Julio Verne también siente que los europeos tienen la misión de llevar los beneficios de la civilización a los demás habitantes del planeta (algo que también pensaban de alguna forma Maximiliano y Carlota cuando vinieron a México, por cierto). Como parte de su posición moderada, Julio Verne parece mirar con buenos ojos el mestizaje y en algunas de sus obras se dan matrimonios mixtos como parte del final feliz.

La obra de Julio Verne se compone, además de unas cuantas obras de teatro, de novelas y narraciones breves. Sólo compuso unos pocos ensayos y una obra de carácter histórico. Con los antecedentes que hemos expuesto, no debe sorprender que esta última sea una Historia de los Grandes viajes y los grandes viajeros, que narra las exploraciones llevadas a cabo desde la Antigüedad hasta el siglo XVII, dando especial énfasis a los viajes de Marco Polo, Cristóbal Colón y Vasco da Gama (notemos a este respecto que Julio Verne gustaba particularmente de Los RLV 12

Dentro de esta gigantesca obra, México aparece en cuando menos dos narraciones breves: Un drama en México, que fue su primer texto publicado, y en El eterno Adán, sombría historia que evoca la teoría del eterno retorno.

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Lusíadas de Camoens, narración épica de la expedición de Vasco da Gama).

El Secreto de Storitz, en cambio, se relaciona más con las historias donde predomina el misterio, pero se viaja poco, como El castillo de los Cárpatos o Las Indias Negras.

La última obra de Julio Verne que se publicó en vida de éste fue La invasión del mar, narración que retoma un proyecto abandonado por Ferdinand de Lesseps (el que cavó el canal de Suez y fracasó luego en Panamá) y que consistía en formar un mar interior dentro del Sahara, llenando una gran depresión natural con agua del Mediterráneo, misma que sería alimentada a través de un canal. Aquí la visión es mucho más cercana a la mentalidad colonial, ya que se supone que con la navegación comercial en este nuevo mar se lograría civilizar a las poblaciones del desierto, descritas, por cierto, en términos poco favorables. De forma póstuma, se publicaron varias novelas que fueron más o menos alteradas por el hijo del escritor a partir de los borradores que dejó su padre. De éstas, la más conocida es El faro del fin del mundo, historia de piratas en la Tierra del Fuego. Aunque el tema del viaje sigue siendo central, parece que el heredero modificó los textos para incluir una motivación económica a las expediciones ya que, a diferencia de la gran mayoría de las novelas anteriores, en muchos de estos nuevos libros el oro juega un papel central, como en La caza del meteoro, Los náufragos del Jonathan o El volcán de oro.

Los Viajes Extraordinarios constituyen una forma de divulgación científica y, más aún, geográfica. Contienen una abundante descripción de la vegetación y de la fauna de las comarcas visitadas. Se trata de una invitación a salir de casa, del país, y conocer el resto del mundo. Pese a su visión paternalista, ayudó a un mejor conocimiento entre los pueblos de diferentes regiones del mundo, incorporando muchos datos sobre las costumbres de los hombres de otros continentes (aunque esta información debe ser tomada con ciertas reservas). Son además textos muy bien escritos, al punto que obtuvieron el reconocimiento de la muy exigente Academia Francesa de la Lengua. Por todo lo anterior, además de la acción constante que las anima, estas novelas son un excelente punto para que los jóvenes (y los no tan jóvenes) se inicien en el ámbito de la literatura.

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En conclusión, Los Viajes Extraordinarios de Julio Verne bien podrían ser subtitulados: Conozca el mundo en ochenta libros.

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¡Ámonos pa’ Alemania! Paco Olvera

Decía

- Le quiero preguntar, ¿usted depositó unos boletos para el sorteo de un viaje al mundial en el video centro?

mi abuelita que unos corretean la

liebre y que otros sin correr la alcanzan. Un buen día llegué a la oficina de mi jefe y le hice la siguiente pregunta retórica:

- Si, lo hice, pero ¿están hablándole ustedes a todos los que depositamos boletos?

- ¿Quién consideras que sería más afortunado: un cuate que se gana un boleto para ir al mundial por comprar una Coca Cola o el cuñado de ese cuate al que invitan al mundial sin siquiera haber comprado la Coca Cola?

- No, en realidad no, le estamos llamando porque usted se ganó uno de los viajes que se han sorteado. Esa fue la parte inicial de la conversación en la que Luis mi cuñado se enteró que había ganado un viaje al mundial Alemania 2006 para ver el primer partido de la selección Nacional, con todos los gastos pagados para dos personas. La sorpresa fue mayúscula, pues en principio, ni si quiera pensaba depositar los boletos que le hicieron acreedor a tan maravilloso premio. Él fue al video centro a rentar unas películas, y al salir, compró un par de Coca Colas. Fue por la compra de los refrescos que le dijeron que tenía derecho a dos boletos, el los guardo en su bolsillo con indiferencia, y según relata, fue el dependiente de la tienda quién le dijo: "señor, llene sus boletos, ¿qué le cuesta? y ¡qué tal que gana!". Con más simpatía por la forma de insistir, que con la esperanza de ganar, Luis puso sus datos en los boletos y los depositó en la caja de cartón que hacía las funciones de urna; la verdad,

- ¿Y porque me preguntas eso? - Es que necesito pedir vacaciones. - No, no te autorizo nada (risas sarcásticas), ¡no te puedo creer!, ¿cuándo piensas largarte? - Pues si me autorizas las vacaciones, en 15 días. Por supuesto la aventura comenzó varios días antes, como siempre, en momentos y lugares que uno no podría prever. - Riiiinngggg - ¿Si quién es? - ¿Podría comunicarme con el señor Luis?

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- Si, el habla, ¿que se le ofrece? (estoy comiendo, ¡caramba!)

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es que hasta la llamada telefónica, se había olvidado de ellos.

nombre de quién utilizaría el boleto adicional al suyo que incluía el premio.

La noticia del fabuloso premio corrió como reguero de pólvora en la familia. No sólo se comprobaba que los fabulosos premios publicitados en la televisión eran ciertos, además ¡se lo había ganado alguien de la familia! En principio mi reacción se limitaba a pensar en la buena suerte de Luis y en la envidia que me daba (como dice mi amigo Rodrigo, envidia a secas, porque no existe tal cosa como la envidia de la buena). Pasaban los días y yo en realidad no me mantuve al tanto de las noticias, hasta que durante una fiesta familiar, alguien comentó que Luis aún no había encontrado o decidido quién lo acompañaría: su mujer estaba embarazada y mi suegro estaría de viaje en esas fechas. Desde la primera vez que le mandé una carta al tío Gamboín, me he considerado un tipo cándido, de los que siempre levantan la mano para intentar, aún que no tengan una esperanza fundamentada, así que lo hice de nuevo.

¡Nos vamos al mundial, nos vamos al mundial! Ese era el estribillo de un comercial que pasaba a menudo por la radio y la televisión. La verdad es que era tan impensable ir al mundial (¡a un mundial!), que todo resultaba emocionante. La aventura comenzó visitando las oficinas generales de Coca Cola en México, que están en Polanco, en un edificio cuya forma recuerda a la de una botella de Coca Cola. Llevamos nuestros pasaportes, para constatar que podíamos viajar en las fechas del juego. Pensé que tal vez le tomarían fotos a Luis o que tendría que hacer un testimonial, declarando lo feliz que estaba por haber recibido el premio (yo por lo menos si lo estaba, además de ser un consumidor constante y frecuente de Coca Cola). No hubo tal cosa. Nos entregaron un sobre de papel blanco, con el logotipo de una agencia de viajes, que tenía adherida una etiqueta con nuestro nombre y el logo de Coca Cola. Nos pidieron abrirlo y allí estaba nuestro kit de viajero: los boletos de avión, un identificador plástico para nuestro equipaje, una tarjeta de asistencia médica internacional y por su puesto, el codiciado boleto para el primer partido del Tri en el mundial, el cual estaba marcado con un valor nominal de 100 Euros. Ahí vimos rápidamente a algunos de los otros ganadores, y fue cuando me enteré como se habían distribuido los premios: Coca Cola tiene varios programas de incentivos, muchos de ellos directamente con sus consumidores, pero otros con grandes

- ¿Qué tal si le digo a Luis que lo acompaño yo? - Pues no sé, tal vez el ya decidió por alguien más - ¡Pues total que pierdo!, ¿no?

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Busqué a mi cuñado, y lo primero que me dijo es que aún no había determinado a quién invitaría. Ante la oportunidad propuse mi propia candidatura, junto con un ofrecimiento de pagar una parte de los gastos. En esa misma llamada Luis accedió, pues para mi fortuna, él ya tenía que dar el

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clientes, entre ellos, cadenas de renta de videos y cadenas de salas de cine, de allí a las Coca Colas compradas en el video centro.

llevaba una máscara del Huracán Ramírez que me prestó mi amigo Tomás). 3)Dispositivo para hacer escándalo. Mi cuñada Gaby, percusionista de profesión y por convicción, me prestó un cencerro con un batidor metálico para hacer un ruido bastante fuerte (no sé si en términos musicales se llame cencerro, pero a mí me resulta igualito a los que les cuelgan a las vacas).

Mi trabajo me ha llevado a ser un viajero frecuente, por lo que la preparación del equipaje, planear la salida al aeropuerto y todo eso no fue necesariamente emocionante para mí. Pero hubo una parte de la preparación que por si lo fue: puesto que iba a estar en un partido del mundial, yo iba a hacer el numerito completo. Entre los preparativos adicionales a un viaje normal, se encontraban los implementos que se han vuelto tradicionales entre los aficionados mexicanos que recorren el mundo:

4)Letrero con mensaje chistoso. Creo que el mensaje no fue tan gracioso, ni necesariamente original, pero lo que se me ocurrió fue hacer una variante del famosos "Envía dinero". Acudí a mi amigo Tomás, que por su ascendencia alemana, podría auxiliarme a traducir nuestro mexicanismo "Manda lana". Muy cuidadoso de su labor me dictó la expresión "Schick’ bitte mehr kohle!", que me explicó dice algo así como "envíame más carbón" y que más que una traducción, es un equivalente idiomático (supongo que tal vez originado en tiempos de la hiperinflación alemana posterior a la Primera Guerra Mundial, donde se debía intercambiar una pila muy significativa de marcos por una barra de carbón). Debajo del mensaje en español dibujé una bandera mexicana, y la correspondiente bandera alemana bajo su contraparte.

1)Bandera de México. Para traerla atada en la espalada o para levantarla y que todo mundo se entere, por si hiciera falta, de donde viene el angelito que la porta (esa de hecho la compré en el aeropuerto, porque me ganaron "las carreras").

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2)Mascara de luchador. La moda impuesta por nuestros luchadores, con un especial énfasis en la máscara, es asociado a México tan fuertemente como los mariachis, y siendo yo oriundo de la tierra del mismísimo Santo, "El enmascarado de plata", no podría quedarme atrás (aunque

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letreros, desde el consabido "¡Viva México!", hasta uno de "¡Viva Zapata!". Pero el que se llevó las palmas fue un compa que iba con un traje de charro, color blanco "mugroso", usaba mascara de “El Enmascarado de Plata", una bandera mexicana atada cual capa que le cubría la espalda y sombrero de charro. El gusto le duró sólo un rato, pues supongo que por seguridad o para identificarlo en el mostrador, hicieron que se quitara la máscara.

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Ya finalizados estos preparativos, lo que restó fue esperar a que llegara la fecha. Cuando arribamos al aeropuerto en México comenzó la fiesta. Luis y yo buscábamos a un representante de la agencia de viajes mientras nos acercábamos al mostrador de Aeroméxico. Nuestro itinerario sería México - Madrid - Münich. Entre la mucha actividad del aeropuerto, ya se veía a mucha raza con la playera verde del Tri, otros con enormes huaripas (sombreros de paja muy al estilo de los revolucionarios morelenses), que por su puesto lucían

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pasillos y escaleras del aeropuerto alcancé a ver de nuevo al charro luchador, pero él no era parte de nuestro grupo. La buena noticia era que nuestro equipaje sería transferido directamente al vuelo a Múnich, la mala, que íbamos a estar muchas horas en Madrid. Allí no habría nadie de la agencia de viajes, por lo que teníamos pocas opciones: esperar dentro del aeropuerto, o tratar de ir a visitar Madrid. De mis recuerdos en una estancia anterior, pregunté respecto a que tan fácil era llegar al metro. El método fue muy alentador: un camión que salía de la terminal nos llevaba, por 1.5 euros a una estación del metro. De allí sólo necesitábamos un mapa del metro y un boleto de dos Euros para llegar hasta el centro de Madrid. Los muchachos de los video centros no tenían plan o experiencia en esas cuitas de viajero, por lo que decidieron unirse a nosotros. El camión nos llevó al metro, pero no logramos conseguir un mapa de las líneas, pero preguntando se llega a Roma (o a Madrid). Pedimos indicaciones y nos subimos. No alcanzaba a identificar bien los puntos de referencia que nos habían dado, pero en el vagón del metro vi a un compa con cara "de paisano". Cuando le pregunté de donde era me dijo que era Peruano. Fue muy amable, nos confirmó a donde debíamos ir para llegar a "La Cibeles", y por su puesto "miralá, miralá, miralá, ¡La Puerta de Alcalá!". Eran como las 7:00. Salimos y era un sol mañanero y las calles estaban prácticamente desiertas. En la estación de salida si logramos obtener un mapa, con señales de las tiendas "El Corte Inglés". Salimos prácticamente en "La Cibeles", camino a la "Puerta de Alcalá", pasamos por el Banco Central de España. Desde allí

Cruzando el charco, llegando hasta la Madre . . . patria. Como buen vuelo trasatlántico, duró las respectivas 12 horas, lo que me llevó a la lectura, ver películas en el sistema de entretenimiento, dormitar, caminar, volver a la lectura y así hasta agotar el tiempo. Al fin llegamos, literalmente hasta la madre de cansados y hasta la Madre Patria. En los

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Llegamos con un cuate que sostenía un cartel con el símbolo de la agencia de viajes, que era mismo que el que aparecía en nuestros identificadores de equipaje. Allí nos completaron instrucciones y aclaraciones. Llegábamos a Madrid como a las 6:00 de la mañana, y allí esperaríamos nuestro vuelo a Münich, ¡que saldría como a las 19:00! Eso significaba un montón de tiempo en el aeropuerto, pero ya veríamos que hacer. Comenzamos a identificar a nuestros compañeros de viaje. La mayoría se veían mucho más jóvenes que nosotros. Durante la fila para documentar el equipaje fue que nos comenzamos a enterar de la forma en la que nuestros compañeros se habían hecho merecedores a sus respectivos premios. Un chavo de Acapulco, al igual que Luis, ganó por comprar coca en un video centro; a él lo acompañaba su hermano. Un chavo de nombre Germán y otra chava, ganaron un boleto cada uno por su lado por comprar palomitas en un cine. Otros cuatro, era gerentes de los video centros de varias partes del país, y habían recibido un boleto cada quién por ser los de más alto desempeño. De los otros no me acuerdo ben, creo que uno de ellos pago el paquete de su bolsillo para acompañar a su hermana.


zapatista. Nos regresamos para ir al "Kilómetro cero".

caminando,

Allí tuve que hacer mi primera compra. El sol comenzó a avanzar y ¡era inclemente! Compré una gorra roja, con un letrero que decía "España", con el símbolo y la tipografía que habían utilizado para las Olimpiadas del 92. Aproveché y compre un juego de 8 caballitos (o shots para decirlo más internacional), que me servirían para llevar obsequios, mi presupuesto personal era más bien estrecho. Salimos de la tienda y el hambre ya había hecho estragos. La frugal (o casi etérea) cena que nos dieron en el vuelo, había desaparecido. Cerca del "Kilómetro cero", había un lugar sencillo: tapas, sándwiches, pan con tomate, leche, refrescos. Para nuestros estándares o costumbres, los sándwiches se veían magros: dos panes con mucha harina, con apariencia de estar más secos que una suela de zapato (como bolillo de antier, pues), con jamón ibérico, o queso, o carne. No se veían muy apetitosos, pero uno de esos, junto con una coca cola nos llevaba a 9 euros, que para nuestro exiguo

presupuesto, sonaba muy adecuado. Pedí mi vianda, en forma rápida y directa, pero no me dio tiempo de advertir a Luis del estilo madrileño. Cuando estaba a la mitad de su primer "me podría decir sí . . . ", fue cortado abruptamente por un abrupto "¡bueno, va pedir algo o que!". Luis se sintió muy ofendido, pero antes que esta situación llegase a más le conté que se lo tomara con calma, que no era personal, y que para el estilo habitual que tenemos en México, nos resultaba muy áspero y más bien grosero el estilo de los españoles, y a ellos, nuestros modales les resultan excesivos e innecesarios. A regañadientes pidió "hecho la madre" uno igual al mío. Terminamos nuestra caminata por el centro: Carlos III, "El oso y el madroño", la calle Preciados, la Plaza España. La plaza estaba en reparación por cierto, rodeada por láminas acanaladas con imágenes de la plaza en color sepia y muy “granuladas” que dejaban ver que eran antiguas. Eso no impidió que disfrutásemos de la majestad RLV 12

comenzamos a tomar fotos como desaforados; entre ellas no faltaron por su puesto las clásicas fotos con la huaripa

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un rato frente a l sucursal de un banco, el cual estaba custodiado por un par de guardias. Usaban un uniforme que me recordaba a los “aguacates” (policías aduanales de México con un uniforme con un tono verde similar al de dicha fruta), pero tenía dos características muy distintivas: eran de manga corta y usaban un sombrero como de torero, pero con apariencia plástica, como charol, para ser más precisos. Sé que este tipo de atuendos son muy comunes entre los ejércitos europeos, pero a mí me resultan anacrónicos y casi de opereta. Eso sí, las "las pistolotas" Bereta que traían en el carcaj no eran de broma. Tomamos la determinación de subirnos al metro para regresar al metro, aunque en teoría podríamos haber estado una hora más por allí, mis planes de turista pedestre nos habían dejado muy cansados, y las "patrullas" nos estaban doliendo. Nos encontramos a los chavos en la estación de transborde rumbo a la estación cercana al aeropuerto. El Turibus estuvo interesante pero al final terminaron todos asoleados, cansados y a fin de cuentas un poco saturados de tantas cosas que vieron. Para el colmo se bajaron "no sé dónde" y caminaron un montón. Llegamos al aeropuerto, pasamos el punto de control y nos fuimos a nuestra sala de espera. En este momento me recuerdo que el equipaje lo registramos en nuestro siguiente vuelo desde que llegamos en la mañana, por eso fue que toda la logística del paseo en Madrid fue más sencilla. Comenzamos a abordar, y cuando estábamos en eso ¡el “Vasco” Aguirre! Varias personas se acercaban a él y se tomaban fotos. Yo intenté tomarme una foto con él, pero me falló el truco de sostener la cámara yo

Nos fuimos caminando del museo hasta la calle donde está el letrero de “Metrópolis” y el gran reloj de "Rolex", que sale en las celebraciones cunado gana la selección de fútbol de España. Estábamos cansados y ya no teníamos mucho tiempo. Nos sentamos

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del centro de Madrid. Entre las cosas que llamaron mi atención, una tienda que vendía armas, donde se ofertaban, cual cámaras fotográficas, varias armas: Bereta, Walther. En un principio me parecieron de alto poder, pero después hubo algunos letreros que decían “aire” o “gas”, dejando en claro que se trataba de pistolas de “gotcha”. No dejaban de verse letales. Se acabó mi escaso repertorio. Les propuse tomar el metro para ir al museo de "El Prado". En nuestro camino hacia allá, pasamos por el congreso de los Diputados, la fuente del Neptuno y la embajada de México. Cuando llegamos al museo, había una fila respetable, pues la entrada ese día era gratis. Los chavos, que de por si no iban muy convencidos por el plan cultural, terminaron de desanimarse, y decidieron tomar el Turibus. Luis tampoco estaba muy convencido del museo, pero cuando vio mi terquedad se quedó, más por solidaridad que por convencimiento. Al final creo que no le pareció tan mal. Yo fui en operación quirúrgica: Goya, Velázquez y El Greco. "Las Meninas", "La maja vestida", "La maja desnuda", "Los fusilamientos", "Cristo en las rocas". A la salida pasé a rendirle honores a la estatua que del "tocayo" Goya y Lucientes erigieron a la entrada del museo, saludándole efusivamente, voz en cuello (supongo que Luis estaba de acuerdo con otros transeúntes que me miraban como si yo estuviese loco).


mismo, como me enseño Anita pues Luis ya había abordado; o quedaba movida, o no disparaba. Cuando revisé las fotos, sólo pude rescatar una donde me veo yo y la mitad la cara del “Vasco”, algo es algo.

mexicana y Pablo, un peruano. Ellos nos condujeron a un autobús turístico. Saliendo del aeropuerto había un enorme cartel del portero alemán Oliver Kahn, que se lanzaba para atrapar un balón de futbol, formado un arco que cruzaba el camino; así era, ¡estábamos en el mundial! Camino al hotel, donde nos indicaron que íbamos a cenar, vimos el estadio de Múnich, que cambiaba de colores. ¡Se veía fantástico! Parecía un gran neumático color blanco tirado en el suelo, o una de esas hojas de plástico “burbuja” para empacar.

Deutschland Fue un vuelo rápido a Múnich. Llegamos al aeropuerto y allí si teníamos una comitiva compuesta por dos guías. Paola, una

también la entrada subterránea, de donde brotaba gente y otra era devorada. Los guías nos indicaron que era la gran estación de trenes y autobuses de Múnich: la Hupbanhof. Al fin llegamos a nuestro destino, el hotel Dorint Sofitel . Todos bajamos del autobús. Los guías nos comentaron que sólo algunos de nosotros nos hospedaríamos allí, y que otros se irían a otro hotel, pero los que nos quedábamos cenaríamos allí mismo; a esas alturas, nuestro pan reseco con jamón ya no “divertía” a nuestro aparato digestivo, por lo cual la noticia fue muy bien recibida. Me quedé tomado unas fotos y RLV 12

Al acercarnos a él, se veía con claridad la estructura de su cubierta, que era como si fuese una de esas chamarras de plumas de ganso, formada por gajos abultados de plástico, que eran lo que permitían ese fabuloso efecto de tornasol. Luego pasamos al lado de un gran edificio con el inconfundible escudo de la BMW. ¡Todo nos resultaba emocionante! Camino al hotel pasamos junto a un gran arco. Lo primero que pensé fue en la “Puerta de Brandenburgo”, pero creo que esa está en Berlín. Lo que me era claro es que toda Europa estaba llena de arcos y monumentos triunfales bellísimos. Vimos

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cuando entré, vi al resto de mis compañeros de comitiva que estaban rodeando como una manda de lobos a una güera. ¡Caramba! (pensé para mí), no llevan ni media hora en Alemania y ya se ligaron una chava. Cual sería mi sorpresa cuando la escuché hablar en español, y mayor aun cuando la vi más de cerca y se trataba de Inés Sáenz, la cronista deportiva del canal 13. Me quedé inmóvil, sin decir nada, hasta que ella me dijo: ¿tú no quieres una foto? Pues ¿porque no?, (¡volví a pensar para mí!). Luis y yo subimos a instalarnos en nuestra habitación que compartiríamos. Era muy bonita, pero supongo que cada uno hubiese preferido compartirla con su propia esposa. Tenía dos camas individuales, por lo que no hubo que compartir el lecho, o practicar la maniobra de las “águilas austriacas” recitando el versito: “culo con culo, pie con pie y ¡chingue su madre el que se voltié!” Todos cenamos con mucho apetito. Nos atendió una chica de pelo negro y tez blanca muy guapa (Suzie, decía el nombre bordado en su uniforme). Allí los guías nos dieron nuestra primera lección práctica del alemán: “danke” era gracias, y “danke bitte” era muchas gracias. Todos querían practicar “las gracias” con la sonriente mesera, que supongo pensaría que todos estábamos locos (o que se trataba de una jauría de sabuesos).

que luego de itinerar por varios países, llegaron al “Defe”. Pasamos de nuevo frente a la Hupbanhof, veíamos a los tranvías e identificábamos las pocas cosas que podíamos leer de forma directa en los letreros en la calle: Coca Cola, taxi, etc. Aunque luego llegamos a la entrada de un lugar que todos entendíamos que era, aunque no entendíamos lo que decían los letreros, pues había fotos de chicas con las tetas al aire: un table dance, o un prostíbulo. Alguno sugirió que estaría bueno entrar. Tal vez sería bueno, pero no creo que barato. Seguimos en nuestro recorrido. Después de caminar cerca de un kilómetro desde el hotel, nos detuvimos en una fuente, en ese momento la adrenalina comenzó a ser superada por el cansancio y sin decir nada, comenzamos nuestro camino de regreso al hotel.

Al día siguiente era el gran día, iríamos a Núremberg al evento que nos había hecho cruzar el Atlántico. Nos levantamos muy temprano para desayunar, pues debíamos hacer un recorrido de un par de horas. Durante el desayuno, no vimos a nuestros compañeros de hotel, pero tuvimos una atracción inesperada: Inés Sainz, llegó directo a nuestra mesa y se puso a conversar con nosotros. Lucía muy guapa en ropa deportiva, y nos contó que tenía ya un par de meses y que ya extrañaba México. ¡Supongo que sólo por eso buscaría nuestra compañía! Todo mundo estuvo a tiempo. El camión que nos llevaría, ya había pasado por nuestros

Al terminar salimos a caminar. Demasiada adrenalina circulaba en nuestro organismo como para irnos a dormir. Caminamos en los alrededores, donde nos tomamos fotos con algunos leones de fibra de vidrio decorados con motivos de diferentes países (no recuerdo haber visto uno de México). Eran como las vacas decoradas,

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Camino a Núremberg


compañeros que se hospedaron en el otro hotel. El ambiente era de lo mejor, todo mundo iba echando relajo. Comenzamos el recorrido recorriendo las calles de Múnich para dirigirnos a la salida de la ciudad. Durante esta parte del trayecto, algo de lo que más poderosamente llamaba mi atención, era la gran cantidad de gente que se desplazaba en bicicleta. No deja de ser irónico que en México, en muchas ocasiones el transportarse en bicicleta es símbolo de ser “retrogrado”, “jodido” o

“ranchero”, a tal grado que uno de los apelativos más comunes para referirse en forma despectiva a una comunidad rural es denominarle “pueblo bicicletero” (en el momento que escribo estas líneas, las “Ecobicis” de Paseo de la Reforma, y los paseos ciclistas dominicales se han vuelto muy “civilizados” y signo de lo “cosmopolita” que se ha vuelto la ciudad, en fin, cosas veredes Sancho).

En cuanto llegamos a la carretera, pudimos apreciar mejor varias de las construcciones que habíamos visto a nuestra llegada: el edificio de BMW, algunos puentes y por su puesto el bellísimo estadio “inflable”, que estaba en su color blanco neutral. En el camino todo nos maravillaba, los letreros, los autos, motocicletas, ¡hasta nos tocó ver un accidente automovilístico! La autopista (¡autobhan! , ¿Karftwerk?) que tomamos, tenía letreros que indicaban que íbamos rumbo a Berlín, pero más adelante, un letrero indicaba que a la derecha, estaba la desviación a Núremberg. Mientras avanzábamos, veíamos verdes campos, y

de en tanto en tanto, rompiendo la monotonía, algunas pequeñas poblaciones, que al igual que en México, se distinguían por las torres de la iglesia del lugar. Lo que me resultó particular fue la forma de sus torres, pues estaban rematadas por una protuberancia que me recordaba a una cabeza de ajos, pero de color verde (supongo que podría tratarse de cobre oxidado).

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Si acaso hubiésemos tenido alguna duda de hacia dónde nos dirigíamos, estas se hubieran disipado cuando comenzamos a ver varios automóviles que llevaban letreros en los vidrios, con leyendas muy

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principales, y se detuvo junto a una cerca construida de “malla ciclónica”. Bajamos del camión y nos condujeron a un lugar que se veía como una serie de construcciones con techos de madera terminados en punta, lo cual le daba un aspecto rústico al conjunto. Al entrar se veía con toda claridad que era un restaurante. Sus muebles eran más bien, toscos y la decoración magra, como una cantina o un lugar como en los que se va a comer barbacoa en mi pueblo. Cuando llegamos, en el salón principal, había una serie de mantas de propaganda de la cerveza “Sol”. A nosotros nos condujeron a un salón más apartado y más pequeño. La comida comenzó a llegar, sopa de col y chamorro de cerdo, con mucho caldillo. Me siguió pareciendo sorprendente que, el único límite que nos indicaban a la hora de comer era la bebida: sólo dos vasos de Coca Cola por cráneo (¿acaso no eran ellos los patrocinadores?). En lo que estábamos comiendo, llegó el grupo de la cerveza Sol. Eran muchos más que nosotros, como 60 o 70. Hacían mucha bulla y el aparato en torno a ellos era mucho mayor, montón de gente de staff. Unos de sus miembros, llevaban una tocado inflable que simulaba un balón de futbol amarillo, con los logos de la cerveza. Me acuerdo bien que una señora se apergolló a dos “grandotes” y se tomó una foto. Pero mucho más alborota causaron unas güeras que llegaron con unos trajes compuestos por un apretado shortcito negro y una camiseta amarilla sin mangas con logos de la cerveza. ¡No, no, no! La raza se les abalanzó “para tomarse la foto”. A la distancia se podían ver sus rostros de desconcierto y miedo: eran alemanas, no hablaban español y menos entendían el alboroto que habían causado.

Triumph des Williens El aumento en la proximidad entre las construcciones al lado de la carretera y algunos letreros, nos daban la pauta que estábamos entrando en Núremberg. Conforme fuimos entrando en la ciudad se veían muchas construcciones antiguas, muchas más de las que he visto aún en ciudades coloniales en México. Desde luego hay que mencionar que una vez entrando en la ciudad, comenzamos también a ver un flujo prácticamente continuo de gente con sus playeras verdes del tricolor. El autobús abandonó las calles

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claras de “¡Viva México Cabrones!”, o “¡Arriba Guadalajara!”. Nos detuvimos para estirar los pies. En este momento vale la pena mencionar que en el camión había botellas de agua para beber y algunos refrigerios. Lo curioso del caso es que no había Coca Colas. Nuestros guías nos explicaron que el chofer comentó que traía cervezas, que esas no estaban incluidas, pero que por su puesto estaba a la venta. A esa hora no hubo nadie que se animara a meterle cebada a las tripas. Me llamó la atención que el nombre de la cerveza se traducía algo así como “Dominica” o un nombre parecido al de una orden de monjes. También nos fue compartido el dato de que las cervezas comenzaron a ser producidas en los monasterios, y los monjes obtenían buen dinero de su venta. No sé en qué momento se desvirtuó esta idea al cruzar el océano, y los padres de mi pueblo te enviaban derechito al infierno por consumir tan maravillosas bebidas.


erupción un flujo interminable de playeras del “Tri”, disfraces de azteca y de charro. Abríamos las ventanas, y nuestros gritos de ¡Viva México!, eran correspondidos por la gente que avanzaba en las aceras. El autobús se detuvo, y la guía nos comentó que conoceríamos el barrio donde nació y vivió el ciudadano más famoso de Núremberg. Comenzamos a caminar siguiendo a la guía. Había gente de todos lados, era claro que la mayoría éramos visitantes. Ya desde las ventanillas del autobús me había percatado de la gran cantidad de ríos y puentes que los cruzaban, pero caminando, cruzamos varios puentes de madera, que estaban destinados para personas, bicicletas y algunos animales. Las casas terminaban en tejados de dos aguas, cubiertos de tejas. Sus ventanas tenían marcos de madera, además de las típicas “puertitas” que las cierran (para un habitante de una región más bien tórrida como México, no parecen tener un uso práctico, supongo que por jamás haber vivido un invierno bajo cero). De una de esas ventanas, surgió el rostro dulce de una anciana; cuando la vimos comenzamos a saludarla agitando nuestra mano derecha. Ella correspondió el saludo acompañándolo de una sonrisa. Para mí fue inevitable pensar que esta misma anciana, cuando niña, pudo haber dedicado esa misma sonrisa a las tropas del ejército alemán durante el cenit del nazismo en esa, su tierra natal. Se veían altos muros de piedra, y las calleas ascendían y descendían, igual que las de mi pueblo conforme se alcanzan las faldas del cerro del Tezontle. De muchas de las ventanas colgaban banderas de diferentes países. Con agrado pude ver que varias eran de México. La guía nos contaba que

El ciudadano más famoso de Núremberg Nos condujeron de nuevo a nuestro autobús. Ocupamos nuestros lugares con la misma auto-asignación que hicimos en la mañana. Subieron nuestros guías, y tras de ellos una guía turística verdadera: ella si trabajaba en ello más que un trabajo temporal de estudiantes como Paola y Pablo. Con un español que se entendía, pero con un acento curioso y con fórmulas de cortesía excesiva, nos explicó que ella sería nuestra guía turística en la ciudad de Núremberg. Comenzó a decirnos que se trataba de una muy antigua ciudad bávara, que tenía una gran tradición. Mientras avanzábamos, aunque ella hablaba, no le ponía gran atención, pues lo que capturaba mi atención era el continuo río de mexicas que poblaba las calles. Este flujo llego a su cima al pasar frente a la Hupbanhoff local: parecía un hormiguero del que hacía

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Algunos compañeros de nuestro grupo se enfilaron hacia ellas (eran como 3 o 4), pero no tuvieron oportunidad de acercase gran cosa, pues otros miembros del staff de Sol habían “rescatado” a las infortunadas rubias teutonas (y tetonas, claro está). Las habían manoseado más que revistas en la caja del super. Me imagino que ellas contarán como sobrevivieron a una turba de enardecidos tercermundistas, en forma similar a las stripers que llevaban a entretener a las tropas gringas en Vietnam. Terminamos de comer y nos dirigimos al camión.


hablando del tal Duer: Duer, pa’rriba y Duer pa’bajo. No tenía la menor idea de quién se trataba y eso me atormentaba (admito con pena que como exprofesor universitario, me sentía en el deber de continuar instruyendo, la neta casi presumiendo, a mis compañeros de viaje). Llegamos a una pequeña plazoleta, que más que una plancha de concreto o piedras, era un espacio abierto por la conjunción de varias calles de diferente espesor que confluían en ese punto. Allí había una estatua de bronce de una liebre, a la que se le veía muerta, como presa de una cacería. Me pareció un poco deforme, con uno de sus ojos desmesuradamente abierto.

