RLV 20

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Revista Letrónica de Ventoquipa Número 20

Contenido EDITORIAL

4

De pinta a Ventoquipa ¿Para qué somos buenos los mexicanos? En torno a la película “Roma”.

7

Bernardo Marcellin Para servirle a Usted Paco Olvera Todos los caminos llevan a Roma

9 14

Paco Olvera La ciudad a retazos

18

Paco Olvera Una cuestión de identidad

21

Alex Hernández Mi Roma

22

Alex Hernández

ALREDEDORES DE VENTOQUIPA Reingeniería de Pedro Páramo: El Padre Rentería

25

Basilio del Muro/Juan Rulfo

Marxismo para dummies María Fernanda Paredes

33


La Sociedad de los Poetas Nonatos Bosquejo de batalla

40

Alex Hernández Intersección aparente

42

Alex Hernández

AL VALLE DE LAS CALACAS El día de los Ángeles

46

Paco Olvera

Contacto:

revistaletronicaventoquipa@yahoo.com.mx



EDITORIAL Caminando

se llega a Roma. Eso dice el refrán,

claramente heredado de la madre patria, pues para llegar caminando de este lado, habría que esperar la siguiente Era Glaciar y llegar por el estrecho de Bering, que sería dar mucha vuelta (y algo más de tiempo). Pero en fin, henos aquí, casi tuvo que pasar otra congelación de la tierra para que la Letrónica de Ventoquipa volviese a la carga, ¡pero aquí estamos! En este vigésimo número elegimos dos temas “eje” para escribir: acerca de la película “Roma” y una reflexión en torno a “para que somos buenos los mexicanos”. El entorno que dio origen de los temas ha cambiado un poco, pues la idea era dar nuestros comentarios de Roma sin saber si ya había ganado el Oscar (cosa que en efecto pasó). Pero lo escrito data de aquella época, por lo cual la intención sigue intocada. Aprovechando el viaje a Roma, Alex nos comparte no sólo sus impresiones de la película, sino que nos obsequia dos incursiones líricas, para hablar de batallas e intersecciones, impidiendo que se nos olvide que parte del desmadre intelectual no es desmadre y se trata de hablar desde el fondo del corazón. Y en ocasiones el desmadre consiste en ponerle orden al desorden, o mejor dicho a demostrar que los mexicanos somos amos de contar todo hecho un batidillo, sin que supiéramos que existía el “flashback” cinematográfico, y de esto nos habla Basilio Muro en un ordenamiento cronológico para echar desmadre: ¿cómo se leería Pedro Páramo en una secuencia estricta de acontecimientos? (que por cierto es uno de los atributos de “Roma” como película). Bernardo por su parte hace una brillante intersección de los temas eje, y atina correctamente a expresar que últimamente, los mexicanos somos buenos para el cine, citando a la mismísima “Roma” como un gran ejemplo de ello. Paco juega con el tema de que los mexicanos somos buenos “pa’ servirle a usted” y nos recuerda que “Todos los caminos” de este ejemplar de la RLV llevan a “Roma”, además de compartirnos un sencillo y sentido homenaje (como acto cívico de la primaria) al

cumpleaños de doña Gloria, su mamá. Mafe, nuestra novel colaboradora, nos quita lo burros con un Marx para principiantes, tal como Rius lo hubiera hecho sin poner monitos. Se nos atoró un rato el carro, pero aprovechando esta cuarentena COVID 19, aprovechamos para compartirles este número que tardo en su gestación, pero sigue teniendo el condimento de siempre. Esperamos leernos, vernos y escucharnos pronto. Que la providencia y nuestros cuidados así lo permitan. Un abrazo Letrónico y disfruten este número.

Los Editores


.


De

PInta a

Ventoquipa

¿Para qué somos buenos los mexicanos? En torno a la película Roma. Bernardo Marcellin

La

película Roma permite unir los dos temas

propuestos para este número de la Revista, tanto en los aspectos positivos como en los negativos. En primer lugar, recalcando lo esencial de la película, su extraordinaria calidad y su impacto tanto en México como en el resto del mundo, podemos decir que los mexicanos somos buenos para hacer buen cine. No se trata aquí de apropiarse del crédito que corresponde a los involucrados en la realización de la película, sino de recordar que Roma no es la única película mexicana de calidad en las últimas décadas y que junto a Alfonso Cuarón hay otros mexicanos, como Alejandro González Iñárritu o Guillermo del Toro, que han demostrado su capacidad para la dirección y producción de películas, esto sin contar las películas de la Época de Oro del Cine Nacional. De igual forma, se cuenta con actores mexicanos que han destacado a nivel internacional en los últimos veinte años. Esta brillantez del cine mexicano llevó hace un tiempo a Donald Trump a quejarse porque México parecía adueñarse de los óscares. Roma muestra asimismo que, en una época en la que parece que los efectos visuales son el principal, sino es que el único, elemento para valorar la calidad de una película, es posible enfocarse en el contenido del film, en la historia en sí misma más

que en una serie de explosiones y escenas violentas. En Roma hay talento no sólo en la dirección y la actuación, también lo hay en el guion que va más allá de una narrativa interesante o entretenida, sino que plantea una serie de cuestionamientos de orden social, cuestionamientos que, aunque la acción transcurra en el pasado, permanecen vigentes al día de hoy. Se trata así de un tipo de cine que no sólo entretiene, sino que invita a la reflexión, algo muy poco frecuente en la actualidad. Lo mencionado en el párrafo anterior con respecto de los efectos visuales no significa que se haya prescindido totalmente de ellos a lo largo de la película. Al contrario, son notables las reconstrucciones de los rincones de la Ciudad de México que han cambiado de la década de 1970 a la fecha, pero este uso de la tecnología no se convierte en el foco principal, sino que sirve para subrayar lo esencial en la trama de la cinta y no se convierte en el elemento central que más llama la atención del público. Por otro lado, en torno a Roma también se evidenciaron algunos de los aspectos más negativos para los que los mexicanos, desgraciadamente, también somos buenos. En especial, estalló a la luz pública uno de los peores vicios nacionales: la envidia. Esto resultó evidente en el caso de la polémica que giró en torno a la nominación al óscar de Yalitza Aparicio. Aunque a la mayoría de la gente le alegró este


reconocimiento al trabajo de una actriz desconocida hasta entonces (la simple nominación a un Óscar es, de por sí, un triunfo en la carrera de un actor), numerosos miembros del gremio actoral no pudieron contener los comentarios despectivos, cuando no racistas, sobre ella. No es muy difícil confirmar qué sentimiento motivaba esas críticas a todas luces viscerales: ¿cuántas nominaciones al óscar sumaban los actores que despreciaron a Yalitza? Obviamente, entre todos ellos no alcanzaban ni una y una actriz novel, de tipo indígena para colmo, lograba en su primer intento lo que ellos no podrán obtener en toda su vida. Desafortunadamente, no se trata de un caso aislado. Las envidias y las rivalidades destructivas son la contraparte de otro de los grandes vicios de México: el amiguismo. Desde cualquier posición de poder, se acostumbra tratar de favorecer a los “cuates” y de excluir a quienes no pertenecen al grupo. Es posible ver esto tanto en la política nacional como en las pugnas por el poder en las empresas, desde las más grandes hasta las microempresas, o bien hasta en los “equipos” deportivos. La historia patria está llena de ejemplos semejantes, como por ejemplo cuando liberales y conservadores rehusaban ayudarse

entre sí frente a la invasión norteamericana, prefiriendo la aniquilación de sus rivales ideológicos a la defensa del territorio nacional. Pero retomemos mejor a los aspectos positivos que aportó la película Roma y al derroche de talento que permitió su realización. Esperemos que su éxito no sólo motive a seguir produciendo grandes filmes, sino que el cine, y el arte en general, contribuyan a una mejor comprensión de la realidad mexicana, que permitan develar muchos de los prejuicios e injusticias que permanecen latentes e inviten a los mexicanos a abordarlos, que la reflexión sobre los problemas nacionales ocupe un espacio junto a los comentarios admirativos sobre los efectos especiales del resto de la cinematografía o a los partidos de futbol y los chismes sobre los miembros de la farándula que, muchas veces, parecen convertirse en los temas torales de la realidad mexicana. Necesitamos más de este tipo de cine, que no sólo entretiene, sino que invita a la reflexión, un tipo de cine para el que somos buenos los mexicanos.


Para servirle a Usted Paco Olvera

Esta es una de las tantas frases anacrónicas que sigo empleando en mis interacciones del día a día. Así como cuando nos hablaba un adulto y respondíamos “¿Qué?” y nos decían de inmediato, “se dice mande, chamaco igualado”, también éramos conminados a declarar nuestra disposición a ayudar o hacer útiles, “hazte valer, se acomedido”, sentenciaba mi mamá, “pórtate como si estuvieras bien educado”, nos decía, y ¡esto último siempre daba resultado! Alguna vez en Sudamérica, algunos colegas del trabajo me decían que cuando los mexicanos decimos “a sus órdenes” o “mande usted”, les parecía muy servil, yo por mi parte respondía que el servilismo no está en las palabras sino en las actitudes, y que, en todo caso, estas “fórmulas de educación” tal vez las heredamos de nuestro pasado de ser sojuzgados por una brutal etapa de conquista que aún deja sentir sus efectos casi 600 años después. Como buenos mexicanos, bromistas y vaciladores, hemos hecho alteraciones de estas formas de hablar, no sé si para quitarles lo servil, pero cuando menos las hacemos menos solemnes. Recuerdo que mi querido amigo Agustín, cuando se presentaba con alguien, decía con su innegable acento regiomontano “¡Agustín Oshoa, pa’ servirle a uste’ y pa´ hacer bilis con los clientes!”. Pero más allá de meditar sobre esta curiosa forma de hablar que va en deriva hacia el olvido, hay una duda que surge de la interpretación literal de la afirmación / invitación “para servirle a usted”: ¿para qué me puede servir usted? O dicho de otra forma, ¿para qué puede servir un mexicano? Este cuestionamiento surgió en Juan Pablo, el hijo mayor de Fernando, luego de que, con un ilusionante inicio en el mundial de fútbol, el equipo mexicano terminó “jugando como nunca y perdiendo como siempre”. Cuando nos contó esta anécdota en una reunión de Letrónicos, decidimos abordar este tema, desde cualquier ángulo que se nos ocurriera, pero siempre

teniendo en mente, que responderíamos como padres o cuando menos como mexicanos “más experimentados” a la juventud de nuestra patria cuando nos preguntase “¿para qué somos buenos los mexicanos?”. Una vez redactada tan extensa y rollera introducción me siento atrapado: en principio no sé qué responder (no pos’, si para esto me gustabas, dirían los clásicos). Una de nuestras idiosincrasias muy mexicanas es la de entender la modestia como una intensa negación de nuestras capacidades, llevándola a extremos como la falta de amor propio, la autodegradación o una subyacente negación de valor en nuestras acciones y en nuestras personas. También vale la pena mencionar que nos gusta hablar y hacer bromas por oposición: “bienvenido a tu humilde casa”, cuando sentimos que se trata de un palacio, o bien usar la frase “ai’ humildemente” (o “pinchemente”), cuando queremos minimizar artificialmente alguno de nuestros logros. Pero en general deseamos no ser tomados por “presuntuosos”, pero al mismo tiempo que la gente se dé cuenta lo “buenazos” que somos: una muestra más de nuestras habituales contradicciones. Ya pasado este impacto inicial, se me ocurren algunas cosas. Somos buenísimos para hacer amigos, para organizar pachangas, para sacarle la vuelta a las broncas y para burlarnos hasta de la muerte, bueno, sabemos que esto no será para siempre, pero “en mientras”, la invitamos a ser nuestra compañera, convidándola al festín de nuestras alegrías, como “Macario” nos ilustra cuando comparte con la “huesuda” un suculento guajolote: “pensé que si te compartía la mitad, cuando menos me dejarías una última comida a gusto, en lo que tu comías también”, dijo Lopez Tarso al darle vida al personaje de B Traven. Somos buenos para vivir en la contradicción, en la dualidad, en el surrealismo (como se cuenta que afirmó René Bretón), nos crecemos a la


adversidad, pero en ocasiones nos rendimos a la comodidad o como se dice mucho en los medios futboleros “nos ponemos al tamaño del rival al que enfrentamos”.