Me acerqué mirar una versión reducida de la estatua, también hecha de bronce que estaba frente a ella. En la plataforma de la liebre a escala, se distinguía una firma en letra manuscrita, de la que me pareció

distinguir algo parecido a Durer (en ese punto me suponía sugestionado por esos fonemas que yo alcanzaba a distinguir de la guía). Caminamos unas cuantas cuadras en descenso. Allí llegamos a otro espacio RLV 12

Duer había vivido allí, que su obra era muy famosa y que había sido muy famoso en el siglo “no sé cuál”. Nos pidió transportarnos en el tiempo e imaginarnos esta villa hace muchos años. Cerré los ojos por un momento, comencé a ver esas casas con techos y cornisas triangulares perdiendo la brillantez de sus colores, pero no puede llegar a los tonos sepias de algún pasado remoto. Cuando llegué al blanco y negro, me di cuenta que de pronto me sentía miembro de la patrulla del sargento Saunders de “Combate”; ya se me hacía que en mi infancia había recorrido calles como estas en la imaginación. Pero lo que me sacó de ese ensueño infantil, fue que nos seguían

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Catedral hacia nuestra siguiente parada. Se veía un gran cartel con una leyenda que decía “Spielzeugmuseum”. En la ilustración que estaba sobre la leyenda, se veía una ilustración de dos niños jugando rodeando a una mujer adulta, además de un recuadro donde se leía en inglés: Made in Bavaria. Un ícono metálico, dibujaba una pequeña locomotora, que seguía una ruta en espiral, la cual estaba rodeada por engranes, aludiendo claramente a la maquinaria de un reloj. Con todas estas pistas, era claro que “museum” debía dignificar “museo”, y las demás pistas indicaban que se trataba de juguetes. Esto lo confirmé cuando pude ver una enorme grúa como las que solía construir con mis “Mecano”, pero con sus piezas pintadas con un verde como el de las máquinas de Trokar (la fábrica de la familia de Conchita). Bueno, en tiempos actuales, alguien con un teléfono inteligente hubiese introducido “Spielzeugmuseum” y le hubiese respondido “Museo del juguete”; bueno, de esa forma fue más divertido. Crucé la puerta y en efecto se trataba de un museo, donde había juguetes de todo tipo, variando su época y materiales de manufactura. Tomé algunas fotos, para mostrar los juguetes a mi regreso, pues aunque algunos estaban a la venta, los precios rebasaban mi escaso presupuesto (en realidad mi intención era gastar nada o poco). Seguimos paseando por las calles empedradas y las banquetas y barandales que contenían a los ríos de la ciudad. Llegamos a otra plaza, esta enorme y poblada en gran medida por parasoles con marcas de refrescos (por supuesto Coca Cola entre ellos) y de cervezas. Allí se veía otra iglesia, que conforme nos acercábamos se veía en reparación. Es

Misticismo, destrucción y gozo Después de desenmarañar el misterio del ciudadano más famoso de Núremberg, la quía nos condujo a la Catedral, cosa que hubiéramos averiguado aún sin su ayuda, por sus enormes torres y los antiquísimos relieves en sus paredes. Sólo había visto esa clase de imágenes en mis libros de historia de la escuela y del Selecciones del Readers Digest. Dentro de ella, eran imponentes sus vitrales y sus enormes bóvedas, pero más aún resultó para mí, ver las fotos de esta edificación luego de los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial. Su imagen no era tan idílica como las caballerosas acciones de la patrulla del sargento Saunders. Su reconstrucción y preservación eran tan impactantes como la catedral en sí misma. Salimos de la

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abierto, esta sí era casi una plaza en forma, pues las construcciones que la rodeaban formaban un rectángulo. En ella se erigía la estatua de un personaje ataviado con un traje que parecía ser de un pasado remoto. En el pedestal que la elevaba, había una placa donde se distinguía el nombre “Albrecht Dürer”. ¡Aaaaaahhh! ¡Alberto Durero! Yo había leído su nombre en un libro de Time-Life, donde se describía la técnica de usar un bastidor con una cuadricula, para copiar los modelos del natural (como años antes me había enseñado mi hermana Lilia, pero cuadriculando una hoja de papel “cebolla”).


Desde esa plaza volvimos a recorrer el contorno de alguno de los ríos, para finalmente abordar nuevamente el autobús. ¡Al fin íbamos a la cita con el destino futbolero! Comenzamos a avanzar a las afueras de la ciudad. El río se ensanchaba creando un paisaje que debía ser bucólico en tiempos normales, pero

ahora estaba siendo víctima de una invasión azteca. Desde las gestas de Netzahualcóyotl, no debió verse tal falange de guerreros mexicas. Caminaban a la vera del camino, con sus banderas tricolores colocadas como capas, al igual que pelucas, sombreros o la cara en la misma combinación del lábaro patrio. Sombreros, huaripas, máscaras de goma de Vicente Fox y hasta un compa vestido de azteca, con cascabeles y todo. El camión buscaba un sitio donde estacionarse, entre autos que nuevamente lucían las leyendas “Viva México Cabrones” y cosas por el estilo. Bajamos del autobús. Nos indicaron el horario en el que debíamos estar de regreso y los puntos de referencia que debíamos buscar. Emprendimos la caminata entre montones de paisanos y otros cuantos visitantes de Alemania y otros países.

Al ir caminando sentí una sensación extraña. Miré a la construcción que tenía al lado: eran las gradas desde donde Hitler daba sus discursos en Núremberg. Leni Riefenstahl lo inmortalizó en diversas tomas, a él y a miles de jóvenes que

hicieron diversas manifestaciones de alegría por un régimen que parecía impulsar la alegría y la virilidad, pero que resulto ser la semilla de la autoaniquilación de esa generación. Por allí pasaron marchando a “paso de ganso” el

Rumbo al estadio

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menester mencionar que también había muchos mexicanos, deambulando por cada punto del recorrido, y esta plaza no era la excepción. Cada que nos veíamos con un grupo de mexicanos en la calle, se trataba de echar vivas, se brindaba en plena calle y en ocasiones saludarse hasta de abrazo.


ejército nazi y las juventudes hitlerianas. Luego el 8º ejercito de George Patton. Ahora por las huestes tricolores en pos de la ilusión futbolera. Un compa con su bandera tricolor posaba en la misma barandilla donde Hitler arengaba a sus huestes con enardecida retórica y exagerados movimientos. Supongo que esta escena hizo que Adolf se retorciera en su tumba (donde quiera que esta esté). Montones de caracteres simpáticos con letreros de toda clase. Les tomé foto a unos paisanos con su letrero de la “Porra Tequilera de Tepa Hidalgo”. Proseguimos nuestro camino entre la multitud. Más adelante había una bolita: era Jorge Vergara, con quién muchos se tomaron foto, entre ellos Luis. Continuamos mientras nos topábamos con luchadores, guerreros aztecas, revolucionarios y charros. En el punto donde comenzaban las filas para entrar, en el lado opuesto de la calzada de concreto que recorrimos, se veía una gran carpa de cerveza sol. Chela y teles para los que no tenían boletos. Si te habías quedado “chiflando en la loma”, no parecía un mal plan. Nos formamos en una fila larga, pero ordenada. Mientras hacíamos fila, una buena parte de la raza se te acercaba:

inspección. Leyeron nuestro boleto con pistolas lectoras de código de barras. Fuimos caminando en torno al estadio, hasta identificar nuestra puerta. Allí había unos torniquetes de los que tienen múltiples barras desde el piso hasta el suelo. Volvimos a checar nuestro boleto. Yo ya traía puesta mi mascara del Huracán Ramírez. Se me acercó un militar, grandote y bien dado y me dijo: “Discover your face please”. Ni lo dudé. Me quité la máscara, pero inmediatamente me la puse cubriéndome el cráneo, como el dios Janos, con una cara al futuro y otra al pasado. Le dije: “it’s OK this way?”. Me hizo una seña de aprobación con el dedo pulgar, sonrió brevemente y luego puso de nuevo la cara de palo que tenía.

¡Qué comience el espectáculo! Entramos al estadio, ¡pletórico de verdes! Aunque los iranís llevaban playeras verdes, era fácil distinguir y constatar que la mayoría éramos mexicanos. La variedad de atuendos era increíble, pero todos llevábamos nuestra playera verde. Una señora llevaba un vestido de charro en verde muy bonito, de hecho le daba un aire a Lola Beltrán. Los jugadores ya estaban en la cancha: Guardado, Ramón Morales, Rafa Márquez. Comenzaron a salir las fichas de los jugadores de la alineación nacional en una gran pantalla. Todos los vitoreábamos y gritábamos de todo, desde vivas hasta chingaos. Oswaldo Sánchez en la portería, Omar Bravo y los demás saltaron a la

-Te compro tu boleto - ¡Doscientos euros! - ¡Trecientos euros!

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Luis comenzó a dudar cuando un compa le ofreció ¡quinientos euros! Me volteó a ver. Ni dije nada. No había cruzado el atlántico para quedarme sin vivir la experiencia del partido. Seguimos en la fila y cruzamos los torniquetes. Allí estaba el primer punto de

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que funcionó como centro, y cuando parecía que iba hacia afuera, ¡remate de Omarcito Bravo y goooool! Todos comenzamos a saltar en las tribunas. Mire de reojo a unos pocos iraníes que estaban en nuestra tribuna, no alcancé a ver sus rostros, pero sentía un placer tonto de que el Tri iba adelante. Esta felicidad inicial no la quitaron pronto. Me pareció que no habían pasado ni cinco minutos, cuando en uno de esos rebotes pendejos en el área, que desde mi lugar parecía que se debía haber controlado fácil, rebotó y le cayó a un iraní que remató a placer y venció a Oswaldo. ¡Carajo! Siempre la misma cosa. Con todo y todo, terminó el primer tiempo con el marcador igualado, aunque como mexicanos, eso de perder la delantera, no nos viene bien. Durante el descanso, la gente se paró a estirar las piernas, al baño o por mas chelas. Salió un anuncio en la gran pantalla que estaba cerca de nosotros “Sold Out”. Oficialmente, se habían vendido todos los boletos de ese juego.

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cancha. Los capitanes intercambiaron banderines. Llegó el himno nacional, momento incomparable. Todos de pie, el saludo a la bandera con la mano en el esternón, como nos enseñó la maestra en la primaria, pero con más fervor que entonces. Catamos el himno con claridad y fuerza, se escuchaba como en el estadio Azteca. Los alemanes admirados se volteaban y nos tomaban fotos y película mientras cantábamos. Es innegable que nuestro saludo patrio algo tenía de influencia del que inventase Gabriel D’Anunzio para los facios italianos de Mussolini y que fuese el mismo que inspirara el saludo nazi en los años 20. Algo extraño debieron sentir los alemanes de mayor edad que estaban en el estadio. El partido comenzó a transcurrir con gritos y emoción. Cerca de nosotros quedó la portería de México. Corrían las chelas como agua, o más bien como sangre que alimentaba a “Juan Fanático, el monstruo de mil cabezas” que tanto mencionaba el “Mago” Septién. No habían acontecido acciones de especial peligro, cuando por allí del minuto 25, un remate de cabeza

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Mirando a los alrededores, pudimos ver a varias paisanas muy guapas, que eran buscadas por los camarógrafos. Habíamos demasiados gorditos de verdes como para resultar interesantes para ellos. Por eso fue que, a pesar de estar cerca de una cámara, nunca nos tomaron y nuestros amigos y familiares nunca nos pudieron “encontrar” entre la multitud. Comenzó el segundo tiempo. Yo estaba decidido a cazar un gol ahora que la portería iraní estaba cerca de nosotros (porque en ese momento no dudaba que habría otro gol de México). Me la pasé un buen rato detrás de mí cámara, pero parecía inútil, estaban “enconchados”. Repentinamente, lo que yo llamo la “mecánica del milagro” (que casi siempre es en contra a mis deseos), un mal despeje del portero que le cae a Omar Bravo, le sale a achicar, Bravo se la pasa a un compañero, el portero va en pos de él, y al tiempo que todos los mexicanos le telepateamos, se la regresó a Omar, ¡goooool! Dos de Omarcito. La locura, todos gritando, y saltando, pero con la emoción, por su puesto ¡no tomé la foto! Pero mi esfuerzo fue recompensado. Con la necesidad de empatar, el cuadro de Irán intentó ir al ataque, descuidando la defensa. Fui tomando fotos, un balón rebotado hacia la banda derecha, luego un centro rematado de cabeza y ¡goool! Admito que la foto del momento en que entraba el balón no la pude tomar, pero si tengo una donde va saliendo después de rebotar en las redes. La emoción se desbordó. Durante los últimos minutos del partido, nos sentimos campeones mundiales. Un señor se paraba al frente y gritaba:

¡Uno, Dos, Tres! ¡Chiquitbum, a la bim bom ba!

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Estábamos felices. Yo tañía el cencerro con el batidor de acero y hacía un sonido como el del camión de la basura, ¡pero a niveles de explosión atómica! Fin del partido. Tomados de las manos, los seleccionados se acercaron hacia donde estábamos aplaudiendo y gritando. Nos hicieron reverencias que fueron correspondidas con atronadoras ovaciones, como las que se habrían escuchado en tiempos de los mítines. Todo era felicidad. “¡Y donde están, y donde están, los terroristas que nos iban a ganar!” Los cantos irreverentes eran también irrefrenables. Salimos felices. A la bajada de una escalera estaba un camarógrafo de DirecTV. Gritamos y brincamos frente a él, diciendo improperios como ritual de celebración de la victoria. Nunca pude ver si salimos en algún lado. Creo que yo en particular fui muy soez, pero también ¡muy honesto. Nos fuimos integrando a la marea humana que salía del estadio. Adelitas, charros, guerreros aztecas, pelucas multicolores. Pero los que robaban escena eran un grupo como de 6 o 7 “Chapulines Colorados”. En la tribuna, un grupo de aguerridos descolgó una manta en forma de una gran camiseta del Tri, donde se leía: ¡Si se puede, vamos muchachos! Más adelante, sobre las mismas gradas, una gran bandera mexicana ocupaba el lugar que alguna vez debieron llenar las banderas con la cruz gamada. Camino al autobús comencé a aceptar tragos de diversas botellas de tequila que eran ofertadas por desconocidos, pero todos con playeras verdes del Tri.

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Para cuando llegamos al autobús, yo ya iba muy contento, e iba entonando la recién aprendida melodía: ¡y donde están, y donde están! En eso, un compa chaparrito también con playera de México me dice:

supiéramos la letra completa. Por su puesto el frenesí creció gracias a las cervezas que compramos al chofer, esta vez sí se terminaron. El final de este eufórico día fue en un restaurante en Múnich. Entre nuestra felicidad y el alcohol ingerido, la avalancha de piropos para la rubia mesera que nos atendió fue enorme. Solo se sonreía. Supongo que se podía imaginar vagamente que se trataba de un grupo de alegres borrachos, lejanos en genética a sus antecesores vikingos, pero cercanos en su desenfreno y alegría etílica.

-Oye, mi amigo es iraní, y no le hace gracia lo que vas haciendo -¿A no? (pensé que estaba bromeando, pero cuando vi en efecto traía una playera de Irán) -¡Perdona!, ¿en verdad eres iraní? -¡Si! (respondió atravesado)

con

cara

de

pedo

Conociendo la cuna. Aún nos quedaban dos días en Alemania. Bajamos al desayuna y nuevamente sorpresa fuera del itinerario: estaba casi todo el equipo de transmisión de TV Azteca. “El profesor” Menotti, Faittelson, Francisco Javier González y hasta Romano, quien por cierto si se veía distante y taciturno (luego del secuestro que vivió, no era para menos). Nos acercamos a José Ramón Fernández, que muy sonriente, accedió a tomarse una foto con nosotros:

-¡Pos ya ni pedo carnal, pero ya no los chingamos! ¿Ya qué?

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En mi delirio de felicidad, hasta le pedí a Luis que me tomara una foto con ellos. No sé porque aceptó, y más aún, ¡no sé por qué no me puso un madrazo! Nos subimos al autobús. Todo era felicidad. Cantamos “El Rey”, “La serenata Huasteca”, “El sinaloense” y cuanta canción se nos venía a la mente, no importaba que no nos

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-¿Cómo les fue ayer?

El primero de nuestros restantes dos días, lo dedicamos por completo a Múnich. Antes de salir, nuestro guía peruano me mostró un diario de Berlín (no sé cómo lo había conseguido), y me tradujo el titular de la sección de deportes: “En el estadio Azteca de Núremberg, México derrota a Irán 3 a 1”. ¡No hubiese podido pensar en un mejor titular! Le dije que si me lo regalaba. Sólo se rio y se negó con un movimiento de cabeza. Me vi lento, pues debí tomarle una foto, en fin. Nos comentaron que conoceríamos el palacio de veraneo de Ludwig II, llamado “Herrenchiemsee”. Durante el camino nos fueron señalando algunos sitios de interés, entre ellos, las que fueran las oficinas del partido Nazi. Tomé fotos de una ventana. Aunque nadie dijo nada, se trataba de la ventana central de la edificación y bien podría haber sido el despacho de Adolf. Durante el recorrido, seguimos cruzando y bordeando infinidad de ríos. También seguimos viendo todo tipo de ciclistas, aunque lo que más llamaba nuestra atención eran “las” ciclistas. Llegamos a las afueras del palacio y allí se estacionó el autobús. Nos condujeron caminando por un camino pavimentado con piedras pequeñas y lisas, rodeado de hermosos, verdes y muy cuidados jardines. Varios de estos caminos se unían en rotondas que tenían fuentes en el centro. Estatuas, barandales de mármol y muchos cisnes en las fuentes. Era claro que Ludwig se construyó un pequeño Versalles.

-¡Super bien, juegazo! -Si oigan, ¡no siempre se ve a la selección jugar así de bien! “Joserra” me pareció mucho más accesible que la primera vez que lo vi en público, donde se le veía arrogante y lejano, durante una comida de fin de año, en donde coincidimos con el staff de deportes del aquel entonces Canal 13. Supongo que el triunfo nos tenía tan alegres a todos que no había lugar para “malas vibras”. Unos minutos tardes ¡”El Güiri, Güiri”! Se veía muy, muy serio en contraposición a sus jocosos personales; diría yo que incluso se comportaba con timidez. -¿Me puedo tomar una foto contigo?, mis cuates me dicen de apodo “Güiri, Güiri”, como a ti -¡Chin que friega! -No, no creas, mi apodo alternativo es ¡“Mauricio Castillo”! -¡No, pos eso si está de la tiznada!, tomémonos la foto para que vean que “eres de este lado”

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Sonriente accedió a la foto. También era la segunda ocasión que lo veía en persona. La primera fue en un restaurant de Av. La Paz, donde fuimos en celebración por la entrega de las escrituras de muestro primer departamento. Aquella vez, sólo estreché su mano. También se le veía actuar con timidez o enorme modestia.

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Luego de visitar la gran casa de Ludwig nos llevaron a otro lugar célebre, pero de tiempos más recientes: el cuartel general de la BMW. Entramos a un pequeño museo, donde se veían partes de autos, fotos y modelos a escala de motos y autos. Yo me tomé una fotografía junto a un gran motor de avión con los pistones en círculo enfriado por aire, recordándome de nuevo su origen como una fábrica de aviones, en particular el caballo de batalla de la Lutwaffe: el Focke-Wulf 190. Durante el camino vimos museos, fuentes, obeliscos, arcos y otras construcciones con una clara influencia griega, columnas con capiteles jónicos y dóricos, así como remates triangulares como el Partenón. Una de esas construcciones era particularmente imponente, se trataba de un arco que era rematado por una estatua de un personaje, supongo que un dios, como auriga en un carruaje tirado por cuatro leones, y debajo de ellos se leía la leyenda “Dem Bayerischen Heere”, que de acuerdo a “Google Translate” significa: “Al ejército Bávaro”. Dónde se viene uno a enterar que “Bayern Münich” significa Múnich Bávaro. Sin duda una ciudad con una gran herencia bélica y militar. De allí nos llevaron a comer en un lugar muy cercano al centro de Múnich: Marienplatz. Allí nos indicaron

que teníamos la tarde libre para pasear en la ciudad y nos veríamos allí a las 7:00 pm para cenar.

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Todos nos separamos. Recorrimos un poco el centro, tomando fotos de fuentes, señores bebiendo cerveza con sus trajes de bávaro y guapas güeras que andaban caminando. Entramos a una tienda de películas. Busqué las películas de Leni Riefenstahl. Sólo tenían la parte 2 de “Olympia”. No la compré, pero me sorprendió que la chica que nos atendió y que hablaba un muy buen inglés, fuera rusa. Nos habían contado de las chicas que se tendían en bikini a asolearse en los parques. Luis quería ir a “reconocer el terreno” y a comprobar la veracidad de esta leyenda urbana. La verdad es que sólo vimos a un par, a costa de mucho caminar y asolearse. En todas partes de los parques y tiendas había televisores, pasando alguno de los partidos. Entramos a mirar en una gran tienda de departamentos. Había cosas muy bonitas, pero todo estaba en euros. Destacaban los bellísimos trenes miniatura “Fleischmann”. También allí había teles, y mientras algunos miembros de la familia compraban, otros miraban los partidos. También había una “mini cancha” para niños pequeños. Estábamos recorriendo los anaqueles, cuando del otro

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lado se oyó un murmullo, “¿Qué dice wey?”, “pues ¡no se wey!”. Nos asomamos, sólo para descubrir que del otro lado, también había otros dos gorditos con playera verde. En verdad teníamos invadida a Múnich. Regresamos en metro a Marienplatz. Nos fuimos reuniendo poco a poco. Nos llevaron a cenar en una cervecería, ubicada en un sótano (keller). No pude evitar pensar que en un lugar como estos, la “Bürgerbräukeller”, se organizó el “Putsch” (la intentona) de golpe de estado de don Adolf, la cuna del régimen Nazi. Cuando salimos, paseamos otro poco por la Marienplatz. Pudimos ver y participar en la cascarita organizada por otros paisanos, en la improvisada cancha con sus obligatorias porterías marcadas con suéteres “hechos bolita”. De allí a dormir. Estábamos cansados del día anterior y de la caminata de en busca de las inexistentes güeras strippers.

comenzó a avanzar a las nevadas montañas. El paisaje era verde y el cielo era muy azul. A lado del camino se podían ver algunos letreros con señales, la mayor parte de ellas típicas, como vuelta a la izquierda, un puente más adelante, o cruces de caminos, pero los que me llamaron más la atención, eran aquellos que claramente tenían dibujada la silueta de un ciervo, de igual forma que en el centro de México podemos ver algunos que tienen el propósito de indicar que en ese sector puede haber cruce de ganado vacuno. Supongo que nuestros compatriotas norteños si pueden llegar a ver venados fuera del zoológico, pero nosotros, ¡ni de chiste! Llegó el momento en que habíamos pasado del embeleso al adormilamiento. Después de algunos minutos de bucólicos paisajes, junto con el cansancio crónico de los viajeros de un tour contra reloj, estábamos en un estado de cierta catatonia, sólo esperando otro inmóvil ejército de pinos u otra iglesia de elegantes torres. Mientras continuaba el avance llegamos a lo que parecía otro paisaje que inconscientemente se habían convertido en “normales”, apareció, como en la escena de una película, una elevación que no era especialmente alta, pero a la distancia, pudimos apreciar claramente algo que realmente parecía extraído de un cuento de hadas: un castillo blanco, con los tejados de sus torres color azul intenso. Aún era mucha distancia para distinguir muchos detalles. Llegamos a una villa, que pronto reveló gran movimiento turístico y daba nombre al castillo que visitaríamos: Neuschwanstein. Entrando a la villa había

Where the dreams come true.

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Faltaba el último día de nuestra visita. Sabíamos que nos llevarían a un castillo, pero nuestra poca experiencia en castillos, que de hecho estaba constituida por la visita a la casa de veraneo de Ludwig II, no nos podría haber preparado para lo que íbamos a ver. El autobús se encaminó nuevamente a la autobahn, y comenzamos a ver el paisaje que apenas en dos días, ya nos comenzaba a resultar conocido: las Torres de BMW, el estadio de Múnich, las torres de las iglesias, etc. La autopista

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un letrero que marcaba claramente que la zona de hoteles estaba a la derecha.

con velas) y meseros con filipinas blancas de cuello “Mao”. En la tienda de recuerdos del hotel, compré la mayoría de las pocas cosas que compré como recuerdo. No pude resistir comprar un reloj típico, en forma de cabaña, con unas figuras que giran haciendo una ronda, todas ataviadas con trajes bávaros típicos, claro, que esta versión que pude pagar, es impulsada por un reloj de baterías y las figuras son de plástico, en lugar de estar talladas en madera. Compré una insignia que luce un piolet, unas flores de “edelweiss” que significa algo así como “nobleza blanca” y el letrero “Neuschwanstein”, que por cierto significa algo así como “la nueva piedra del cisne”. Era todo lo que pensaba comprar, pero caí en el influjo de los sombreros que había allí, de esos típicos con los que retratan a los excursionistas bávaros en las películas, de fieltro verde; costó más caro de lo que hubiese querido pagar en principio, pero me caló bien. Fijé la insignia al sombrero con el asegurador que tenía para este propósito, y ataviado con él, salí de la tienda. RLV 12

El conductor del autobús busco un sitio donde estacionarse. Bajamos repitiendo lo el ritual de estirar las piernas, emitir bostezos y algunos a formar una visera con una o dos manos para entornar la vista y distinguir los alrededores. En el vidrio frontal del autobús había un letrero que decía “Konecte, Cinepolis, Walmart, Blockbuster” y al lado, el conductor colocó mi letrero de “Conchita: Manda lana”, porque le parecía muy graciosa la traducción al alemán, además de que identificaba nuestra unidad en forma única. En ese momento entramos a comer, muy temprano para nosotros (eran como las 11:30), en el “Hotel Müller”. Desde la entrada del hotel, el castillo ya lucía sus blancas paredes y remates azules, tal y como aparece en montones de rompecabezas marca “Ravensburger”.No había duda, aunque Disney había hecho un gran esfuerzo, la réplica de Disneylandia estaba lejos del original. El restaurante del hotel era muy bonito, con sillas de madera tapizada, lámparas pegadas a la pared (que alguna vez debieron ser candeleros

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mayor claridad, y entender que las torres más altas debían medir entre 20 y 25 metros desde su base. Nos encontramos con nuestra guía y nos dio los boletos para entrar. Mientras avanzábamos en la fila para entrar, se veía desde allí una caída de agua y un puente que atravesaba frente a ella. Entramos y nos indicaron seguir por unas estrechas escaleras internas, eran de piedra y tenían una estructura helicoidal. Llegamos a una estancia dentro del castillo, allí se rentaban aparatos para escuchar el recorrido, pero nosotros llevábamos una guía. Me acerque a una ventana, desde donde se veía un paisaje hermoso, cuyo lienzo lo formaba un precioso valle, donde emitían destellos más ríos y un gran lago, el cual estaba rodeado de altas montañas y lucía como una colcha de “quilting” con diversos parches cuadrados de diversos colores, entre los que predominaba el verde. En esa parte nos indicaron que no podríamos tomar fotos en el interior. Tuve un conflicto de conciencia, obedecer o no, pues tan sólo desde ese salón inicial de recepción, era claro que el interior del castillo sería algo digno de ser fotografiado. Ganó la prudencia y el civismo, alimentado por las historias que mi tía Estrella me contaba de sus propios viajes, en las que los mexicanos nos distinguíamos por no respetar las indicaciones, tirar basura y ser escoltados por un “Bobby” a llevarla a un cesto o incluso por robar monedas de limosna en un cepo en un templo budista. Comenzamos un recorrido impresionante, por toda la mitología germana desde la megalómana visión Wagneriana, así como imágenes católicas de los apóstoles, la virgen, Jesucristo y Dios padre. Una sala

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La guía alemana, que esta vez era una güera re-contra bávara, nos indicó que debíamos subir con un sinuoso camino rumbo al castillo y que nos reuniríamos en la entrada para que nos dieran nuestras entradas para recorrer el castillo. Al lado del camino, pudimos ver también el poste pintado con bandas en espiral blanco y azul, con algunos adornos de personas, construcciones y otros iconos metálicos; la guía en Nürembergh nos había explicado que era una forma gráfica de representar el tamaño de la villa y algunos servicios, monumentos o servicios públicos con los que contaba. El camino podía recordar sin mucho esfuerzo a los que nos eran presentados en las versiones cinematográficas de los cuentos de los hermanos Grimm: rodeado de densos bosques que por momentos no dejaban pasar los rayos del sol, con estrechas veredas que partían desde la carretera y se perdían en la densidad de altos árboles de esbeltos troncos, o arroyitos y riachuelos que al acercarse al camino eran entubados o pasaban por pequeños puentes para no constituir un obstáculo para los paseantes. Algunos automóviles iban avanzando entre los transeúntes, así como algunos carruajes tirados por fuertes caballos de anchas patas y enmarañadas crines, como los que se retrataban jalando los cañones de la infantería en la Segunda Guerra Mundial (perdón por tanta referencia al destructivo acontecimiento, pero las fotos y películas que había visto desde mi infancia, eran un punto de comparación que aún hasta la fecha no puedo hacer a un lado). Nos fuimos acercando cada vez más al castillo, el cual fuimos rodeando hasta llegar a la entrada principal. En ese punto se podía apreciar su majestad con


nos indicaron se llamaba el puente de María. Caminamos hacia él, cerca de 1 kilómetro, pero al llegar, la vista era privilegiada, por un lado, el costado del castillo desde la misma altura pero a una buena distancia para ver un paisaje increíble, claramente una vista diseñada para que la imagen misma del castillo completo fuera parte del recorrido de este gran parque de diversiones, por el otro lado, la caída de agua a través del bosque. Tomé varias docenas de fotografías, desde allí y desde otras partes del trayecto, algunas indistinguibles unas de otras, pero era difícil abstraerse de esa vista. Cuando íbamos descendiendo, alguien reconoció a una actriz, creo que una presentadora de Televisa; tampoco la conocía, y como la rodeaban varios de los mexicanos de nuestro grupo de otros que nos seguíamos encontrando por allí, me dio flojera acercarme. Con quién me tomé una foto fue con un portugués que iba con su bandera atada en la espalda. México jugaría el último juego de la fase de grupo con Portugal. Comencé a hablar con mi escaso portuñol y ambos reímos. Saqué mi bandera de México y Luis nos tomó una foto. Continuamos nuestro descenso. Casi para finalizar, se veía una taberna muy bonita y típica. Germán, uno de nuestros compañeros de viaje nos convenció a Luis y a mí de entrar por una cerveza. Siendo el último día del recorrido, estaba yo muy “esplendido”, por lo que decidí que tomar una chela era buena idea. Para no perder la costumbre, también allí había una tele, donde estaba pasando un partido de Corea. El sitio estaba lleno de coreanos que gritaban y coreaban las acciones del partido. Yo seguía usando mi sombrero tirolés y bebía mi cerveza, cuando en

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del trono con un candelabro de oro enorme, pinturas y dibujos personajes de las óperas de Wagner, desde Lohengreen, Gudrun, Klingsor, Parsifal, Trsitán e Isolda compartiendo honores don San Jorge y el dragón, y otros santos que no podría identificar. La similitud de Neuschwanstein con el castillo de Disney no sólo erea por su aspecto externo, sino que Ludwig II había creado el primer parque de diversiones Wagneriano para su propio disfrute, con episodios de caballería o lucha entre dioses adornaban las salas utilitarias como la del trono, su habitación, la capilla y la sala de acuerdos, además de tener otras áreas no tan habituales en un castillo, como un teatro para representar obras, salas temáticas de las diferentes óperas , representaciones del Walhalla y el antiguo testamento. De todas ellas, la sala que representa la cúspide de esta recargada estética Wagneriana, es una representación de la gruta de Tannhäusser en el interior del castillo, con estalactitas y estalagmitas; cuando la vimos lucía unas luces verdes de neón para dar una imagen de misticismo; no sé si eso era reciente, pero de ser de la época, este ingenio debió ser el más grande avance tecnológico destinado a un propósito estético y lúdico (siendo cerca del inicio del siglo XX cuando se finalizó, pudiera ser, pero no lo sé en realidad). Al finalizar el recorrido, salimos a una sala donde estaba una maqueta detallada del castillo. Pude tomar fotos de esta maqueta, además de comprar un libro de fotografías y un DVD: esto era muy bonito, como para no tratar de mostrarlo en casa. Al salir nos dijeron que podíamos descender inmediatamente o bien ir hacia el puente que habíamos visto al entrar, que según


forma repentina, se me acercó un cuate y me comenzó a hablar en alemán, creo que por sus gesticulaciones me pareció que hablaba de los coreanos, pues algunos usaban algunas pelucas y rajes estrafalarios. Le dije “I don’t speak German, just English”, a lo que él respondió “I’m sorry” y no dijo más, marchándose apresuradamente. Luis y Germán se reían y me hacían bromas respecto a mi aspecto de “europeo azteca”. Bajamos hasta llegar de nuevo al hotel y de allí fuimos a la ribera del lago, mirando las montañas que lo enmarcaban al fondo y desde allí, nuevamente podíamos devolver una mirada al castillo.

punto de referencia, y lo que pude ver en principio, fueron unas pequeñas banderas rojas y blancas, que son los colores de la bandera austriaca. Más adelante un signo revelador: un letrero que decía Innsbruck. De mis tiempos de la escuela, en la que tenía tiempo para la investigación sin ningún propósito práctico más allá del asombro, como lo era aprender de los deportes invernales, recordaba los juegos Olímpicos de invierno en esta ciudad, que no se cansaban de decir que estaba en Austria. Luego de unos kilómetros, el autobús se detuvo en un punto donde se ensanchaba el paisaje. La guía indicó que era la única parada que haríamos hasta volver a Múnich. Estábamos al borde de un río, donde se veían pequeñas casas y algunos atracaderos con embarcaciones pequeñas. La imagen más bucólica para mí, fue la de un hombre que estaba pescando, a quién lo acompañaba su perro. Luego de unos minutos, comenzó a ser difícil distinguir su imagen y sólo se veía su silueta recortada contra el reflejo del sol en el río. Nos subimos al autobús. Pude disfrutar del paisaje un poco más, pero el cansancio de caminar durante buena parte del día hizo sus estragos. Aún tuve ganas de tomar fotos de varios compañeros de viaje totalmente rendidos en brazos de Morfeo. Llegamos al hotel bastante “traqueteados”. Paola, nuestra guía mexicana dijo:

Österreich und Biergarten Subimos al autobús. La guía nos comentó que era temprano, que si nos interesaba ir a conocer Austria. ¿Austria?, ¿y qué tan lejos quedaba?, ¿necesitábamos visa? La guía sonrió, y nos indicó que estábamos como a unos 15 kilómetro de la frontera, además de que en la unión europea, ya no se requería visa, que más aún, ni siquiera había una barrera que impidiera el paso o que señalara la frontera. Todo mundo aceptó y se armó la algarabía, era una aventura inesperada conocer un país adicional a lo que teníamos presupuestado. Fuimos avanzando por la autopista, claramente con rumbo a las montañas nevadas. De alguna forma, el abierto paisaje se fue estrechando, y nos acercábamos a las escarpadas faldas de las montañas. En cierto punto, la guía dijo “ya entramos a Austria”. Yo buscaba algún

-¿Quieren ir a un Biergarten? -¿Un qué?

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-Una cervecería típica de por acá (como un Kindergarten es un “Jardín de niños”, este debías ser un “Jardín de chelas”, ¿no?)

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nuestro alrededor comenzaron a aplaudir y se escuchaban ruidosas carcajadas. En ese momento, la banda, con su sonido de “ompa, ompa pa pa, ompa, ompa pa pa”, comenzó a entonar una melodía que reconocimos pese al filtro de la cerveza: “¡ay, ay, ay, ay, canta y no llores!”. Nos dirigimos a nuestra meza y a los gritos comenzamos a cantar “Cielito Lindo”. Maravilla. La cosa no terminó allí, pues en torno a nosotros se comenzó a reunir una pequeña multitud, que llegó a reunir unas 50 o 60 personas. Entre la multitud de acentos y banderas estampadas en playeras y gorras, recuerdo haber visto argentinos, colombianos, venezolanos, uruguayos, bolivianos y hasta unos franceses. Aunque la banda ya entonaba otras melodías parecidas al “Barrilito” (esa que ponen en radio 620), nosotros seguimos de “Cielito Lindo” a “El Rey” y “Volver, volver”. En eso estábamos cuando se acercó un cuate con una gorra que decía USA y hablaba español. En el desmadre le dije: -¿Y tú qué haces aquí

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No sé si era por no quedarse atrás o por no perder nada de la aventura, pero una buena parte aceptamos. Yo seguía con mi sombrero tirolés (o bávaro, a esta altura no sé qué es lo más preciso). Paola nos advirtió que allí, cada chela era enorme, cosa que pudimos comprobar, cada tarro era como del tamaño de una caguama. Comenzamos a beber y nos tomábamos fotos. Mi cámara se quedó sin batería. Muchos me pidieron mi sombrero para tomarse fotos con él. Ya relajado por la cerveza, saqué un habano que llevaba y lo comencé a fumar. También saqué mi bandera de México, y la colgué de tras de la mesa donde estábamos sentados. Había una banda de músicos, que tocaba música muniquesa, con sus tubas y trompetas, además del infalible acordeón. Germán me dijo “están muy aburridos, ¿no?”, sin mediar más que eso nos levantamos de la mesa, y comenzamos a engancharnos de los brazos, girando uno en torno al otro, como se mira a los alegres bebedores del estereotipo bávaro. Yo continuaba con mi habano en la boca. Algunos individuos a


-Pues soy paisano

estaba nuestro hotel (esto ya era fuera de la excursión y habíamos llegado a patín). Pasamos por varias tiendas abiertas, dónde se veían los jerseys de Rooney, Toti y otros grandes de la copa del mundo. Nos encontramos con varios grupos de borrachos, que nos gritábamos cosas con euforia, sin saber con exactitud que significaban, pero suponíamos que eran palabras de aliento. Unas de las excepciones fueron los italianos, a quienes gritábamos “¡Forza Italia!” y a los brasileños a quienes gritábamos “¡Verde amarela, scratch du oro!”. Lo que sí todo mundo nos gritaba “¡Viva México!”, cosa que nos llenaba de orgullo. Con la corretiza en la calle, se nos fue bajando el cuete. Hasta hambre nos dio. Ni modo el hambre es el hambre, y por irnos al cotorreo, habíamos perdido la cena del grupo. De lo poco abierto (y que nos alcanzara la lana), nos recibió un Burger King. Medio feas las hamburguesas, pero para una buena hambre no hay pan duro. Andábamos medio perdidos, pero en cierto punto reconocimos una fuente que sabíamos que estaba cerca del hotel, pues la vimos el primer día cuando salimos en patrulla de reconocimiento. Por lo menos de ahí nos podíamos orientar de regreso. Vimos a un compa dando vueltas a la fuente con una bandera de Dinamarca. Po su puesto hicimos lo nuestro. Alguien tomó fotos, pero ya ni supe quién, nunca las vi. Ya en ese momento ni la adrenalina nos podía sostener en pie, pero ya íbamos camino al hotel. Pasamos junto a la “hupbanhof” y vimos brillar las luces del “Dorint Sofitel”. De allí a dormir, pero sin dejar de soñar.

-¡Pero de Abraham Lincoln!, ¿no? -¡Ja, ja, ja!

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Luego de que todo mundo rio a toda mandíbula, le di un abrazo y lo invitamos a cantar. Estuvimos así un buen rato. Íbamos y veníamos a lo largo del enorme local, que tenía varias galerías a manera de salones, para conocer gente de otros países, corriendo con la bandera. Saludos, abrazos, palmadas en la espalda y cervezas que nos invitaban. Teníamos al salón en un desorden glorioso. No recuerdo a qué hora se retiró la banda, a esas alturas ya traíamos la música por dentro. Tampoco vi a qué hora se fue nuestra guía ni el resto de nuestros compañeros. Quedábamos sólo Luis, dos chavos del video centro y yo. Estábamos en la mesa, cuando se nos acercó un güero enorme, con aspecto de guardia de campo de concentración, y en un tono bastante amable nos dijo en inglés que nos retiráramos. De mis lecciones de alemán, en los “Héroes de Hogan”, choqué los tacones y le grité “Jawohl!”. A pesar de todo se sonrió y nos escoltó a la entrada. Ya afuera vimos como otros compas se metían por otra puerta, los seguimos corriendo y volvimos a la algarabía. Repetimos esta operación como tres veces más, en las que fuimos escoltados por varios güeros, hasta que al fin reapareció el primero, y con un tono un poco más amenazante nos dijo “Please!”, mientras señalaba la puerta. “¡No te enojes chaparrito!”, le dijo alguien más. Ya afuera, y luego que ahora si estaban cerrados todos los demás accesos, nos fuimos caminando, en la dirección que creímos

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en Múnich, ni en Madrid, que esta vez no nos dio más de dos horas de espera. Llagamos a México. Nos despedimos de algunos, se intercambiaron correos, se dieron adioses. Se había acabado la aventura, que además resultó que nos permitió ver el único juego que ganó México, pues luego empatamos con Angola, nos venció Portugal (el compa de la bandera camino a Neuschwanstein aún le debe dar risita la foto que nos tomamos), pasamos de panzazo y perdimos con Argentina, en el maldito partido ese que sentí que podíamos ganar, pero que nos dejó en el terreno un tirazo del Maxi Rodríguez (que por cierto fue elegido el mejor gol de ese mundial). Jugamos como nunca, pero esta vez, pudimos estar allí, aunque perdiéramos como siempre.

Se acabó el veinte

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Supongo que la adrenalina de perder el vuelo nos mantuvo alertas. Nos levantamos a la hora indicada. Yo no pude inhibir mis impulsos de viajero frecuente y dejé mi maleta preparada a la hora que llegamos (eran como las 3:30 am). Desayunamos por última vez en el hotel. Ya no vimos a ningún famoso ni nada. Nos subimos al autobús. Uno de los conductores me dijo que si podían venderle la huaripa zapatista. El dueño estaba dudoso, pero por 50 Euros, valía la pena. Es uno de esos casos en que ambas partes, piensan que hicieron tan buen negocio, que casi les da pena el otro cuate. Ya íbamos callados y muy cansados. Sonrientes pero totalmente agotados. En verdad que ya no tengo recuerdos especiales de la espera en el aeropuerto, ni

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-¡Si, ya te reconocí!, Tú eres de Acapulco, ¿cierto?

Epílogo

-Pues era, ya no vivimos allá, la cosa se puso fea y ahora todos vivimos aquí en México, también mis papás y mi hermano

Era 2012, pasados seis años del mundial, fuimos a una reunión de trabajo. Salimos rumbo a la oficina de una reunión con cliente y tomamos un taxi. Íbamos unos 3 o 4 compañeros.

-¡Qué buena onda!, pues a ver cuándo nos vemos ¿no? -¡Claro!, ¡nos vemos!

-A la Torre Mayor, por favor

Y así, sin mediar un cambio de teléfonos o correos, para concertar la reunión, la aventura de Alemania continuará mientras nos acordemos de ella.

Mientras avanzábamos sobre Reforma, noté que el conductor del taxi me miraba con insistencia. Por mi parte también comencé a mirarlo con atención. al

mundial

de

Alemania,

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-Usté fue ¿verdad?

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What a Wonderful Town! Paco Olvera

Mucho

hay

escrito

y

desde

muy nervioso, pero la emoción era superior al miedo. Comencé a preparar el viaje, y los preparativos que hice, eran poco prácticos y anacrónicos, pero tenían base en lo que había a prendido de los viajes de mi tía Estrella: comprar cheques de viajero de American Express y cuidar bien el pasaporte. La verdad es que no quería que mi inexperiencia y mi ansiedad fueran notorias. El aparentar ser un citadino experimentado era una habilidad que desarrollé cuando llegué a vivir a México en mis tiempos de estudiante. Varias personas me habían dicho que si “la raza notaba que era yo fuereño, me iban a agarrar de bajada”. Me subía al metro o a los colectivos y procuraba verme muy dominador de la situación, pero varias veces me costaron algunos sustos y bochornos, pero nada que resultara dañino.

hace

demasiado tiempo. Creo que no podre ser original ni para comenzar un relato, entonces lo único que me queda como disculpa para los plagios que llevaré a cabo al hablar de Nueva York, se los voy a atribuir a la criptonesia (como nos instruyó Peter en otro número de la Letrónica). A los que primero me voy a “caciquear” con el título alternativo de este relato de viajes, es a Woody Allen, Matin Scorsese y Francis Ford Coppola, codirectores de la película “Historias de Nueva York”.

Primera historia. Viajes del pasado (y al pasado) El trabajo me ha llevado tres veces a Nueva York. La primera vez fue de hecho, mi primera salida de trabajo fuera del país. No tenía mucha experiencia y conocí realmente poco de la ciudad. Estaba trabajando con mi querido amigo Pedro. Él había hecho un viaje inicial, y junto con el gerente de sistemas de otra compañía que pertenecía al mismo holding para el que trabajábamos; ellos habían comenzado a darle forma a un importante proyecto. Cuando Pedro me ofreció ir, me sentía

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La oficina que tenía que visitar, estaba en Nueva York, pero no en la ciudad. A pesar de que Peter me instruyó para tomar el tren el aeropuerto rumbo a la Grand Cental Station y de allí tomar el tren suburbano que me llevaría a la estación de White Plains, todo fue en vano. Cuando llegué al aeropuerto, por cierto el JFK, ¡era enorme! Ya pasaban de las 10 de noche y me comencé a sentir ansioso. Llevaba un par de maletas, que por su tamaño, no

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eran nada prácticas. Mi inglés era bastante más malo de lo que yo hubiera deseado, y con los nervios, mi pronunciación se deterioraba aún más. Llegué a una salida, done estaban llegando los taxis amarillos. Yo veía que los viajeros se formaban una tras otro. Yo hice lo mismo. No dejé que nadie tomase mi equipaje, cosa que no hizo gracia a un negro enorme que fungía como despachador y maletero. Me subí y me tocó como conductor indio, con turbante y todo. Le traté de decir que iba al hotel Hilton en White Plains. No me entendía a mí y yo no le entendía a él, pero afortunadamente llevaba mi itinerario impreso en un papel (aún era el tiempo en que la agencia de viaje te imprimía tus boletos con tres copias con “papel calca” rojo y una hoja de papel de china con los hoteles). Me lo devolvió y le entendí una sola cosa “White Planes”. Con señas y en inglés mocho que si utilizaría el taxímetro. Me decía que sí mientras manoteaba y balbuceaba; supongo que me la estaba mentando, y puedo decir que era mutuo. Comenzamos a avanzar y avanzar. Vi que pasábamos cerca de algunos edificios, pero pronto, avanzábamos por carreteras donde ya no se veían calles, sino bosques y puentes. Mi ansiedad crecía, porque era obscuro y no entendía los intentos que el conductor hacía por “sacarme la plática”. Curiosamente algo que me tranquilizó fue un letrero en la carretera que decía “Flushing Meadows”, sabía por los tiempos en los que veíamos lo partidos de tenis de Raúl Ramírez, que ese era el lugar donde se jugaba el “US Open”. En la obscuridad pude ver que varias veces, la carretera se alineaba a las vías del tren. Creo que sólo hasta ese momento fue cuando me comencé a desbloquear y a recordar lo que

me había dicho Peter, eso también me tranquilizó. Supongo que al ver como se incrementaba el cobro en el taxímetro, me hizo estar consciente de la gran burrada que había cometido. Lo peor era que yo mismo me había expuesto a ello, por mi ignorancia y mi temor. En fin, luego de 1 hora y media y 190 dólares, llegué a mi destino. Me había gastado la mitad de mi presupuesto estimado para comidas en una estadía de 5 días. En la recepción del hotel, fueron más amables y pacientes. Mi reservación estaba en orden, por lo menos no todo sería tan infernal como me lo pareció en principio (tenía más rabia que susto). Desempaqué mis cosas. Las camisas y trajes los acarreaba en u porta trajes color verde olivo marca Samsonite que Conchita me compró ex profeso para el viaje y la otra era la más pequeña del juego de maletas que compramos para nuestra luna de miel (sin ruedas o manija para arrastrarla).

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Bajé a la recepción y pregunté cómo podía llegar a la dirección donde estaba la oficina. Me explicaron que la oficina no estaba lejos, que podía llegar en taxi y que serían unos 15 o 20 dólares, pero que no era tan lejano para caminar. También me instruyeron que si iba a usar el tren, debía salir temprano para alcanzar los primeros convoyes y que llegando allí encontraría hojas con los itinerarios y horarios de partida. Mi experiencia previa con el taxi hizo que estuviera más proclive al uso del tren, con todo y que aún no lo conocía. En la recepción me dieron un mapa, donde se veían las calles que debía recorrer para llegar a la oficina y marcaron un círculo de

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dónde estaba ubicada. También me explicaron, algo que resultó igual o más importante que la forma de llegar a la oficina: la mañana siguiente era el “Labor Day”, no se trabajaría en toda la Unión Americana. Buen momento para aprender que el día del Trabajo en Estados Unidos se celebra el primer lunes de septiembre. Me dijeron que era un día de asueto nacional, que tenía mucha suerte y por qué tendría oportunidad de conocer la ciudad, la verdadera ciudad. ¿Pero cómo? En principio no me sentí tan suertudo, pues mi experiencia de transporte no había arrancado en forma muy placentera que digamos. Con los mapas e indicaciones, me quedaba claro que estaba en el suburbio de Westchester y eso no era cerca del centro (como atestiguaba la cuenta del taxi de pinche indio que me arrastró hasta allá). Creo que mi cara de angustia y de pueblerino exacerbó el sentido de humanidad del caballero que me ayudaba en el front desk. Me llevó a un mueble con pequeños anaqueles que tenían panfletos y trípticos, muchos de ellos con portadas formadas por collages de fotos, muchas de ellas, con íconos de Nueva. Tomó uno de ellos y lo desdobló, dejando ver un mapa de Manhattan que ocupaba el amaño total del pliego extendido. En este mapa me mostró cómo es que llegar a la Grand Central Station era la solución a mis males. De allí podría ir a Times Square, al Central Park y al Museo de Historia Natural. El mapa también me hizo consciente que Manhattan era una isla y que aunque en ella están los más famosos puntos turísticos de la “Urbe de Hierro”, sólo es una porción de la ciudad, no digamos sus suburbios o de todo el estado del mismo nombre. Igualmente el mapa, dejó claro

para mí que la “city” está compuesta por varias islas. Este hecho me dio la oportunidad de comprender un dialogo del capítulo de Don Gato en el que Benito Bodoque se gana el viaje a Hawái y le cuenta al oficial Matute: -Hola señor Matute quiero que sepa que me voy de vacaciones a una isla -¿Qué isla?, ¿Coney o Long? -Digo Oahu, Makendai

Mohi,

Molokai,

Mohi

y

Dejé en la caja fuerte mis cheques de viajero, no sin antes cambiar algunos de ellos con su respectiva comisión, para sufragar mis gastos inmediatos, ¡¡todo costaba en este lugar caramba! Recordando mis tiempos de recién llegado al “Defe”, decidí probar mi suerte. Bajé muy temprano y desayuné. Mi primer encuentro con el huevo en polvo re-

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-¡Oh eso no está en mi distrito!


hidratado no fue de lo más grato, pero en ese momento el reto era llegar a Manhattan. Salí caminando, ya había bastante luz aunque eran apenas las 7:15 de la mañana, y luego de caminar unos 10 minutos, llegué a la estación del tren “White Planes”. En efecto allí obtuve los horarios del tren, que en cierto modo me parecían ridículos: ¡cómo va a ser que el tren llegue a las 7:33! Me pareció una payasada la pretensión de tal precisión. No es difícil imaginar que recibí una “bofetada con guante blanco”, cuando el tren comenzó a llegar al andén cuando el reloj de la estación marcaba las 7:32 abrió sus puertas a las 7:33. Me subí al tren y comencé el recorrido. Con la luz del día todo era menos tétrico y más disfrutable, además de contar con el apoyo moral de un mapa, que aun siendo esquemático, me indicaba el lugar a donde me dirigía y cuanto faltaba para ello, a través del nombre de las estaciones. Al arrancar en cada estación, aparecía el nombre de la siguiente en un tablero de leds donde las letras se desplazaban de izquierda a derecha en un desfile interminable. Llegué a la mencionadísima Grand Central Station. Muy bonita, toda de mármol en colores claros. Bajé a unos andenes, donde se veían los túneles circulares perderse en grandes muros, con letras de bronce que, siguiendo el contorno, indicaban de qué línea, andén o dirección se trataba. Me resultó muy agradable ver todo ese orden: flechas en las escaleras que indicaba que hacia arriba estaba el paso hacia las estaciones del subterráneo, otras flechas indicando otros sistemas de transporte hacia otros sistemas ferroviarios que interconectan el área metropolitana.

El lagarto trueno Mi decisión de dónde invertir ese lunes libre fue sencilla: el Museo de Historia Natural.

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Tenía muchos deseos de conocerlo, desde que en mi niñez vi una serie de episodios, de esas que eran en blanco y negro. La serie trataba de un grupo de niños, que viajaban al pasado, a la época de los dinosaurios (¿jurásico, cretácico?), pues se quedan dormidos frente a una exhibición del Museo, y cuando despiertan, están rodeados de ellos. Pueden verlos vivos, comiendo, con todo y la clásica batalla entre titanes, esa ocasión entre un Triceratops y el Tiranosaurio Rex. Emprendían una jornada fantástica, que era aderezada con montones de cosas que eran mencionadas por el chavo más “sabiondo” del grupo, mientras tomaba notas en su cuaderno. En el capítulo final,

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luego de innumerables aventuras, se despiertan frente al diorama. Todo fue un sueño, excepto que . . . el cuaderno de notas se ve envejecido por un uso excesivo, y los efectos de la humedad, el fango y lo que parecería una jornada muy azarosa. Me bajé en la estación del museo. Al caminar en el andén, me quedó claro que no podía haberme equivocado, pues en un mural de pequeños mosaicos cuadrados, estaba escrito “American Museum of Natural History”, y se veían dibujos de antiguos animales marinos, junto con otras muestras de fauna terrestre y aérea. Hay una entrada directa de la estación del metro al Museo, entrando por la cafetería. Compré mi entrada, tomé mi mapa dónde se indicaban las salas y exhibiciones del museo (¡qué maravilla, mapas para todo!), y comencé mi acenso por las escaleras hacia las salas que contenían los dinosaurios. En el camino pasé por algunos de los dioramas de los mamíferos, que son impresionantes. No importa que tan “muertos” y hasta polvosos se vieran los animales pese al gran trabajo de los taxidermistas, no deja de ser impresionante el gran detalle y cuidado que tiene cada uno de ellos, y sobre todo ver a tamaño natural a un alce, un oso pardo, otros grandes mamíferos o esplendidas aves. Pero sólo era de camino, tenía una cita en el salón de los dinosaurios. Admito que tuve un desliz más antes de acudir a mi cita: pasé a las sala de los mayas y aztecas. No puede evitar el morbo de ver que exhibían allí. Aún antes de ver nada, sabía que era injusta la comparación, por el objetivo del museo, por la bien ganada fama de la museografía en México y por la riqueza legendaria de las colecciones de nuestras

culturas, que aunque saqueadas, no alcanzaron los niveles de rapacidad que se lograron en Grecia, Roma o Egipto. Era una sala grande, pero con pocas piezas comparadas con las salas del Museo de Antropología e Historia de la Ciudad de México. La pieza principal era una reproducción a tamaño natural de la Piedra de Sol, nuestro mal nombrado pero famoso Calendario Azteca. La inscripción al lado de la pieza aclaraba justamente que no se trataba de un calendario, en una forma muy escueta. Estuve unos minutos examinando la pieza, hasta que llegaron otros visitantes que hablaban en inglés y comenzaron a hablar del “Aztec Calendar”. No pude evitar dos cosas: practicar mi escaso inglés y hacer una perorata de mis conocimientos en el tema. De niño siempre me intrigó el famoso monolito, a tal grado que casi me aprendí de memoria el contenido de un pequeño folleto que Nacho compró en una vista al museo que hizo con su grupo de la secundaria. Sabía que no era un calendario, que las Xilcoatl eran dos serpientes que formaban el contorno del monumento representaban el día y la noche, así como el nombre náhuatl de los animales cuyo pictograma representaba los 20 días de un mes azteca. Me sentí orgulloso por haber logrado una audiencia para sorprenderlos con mis “amplios conocimientos” (en tierra de ciegos, el tuerto es rey).

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Llegué a la primera de las salas de los dinosaurios, las cuales se interconectaban entra sí. Tenía una inscripción a la entrada: Sala Lila Acheson Wallace. En un letrero más pequeño indicaba que su esposo fue

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que sostenían los esqueletos de estos titanes prehistóricos, pero cuando llegué con el Tiranosaurio Rex, estaba muy emocionado. No podría decir que en este momento fue cuando me di cuenta que no llevaba una cámara, pero el hecho es que mi viaje de novato, me trajo como aprendizaje que ter la capacidad de tomar fotos es clave, por árido que parezca el lugar a visitar, siempre hay algo interesante que retratar (si no es interesante en ese momento, la nostalgia y la distancia se encargarán de ello). La presencia del “Rey Lagarto Trueno” me conmovió, pues estando frente a esta estructura de huesos fosilizados, pude comprobar que lo que había visto en los libros que había en la biblioteca casera de mi niñez, eran algo más que ficción.

Había otros especímenes que competían dignamente en espectacularidad, como el arquelón (primitiva tortuga gigante) colgado del techo, junto con los grandes peces del devónico o del ordovícico. En

general soy muy tacaño en la compra de recuerdos, pero el Museo fue una excepción para mí, pues en la tienda del museo, compré una tasa, unas playeras estampadas y varios libros que hablaban RLV 12

el fundador del Reader’s Digest. En ese momento me acordé de las ilustraciones que aparecían en los libros de Selecciones, donde se podían ver paisajes donde se dibujaban juntos a un montón de especies extintas, y fue en esas ilustraciones donde comenzó mi fascinación con esta fauna (que me parecía casi ficticia): Triceratops, Estegosaurios, Pterodáctilos y Brontosaurios (que por cierto el Brontosaurio ya no “existe”, pues como explica S.J. Gould, este nombre fue sustituido por la nomenclatura “Apatosaurio”, que se utilizó primero para denominar a este magnífico reptil). Pero sobre todos ellos, estaban terribles y fascinantes carnívoros: Albertosaurios, Alosauros y Tiranosaurios. Fui recorriendo las salas, llenas de enormes estructuras

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de las exhibiciones de los dinosaurios. En ese momento me traía réditos haber devorado las secciones de dinosaurios del texto de bilogía que usábamos en la preparatoria, donde leía con más atención lo referente a los ornistichia y sauristicha que a las vastas descripciones de los sistemas óseo, circulatorio y muscular.

sólo hay que decir “Coca Cola” y listo), y le pregunte a una dependienta: -Allure? -Of course sir, allow me to take you to the fragrance section -Are you doing fine today sir? -Yes, yes, tenkiu -Here we are! Enjoy the rest of you staying in Sak’s

El mundo del shopping

-Tenkiu! Estuve como en un estado de sub realidad cerca de 3 horas. Más que el hambre, el reloj me indicó que era hora de regresar, pero aprovecharía comer en la cafetería del Museo, que además de barata, era de auto servicio, lo que me alejaba la ingrata labor de ordenar en un idioma que no es el mío, una comida que no es la mía. Regresé hasta el hotel como un campeón. Cuando menos en lo que refiere al uso del subterráneo, mi aprendizaje en la “Capirucha” me permitió moverme con facilidad en la “Urbe de Hierro”. El hotel estaba a menos de una cuadra del mall de Westchester, y allí fue mi primer contacto con el auténtico centro comercial, que había conocido en forma indirecta a través de la versión mexicana del centro comercial. Entré a buscar los “encargos”, entre ellos un perfume “Allure”. Aún no tenía idea de costos y niveles de tiendas, cosa que aprendí pronto. Entré a “Sack’s”, comencé a buscar el mostrador de perfumes, como no sabía exactamente como se decía en inglés, aproveché el efecto Coca Cola (no es necesario saber si refresco en “inglish” se dice “soft drink”

-You are very welcome sir! -Good evening sir, how may I serve you? ¡Eran increíblemente amables! Y hablaban inglés en una forma que nunca antes había escuchado o había notado. Estaba tan emocionado por mi primera compra en los US, que comencé a recorrer la tienda.

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Acudiríamos a la boda de Memo, en la que se solicitaba el uso de vestimenta de

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etiqueta. Yo ya tenía mi smoking, pero se me ocurrió que podría comprar una corbata de moño diferente a la “aburrida” color negro que tenía. Pues en efecto había varios diseños muy elegantes con puntos o rayas, algunas que debían atarse, no con el moño pre-formado como la mía, pero cuando vi los precios ¡señor mío Jesucristo, 130 dólares! No me acordaba cuanto me había costado el traje completo, pero yo sentía que la misma cantidad. Regresé al hotel, para descansar y prepararme para las reuniones de trabajo. Cené en el hotel, mi espíritu aventurero había tenido suficiente para un solo día.

mapa son los que llaman “drive ways”, casi como caminos vecinales, pero comparándolas con las de mi pueblo, son calles “hechas y derechas”. Era un barrio residencial las fachadas de las casas eran sencillas, pero muy limpias y cuidadas. Paulatinamente, dejaron de verse tantos árboles como casas, y comenzaron a aparecer algunas tiendas y unos edificios de oficinas, pero chaparritos. Las aceras cambiaron, ya no eran tan amplias, se parecían más a las que yo estaba habituado en México. Había cruzado una frontera poco perceptible al principio, pero había entrado al “downtown” de Westchester. Llegué a un alto edificio, por un costado. Le di la vuelta y había una entrada cubierta por puertas de cristal, que tenía la dirección que tenía apuntada en un papel. Pasé por la recepción, y me reporté con Sam Meo, la persona que Pedro me indicó. Me condujo a una sala de juntas y las reuniones de trabajo comenzaron. Todos eran muy ambles pero era claro que no entendía la totalidad de lo que me decían, pero por el momento el miedo era controlable, pues lo que yo les decía, parecían entenderlo. Pero tuve un acceso de terror, cuando el tercer expositor, un tipo llamado Víctor Muslin comenzó a hablar. ¡Santa María de Guadalupe! Ya iban unos eternos 10 minutos de exposición, y yo no entendía casi nada, más que algunos “updates y deletes” de la base de datos, pero estaba en blanco. Estaba a punto de levantar la mano, sumido en la misma angustia en la que se apoderaba de mi cuando el colectivo se iba por otro lado que no conocía, y se me comenzaba a extinguir el aplomo de “experimentado citadino”, para

Canijos americanos, ¡qué bien hablan el inglés!

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Al día siguiente, salí con mucha anticipación a mi primer día de trabajo. Pese a todas las emociones de los dinosaurios y los viajes en el sistema de transporte público de Nueva York, no olvidaba la “madrina” que me había puesto el taxista indio el día de mi llegada. Emprendí la caminata que me habían señalado en la recepción del hotel, con mi mapa turístico de NY y sus suburbios. Había muchos árboles y las aceras eran muy amplias, pero prácticamente yo era el único que caminaba. Algunas personas paseando a sus perros y señoras jóvenes haciendo ejercicio pasaban por allí. Muchos me saludaban, creo que extrañados que un trajeado anduviese a pie por la zona. El mapa marcaba como unas ocho calles que atravesaban, pero pronto descubrí que sólo pintaba las principales, y además era unas cuadras ¡enormes! Con el tiempo aprendí que las calles pequeñas que no aparecen en el

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decir ¡no entiendo nada! Pero afortunadamente Sam lo interrumpió are

not

able

to

-But is perrrfectly clerrr! -Please speak technicalities!

aloud

and

with

avoid

¡Fiuuuu! Pude respirar con tranquilidad. A partir de ese momento me sentí seguro y bienvenido en el grupo. A la hora del almuerzo, fuimos a la cafetería de la oficina, que era de esas de charolitas como en la Universidad. Estábamos allí sentados, cuando llegó a sentase con nosotros un tipo joven y jovial, todo mundo miró hacia nuestra mesa, mientras él iniciaba la conversación: -Hi! My name is Greg Carr, I’m Alfredo Sánchez friend! -Of course you are Mr. Carr, pleased to meet you! -Don’t call me mister, call me Greg, so, how is it going? Más información valiosa que Pedro me dio al salir: estaba hablando con Greg Carr, fundador y director de Prodigy, considerado por algunos en aquel tiempo como ¡el joven Bill Gates! Regresamos a las reuniones prácticamente sin descanso alguno luego de comer. Yo miraba el reloj cada 3 minutos. Comenzaba a sentir un cansancio extraordinario. Al fin las cinco. Por primera vez entendía lo glorioso que podía ser la expresión “nine to five”. Aunque sabía que la caminata era larga a mi regreso, fue muy grato, ¡sobre todo porque no tenía que hablar ni tratar de

Soho Durante la tarde noche, llegó Sergio, un compañero de la oficina, que además de ser un tipo agradable, ofrecía la gran oportunidad de ser un interlocutor con quién podía hablar en español. ¡Qué dicha! Sentía un gran aprecio por mi lengua materna, no cabe duda que no se sabe lo que se tiene hasta que se le ve perdido. Al día siguiente, no importaba que las reuniones continuasen siendo en inglés, el

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-Please Victor! We understand anything!

entender a nadie! Regresé por las hileras de casas, que ahora lucían diferentes tan sólo por el cambio de la iluminación del sol. Llegué al hotel y directamente me fui a la habitación. Cai en la cama como "tapa de excusado", ¡estaba extenuado! Nunca había tenido que estar un día entero rodeado de personas que no hablaran una sola palabra de español, pese a su amabilidad, no dejaba de ser muy cansado. Dormí un para de horas, y esta vez, envalentonado por mis exitosas incursiones al "mundo exterior", fui a cenar al mall. Cené en un sitio sencillo, y anunque entendía la descripción de los platillos, hico poco mas que señalarlos al mesero, para no tener que seguir dando pobres exhibiciones de mi defectuosa pronunciación. El día siguiente fue mas o menos igual, reunión tras reunión, sin espacios para descansar, pero esta vez, los compañeros de la oficina fueron muy considerados y salieron al lunch a una cafetería fuera de la oficina, para "dejarme ver la luz del sol". Igualmente al final del día me sentía al borde del colapso.


Cuando preguntamos en la recepción, se sonrieron por mi candor: había que hacer reservaciones con varios meses de antelación, y era ¡carísimo! También en la recepción nos recomendaron ir a Soho, nos dijeron que era un barrio muy bohemio, pues estaba habitado por muchos estudiantes. Sonaba bien. Yo fui el copiloto, leyendo el mapa de “National, rent a car”. La verdad es que no se veía muy compleja la cosa, siempre y cuando alguien te fuera diciendo por dónde. ¡Cómo había subido de categoría! Hacía dos días me moría de terror, por no perderme en el metro o ser engañado por otro taxista y ahora llegábamos “in style”. Nos contaron que “Soho” era la contracción de “South of Houston”, que era la calle donde iniciaba el barrio, lo cual también nos sirvió como guía. Dimos varias vueltas, buscando dónde estacionar el coche. Lo dejamos en la calle, y cuando le pregunté a Eduardo si no le preocupaba, él me respondió “es rentado”. En verdad se veía muy bonito el barrio. Edificios altos con apartamentos apiñados y pequeños, las calles transitadas por grupos de jóvenes en las aceras y en bicicletas, además de que se veían muchos restaurantes. La mayoría de los establecimientos rebosaba de gente, pero encontramos uno que se veía bonito, se llamaba “Les Amici” (no sé si era italiano, francés o ninguno de los anteriores). Era atendido por jóvenes que se veía que eran estudiantes, lo cual me dio pie a recordar otro de los clichés cinematográficos, de los novelistas, estudiantes o actores que hacían de meseros para subsistir antes de llegar a la fama. Comimos cortes de carne y ensalada, tomamos vino y la charla fue muy agradable, entre otras cosas porque

-Vamos a cenar a Manhattan -OK, voy por mi mapa del metro -¡Nombre! (¡no – hombre!), en metro no, yo renté auto, y aquí con el mapa, todo se puede (¿en verdad?) Cuando estaba planeando el viaje, me enteré que Robert De Niro era el propietario de un restaurant llamado “Tribeca”; la verdad es que tuve la ilusión de ir, pues contaban que él se aparecía y saludaba a sus comensales muy a menudo.

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simple hecho de saber que alguién mas podría sacarlo a uno del apuro, o por lo menos compartiría la ignoracia para disminuir el impacto de ser casi iletrado en la lengua de Shakespeare, consituía un gran alivio. Acompañé a Sergio al mall cerca del hotel. Ya no hice compras, pero acompañarle a hacer su "shopping" era mas grato que quedarse encerrado en el cuarto, con una tele con puros canales en inglés y sin subtítulos. Creo que Sergio tenía deseos de aventurarse a más, pero la anecdótica llegada en taxi, había causado daños muy profundos en mi orgullo, por lo cual no lo secundé en sus planes. Cuando regresamos de las compras había un mensaje para nosotros: era Eduardo, el proveedor de los servidores que utilizaríamos, y fue a ver que todo “saliera bien”. Nos invitaba a cenar la noche siguiente. La verdad es que yo no me acordaba que él nos alcanzaría allá, y tampoco entendía con claridad el propósito de que nos acompañara, pero por otro lado, el pagaba sus gastos y también era más compañía. Al regresar de la oficina, nos encontramos con Eduardo en la recepción:


era en español. Caminamos un poco al salir y llegamos hasta donde estaba el auto. Estaba intacto. Eduardo me dijo que si me animaba a manejar, que él sería el guía. No, no gracias, no quería buscar de mi suerte, los progresos como viajero internacional eran ya satisfactorios hasta ese momento. En el camino de regreso, volvía a ver el letrero que indicaba “Flashing Meadows”. Sonreí en silencio, pues no había compartido mi amarga historia de llegada con mis compañeros de viaje, no quería perder mi recién ganado estatus de “hombre de mundo”.