Luego en México 68, tuvimos a Felipe “el Tibio” Muñoz, con su medalla en natación 200 metros pecho y la grandísima medalla de plata en marcha del Sargento Pedraza, de quién se recuerda que al preguntarle “¿por qué logró ganar la medalla de plata?” respondió, “¡por pendejo! Porque si no me distraigo gano la de oro”; con él comienza una tradición de marchistas como Daniel Bautista (humilde policía regiomontano nacido en SLP), Ernesto Canto, Raúl González y Carlos Mercenario. Buscando hablar de cosas concretas y prácticas como las que seguro esperan los jóvenes milenials y post milenials, yo puedo decir que los mexicanos somos capaces de triunfar en la soledad, cuando nadie nos ve ni espera nada de nosotros, muchos mexicanos han logrado destacar en muchas y muy diversas disciplinas, pero ciertamente se trata de logros individuales, que si bien algunos logrados en trabajo en conjunto, estos entornos de equipo no son resultado de la cultura o tradiciones nacionales. De los triunfos en soledad, en el ámbito deportivo, unos de mis primeros ejemplos fueron Joaquín Capilla en los clavados, primero plata en Helsinki 52 y luego oro en Melbourne 56, así como el Capitán Humberto Mariles, que gana la copa de las naciones en Londres 48, con su caballo Arete.


En el Tae Kwon Do, María del Rosario Espinoza y Soraya Jiménez en halterofilia, ejemplos todos los anteriores del Olimpismo. En los cuatrocientos metros Ana Gabriela Guevara que fue dominante y campeona mundial ese año (sólo se le negó la de oro en los olímpicos) y recientemente en el ráquetbol Paola Longoria, que sólo ha perdido un partido en “no sé cuántos” años, incluyendo victorias en los 3 últimos juegos Panamericanos con 3 medallas de oro en cada una de esas ediciones. Un espacio también para Lorena Ochoa, que en el golf llegó a ser campeona del mundo, así como para nuestros tenistas Raúl Ramirez, Marcelo Lara, Rafael “El pelón” Osuna (que murió en el mismo “avionazo” que Carlos Madrazo) y Vicente Zarazúa, donde la fama de estos últimos fue secundada por los primeros y que nadie ha logrado continuar. No es menester mencionar que, en estos últimos casos, se trata de deportes en solitario (cuando más en pareja) y además elitistas, que corresponden a mexicanos educados en el privilegio (algunos conocidos recientemente como “Whitexicans”, según me ilustró Anita mi hija, términos que forma parte de una discusión acerca de la “discriminación en reversa” para unos, o un apelativo “jodón” para otros). El box se menciona aparte, y sin intención de hacer un recuento (que mi memoria no da y no se trata de una revisión exhaustiva), mencionaré a los que recuerdo ver por la televisión desde mi infancia y juventud hasta algunos años que perdí el interés en el pugilismo: Vicente Saldivar “el zurdo de oro”, José “Mantequilla” Nápoles, Rubén “el Púas” Olivares, Alfonso Zamora, Carlos Zárate, el incomparable Salvador “Sal” Sánchez, José “Pipino” Cuevas, Miguel Canto, Ricardo “Finito” López, Humberto “la Chiquita” González y J.C. Chávez, momento donde personalmente pierdo el interés (me comenzó a parecer que todo estaba “arreglado”). Aunque hay otros grandes campeones como Juan Manuel Márquez, recientemente inducido al salón de la fama, creo que no es menester de hablar de los antihéroes o esa parte “antiheroica” o folclórica del boxeo mexicano, que para mí incluye al “Macetón” Cabrera, José “el Maromero” Páez, José “el

Huitlacoche” Medel, Ricardo “Pajarito” Moreno, José Becerra, “el Toluco” López, Rodolfo “el Chango” Casanova”, Octavio “el Famoso” Gómez o Raúl “el Ratón” Macías, así como a los ya mencionados “Mantequilla” Nápoles y “el Púas” Olivares.

Todos ellos fueron popularizados como mexicanos “muy mexicanos”: bebedores, mujeriegos, salieron en películas con “Viruta” y “Capulina”, con el “Santo” con “Manolín y Chilinsky o “Cantinflas” entre otros; la excepción fue el “Ratón” Macías, cuya parodia ejecutada por los “Polivoces”, tenía su piedra angular en la frase “todo se lo debo a mi manager y a la Virgencita de Guadalupe”.

Es importante mencionar que, en el gremio de los boxeadores, se deja claro otro tema para lo que somos buenos los mexicanos: para poner apodos y parodiar a los famosos. También aprovecho para mencionar que muchos de estos héroes populares corresponden con el perfil del “Campeón sin Corona” película donde David Silva encarna la figura del “ya merito” campeón “Kid Terranova”, nevero de “la Lagunilla” (en clara alusión a


“Tepito”) que en un pleito callejero es identificado por un manager, personificado por don Carlos López Moctezuma quién lo lleva muy cerca de ser campeón mundial, pero el poco control de sus instintos y una nula preparación para el éxito lo llevan al alcohol, las mujeres y a perder todo antes de tenerlo; moraleja de la película: los mexicanos somos buenos para “regarla”, no “somos porque al fin que ni queríamos”. Otros personajes clásicos del cine que tuvieron que pelear con la vida y en el ring en las tramas de sus películas incluyen por su puesto a Pepe “el Toro” personificado por Pedro Infante, a Javier Solís en “El campeón del Barrio”, Joaquín Cordero como “padrecito boxeador” o Wolf Ruvinskis, acérrimo enemigo de “Tin Tan” por el amor de la “Patas de Hilo”, en estos casos el pugilismo era presentado como una salida extrema a los problemas que los protagonistas buscaban resolver, más que una meta elevada de logro.

esta forma de triunfo. Por su puesto hay honrosas excepciones donde los mexicanos hemos demostrado ser buenos en los deportes de conjunto: la selección de basquetbol que ganó la medalla de bronce en los Juegos Olímpicos de Berlín de 1936 (donde Jesee Owens acaparó la atención), los “niños campeones” de Monterrey en las pequeñas ligas del 57, la selección sub 20 en el torneo de “Esperanzas” de Toulon en el 1975 (de donde surgió Hugo Sánchez) y mucha más reciente la medalla de oro de futbol en los Juegos Olímpicos de Londres 2012 y los niños triqui en los años 2017 a 2019 que han ganado diversos torneos internacionales de basquetbol infantil y juvenil.

No permitiré olvidar a las chicas de nado sincronizado, que han llegado a lugares muy destacados a nivel mundial. Es cierto que, para los mexicanos, al menos en apariencia nos resulta más cómodo triunfar cuando nadie espera nada de nosotros y luego dar la sorpresa, aunque ya hay muchos de los casos mencionados (en particular el de Paola Longoria), donde se logran triunfos aún ante la presión de tener encima las miradas de toda la nación. ¿Qué puedo concluir de estos deportistas reales o ficticios que habitan en el imaginario Nacional? En lo personal considero de todo esto que los mexicanos somos buenos para luchar contra la adversidad, cuando nadie nos ve y nos ayuda y en lo general en forma solitaria y anónima, por eso es por lo que el boxeo y algunos otros deportes individuales se prestan para

Para no hacer una lista más tediosa de lo que tal vez ya he logrado, la individualidad en las artes y la ciencia ha visto grandes contribuciones de mexicanos. Ángela Peralta en la Ópera, Sonia Amelio ejecutando los crótalos, recientemente Isaac Hernández y Elisa Carrillo


nombrados mejor bailarín (2018) y mejor bailarina (2019) del mundo. En las letras Octavio Paz, Juan Rulfo, Martín Luis Guzmán (abuelo de nuestro querido amigo Fernando), Carlos Fuentes, entre otros. Y en la ciencia muchísimos, de los cuales mencionaré sólo los primeros que se me vienen a la mente y que son conocidos porque la grandeza de sus logros ha sobrepasado la complejidad de sus campos de conocimiento: Mario Molina Enríquez (premio Nobel en química), Guillermo González Camarena, padre de la televisión a color que presta sus iniciales al canal 5 (XHGC), Andrés Manuel del Río descubridor del Vanadio (nacido español y fallecido como mexicano), Manuel Sandoval Vallarta pionero de la física atómica que le dio nombre a nuestro auditorio en la UAM Izapalapa, padre académico y/o compañero de otras grandes luminarias que fueron nuestros profesores en esta nuestra “alma mater”, como Carlos Graeff, Leopoldo García – Colín, Fernando del Río Haza (papá de Fer), Eduardo Piña Garza, Antonio Campero Celis, José Luis del Río Correa entre otros (todos ellos doctores, incluido a nuestro querido “super doctor”). En el cine sólo los premios más recientes González Iñarritu, Alfonso Cuarón y Guillermo del Toro han acaparado 5 de los 6 últimos premios al mejor director (entre 2015 a 2019). Este tema da para escribir con amplitud en otra ocasión, lo dejo sólo como una muestra. Como una especie de sencillo colofón. ¿Para qué somos buenos los mexicanos? Pues casi para todo, pero no en

las cantidades más grandes, o en los campos más rutilantes, o con el reconocimiento en la plenitud de su carrera o en temas que nos permitan entender a todos la magnitud de sus logros. Nos toca la paciencia la resiliencia (el “aguante”, pa’ decirlo en “cristiano”) y contribuir nosotros mismos en lo que somos buenos, aunque sea sólo para contar historias. Paco Olvera Agosto 2019

Coda 1. Al cerrar este texto, en “Google” se señala el aniversario del natalicio de Ignacio Anaya García, creador de los “Nachos” (totopos con queso y jalapeños), creación hecha con “sobras” e inventiva que ha dado la vuelta al mundo, y pos’ para eso también somos buenos, para la comida, pero sobre todo para el ingenio.

Coda 2. La mayor parte de este escrito la finalicé el viernes 16 de Agosto, y ese día nos llegó la triste noticia de “Mantequilla” Nápoles, que venció a muchos rivales, incluidas las momias de Guanajuato junto con otro grande como lo fue Rodolfo Guzmán el “Santo”.


Todos los caminos llevan a Roma Paco Olvera

Lugar común. De esos sitios distintos que resultan iguales, no en su aspecto exacto, pero si en detalles que apoyan la evocación. El pinito de navidad plateado, las escaleras “voladas” para subir a la azotea. La azotea, ese reino inicialmente fuera de nuestro alcance, pero que se volvió el centro donde gravitaban nuestros juegos, nuestras aventuras y la desbordada marejada de nuestra imaginación. Los tendederos hechos de alambre, donde se colgaba la ropa a asolear, a orear, pero que no había que olvidar, para que no se serenara.

La imagen de la “Roma” que creó Cuarón es perfecta. Y esa perfección viene de las imperfecciones, de las grietas, de la aspereza, de los detalles “nacos”, de mal gusto, de lo común, de lo banal. “No seas ordinario”, nos decía mi mamá para pedirnos que no fuésemos groseros, mal educados, mal criados. La imperfección

de mis recuerdos entra entonces de manera natural e integra en el monumento de “Roma”. Como un endoscopio emocional, toda la mirada cercana de la familia que hace Cuarón entra en mis memorias, de manera invasiva, pero bienvenida, íntima, indagatoria, con una precisión que no puede desprenderse ya de las fotografías, pero sí de las imágenes borrosas que han resistido a borrarse del todo: la pista Scalextrics (la “sacalectric” como le decía yo cuando era niño), los tragaluces de vitro-block, la enciclopedia “Temática” de Grolier en los libreros, los posters del Cruz Azul campeón, incluidas las caricaturas del “Kalimán” Guzmán” y “Pierna Fuerte” Sánchez Galindo.

Pero además de las imágenes, los sonidos recopilados por Lynn Fainchtein (que fue nuestra musa por vez primera en “Salsabadeando” en “WFM), la “XEQK, la hora exacta de México, Chocolates Turín, ricos de principio a Fin”, “¡He prometido!” de Leo Dan, “Mi corazón es un gitano”, cantaba Lupita D’Alessio, sin dejar a un lado los ruidos de los temblores o del mar. Y de las playas de Tuxpan a Poza Rica o Tecolutla, que eran las más cercanas y baratas al DF en aquellos tiempos en que no había autopista del Sol a Acapulco (mucho menos soñar en un avión). Los “jingles” en los anuncios heredados de la radio a la televisión: “Raleigh es, el


cigarro”, “Ponga la basura en su lugar”, “Hechos con amor, con toda confianza es Herdez” o la versión de “Brasilia” por Tony Motola, que anunciaba la “Asociación Hipotecaria Mexicana, Reforma 96”.