-No problem! If you let us, Greg's assistant we will take care of this ¡Que bueno! Yo no tenía la menor idea de como hacer ese cambio, no digamos en la "Big Apple", ¡tampoco en México! No tenía idea ni de como se había comprado mi boleto o seleccionado los horarios, todo lo había resuelto Paty, la muy eficiente asistente de nuestra área. Siguieron la reuniones durante el resto de la mañana. También ese día,por ser el el último de nuestra visita, fuimos a almorzar fuera de la oficina. Durante toda la estancia,me la pasé dando "apologies for the bad english", pero todos eran muy amables, e incluso nos ofrecían disculapas por no ser ellos quienes se "switchearan" para hablar en español. Cuando regresamos, Sam nos indicó que que iría a averiguar que estatus guardaba la situación de nuestros boletos. Regresó con una gran sonrrisa. Extendió la mano y nos entregó nuestros nuevos boletos para salir al día siguiente muy temprano.

Send my regards to Broadway! El viernes era nuestro último día de reuniones. Terminaríamos antes del almuerzo, de allí pasaríamos con el conserje del hotel para recoger nuestro equipaje, para de allí dirigirnos al JFK (a esas alturas, ya me habían contado que había ¡3 aeropuertos! JFK, LaGuardia y Newark. La primera reunión comenzó a las 8:00 am y cuando finalizó, se nos acercó Sam con cara de consternación:

-We already made reservations for an additional night at the hotel, and your luggage is already in your new rooms (wow) -But there is something we need to know immediately!

-Paco, we need to ask you for a huge favor!

-(Upss!) Yes of course, what you need?

-(Upssss), yes please

-Please let us know if there is any particular Broadway show you are interested to go

-Greg want to be in the final meeting, but he will not be able to be with us any time before 3:00 pm

-We want to say thank you for the inconvenient changing the meeting!

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-Ok, Ok, We have no problems except for our tickets to Mexico

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¡Maravilla absoluta! Aún pasados los años, no puedo dilucidar que es lo que me causaba mas impacto, si la gran sorpresa de haber sido invitado a un show de Broadway, o la amabilidad y excelsa hospitalidad de nuestros anfitriones. Para nosotros no representaba una impacto especialmente grande, en México estamos mas acostumbrados a aceptar con estoicismo cambios y situaciones surealistas que para los americanos rayan en lo inaceptable. Yo estaba tratando de pensar que criterio sería bueno para seleccionar algún show en particular, pero Sergio se adelantó y dijo que a él le gustaría ir a ver “Cats”. La verdad sea dicha, yo era la única obra de la cartelera

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que había visto (claro que en México), pero tampoco estaba dispuesto a discutir y Sergio había representado mi tablita de salvación para no perder la cordura, así que secundé la moción de buena gana. Al final de la última reunión, nos entregaron un sobre con una especie de cupones que debíamos presentar en la taquilla del teatro. Cuando apenas comenzaba yo a pensar en como podríamos hacer para ir al teatro, nos informaron que debíamos bajar ya: una limousina estaba esperando por nosotros y nos llevaría a la puerta del teatro. Wow! No dejaban de sorprendernos. Nos despedimos un poco a las carreras y a la entrada del edificio estaba un gran auto negro, no precisamente una limousina de esas de 10 neumáticos, pero si era un gran auto negro, como un Grand Marquis o algo mas grande. El conductor se bajó y nos dijo en forma muy propia que subieramos al auto. Nos subimos y comenzamos a platicar alborotadamente de la suerte que teníamos. Luego de un par de minutos, pude ver que lo que en principio me pareció una simple figuración, era un hecho: el conductor nos miraba con mucha atención y nos lanzaba una mirada de cierta súplica. Hago un paréntesis para mencionar algo que da contexto a mis siguientes comentarios. Cuando llegó Sergio, la "saludable" caminata hasta la oficina fue omitida, pues a el le resultaba mas bien cansada y aburrida. El dijo que incluiría el costo de los taxis en su cuenta de gastos (recuerden que mi presupuesto se agotó con un único taxi), por lo que los últimos días habíamos ido y venido de la oficina en taxi, a 15 dólares por vuelta. En cada una de esas ocasiones, los conductores eran tipos de turbante o con


gorritos "chistosos". Aunque morenazos, esos tocados y las profundas ojeras que tenían indicaban un origen indio, paquistaní o incluso árabe, pero nadie "de mas para acá". La mirada insistente de nuestro conductor rindió fruto, y luego de ver con mas atención sus facciones le preguntamos

salvadoreños y colombianos, no entienden ni madre! -Ja, ja, ja, ja Realmente el paisano iba regocijado tan sólo por vernos reír, era una prueba de que no se estaba quedando loco. Llegamos hasta las puertas del teatro. Antes de bajar nuestro paisano nos dio su tarjeta y nos dijo que si queríamos, él nos llevaba de regreso, pero esto ya tenía que ser pagado por nosotros. Le dimos las gracias y de dijimos que no; yo prefería poner a prueba mis conocimientos del metro y de la Grand Central Station (además que no sabíamos de donde podríamos llamarle). Vimos la obra, y aunque yo entendía poco de la letra me divirtió. Me dio gusto ver que los recursos técnicos de la versión que había visto en México no estaban lejos de los que ahora veíamos, pero las voces y la elasticidad de los bailarines era suprema. Salimos del teatro, y merodeamos un poco por las tiendas. Sergio se compró unas gorras, una que decía “Bauty” y otra “Beast”, alusivas a la puesta en musical de la película de Disney. Recorrimos algunas cuadras más mientras nos dirigíamos a la estación del metro. Mientras caminábamos, se nos acercaban algunos tipos con tarjetas con fotos de mujeres desnudas y nos decían “Women, women, naked women”. En un intento de quitármelos de encima, dije en voz alta “No hablo inglés”, sólo para que el tipo que nos seguía dijese “mujeres, chicas, mujeres desnudas”. Sólo nos reímos y seguimos caminando. Mientras caminábamos, se presentó un espectáculo singular: por una de las calles entró avanzando la neblina, como si fuera

-¿Habla usted español? -¡Si por su puesto paisano! -¡Ah! ¿es usté mexicano? -¡Pos claro paisano, soy de Michoacán! Lo incluimos en una relajada platica, donde los “chingaos” y las majaderías eran más frecuentes de lo usual. Supongo que una manifestación curiosa del "home sick" gringo, o mejor dicho en buen mexicano, "el mal del Jamaicón" (por la legendaria nostalgia del famoso jugador de futból de los años 60, José "Jamaicón" Villegas). Nos iba platicando que tenía tres “limos”, que ya había ganado buen dinero y que estaba construyendo una “casota” en su tierra. En eso andaba la plática cuando repentinamente nos hizo una petición que en principio pareció extraña: -Paisanos, ¿les puedo pedir un favor? -Si como no, lo que digas (¿¡llevar un paquete sospechoso!? -¿Podría poner mi casete del “Polo, Polo”? -Si claro, sin extrañados)

broncas

(con

cara

de

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-¡Es que ya estoy hasta la madre que cuando lo pongo con mis amigos

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el hocico” el taxista, que esta vez era un negro. Con todo y su descontento, me ayudo a bajar mi equipaje. No acepté ayuda para llevar mi equipaje al “front desk”, esta vez le demostraría a la “Urbe de Hierro” que ya no sería fácil que tomaran venta de mí. Me coloqué en la fila para registrarme, cuando busqué el pequeño portafolio donde guardo mi pasaporte y pases de abordar (ya a estas alturas, los boletos impresos eran anacrónicos) para buscar el número de mi reservación. ¡No manches, no tenía el portafolio! En una serie de movimientos frenéticos para buscarlo en las bolsas de mi chaqueta, en el compartimiento frontal de mi maleta revelaron que en efecto no lo tenía conmigo. Dejé las mi maleta de ropa y el “back pack” de mi computadora abandonados en la fila y salí a la calle a toda prisa. Supongo que tendría yo una mirada de terror cuando salí a la calle, porque yo así me sentía. Me paré en la entrada de autos, donde hacía un par de minutos había descendido del taxi, pero este ya no se veía. Sentía que toda la sangre se me iba a la cabeza, la ansiedad de varios pensamientos que se superponían a toda velocidad me ocupaban la cabeza: como decir que había dejado mis papeles, pero como iba yo a llamar a la compañía de taxis, pero que número tenía el taxi, ¡chin, chin, chin! Estaba yo sumergido en ese mar de enojo y apendejamiento cuando se paró frente a mí una figura desconocida. Luego en forma sorprendente me resultó familiar: el taxista. Estaba sonriendo, quise imaginarme que con un aire de “aquí están sus valiosos papeles, ¡pinche tacaño!”. Sonreí nervioso. Le dije un “thank you” muy rápido y saqué mi billetera, le di diez

De nueva cuenta, pero más “vividito” El trabajo me dio la oportunidad de volver a Nueva York, esta vez asistiría a un congreso, acompañando a dos ponentes que habíamos invitado. Esta ocasión ya iba yo como campeón, luego de 8 años y varias decenas de visitas a otras ciudades de Estados Unidos, ya no era el mismo. Aún campirano, pero con más experiencia, desde la llegada al aeropuerto todo fue muy diferente. Si bien no renté auto, ya busqué taxis de “tarifa fija” de JFK a Manhattan. Llegué al Hilton de la 6ª avenida y la calle 58. Bajé del taxi y pagué la cuenta exacta. Pude ver como “me torcía

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rodeando un ejército de “muertos vivientes”. Si mirabas al cielo, una porción se vía cubierto por nubes tan cercanas que eran iluminadas por las luces de Broadway, mientras que en la otra se veían con una claridad pasmosa las estrellas en el cielo. En ese momento me rendí ante la evidencia, pues pese a que me aferraba en sostener en que Nueva York no podría superar a México, tuve que admitir que ambas urbes eran impresionantes, y que verlo como un concurso, era tan inadecuado como intentar hacer un “hit parade” de las obras del Renacimiento vs los Surrealistas. El mapa del metro y del tren urbano rindió frutos nuevamente, y nos ayudó a llegar al hotel cerca de la media noche. Al día siguiente, nos fuimos al Aeropuerto en tren y en metro, para terminar mi primera visita a la “Big Apple”.


dólares. Sonrió de nuevo y se fue. Ahora lo que pensé fue: “¡mis cosas!”, pero cuando volví dentro del hotel, ahí estaban, esperándome en la fila. Me registré y fui a mi habitación.

adoración católica. Me dio gusto ver que la virgen de Guadalupe tiene su espacio en la catedral. Estaba camino a la salida y no había podido ver a la “Mother Cabrini”, cuando descubrí, que justo a la salida, se encontraba una figura no muy grande de una religiosa con hábito negro, y debajo de ella una placa de bronce con la leyenda “Mother Francess Xavier Cabrini”.

Esta vez estaba en pleno Manhattan, tan sólo al salir caminando, en unos cuantos pasos llegué al edificio de “Time-Life” con su hermosa fuente y frente a él estaba el “Radio City Music Hall”, que conocía de “oídas”, por la existencia de las “Rocketes” y por la película de “Anita la huerfanita”, cuando el señor Warbucks dice: “Iremos al Radio City Music Hall, ¡Punjab, compra la función de las de las 6!”. Caminé por la Sexta avenida y fue inevitable toparme con la Catedral de “San Patricio”. Entré para ver su interior. Un amigo me había dicho de una figura que honraba a la “Mother Cabrini”, que era como la santa patrona de los inmigrantes. Recorrí la catedral. Resultó más interesante e imponente de lo que yo esperaba, considerando que México y toda Latinoamérica es un muestrario de grandes construcciones dedicadas a la

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No sólo la había encontrado, además ¡era mi tocaya! Fue una sorpresa agradable. Salí a continuar mi caminata. Muchos edificios y muy altos, por lo que dejé de dirigir la mirada a las alturas. Repentinamente, a mi

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derecha se abrió un espacio, donde se veía una plaza llena de banderas. Se veía mucha gente caminando, y aún sin darme cuenta que estaba entrando a un sitio icónico de Nueva York, se sentía un ambiente muy agradable, en cuanto caminé más, pude distinguir la pista de hielo y sus patinadores, así como la gran estatua de bronce cargando un orbe de esferas huecas, y allí el letrero que me develó el lugar donde me encontraba: “The Rockefeller Center”. Su decoración “Art Deco”, me recordaba imágenes de los años 20, así como una caricatura de las “Looney Toons”, llamada “Miss Glory”. Estuve un rato “rondando por allí, y después volví caminando. Fui tomando fotos de los New Yorkers con los que me iba topando. Mendigos, tipos con impecables trajes, chicas muy guapas y elegantes totalmente a la moda. Todos ellos proyectando la imagen cosmopolita y desinteresada que con tanto ahínco se han creado y mantienen en torno a ellos. Identifiqué un “Barnes & Noble” para los libros y un “Best Buy” para la electrónica. Estaba listo para recorrer la “City”, pero esta vez como campeón.

esta segunda jornada de mi visita. En esa ocasión, me auto impuse una encomienda para el museo. Como la vez anterior, no había llevado una cámara y compré varios libros con fotos, estos los revisé con calma sólo hasta que estuve de regreso en casa (de hecho le compré a Anita un Pterodáctilo de peluche que aún conserva). Cuando revisé un libro llamado “The kin of Dinosaurs”, descubrí con sorpresa que hablaban de la exhibición más espectacular de esqueletos simulando movimiento, en el gran salón Roosevelt.

Mis viejos y nuevos conocidos Pero no mencionaban ni al Tiranosaurio Rex, ni al Triceratops, ni al Diplodocus. ¿Cómo era posible que no lo hubiera visto? Pues así fue: en mi primera visita, con la prisa y los nervios de la aventura que había representado salir, no había pasado RLV 12

Para el día siguiente, tenía planeada visitar nuevamente el Museo de Historia Natural. Sería una visita “quirúrgica”: iría nuevamente a ver a mis viejos conocidos los dinosaurios y regresaría para reunirme con Carlos, quién llegaba a medio día de

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por el gran salón de la recepción, y había pasado por alto ¡la exhibición más impactante del museo! Veía y veía las fotos y pesaba lo distraído que había sido. Saliendo del hotel, pasé caminando al lado del Starbucks que estaba a la salida, seguido de una cafetería que me parecía muy “Newyorquina”, tenía por nombre “Lindy’s” y tenía un logo que consistía en un mesero con filipina blanca y corbata de moño color negro. Pensé que otro día con más tiempo debía entrar a probar.

Start spreading the news! Hay varias melodías que con el tiempo he aprendido a identificar con Nueva York, de ellas por su puesto la homónima que cantara Liza Minelli en el también homónimo musical resonaba ahora en mi cabeza. En mi anterior visita, el encuentro con la música fue furtivo, en la ida a “Cats”, pero esta vez, ya siendo, o queriendo ser un “hombre de mundo”, quería tener mayores recuerdos musicales. Esta vez hubo más planeación. Junto con Carlos planeamos una ida al teatro. Yo recomendé “Rent”, o mejor dicho, de las recomendaciones que leí en Internet, decían que estaba muy buena, pero en realidad, no sabía ni de que se trataba. La decisión, también tuvo el paliativo de que logré comprar los boletos por Internet. Pero esta ida al teatro sería hasta el tercer día de mi estancia. Por la noche me reuní con Carlos y con su hijo Carlitos. Él ya había averiguado de un club de Jazz que estaba cerca del Hotel. Fuimos caminando, siguiendo las indicaciones. Caminamos de arriba abajo a lo largo de algunas cuadras. No podíamos encontrar el lugar. Repentinamente, en un edificio de vidrios negros, se advertía un pequeño letrero de luz de neón azul, que decía “Jazz”. Carlos preguntó si podíamos entrar, y le explicaban que era una especie de club por invitación. Yo estaba seguro que no nos dejarían pasar, pero Carlos fue muy persuasivo y lo logró. Cuando entramos, esperaba que estuviese más obscuro, por el aspecto exterior del local, pero la verdad era más bien como un salón de baile. Había un grupo tocando, del cual se RLV 12

Con un mapa del metro en la mano, entré en una estación que estaba en esa misma calle, y con mis conocimientos aumentados y mejorados por mis viajes a otras ciudades del mundo, me dirigí a la estación del metro que lleva directo al museo. En cuanto llegué al museo, me dirigí a mis ya conocidos salones de los dinosaurios. Los recorrí tomando fotos, esta vez, quería una prueba de mi visita, así que pedía a una señora que me tomara una foto frente al Tiranosaurio y después pedí ayuda para tener otra foto frente al Triceratops. Una vez completado este “rally” prehistórico, era tiempo de saldar mi cuenta con el “big tank”, la entrada principal del museo. Cuando llegué, tenía yo la boca abierta, por más fotos que había visto, verlo en vivo no se comparaba. Un “Barosaurio” (lagarto pesado) era atacado por un “Alosaurio”. El “Barosaurio” está parado en sus patas traseras y su larguísimo cuello estirado. Debe tener unos 12 o 15 metros de alto. Imponente. Tomé las fotos para estar tranquilo con mi conciencia. Me subí al metro y regresé al hotel.

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distinguían claramente los acordes de un saxofón y los redobles de la batería. Nos sentamos y pedimos unas cervezas. La música se interrumpió apenas unos minutos después de que nos sentamos. No pude evitar pensar: “tanta bronca para nada”. Nos quedamos sentados, por lo menos para beber la cerveza previamente ordenada. En eso estábamos cuando se encendieron las luces en otro escenario, que por cierto, nos quedaba más cerca. Fue anunciado como un grupo de “Latin Jazz”, confieso que lo que pensé, es que sería algo así como el “FANIA all stars”. En cuanto comenzaron a tocar, me callaron la boca. Tocaban improvisaciones muy rítmicas, plenas de virtuosismo. No conocía ni las melodías, ni a los ejecutantes. Destacaba un señor canoso que tocaba las tumbas. Se me figuraba como las fotos de los discos de “Acerina” y su danzonera que tenía mi tío Luis, pero la música era soberbia. Estuvimos allí como una hora y media. Mucho más entretenido que lo que pensé al inicio de esta primera aventura. Regresamos al hotel caminando, contentos de haber estado un ratito en la vida nocturna de la ciudad.

tomamos un taxi que nos dejó al frente de la dirección que le indicamos. Las sorpresas continuaron para mí, pues no se trataba de un edificio grande con una marquesina igualmente imponente. Parecía una escuela o un hospital. La entrada no se parecía a la del teatro donde había visto “Cats”, es más, creo que las escaleras de entrada al cine Latino, eran más imponentes que la estrecha escalera por la que subimos. Llegamos a un teatro, que parecía más bien al auditorio de mi secundaria en el pueblo. En ese momento yo no sabía cómo nos iría. Comenzó la obra, y la temática fue igualmente sorprendente: un grupo de gays y rechazados buscando donde vivir. Dejé de preocuparme y me decidí a disfrutar la obra. La verdad es que fue muy buena. Se abordaban problemas como el sida, el rechazo, la homosexualidad y la bisexualidad. A posteriori, me enteré que era una nueva versión actualizada de “La Boheme” y trasladada a Nueva York. En ese aspecto compartía su origen estructural con “Amor sin Barreras”, que recrea a “Romeo y Julieta” como una lucha de pandillas en la “Gran Manzana”, y en su momento también fue un tema “espinoso”. La verdad me emocionó mucho descubrir que había ya otro tipo de musicales, no sólo las espectaculares producciones, con un gran número de ejecutantes, escenarios impresionantes, pero con temas más cercanos a lo superficial.

Broadway Melody Luego de las cansadas horas en las presentaciones del congreso, nos preparamos para ir al teatro. Sería mi segunda experiencia en Broadway, o eso cría yo. Pues lo primero que descubrí, es que el teatro donde estaba la obra no estaba precisamente en Broadway, sino más hacia el sur. A sugerencia de Carlos,

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Ya “encarrerado el gato”, dejé que la inercia de la emoción, y la conciencia de que ir a Nueva York “no era de todos los días”, decidí probar suerte. Cuando estaba planeando el viaje, mi amigo Tomás me dijo que tenía que ir a ver el espectáculo

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taquilla. Carlos y Carlitos tenían otros planes. Se fueron a ver a un jazzista y su grupo. Busqué la dirección donde estaba el teatro. Estaba en el área de Soho (¡que agradable saber que era y donde estaba Soho!).

Estaba analizando las líneas del metro, pero la verdad es que no había líneas de metro tan cerca, y el día anterior el taxi no había sido realmente caro. Tomé un taxi amarillo frente al hotel, lo llamó el botones y toda la cosa. Le mostré la dirección al conductor. Sin decir nada, puso a funcionar su taxímetro y comenzó a conducir. Por tercera vez el conductor era negro. Esta vez los indios y asiáticos no se me habían acercado. Mientras avanzábamos no dejaba de ver la cuenta del taxímetro. Aún me dolía mi primera experiencia “taxisitca” de años atrás. Cuando el taxi se detuvo, marcaba 9 dólares, muuuuuy razonable. Nuevamente se trataba de una construcción pequeña, pero esta vez ya iba mentalizado. Era un teatro pequeño, con una gayola como la de los cines de mi pueblo. Ahí fue donde me

-¿Y a ti que te pasa macho? -Pues nada, es que iba a comprar un boleto para el “Blue Man Group”, pero la comisión está ¡carísima! -¡Pero tío, si podemos hablar por teléfono y hacerlo nosotros mismos! Creo que puse cara de susto, porque John tomó el programa, sacó su celular, llamó y en cuestión de 1 minuto, me dijo: “forty bukcs”. Asentí con la cabeza. Me pidió mi tarjeta de crédito. Dictó unos datos con mucha rapidez. Tomó su pluma Montblanc, apuntó unos números y terminó la llamada. Me extendió el programa. Tenía un número de confirmación para recoger el boleto en la

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de “Blue Man Group”. Le había dicho que lo iba a considerar, más por cortesía que por tener la convicción de ir. Pero ahora estaba entrando en el ánimo aventurero, aprovecharía la recomendación. En los intermedios del congreso, me fui a asomar a la recepción del hotel, donde había un escritorio dedicado a obtener boletos para los espectáculos de la ciudad (luego de mi reciente experiencia, ya no decía que de Broadway). Apareció un güero de modales muy correctos (como las señoras del Sak´s años antes). Me indicó que el cargo por ayudarme a conseguir el boleto eran 40 USD, ¿¡pos que me iba a llevar cargando hasta allá!? Ese era el precio que pagué por entrar a “Rent”. Iba de regreso a los salones de conferencias cuando me encontré a John Borenstein. John era compañero mío del trabajo, que tenía la característica de hablar muy buen español, ¡pero de España tío! Cuando vio que tenía yo cara de “choque”, me preguntó:


tocó sentarme. El teatro estaba lleno por completo. Para no variar, tampoco tenía idea de que iba yo a presentar. Cuando salieron tres hombres con una máscara (¿o era pintura?) azul muy brillante, como esmalte. Comenzaron hacer mímica caras y a arrojarse una bolas de algún tipo de macilla, que atrapaban con la boca y las regresaban haciendo malabares. Ya con eso, nos tenían cautivados a todos. Después procedieron a ejecutar una serie de ingeniosos números de percusiones, con instrumentos increíblemente innovadores y artesanales. Po su puesto pensé en “Les Luthiers”, como creadores de instrumentos, pero cada uno de ellos agradablemente diferente del otro. Tocaron tambores con pintura, lanzaron papel del baño y ejecutaron un gran instrumento tubular, con tuberías de PVC. Buenísimo. En definitiva, Nueva York es una “Meca” musical.

No recuerdo que pidieron los demás, pero para el postre no nos permitieron evadir el probar un New York cheese cake. Lo compartimos entre todos, pues era enorme. La pasta de queso y migajón era muy espesa y de gran sabor, y estaba cubierto por una capa de jalea roja, de consistencia gelatinosa, que fijaba unas enormes y jugosas fresas en la parte superior del icónico postre. El almuerzo fue como los que se pueden ver en las películas, por ejemplo “Tienes un e-mail” o “Conoce a Joe Black”. Cuando salimos, Carlos y Carlitos se fueron por su lado, y acordamos la hora en la que nos veríamos en el Lobby del Hilton, para de allí acudir a las oficinas de SAS (que por el momento, yo sólo sabía que “no estaban lejos”). Chris propuso que fuésemos al “top of the rock”. Yo no entendí. Cuando puse cara de “what”, me preguntaron que si entendía a que se referían. Yo me sentí un poco ofendido: -Of course I know what you are talking about! It is an expression like being “king of the mountain”

Top of the Rock

-No men! You really don’t get it!

El día siguiente estaba destinado a reunirme con mis compañeros de la oficina. Por la tarde, luego de las sesiones del congreso, nos reuniríamos con el otro expositor y con Carlos, para dar un repaso a la presentación que haríamos. Me pidieron que invitara a Carlos a almorzar, pues aunque en la noche seríamos anfitriones de una cena para diversos invitados, él no nos acompañaría. Carlos se excusó conmigo y me explicó que tenía otro plan con Carlitos. Almorzamos en un “Deli – Bistro” típico de Manhattan. Yo pedí un sándwich de Pastrami y Vino tinto.

-“The top of the Rock” is a touristic ride to go over the rooftop of the Rockefeller Center

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Aaaaaaa, ahora entendía. Chris había trabajado en la oficina de Nueva York, por lo que él sentía que era el local, por lo que siendo un buen anfitrión el compró las entradas. Nos formamos en una fila que avanzaba con relativa rapidez. Al avanzar, llegamos a una sala abierta, a la entrada vi un poster con una foto que reconocí de los libros de “Time – Life”, en la que se ven

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escenario, donde se veía una larga viga metálica, en la que se veía como fondo la ciudad desde las alturas, claramente simulando el entorno de la foto de los obreros.

Nos sentaron y nos tomaron una foto. Hicimos caras y ademanes de tener vértigo. Flash. De allí pasamos a otra fila, que nos llevaba directamente a los ascensores. Mientras subíamos eran proyectadas fotos en el piso y el techo del elevador. El viaje del elevador comenzaba con imágenes en color sepia de la construcción del edificio, pasando por escenas que avanzaban en el tiempo, incluida la del soldado y la enfermera que

se besan en Times Square al finalizar la Segunda Guerra Mundial, Los Beatles y otras que no recuerdo. Mientras subíamos, me parecía que no era para tanto subir al “edificiote”, de plano me habían visto cara de ranchero, pero en fin, se agradecía el detalle. Cuando subimos la vista resultó realmente impactante. El Central Park como una enorme alfombra rectangular, los edificios más conocidos del “skyline” de Nueva York. Por primera vez me puse a

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unos obreros comiendo su almuerzo, en una viga de acero, con los pies colgando con un vacío inmenso bajo de ellos, pero que parecía no perturbarles, es más, se les veía disfrutando. La parte con mayor iluminación de la sala era una especie de


pensar que la vez anterior, no había ido a la “Estatua de la Libertad” o a ver las “Torres Gemelas”. Estas ya no estaban allí. A la “Estatua de la Libertad” le tomé una foto, donde se ve más pequeña que un llavero, pero algo es algo. Realmente era una gran vista. Subí unas escaleras que permitían ir a una terraza un más elevada. Las puertas y los barandales de bronce confirmaban el origen del edificio en los años 30. Tomé una buena cantidad de fotos. Estuvimos allí arriba como media hora. El tiempo se me pasó como agua. Salimos y nos fuimos rumbo a la oficina. Había montones de personas vestidas como para coreografía de “Thriller” de Michael Jackson. Se me había olvidado que esa noche sería Halloween. Curiosamente, en Nueva York hay tanta gente estrafalaria, que estos zombis y brujas no se veían tan anti vinientes.

La oficina es realmente cerca, a menos de 6 cuadras del hotel. A la hora convenida, fuimos al lobby del Hilton, para ir por Carlos y por Marcelo, el director de la compañía brasileña, a quién conocí en Sao Paulo. Revisamos que íbamos a hacer y a decir en tan sólo unos 20 minutos. Pero nos quedamos como 1 hora más, pues la oficina estaba en el piso 48 (10 más que nuestra oficina de la Torre Mayor en México) y el paisaje también era muy bonito. Allí llegó el atardecer, y pude fijar mi cámara con unos libros, y haciendo exposiciones con una apertura lenta, pude tener vistas nocturnas de la ciudad iluminada en la noche. Nos fuimos al hotel. Pero esa noche no terminaba allí, pues como parte de las actividades para captar clientes potenciales, se organizó una cena. Sería en el restaurant “The Palm”.

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Vamos al club de gatos “Pink Palm”, “Bill” y luego “Woody”

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Decía John, adorador de los buenos sitios para comer, que era un sitio de muchísima tradición en Manhattan. Yo me sentía muy contento, pues de mi primera visita, donde sólo quería comer en McDonalds o en cafeterías pequeñas, para no meterme en líos al pedir la comida. Ahora era el anfitrión de una cena en un clásico newyorquino. Por su puesto que estando allí me acordé cuando Benito Bodoque se enamora de Melosa Melón, que cantaba en el “Pink Palm”, aunque la verdad cuando era niño, cuando Don Gato lo decía, me sonaba a que era “el club de gatos Pin Pan”. Nos dieron a elegir entre dos o tres tipos de vino, ya que el menú estaba previamente elegido: Surf & Turf. Allí aprendí que se trataba de un plato que contenía filete y langosta, junto con vegetales al vapor. En ocasiones me cuesta trabajo encontrar comida que no requiera ayuda de una buena salsa picante, y justo en este caso no hacía falta, pues resultó deliciosa la combinación de dos generosas piezas de carne de origen terrestre y marítimo, estaban muy bien cocinadas, con mantequilla y especias. John me dijo que querían llevar a Carlos aun lugar de esos “breath taking” (¿Qué este no lo era?). Me preguntó si Carlos tenía algún interés. Cuando se los dije, si mostró cierta sorpresa, pero sólo por un instante, y me dijo que él se haría cargo. Esa noche era noche de brujas. John y Chris hicieron bromas respecto a ir a un bar para hacer “witch hunting”, haciendo alusión a las muchachas. Para no parecer muy pueblerino, accedí a acompañarlos. Recorrimos unos 3 bares en la noche, pero supongo que no nosotros realmente

buscábamos nada, además de que seguro estábamos en una zona muy fresa de la ciudad, o mejor dicho, siendo el centro y no los suburbios, allí no pasó nada (afortunadamente). Mientras caminaba hacia el hotel, meditaba en que la señora que me sirvió el sándwich de Pastrami, ¡estaba disfrazada! En su momento pensé: “¡qué mal se maquilla esta señora!”, pero ahora era claro: ¡estaba disfrazada para el Halloween!

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En el último día del congreso fue la presentación de Carlos Marcelo y Chris (de última hora se decidió que Chris hablara en mi lugar, ya que la presentación sería en inglés). La presentación resultó bien, pero ese día la atracción principal era una presentación de Bill Clinton en el salón principal. El lugar estaba repleto. Cada quién se sentó por su lado. Me costaba trabajo entender con precisión su ponencia, pero hablaba de la responsabilidad de hacer política con alcances mundiales. Me pareció muy buen orador, pese al filtro del idioma. Habló cerca que 35 minutos. Salió como llegó, rodeado por una nube considerable de guardaespaldas. Nos reunimos en el bar del Hilton como a las 6:00 pm, y allí (también muy “peliculesco”), tomamos Martinis por espacio de 1 hora. Aunque el sitio al que íbamos era cerca, tomamos un gran taxi. Luego de unos minutos llegamos a la entrada de un lugar con su clásico toldo a la entrada que cubría la banqueta: “The Carlyle”. Cuando entramos, no se veía más lujoso o despampanante que “The Palm”, pero el atractivo no era la arquitectura o la comida, sino la variedad.

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A las 9:00 se presentaba una banda de Jazz, que estaba integrada por ¡Woody Allen y sus cuates! Eso era lo sui generis de la petición. Nuevamente no pude evitar pensar que en mi anterior viaje, había sido un iluso por pensar en asistir al restaurante del señor De Niro, y ahora estaba a 6 metros de Woody Allen, viéndolo tocar el clarinete. Sus ejecuciones eran aceptables, poco más que de amateurs, pero la experiencia era maravillosa.

había tragos. Nos fuimos caminando, y cerca del hotel, entramos a un restaurante de cadena, que en aquel entonces no había en México, el “Bice Bistro”. Con esto terminaba una visita reivindicatoria de la big city. Al otro día, nuevamente sin grandes incidentes nos dirigimos al “JFK”, para tomar el avión de regreso a casa. Esta había sido, una muy musical visita.

Mi tercera visita a Nueva York, no me acercó mucho a la ciudad en realidad. Tenía que reunirme con mis compañeros de un nuevo trabajo cerca de las oficinas de un cliente que estaba en los suburbios, y no en un suburbio nice, como en mi primera visita, sino en el noreste de la ciudad. Lo único destacable es que esta vez, busque las estaciones del metro y del tren Metropolitano que debía abordar en el Internet. Ya ni tuve que esperar a llegar. Por otro lado, me dio oportunidad de llegar al aeropuerto La Guardia. Esta vez, hasta tenía localizada en que parte del aeropuerto salían los trenes, los horarios, costos, ¡todo! No pasé ni cerca de Manhattan. Desde el tren se veían los edificios a la distancia. Llegué a la estación del tren donde debía bajar y allí me estaban esperando. Nos fuimos al hotel, revisamos la presentación con la que trabajamos el día siguiente. Se supone que sería mi viaje de entrenamiento, por lo que me estaban instruyendo en las actividades que debía llevar a cabo durante las sesiones. Cenamos con los clientes y nos preparamos para el día siguiente. Todo se

El director del grupo tocaba el banjo, pude pensar en la música de “La Rosa Púrpura del Cairo” (donde Mia Farrow toca el Ukulele), “Zelig”, pero más que en ninguna otra, pensé en “La maldición del escorpión de Jade”, pues cada que Woody entraba en trance hipnótico, se escuchaba un acorde característico de un banjo. Al terminar, guardó su clarinete, se puso un sweater gris y se salió. Nadie hizo pro acercarse a él o pedirle un autógrafo. Se sentía en el aire una especie de acuerdo tácito de no hacerlo. Por cierto, ¡que no hubo cena! Sólo

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Cerquititita


llevó a cabo de acuerdo a lo planeado, por lo menos hasta la hora del almuerzo. Durante el almuerzo, mi nuevo jefe me llamó aparte y me dijo que acaban de recibir una confirmación urgente para llevar a cabo una consultoría en Santiago de Chile. Debía entrar en Internet, intentar cambiar mi boleto o ir al aeropuerto para cambiarlo, volver de inmediato a México y de allí volar a Santiago.

llegué al Allan Dulles, me bajaron a la realidad: luego del “September eleven”, las medidas de seguridad se habían vuelto tan rígidas que no me daría tiempo si “de asomar las narices” fuera del aeropuerto. Allí terminó la aventura, con una aburrida espera en aeropuertos, pero al menos, había conocido el segundo aeropuerto de New York.