Cleo o Libo, en casa fueron Reyna, Chayito o Teodora, en la casa de mi tía Estrella fue Josefina junto con su hijo Gabino, que venían de Zacualpan y que hacía los tamales más maravillosos que te puedas imaginar. Me acuerdo cuando el tío Filiberto, hermano de mi abuelita Vicky le “echaba los perros” a Pompeyita, cortejo de un estilo de ópera bufa, que de chamacos nos hacía reír y que a mi mamá la hacía encabronar “el coscolino del tío Fili y estos chamacos que no sueltan prenda”. Pompeyita, nos parecía un nombre singular como “de rancho”, donde no hay empacho en aplicar la sugerencia onomástica que aparece en el santoral o en el “Calendario de Galván”: en realidad era diminutivo de Pompeya, mítica ciudad el Imperio Romano, destruida su vida por un volcán, pero preservada la foto final de su último respiro por las cenizas de la erupción, en forma de imágenes congeladas, como los destellos de la “pantalla de plata”, “El tragaluz del infinito”, como lo bautizó Noel Bürsch al cine y sus posibilidades. La vida da la vuelta, de un tragaluz a otro. Y así hicimos otro ciclo desde la nostalgia, hasta el imperio Romano, de la realidad al cine y esto no se detiene. Está la vertiente de los secretos de familia nos hace sentirnos expuestos a todos. Lo que todo mundo sabe, pero nadie repite, lo que puede ser desmentido, pero

en realidad es la verdad, lo que lastima, pero da nobleza, lo todos callan por obviedad para mantener la “dignidá”.

Los tíos que tenían edad para ser tus primos, producto tal vez de un “santanazo” (con la bíblica referencia a Santa Ana) o la adopción realizada en la secrecía y discreción de un nieto como hijo. O también el “sietemesino que hasta papada tiene” (como alguna vez comentó mi abuelita con su tacto escaso, reflejo de las dificultades de su propia vida). Y hablando de mi abuelita Vicky, sus dichos eran nuestro compendio de sabiduría en forma de frases pintorescas de profunda verdad, como el día que para emitir su diagnóstico del casi seguro embarazo de una de las chicas que ayudaban en casa de mi tío Fito, dijo: “como ves, ¡a esta ya se la ve cara de gato amarillo!” (suponemos que por los mareos, vómitos y duras condiciones que impone el cuerpo a una primigesta, que hace que se las mujeres se les vea debilitadas). La transformación del lenguaje, los anacronismos que ahora usamos sólo los que nos convertimos en los nuevos rucos, como decirle “chulas” a las muchachas bonitas, o “estar de encargo” para referirse a un embarazo, cuando decirle a alguien “mano” o “manito” se antojaba rústico, pero no de poca categoría. Las “malas palabras” o groserías como eran denominadas, eran conocidas, pero no se repetían en casa, so pena de ser castigado o hasta recibir una nalgada.


Una amplia e incontenible explicación de la candidez de aquella época. La secrecía del divorcio, los hijos en la “casa chica”, o la no explicación de porque no a todos los “esposos” de la tía les tenías que decir “tío”, sino “señor”. “Todavía crees en los Santos Reyes”, era una frase con la que se nos acusaba de inocentes, y es que en realidad era así. Como ejemplo de esto, recuerdo que en una ocasión cuando mi hermana tuvo edad suficiente para dejar de recibir regalos y comenzar a hacer de “Rey Mago” junto con mis padres, vio al tío Ernesto que llevaba una bicicleta. Al día siguiente, tratando de lucir “muy conocedora” le preguntó a mi primo Toño: ¿Qué tal tu nueva bicicleta?, ¿Cuál bicicleta?, ¿Cómo cuál?, ¡la que te trajeron los Reyes! Sólo en ese momento, mi hermana se percató de la cara de estupefacción de mi mamá, con una mirada que ordenaba y suplicaba ¡cállate, cállate! Menuda forma de descubrir que el tío Neto tenía otra casa, que fue donde los “Santos Reyes” entregaron la bicicleta.

La vestimenta que incluía los pantalones acampanados, los zapatos de plataforma o las minifaldas. Los pantalones “Topeka”, de colores estrafalarios, de tela “bien corriente” y con su cinturón de vinyl con hebilla de “fierro colado”, que eran atentados al “buen gusto” y que nada tenían que ver con un buen pantalón de casimir “Santiago” confeccionado a la medida por un sastre. Por cierto, que estas finas telas confeccionadas en el pueblo vecino eran anunciadas por el galán de moda Rogelio Guerra, de la misma forma que Mauricio Garcés nos decía “hasta que usé una Manchester, me sentí a gusto”. Estas telas confeccionadas de fibras sintéticas, lucían además estampados de flores y diseños “psicodélicos”, que se confrontaban

completamente a los diseños geométricos y simétricos que les antecedían. Hay avenidas de la nostalgia que no son explícitas en “Roma”, como hablar de la varita mágica que ayudaba a transformar la azotea: el gis. Ese mismo que comprábamos en “El Topacio”, la tienda de Don Poncho, del que emanaban las “carreteritas” para jugar con los cochecitos, o el área chica en torno a una portería de futbol o un “bebe leche” como le llamaban las “muchachas” o “avioncito”, como lo llamábamos los pueblerinos (que era como un citadino comparado con un ranchero). En “El Topacio” también vendían los cuadernos “Comando”, de raya sencilla, doble raya, cuadro chico o cuadro grande, forma francesa o italiana. Los “submarinos, rete llenos de relleno”, “las barritas”, “los pingüinos, requeté sabrosos son”, “los choco, choco roles” o “los negritos”, ahora desaparecidos por su desfachatada discriminación, antes aceptada porque si decías en diminutivo, no sonaba “tan feo”. No se deben dejar a un lado el “Choco Milk” de Pancho Pantera, el chocolate “Abuelita” o el “Trenecito” del chocolate “Express” (alguna vez anunciado por “Cachirulo” en su “Teatro Fantástico”).

Por supuesto, no podemos dejar a un lado que se hable del cine en el cine, como en “La Rosa Purpura del Cairo”, “Cinema Paradiso” o “La Forma del Agua”. Don Alfonso


(no el de la tiendita, sino este gran cineasta), nos presenta un retrato de este intrincado ritual de ir a este entretenimiento maravilloso, ventana del pueblo al resto del Universo. Ceremonia que iguala a todos, haciendo distinciones, en una forma exquisita de paradoja: todos pueden ir al cine, pero los riquillos “abajo” (preferente) y los pobretones en “gayola” (arriba). Rituales afuera y dentro del recinto, en la taquilla y en las butacas: noviecitos abrazados, pláticas indiscretas, “agarraditas de mano”, “fajecitos” (y en

ciertas ocasiones algo “pior”). Anacronismos maravillosos: doble función, películas con intermedio, cortinaje heredado del teatro al finalizar la última función, acomodadores o el palco de los dueños del cine. La vendimia a la entrada y salida, globeros, golosinas (adentro venden bien caro) y hasta cigarrillos que era licito fumar en plena función.

Los cromos y cuadros que adornaban las paredes (además de los ya mencionados posters, aborrecidos por las mamás). Podían ir desde la ilustración de la niña bañando a su perrito, los calendarios con gatitos dentro de una canasta o el cuadro del ángel de la guarda cuidando a los niños indefensos que cruzan el puente. Por otro lado, la foto de la boda de los padres, los quince años de la hermana, la primera comunión y otras fotos de “estudio”, donde posábamos junto a pasteles de yeso, columnas de cartón piedra o algún perro de peluche. Fotos cuyo “retoque” nos hacía lucir con colores antinaturales, pero que eran “muy normales” en aquella época (en algunos casos, los cuadros con “caritas”, presentando varias vistas del bebé en cuestión). En mi casa había un muro, donde se colgaban todas estas fotos, incluidos los ahijados, sobrinos, tíos y

otros parientes, la mayor parte de ellos con “dedicatoria”. Una de ellas mostraba la foto de la boda de unos tíos, con una leyenda al reverso que incluía una fecha convenientemente alterada, para que “salieran” las fechas del primer embarazo. Esta es la forma en que la “Libertad” (nombre de mi calle en la infancia), se conecta con la “Roma” de Cuarón y con tantos otros emporios de la nostalgia, unidos por escaleras, tragaluces, patios, improvisadas cocheras y por sobre todas las cosas, por los recuerdos. Paco Olvera Marzo de 2019


La ciudad a retazos Paco Olvera

En uno de sus libros José Emilio Pacheco incluyó un poema que se llama “No me preguntes como pasa el tiempo”, que en su momento le dediqué a Conchita cuando éramos novios. Esta es una pregunta difícil de responder, y en ocasiones no sólo me pregunto cómo, sino cuándo pasa el tiempo. Estos días he estado utilizando el Metrobús como medio de transporte, y poco antes de llegar a la estación Campeche, que recibe el nombre del cruce de la calle homónima con la avenida Insurgentes, me percaté sorprendido de una tremenda modificación en el mapa de mis recuerdos, pues el edificio de apartamentos donde vivió mi compadre Gonzalo en nuestros tiempos de estudiantes universitarios, desapareció, dejando unas paredes desnudas y la vista al estacionamiento que estaba a lado, donde el poderoso Datsun (no Nissan) de mi compadre, era estacionado. Aún en shock, al avanzar el convoy, vi que la fachada del “Mr. Kelly”, con sus tréboles irlandeses aún subsiste, aunque no sé si siga operando. Igualmente, el Woolworth mantiene su gran letrero al frente. Esto confirmaba que no estaba alucinando, el edificio entero ha sido borrado del paisaje urbano.

Con una mezcla de sentimientos mi cabeza se sacudió como una martinera: nostalgia, indefensión, desidia (nunca tomé una foto), alegría incrustada en remembranzas, tristeza, pero, sobre todo, la impotencia ante el implacable y arrollador paso del tiempo. La ferretería que estaba en la planta baja, entiendo fue una de las que donó todos sus picos, carretillas, palas y guantes de carnaza a inesperados voluntarios que se presentaron a ayudar en el sismo de septiembre 19 de 2017. Cuenta la leyenda urbana que, al paso de las semanas, algunos de los usuarios se presentaron a pagar alguna parte de estos materiales e implementos. Treinta y dos años antes, el destructivo temblor del 85 marcó a los habitantes de la Roma como a muchos otros en toda la ciudad: Chalo fue uno de ellos. Recuerdo que algunos de sus paisanos perdieron su morada e incluso alguno falleció, igual que “Rockdrigo” por un pasón de cemento. Para su familia fue duro, pues Carlos su hermano y Daisy su cuñada habían vivido en el depto antes que él, y cuando escucharon las noticias en La Paz de que la colonia Roma estaba muy afectada, sabían que algo trágico podría haber acontecido.


Según sé, doña Luz, su mamá, se estaba organizando para venir a averiguar qué pasaba con su hijo, pues no “salían o entraban” llamadas fuera de la ciudad (ni a Tulancingo, mucho menos hasta Bolivia). Cuando al fin Chalo se pudo comunicar en una de las casetas públicas habilitadas para hacer llamadas de larga distancia, generó alivio en la familia por allá por los Andes, pero su mamá le pedía volver, aunque fuera sin un título universitario. Seis meses después, el 30 de abril del 86 hubo otro fuerte temblor que sacudió la ciudad. En nuestro departamento, conocido como “Cabo Candelaria” (pues allí despegaban los “cuetes”), estábamos reunidos varios compañeros estudiando para el examen final de “Teoría de Autómatas”; se sintió la sacudida y bajamos al patio unos minutos, donde el show estuvo a cargo de una joven y guapa vecina que sólo usaba pantaletas, hasta que su mamá le llevó una cobija.

Al subir, le llamamos a Chalo y le preguntamos si quería que fuéramos por él. La respuesta fue un “sí” inmediato, que nos llevó a recorrer las calles de la ciudad en la “Caribe” de Fede desde la Candelaria hasta la Roma. Llegamos por él y nos regresamos a casa, a seguir estudiando, pero en un ambiente de jolgorio, incluidas cervezas y chistes. Varias veces nos reunimos en el depto de la Roma a estudiar, a beber, pero en general a vivir, con esa candidez, desinterés e inconsecuencia con la que muchas veces vive uno cuando es adolescente o un jovencísimo adulto, que además de ser inconsciente de la enorme carga que la adultez implica, teníamos un

atrevimiento propio de la ignorancia: se “nos hacía chico el mar para echarse un buche de agua”. Desde sus ventanas atestiguamos los desfiles de autos en busca de compañía sexual, en una acera se sabía que había chicas y en la otra, chicos, para que se atendieran los más variados gustos. En particular recuerdo que allí completamos un largo cuestionario para aprobar Teleinformática. Creo que todos copiamos parte o todas las respuestas a Chalo y a Lalo, excepto un compañero, que decidió “pasarse” de decente y las leyó, pero las respondió “con sus propias palabras”. Creo que fue el único que no aprobó la materia.

Desde allí conocí la geografía gastronómica de la Roma alimentándonos de las muestras gratis del Woolworth y cuando comenzamos a tener un peso adicional en los bolsillos, para ir a “El Califa” a los de pastor o a los picantísimos tacos de morita de “El Jarocho”, o las mencionadas hamburguesas del “Mr. Kelly”, con sus saladísimas papas y su decoración cincuentera orientada a los devotos de San Patricio: tréboles y Gnomos. También alguna rara ocasión, fuimos al Sanborns de Aguascalientes, donde estaba la tienda de música clásica donde mi compadre trató de enmendar mis gustos: allí compré “Los Planetas” de Holst, luego de varias semanas de ahorro. La gasolinera de la esquina de enfrente permanece ahora de la marca “Hidrosina”, y de reojo me pareció que la librería de textos científicos que estaba sobre la calle de Campeche aún subsiste, allí me compré un libro de teoría de filtros al que todos nos referíamos con


reverencia como “el Johnson”, tal y como indicaba la etiqueta de la época: mencionando el apellido debías saber de qué texto estabas hablando, sobre todo si te considerabas conocedor o de la cofradía de electrónicos. De esa forma todos sabían del “Van Valkenburgh” (circuitos eléctricos), del “Millman” (microelectrónica), o del Shilling (mejor conocido como el “Chilling” por nuestro querido y sinaloense amigo Guillermo Montoya). Vale la pena mencionar que en la tribu ampliada de ingenieros el “Leithold” de cálculo, el “Resnick” de física o el “Mahan” de química eran reverenciados y nomenclaturados bajo la misma convención.

de alcohol consumida, no puede salir del cuarto que Chalo compartía con Diego, y que de repente estaba yo orinando tantísima cerveza y escuché el grito “¡cabrón hubieras salido al baño!”, sólo fue hasta ese momento en el que me percaté que estaba yo ejerciendo el acto de micción en el cesto de papeles a los pies de la cama. Recuerdo cuando Beto fue por vez primera al depto, y que una paisana boliviana preguntó por “el chico buen mozo” que recién había entrado al apartamento (sabíamos del “pegue” de Beto, pero la expresión tan apropiada y castiza nos daba risa). ¿Y de dónde viene esta avalancha de recuerdos? Si, de la Roma, lugar donde aterrizó Chalo, siguiendo los pasos de su hermano y su cuñada que vinieron a estudiar de su natal Bolivia a México. Si ya Cuarón había tocado mi corazón y mi nostalgia con su gran película, esta ausencia y esta transformación inexorable del paisaje urbano me recuerda lo efímero de los objetos aparentemente inamovibles de nuestras vidas, y le confiere valor adicional a documentos como esta visión fantasmagórica en la pantalla de plata que retrata un México que dejo de existir en la realidad y comienzan a desvanecerse en nuestros recuerdos. Con la misma carga de nostalgia que Chava Flores entona “Mi México de ayer”, la ciudad se nos sigue transformando, y nos queda recordarla, compartir nuestras memorias para hacerla renacer, aunque sea tan sólo por unos breves momentos cada día Paco Olvera Julio del 2019

Entre varias borracheras, no puedo decir que recuerdo, porque como mis amigos saben, cuando tomo, tomo de la dormilona, pero tengo imágenes disociadas de una ocasión en que de la gran cantidad


Mi Roma Alex Hernández

Ya antes, en esta misma revista, he mencionado que las

vívido de mi papá y mis tíos cazando gallaretas a las orillas del lago de Chapala, etcétera...

encarnaciones del cine que me resultan más relevantes son aquellas que se convierten en una especie de proyector que va de la pantalla a la mente de cada espectador y luego de regreso, dando como efecto que cada espectador proyecte su propia película y se convierta de hecho en el cineasta.

Estas reminiscencias forman el anclaje primario que permite que la proyección de Roma se empalme con la proyección de mi propia película. Pero la segunda capa de ensamble entre ambas proyecciones se encuentra en algo menos evidente pero más profundos.

Así, ese artefacto extraño conocido como película crea una ficción extraordinaria: no es una historia contada de forma objetiva, sino que son tantas historias como espectadores encuentra. Hay que decir que ese raro encontrar estos artefactos. Una buena cantidad de las películas que vemos son simple entretenimiento, lo cual está muy bien. Pero cuando encontramos uno de esos raros casos en los que el proyector da vida a la película y la película da vida a otra película única y personal, es necesario celebrarlo.

Celebremos que Roma es uno de esos raros objetos. Mi experiencia como espectador fue la de revivir detalles de ambientes y situaciones muy concretos, como el automóvil lanchón entrando en un garage reducido; en mis recuerdos la escena proyectada era el Chevrolet Caprice de mi abuelo entrando en el minúsculo garage de su casa en Lindavista. O el panorama de la zona de Ciudad Nezahualcóyotl donde se veían los cerros con las siglas pintadas del candidato del PRI en turno, y sus calles sin pavimentar. La escena derivó en una remembranza de mis primos, mi hermano y yo en excursiones a los cerros vecinos, improvisando trincheras en las calles son pavimentar combatiendo fuerzas enemigas. O la escena de los disparos en el arroyo antes del incendio convertida en el recuerdo

Se revela en la omnipresencia de un poder absoluto y amenazante y simultáneamente la existencia de una corriente de hartazgo manifestada como rebeldía. También en la creencia de una inocencia e ingenuidad de las que surge un heroísmo en estado puro, es decir, capaz del sacrificio. Ya no se trata sólo de una superposición de escenas, sino de una película con una trama personal, paralela a la narración original. Como telón de fondo, la consolidación de una megalópolis monstruosa que crea cientos de escenarios con una personalidad coherente. No se trata de una recuperación de una falsa belle age, no es un redescubrimiento de una Arcadia añorada. Es un lugar donde cruzan pesadillas siniestras y sueños luminosos. Tal como es hoy. Y que le es dado a cada uno en la medida que le corresponde.


Una cuestión de identidad Alex Hernández

El origen de estas notas se encuentra en las gradas de un estadio de fútbol en Santa Clara, California, a fines de la primavera de 2016. Un padre de familia lleva a su pequeño hijo a ver su primer partido de fútbol. ¿Qué mejor ocasión que el juego decisivo para avanzar a siguientes etapas de la Copa América-Centenario? Se trata del encuentro México contra Chile. El equipo mexicano tuvo una primera fase prometedora. Jugar en el estadio de Santa Clara es casi equivalente a ser local. Así, padre e hijo van al partido llenos de ilusión. Pero ya sabemos, las ilusiones son pocas veces recompensadas por la realidad. El cruel resultado de 70 a favor del equipo chileno hace que el decepcionado niño proponga la pregunta al agobiado padre: ¿para qué somos buenos los mexicanos? El papá habrá pensado la respuesta por algunos segundos y casi seguro que articuló una respuesta invocando las actuaciones destacadas de mexicanos en distintos contextos. Los mexicanos somos buenos para lo que nos propongamos. O tal vez puso en perspectiva el resultado de un encuentro deportivo con esa resignación estoica que sólo conocemos los aficionados del Cruz Azul, o de los Bills de Buffalo, o...de la selección mexicana de fútbol. Otro padre menos sabio se hubiera dejado arrastrar por la desilusión y la frustración, dejando un reguero de confusión y resentimiento. Menos mal que ese no fue el caso para el afortunado niño. Cuando me contaron la anécdota, la pregunta quedó dando vueltas en mi cabeza. Porque si diseccionamos la pregunta, en realidad contiene adentro una cuestión fundamental: ¿qué define el ser mexicano?

Seguramente la intención del niño no era plantear esas preguntas, sino más bien una búsqueda de consuelo ante la decepción causada por el resultado deportivo. Pero por otra parte, plantearlas constituye una magnífica oportunidad para dar uno de nuestros acostumbrados paseos debrayantes por las riveras de los arroyos de Ventoquipa. Así que, ¿qué significa ser mexicano? Convengamos que hablar de un ser mexicano es una abstracción. Diré otra obviedad: la conducta de cada persona será más bien una mezcla de algo que podría llamarse “naturaleza humana” y de factores culturales, esos si propios de un país o un entorno local, pero también de la familia en donde uno nace. Para no complicar la discusión, asumamos que la “naturaleza humana” en general funciona de manera similar en los 6 mil milllones de habitantes de este planeta, y que las distintas habilidades y características innatas de todas esas personas están distribuidas conforme a una campana de Gauss. Me hago cargo que este supuesto no es una verdad absoluta, sino una hipótesis de trabajo sujeta a agrias polémicas y descalificaciones. Queda entonces como aspecto a estudiar para determinar la mexicanidad el de la cultura, lo que a mi entender puede abordarse desde dos perspectivas: el análisis filosófico y el estadístico. El análisis de las características del mexicano ha sido abordado por varios filósofos y pensadores. Son notables los ensayos de Samuel Ramos (El perfil del hombre y la cultura en México), Octavio Paz (El laberinto de la soledad) y Roger Bartra (La jaula de la melancolía). Arriesgando un poco en simplificar en exceso, podríamos decir que pintan respectivamente a un mexicano con un complejo de inferioridad frente a otras


formas de ser (Ramos), un mexicano al mismo tiempo inescrutable y explosivo que se encierra en sí mismo (Paz), y un mexicano en eterna adolescencia incapaz de alcanzar la madurez (Bartra). Un panorama desolador. Desde la perspectiva del análisis estadístico, me gustaría citar un artículo publicado en mayo de 2018 en la revista Nexos, que muestra los resultados de encuestas para encontrar las aspiraciones de los mexicanos: https://www.nexos.com.mx/?p=37432) Este ejercicio continúa uno previo realizado en 2010. La novedad que proponen es la existencia de no uno, sino cinco tipos de mexicanos: nostálgicos tradicionalistas, soñadores sin país, pesimistas indolentes, optimistas sobre el futuro y nacionalistas inconformes. No abundaré aquí en su descripción que se pueden consultar en la referencia, pero podría suponerse más sensatamente que la sociedad mexicana no es de forma homogénea un conjunto de rasgos de personalidad y comportamiento, sino que sería una mezcla de estos estereotipos nacionales. Pero estoy eludiendo la pregunta original… En contraste con estos planteamientos y sin pretensiones de mayor análisis, sino simplemente entrando en lo anecdótico, podemos citar a Guillermo del Toro y una célebre afirmación que hizo al responder a una pregunta: https://www.youtube.com/watch?v=FBYBYSkSiJM

Asume la mexicanidad como un poder especial: la capacidad de poner en balance la vida y la muerte, la luz y la oscuridad. Podríamos agregar la capacidad de sobreponerse a toda clase de obstáculos para conseguir sus objetivos. Toda generalización es una mentira. Pero también es cierto que todo estereotipo encierra una parte de verdad. Distintas razones genéticas, históricas y coyunturales crean el fondo sobre el que actuamos. En el afán de concluir con una nota optimista para el niño que hizo la pregunta, yo propondría que los mexicanos somos buenos para integrar contextos que incluso parecen opuestos. Recordemos: apenas diez años después de la caída de Tenochtitlán hay una nueva religión en donde la re-ligión condensa poderosamente los viejos ritos y dioses con los recién llegados. No es una cuestión racional, sino intuitiva, espontánea y me atrevería a decir que única. Algo similar ocurre con la comida: muy pronto después de la conquista surgió el taco de carnitas y evolucionó una gastronomía que integró felizmente lo europeo y lo americano. Por ello, es absurdo y peligroso suponer que el genio nacional debe volver a un supuesto origen purificador. Todo lo contrario: nuestra riqueza consiste en nuestra capacidad de síntesis, una dialéctica cotidiana que da frutos incomparables cuando se asume y se vive.