Cuando estábamos planeando nuestro primer viaje a Disney con Anita, un amigo nos regaló un libro llamado “Disney like a pro!”. El libro consiste en una serie de consejos prácticos para hacer que el tiempo en Disneylandia sea aprovechado al máximo. La verdad es que los consejos eran muy buenos, y el viaje resultó bastante exitoso. No sé si exista un libro como esos para visitar Nueva York, pero la verdad es que Anita, Conchita y yo teníamos muchos deseos de hacer un viaje como profesionales, y visitar los más posibles lugares icónicos de películas, series de televisión, libros y canciones. Para comenzar, pedí algunos días de vacaciones para que, junto con los días “normales” de la semana santa, pudiéramos tener un total de 7 días contiguos para la visita. Las contribuciones de ideas para el viaje eran mucho mayores, pues ya somos una familia de 3 adultos. Muchas referencias eran comunes, otras no tenían sentido para unos u otros, pero el factor común es que teníamos mucha ilusión de hacer el viaje. En principio, iniciamos por hacer una lista, sin ningún

Logré cambiar el boleto, sin aumentar los cargos, pero esto involucraba volar al aeropuerto Allen Dulles en Washintong, tener una estancia de 5 horas, y de allí a México. Esta ocasión unos miembros del equipo del cliente se moverían a La Guardia, por lo que “ligué ride”. El único inconveniente es que ellos iban a una terminal que quedaba en otro edificio del que yo iba, pero nada que el trenecito del aeropuerto no resolviese en 20 minutos. Durante el camino, mis clientes me recomendaron que intentase ir al museo Smithsonian, que yo “conocía” por mis libros de “Time – Life”. Allí tienen una de las colecciones de aviones reconstruidos más grandes del mundo, incluido el “Enola Gay” (de triste pero importante recuerdo) y el “Flyer” de los hermanos Wrigth. Cuando

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New York like a pro!


tipo de prioridad o de orden los lugares o eventos que queríamos atestiguar en la “Big Apple”. La lista “cruda” ya mostraba lo ambicioso del proyecto, pero lejos de desanimarnos nos daba más energía para seguir con el proyecto. Conchita se encargó de los cimientos de la planeación, pues compró los boletos, pagó nuestra

estancia en el hotel y compró unos pases de esos que sirven para un montón de atracciones llamados en “NY Pass”. Nos hospedaríamos en el “Park Central Hotel”, que curiosamente no está en los linderos del Central Park, pero ciertamente muy bien ubicado, pues está en la 5ª avenida, a unas 3 cuadras de su homónimo parque.

Auxiliados por el Google Maps, pudimos ubicar varios puntos de interés cerca del hotel y/o de las estaciones del metro, que fue nuestra forma de transporte durante toda la estancia. La siguiente capa en la estructura del plan la constituyeron los espectáculos que queríamos ver. En principio pensamos en musicales en Broadway, pero ¿cuáles? La verdad es que las sugerencias de Conchita fueron buenas y seleccionamos 3 que parecían diferentes entre ellos, pero que nos resultaban interesantes igualmente por motivos diferentes. El primero fue “Mary Poppins”, que como buenos adoradores de Disney nos gusta mucho, además de que la película es una de las favoritas de Conchita. Tan es su favorita, que por

quedarse a ver por n-ésima vez la película en una proyección en la televisión, casi pierde la cita en la que nos hicimos novios, ¿coincidencia o destino? (como dice mi cuñada Gaby). El segundo musical fue “Wicked”, del que sabíamos que era muy exitoso, además de ser una mirada original, cínica y divertida a la historia de “El Mago de Oz”. EL tercero y último fue “Evita”, que estaba en escena después de muchos años, además de tener a Ricky Martin en el papel de “El Che” (que en mis tiempos me tocó ver con Enrique Garza en el teatro “Ferrocarrilero”).

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Para seguir en el ámbito musical, pero un poco más educado, queríamos conocer el “Carnegie Hall”, que también estaba cerca

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del hotel. Seleccionamos entradas para ir a ver un pianista ruso, que para hacer honor a la verdad, seleccionamos porque se adecuaba al calendario, y además asumimos que la programación sería muy cuidada, tal sólo por tratarse de esta prestigiosa sala. De alguna forma utilizamos el paradigma “ranchero”, pos juimos a conocer y educarnos. Cuando propuse buscar alguna función de ballet, Conchita me dijo que ella ya había buscado, pero que no había nada en ninguno de los días en que estaríamos. La verdad a mí no me parecía lógico que en “la Meca” de la cultura del este norteamericano y ciudad cosmopolita y snob, no hubiese ni una solo función de ballet por modesta que fuera. Ya muy dominador del asunto con el internet, busque “ballet, New York”, y entre las primeras referencias, encontré el “J.F. Kennedy cultural center”, donde se presentaría el ballet de Nueva York con varias funciones interesantes y en las fechas de la semana santa. ¡Éxito! Me despache con la cuchara grande, y de una vez, compré para dos noches. La primera era un extracto de “Amor sin Barreras / West Side Story”, que nos encanta, además de ser muy apropiado verla en la ciudad donde se desarrolla su trama, y la otra eran temas de Gershwin, incluyendo “Un americano en París” (un newyorker haciendo música para otra ciudad de ensueño). No me creía mi buena suerte. Pues en efecto no era para creerse, pues cuando llegó la confirmación de los boletos y los imprimí, ¡shit! (para ponernos a tono con la situación). No me había percatado del pequeñísimo detalle que el “JFK Cultural Center”, en efecto presentaba al ballet de Nueva York, pero

¡está ubicado en Washington! Hice el berrinche de mi vida. Conchita optó por no decirme “te lo dije”, sólo para mantener la paz. Para tranquilizarme, Conchita sabiamente sugirió otra de las muy buenas ideas que ella había pensado para mi beneficio: ir al baseball.

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Tras consultar el calendario de la pretemporada, había verificado que los Yankees, no estarían en casa (luego de incursión en los eventos culturales, no me atreví a dudar ni un segundo e la información de Conchita), pero si jugaban los Mets. Entramos a una página que revende entradas, y seleccionamos 3 lugares cerca de la primera base (¡detrás del home ni soñando!). Los compramos y pedimos que nos los enviaran al hotel. Para concluir el día, envié un correo muy cándido a la oficina de boletos del Centro Cultural Kennedy. Les expliqué que, por increíble que pareciera, me había confundido y había comprado los boletos pensando que la función era en Nueva York no en Washington, y que no tenía posibilidad alguna de asistir, pues la compra la había realizado mientras planeaba mis vacaciones a la ciudad de dónde provenía

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Museos, pingüinos y otros iconos clásicos y modernos

Remember”, “Sleepless un Seattle”), el “Imagine” cerca del edificio Dakota, en memoria a John Lennon, el monumento de homenaje a los personajes de “Alicia en el País de las Maravillas” en Central Park, el lago donde una personaje malvada de Gossip Girl alimenta a los patos, y siguiendo con los animales, incluimos a los pingüinos del Zoológico de “Madagascar”, el toro de bronce que está en Wall Street (que cobre vida en “Avengers”) y la estatua del perro “Balto”.

Admito que en muchas ocasiones, había escuchado que muchos europeos consideraban a Nueva York y a sus museos como “los nuevos ricos” de la cultura. Creo que aunque en principio me dejé llevar por ese paradigma, pero por otro lado, hay mucha gente con dinero que sí sabe cómo usarlo. Comenzando por el Museo de Historia Natural (mi viejo conocido), se puede ver que hay cuidado y estudio para montar sus museos, que no se trata de caprichos, ni mucho menos de puestas de mal gusto. La lista de museos fue ampliamente alimentada por Anita y Conchita, pues se incluyeron el Met (Metropolitano), el Guggenheim, el MoMa (Museo de Arte Moderno) y hasta incluimos el museo de Queens, dejando entrada al arte y no nomás a los huesos de dinosaurio. Para completar el entramado de nuestro plan de viaje, completamos la lista con puntos de interés de la ciudad que son mostrados en la películas, incluyendo el reloj de la cúpula principal de la Grand Central Station (“Untouchables” y “Fisher King”), la cima del “Umpire State” (“An affair to

De nuestra experiencia previa también pusimos el Rockefeller center, San Patricio, el Radio City Music Hall. Las gradas que están en Bradway donde canta el elenco de “Glee” (de hecho pirateándose una porción de la canción “New York, New York” que cantan Sinatra y Gene Kelly en la película “On the town”). Una mezcla entre lo antiguo y lo moderno era ir a desayunar en Tiffany’s, haciendo referencia a la película RLV 12

la compañía que actuaría, no en donde se presentarían. Por último, y reconociendo mi torpeza, pedí clemencia aduciendo al hecho de ser extranjero, y que un hecho que tal vez resultase obvio para un norteamericano, no lo era para mí. Lo envié sin muchas esperanzas.

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“Breakfast at Tiffany’s” (“Diamantes para el desayuno”) con la bellísima Audrey Heapburn, pero parodiándolo en la misma forma que los protagonistas de “Glee”: yendo a desayunar literalmente “frente” a Tiffanys, en la acera. Y sin ser mencionadas explícitamente, las tiendas de Broadway y de cerca de Central Park, son espectaculares por el simple hecho de ser las sucursales de Nueva York. Conchita localizó algunas tiendas muy especializadas de Ballet, donde vendiesen marcas de zapatillas profesionales como Grishko y otras donde vendían otros accesorios como leotardos, zapatos de jazz y Tap y montones de cosas más que no se encuentran en México (al menos no fácilmente o a precios razonables). Relacionado con el Ballet, también nos acercaríamos a Julliard, la prestigiosa escuela de arte de la city, que está cerca del Lincoln Center. También estaban incluidos la Estatua de la Libertad, la Zona Cero (donde estaban las Torres Gemelas), Wall Street y la Isla Ellis (de la que yo no sabía nada hasta antes de la serie de televisión que narraba historias de los inmigrantes que europeos que pasaban por esta isla aduana).

breve susto, pues era del sitio de los boletos del béisbol, donde querían corroborar la dirección, pues les aparecía que era en un hotel y querían estar seguros. Un correo de confirmación y todo listo. A la aventura.

Día uno. Libertad y teatro

Conchita agrupó los eventos y sitios por su cercanía geográfica y ella me dictaba en una hoja de Excel donde anotamos el itinerario por día, y dentro de cada día, la mañana y la tarde. Casi todo listo. Poco antes de salir, llegaron un par de correos con sorpresas. La primera agradable y casi olvidada: el Centro Kennedy se condolió de mí y de lo ranchero que fui: me dijeron que me estaban reintegrando el costo de las entradas, aunque no podían quitar los cargos de emisión, ¡excelente! El otro un

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En nuestra ida al aeropuerto, documentación de equipaje y salida, todo salió sin incidentes que reportar o destacar. Llegamos al aeropuerto JFK. Allí fuimos directo a buscar los taxis amarillos de tarifa fija. Aunque el despachador no

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me entendía del todo, o bien no le hizo gracia que insistiera en el “fix rate”, el taxi nos llevaría por 90 dólares. Camino a Manhattan, pude ver en la carretera las estructuras que parecen platillos voladores que utilizaron en “Hombres de Negro”. Cuando me di cuenta, ya estábamos cruzando uno de los puentes para entrar en la isla principal de las que abarca la gran metrópoli. En un abrir y cerrar de ojos ya estábamos en plena ciudad. Los newyorkers paseaban a sus perros, caminaban a toda prisa, con sus abrigos y el periódico en la mano y otros salían con sus bolsas de papel estraza con su desayuno, desde un muy fresa Starbucks hasta otras bolsas sin logo de algunos que salín de cafés “Deli” que no pertenecían a alguna cadena. Bordeamos un pedacito de Central Park, rebasando a unas calesas con sus caballos muy adornados. Arribamos al “Park Central Hotel”, al bajar se veía al “Carnegie Hall” casi en contra esquina. Pagué el taxi (sin dar propina, sigo en guerra contra los taxistas de Nueva York). Entramos y por la hora (eran como las 9:00 am hora local), nuestras habitaciones aún no estaban listas. Pero por 10 dólares por maleta, pudimos dejar nuestro equipaje en el “concierge” y salimos inmediatamente a caminar, siguiendo nuestro plan. El hotel estaba realmente céntrico, por lo que en pocos minutos llegamos a Broadway y Times Square. Las carteleras lucían impresionantes, así como los letreros de las tiendas: Toys R’ Us, M&M’s, Starbucsk, y muchos más. Pasamos por los “NY Pass” y de allí continuamos caminando. La primera foto icónica fue en las gradas frente a Times Square, que también se ven en las ceremonias de año nuevo. Entre las actividades no planeadas, pero que surgió

al paso, fue comprar en los puestecitos de la calle, en este caso, unas pashminas para que Anita y Conchita se cubrieran del frío. Después, más para cubrir el programa gastronómico que por hambre, nos lazamos a comer unos hot dogs de carrito “gringo”.

No sabían mal, pero se extrañaban los jalapeños, jitomate y cebolla picados. También nos tomamos fotos en el cruce de Broadway, Times Square y la calle 42, tan musical que todas ellas son nombres de canciones. Regresamos al hotel. Nuestros cuartos ya estaban listos. Al fin pudimos registrarnos y desempacar.

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La siguiente parada era ir a conocer la Estatua de la Libertad y la isla “Ellis”, para ello nos desplazaríamos por vez primera en el viaje en tren subterráneo (o metro, como nosotros le llamamos por costumbre

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y comodidad). Puesto que este sería nuestra forma de transporte por excelencia durante toda la semana, compramos boletos de uso múltiple para 7 días. Estos los pudimos comprar con tarjeta de crédito y con una máquina expendedora, ni siquiera tuvimos que hablar con un ser humano para hacerlo. Dentro del metro, pudimos ver a una violinista tocando música clásica, y fue tan sólo la primera de muchos músicos callejeros que vimos durante toda la visita. Llegamos al sur de Manhattan, a una estación contigua a “Battery Park”, que es el parque donde están los embarcaderos para salir en las excursiones para ir a la famosa estatua. Desde allí ya se puede ver con claridad aunque “muy chiquita” la estatua que Francia regaló a Estados Unidos en su primer aniversario como país independiente. Nos formamos en una fila, luego de preguntar como 10 veces si era la fila correcta. La fila era enorme y parecía no avanzar. Lo siguiente es que tratamos de poner en uso nuestros pases múltiples para entrar a las atracciones, pero la fila ¡era aún más larga! Caímos en cuenta de un hecho avasallador: los americanos no celebran la semana santa tanto como nosotros, pero la mayor parte de los que formábamos las largas filas, éramos justamente turistas latinoamericanos. Estando en la fila, también nos enteramos que por estar en reparaciones, no se podía subir por su interior hacia la cabeza, ¡mucho menos hasta la parte de la antorcha! Conchita en forma muy práctica tomó una buena y pragmática decisión: tomamos una excursión en un Ferry que llegaba cerca de la estatua, por su puesto sin bajar. Ya a bordo y en camino, tomamos montones de fotos del “skyline”

de la ciudad y de los puentes que conectan las diferentes islas en el sur de la ciudad.

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El bote se detuvo, en el sonido de abordo anunciaron que ese era el punto más cercano que llegaríamos a “Beldoe Island” y a la Estatua de la Libertad, se detendrían unos minutos para que tomáramos fotos. Luego de escasos 5 minutos, estábamos de regreso. Creo que todos a bordo nos habíamos “empachado” de tomar fotos en el trayecto de ida. Desembarcamos y vimos con un poco de más calma algunas estatuas que adornan “Battery Park”, en particular una donde se retratan los rostros dolientes de una serie de migrantes. Los cerezos estaban llenos de flores blancas. Preguntamos si había salidas a la isla “Ellis”. No nos dieron mucha información, pero luego de la experiencia con la Estatua de la Libertad y el hecho de que a los mas que aspirábamos era entrar a algún museo pequeño, lo excluimos del itinerario. De entrada, estaba siendo más complejo de lo imaginado.

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parte inclinada, donde están escarbados nombres.

Viendo el conjunto resulta lógico suponer que cada uno de esos cuadrados está ubicado en los cimientos de lo que fueron las Torres Gemelas, y los nombres deben corresponder a personas que fallecieron durante su destrucción. Había un gran silencio, considerando la gran cantidad de gente que allí estábamos. No sé si se trata del diseño o bien el entender el lugar dónde estábamos, pero se sentía una gran reverencia. Dentro del terreno del memorial, hay un pequeño árbol, el cual se identifica como el único que sobrevivió a la debacle. La naturaleza siempre impresiona, aún en sus manifestaciones más sencillas. En el camino a la estación del metro, pasamos por una parroquia, que se veía muy bonita. Pasamos por el

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Allí hicimos nuestra siguiente parada gastronómica, para comprar un pretzel gigante, con un vendedor bastante malhumorado, de esos que hacen de sus malos modales sean su “encanto” citadino. Con el hambre, a Anita y a mí nos cayó muy bien, aunque no nos lo terminamos, pues era en verdad grande. Continuamos caminando rumbo al distrito financiero. Pasamos varios pequeños jardines, los cuales tenían macizos de flores muy buen cuidadas, entre ellas las que más me impresionaron fueron los tulipanes, supongo que por su escasez por nuestros rumbos. Pronto llegamos a donde está la estatua de bronce del toro embistiendo. Allí pudimos constatar lo que sería constante por el resto del viaje: hicimos fila para tomarnos la foto. Continuamos por las calles de Broadway, entre sus grandes edificios, hasta llegar a la “Zona Cero”. Nos formamos en una fila, nos dieron un pequeño boleto el cual no tenía costo. Fuimos cambiando de fila, hasta que llegamos a una última fila muy larga, pero que avanzaba muy rápido y claramente avanzaba hacia un espacio abierto. Yo no sabía exactamente con que nos encontraríamos. El memorial consiste en dos plataformas, cada una de ellas formada por un enorme hueco cuadrangular escarbado en la tierra, rematado por un macizo barandal, de cerca de 1 metro de alto. Cada una de estas dos plataformas está totalmente cubierta de mármol negro. Los barandales son anchos, formando varios escalones concéntricos que descienden, por donde escurre agua hasta llegar a los grandes cuadrados del centro, formando dos fuentes monumentales. La parte donde los visitantes nos recargábamos tienen una


patio parroquial, donde se veía una especia de árbol talado, pintado de rojo. Cuando nos acercamos, averiguamos que era la raíz de una árbol que había sido plantado en el siglo 17, el cual fue destruido, pero la raíz sobrevivió al gran desastre. Otra tragedia, otro tiempo, pero nuevamente un árbol. Llegamos en metro a las cercanías del hotel, pero nos fuimos caminando para ver las tiendas. La Apple Store tenía una gran vitrina de cristal que rodeaba la entrada, como si fuera una caseta, estaba identificada únicamente con el logo de la manzana mordida de Apple, esmerilada en la puerta. Pasamos frente a varias tiendas, pero Anita quiso ir a la tienda de Abercrombie, donde compró algunas cosas, pero más importante para ella, se retrató con uno de los súper musculosos modelos que se ponen al frente de la tienda, para tomarse estas fotos. La señora que se retrató antes que Anita, se dio vuelo abrazándolo como si fuera un pulpo. Pasamos frente a Louis Voution, Bulgari, y de allí fuimos avanzando de nuevo a Times Square, donde buscaríamos una tienda de Ballet en la Avenida 8 y la calle 53. De camino pasamos frente al hotel y dejamos las cosas que habíamos comprado. En la tienda Anita se veía feliz, como en la cueva de las maravillas de Aladino. Conchita había elegido esta tienda porque estaba camino al teatro donde veríamos “Mary Poppins”. Cuando salimos caminando para ver la función, vimos varias estampas clásicas de Broadway: carteleras, policías a caballo, gente tomándose fotos frente a las marquesinas de Times Square. La entrada del teatro tenía muchos empastes de yeso, con relieves que recordaban las casas del siglo 19. Disfrutamos la obra como si

jamás hubiésemos sabido de la película. Pusieron los suficientes cambios en la trama y bonitas escenas con arneses y escenografías para buscar que ver el musical fuese una experiencia diferente. Otras cosas fueron diseñadas para no perder familiaridad, por ejemplo, Mary Poppins tenía todo el tiempo los pies en 180 grados, que recuerdan que es “practically, perfect in every way”. Salimos cerca de las 10 de la noche, y no estábamos muy lejos del hotel. De camino pasamos a un “Walgreen’s”, donde compramos leche, galletas, cosas de aseo personal olvidadas o deseadas, refrescos y otras compras que nos mantuvieran lejos del carísimo servicio al cuarto. De camino, volvimos a tomarnos fotos en Broadway, pero ahora de noche. Ese día cenamos ligero en el cuarto, con base a nuestras compras.

Día dos. From Julliard to the Rock

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Para salir en la mañana, decidimos cumplir con uno de mis preceptos del viajero, haciendo un desayuno fuerte. Se tiene certeza que se podrá llevar a cabo y los alimentos son parecidos en muchos lados (huevos, jamón, jugo leche). Para ello fuimos a desayunar a “Lindy’s”, el mismo lugar que conocí en mi viaje anterior, con su logo del mesero con filipina blanca. No era lo más barato de los alrededores, pero unos buenos huevos estrellados con tocino, jugo de naranja, leche y un pan tostado fueron muy bien recibidos. Ya con

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contorno de una fuente y de allí reanudamos nuestra peregrinación de ese día. De allí nos fuimos caminando de nuevo a Broadway, pues teníamos boletos para el teatro, pero esta vez a la hora de la comida, bueno de nuestra comida, pues era a las 2:30 pm. Entramos a Macy’s, para que Anita y Conchita compraran un abrigo. Yo me fue a un rincón dentro de la tienda, encontré una banquita y tomé una conferencia telefónica del trabajo. Salimos muy justos a la hora, y pensamos que podríamos llegar caminando. Llegamos muy justos a la hora, ¡pero entramos! (de los últimos del teatro). Esta vez fuimos a ver “Evita”, donde el rol masculino de “ElChe”, lo llevaba Ricky Martín. La verdad es que para tanta prisa que nos pusieron para entrar, no nos hizo gracia la espera de unos 15 o 20 minutos que tuvimos antes de comenzar la obra. Durante este rato, pude escuchar el diálogo de un argentino con su esposa e hijos, que le preguntaban si sabía quién había sido Evita. La respuesta fue muy sorpresiva, pues aún yo como mexicano, sabía de Eva Duarte de Perón, de sus “descamisados” y de su figura clave en el aparato demagógico en torno al general Juan Domingo Perón. La respuesta fue: “No sé, creo que esposa de “un presidente”; buscá en el iPad”. No pos ni hablar. La obra comenzó con el agudo griterío de las damas asistentes cuando fue anunciado Mr. Martin. La pobre “leading lady” se quedó “silbando en la loma”. El tipo cantó bien y bailó bien, igual que la protagonista. La obra estuvo bien puesta y siempre son disfrutables las canciones del señor Loyld Weber. Salimos a comer, pues con las carreras no habíamos tenido oportunidad. Más fotos en Braodway. Anita se quería

Caminando unos cuantos metros llegamos al frente del Lincoln Center, estaba adornado con grandes letreros en mantas plásticas que anunciaban la Tetralogía de los Nibelungos: Sigfrido, Las Valkirias y el Ocaso de los Dioses. Nos sentamos un rato frente a una banca circular que era el

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energía caminamos hasta el Central Park. Durante el trayecto pudimos ver varios edificios muy bonitos, muchos con muros labrados en cantera, otros con adornos de mosaicos. Bordeamos una parte del parque. Pasamos junto al orbe metálico que está a la entrada de una de las estaciones del metro, junto a las estaciones de bicicletas de uso público (ahora tan comunes en Reforma), bancas de piedra y otros elementos que hacían del paseo una experiencia muy agradable. Llegamos a la calle 65, a una plaza llamada “Leonard Berstein” y de allí, a unos pocos metros, estaban los edificios de “Julliard”. No íbamos a pedir informes, queríamos tan sólo conocer tan mítico lugar, con la esperanza de que algún día Anita estudie allí, tal vez una carrera, tal vez un curso de verano.


traicionando a todos. Nos regresamos a una de las cafeterías que vimos en el interior del “Rockefeller Center” cuando íbamos por los boletos. Allí comimos unos sándwiches, con papas fritas y refrescos. Nos tomamos la foto en la viga de acero (que esta ocasión, si compré) y nos formamos para tomar los elevadores. Subimos. Fotos, fotos, y más fotos. Panorámicas, “con bicho”, “sin bicho”, close ups, del Central Park, de la Estatua de la Libertad, del Hudson, de todo.

Cuando bajamos llegamos a la plaza donde está la pista de patinaje. Al salir vimos el friso de Zeus o Dios todo poderoso, hecho en un relieve, donde se lee “Wisdom and Knowledge shall be the stability of times”. Caminamos por el contorno de la pista, con todas las banderas, árboles y bancas. Había por allí unos jóvenes con uniforme, y con ganas de tener una foto de recuerdo y de darle un

poco de lata a Ana les pedí tomarse una foto con ella. Muy galantes aceptaron y cuando la iba a tomar, me sugirieron cambiar el panorama, para que la pista y las banderas salieran a sus espaldas. Anita se le ve medio chiveada, pero sonriente. Entramos a la tienda de Lego que está frente al Rockefeller Center, que entre otras cosas tiene unas reproducciones casi a tamaño natural de las estatuas y frisos RLV 12

meter a un bar donde estaba anunciado el partido de la Champions de Barcelona contra el Milán. Nos fuimos frente al “Radio City Music Hall” y a la fuente frente al edificio “Time – Life”, en contra esquina al Hilton donde me había hospedado en mi viaje anterior. Esta vea pudimos usar nuestro “NY Pass” para subir al “Top of The Rock”. Conseguimos unas entradas que eran para una hora más tarde. Conchita ya tenía hambre y se estaba impacientando. Primero salimos para buscar algo, pero el hambre ya nos estaba

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de bronce del icónico edificio. De allí nos fuimos a San Patricio. La recorrimos y admiramos sus estatuas y retablos. Vimos a la Virgen de Guadalupe y pudimos pagarle una visita a la “Mother Cabrini”; tal vez algún día nos deje ser inmigrantes en Nueva York. Prendimos una vela, hicimos una oración y nos salimos. Pasamos frente al Rockefeller, esta vez ya de noche, con los árboles llenos de pequeñas luces, que los hacía ver muy hermosos. Fuimos hacia Broadway, a unas “compritas”. Aeropostale, M&M’s. Cuando pasamos frente al Starbucks que está junto a la tienda de Hearshy’s y M&M’s, estaban poniendo mensajes y Tweet’s recibidos en su cuenta. Anita lo descubrió y nos dio mucha risa: uno de ellos que decía “Cielito es mejor que Starbucks”. Caminamos hacia el hotel, y aunque había un Starbucks cerca, Conchita prefirió que entramáramos a un Deli que estaba cerca, el cual era atendido por indios. Un sándwich, café y a dormir.

descubrimos que había sido bueno salir, pues el frente del edificio es precioso. Se ve imponente, además de un hermoso puente que cruzamos por la parte baja. Sobre de él, se ven unos muros de cristal dentro, se ve la gran esfera que forma el planetario que hay dentro. Allí había una fila un poco larga, pero a fin de cuentas aceptable. Aunque como adivinarán, mi blanco era ir a ver a mis queridos y “huesudos” amigos, y así comenzamos porque esta vez entramos por el salón Roosevelt, en el “gran tanque”, donde están mis amigos el “Barosaurio” y el “Alosaurio”.

El tercer día arrancó también con un buen desayuno en “Lindy’s”. Ese día “arrastré” a las chicas al Museo de Historia Natural. Nos fuimos en metro. Nuestra intención era entrar directo desde el metro, pero allí nos indicaron que si íbamos a usar nuestro “NY Pass”, debíamos ir por la entrada principal. Un poco a regañadientes hicimos la caminata, pues no era tan cerca. Primero refunfuñé un poco. Pero en el camino

Esta vez pasamos más tiempo en la sala de grandes mamíferos de Norteamérica. Nos tomamos fotos frente a bisontes, alces, zorros y Lobos. Como había sido planeado y esperado, fuimos a tomarnos nuestras fotos con el “T-Rex”, el “Brontosaurio” y el “Triceratops”. De nuevo por las salas de los reptiles voladores, marinos y de la herencia de los dinosaurios. Esta vez dedicamos tiempo a ver los esqueletos de

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Día Tres. T-Rex, carne y frijol


los grandes mamíferos: el tigre dientes de sable, el Eohippus, primitivos osos hormigueros y otros enormes parientes de los actuales moradores del planeta, muchos de ellos hallados en las ciénagas de “La Brea” en California, atrapados justamente en la brea o chapopote. También pasamos a conocer a una tortuga gigante de las Galápagos, pariente cercano del solitario “George”, de quién Pedro nos hubiera platicado en otro número de la RLV. También nos sentamos a descansar en unas bancas que dan a unos hermosos ventanales desde donde se disfruta de unas bonitas vistas de Central Park. Por intermediación de Anita, visitamos la parte antropológica del museo, donde ella estaba embelesada viendo las muestras de caligrafía árabe y china, así como otros documentos historiográficos, que yo no me hubiese detenido a mirar. Vimos también hermosas muestras de dioses y diosas de la India, algunas en posiciones diversas teniendo sexo. No pudimos evitar tomarnos una foto a lado de la reproducción de una de las cabezas de la Isla de Pascua, que fuese popularizada en la película “Una noche en el museo” (ya había olvidado un poco las películas, ¿cierto?). Pasamos por salas de culturas del norte de Asia, de África y hasta de Alaska. Para rematar en una sala de exhibición de criaturas marinas, que estaba atravesada por una réplica a tamaño natural de una ballena Azul. Comimos en la cafetería del Museo, barata, abundante y práctica. De allí regresamos al metro, donde había unas decoraciones de fauna mariana que no recordaba haber visto. Nos dirigimos a otras tiendas de ballet, esta vez a buscar las zapatillas “Grishko” y de allí a una segunda tienda

donde se compró unos zapatos de tap “Capezio”. Regresamos al hotel a dejar las compras y a “ponernos guapos”, pues este día sería el concierto en el “Carnegie Hall” o el también llamado “carne y frijol”, por mi cuñada Gaby y sus colegas. Fue un concierto de piano, ejecutado por un soviético que además recibió un reconocimiento como huésped distinguido de Nueva York. La sala es soberbia, lo mismo que el concierto. Cuando salimos de allí, pasamos a comernos un sándwich a un “Deli” justo al lado del Carnegie Hall, de hecho se llamaba el “Carnegie Deli”. La comida rica, además que descubrimos que era preparada por paisanos, todos ellos de Puebla. Con la barriga llena, nos fuimos a dormir.

Día Cuatro. Vamos al parque

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De nuevo fuimos a desayunar a “Lindy’s”. Era buena técnica tener combustible desde temprano, además que ya nos reconocían los meseros, por dejar propina.

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habíamos planeado. Estaba un poco seco, pero se veía bonito, porque se notaba muy cuidado. Es también en Central Park donde la princesa pasea con el protagonista en “Encantada”. Luego de caminar un buen tramo, y siguiendo el mapa, llegamos donde está la estatua del perro “Balto”, cuya hazaña de conducir un trineo con vacunas y así salvar a muchos niños en la ciudad de Nenana Alaska. Continuamos nuestra expedición, entre cuidadas veredas, bancas de piedra y hasta algunas ardillas silvestres o ¿citadinas? Llegamos hasta un portal con arcos de ladrillo, el cual estaba coronado por un carrusel de figuras de bronce representando animales, que dan vueltas como en un carrusel cada que el reloj marca una fracción de quince minutos.

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El plan de ese día giraba en torno a Central Park. Al inicio de nuestro camino, caímos de nuevo bajo el influjo de los vendedores callejeros. Por más que hayas visto las imágenes del skyline de Nueva York, o las imágenes sepia de la construcción del Rockefeller Center, o a John Lenon caminando cerca del edificio Dakota, no puede evitar verlas y verlas de nuevo. El plan era pasar frente a los escaparates de las grandes tiendas en nuestro camino al parque. Pasamos frente a una especie de teatro llamado el “New York Center”, que estaba decorado con mosaicos, que me parecían entre los de Talavera de Puebla o como algo morisco. Pasamos frene a “Dolce & Gabanna”, de nuevo “Abercrombie & Fitch” pero y en la primera parada en nuestro rally newyorquino: “Tiffany and Co”. Allí Anita sacó una rebanada de pan con mermelada que preparó para poder tener su “desayuno” en Tiffany, haciendo honores a Audrey Heapburn y al elenco de Glee. Continuamos caminando y encontramos un gran letrero en tercera dimensión que dice “LOVE”. Recuerdo haber visto fotos de él en las revistas, y también haber visto uno parecido en el Paseo de la Castellana en la visita a Madrid cuando el Mundial de 2006. Nos hicimos muchas fotos y continuamos hasta llegar a la esquina sureste del Central Park. Allí hay una serie de rocas grandes, como plataformas y se ven los edificios a través de los árboles. Recuerdo esa toma en varias películas, pero me parece que en particular es el lugar donde duermen desnudos Robin Williams y Jeff Bridges en los títulos finales “El Pescador de Ilusiones”. Caminamos una buena distancia en el parque, para ir cubriendo el itinerario que

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Habíamos llegado al Zoológico del Central Park. También allí funcionó el “NY Pass”, aunque no para las exhibiciones especiales (en el Museo de Historia Natural no funcionaba tampoco para entrar al planetario). Entramos, y lo primero que vimos fue a unas bonitas focas en una exhibición al aire libre. La fila más larga era para ver a los pingüinos. Nos formamos y pudimos entrar. El lugar donde se exhiben es muy bonito, tiene un vidrio que permite verlos en la parte seca y buceando dentro del tanque. Los pingüinos cumplieron plenamente con las expectativas, deslizándose “de panza”, empujándose y lanzándose “de clavado” en el agua. Por su puesto caminando con ese rápido y gracioso balanceo sobre su patas naranjas. Se encontraban reunidas varias especies de pingüinos, los cuales estaban perfectamente bien identificados en letreros en la base de esa gran piscina donde estaban. La parte sorprendente es que ¡no hay león, ni cebras ni hipopótamos! De hecho es bastante pequeño. Bueno, “Madagascar” no es nuestra favorita, y esa imprecisión, aún dentro de la ficción de una película de caricaturas, no nos gustó del todo. Pero por el otro lado tuvimos la muy agradable sorpresa del oso polar, que como toda una estrella, se lanzaba de espaldas al agua, flotaba unos segundos “de muertito”, y luego se sumía en el agua, rematando su acto con una maroma hacia atrás dentro del agua. Todo esto se podía apreciar porque para verlo fuera del agua había un barandal y para ver sus evoluciones buceando, también había una especie de cueva con un cristal desde donde se podía apreciar perfectamente cuando ejecutaba sus evoluciones. Para rematar, este

plantígrado repetía su acto uno y otra vez, para delicia de todos los turistas que lo veíamos. Toda una estrella. También vimos a unos de estos monos del Himalaya (como uno de los compañeros karatekas de “Kungfu Panda”) y algunas bonitas de estatuas de animales en bronce. Pero pocos animales en realidad. Allí aprendimos que el zoológico grande de Nueva York está en el Bronx. Decidimos irnos, sólo nos quedamos allí para sacar dinero del cajero (donde la “llave del mundo” nos sacó de varios aprietos).