ALREDEDORES DE VENTOQUIPA Reingeniería de Pedro Páramo: El Padre Rentería Basilio del Muro Cuéllar

Pedro Paramo es para muchos, me incluyo, un libro genial, por decir lo menos. Sin embargo no es un libro fácil de leer. Yo lo leí por primera vez hace muchos años, aunque reconozco que con poca atención pues fue en un viaje en saturado autobús “de paso” de Morelia al entonces DF. Si bien me gustó, realmente fueron “flashazos” lo que me quedó más que la historia en sí. Esto me resultó evidente cuando a los pocos días me entere por la prensa de la muerte de Pedro Páramo; leí una reseña en el suplemento dominical, ¡a mí me pasó de largo! A partir de ahí se convirtió en una bendita maldición, pues lo he releído todo o en partes (sobre todo en partes) infinidad de veces, con harto placer. El mismo Juan Rulfo reconoce, en alguna de sus entrevistas y con una expresión enigmática entre seria y burlona, que es un libro difícil de leer. La complicada forma en que está presentado, puede ser parte de su genialidad, lo reconozco. Existe la leyenda de que Juan Rulfo se lo presentó a Juan José Arreola, hasta cierto punto desordenado, y ambos procedieron a estructurarlo y finalmente dijeron algo así como “al carajo, que se vaya así”. De ser esto verdad, sería el azar lo que le dio ese último toque. Cansado de leerlo y releerlo y encontrar aún detalles que me habían pasado desapercibidos decidí, con un espíritu hasta cierto punto ingenieril, “acomodarlo”. Sin saber hacia dónde me dirigía empecé a seccionarlo. En un inicio comencé a seleccionar las historias por personajes pero finalmente me encontré con un Pedro

Paramo reestructurado en cuatro historias cuyos nombres son naturales: •

El Padre Rentería

Susana San Juan

Don Pedro

Los Murmullos, o Juan Preciado

No agregué u omití ni siquiera una coma, salvo error de mi parte. Solo separé y agrupé párrafos. Obviamente las cuatro historias están íntimamente entrelazadas y es ahora el turno del lector unirlas en su imaginario. De hecho, las historias se pueden leer en cualquier orden. Quizá más de un lector se sienta ya horrorizado por lo que ha leído hasta aquí, pero el resultado en mi opinión es por lo menos aceptable: presento una nueva manera de ver esta Obra Maestra y creo que quizá al menos uno que otro fanático agradecerá esta excusa para acercarse de nuevo a la novela, en esta versión. Solo me resta dejarlos con la primera historia y despedirme con una broma, con el perdón de Jorge Luis Borges: espero que mi epitafio no diga, “Basilio del Muro, autor del Pedro Páramo”.


El Padre Rentería

cadáver de Miguel Páramo.

Juan Rulfo

-Yo sé que usted lo odiaba, padre. Y con razón. El asesinato de su hermano, que según rumores fue cometido por mi hijo; el caso de su sobrina Ana, violada por él según el juicio de usted; las ofensas y falta de respeto que le tuvo en ocasiones, son motivos que cualquiera puede admitir. Pero olvídese ahora, padre. Considérelo y perdónelo como quizá Dios lo haya perdonado.

«Hay aire y sol, hay nubes. Allá arriba un cielo azul y detrás de él tal vez haya canciones; tal vez mejores voces... Hay esperanza, en suma. Hay esperanza para nosotros, contra nuestro pesar. »Pero no para ti, Miguel Páramo, que has muerto sin perdón y no alcanzarás ninguna gracia.» El padre Rentería dio vuelta al cuerpo y entregó la misa al pasado. Se dio prisa por terminar pronto y salió sin dar la bendición final a aquella gente que llenaba la iglesia.

Pedro Páramo se acercó, arrodillándose a su lado:

Puso sobre el reclinatorio un puño de monedas de oro y se levantó: -Reciba eso como una limosna para su iglesia.

-¡No! -dijo moviendo negativamente la cabeza-. No lo haré. Fue un mal hombre y no entrará al Reino de los Cielos. Dios me tomará a mal que interceda por él.

La iglesia estaba ya vacía. Dos hombres esperaban en la puerta de Pedro Páramo, quien se juntó con ellos, y juntos siguieron el féretro que aguardaba descansando sobre los hombros de cuatro caporales de la Media Luna.

Lo decía, mientras trataba de retener sus manos para que no enseñaran su temblor.

El padre Rentería recogió las monedas una por una y se acercó al altar.

Pero fue.

-Son tuyas -dijo-. Él puede comprar la salvación. Tú sabes si éste es el precio. En cuanto a mí, Señor, me pongo ante tus plantas para pedirte lo justo o lo injusto, que todo nos es dado pedir... Por mí, condénalo, Señor.

-¡Padre, queremos que nos lo bendiga!

Aquel cadáver pesaba mucho en el ánimo de todos. Estaba sobre una tarima, en medio de la iglesia, rodeado de cirios nuevos, de flores, de un padre que estaba detrás de él, solo, esperando que terminara la velación. El padre Rentería pasó junto a Pedro Páramo procurando no rozarle los hombros. Levantó el hisopo con ademanes suaves y roció el agua bendita de arriba abajo, mientras salía de su boca un murmullo, que podía ser de oraciones. Después se arrodilló y todo el mundo se arrodilló con él:

Y cerró el sagrario. Entró en la sacristía, se echó en un rincón, y allí lloró de pena y de tristeza hasta agotar sus lágrimas. -Está bien, Señor, tú ganas -dijo después. Durante la cena tomó su chocolate como todas las noches. Se sentía tranquilo. -Oye, Anita. ¿Sabes a quién enterraron hoy?

-Ten piedad de tu siervo, Señor.

-No, tío.

-Que descanse en paz, amén -contestaron las voces.

-¿Te acuerdas de Miguel Páramo?

Y cuando empezaba a llenarse nuevamente de cólera, vio que todos abandonaban la iglesia llevándose el

-Sí, tío.


Ana agachó la cabeza.

-No lo conocía por nada. Sólo sabía que había matado a mi padre. Nunca lo había visto y después no lo llegué a ver. No hubiera podido, tío.

-Estás segura de que él fue, ¿verdad?

-Pero sabías quién era.

-Segura no, tío. No le vi la cara. Me agarró de noche y en lo oscuro. -¿Entonces cómo supiste que era Miguel Páramo?

-Sí. Y qué cosa era. Sé que ahora debe estar en lo mero hondo del infierno; porque así se lo he pedido a todos los santos con todo mi fervor.

-Porque él me lo dijo: «Soy Miguel Páramo, Ana. No te asustes». Eso me dijo.

-No estés tan convencida de eso, hija. ¡Quién sabe cuántos estén rezando ahora por él!

-¿Pero sabías que era el autor de la muerte de tu padre, no?

Tú estás sola. Un ruego contra miles de ruegos. Y entre ellos, algunos mucho más hondos que el tuyo, como es el de su padre.

-Pues a él.

-Sí, tío. -¿Entonces qué hiciste para alejarlo? -No hice nada. Los dos guardaron silencio por un rato. Se oía el aire tibio entre las hojas del arrayán. -Me dijo que precisamente a eso venía: a pedirme disculpas y a que yo lo perdonara. Sin moverme de la cama le avisé: «La ventana está abierta». Y él entró. Llegó abrazándome, como si ésa fuera la forma de disculparse por lo que había hecho. Y yo le sonreí. Pensé en lo que usted me había enseñado: que nunca hay que odiar a nadie. Le sonreí para decírselo; pero después pensé que él no pudo ver mi sonrisa, porque yo no lo veía a él, por lo negra que estaba la noche. Solamente lo sentí encima de mí y que comenzaba a hacer cosas malas conmigo. »Creí que me iba a matar. Eso fue lo que creí, tío. Y hasta dejé de pensar para morirme antes de que él me matara. Pero seguramente no se atrevió a hacerlo. »Lo supe cuando abrí los ojos y vi la luz de la mañana que entraba por la ventana abierta. Antes de esa hora, sentí que había dejado de existir. -Pero debes tener alguna seguridad. La voz. ¿No lo conociste por su voz?

Iba a decirle: «Además, yo le he dado el perdón». Pero sólo lo pensó. No quiso maltratar el alma medio quebrada de aquella muchacha. Antes, por el contrario, la tomó del brazo y le dijo: -Démosle gracias a Dios Nuestro Señor porque se lo ha llevado de esta tierra donde causó tanto mal, no importa que ahora lo tenga en su cielo.

Un caballo pasó al galope donde se cruza la calle real con el camino de Contla. Nadie lo vio. Sin embargo, una mujer que esperaba en las afueras del pueblo contó que había visto el caballo corriendo con las piernas dobladas como si se fuera a ir de bruces. Reconoció el alazán de Miguel Páramo. Y hasta pensó: «Ese animal se va a romper la cabeza». Luego vio cuando enderezaba el cuerpo y, sin aflojar la carrera, caminaba con el pescuezo echado hacia atrás como si viniera asustado por algo que había dejado allá atrás. Esos chismes llegaron a la Media Luna la noche del entierro, mientras los hombres descansaban de la larga caminata que habían hecho hasta el panteón. Platicaban, como se platica en todas partes, antes de ir a dormir. -A, mí me dolió mucho ese muerto -dijo Terencio Lubianes-. Todavía traigo adoloridos los hombros.


-Y a mí -dijo su hermano Ubillado-. Hasta se me agrandaron los juanetes. Con eso de que el patrón quiso que todos fuéramos de zapatos. Ni que hubiera sido día de fiesta, ¿verdad, Toribio? -Yo qué quieren que les diga. Pienso que se murió muy a tiempo. Al rato llegaron más chismes de Contla. Los trajo la última carreta. -Dicen que por allá anda el ánima. Lo han visto tocando la ventana de fulanita. Igualito a él. De chaparreras y todo. -¿Y usted cree que don Pedro, con el genio que se carga, iba a permitir que su hijo siga traficando viejas? Ya me lo imagino si lo supiera: «Bueno -le diría-. Tú ya estás muerto. Estate quieto en tu sepultura. Déjanos el negocio a nosotros». Y de verlo por ahí, casi me las apuesto que lo mandaría de nuevo al camposanto. -Tienes razón, Isaías. Ese viejo no se anda con cosas. El carretero siguió su camino: «Como la supe, se las endoso». Había estrellas fugaces. Caían como si el cielo estuviera lloviznando lumbre. -Miren nomás -dijo Terencio- el borlote que se traen allá arriba. -Es que le están celebrando su función al Miguelito terció Jesús. -¿No será mala señal? -¿Para quién? -Quizá tu hermana esté nostálgica por su regreso. -¿A quién le hablas?

Había estrellas fugaces. Las luces en Comala se apagaron. Entonces el cielo se adueñó de la noche.

El padre Rentería se revolcaba en su cama sin poder dormir: «Todo esto que sucede es por mi culpa -se dijo-. El temor de ofender a quienes me sostienen. Porque ésta es la verdad; ellos me dan mi mantenimiento. De los pobres no consigo nada; las oraciones no llenan el estómago. Así ha sido hasta ahora. Y éstas son las consecuencias. Mi culpa. He traicionado a aquellos que me quieren y que me han dado su fe y me buscan para que yo interceda por ellos para con Dios. ¿Pero qué han logrado con su fe? ¿La ganancia del cielo? ¿O la purificación de sus almas? Y para qué purifican su alma, si en el último momento... Todavía tengo frente a mis ojos el último momento... Todavía tengo frente a mis ojos la mirada de María Dyada, que vino a pedirme salvara a su hermana Eduviges: »-Ella sirvió siempre a sus semejantes. Les dio todo lo que tuvo. Hasta les dio un hijo, a todos. Y se los puso enfrente para que alguien lo reconociera como suyo; pero nadie lo quiso hacer. Entonces les dijo: «En ese caso yo soy también su padre, aunque por casualidad haya sido su madre». Abusaron de su hospitalidad por esa bondad suya de no querer ofenderlos ni de malquistarse con ninguno. »-Pero ella se suicidó. Obró contra la mano de Dios. »-No le quedaba otro camino. Se resolvió a eso también por bondad. »-Falló a última hora -eso es lo que le dije-. En el último momento. ¡Tantos bienes acumulados para su salvación, y perderlos así de pronto!