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Continuando con nuestro peregrinaje, llegamos al lago que pensábamos era donde la protagonista malvada de “Gossip Girl” alimentaba a los patos. No estamos seguros que ese fuera, pero lo que si resultó interesante, era una gran cantidad de veleros a control remoto que estaban navegando allí. Eran guiados mayormente por adultos, pero algunos los manejaban niños, y también estaba un anciano en su silla motorizada manejando uno de ellos. Desde allí, caminamos al monumento a los personajes de Lewis Carol, donde nos retratamos con Alicia, el Sombrerero Loco y la Liebre de Marzo. Todo estaba lleno de gente, pero tampoco eran multitudes que impidieran gozar de cada uno de los puntos de interés que habíamos elegido. Esta salida era en donde más habíamos caminado, pues habíamos comenzado en una de las esquinas del parque y estábamos ya casi a la mitad o bien pronto lo estaríamos, pues de allí nos dirigíamos al Museo Metropolitano. En un costado del museo, vimos un monumento consistente en esculturas en bronce de tres enormes osos, que tienen un corte muy geométrico, pero conservan la delicadeza de los

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animales vivos. La entrada del museo es excelsa, con dos largos grupos de columnas flanqueando un frontispicio triangular como el del Partenón, con una gran escalinata de mármol blanco debajo de él, la cual divide dos largas frentes rectangulares que corren escoltando a los dos grupos simétricos de columnas, constituyendo todo esto un imponente conjunto. Fue en el Met donde vi a Anita “flotando” de gusto.

de estos museos son nuevos ricos, pero sé que han gastado el dinero para poder tener reunida y conservada una serie de bellas colecciones. Pude reconocer algunas piezas icónicas, como la máscara de oro de la cultura micénica que aparece en muchos libros de historia. La muestra de caligrafía y bordados árabes es muy variada y puede uno imaginarse a la mitad de un relato de las “Mil y una noches”. Las piezas que a mí más me cautivaron fueron los astrolabios y otros instrumentos astronómicos, que me recordaban la portada de mi Baldor de “Álgebra Moderna”. Llegamos a las secciones de arte moderno, donde capturaron nuestra mirada los cuadros los impresionantes, en particular, los cuadros de las bailarinas de Degas. También había unos cuadros muy bonitos, que yo asocio con el “Art Decó” y en particular con las reproducciones, que ya muy descuidadas llegué a ver en la casa de mis abuelos paternos. También vimos a uno de los arlequines de Picasso, así como algunos cuadros de nenúfares de Monet. Aún para los ojos legos, fue fácil reconocer los rizados trazos de los cuadros de Van Gogh. Fue de no acabar (y en efecto no acabamos): desde los enormes cuadros de Pollok hasta estatuas en mármol de Cupido y Psique, pasando por grabados de la edad media, entre ellos, algunos de mi viejo amigo Albretch Durer y Peter Brügel “el viejo” (que todos aprendimos en un comercial de brandy que salía en la tele en nuestros tiempos de infancia, con la voz de Claudio Brook). Anita completó su sueño de ver todos los cuadros de Vermeer, donde está el cuadro de la señora frente al vitral con la jarra de agua. Tarde completa. La última colección que RLV 12

Mirando con atención hermosas estatuas griegas y romanas, hechas en mármol y en bronce con patinas verdosas. La colección de piezas de las culturas occidentales europeas es grandiosa. Columnas con capiteles, dóricos, jónicos o corintos se veían por todos lados. Hojas de roble que cobran vida del inerte mármol, así como rostros humanos cuya perfección implicaba que se trata de dioses. Frisos, lápidas, estelas y otras piezas esculpidas, acompañaban a hermosas piezas de cerámica cromada, o de alabastro o de otros materiales que sólo conocía por las fotos de estas obras en libros en mi juventud e infancia. No sé si los creadores

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pudimos visitar, antes de ir a comer, fue la de la historia de instrumentos musicales, donde se podían ver adornados clavicordios y piano fortes, garigoleados cornos, trompetas y otros metales, junto con estrafalarios instrumentos de percusión. Comimos muy rico, en la “muy fresa” y cómoda cafetería del museo. Yo me recuerdo en particular de comer un “Philis” sándwich, de carne con cebolla caramelizada. En la segunda parte de la visita, fuimos a las colecciones Bizantinas, Etruscas, y de recargados muebles de épocas versallescas. Llegamos a la colección egipcia, que tenía bonitas y monumentales piezas, donde por al menos pude identificar una estatua de diorita de Amenofis (o ¿era Tutmosis?, ¡que “La Momia” de Imoteph me ampare!). Papiros con jeroglíficos, momias, sarcófagos y piezas ornamentales adornaban la exhibición. También estaba un templo que se habían llevado a partes, aunque no tan grande como los de Louvre o del British Empire Museum, pero al fin resultaba imponente (corriendo la suerte de ser llevadas a partes como también lo fueron las estelas de Bonampak). Me quedaba claro. Había sido yo muy ranchero sólo visitando el Museo de Historia Natural y perdiendo estas oportunidades. Tuvimos que salir a la carrera, para poder regresar a Broadway, donde asistiríamos a ver “Wicked”. Para hacerlo, vi en el mapa que del lado del este del parque, prácticamente no había estaciones de metro, por lo que se me hizo fácil cruzar una calle que cruza todo el Central Park, para desembocar justamente a una estación en el extremo oeste. Fue mala idea. Una muy larga caminata, que Conchita y Anita hicieron estoicamente, pero ¡fue demasiado! Las

hice pagar mi “tirria” a los taxistas. Terminaron como unas campeonas, nos subimos al metro y de allí a Broadway para ir de nuevo al teatro. Toda la entrada del teatro estaba adornada con mapas, parecidos a los mostrados en el “Señor de los Anillos”, pero haciendo referencia a los lugares descritos en Oz por Frank L. Baum.

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Nos divertimos mucho en la obra, pero la parte anecdótica que nos dio un buen susto (o al menos a mí), aconteció en el intermedio. Luego de la caminata estábamos muy sedientos, por lo que nos levantamos a comprar bebidas en el intermedio, cosa que raramente hago (por tacaño y para no arriesgarme a perder detalle del espectáculo). Anita me acompañó. Cuando íbamos bajando las escaleras, con el rabillo del ojo me pareció que Anita estaba “trajinando” con su celular, entonces, aunque no vi bien si se tropezó, o pisó en forma insegura en la orilla de uno de los primeros escalones, perdió el equilibrio. Cuando ya giré mi cabeza para verla bien, ya tenía una inclinación respecto a la pendiente de las escaleras que parecía una caída inminente. Creo que no alcancé a gritar, pero como en

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una buena película, pude ver como Anita comenzó a ejecutar un prodigio de elasticidad, pues lanzó sus piernas en unas pasos muy veloces con el compás muy alargado, que en principio parecían que solo ocasionarían que la caída fuera más aparatosa y grave, pero que continuaron en una rápida sucesión de brincos en donde en cada uno cubría dos y hasta tres escalones, hasta que unos 20 escalones más abajo se detuvo, recobrando la vertical por completo, prácticamente sin despeinarse. Se acomodó el pelo como al final de un anuncio de shampoo, y me volteo a ver con cara de ¡de que te espantas! Luego del susto, compramos tres vasos conmemorativos de la obra rellenos con Coca Cola, para extinguir la sed y ¡el susto! A la salida, la excitación por la obra, el cansancio por la caminata y el susto nos tenían muy hambrientos, y en el hotel solo nos esperaban sándwiches y Coca Cola. Aunque no nos gustan mucho los restaurantes temáticos, el hambre y la familiaridad nos hicieron entrar al “Hard Rock Café”. La lista de espera era larguísima, pero nos divertimos viendo las fotos y memorabilia en exhibición. Entre otras cosas recuerdo la “Reichenbacker zurda” de Paul McCartney y una Harley Davison de los años 40 (que en realidad no recuerdo de quién era). Comimos hamburguesas, papas fritas y malteada, haciendo un “all American” dinner, y de allí a la caminata al hotel y a descansar. Algo que debo confesar es que, a la salida del teatro, aunque la obra nada tenía que ver con la historia de Doroty, me acordé de

“Somewhere over the rainbow” y de esta, su versión hawaiana, que me resulta un prodigio de la contradicción, por el hecho de que un instrumento tan alegre como el ukulele sea la base para una versión tan especialmente nostálgica, que te hace llorar cuando te acuerdas de lo contento que has estado. Como dice mi amigo Joel, ya se nota que estamos viejos cuando lloramos viendo “Los puentes de Madison”. Que cosa.

Día Cinco. Take me out to the ball game

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Este era el día del béisbol. Los boletos habían llegado hasta nuestro tercer día de viaje. Yo preguntaba cada que pasábamos de visita a nuestro cuarto, pues bajar en los elevadores me daba flojera, pues estos eran un poco temperamentales y estaban sobrepoblados a ciertas horas del día. Había que pedir el ascensor en unas consolas que estaban a los lados, y al principio, cuando llegabas frente a ellos, en lo que te dabas cuenta que allí no estaban los botones, y más aún, que no había botones dentro de ellos, ya te habían madrugado los huéspedes que tenían varios días en el hotel. Luego de un par de días de aprendizaje, nosotros éramos de los malvados que madrugábamos a los “novatos”. El jueves mi pregunta tuvo una respuesta positiva y me entregaron los boletos en un sobre de FedEx.

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En el plan original, ese día visitaríamos el museo del Queens, del cual no teníamos noticia alguna. Pero luego de ver las distancias, y considerando que el día anterior había sido muy intenso (la cena en el “Hard Rock” finalizó tarde), decidimos alterar los planes. Nos levantamos un poco más tarde, pasamos al Deli de los paisanos a desayunar, y nos dirigimos al “Umpire State” para adelantar nuestra visita. Llegamos y entramos al vestíbulo con gran rapidez, lo que auguraba una visita exitosa, pero cuando subimos el ascensor al primer piso, ¡en la torre! Había una fila larguísima. Estuvimos formados allí como unos 20 minutos, el poco avance y la longitud y la fila nos dejó claro que no podríamos llegar a tiempo. Nos salimos de la fila y deambulamos por las calles cercanas. Entramos a una tienda de comics, cosa que no hubiésemos hecho antes de volvernos aficionados a “The Big Bang Theory”. Teníamos esperanza de ver a Sheldon o a Leonard. A la salida de la tienda me tomé una foto junto a una reproducción de la Estatua de la Libertad, para llegar más cerca a de lo que consiguió el ferry. Tomamos el metro y nos dirigimos a la estación que estaba indicada como cerca del estadio de los Mets. El tren avanzaba e iban subiendo muchos aficionados, por lo que sabíamos que

íbamos en la dirección correcta, pero iba un poco más lento de lo que habíamos estimado. Tenía mis dudas de que la estación estuviese realmente cerca del metro, pero estas se disiparon cuando me di cuenta que la estación no sólo estaba cerca, sino que su único propósito era llevar gente al estadio. Llegamos sobre la hora de inicio. Bajamos y fuimos avanzando con muchos otros asistentes. Muchos de ellos llevaban playeras, gorras u algún otro accesorio con el logo de los Mets. En lo que íbamos caminando vimos todo tipo de personaje, desde el viejito con su jersey con montones de marcas de diversos años de haber asistido al estadio, hasta la güera súper curvosa que usaba un uniforme súper entallado, con la franela y la gorra cubierta de lentejuelas, y en el lugar donde debía ir el nombre del jugador, tenía la invitante leyenda “take me home”.

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Nos formamos y fuimos entrando ordenadamente al estadio. A la entrada, nos regalaron a cada quién unos de esos guantes sin dedos, que tenían el logo de los Mets. Pues me pareció un detalle curioso, pero no tenía idea de cuando los usaríamos. Entramos al estadio y comenzamos a buscar la sección donde nos tocaba sentarnos. El juego había

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jugadores locales tenían su propia melodía. A un jugador latino (no recuerdo su nombre) le tocaban una bachata que Anita bailaba, con un sabor latino que ninguno de los vecinos podía tener, por lo cual los dejó con la boca abierta (claro, también por lo guapa que es, pero eso no me gusta repetirlo). Nos divertimos mucho, y por estar en el estadio de los Mets, como una cortesía, apoyamos al esquipo local. Vimos un robo de base y tres home runs. También vimos como los meseros te llevan cervezas hasta tu lugar, las abonan a tu cuenta y al final puedes pagar con tarjeta de crédito. Todo muy civilizado sin perder el sabor del juego. La pizarra estaba flanqueada por ilustraciones de sendas botellas de salsa picante “Cholula”; no me imaginaba que los gustos gastronómicos mexicanos estuviesen tan de moda en Nueva York. Al llegar la séptima entrada, todos se pusieron de pie, y nuestros vecinos nos indicaron que era de cantar “Take me out to the ball game”. Fue muy emocionante. Esos vecinos resultaron ser contribuyentes importantes de los Mets, los fueron a entrevistar con cámaras y todo, además de entregarles un premio. No tuve corazón para confesar que en realidad yo era un yanqui de visita; nos despedimos muy amablemente de ellos. Salimos muy contentos. Anita dijo que porque no íbamos al beisbol en México, y Conchita dijo que esto le podría llegar a gustar bastante. Esos son muy buenas noticias para mí. Conchita había localizado un pequeña plaza comercial cerca al estadio, donde había un “Marshal’s”, a un “Best Buy” y a un “Target”. No hubo otra forma de llegar que caminar un buen tramo al lado de las vías en una especie de vereda

Cuando llegué, Anita y Conchita estaban acurrucadas, y ya tenían los guantes puestos, ¡el frío era tremendo! Yo también me puse los guantes, aunque estaba muy soleado, el aire era gélido. Entendí mejor aún lo oportuno del obsequio. El organista del estadio tocaba los clásicos acordes de “al ataque”, y varias otras melodías. Varios

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comenzado. Conchita y Anita se fueron a sentar, yo me quedé a comprar los hot dogs. Las pocas veces que he estado en un estadio de beisbol de las grandes ligas, siempre voy pensado en una de las famosas frases de sabiduría beisbolística de Yogui Berra: no hay un buen juego de béisbol sin un buen hot dog, y no hay un buen hot dog sin un buen juego de béisbol. Compré también unas cervezas. Le puse cátsup, mostaza y cebollas caramelizadas a los hot dogs, luego acarrear todo fue un poco complicado, pero lo logré. Llegué haciendo un poco de equilibrio hasta nuestros lugares. Al fin me senté. Había pasado la primera entrada completa, nos habíamos perdido la primera carrera de los Mets. Estábamos sentados cerca de la primera base. El estadio se veía multicolor, con un pasto muy verde e impecable.


separada por malla ciclónica. Luego llegamos a una acera, y caminamos por un lugar que se veía un poco solitario y hasta peligroso, pero no pasó nada. Pudimos hacer un pequeño shopping. Regresamos siguiendo la misma ruta, aunque cargando las bolsas de las compras; fue más incómodo, pero sin consecuencias que reportar. Nuevamente pasamos a dejar las bolsas de las compras a nuestro hotel y nos preparamos para ir a “Soho”.

destrabó el torniquete. De allí al hotel y a dormir.

Domingo de Pascua. Este día si era festivo para los gringos, pero lo celebraban en sus cacerías de huevos decorados. Desayunamos en el Deli de los paisanos, donde uno de ellos, el muy llevado ya me decía suegro. Nos dirigimos desde temprano al “Umpire State”. La fila era larga, pero ahora estaba planeado el tiempo de espera. Nos formamos e hicimos la fila, usando por su puesto nuestro “NY Pass”. Llegamos a la terraza de observación. Muy impresionante. Tomamos muchísimas fotos. Las vistas eran más impresionantes que las que logramos desde la cima del Rockefeller Center, a excepción de las del Central Park, pues es justamente “The Rock” lo que eclipsa la vista del parque desde allí. Había mucha más gente. Cuando desde arriba veía hacia el sur, se alcanzaba a dibujar a la perfección el contorno de la parte sur de Manhattan, y el sonido que escuchaba en mi cabeza era el silbido solitario de la escena inicial de “Amor sin Barreras”, que muestra una prolongada toma aérea recorre la ciudad, desde “Battery Park” hasta llegar al “Bronx”. También desde esa altura se podía ver los edificios cuyas azoteas unidas forman unas enormes “X” que se ven en esa misma escena. Por su puesto, sería muy hipócrita no mencionar

Subimos al metro y nos fuimos al sur de Manhattan. Yo les había contado de ese bonito barrio bohemio tipo estudiantil, para ir a cenar que había conocido en mi primer visita. Llegamos, y para mi sorpresa, el barrio se había transformado. Se veían muchas tiendas, pocos restaurantes. Los pocos que había, no se veían muy interesantes y a punto de cerrar. Vimos un lugar que se veía bien, la carta indicaba que era caro, pero lo malo es que había que esperar una hora para entrar. Terminamos tomando un Starbucks en “Soho”. Fue como ponerle una trampa a Conchita, pero con lo paseados y desesperados que estábamos ya, era mejor tomar algo. Al subir al metro, esta vez aprendimos que hay estaciones donde debes elegir el lado correcto de la acera para tomar la dirección correcta, además de que, aun siendo un pase ilimitado, no te deja usarlo en la misma estación hasta que pase un cierto tiempo, para evitar que se haga “el trenecito” con un único pase. Para nuestra suerte, había un señor en la taquilla del lado en que debíamos abordar, a quien le explique que no sabíamos que no nos podríamos cambiar de dirección dentro de la estación y que lo acabábamos de utilizar en la dirección equivocada. Nos

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Día seis. An affair to remember o I like New York in April


“creció” porque la punta que lo remataba permaneció oculta en su interior para superar a su rival del momento por escasos 10 metros. Bajamos del mirador.

Al salir pasamos de nuevo frente a la tienda de comics y esa vez nos retratamos frente a un “Deslizador de Plata” de tamaño natural que estaba en su interior. Pasamos a comprar alguna botana para aguantar el viaje, y allí vimos como vendían películas clásicas desde un “Romance para Recordar” hasta “Mi pequeño Angelito”. Pasamos junto a varios bares, Pub’s y cantinas, incluida la de Jack Dempsey, el mítico campeón de los pesos pesados. Regresamos a nuestro querido metro y nos dirigimos a la estación más al norte del lado Este de Central Park, que nos dejó a sólo 5 cuadras del “Museo Guggenheim”. La arquitectura exterior se antoja muy moderna, donde predominan las curvas, aunque sin llegar al atrevimiento de Gaudí. En la entrada había letreros que indicaban claramente que solo se podrían tomar fotos en el vestíbulo, donde había una enorme estatua formada por papel aluminio. Comenzamos la ascensión en espiral para ver la colección

invitada, aunque hubo oportunidad de ver partes de la colección permanente del museo. La colección invitada era de un artista que hacía esculturas a partir de autos chocados. A veces le suponía pintura adicional, en ocasiones unía partes de diversos autos. Traté de no satanizar lo que no entendía y ponerme a determinar lo que sentía al ver las obras, pero me parecía que mucho de ese arte podría encontrarse en los lotes de piezas canibalizadas de autos en la avenida “Rojo Gómez”. En fin, fue interesante. De la parte permanente, vimos nuevamente trabajos de impresionistas, surrealistas, cubistas y modernistas. Salimos y estuvimos esperando unos minutos en una banca que estaba justo a la salida (no recuerdo porqué). Mientras esperábamos, había un cantante callejero, a quién le pedí que cantase “Georgia in my mind”. La cantó con el alma, luego de escuchar cosas como esas se entiende porque le llaman simplemente “soul”. Nos regresamos al RLV 12

a Cary Grant esperando a Debora Kerr o a Meg Rayan encontrándose de milagro con Tom Hanks. Todas esas imágenes fueron evocadas allí. Volvimos a tomar muchas fotos del edificio Chrysler, que fue el más alto de la ciudad como por 30 días, y que

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metro y de allí fuimos al fin a conocer la “Grand Central Station”. Sus enormes pasillos con candelabros se veían maravillosos, pero nada comparable al salón principal con su gran reloj. Desde los pasillos superiores, era fácil imaginarse el vals de “El pescador de Ilusiones” (que he descrito hasta la saciedad en otras ocasiones, me evitaré aburrirles con eso esta ocasión). Saliendo de allí fuimos a caminar, ¡y a buscar donde comer! Entramos a un lugar de pastas. Merodeamos por allí, pasando muy de prisa por el “Fashion Avenue”. La verdad es que estábamos cansados y no teníamos muchas ganas de curiosear escaparates. También pasamos al lado del “Madison Square Garden”. De allí nos fuimos a buscar “Strawberry Fields Forever” y el edificio Dakota.

de mezclilla, con muchos botones prendidos a su ropa. Se me acercó y en medio de un tufo alcohólico me dijo “He is alive brother!” Me tomé una foto con él, dentro de todo, se veía que era la neta. En torno a la pequeña placita, había muchos prados con tulipanes, amarillos, morados y rojos. Nos fuimos caminando, y al cabo de unos metros llegamos al edificio Dakota. Nosotros y otros curiosos nos comenzamos a tomar fotos. Tuvimos oportunidad de ver como llegaban unos inquilinos, que pusieron cara de “fuchi” cuando nos vieron. Bueno supongo que estaban hartos. Nos encaramamos de nuevo al metro, y fuimos al hotel. Dejamos los libros y cosas que dejamos en el cuarto. Bajamos a hacer las compras de recuerdos en las tienditas de ofertas cercanas al hotel. Yo entre otras cosas compré mi playera con la cara de Sheldon y la leyenda “Bazinga!”, pero compramos llaveros, camisetas que tenían logos y mensajes alusivos a Nueva York y otros recuerdos. Cenamos en el Deli atendido por los paisanos y cerrar el día. Mañana sería el último de ese viaje.

Día siete. El último y nos vamos Durante la noche preparamos las maletas. Teníamos que dejar todo listo, pues nuestro vuelo salía cerca de las 4:00 pm. Nos acostamos tarde, pero dejamos todo empacado, con cierto espacio para colocar las compras de último momento que tal vez haríamos en el MoMA. Dejamos las RLV 12

Al llegar allí, había un buen número de visitantes y flores alrededor. Todos nos tomábamos fotos, y había un compa todo

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debíamos visitar. Describir todo lo que vimos no tomaría tanto tiempo como describir todo lo que sentimos, motivo por el cual solo haré una reseña breve, mencionando algunas de las obras que más me emocionaron. También es claro que Conchita y Anita tal vez coincidan en algunas, pero su lista podría ser muy diferente y aún mayor a mía. También debo finalizar el relato por piedad a mis pacientes lectores. Procedo. “Las damas de Aviñón” de Picasso, que proyectan una sensualidad increíble a través de sus geométricas aristas. Los cuadros monumentales de Pollock, que son una explosión de energía inexplicable. “La persistencia de la memoria de Dalí”, cuyos escurridos relojes en el desierto, no dejan a uno sospechar lo pequeño de su formato y lo grande de su contenido.

“La noche estrellada” de Van Gogh, que a fuerza de admirarla en todos los libros de arte y hasta en la colección de las tapitas posteriores de los cerillos “Clásicos”, me pareció una leyenda materializada. Un cuadro llamado “El baile”, tenía una

descripción muy clara de cómo interpretarlo, pues era la perspectiva que tendría alguien que estuviese girando dentro de un salón de baile, pero plasmado en un lienzo plano. “Los músicos” de Picasso, incluido por su

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maletas en el Concierge, y pedimos un taxi para que nos llevara al aeropuerto. Fuimos a visitar por último día a nuestros paisanos del Deli, donde nos prepararon unos huevos revueltos. Aunque habían prometido traer chilitos, se les habían olvidado a la hora de la hora. Salimos caminando del hotel. Cuando recién cruzamos frente a “Lindy’s” comenzamos a ver los letreros del Museo de Arte Moderno, ¡era increíblemente cerca! Fue una buena decisión de Conchita, por tratarse del ultimo día, debía ser lo más práctico. Llegamos al museo, había una fila, pero no muy grande. Anita fue a contratar los auriculares para recorrer la exposición. Fue una revelación la visita al museo, mucho más de lo que yo hubiera imaginado, al tal grado que, en una nueva visita, este debía ser el primer museo que


puesto un arlequín entre ellos. Admito que también me dio gusto ver unos cuadros de Frida Kahlo. En la planta baja había una exposición de los murales de Diego Rivera. Allí no dejaban tomar fotos, pero muchos de los grabados, fotos y hasta las cartas que se intercambió con Nelson Rockefeller nos eran conocidas, pero era motivo de orgullo la preminencia de la exposición y la admiración de otros visitantes. Sólo hasta ese motivo medité, que de no ser por los desacuerdos entre ellos, “The Rock” hubiese tenido unos bellísimos murales de Diego, de los cuales sólo existen las fotos clandestinas que se tomaron durante el proceso creativo que nunca culminó. Incluyo también los cuadros de la sopa Campbell’s, de Marilyn y de Elvis de Andy Warhol. Salimos un rato al patio interior del museo, que es muy agradable, tienen unas estatuas muy interesantes, pero no pudimos estar mucho tiempo allí, pues el tiempo comenzaba a escasear. Salimos un poco a la carrera, en ese momento medité que no íbamos con mi habitual rango de 3 horas antes, sino que con trabajos llegaríamos 2 antes. Caminamos las cuadras que nos separaban del hotel a toda velocidad, cargando por su puesto con un tubo de cartón con reproducciones de pinturas y bolsas con libros de las exhibiciones comprados en la tienda del museo. Recuperamos el equipaje con relativa facilidad, y la camioneta que nos llevaría al aeropuerto estaba lista. Subimos las cosas y partimos. Me fui de copiloto. El conductor era Peruano (yo tenía un buen rato sin ir a Perú, y quien diría que en lo que restaba del año fui como 6 ocasiones). Como parte de la charla casual, le dije que íbamos a La Guardia, con lo cual estuvo de acuerdo, pero fue Conchita quién nos sacó

de mi error: íbamos a JFK. ¿No había problema? Un poco, habíamos tomado el rumbo equivocado. Le dije que del costo no era problema (30 dólares más), y del rumbo, al parecer no perdimos mucho tiempo, pero si me generó cierto estrés. Cuando cruzamos uno de los grandes puentes, nuevamente nos dimos cuenta que el viaje estaba tocando a su fin. Llegamos al aeropuerto y aunque hice correr un poco a las chicas, la verdad llegamos muy bien. Habíamos pesado nuestras maletas, incluidas las adicionales que habían llegado vacías y ahora iban llenas, con nuestra báscula portátil. Ya que abordamos, estábamos claros que había finalizado la gran aventura. La gira por la “Gran Manzana” había sido grandiosa, porque podemos compartirla entre nosotros y ahora con ustedes.

Siempre me gustaron las películas de musicales. Las primeras que vi completas fueron las que “heredé” de mi papá: Fred Astaire y Gene Kelly. De entre ellas, una de mis favoritas la mencioné previamente en el relato: “On the Town”. Trata de 3 marineros que tienen un solo día libre en Nueva York. Uno de ellos, personificado por Frank Sinatra, estaba obsesionado por conocerlo TODO, en un solo día, por lo que termina con una taxista que se enamora de él. Otro, Gene Kelly, quiere conocer una linda “newyorker”, que termina por ser una chica muy linda, pero del mismo pueblo que él. El otro hacía puras bobadas, pero igual le toca su muchacha. La canción

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Epílogo


que cantan, tiene un estribillo, que sólo fui capaz de entender luego de varias lecturas y visitas, pues como ustedes entenderán, no tiene traducción, sino interpretación.

“New York, New York is a wonderful town, the Rock on top and the Battery is down, the people ride in a hole on the ground,

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New York, New York is a wonderful town!”

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El viaje soñado (Parte 1) Alexandro Hernández

pilotos del avión con un aire orgulloso, uno con una sonrisilla irónica, el otro con un aire serio. Algunos, como yo, llevan sombrero, aunque estemos en el interior y sea casi de noche.

23 de mayo Comienza

el viaje. En realidad el viaje

comenzó hace muchos años. Muy temprano quedé intoxicado del deseo de conocer Europa, como algo sin lo cual no podía tener completa mi experiencia vital. La fuente del sufrimiento es el deseo, así que cierta angustia me recorría ante esta ausencia. Así que salir hacia ese destino era completarme en cierta forma. El plan propuso las capitales del mundo latino europeo: París, Roma y Madrid. Obsesivamente insistí y conseguí incluir a Lisboa en el itinerario.

Un joven mira desdeñoso a su alrededor. A su lado hay una mujer regordeta, de rostro increíblemente rojo y con una playera con grandes letras que dicen “RUSSIA”. Yo llevo una gastada sudadera que en la espalda dice “MEXICO”, y abajo el número 10. Es como si trajera un sombrero de charro, una forma de decir de dónde vengo. Una familia espera a que se asignen lugares. Una pareja planea la cena con alguien con quien pretenden hacer negocios. En fin, decenas de historias.

Así que llegamos a la sala del aeropuerto. Siempre que estoy en una sala de espera o en un lugar en donde el azar reúne a un grupo de personas, imagino que se pueden contar cientos de historias de las personas ahí reunidas, y que todo eso crea una historia mayor, menos comprensible pero más cierta, tal como lo hizo brillantemente Georges Perec en “La vida instrucciones de uso”, en donde describe decenas de historias acontecidas en el edificio imaginario del 11 rue Simon-Crubellier. Ya las apariencias van diciendo algo de esas historias. El vestuario de cada persona vendría a ser como el contorno grueso que dibuja a los personajes de un cómic.

24 de mayo Llegamos al aeropuerto Charles de Gaulle como a las 3 de la tarde. Al salir del aeropuerto se ven estacionados aviones de líneas aéreas de países lejanos, cuyos aviones no vemos en nuestro aeropuerto: Turquía, Chipre, Israel, Egipto, algunos países de la antigua Unión Soviética. Pasamos al lado del estadio donde se jugó la final de la copa del mundo de 1998. En mi cabeza resuena el Boleró de Ravel mientras desfilan por ese pasto verde las modelos de un extraordinario desfile de modas que celebra a Ives de Saint Laurent. RLV 12

En la sala de espera están algunos religiosos, todos muy sonrientes. Pasan los

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Llegamos a nuestro hotel, que se encuentra frente a la Gare du Nord, que no es otra cosa que la estación de trenes que comunica a París con el norte de Europa. La fachada de la construcción es imponente, un enorme frontón de estilo clásico con esculturas de mujeres que representan a las principales ciudades con las que se conecta París. Hasta arriba del edificio, por supuesto, está París. A su lado, las grandes ciudades: Londres, Bruselas, Berlín, Colonia. Aparecen también, en una ubicación que sugiere una

menor jerarquía, algunas ciudades francesas: Lion, Dunquerke, Arras…

En el itinerario no hay nada planeado hasta la noche, así que salimos a pasear un poco para conocer la ciudad. Elegimos ir a la basílica del Sagrado Corazón, lo que nos supone una caminata de un par de kilómetros. La zona está llena de vida, hay muchísima actividad comercial,

principalmente restaurants: bistrots y brasseries, pero también muchos locales con comida de oriente (china, japonesa, árabe, hindú). También hay tiendas de ropa para bodas y fiestas, pero se nota de poca calidad. Me guío por el mapa y busco la distancia más corta del hotel al Sagrado RLV 12

Percibo en los alrededores de la estación cierta sensación de peligro. Muchos inmigrantes africanos deambulan sin una ocupación aparente. También hay vagabundos o clochards de comportamiento grosero. Es notable también la presencia de gente de países musulmanes y del subcontinente indio.

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Corazón. La encuentro a por unas pequeñas calles solitarias. Sin que me diera cuenta cómo o porqué, la tensión en el ambiente surge y se hace físicamente perceptible. Vemos africanos haciendo señas a nuestro paso. En una callecilla vemos unas mujeres musulmanas que empujan una carreola. Al pasar junto a ellas podemos ver que transportan no un bebé, sino una bolsa de la que asoma un paquete grande de billetes en euros y paquetes de sustancias que podemos imaginar. Si en este punto alguien nos asaltara, seriamos las víctimas más indefensas.

La caminata ha valido la pena. El Sagrado Corazón es una iglesia enorme, con un extraordinario mosaico en la cúpula principal. Cuando entramos hay oficio religioso, lo que nos permite escuchar un coro de monjas acompañadas de una especie de salterio que resonaba en todo el lugar y creaba un ambiente no tanto místico, como de espacios sonoros que parecían no tener límites al viajar los delicados sonidos de un extremo al otro de las bóvedas.

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No obstante, llegamos al Sagrado Corazón por un acceso lateral poco transitado, con unas escaleras muy empinadas.

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batalla de Austerlitz. Sobre la columna se encuentra una estatua de Napoleón a la usanza romana, aunque según nos explican, el habitante original de la cima era Luis XIV. La columna está inspirada en la de Trajano que se encuentra en Roma. Lo particular de esta columna napoleónica es que se encuentra forrada de unos impresionantes relieves esculpidos en bronce: bronce proveniente de los cañones que capturó el ejército francés, la Grande Armée, en la batalla de Austerlitz en donde se enfrentan y vencen a la coalición Rusia-Austria-Sacro Imperio Romano Germánico, lo que significó el fin de la tercera coalición, de las siete que habrían de formarse para tratar de evitar la difusión de los modos de gobierno ensayados a partir de la revolución francesa. Vamos diciéndolo de una vez: es indispensable que el espíritu se infunda de un hambre de conocimiento para poder percibir no sólo la belleza de los lugares, sino la enorme complejidad que se encuentra detrás de ellos. En el caso de esta columna, no es que nos impresione su tamaño, habituados como estamos a ver nuestra columna de la Independencia, que tiene una mayor altura. Pero si que nos impresiona el trabajo de los relieves en bronce, en donde ejércitos completos recorren la espiral que rodea la columna. Símbolos fálicos a fin de cuentas, habré de preguntarme unos minutos después, cuando estemos frente al Arc de Triomphe, que también celebra triunfos de Napoleón, cómo fue que esos triunfos se conmemoraran con un símbolo más bien vaginal. Todavía más, ¿de dónde viene la idea de celebrar los triunfos militares con monumentos sexuales? Al menos desde los romanos, porque así como ya

Bassie ha dejado el cargador y la pila de su cámara en México, lo que supone una pequeña tragedia. Para remediarla, nos recomiendan un lugar llamado las 1001 pilas. Notamos que la ubicación está cerca del hotel, así que tratamos de solucionar el problema. Silvia prefiere esperarnos sobre Magenta, en una pequeña placita con bancas, y nosotros caminamos en busca del local, pero en algún momento me equivoco de dirección y entramos en una zona que se percibía cada vez más peligrosa. Los olores agrios de suciedad y dulzones de la marihuana se mezclan. Muchos africanos beben en la calle y discuten a gritos. Después de caminar unas tres calles, y notando que a medida que nos adentramos en la zona se va poniendo más difícil, decidimos regresar. Aprovechamos para comer en un bonito bistrot sobre Magenta, con una vista soberbia. Aunque hay que decir que incluso las calles en las que percibí un peligro mayor, son hermosísimas. Lo que sigue es un despliegue de belleza sin compasión, y permite entender porqué tantas personas se han rendido ante el encanto de París: se trata de un paseo nocturno por la ciudad. La primera parada es en la plaza Vendome, una amplísima explanada de las muchas que tiene París. En medio de la plaza hay una enorme columna que conmemora la

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Regresamos al hotel por un camino mucho más transitado, ahora por el frente de la iglesia. Estamos a un par de cuadras cortas del Pigalle, zona de vida nocturna. De ahí tomamos por Magenta rumbo a nuestro hotel.


hablamos de la columna de Trajano, también será necesario recordar el arco de Constantino, de una antigüedad cercana a los 1,700 años.