-A ti. -Mejor, vámonos, muchachos. Hemos trafagueado mucho y mañana hay que madrugar. Y se disolvieron como sombras.

»-Pero si no los perdió. Murió con muchos dolores. Y el dolor... Usted nos ha dicho algo acerca del dolor que ya no recuerdo. Ella se fue por ese dolor. Murió retorcida por la sangre que la ahogaba. Todavía veo sus muecas, y sus muecas eran los más tristes gestos que ha hecho


un ser humano. »-Tal vez rezando mucho. »-Vamos rezando mucho, padre. »-Digo tal vez, si acaso, con las misas gregorianas; pero para eso necesitamos pedir ayuda, mandar traer sacerdotes. Y eso cuesta dinero. »Allí estaba frente a mis ojos la mirada de María Dyada, una pobre mujer llena de hijos. »-No tengo dinero. Eso lo sabe, padre. »-Dejemos las cosas como están. Esperemos en Dios. »--Sí, padre.» ¿Por qué aquella mirada se volvía valiente ante la resignación? Qué le costaba a él perdonar, cuando era tan fácil decir una palabra o dos, o cien palabras si éstas fueran necesarias para salvar el alma. ¿Qué sabia él del cielo y del infierno? Y sin embargo, él, perdido en un pueblo sin nombre, sabía los que habían merecido el cielo. Había un catálogo. Comenzó a recorrer los santos del panteón católico comenzando por los del día: «Santa Nunilona, virgen y mártir; Anercio, obispo; santas Salomé viuda, Alodia o Elodia y Nulina, vírgenes; Córdula y Donato». Y siguió. Ya iba siendo dominado por el sueño cuando se sentó en la cama: «Estoy repasando una hilera de santos como si estuviera viendo saltar cabras». Salió fuera y miró el cielo. Llovían estrellas. Lamentó aquello porque hubiera querido ver un cielo quieto. Oyó el canto de los gallos. Sintió la envoltura de la noche cubriendo la tierra. La. tierra, «este valle de lágrimas».

se estaban cayendo del cielo. Duró varias horas luchando con sus pensamientos, tirándolos al agua negra del río. «El asunto comenzó -pensó- cuando Pedro Páramo, de cosa baja que era, se alzó a mayor. Fue creciendo como una mala yerba. Lo malo de esto es que todo lo obtuvo de mí: "Me acuso padre que ayer dormí con Pedro Páramo." "Me acuso padre que tuve un hijo de Pedro Páramo." "De que le presté mi hija a Pedro Páramo". Siempre esperé que él viniera a acusarse de algo; pero nunca lo hizo. Y después estiró los brazos de su maldad con ese hijo que tuvo. Al que él reconoció, sólo Dios sabe por qué. Lo que si sé es que yo puse en sus manos ese instrumento.» Tenía muy presente el día que se lo había llevado, apenas nacido. Le había dicho: -Don Pedro, la mamá murió al alumbrarlo. Dijo que era de usted. Aquí lo tiene. Y él ni lo dudó, solamente le dijo: -¿Por qué no se queda con él, padre? Hágalo cura. -Con la sangre que lleva dentro no quiero tener esa responsabilidad. -¿De verdad cree usted que tengo mala sangre? -Realmente sí, don Pedro. -Le probaré que no es cierto. Déjemelo aquí. Sobra quien se encargue de cuidarlo. -En eso pensé, precisamente. Al menos con usted no le faltará el sustento.

El padre Rentería se acordaría muchos años después de la noche en que la dureza de su cama lo tuvo despierto y después lo obligó a salir. Fue la noche en que murió Miguel Páramo. Recorrió las calles solitarias de Comala, espantando con sus pasos a los perros que husmeaban en las basuras. Llegó hasta el río y allí se entretuvo mirando en los remansos el reflejo de las estrellas que

El muchachito se retorcía, pequeño como era, como una víbora. -¡Damiana! Encárgate de esa cosa. Es mi hijo. Después había abierto la botella: -Por la difunta y por usted beberé este trago.


-¿Y por él?

-¡Qué fresco está el aire!, ¿no, Ana?

-Por él también, ¿por qué no?

-Hace calor, tío.

Llenó otra copa más y los dos bebieron por el porvenir de aquella criatura.

-Yo no lo siento.

Así fue. Comenzaron a pasar las carretas rumbo a la Media Luna. Él se agachó, escondiéndose en el galápago que bordeaba el río. «¿De quién te escondes?», se preguntó a sí mismo. -¡Adiós, padre! -oyó que le decían. Se alzó de la tierra y contestó: -¡Adiós! Que el Señor te bendiga. Estaban apagándose las luces del pueblo. El río llenó su agua de colores luminosos. -Padre, ¿ya dieron el alba? -preguntó otro de los carreteros. -Debe ser mucho después del alba -respondió él. Y caminó en sentido contrario al de ellos, con intenciones de no detenerse. -¿Adónde tan temprano, padre? -¿Dónde está el moribundo, padre?

No quería pensar para nada que había estado en Contla, donde hizo confesión general con el señor cura, y que éste, a pesar de sus ruegos, le había negado la absolución: -Ese hombre de quien no quieres mencionar su nombre ha despedazado tu Iglesia y tú se lo has consentido. ¿Qué se puede esperar ya de ti, padre? ¿Qué has hecho de la fuerza de Dios? Quiero convencerme de que eres bueno y de que allí recibes la estimación de todos; pero no basta ser bueno. El pecado no es bueno. Y para acabar con él, hay que ser duro y despiadado. Quiero creer que todos siguen siendo creyentes; pero no eres tú quien mantiene su fe; lo hacen por superstición y por miedo. Quiero aún más estar contigo en la pobreza en que vives y en el trabajo y cuidados que libras todos los días en tu cumplimiento. Sé lo difícil que es nuestra tarea en estos pobres pueblos donde nos tienen relegados; pero eso mismo me da derecho a decirte que no hay que entregar nuestro servicio a unos cuantos, que te darán un poco a cambio de tu alma, y con tu alma en manos de ellos ¿qué podrás hacer para ser mejor que aquellos que son mejores que tú? No, padre, mis manos no son lo suficientemente limpias para darte la absolución. Tendrás que buscarla en otro lugar.

-¿Ha muerto alguien en Contla, padre? Hubiera querido responderles: «Yo. Yo soy el muerto». Pero se conformó con sonreír.

-¿Quiere usted decir, señor cura, que tengo que ir a buscar la confesión a otra parte?

Al salir del pueblo precipitó sus pasos.

-Tienes que ir. No puedes seguir consagrando a los demás si tú mismo estás en pecado.

Regresó entrada la mañana.

-¿Y si suspenden mis ministerios?

-¿Dónde estuvo usted, tío? -le preguntó Ana su sobrina. Vinieron muchas mujeres a buscarlo. Querían confesarse por ser mañana viernes primero.

-No creo que lo hagan, aunque tal vez lo merezcas. Quedará a juicio de ellos.

-Que regresen a la noche.

-¿No podría usted...? Provisionalmente, digamos... Necesito dar los santos óleos... la comunión. Mueren tantos en mi pueblo, señor cura.

Se quedó un rato quieto, sentado en una banca del pasillo, lleno de fatiga.

-Padre, deja que a los muertos los juzgue Dios.


-¿Entonces, no?

-¿Adónde va usted, tío?

Y el señor cura de Contla había dicho que no.

Su sobrina Ana, siempre presente, siempre junto a él, como si buscara su sombra para defenderse de la vida.

Después pasearon los dos por los corredores del curato, sombreados de azaleas. Se sentaron bajo una enramada donde maduraban las uvas. -Son ácidas, padre -se adelantó el señor cura a la pregunta que le iba a hacer-. Vivimos en una tierra en que todo se da, gracias a la providencia; pero todo se da con acidez. Estamos condenados a eso. -Tiene usted razón, señor cura. Allá en Contla he intentado sembrar uvas. No se dan. Sólo crecen arrayanes y naranjos; naranjos agrios y arrayanes agrios. A mí se me ha olvidado el sabor de las cosas dulces. ¿Recuerda usted las guayabas de China que teníamos en el seminario? Los duraznos, las mandarinas aquellas que con sólo apretarlas soltaban la cáscara. Yo traje aquí algunas semillas. Pocas; apenas una bolsita... después pensé que hubiera sido mejor dejarlas allá donde maduraran, ya que aquí las traje a morir. -Y sin embargo, padre, dicen que las tierras de Comala son buenas. Es lástima que estén en manos de un solo hombre. ¿Es Pedro Páramo aún el dueño, no? -Así es la voluntad de Dios. -No creo que en este caso intervenga la voluntad de Dios. ¿No lo crees tú así, padre?

-Voy a ir un rato a caminar, Ana. A ver si así reviento. -¿Se siente mal? -Mal no, Ana. Malo. Un hombre malo. Eso siento que soy. Fue hasta la Media Luna y dio el pésame a Pedro Páramo. Volvió a oír las disculpas por las inculpaciones que le habían hecho a su hijo. Lo dejó hablar. Al fin ya nada tenía importancia. En cambio, rechazó la invitación a comer con él: -No puedo, don Pedro, tengo que estar temprano en la iglesia porque me espera un montón de mujeres junto al confesionario. Otra vez será. Se vino al paso, y cuando atardecía entró directamente en la iglesia, tal como iba, lleno de polvo y de miseria. Se sentó a confesar. La primera que se acercó fue la vieja Dorotea, quien siempre estaba allí esperando a que se abrieran las puertas de la iglesia. Sintió que olía a alcohol. -¿Qué, ya te emborrachas? ¿Desde cuándo?

-A veces lo he dudado; pero allí lo reconocen.

-Es que estuve en el velorio de Miguelito, padre. Y se me pasaron las canelas. Me dieron de beber tanto, que hasta me volví payasa.

-¿Y entre ésos estás tú?

-Nunca has sido otra cosa, Dorotea.

-Yo soy un pobre hombre dispuesto a humillarse, mientras sienta el impulso de hacerlo.

-Pero ahora traigo pecados, padre. Y de sobra.

Luego se habían despedido. Él tomándole las manos y besándoselas. Con todo, ahora aquí, vuelto a la realidad, no quería volver a pensar más en esa mañana de Contla. Se levantó y fue hacia la puerta.

En varias ocasiones él le había dicho: «No te confieses, Dorotea, nada más vienes a quitarme el tiempo. Tú ya no puedes cometer ningún pecado, aunque te lo propongas. Déjale el campo a los demás». -Ahora sí, padre. Es verdad. -Di.


-Ya que no puedo causarle ningún perjuicio, le diré que era yo la que le conseguía muchachas al difunto Miguelito Páramo.

perdone.

El padre Rentería, que pensaba darse campo para pensar, pareció salir de sus sueños y preguntó casi por costumbre:

-Sí. Yo también te perdono en nombre de él. Puedes irte.

-¿Desde cuándo?

-No la necesitas, Dorotea.

-Desde que él fue hombrecito. Desde que le agarró el chincual.

-Gracias, padre.

-Vuélveme a repetir lo que dijiste, Dorotea. -Pos que yo era la que conchavaba las muchachas a Miguelito. -¿Se las llevabas? - Algunas veces, sí. En otras nomás se las apalabraba. Y con otras nomás le daba el norte. Usted sabe: la hora en que estaban solas y en que él podía agarrarlas descuidadas. -¿Fueron muchas? No quería decir eso: pero le salió la pregunta por costumbre. -Ya hasta perdí la cuenta. Fueron retemuchas. -¿Qué quieres que haga contigo, Dorotea? Júzgate tú misma. Ve si tú puedes perdonarte. -Yo no, padre. Pero usted sí puede. Por eso vengo a verlo. -¿Cuántas veces viniste aquí a pedirme que te mandara al cielo cuando murieras? ¿Querías ver si allá encontrabas a tu hijo, no, Dorotea? Pues bien, no podrás ir ya más al cielo. Pero que Dios te

-Gracias, padre.

-¿No me deja ninguna penitencia?

-Ve con Dios. Tocó con los nudillos la ventanilla del confesionario para llamar a otra de aquellas mujeres. Y mientras oía el Yo pecador su cabeza se dobló como si no pudiera sostenerse en alto. Luego vino aquel mareo, aquella confusión, el irse diluyendo como en agua espesa, y el girar de luces; la luz entera del día que se desbarataba haciéndose añicos; y ese sabor a sangre en la lengua. El Yo pecador se oía más fuerte, repetido, y después terminaban: «por los siglos de los siglos, amén», «por los siglos de los siglos, amén», «por los siglos...». -Ya calla -dijo-. ¿Cuánto hace que no te confiesas? -Dos días, padre. Allí estaba otra vez. Como si lo rodeara la desventura. «¿Qué haces aquí? -pensó-. Descansa. Vete a descansar. Estás muy cansado.» Se levantó del confesionario y se fue derecho a la sacristía. Sin volver la cabeza dijo a aquella gente que lo estaba esperando: -Todos los que se sientan sin pecado, pueden comulgar mañana. Detrás de él, sólo se oyó un murmullo.


Marxismo para Dummies María Fernanda Paredes

A nuestra edad hemos escuchado el nombre de Karl Marx infinitas veces en diversos ámbitos de nuestra vida, desde memes en Facebook, hasta en las peleas políticas familiares. Es uno de los muchos nombres que la sociedad siempre se ha jactado de conocer perfectamente, pero en realidad sobre su pensamiento y trabajo llegamos a tener muy poca información, y la que tenemos ni siquiera logramos entenderla al cien por ciento. El pensamiento marxista ha causado controversia desde que se dio a conocer y es una de las más complejas formas de ver al mundo y la relación que nosotros tenemos con el mismo. Y es justo cuando dejamos atrás las escasas preconcepciones que tenemos al respecto y nos zambullimos un poco en la cabeza de Marx, que nos damos cuenta del pensamiento tan complejo y revolucionario que tenemos enfrente. Karl Marx nació en Tréveris, Alemania el 5 de mayo de 1818. Esta es una de las muchas situaciones de la vida de Marx que fueron clave para el desarrollo de su pensamiento, era como si el universo hubiese querido que todo saliera justamente de esta forma. Tréveris es pieza clave en el contexto de Marx porque servía como una especie de puente entre dos culturas: la alemana y la francesa, generando en esta ciudad una gran mezcla de contextos y pensamientos. La familia de Karl era de ascendencia judía y contaba con una larga lista de rabinos, entre ellos su padre Hirschel Marx quien decidió convertirse al cristianismo, adoptó el nombre de Heinrish Marx y contrajo matrimonio con Henrietta Pressburg con quien tuvo cuatro hijos. La educación de Karl comenzó en forma a nivel secundaria en el Instituto Friedrich Wilhelm en Tréveris, donde estuvo recibiendo de 1830 a 1835 una educación con enfoque humanista. En 1835 ingresó a la Universidad de Bonn para estudiar Derecho, donde solo

permaneció un año y fue en este tiempo cuando comenzó a leer a autores como Marsilio Ficino y Pico della Mirandola; quienes tenían un pensamiento orientado a “el hombre es posibilidad, potencia e incertidumbre”. En 1836 Marx pasó una temporada en Tréveris, donde con dieciocho años se comprometió con una vieja amiga de su familia: Jenny von Westphalen. Karl y el padre de Jenny tuvieron cierto acercamiento al menos en el ámbito intelectual, pues fue el señor Westphalen el que inició a Marx en la lectura de clásicos como Homero, Dante y Shakespeare.

Ese mismo año, por consejo de su padre, Marx se traslada a Berlín para continuar sus estudios jurídicos. Es durante este periodo que continúa con su interés por la filosofía y la historia, las cuales estudiaba en su tiempo libre. También es en Berlín donde comienza a tener sus primeros acercamientos al pensamiento de Hegel, con quien muchas veces contrastaba en punto de vista pero que de una u otra forma lo mantenía encantado por su nivel de complejidad intelectual. Es en Berlín donde comienza a interesarse por la filosofía del


derecho, otra rama de pensamiento que será crucial para la concepción del pensamiento marxista. Durante este tiempo también desarrolló más su lado artístico, dejándonos dos cuadernos enteros de poesía dedicada a Jenny. Aquí es cuando podemos ver que el pensamiento de Karl comienza a ir en todas direcciones, no sabiendo exactamente a donde planea llegar. Para 1838 Marx comienza a ampliar sus horizontes de pensamiento participando en revistas y círculos de discusión con postgraduados y maestros. Entra al Círculo de los Doctores, una asociación universitaria donde existía una libertad crítica que no se podía encontrar en la universidad, y donde les tomó gusto a las discusiones sobre religión y política. Aquí es donde conoce a dos personas que también influirán fuertemente en su pensamiento y actividades futuras: Adolg Rutenberg, que lo inicia en el mundo del publicismo; y Bruno Bauer, quien era el jefe de los jóvenes hegelianos. Y es justo la mezcla del acercamiento a estas personas y su “pasión desbordante” por Jenny, lo que lo llevó a escribir poemas y en ellos darse cuenta de la afinidad que tenía por el pensamiento de Hegel.

Y en el amor y el odio vibrar y seguir creciendo.

Quiero alcanzarlo todo, los favores de los Dioses, adentrarme sin miedo en el saber, comprender música y arte. Los mundos inmóviles destruiré yo mismo porque no los puedo recrear porque no escuchan mi llamada, enmudecidos por el conjuro. ¡Ay! Los muertos y mudos miran burlones nuestras hazañas. Nos derrumbamos y nuestra labor también y ellos siguen andando. Pero no cambio mi destino por el suyo.”

“Nunca más flotaré sosegado;

(Fernández Buey 2009, 35-36)

el alma profundamente emocionada, nunca más descansará plácida, lucho sin descansar. (…) Me envuelve una fuerza perpetua, un rugido y un ardor incesantes; no me puedo conformar en la vida ni andar con la corriente. Quiero comprender los cielos, impregnarme de los mundos.

Al conocer un poco de los primeros veinte años de su vida, podemos notar que Marx recibía estímulos intelectuales y culturales donde quiera que iba, y que todos ellos eran muy diferentes entre sí. Es justo aquí donde quiero enfocarme, porque el que de pronto llegaran a su vida el romanticismo alemán, los economistas, los socialistas, la filosofía continental, etc. Hicieron que el pensamiento de Karl se volviera un enfoque complejo y transdisciplinario. Esto significa que la teoría marxista enfrenta problemas que trascienden el pertenecer solo a una disciplina y es justo la mezcla de varios enfoques lo que nos da una imagen más exacta del problema al que nos estamos enfrentando, sobre todo cuando es algo tan complejo


como el sistema económico por el que se rige nuestra sociedad. La crítica es el elemento central que nos ayudará a comprender mejor el pensamiento de Marx; es el núcleo que lo inspiró a cuestionar todo cuanto se le ponía enfrente y así elaborar una teoría en extremo compleja. La crítica marxista es la forma de construir conocimiento que pretende cuestionar, conocer y derrumbar los conceptos que “resumen” y rigen nuestro mundo; lo que hacen pasar a las particularidades como si fueran cosas generales que afectan a toda la población y a sus relaciones por igual. Esta situación de generalización es fuertemente criticada por Karl en la medida en la que acontece efectivamente en el capitalismo la economía política. De esta manera los conceptos con los que percibimos nuestra forma de manejarnos en el mundo son en su mayoría abstracciones reales. Estas abstracciones son construcciones conceptuales que pretender representar lo real partiendo de manifestaciones parciales o limitándose a lo empírico. Como ejemplo podemos utilizar la idea y concepto que tenemos sobre el dinero. El dinero para nosotros actualmente es algo que está tan arraigado a nuestra vida diaria que pocas veces nos ponemos a pensar más profundamente lo que ese dinero representa. Ahora cada vez que nos acercamos a una tienda, lo primero que observamos es el precio, ese precio nos hace pensar automáticamente en la forma en la que pagaremos por el producto. (Si en este momento nos limitamos a hablar únicamente del pago en efectivo, todo quedará más claro.) Si mi intención es comprar una paleta congelada en mi OXXO más cercano, pagaré con mi billete azul de $20 pesos y podré tomar mi paleta y salir de la tienda tan rápido como entré. La abstracción real entra en juego cuando nosotros le damos a un trozo de papel azul la significación suficiente para obtener algo a cambio; sin ponernos a pensar en cómo esa significación ahora es universal. De esta forma dejamos de lado parte importante del concepto que tenemos enfrente, limitándonos a la idea ya arraigada en nuestra mente y a la acción sin análisis.

Otra parte clave en la crítica de Marx, la encontramos cuando hablamos del concepto praxis como algo que únicamente se limita a lo conceptual o lo sensible, sin ver más allá. Karl planteó de una forma más que sencilla su crítica en cuanto a este tema en las Tesis Sobre Feuerbach, donde en la tesis número XI nos dice lo siguiente: “Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo.” (Marx 1888) Lo que Marx quiere exponer con esto, es que la práctica humana no es solo material y sensible, sino que puede ser concebida también como una praxis revolucionaria. La forma revolucionaria de la práctica entonces, sería la intervención efectiva del ser humano en el mundo con el trabajo. Karl también toma como tarea reivindicar el carácter ontocreador del humano, eso significa reivindicar la manera en la que intervenimos en el mundo y como cuando lo hacemos estamos tomando el papel de crearnos a nosotros mismos. Aunado a esto, lo que provoca que la praxis sea tan importante no es únicamente la revolución de la misma, sino el encuentro entre teoría y acción, entre reflexión y creación de mundo; esto nos da el ángulo necesario para efectivizar nuestra vida. La crítica de Marx es tan extensa que podríamos dividirla en varios ejes específicos y uno de ellos sería la crítica conceptual. Aquí se pretende dar cuenta de los conceptos específicos que, en la sociedad burguesa, la economía política y la filosofía idealista se generalizan como si fueran una dinámica que involucra a todas las clases sociales en su totalidad. Es una crítica que opera al nivel de cómo nombramos las cosas y su manera de trabajar es meterse en el concepto y “cavar” hasta encontrar las contradicciones que existen en el mismo para después hacerlas salir. Es la parte corrosiva del pensamiento marxista; planea desintegrar lo que conocemos para quedarnos con las partes más fundamentales y acertadas. Es incluso meterse al discurso propio para una vez ahí, encontrar contradicciones. Para que esta parte quede más clara, podemos volver al ejemplo del dinero. Nuestro concepto de dinero hace que cuando


escuchamos/leemos esta palabra, automáticamente pensemos en monedas y billetes; dos cosas que podemos “intercambiar” por algún objeto en las tiendas. Hasta aquí todo va bien, no hay nada del otro mundo, pero es justo cuando (como en mi ejemplo anterior) vamos al significado que todo esto tiene, donde encontramos el problema. La contradicción más básica cuando hablamos del concepto “dinero”, es que es justamente un concepto que actualmente provoca guerras silenciosas (o no tanto) y muchas muertes a lo largo y ancho del mundo, aunque al final, el dinero en su manifestación más burda y común (con la que nosotros nos relacionamos) es un mero trozo de papel, o un pedazo decorado de materiales férreos. Marx nos habla de contradicciones justamente en esto, en como algo que se nos presenta como natural e imprescindible, es únicamente significación sin sentido. Siguiendo con nuestro hilo acerca de la crítica, algo que identificaba a Marx en el ámbito intelectual (y en todos los demás) eran sus constantes ganas de cuestionar todo lo que estaba dicho y es por eso que un factor que le ayudó a desarrollar de forma más precisa su pensamiento fue el criticar a los pensadores anteriores a él y a sus contemporáneos. Aquí vuelve la característica corrosividad de su crítica, provocando que desintegre el pensamiento ajeno para conservar lo que le sirve y a partir de eso, ir generando sus teorías y pensamiento propios. De esta forma, los demás pensadores se vuelven los peldaños que ayudaron a Marx a poder ver la vida desde otro punto de vista.