230 metros. Con sus 330 metros de la Torre Eiffel, necesitaría casi medio tanto más de Torre Mayor para alcanzar su altura.

La siguiente parada será frente a la Tour Eiffel, en cuya silueta la imaginación popular resume a la Francia completa, lo que como toda abstracción extrema es un error, pero encierra también una verdad superior, o mejor dicho, una verdad mítica.

Luego del tamaño, nos deja asombrados la belleza de su silueta iluminada, que viste de tonos dorados a la estructura metálica, cosa que podemos apreciar desde la explanada del Museo de Quai Branly, que hasta donde pude atisbar, resguarda una colección de objetos de culturas no europeas, pero que no tuvimos tiempo de visitar en esta ocasión. En términos de metáforas sexuales, ¿qué es la Torre Eiffel? Es el símbolo exacto de las fuerzas que dan vida. Me explico. No es propiamente un símbolo fálico como una columna, aunque frecuentemente se le ve de esta forma. Pues es claro que sus torneadas piernas forman un arco, el arco de unas piernas femeninas potentes y voluptuosas. No es un sexo penetrado ni una virilidad mostrando su capacidad. Es ambas cosas, lo femenino y lo masculino. Es la constatación definitiva que París es la capital del amor.

25 de mayo A lo largo de todo el viaje, los desayunos están pactados como servicios de buffet. El del comedor del Mercure Gare du Nord es bastante bueno. Las camareras son dos atractivas afro-francesas, que por cierto no hablan inglés ni español, y mi francés es escaso y poco fluido. Aún así, se esmeran en entender y atender nuestras peticiones. RLV 12

Para empezar, la torre me resulta mucho más grande de lo que yo imaginaba, porque uno llega a París con una imagen ya formada de la torre, pero tal vez sin una idea tan clara de su tamaño. Para establecer una referencia, pongamos como medida a la Torre Mayor, ubicada sobre Paseo de la Reforma, con una altura de

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El hotel tiene cierta estructura laberíntica, de pasillos angostos, que le da cierto atractivo. Pero el mantenimiento es muy malo: las paredes están maltratadas y un tanto sucias. La atención en la recepción, por los empleados de piso y por el concierge es horrible y contribuye a reforzar la mala fama del anfitrión parisino.

cuidadosa armonía. Y como gran ciudad, está llena de oportunidades de empleo. Pasamos por el lado del Marche St Quentin, sobre el boulevard de Magenta, y avanzando hacia el sur de París observamos la iglesia de St. Laurent, una maravilla de estilo gótico que alcanzamos a ver por unos segundos. Tomamos por la Rue du Faub St Martin por la puerta de St. Martin, un peculiar arco con tres entradas, una mayor al centro y dos pequeñas laterales. Si hacemos caso de las palabras de Javier, hemos de concluir que París causa el efecto de amar a una mujer perversa, hermosa como ninguna pero perfectamente capaz de desdeñar y de provocar sufrimientos sin el menor miramiento, sabedora de su hermosura sin par, poseedora de un paraíso de placer en cada rincón, pero al mismo tiempo incapaz de la menor empatía. Así lo vivimos, la sucesión de pequeñas plazas, rincones apenas atisbados, monumentos, innumerables tiendas llenas de objetos maravillosos. Resulta casi imposible enumerar todo lo visto. Pero…

Salimos lo más temprano posible para conseguir la pila de la cámara de Bassie, lo que conseguimos no sin ciertas carreras y sobresaltos: somos los últimos en subir al autobús y estuvimos a punto de perdernos el paseo panorámico a París. El guía del autobús es Ángel, un español madurón con gusto por el vino, y de talante oscilante. Sin embargo, en cada ciudad hay un guía local. El guía de París es Javier, un catalán de nariz aguileña, aires pausados y fina ironía. Su frase de bienvenida es: “París es una ciudad para masoquistas”, y enumera las razones, que no son pocas. En general son las que vive cualquier ciudad grande: la dificultad para estacionarse, los caos viales que desafían la traza basada en glorietas radiales, la desconsideración de los locales y la de los turistas, la dificilísima integración de migrantes de todas las latitudes, el alarmante costo de las viviendas, la dureza de los inviernos, y todos los etcéteras que se quieran. Según nos va dando estas razones, podría pensarse que esto desalentaría a cualquiera para vivir o para visitar esta ciudad. Pero no es así, sino todo lo contrario. ¿Porqué? Es evidente para cualquiera que se asome por las ventanas del autobús. Todo es de una

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La siguiente gran sorpresa que nos depara el trayecto es la Tour de St. Jaques, o dicho en español, la Torre de Santiago, resto sobreviviente de la iglesia del mismo nombre edificada en el siglo XVI y destruida en las revueltas posteriores a la revolución francesa. Nos cuentan dos leyendas relativas a la torre. La primera refiere que se convirtió en un edificio usado para fundición de metales, los cuales se encontraban en la parte alta como material fundido, y aprovechando su altura (más de 50 metros), se supone que el metal se enfriaba. La segunda leyenda

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refiere que Pascal, el eminente filósofo, realizó experimentos sobre la presión atmosférica. Lo que si es una verdad indiscutible, es que esta torre perteneció a una iglesia que era parada para los peregrinos en la ruta a Tours y en última instancia, a Santiago de Compostela. Podemos decir que en cierto sentido, todo viaje es una réplica, o mejor dicho, una reinterpretación del camino de Compostela (el “campo de las estrellas”), pues no carece el viaje de aventuras, de padecimientos y esfuerzos pero también de una búsqueda que en un principio parece clara en cuanto a sus objetivos de destino, pero acaso no lo sea tanto en cuanto a lo que significa como búsqueda personal. Otro dato relevante de la torre de St. Jaques es que es vecina del museo del Louvre, a sólo una par de cuadras sobre la Rue de Rivoli.

Cruzamos el río Sena por el Pont au Change, y no puedo menos que notar que la cordial y respetuosa relación que observo entre las ciudades europeas y sus ríos contrasta terriblemente con el desprecio que nosotros le hemos dado a nuestros ríos y lagos, especialmente en la ciudad de México. Pasamos frente al Palais de Justice, que resulta otra imponente construcción, y sobre la misma calle tomamos un camino sobre la Ile de la Cité, una de las pequeñas islas que se encuentran en el Sena y que entre otras construcciones sobresalientes tiene nada menos que a la catedral de Notre Dame, que apenas atisbamos en esta ocasión, pero que visitaremos con toda calma un poco más tarde. Cruzamos pues a la Rive Gauche, es decir, al margen izquierdo o sureño del Sena, y pasamos por el barrio latino. Mis recuerdos de la lectura de “Rayuela” me hacen suponer –erróneamente- que el Quartie Latin tiene algo que ver con el boom latinoamericano, error del que me rescata Javier: al explicar que siendo este un barrio universitario desde tiempos medievales, el idioma hablado en el barrio era precisamente el latín.

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Se nos informa que ésta es una de las zonas más caras en términos de propiedad inmobiliaria. Un ejemplo proporcionado al vuelo es un departamento de entre 50 y 60 metros cuadrados, que puede valorarse fácilmente en los 300,000 €. Es claro que el acceso a estas propiedades queda restringido a personajes muy afluentes: jeques árabes, políticos corruptos, dueños de sweat shops…

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Pasamos al lado de varias facultades de la Universidad de la Sorbona, luego por enfrente de los jardines de Luxemburgo, y se aclara para mí la diferencia entre las dos grandes escuelas de jardinería, la francesa y la inglesa. El trazo preciso, ordenado, diríase que racional, ilustra a la perfección el estilo francés. Aunque en términos tajantes se puede argumentar que sólo hay esas dos posibilidades extremas, el orden absoluto o el desparpajo “natural”, de inmediato es posible pensar en contraejemplos y

proponer clasificaciones más complejas. Viene a mi mente la ex-hacienda de San Miguel de la Barrera, en Guanajuato, que en sus distintos patios ilustra la realidad de la diversidad de los jardines. Allí podemos caminar en un jardín francés y otro inglés, como habría de suponerse. Pero también hay uno japonés, un jardín de rosas, un jardín andaluz lleno de naranjos, otro mexicano con una colección de cactáceas, uno italiano con sus características pérgolas, y así sucesivamente.

Como una aparición alcanzamos a ver el Pantheon, el lugar de alojamiento final de los personajes más reconocidos por las múltiples encarnaciones de la República Francesa.

Si el Sha mogul Jahan dedicó el Taj Mahal a su esposa Mumtaz Mahal, podemos comparar a Les Invalides con el Taj Mahal, y al amor del Sha por sus esposa con el de

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Ahora nos detenemos en Les Invalides, que en términos generales se puede describir como un panteón y museo militar.


Francia por Napoleón. Podemos también imaginar el amor sobrenatural del Sha Jahan y por lo tanto el dolor indecible que debió sentir a la muerte de su amada, Así también pasa con Francia y Napoleón. Francia se encuentra fascinada por Napoleón Bonaparte, y con incredulidad y dolor recibió su muerte. No escatimó en monumentos y homenajes a este hombre de historia más allá de lo novelesco, y entregó este mausoleo para su homenaje eterno -suponiendo que la palabra eternidad realmente significa algo cuando hablamos de cosas humanas.

años ha emprendido con éxito la campaña de Egipto y ha conseguido poner orden en el caos terrorífico desatado por la Revolución (algo que no deja de repetirse si observamos nuestra propia historia y las que ahora están en curso en los países árabes), constituyendo instituciones fundamentales como el Banco de Francia o el Código Civil. Sobre todo y por encima de eso, Napoleón puso a Francia, por primera y única ocasión, a punto de dominar política y militarmente Europa, cosa que no logró no por ausencia de talentos, sino por los formidables enemigos y las adversidades que enfrentó.

Rodeamos el edificio de la escuela militar, que si hemos de creer a lo que nos dice Javier, era tan apreciado por su belleza que los opositores a la torre Eiffel

Cabe preguntarse la razón de este amor. Parece que no es tan sólo la historia del hombre joven que antes de los treinta

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Al bajar del autobús los guías nos advierten en contra de comprar recuerdos a un grupo de emigrantes africanos que se arremolinan a las puertas del vehículo. Pronto vemos como aparece la policía y persigue a los africanos, en una escena muy similar a la que vemos en las calles del centro de la ciudad de México con los llamados “toreros”, vendedores ambulantes itinerantes. Mientras esto ocurre, uno de los policías aprovecha para ponerle una multa de 1,000 € al chofer por estacionarse en lugar prohibido. Si de por si el hombre, un portugués de unos 55 años que no hace el menor esfuerzo por comunicarse con los hispanoparlantes del autobús salvo para vendernos pequeñas botellas de agua, se encuentra permanentemente malhumorado, el incidente lo pone agrio.


esperaban con ansia que ésta fuera desmontada para que la escuela recuperara su hermosa vista despejada. Bien sabemos ahora que, en todo caso, si

alguna de las dos construcciones tuviera que desaparecer, con toda seguridad NO sería la torre Eiffel.

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Es a esta celebrada torre a donde de nuevo nos dirigimos. Esta vez es una parada para tomarse la foto que todo turista quiere tener, la de su rostro con la torre al fondo, y de ser posible, simulando que se sostiene a la torre con ambas manos, o aún de forma más exagerada, que se sostiene entre el pulgar y el índice, un estilo de fotografía que podríamos llamar de “turismo oriental”, continuando con los clichés. Con más ingenio, recordamos una célebre foto en donde la torre aparece inscrita en el ángulo que forma el tacón del zapato de una mujer. Yo me quedo sin mi foto de la torres, lo que me da un magnifico, si bien pueril pretexto, para regresar en un futuro a París para cumplir con el ritual.

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Después de esta parada continuamos por calles laberínticas llenas de sorpresas. Cruzamos para la zona de Trocadero (esto es, dejamos la Rive Gauche o margen izquierda del río Sena, y cruzamos a la Rive Droit), circulando de nuevo por los Campos Elíseos para vagar un par de horas por la zona. Este trayecto significa pasar de nuevo por el Arco del Triunfo, circular de nuevo por una avenida extraordinariamente armoniosa, lo cual es notable en tanto que la altura y el estilo de las construcciones es muy homogéneo, el cuidado de los árboles sigue los patrones racionalistas ya discutidos de la escuela francesa de jardinería, la ancha vía es de ocho carriles, las banquetas de ambos lados permiten ubicar cómodamente entradas a las estaciones del metro o bien, extensiones de los restaurantes sin que se interrumpa el paso peatonal. La radial en la que inicia es precisamente la del Arco del Triunfo, pasa por una glorieta más que es la de Montaigne y Roosevelt, para terminar, después de los jardines de los Champs Elysées, en la Place de la Concorde, presidida por el obelisco traído de una sola pieza desde Egipto, y limitando con el jardín de Tuileries. Al fondo de este jardín se encuentra otro arco del triunfo, el del Carrousel, que también celebra victorias de Napoleón y que originalmente ostentaba los caballos de San Marcos, traídos desde Venecia cuando Napoleón la capturó. Y dos pasos más adelante, el Louvre.

Joan d’Arc, y por la descortesía de los meseros. Después cruzamos al jardín de Tullerías y damos un breve paseo por los alrededores. Nos dirigimos de nuevo al autobús para el recorrido de la tarde, que es una visita al Palacio de Versailles. Antes, una señora pide que pasemos en el autobús por el lugar en donde se accidentó fatalmente la princesa Diana. “Haremos algo más,” –dice Javier- “recorreremos el trayecto que va desde la salida del Hotel Ritz hasta el pilar 13 del paso a desnivel de la Place de l’Alma.” Una costosa investigación de £12.5 millones concluyó que se trató de un homicidio imprudencial por parte del conductor. Después de reproducir el camino y considerando las velocidades reportadas, que por otra parte son difícilmente verificables, y atendiendo al hecho de que los pasajeros, Diana y Dodi Al-Fayed, no traían puesto el cinturón de seguridad, parece que la conclusión es acertada. Pero he de agregar que a mi escepticismo general sumé un factor adicional de refuerzo durante este viaje, proveniente de la lectura del libro “Subliminal”, de Leonard Mlodinow. Mi escepticismo se amplia a mi memoria y mis juicios, y a aquellos de la demás gente por supuesto, ya que si algo queda claro después de esta lectura, es la falibilidad de los sentidos y lo influenciable de las opiniones. Creo en lo que vi, pero también en lo que me sugirieron. Y podría creer en lo opuesto, si otras fueran las circunstancias.

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Esa tomamos un refresco en una brasserie en la esquina de la Rue de Rivoli y la Rue des Pyramides, lugar notable por estar frente a una estatua ecuestre dorada de

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“A toutes les gloires de la France”. En un capítulo del Circo Volador de Monthy Phyton se presenta un juego futbolísticofilosófico sostenido entre Grecia (antigua) y Alemania. Lo primero que pensé después de ver el partido, es que muy pocos países podrían armar una selección para un torneo como ese. Parado frente a la torre Eiffel e informado de que en el primer nivel se encuentran inscritos los nombres de 72 científicos e ingenieros franceses, entre los que se incluye a Lagrange, Laplace, Cuvier, Lavoisier, Gay Lussac, Broca, Cauchy, Coulomb, Foucault, Daguerre, Fourier, Carnot, por mencionar a los más conocidos por mí a consecuencia de haber cursado estudios en la División de Ingeniería de mi Universidad, pienso en las plenas razones de orgullo de los franceses en ese terreno. Algo similar ocurrirá si hablamos de literatura, de artes plásticas o de cine, por poner algunos casos. No le faltan glorias a Francia. Sin embargo, la rotunda afirmación puesta en

el frontón de Versailles se refiere más bien a los personajes de los momentos políticos definitivos de Francia: las monarquías, los imperios y las repúblicas. Pues Versailles no es sólo un palacio, es el museo de historia de Francia. Digamos que así se le denomina, pero lo cierto es que en Versailles encontramos predominantemente representadas a las monarquías y los imperios, o mejor dicho, a las monarquías de Luis XIV a Luis XVI, y al primer imperio, esto es, el de Napoleón Bonaparte.

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Nuestro recorrido inició en los jardines del palacio. Me veo en la necesidad de reiterar la impresión que me causó esa mezcla que va del racionalismo preciso en el trazo, hasta las formas orgánicas, rococó que se materializa en sustancia vegetal y que constituyen la escencia de la escuela francesa de jardinería. Entramos en el cuerpo mismo del palacio, conjunto

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habitacional de tres volúmenes que reservan todo tipo de detalles que me hacen desear la posesión de un solo poder sobrenatural: la capacidad de ralentizar el paso del tiempo para poder apreciar todos los detalles, todos los ornamentos. En las escaleras, en los techos, en cada una de las paredes, en los objetos utilitarios o decorativos, todo lo que aparece se muestra casi infinito, pero nunca caótico, sino en armonía. Para paliar la carencia de este superpoder no queda más remedio que recurrir a algunos libros, de tomar fotos que ayudan a recrear las maravillas que el sentido de la vista evapora y la memoria traiciona.

El centro de la visita lo constituyen la Galería de los Espejos y los apartamentos del Rey y de la Reina.

Según el relato de nuestro guía, actos como la comida del Rey son públicos, contemplados como un espectáculo por algunos cortesanos. Ahora bien, si estos actos, y en general el seguimiento del protocolo y de la etiqueta constituyen con toda probabilidad el reflejo de conceptos helio-centristas aplicados a la vida de la corte, también es cierto que los escenarios no pudieron diseñarse mejor para lograr esa apariencia. Nos podemos imaginar perfectamente a Luis XIV ataviado con el ropaje con el que lo retrata Rigaud – concedamos para fines del ejercicio de imaginación que el Rey tiene las piernas del retrato y no las ruinas corporales que le obligan a desplazarse en silla de ruedas, caminando parsimoniosamente bajo la opulenta bóveda llena de pinturas y relieves, entre candiles y pedestales con esculturas doradas, los costosos espejos multiplicando la sensación de espacio, y la luz del sol entrando generosamente por las ventanas.

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Los observadores de la escena pueden impresionarse a tal grado que crean que los poderes de este hombre son absolutos y eternos. Sabemos, claro, que no es así, y todos los efectos de la vulnerabilidad de la monarquía serían experimentados por Luis XVI y María Antonieta de manera terrible.

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Lo que podemos observar en las salas del Imperio es comparativamente poco, pero de sustancia. De manera destacada encontramos el célebre cuadro de gran formato de David: “La coronación de Napoleón”. Habrá que decir que otra versión de la misma pintura se encuentra en el Louvre, según nos advierte nuestro guía.

lugar, y en que circunstancias, pero en estos días es un teatro de revista frecuentado por turstas me parece que casi de forma exclusiva. El Moulin Rouge se encuentra en la zona norte de París, muy cerca de la basílica del Sagrado Corazón, en una zona que ya he dicho, parece peligrosa. La calle en que se encuentra, Clichy, luce a esas horas llena de vida nocturna y prostibularia.

Al regreso del Palacio de Versailles cenamos en un bistrot cercano al hotel, un sitio agradable y bien atendido, y nos preparamos para el paseo nocturno, que será una visita al famoso y popular Moulin Rouge. Debo reconocer que mi prejuicio es que veremos un espectáculo caro y sin gracia. La verdad es que me equivoqué de forma absoluta…en lo relativo a la gracia.

Afuera del sitio mítico se forman largas hileras de camiones, de los que bajan turistas para hacer otra larga fila en la entrada del local. Las cámaras fotográficas están rigurosamente prohibidas y hay que dejarlas en el guardarropa. Nos acomodan en una mesa y nos dan una pequeña botella de champagne. El lugar ya está lleno, nos toca compartir mesa con un matrimonio argentino. En lo que será una constante durante el viaje, vemos que hay que pelear por los lugares, porque es poca RLV 12

El guía promocionaba al paseo como “la visita al lugar en el que han estado las más grandes estrellas, entre ellas Duke Ellington y Frank Sinatra.” No sé si realmente estuvieron alguna vez en el

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la cortesía. Tal vez se deba a la sensación generalizada de que se debe exprimir hasta la última gota de placer al viaje, porque hay una angustia de lo breve y lo extraordinario. En fin, la pequeña discusión por los lugares nos pone un poco de malas. Pero una vez que inicia la función, parece que entramos en un sueño. Un sueño benévolo y maravilloso. No es sólo que los bailes llevan de una geografía a otra, de un tiempo a otro. No es sólo que reconocemos la música de Cole Porter en el París de entreguerras (I love Paris) y al minuto siguiente presenciamos sofisticadas danzas en templos del sudeste asiático. No es sólo la mujer desnuda que nada en la piscina transparente con una enorme boa que se desliza entre sus turgencias. No es sólo la habilidad del malabarista ni el humor neurótico del mimo conductor de un auto. Lo que ocurre es que la ilusión se materializa, se hace real y por un momento se suspende la frontera entre lo onírico y la vigilia. Es una experiencia de disrrupción de lo real, o más bien, de ampliación de lo real.

26 de mayo El itinerario de este día inicia con una visita al museo de Louvre. El autobús nos lleva del hotel al museo, lo que nos da oportunidad de atisbar por la ventana el Cirque d’Hiver y el edificio de la Ópera de París. Al bajar del autobús, Javier nos advierte de la presencia de “gitanillos” que se mueven a nuestro alrededor, ofreciendo baratijas y la lectura de la suerte, pero sobre todo, calibrando una oportunidad de robo a algún turista distraído. En el vestíbulo del museo Javier nos advierte que si bien tendremos la oportunidad de estar frente a la Mona Lisa o Gioconda, esa oportunidad será breve y en una galería saturada de gente ansiosa por tomarle una foto a la famosa, hiperfamosa pintura. A la fama de la pintura contribuye en definitiva el extraño episodio de su robo en 1911, atribuido en lo material a un carpintero italiano que trabajaba en el museo de Louvre, e intelectualmente al aventurero argentino Eduardo Valferno. Yo había leido la interesante novela de Martín Caparrós acerca del episodio, y conocía el esquema del robo, simple pero al mismo tiempo sofisticado. Valferno convence al carpintero Peruggia de robar el cuadro y asociarse para venderlo. Simultáneamente encarga seis copias de calidad superior a un dotado falsificador. Al hacerse público el robo, hace pasar por auténticas las seis copias, y las vende a otros tantos coleccionistas llenos de codicia. El fraude

Al salir me encuentro en un estado de euforia, abrazo y me abrazan y la realidad es una misma cosa que la felicidad.

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Mientras caminamos hacia el autobús veo la entrada del cementerio de Montmartre. Por un momento me planteo la posibilidad de entrar y visitar en una noche como esa, la tumba de Jim Morrison. Desisto y nos vamos a dormir. La noche está llena de sonidos de ciudad.

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tres años que estuvo desaparecida? ¿Pudo el original confundirse con alguna de las copias? ¿Pudieron elaborarse y venderse más copias, mejores aún que las primeras, puesto que ahora podían copiarse teniendo como modelo a la verdadera? Y a final de cuentas, ¿somos los millones de visitantes que hemos asistido desde entonces al Louvre y a la señora Lisa Giocondo una continuación del fraude de Valferno? Y a final de cuentas, ¿dónde está el arte?

En todo caso, Javier se detuvo frente a una reproducción mostrada en el aparador de una tienda a la entrada del museo, y con toda calma describió algunos detalles interesantes de la pintura. Nos pidió observar el velo tenue sobre la cabeza de la mujer, la tira de brocado sobre el nacimiento de los pechos, el paisaje al fondo con un puente. Y el efecto en el ánimo de la técnica de difuminado, que

crea esa sensación de realismo onírico. Efectos apreciables en la reproducción de 10 euros, y seguramente aún más impresionantes si pudiesen verse en la imagen expuesta en el museo. Pero imposible o casi. Frente a la Mona Lisa había no menos de cien personas apiñadas en busca vana de apreciar algún detalle en 10 segundos, o al menos de tomar una foto que compruebe que, en efecto, RLV 12

se consuma, pero el fraude mayor es el que cae sobre el carpintero, pues sus sueños de riqueza se esfuman una vez que Valferno no necesita del cuadro. Peruggia duerme en un cuarto miserable, en el mismo que se encuentra la pintura más valorada del mundo. Al paso del tiempo Peruggia desespera y trata de vender el cuadro a la galería Uffizi, es denunciado y la pintura es recuperada y enviada de vuelta a Louvre. O al menos eso creemos, porque, ¿qué pasó realmente durante los

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estuvieron frente a la imagen. Es más un fenómeno sociológico que artístico, aunque bien mirado, el arte en si mismo es un problema sociológico: ¿porqué ciertas imágenes se convierten en parte del imaginario popular, y otras de méritos comparables pasan desapercibidas para la mayoría o son totalmente olvidadas?

Escuché decir que Louvre para ver exhibición podría más, y no creo exageración.

La primera imagen con la que topamos es una estatua con un tema perturbador: un hombre maduro bebe ansioso de los pechos de una joven. Dos interpretaciones son posibles. La primera es la de la hija que socorre al padre caído en desgracia. La segunda es la patética historia, repetida hasta la saciedad, de hombre maduro que pierde la cabeza por una joven. Esto sigue siendo un arquetipo de comportamiento masculino destinado al ridículo, especialmente si el hombre maduro ejerce un cargo de poder, y sin embargo, lo seguimos viendo a diario en las noticias: el presidente de tal país, el ministro de la corte, el gobernador de tal lugar. Es una mezcla de afán de dominio e indefensión, que como toda contradicción genera tensión.

una visita con calma al todas las piezas en tomar una semana o que se trate de una

Pasamos después por las excavaciones que muestran los orígenes medievales de lo que era un castillo, de apariencia maciza y tosca, y no el palacio que hoy conocemos.

La siguiente parada es la Galería de Apolo, en donde Javier propone que se realice la recepción de la boda de nuestra Bassie, cosa que por el momento no se ve cercana. La galería muestra un suntuoso decorado en todas las superficies disponibles, pero especialmente en el techo. Pinturas que describen el paso de Helios-Apolo por la bóveda celeste desde el amanecer hasta la última hora del día, que por cierto equivale a mostrar el esplendor del Rey Sol Luis XIV, quien como ya comentamos, estimaba importante hacer alarde de su poder. RLV 12

De ese enorme acervo nuestro guía intentó llevarnos frente a las piezas más célebres en un plazo de cerca de tres horas.

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Para que no quepa ninguna duda de cuál es el sentido del salón, este resguarda las joyas de los reyes de Francia y las del emperador. Esto es, estamos en una zona del museo en donde el arte, o mejor dicho, la destreza artística, se encuentra totalmente enlazada –subordinada- a las necesidades del poder político.

Felizmente, la estatua real es mucho más amable. Cierto, sin brazos. Pero un modelo de generosas caderas mediterráneas y una gentil inclinación que parece más bien un saludo, no una huída.

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Caminamos hacia una galería repleta de decenas de estatuas de mármol griegas y romanas y pasamos frente a ellos velozmente, hasta que llegamos a la Venus. Debo reconocer que desde mi infancia me quedó grabada la imagen de la cerillera “La Central” con la figura Venus como si caminara lentamente, y un tren de vapor aproximándose a su desvalidez, a su mirada frágil, a su desnudez sin brazos, arrastrando sus ropas por las vías. Un inminente desastre, pero sobre todo, una sensación de angustia erótica

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Aunque son muchas las estatuas que debemos ignorar por el escaso tiempo con que contamos, hay una que no pasa desapercibida para ninguno de los grups de turistas que se encuentran esa mañana en el Louvre. Recibiendo a las multitudes sobre un pedestal en la escalinata se encuentra la Victoria alada de Samotracia. El extraño caso de la organización de la civilización helénica en ciudades-estado, que en realidad no constituían una unidad política, sino en todo caso un contexto cultural, significa que existían interminables disputas entre las ciudadesestado. Resultado de un par de batallas navales entre rodios y seleúcidas, la ofrenda a Nike erigida en la isla de Samotracia celebra el triunfo de los primeros. Es un ejemplo más allá de lo creíble -excepto que lo vemos frente a nuestros ojos- del dominio técnico para crear en piedra la representación de una mujer vestida con dos túnicas ligeras, transparentes, humedecidas por la brisa del mar Egeo, desafiando sobre la proa de un barco a un viento frontal que se lanza furioso sobre ella, representando toda adversidad. Ante eso, ella extiende sus alas sobrenaturales y afirma su naturaleza vencedora, de su capacidad de volar y posarse por encima del destino. Bajo la túnica, perfectamente visibles, los pechos turgentes y el ombligo profundo y redondo, manifestando la potencia creadora del triunfo. Cercenados los brazos y la cabeza, el resto del conjunto no pierde su fuerza, en todo caso se crea una mujer más poderosa en tanto que está hecha de lo que se ve y se palpa, pero también de lo que no, es decir, de lo infinito.

Detenerse ante cada una de las pinturas que nos propone Javier en nuestra breve visita es imaginar no una historia, sino una multiplicación de historias: es un incendio de la imaginación. Leo que algún anarquista solicita el incendio del Louvre “porque ahí se encarcela el arte”, como si el incendio fuera una nueva liberación de La Bastille. Estoy en desacuerdo: más bien el Louvre mismo es un incendio peligroso, una serie de pretextos e inspiraciones para aquellos que quieren ver arder el mundo. Pero concedamos que en la prisa por recorrerlo, pocos lo notan.

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Un breve recuento: “La gran odalisca” de Ingres nos lanza una mirada fija que parece indiferente pero que es desmentida por unos labios ligeramente contraídos. Pasa lo mismo con su cuerpo: está

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totalmente desnuda excepto por algunas pulseras, un abanico de plumas de pavorreal y un tocado de una suntuosa tela. Recostada entre sábanas de satín y almohadones, pareciera dispuesta al placer. Y sin embargo, nos da la espalda. Pero nos mira de frente. Pero parece ignorarnos. Pero sus labios nos invitan. ¿Soy el único que ha vivido el vaivén sensual de la seducción? Por supuesto que no. Un poco más adelante, “El baño turco” del mismo Ingres multiplica la agonía.

circunstancia histórica del momento permitiría que fuera al revés. Es una ceremonia pública, pero la familia, es decir, la esfera privada, aparece como protagonista: incluso aparece la madre de Napoleón, que hasta donde se conoce, no asistió a la ceremonia. Aún cuando David servía lealmente a Napoleón como pintor oficial (no olvidemos que ejercía ese rol de pintor oficial desde los tiempos del terror revolucionario, como nos recuerda la escena de “Danton” en la que Robespierre asiste al taller de David para su retrato oficial), es imposible que no muestre todas las contradicciones que unos años después harán crisis.

Ya en Versailles vimos el enorme lienzo que David preparó en ocasión de la coronación de Napoleón, que muestra el momento en que Napoleón ha coronado a Josefina y se pondrá la corona imperial con el Papa a sus espaldas, en una ceremonia que resulta extrañísima. Por una parte se trata de una asunción al poder bajo la pretensión de heredar los ideales de la revolución francesa. Pero es una toma de poder absolutista, más parecida en sus formas al rito monárquico que a lo republicano. La ceremonia se realiza en la catedral de Notre Dame, pero los símbolos de la toma de posesión dejan bien en claro que Napoleón no depende del poder papal, en todo caso la

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¿Es concebible que la Libertad guíe al pueblo con los pechos al aire, una bandera en la diestra y un rifle con bayoneta calada en la izquierda? Así lo imaginó Delacroix. La escena es extraña. Un grupo de gente avanza con decisión y armas precarias, caminando sobre cadáveres y escombros. Al fondo, un edificio arde en llamas. La mujer de los pechos desnudos arenga a las personas, supondremos que a movilizarse y luchar para conquistarla a ella, a la

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Libertad, lo que requiere en cualquier circunstancia un gran valor.

que agitan sus camisas y reciben a plenitud la luz y el color. ¿Estamos todos en el mismo barco? A no dudarlo.

Cierto. El problema es que esas movilizaciones, ahora tan frecuentes, resultan a menudo actos que son indiferentes a la mujer de los pechos y los derechos, y más bien defienden a los prostitutos que usan al pueblo rabioso o peor aún, al pueblo hambriento pero dócil, como moneda de cambio frente al poder. También hay que decirlo, el cuadro dispara de inmediato al resorte panfletario, como justo me acaba de ocurrir.

A medida que pasamos por las salas, observamos que un hombre nos mira desde su hábito. Es nuestro confesor, un inquisidor que está menos interesado en orientarnos hacia la salvación, que en encontrar afanosamente las razones de nuestra perdición. En otra escena, el primer poeta de occidente se encuentra en su momento de gloria. Un rey posa ante nosotros con falsas piernas de muchacho. Una cortesana hojea un álbum musical mientras trama una nueva conjura.

“La balsa de la Medusa” de Théodore Gericault narra en una diagonal una historia que va de la desesperación y la obscuridad más absoluta –incluso la muerte, incluso esa forma superior de la muerte que es la apatía- mostrada en la parte inferior izquierda del cuadro, pasa por la zona media, centro en el que se exacerba el contraste entre la luz y las sombras entre aquellos que mantienen la esperanza, hasta el júbilo victorioso de los

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La llegada a la cita con la Sra. Lisa Gioconda cruza una enorme sala separada en dos secciones justo por el muro desde donde nos observa la dama en cuestión. Es posible que en esa sala se encuentren las pinturas más pasadas por alto en el mundo, pues ante el alboroto ante el célebre cuadro, pocos las observan. Una pequeña multitud nerviosa busca la forma

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de acercarse un poco, de mirarla unos pocos segundos más.

Apóstoles, la de los viajeros que se dirigen a Emaús y se convierten en discípulos. Javier nos pide que prestemos atención al detalle del mantel que cubre la mesa. Es un trabajo extraordinario, la reproducción de los tejidos que forman el encaje es de una minuciosidad y realismo que pareciara imposible. Es algo que pocos notan. Entonces Javier nos hace una confesión, que también es una acusación: “estas cosas son las que hacen la diferencia entre un hombre de genio, y un tipo mediocre como yo”.

Justo frente a la Gioconda se encuentra una pintura de dimensiones colosales, de casi siete metros de alto por diez de ancho, que pocos observan pero que está llena de significados. Se trata de “Las bodas de Caná”, de Paolo Veronese. La escena es en si misma un prodigio de perspectiva. Nos muestra alrededor de cien personajes entre comensales, sirvientes, músicos y curiosos. En un patio que arquitectónicamente corresponde al periodo del renacimiento, la época del Veronés, los convidados muestran fastuosos ropajes de esa época, excepto Jesucristo y algunos de sus acompañantes. Jesús se encuentra en el centro de la mesa y viste ropas de carmín y túnica azul. En el centro geométrico del cuadro los carniceros destazan al cordero. Mientras el vino y las viandas se sirven en abundancia, el difícil amor por el prójimo escasea.

Ya encaminados a la salida del museo alcanzamos a ver un par de esclavos escupidos por Miguel Ángel. Una ninfa de Cellini a la que se acerca un ciervo. Una escena en donde Amor y Psiquis están a punto de darse el primer beso y es imposible saber quién seduce a quién, aunque la experiencia nos dice que Psiquis usualmente es quien cae. Pasamos por un patio que se ve lleno de gente descansando rodeados de maravillas. Los techos en la salida tienen motivos en piedra de animales y plantas barrocas, todos distintos entre si. Han sido un poco más de dos horas y queda en mi la sensación RLV 12

Al dejar la sala de la Mona Lisa y las bodas de Caná pasamos junto a una pintura de proporciones más modestas, también del Veronés, que describe la escena de esa extraña historia de los Hechos de los

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de haber rozado una infinidad, un fenómeno transfinito, una secuencia feliz de alephs.

figuras conocida como la galería de los reyes. Sobre el portal de la Virgen, que se encuentra a mano izquierda, hay nueve reyes. El mismo número de figuras se encuentra sobre el portal central, que es conocido como el del Juicio Final. Sin embargo, sobre el portal de Santa Ana sólo hay siete figuras. Podría argumentarse con razón que el número de figuras no determina el ancho de cada sección del templo, sino su medida. Pero si contamos las columnas estilizadas sobre los vitrales frontales y sobre los barandales, ya resulta evidente a simple vista que la torre derecha de Notre Dame es más angosta. Puede parecer un detalle insignificante y probablemente lo sea. Será que la simetría está sobrevalorada o será que la fachada es un reflejo de ese irresoluble conflicto entre el modelo y la realidad: la corte de los milagros irrumpiendo en medio de lo divino, o el hombre en el alambre desafiando a las autoridades y a las alturas.

Con poco tiempo para comer, optamos por un bocadillo en alguna de las loncherías que están enfrente del Louvre. Conviven en ese paseo de arcos tiendas de recuerditos de turista con espléndidas galerías. Loncherías con restaurantes puestos a todo lujo. Nos da tiempo para pasear por un mercado improvisado donde venden ropa y artesanías de muy buena factura. De ahí nos movemos hacia la catedral de Notre Dame, ubicadaen una pequeña isla en el Sena, aunque me parece más bien integrada con la Rive Gauche. El autobús para cerca de la Sorbona, frente a un parquecito donde un Montaigne pensativo nos recibe. Parar aquí nos permite caminar un poco por las calles del barrio universitario y lllegar a pie a una catedral que, gracias a un día soleado y brillante, nos recibe con una fachada de color casi blanco.

Cada capilla que se encuentra en la catedral tiene sus devotos. Es como un pequeño y selecto bazar de la fe. Cielos de azul cobalto con estrellas doradas. Entre el luminoso día de primavera que resplandecía en el exterior, y la obscuridad de la nave principal, se destacan los vitrales: el del rosetón del nártex y los correspondientes a los brazos norte y sur de la planta en cruz de la catedral. Entre los tres iluminan la nave en tonos azules y rojizos.

Lo primero que nos advierte Javier es que la fachada de Notre Dame no es simétrica, lo que resulta fácil de constatar y al mismo tiempo, sorpresivo. Sobre los tres portales de acceso se encuentra una hilera de

RLV 12

Aunque el itinerario es demasiado corto en tiempo y no podemos subir las escaleras, si que podemos recorrer pausadamente la nave principal. Especialmente notables

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resultan las tablas del Evangelio. Pronto los mexicanos reconocemos que una de las capillas está dedicada a la Vírgen de Guadalupe.

De los que tienen nombres contradictorios, como el Pont Neuf que resulta ser el más antiguo. De los que tienen estatuas doradas que rememoran alianzas que antes fueron guerras. De los metálicos con colosales figuras verdes que parecen luchar para no caer al río. De los que se llenan de candados y promesas, algunas de ellas incluso cumplidas. De los simples, utilitarios y algo tristes. De los que llevan la omnipresente N inscrita en un círculo de guirnaldas. De los millones de historias que han cruzado de un lado a otro.

Siempre me ha llamado la atención el interés de algunos “intelectuales científicos” por demostrar una obviedad: la naturaleza humana del manto guadalupano. Esta obsesión deja de lado el punto verdaderamente extraordinario, que es el elemento simbólico que funda la nación mestiza mexicana, claramente representado en su túnica y su manto, que sintetizan los elementos de cielo y tierra. También me llama la atención como algunos usan la frase hecha “crees que rezándole a la Virgencita de Guadalupe vas a resolver tal o cual cosa” en forma despectiva para descalificar la fe, especialmente la fe popular. Me parece que la fe supone algo superior a una relación causa-efecto simple, y en cambio se relaciona con la convicción de que las cosas pueden ser de otra manera, una mejor manera. Por esto, es para mí una gran alegría encontrar a María de Guadalupe en este lejano lugar.

Han sido tres días intensos. Nos ofrecen dejarnos en el centro para llegar al hotel por nuestros propios medios, o llevarnos en el camión. Aunque yo preferiría quedarme a caminar por esas calles, lo conversamos y decidimos regresar al hotel, lo que me contraría un poco. Durante el breve trayecto, me quedo profundamente dormido. Al llegar al hotel, Silvia lamenta no haber comprado algún recuerdo en las afueras del Sagrado Corazón. Me ofrezco a ir, es una tarde de sábado luminosa y persiste mi deseo de caminar. Me ocurre que cuando camino solo por las calles de una ciudad que no conozco, se produce el efecto de que estas caminatas se perpetuan en mis sueños. Así me sucede. Camino por Magenta, doblo por Rochechouart y llego a las tienditas de recuerdos al pie del Sagrado Corazón. Sigo caminando y la calle cambia de nombre a Clichy, paso frente a la pequeña plaza llamada Pigalle y estoy de nuevo frente a la entrada del Moulin Rouge. La calle está llena de vida. En los bancas de los camellones arbolados se reunen grupos de

Saliendo de la catedral nos encaminamos a un paseo relajado. Sobre el río Sena transitan unas peculiares embarcaciones cuyo fin exclusivo es pasear turistas para observar París desde una perspectiva acuática. Se conocen como Bateaux Mouche.

RLV 12

Lo que más me llama la atención de este paseo son los puentes que comunican las dos riveras del Sena. Podría escribirse una historia de París a partir de sus puentes. De los que ya no existen, viejos puentes de madera destruidos por el paso del tiempo.

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amigos que vienen de todas partes del mundo. Se ven eslavos tomando cerveza en unas bancas, más allá hacen lo propio algunos africanos, en otro lado gente de medio oriente. Pasan mujeres guapas y en ocasiones son “mamaseadas” por algún grupo o por algun transeunte solitario, locales o foráneos, pero en general el ambiente es relajado y nadie se disgusta. Se toma en las calles sin que la policía moleste, y las muchìsimas colillas de cigarro en las banquetas dan fe del gusto parisino por fumar. Me detengo frente a una sex-shop y desde el aparador me guiña una figurita de cerámica decorada. Aún no me arrepiento lo suficiente de no haberla traído conmigo. Hubiera sido el inicio de una interesante colección.

consideración a quienes encuentra a su paso. Esconde la mirada cuando me detengo para reclamarle su conducta, se escabulle por los laberínticos pasillos mientras maldice entre dientes. Bassie y yo nos tomamos nuestro tiempo para desayunar, pero Silvia se empieza a sentir presionada para acomodar las maletas en el autobús y se adelanta. Cuando la alcanzamos unos minutos después, el ambiente en el vestíbulo del hotel se encuentra crispado. Silvia es la única pasajera que queda en el vestíbulo y resguarda las maletas. Alrededor se ve gente correr de un lado a otro. Pronto me entero que mientras esperaba en ese mismo lobby del hotel, le han robado a un joven turista chileno, mientras esperaba y hablaba por teléfono. Entre lo que ha perdido se encuentra su pasaporte, su cámara fotográfica y algunos electrónicos, pero ha conservado su dinero.

Al regreso compro algunas frutas para cenar algo ligero. Ya ha oscurecido, ya hay más alcohol en el torrente sanguíneo parisino, hay más bullicio y clochards escandalosos.

Algo sucede: uno de los ladrones regresa y pasa frente al hotel. El joven chileno lo reconoce, lo persigue y le da alcance un poco después. Lo golpea, pero ante la llegada de refuerzos del ladrón, le ha tenido que soltar.

Por la noche, los ruidos de la ciudad se han hecho más intensos frente a la Gare du Nord.

27 de mayo

La situación torna caótica en segundos. El guía de la expedición, un español maduro de nombre Ángel que se ha conducido razonablemente hasta ese momento, pretende que el autobús parta dejando a su suerte al joven chileno y su esposa. Muchos paseantes se indignan ante la posibilidad y de inmediato protestan. Tan pronto eso ocurre, surge un bando que exige continuar el viaje para evitar que se retrasen o de plano se pierdan los paseos

Nos han pedido que dejemos las maletas fuera de nuestra habitación para que el personal del hotel las lleve al autobús. Lo hacemos no sin cierta desconfianza.

RLV 12

Hemos bajado muy temprano a desayunar. En el pasillo nos encontramos con un empleado del hotel, de origen asiático, vestido con levita gris en ese domingo por la mañana. Al pasar empuja sin

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programados para la tarde, en el río Rihn y en Frankfurt.

mar de gritos, puños, amenazas y miradas furiosas. Sale de entre la masa de gente una daga que se dirige a mí. Son los gitanos que han llegado a rescatar a su amigo. Volteo y me doy cuenta que atrás de mi sólo está Silvia, quien les grita desesperada, y nadie más. Desisto y suelto a ladrón.

Llega la policía francesa y es posible entender de un solo golpe su mala fama. Se trata de un hombre y una mujer jóvenes ambos, y un hombre maduro de origen africano. Se muestran altaneros con el joven chileno, rechazan su saludo de mano pero sobre todo, se muestran absolutamente ineficientes.

En el revuelo posterior, un personaje siniestro se desliza entre el grupo de turistas que se ha formado a mi alrededor para escuchar mi versión de lo que ha pasado. El hombrecillo se acerca a mi y con una sonrisa irónica busca algo en sus bolsillos. Retrocedo y lo señalo, y huye a paso veloz sin abandonar su sonrisa idiota.

Durante la espera que se va prolongando, los pasajeros ahora suben al autobús, ahora hacen corrillos en la banqueta, o discuten en la banqueta las acciones a tomar. Ángel habla por teléfono solicitando apoyo, pero no recibe respuesta de la compañía.

Los africanos habituales de la zona, más corpulentos, miran curiosos toda la escena. Pasan algunos autos que se detienen a preguntarles que ha ocurrido, y señalan en nuestra dirección.

Mientras observo el caos pasa frente a mí un joven corriendo a toda velocidad, y tras él otro hombre que le persigue mientras le grita. Un instinto se activa en mí y me uno a la persecución. Unos metros más adelante uno de los turistas extiende el pie y el joven cae de bruces. Yo lo alcanzo y lo someto mientras recupero para su dueño legítimo una cartera, que le entrego. Mientras mantengo reducido al joven, pido a los demás turistas que llamen a la policía. Pronto se forma a mi alrededor un

El episodio precipita la salida del autobús, que parte sin guía puesto que Ángel se queda con los chilenos a auxiliarlos con los trámites legales.

RLV 12

Au revoir, París.

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121

RLV 12


Haciéndole al cuento Si 6 fuera 9 Pedro Flores

hasta los excesos no muy ocasionales, el mezcal era su chamán, su consejero. Le dio un trago al vaso caballito, con lo que acabó su contenido.

La

botella de mezcal estaba

“Cántate una rola, hermano,” le pidió a

vacía hasta tres cuartas partes. A P. se le

Hendrix.

había antojado escuchar rock. Casi era una

profundamente en los oídos y buscó la

necesidad oír a Jimi Hendrix. Cuando P.

canción en su teléfono. Después de días de

era un niño se

había fascinado con

andar sin un rumbo claro, P. se había

aquellos riffs de psicodelia del guitarrista

detenido en un cuarto de hotel de paso.

que le ponían la piel de gallina. Hendrix

Los hoteles tenían para P. un significado

era un punto de encuentro ente su niñez y

especial,

su edad adulta, pasando por cada etapa de

descubrimiento, pero también de paso

su vida.

efímero, de anuncio de que, al hacer las

Se

de

puso

fiesta,

los

de

audífonos

viaje,

de

maletas o recoger tus pertenencias, la

El mezcal en su sangre lo hacía sentir en

diversión acaba. En su vida había visitado

un plano de sabiduría, como un ser

hoteles de pocas y de muchas estrellas, de

superior. Ciertas alucinaciones auditivas y

negocio, de placer, de aventura, de citas de

visuales le confirmaban la magia del

trabajo y de citas amorosas. Un hotel es un

origen mineral de la bebida, en las raíces

componente de los viajes, aun cuando

de los agaves del desierto. P. recordó sus

vayas

experiencias con bebidas fuertes pero

en

condiciones

de

precariedad

extrema, hasta una banca de jardín es un

ninguna, ni las del tequila, vodka o

hotel. El

absenta, era tan mística como las del

es

parte

de la

vida.

RLV 12

mezcal. Desde el diario trago necesario

hotel

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“Curioso,” pensó P., “que sea en un hotel

Sacó una pistola. El arma era su invitada

donde voy a matarme.”

de esa noche, la última.

Este hotel se parecía a las decenas de esos otros hoteles en los que durante años P. había pasado noches y días de alcohol y compañía

amorosa;

pero

también

Sintió

de

excitación

soledad y crudas de campeonato mundial.

de

desconocida.

En verdad había abrazado esa vida de abrir

esa

relacionarse La

adrenalina

extraña con

una

de

una

emoción nueva le erizó la piel. Se volvió a

el corazón al amor fugaz, de entregar el

sentar en el sillón, con el trago a medias, la

alma en una cogida. Y los hoteles de paso

pistola a un lado y tomó su teléfono

hacían un juego perfecto con esa vida

celular con los audífonos conectados, que

desechable, pequeños jabones y sobrecitos

se

de enjuague de cabello que se acaban en

introdujo

profundamente

en

los

conductos auditivos para cancelar todo

una bañada, rollos de papel higiénico de

ruido exterior. La presencia de la pistola le

tamaño especial, un paquete de condones

causó un ligero cosquilleo en el estómago

de cortesía, vasos en una bolsa de plástico,

y un temblor en los intestinos, algo

un trozo de tela para limpiar los zapatos,

parecido al miedo. Sin embargo, el plano

apagadores de luces automáticos para

casi espiritual en el que P. se encontraba,

ahorrar energía al cesar el movimiento en

lo hizo pensar en que ese momento era

el interior. Televisiones con un control

como una escena de una obra de arte, la

remoto encadenado y un radio que nunca

escena de sus últimas horas.

funciona.

Pensó en Jimi Hendrix., en su muerte prematura en aquel lejano año en el que el

“Si el sol se niega a brillar, me vale madre,

me

vale

madre.”

Hendrix

guitarrista era catorce años mayor que él y

le

ahora veintinueve menor. Ese pensamiento

hablaba al oído. P. se retiró los audífonos,

le

se levantó del sillón del cuarto de hotel,

daba

una

curiosa

perspectiva

de

balance, aunque desequilibrado, a su vida.

fue hacia la cómoda y se sirvió otro trago.

Hendrix sería ya irremediablemente menor

Tomó su pequeña maleta y la abrió

de edad que él. El genio indiscutible del RLV 12

buscando en el fondo una funda de lona.

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músico lo colocaba en una actitud de

de tres bandas”. Apenas esbozó una

admiración ante la humanidad.

mueca de sonrisa.

P. regresó al sillón, se puso de nuevo los

No sentía compasión por sí mismo pero

audífonos en los oídos y de inmediato se

tampoco estaba satisfecho con su vida.

quedó dormido. Esa era su debilidad,

Extrañamente se llenó de un raro orgullo

dormirse en la borrachera, con la guitarra

por haber vivido una vida, aunque errática,

en la mano, al volante de un auto, durante

con mucha intensidad. P. se levantó al

una plática, donde fuera. Su idea de

baño a orinar y se rio de él mismo con

felicidad era dormir en el momento mismo

crueldad al pensar que era dueño de su

en el que se siente sueño.

pequeña vida en ese acto insignificante de vaciar la vejiga, su libre albedrío expresado

Cuando despertó no sabía cuánto tiempo

en cómo y cuándo descargar el líquido.

había pasado. El álbum completo de “Axis

Mientras orinaba haciendo figuras en el

Bold As Love” se había repetido tal vez

retrete cantó la letra de aquella canción

varias veces. Se quitó nuevamente los

que se había apoderado de su atención.

audífonos y llenó el caballito hasta el borde; lo bebió de un solo trago. Tomó la botella y la acabó bebiendo directamente

“Ahora bien, si el 6 se convirtiera en

en la boca. Cantó trozos de la canción a

9, no me importaría… y si todos los hippies

capela.

se

cortaran

el

cabello,

no

sería

mi

problema.” Se lavó las manos y regresó a “Y si las montañas se derrumban

sacó dos cervezas. Se enojó consigo mismo

hacia el mar, que así sea, no soy yo.” P. se

pues el haberse aprovisionado de cervezas,

recostó en la cama, cerró los ojos y pensó

que serían un alivio para curar al día

en cómo había pasado su vida rebotando

siguiente los estragos de la borrachera, era

en las bandas de una mesa de billar, como

un signo de debilidad: esperar un día

una bola golpeada por una mano ajena.

siguiente era traicionar su propósito de

Tratando de suavizar su frustración se

acabar con su vida esa noche. Como si

quiso hacer el gracioso diciendo “y ni

quemara tras de sí un puente se tomó las

siquiera lograste en tu vida una carambola

dos cervezas. Nada nuevo podría haber en otro día.

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RLV 12

buscar su maleta. De un compartimiento


Se recostó un momento y sintió que

Hendrix que le cantaba como si fuera el

dormitaba. Una especie de vergüenza le

único que lo entendiera. Sintió que el

hizo estremecer las manos y fue así que se

músico sería el barquero que lo llevaría a

dio cuenta que en la derecha tenía asida la

la otra orilla; confió de manera absoluta en

pistola. Recordó entonces su propósito de

ese joven Caronte del rock. Se llevó la

acabar con su vida. Revisó el arma y

pistola a la boca, mordió el cañón con los

repasó lo poco que le había dicho el

dientes con tanta fuerza que se le astilló

hombre que se la vendió la víspera.

un incisivo. Recogió con la lengua los

Cargador, balas, gatillo, seguro. Decidió

pequeños trozos de esmalte. Sintió un

que era el momento.

grueso sudor por su cabeza, tenía la cara húmeda y la garganta cerrada en un nudo,

A P. le molestaba imaginar el ruido del

estaba llorando. Los mocos rodearon el

disparo. Pensó que sería tan rápido que tal

cañón del arma y entraron en su boca; el

vez ni lo alcanzaría a escuchar. Recordó la

sabor salado le hizo pensar que los

novela de Julio Verne, De la Tierra a la

sentidos están alertas mientras hay vida.

Luna, donde la nave es propulsada por el

Sintió la incomodidad de la posición y

disparo de un cañón. Llegado el momento

entonces

del despegue los viajeros espaciales no escuchan la explosión encuentran

la

explicación:

poner la

pistola

de

cabeza, apuntando al paladar. De ese

y piensan que el

modo sería más fácil oprimir el gatillo.

experimento había fracasado; sin embargo pronto

intentó

la

Hendrix tocaba esa pieza propulsada por

velocidad con la que sale disparada la nave

el ácido, llevando el sonido estereofónico

hacia el espacio es mayor que la velocidad

de la guitarra de izquierda a derecha en un

del sonido, así que ellos van adelante de la

vaivén alucinante. Los audífonos, más un

onda sonora y por eso no escucharon la

estado

explosión. P. se preguntó “¿será la muerte

proximidad

más rápida que la velocidad del sonido?”

proporcionaban a P. una percepción exacta

de

híper de

atención la

por

muerte,

la le

de cada detalle de la música. La letra, un

Como fuera, no quería que hubiera silencio

himno al individualismo, una crítica a lo

antes del hecho, así que tomó de nuevo el

establecido, a los hombres de negocio cuyo

teléfono con los audífonos. Se los colocó y

sentido del éxito es incompatible con un

puso la canción que había estado oyendo

alma errática. Hendrix susurraba casi con RLV 12

antes varias veces. Empezó a escuchar a

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complicidad a P. su mensaje de vida y

esa pieza cientos de veces, en todos los

muerte: “Nadie sabe de lo que hablo.

estados de ánimo, con y sin ayuda de

Tengo que vivir mi propia vida. Yo soy el

drogas, con amigos y solo. Esa misma

que va a morir, así que déjenme vivir mi

noche tal vez la había escuchado unas

vida como yo quiera.” La guitarra lo guiaba

cinco o seis veces. Pero nunca había

por

colores

percibido ese coro. Seguía con el cañón del

musicales, por mares de luces audibles, la

arma aprisionado entre la lengua y el

batería ponía el único toque terrestre; el

paladar.

sabor

curiosidad

un

mundo

metálico

fantástico

del

cañón

de

combinaba

Sin

embargo, y

se

asombro

llenó

de

ante

el

perfectamente con la música. Al momento

descubrimiento de un detalle nuevo en la

de empezar a oprimir el gatillo, los

canción. Era algo inédito, para él sin duda,

audífonos

de

pero tal vez para otros también. Sintió la

sonidos en un caos placentero cuando

necesidad de compartir la experiencia con

apareció un coro casi celestial poniendo un

otros, de comprobar que el coro existía.

puente entre el primer océano musical con

Tenía que platicarlo y escuchar de nuevo la

otro más caótico. El coro no duró más de

pieza con un amigo. Esa era la novedad del

seis segundos y se diluyó entre la música

día, que empezaba a asomar entre las

alucinante.

cortinas plastificadas. Abrió la boca y dejó

reproducían

un

frenesí

caer los brazos. P. se detuvo; no recordaba haber escuchado antes ese coro que acababa de

RLV 12

entrar en su consciencia. Había repetido

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Referencias: Canción: “If 6 was 9” Intérprete:The Jimi Hendrix Experience Álbum:

“Axis: Bold as Love”

Fecha de publicación: 1 de diciembre de 1967 (UK) 15 de enero de 1968 (US) Género: Rock

psicodélico,

rock

ácido,

heavy metal, jazz fusion, hard rock Duración:5:32 Disquera: MCA (reimpresiones) Escritor: Jimi Hendrix Productor: Chas Chandler Coro en cuestión:4:06 a 4:13 Mezcal: Alipús San Baltazar Heckler & Koch USP

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Pistola:

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Miodesopsias Felipe Kadick

Caminando

salió un dedo que la empujó hacia su destino. Se aferró al piso pero esa fuerza que la atraía hacia la destrucción era más fuerte que la gravedad y se estaba tragando todo. Cuando el paramédico llegó a atender a la señora que estaba en el piso entre los curiosos manoteando y gritando como loca, en agonía… alcanzó a verle en los ojos unos curiosos animalitos moviéndose y dijo para sus adentros: ¡Qué extraño! ¡Esta señora que se muere tiene en sus ojos los mismos objetos que yo veía cuando era niño! Los doctores me dijeron que eran miodesopsias y aconsejaron que no los siguiera con la mirada y no lo he hecho desde entonces ¿qué sucederá si los sigo la próxima vez que los vea?

por la calle volvió a verlas

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como cuando era niña: Esas extrañas figuras en sus ojos llamadas miodesopsias. Los doctores le habían recomendado que no las siguiera con la vista y que así desaparecerían. Pero esta vez desobedeció y las siguió con la mirada viendo cómo de pronto comenzaron a llover gotas de colores que al chocar contra el suelo sonaban como monedas al caer y se transformaban de inmediato en luciérnagas iridiscentes o en suspiros multicolores. La calle comenzó de pronto a lamentarse y a volverse sobre sí misma mostrando sus colmillos de concreto y su lengua de asfalto con una línea blanca en medio para separar los dos carriles. Quiso huir de esa monstruosidad pero del cielo

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Inmortalidad Felipe Kadick

En

la

cámara

de

maravillas

un

El nacimiento, el bautizo, las primeras palabras, los primeros pasos, la adolescencia hasta llegar al punto en que el príncipe se encontraba frente a frente con una mítica cabeza parlante que aclarándose la garganta le narraba: El nacimiento, el bautizo, las primeras palabras, los primeros pasos, la adolescencia hasta llegar al punto en que el príncipe se encontraba frente a frente con una mítica cabeza parlante que aclarándose la garganta le narraba: El nacimiento, el bautizo, las primeras palabras, los primeros pasos, la adolescencia hasta llegar al punto en que el príncipe se encontraba frente a frente con una mítica cabeza parlante que aclarándose la garganta le narraba: …

día

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encontraron la mítica cabeza parlante. Sí, entre el penacho de Moctezuma y el autómata jugador de ajedrez de Van Kempelen se encontraba arrumbada y extraviada dicha cabeza parlante. En cuanto la identificaron le avisaron al delfín que la extraña cabeza que, decía la leyenda, le conferiría la inmortalidad al sucesor al trono había sido encontrada. El príncipe, olvidando todo protocolo, corrió entusiasmado a su encuentro. Al llegar al lugar una luz emergió de la cabeza iluminando las paredes de ladrillos y la cabeza parlante de inmediato se aclaró la garganta, identificó al hijo del Rey y comenzó a narrar los acontecimientos de la vida del mismo, con lujo de detalles. El príncipe comenzó a sentir como si reviviera cada uno de esos momentos:

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Theatrum mundi “Teatro dentro del teatro” Felipe Kadick

M. E. Tateatro

actorales llevarían los papeles de captores suyos. Llegó el día del estreno. Con teatro lleno la puesta en escena llegó al momento en que el delincuente/actor inocente era capturado e interrogado por mis subalternos. Trató, como en los ensayos, de defender a toda costa su inocencia pero los captores esta vez lo acusaban de los crímenes que en realidad le conocíamos.

Septiembre 7, 2012 a las 11:36 am

Comencé a seguirlo. A investigarlo. Como buen detective que soy indagué muchas cosas sobre él. Por eso mismo supe que al igual que yo era amante del teatro. Y un actor con talento. A la vez que un delincuente. Yo debía ser precavido y él debía ser arrestado. Por eso planeé todo de manera por demás meticulosa: aprovechando que él no me conocía lo contacté y entrevisté en un céntrico café de la ciudad, de manera profesional, como si fuese yo un buscador de talentos, incluso con grabadora en mano. Al enterarme por sus respuestas de su gran amor por la actuación y sabiendo ya a sus espaldas que delinquía por estar desempleado tuve en ese preciso momento una idea genial para detenerlo:

Comenzó entonces a ponerse nervioso tal vez al ver que la puesta en escena no correspondía a lo ensayado. Los captores empezaron entonces a acorralarlo, a torturarlo. Esta vez de verdad. Fueron tanto el daño físico y la presión psicológica que él finalmente se derrumbó y confesó. Cayó el telón y el público rompió en aplausos. Yo corrí al escenario para ayudar a mis subalternos a trasladar al delincuente confeso. Como gente de teatro que soy, me emocioné casi hasta las lágrimas por ver al público aplaudiendo de pie para posteriormente dirigirse a nuestro encuentro. ¡Vaya realismo, esto solamente lo logra el teatro de calidad!, pensé – aunque se me hizo extraño que el público se dirigiera al escenario ¿a felicitarnos? -. Reconocí entonces los rostros: El público resultó estar conformado nada más ni nada menos que por elementos de un grupo policial opuesto a nuestros violentos procedimientos el cual en esta

¡Montar una obra de teatro, contratarlo como actor y ahí obtener su confesión públicamente! .

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En esa obra él llevaría el papel de un ciudadano arrestado por error y después de un arduo interrogatorio demostraría su inocencia y quedaría en libertad. Dos violentos subalternos míos con dotes

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ocasión había usado al delincuente como carnada para enviarnos a mis subalternos y a mí a prisión acusados de detenciones ilegales y obtención de confesiones por medio de tortura. Tenían ahora la prueba que tanto necesitaban.

fraganti y nuestros excesos nos perdieron. Una vez en la cárcel los días se sucedían para nosotros uno tras otro sin distingo alguno. Nos rodeaba la monotonía. Así que, aburridos, mis subalternos y yo formamos un grupo teatral con los convictos. Hemos ensayado arduamente durante mucho tiempo en el más absoluto de los secretos. Mañana es el estreno sorpresa de nuestra gran obra: “Fuga en masa a la media noche”.

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El actor, quien huelga decirlo sí era un delincuente, al enterarse por algún medio de mi brillante estratagema había negociado con ellos en secreto el perdón a cambio de entregarnos. No pudimos alegar inocencia alguna. Nos arrestaron in

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La Sociedad de los poetas nonatos Reina Alexandro Hernández

I Te conocí cuando eras joven y todo lo que hacías carecía de cálculo, del peso de la obligación y de la esclavitud de agradar. En esos momentos prodigiosos fui testigo del instante mítico en donde ¡o dulce doncella nocturna! detuviste tu andar frente a la arista del delta de los infinitos ríos del tiempo y gritaste ¡seré recordada! se ensombreció tu rostro tanto que no vimos tu llanto el luto anticipado sobre ti misma pues en ese afán de algo cercano a lo inmortal sellaste un tránsito por el placer RLV 12

en forma de dolor.

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II Pasaste por el matrimonio tu hombre vestĂ­a como dandy viajaba en un costoso auto y fumaba unos puros con hojas de campos cubanos seleccionados en persona por el dictador mientras tu comida estaba racionada y tus zapatos de baile estaban gastados. Una noche escapaste sin miedo, porque nada tenĂ­as tu hombre lanzĂł los mastines trataron de alcanzarte pero ya estabas lejos de sus dentelladas. Te jugaste el todo por el todo y nosotros cantamos las alabanzas siempre que caminaste entre los fieles de tu iglesia.

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Y fuiste amada sin reservas.

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III Es una historia ya muy contada cuando ese brillo surge y abre en el corazón del mundo un respiro de alegría en estado puro surge un vector obscuro, un manto aceitoso, denso, fétido que impone su presencia. Aún cuando lo lamentamos resulta inevitable es tan sabido como el yin yang o la dialéctica buscando su lugar. Huiste de la luz, de la armonía, de lo sencillo, del triunfo total entraste en una cueva de sonidos afilados obscenos, insistentes en una gruta de deseos desesperados crispados, eternamente insatisfechos creíste en la sonrisa y luego en carcajadas negras y por las noches eras llanto a gritos ejércitos de divisa virulenta tomaron por asalto tu palacio

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y tú, ¡oh Reina!, vagaste en la miseria.

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IV Y caminaste caminaste caminaste y tanto fue tu andar que alcanzaste esa rara posibilidad no diré que fue la santidad, ese fenómeno del amor predilecto de Dios si diré que fue la calma el estanque sin ondas.

No eras lo que veíamos sino la nueva noticia de tu voz.

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Y tu voz alimentó al hambriento.

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Writer Hero Mapa de Europa Derek Walcott, versión de Alexandro Hernández.

Como aquella idea de Leonardo que plantea que un paisaje se revela en una gota de agua, o bien dragones que surgen de manchas, así ocurre con la pared descarapelada que traza con su desgaste un mapa de Europa.

En el borde iluminado de una ventana brilla la tapa lustrosa de una lata de cerveza como la tarde en un lago de Canaletto o como aquella ermita en el risco en donde, en su celda de luz, el agobiado Jerónimo reza para que el Reino de Dios llegue a las ciudades apartadas.

La luz crea su propio momento. Bajo su influjo todas las cosas simplemente son. Una taza de café estrellada, una hoja de árbol rota, un tibor desportillado son ellos mismos, como ocurre en un cuadro de Chardin o en uno de tonos dorados de Vermeer:

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a las cosas no hay que tenerles lástima.

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No hay lamento por las cosas no hay Arte. Tan s贸lo el don de ver las cosas como son, insertas a medias en cierta oscuridad

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de la que no se pueden sustraer.

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Preguntas al viajar Elizabeth Bishop

Hay demasiadas cascadas por aquí; las corrientes tumultuosas se apresuran velozmente hacia el mar, y la presión de tantas nubes en las cimas de las montañas les hace escurrirse sobre las laderas, como en cámara lenta, convirtiéndose en cascadas frente a nuestros ojos.

Pues si aquellos listones, aquellos brillantes lagrimones de más de una milla aún no son cascadas, en alguna época cercana, viendo cuán rápido pasan por aquí las épocas, se convertirán en una cascada.

Pero si las corrientes y las nubes siguen viajando, viajando la montaña se verá como el casco de una nave volteada llena de lama y percebes.

Pensar en el largo viaje a casa. ¿Debimos quedarnos en casa y pensar en este lugar? ¿Dónde debiéramos estar hoy? ¿Está bien ver a extraños representar una obra en el más extraño de los teatros?

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¿Qué niñería es esta que mientras hay un aliento de vida

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en nuestros cuerpos, tenemos la determinación de lanzarnos a ver el sol por el otro lado? ¿El colibrí verde más pequeño del mundo? ¿Admirar un viejo e inexplicable trabajo en piedra, inexplicable e impenetrable, desde cualquier punto de vista, vista en un instante, y siempre, siempre deliciosa?

¿Es que acaso debemos soñar nuestros sueños y además poseerlos? ¿Y nos queda espacio para una puesta más de sol, aún tibia?

Cierto, hubiera sido una lástima no haber visto los árboles de este camino de una belleza verdaderamente exagerada, no haberles visto gesticular como un noble mimo vestido de rosa. -No habernos detenido por combustible y escuchar la triste canción de dos notas, de dos zapatos de madera disparejos haciendo su ruido desparpajado sobre el piso grasiento de la gasolinería (En otro país esos zapatos hubieran sido probados

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para que cada par tuviese el mismo tono)

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-Una lástima que no hubiésemos escuchado la otra música, menos primitiva, de la gorda ave café que canta sobre la descompuesta bomba de la gasolina en una iglesia de bambú de un barroco jesuita: tres torres, cinco cruces de plata-Si, una lástima no haber ponderado vagamente y sin sacar conclusiones en la conexión que pudiese existir por siglos entre el calzado de madera más rudimentario y, cuidadosa y puntillosamente elaboradas, las fantasías labradas en jaulas de madera. -El nunca haber estudiado historia en la débil caligrafía de las jaulas de las aves cantoras -y el nunca haber escuchado la lluvia como si fuera el discurso de un político: dos horas de incesante oratoria y entonces, el repentino slencio dorado durante el cual el viajero toma su cuaderno de apuntes y escribe: “¿Es la falta de imaginación la que nos hace venir a lugares imaginarios, y no simplemente quedarnos en casa? ¿O tal vez Pascal estaba equivocado en eso de quedarse sentado tranquilamente en el cuarto de uno?

Continente, ciudad, país, sociedad:

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la elección nunca es muy amplia, y nunca libre.

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Y aquí, o allá… ¿no debimos quedarnos en casa

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sea cual fuere el lugar en que se encuentre?”

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