En cuanto a su crítica al capitalismo, podemos decir que es una crítica a la realidad en sí misma. Se centra en criticar la manera específica en que esferas como la economía, la política, la moral, etc. Se presentan dentro del capitalismo. ¿Qué forma particular toma el trabajo en el capitalismo? ¿Qué forma particular toma la gestión de lo público? Es dejar de lado las apariencias y entrar en como la visión que tenemos de estos temas afecta la manera en la que nos relacionamos con los mismos.

Un punto que también abarcó gran parte de su crítica fueron los fallos y desacuerdos que encontraba con el materialismo tradicional. Este materialismo estaba enfocado en lo puramente sensible, tangible y material; sin observar la esencia del objeto o algo más allá de su imagen. Una discusión importante dentro de esta corriente de pensamiento es lo que sucede en la interacción del sujeto y el objeto; aquí tenemos contraste entre el punto de vista idealista de Hegel, quien nos dice que el papel principal de esta interacción lo tiene el sujeto, ya que el objeto es pasivo y su existencia es únicamente para poder ser observado y utilizado por la mujer. Mientras que, para Ludwig Feuerbach, filósofo materialista alemán que será de los principales en influenciar los cuestionamientos de Marx, el sujeto tiene un papel secundario y su única intervención con el objeto es el acto de observarlo, este no puede modificarlo en ningún sentido. A todo esto, Marx aporta su pensamiento radical y niega estas dos concepciones; argumentando que el pensamiento de Feuerbach se queda a mitad del camino en esta concepción y así él entrega al mundo su argumento y genera el concepto de materialismo práctico. Contando con esta base, Francisco Fernández Buey en su libro “Marx (sin ismos)” divide el materialismo práctico en tres ejes, los cuales son: 1. Materialismo Práctico: Momento en el que el ser humano se involucra con su entorno, aplicando la llamada praxis. Su relación con el mundo deja de ser contemplativa para evolucionar a involucrarse de forma activa con lo que le rodea. Se considera que la verdad únicamente se puede encontrar dentro de la praxis. 2. Materialismo Histórico: Esto nos habla de cómo el ser humano se produce a sí mismo. Es un materialismo que intenta captar el verdadero proceso de producción y todo lo que en él se involucra (como las relaciones sociales y los efectos que la producción tiene en las personas). Considera la historia como la forma de rescatar la manera en la que el humano persigue sus propios fines y relaciona lo material con la ideología y como ésta misma puede afectar la forma en la que se le concibe y la relación que se tiene con el objeto.


3. Materialismo Económico: Es un eje que da prioridad a las relaciones de propiedad, producción, distribución y consumo de bienes. Marx se enfoca en las relaciones dado que esto representa lo contrario a lo que hace el capitalismo, que sería fijar la atención en los objetos, en lugar de analizar y enfocarse en como el ser humano se relaciona con los mismos. Nos hace voltear a ver la división del trabajo que se ha configurado a lo largo de la historia, cómo está actualmente y cómo afecta a los humanos en su relación con ellos mismos y con los demás. Y es justo aquí, cuando ya entendemos lo que es materialismo, cuando confrontamos a las dos partes vitales de la concepción del pensamiento marxista: materialismo y dialéctica. Es Bolívar Echeverría en su libro “Materialismo de Marx: Discurso crítico y revolución.” El que nos explica que el resultado de la confrontación entre estas dos modalidades estructurales del pensamiento abre las puertas al discurso propiamente comunista, dándonos la posibilidad de un nuevo enfoque en el discurso, un discurso completamente nuevo. La nueva forma de discurso debe “vencer la limitación o insuficiencia de la problematización materialistaempirista de la objetividad y asumir al mismo tiempo la radicalidad.” (Echeverría 2011, 26) Pero para entenderlo en palabras de Marx, quiero definir en pocas palabras la otra pieza clave de su discurso materialista: la dialéctica. • Entendida como la revolución de la cognición; ¿CÓMO A PUEDE PASAR A SER B Y SER A Y B AL MISMO TIEMPO? Sabiendo esto, podemos pasar a que Marx nos dice que la dialéctica debe sustentarse en aprehender la objetividad en la teoría, así generando el proceso que servirá de base para toda relación sujeto-objeto y por lo tanto, el que exista sentido en lo real. Esto generaría “un proceso de ‘metabolismo’ práctico entre el hombre y la naturaleza”. (Echeverría 2011, 27) Lo que llevó a Marx a concluir todo esto, fue que el discurso materialista de Feuerbach para él era un

intento fallido de trazar los fundamentos de la teoría revolucionaria de las clases proletarias; a eso se le sumaba que era de nuevo el camino medio e incompleto entre materialismo-empirismo y el idealismo-racionalismo. Es aquí cuando Karl decide hacer uso de su crítica corrosiva en las Tesis Sobre Feuerbach y nos dice que la praxis que se encuentra dentro de la relación sujeto-objeto es la que le da sentido a lo real. Añade también, que la verdad dentro del discurso teórico (y es aquí donde también podemos encontrar su falsedad), solo se puede explicar si el discurso se da como un momento dentro del proceso práctico-histórico en su conjunto (y no como momento o figura independiente a este proceso). Con todo lo anterior podemos afirmar, que el discurso dialéctico-materialista planea atacar la problemática existente acerca de la historia que han tenido las formas sociales y dentro de las cuales se realizan procesos productivos o la praxis. Así, al tomar la historia como pieza clave del discurso y de la actividad humana se genera el materialismo histórico, una mezcla entre el materialismo y la dialéctica que pretende entender no solo a la sociedad, sino también a su historia. Y sé que todo esto suena en extremo complejo, ya vimos que es la palabra que mejor resume a Marx y a su pensamiento, pero si queremos entender la relación de la dialéctica con el materialismo en términos muy sencillos (y con el riesgo de quedarnos a la mitad en cuanto a lo que comprendemos del mismo), podemos resumir esta concepción marxista de materialismo como lo que nos dice que en realidad lo importante no es ni el sujeto, ni el objeto, sino la relación que existe entre ambos; lo que el ser humano hace con el objeto y lo que el objeto es capaz de hacer. Queriendo sintetizar un poco lo que es la crítica marxista, podemos dirigirnos a como todas estas formas de desintegrar lo que conocemos y lo que vemos a simple vista, nos permiten descubrir que el discurso de construcción de nuestra realidad está codificado para normalizar el capitalismo y las formas en las que este se manifiesta en el mundo. Gracias a Marx sabemos que la manera de generar la revolución necesaria en contra de esta presentación del mundo, se


encuentra en la revolución de la teoría. Esto significaría criticar los conceptos, a los teóricos y a las tradiciones que piensan y “eligen” como se construye y significa nuestro mundo. El planteamiento de Marx es revolución teórica, revolución científica, es un llamado político. Pretende que nos demos cuenta de la codificación burguesa que lleva nuestra realidad y el cómo nosotros mismos hemos introyectado conceptos como “dinero”, “trabajo”, “capital”, “valor”, etc. En nuestro día a día, sin siquiera plantearnos su origen y el cómo ahora son palabras que rigen nuestra existencia y desenvolvimiento en el mundo. Karl denuncia que ahora pensamos de ese modo, aun cuando no pertenecemos a la clase social que generó estas ideas. Pero en su opinión más que los conceptos, lo que tenemos más arraigado a nosotros son las relaciones capitalistas y para él es terrible el concebir que actualmente las vemos como normales. He aquí la parte radical del pensamiento marxista, la que nos dice que la clave capitalista es la que codifica nuestro día a día.

verdad es esa clase de revolución? Con todo lo que he aprendido y con lo que expongo en este texto estoy segura de que lo que Marx representa en realidad es una revolución de la mente y el conocimiento, un cambio que nos permita quitarnos los lentes obscuros con los que estamos acostumbrados a ver nuestra realidad, y aunque duela y nos deslumbre por un periodo de tiempo, saber que existir de manera consciente y activa con nuestra sociedad y con lo que nos rodea es en realidad la manera más digna y revolucionaria de existir.

REFERENCIAS/BIBLIOGRAFÍA: • Fernández Buey, F., (2009) Marx (sin ismos). Barcelona, El Viejo Topo. • Mehring, F., (1962) Karl Marx. The Story of His Life. Michigan, Routledge Library Editions. • Echeverría, B., (2011) El Materialismo de Marx. Discurso crítico y revolución. Distrito Federal, Itaca.

Podemos considerar todo lo dicho con anterioridad como únicamente una pequeña introducción a todo el universo que era en realidad la cabeza de Karl Marx. Y es que es muy curioso pensar que lo que la sociedad en general rescata de él es únicamente su texto del “Manifesto Comunista” y como también es relacionado con guerras y masacres a nivel mundial. Karl representa muchas veces un símbolo de revolución, pero una revolución con armas, guerras y naciones como protagonistas; y es aquí donde quiero preguntar ¿de

• Marx, K., (2019). “Tesis sobre Feuerbach” en Universidad del País Vasco [en línea] disponible en: http://www.ehu.eus/Jarriola/Docencia/EcoMarx/TESIS %20SOBRE%20FEUERBACH%20Thesen%20ueber%20F euerbach.pdf [Accesado por última vez el día 22 de septiembre de 2019]



La Sociedad de los poetas nonatos Bosquejo de batalla Alex Hernández

Sin romanticismos como deben ser las grandes derrotas sin música épica sin nada que lo dulcifique en medio del olor más repugnante de un miedo de bestia acorralada sangre y derrota. Son palabras: no más que irrelevancia.

Una nación vencedora y como en todo espejo la otra (la misma) derrotada. Por siglos se proyecta el fantasma nacido de esos campos de agonía y no hay consuelo, los ojos no ven otra cosa.

Prepara el hombre sus bocetos su esquema detallado, su plan elaborado estudios de caballos que reviven


violentos encuentros, gritos de ira los ojos aterrados ante la inminente muerte.

Por meses prepara los estudios y luego las paredes. Y como de encanto van surgiendo los guerreros: una obra maestra se perfila.

Pero en algĂşn momento todo deviene en fiasco las lĂ­neas se pierden, los colores se mezclan en vez del canto al triunfo el ruido chirriante del fracaso. Tal como lo que soĂąamos y lo que en realidad vivimos.


Intersección aparente Alex Hernández

Pasan los días y su apariencia es de una solidez de plomo una grisura de alfombra de oficina un lento transitar sobre el asfalto.

Realidad, dureza de diamante máquina que devora y que preserva ondas de un río impenetrable.

Entonces encuentro la evidencia de un hueco, una blandura primero en cierta música, después en una brecha, en un resquicio mi cuerpo que intersecta otra corriente un mar de fuego que se abre un paso de profeta se revela más luego montañas de karma me sepulta regreso a nada, vacía epopeya que consume las fuerzas que generan otro día.

En otro instante encuentro una señal que muestra lo posible aunque mi cuerpo deviene en pulso urgente


encuentro que es posible contenerlo o encausarlo.

Bajo el disfraz acecha la tragedia y digo una oración y la repito sin cesar y al repetirla, la oración ya cambia y cada verso se expande y se ensancha estás en el cielo y en la tierra y en las selvas y los mares y las casas y en las cuevas y tu nombre, que es de santo se convierte en cientos, miles, en todas las divinidades que habitan los lugares y las casas y las plantas y los animales y en nombre de todas esas presencias infinitas invoco mi deseo y tu deseo que por ningún motivo quiero ver cumplido.

En la segunda forma está una vocación como un espíritu me inhalas me cedes la cabina, actúo como una brújula, como un oráculo timonel que te conduce entre lo incierto.


Fue la tercera forma más difícil tu vientre es una esfera negra era una tierra fértil, la consumió la incompetencia hoy es lugar de veda taxativa.

En ese domo oscuro y frío penetra en tus sueños mi presencia como un caudal de estrellas las llamas de un incendio que te anima.

Pero es tan sólo en sueños el único lugar en donde somos.

Eres la casa de las aves yo soy el ave de mil plumas pero recuerda, es sólo en sueños donde no existe el tiempo donde los símbolos se mueven en el delirio de lo no visible en la alucinación en donde somos.



Al Valle de las calacas El día de los Ángeles Paco Olvera

Recién pasó por la ventana un globo de plástico metalizado color negro en que se alcanzaban a leer: “Happy Birthday!”. El globo subió ágil hacia el cielo, sin darme tiempo a tomar una foto con mi teléfono celular para guardar testimonio gráfico de este acontecimiento. ¿Por qué creo que iba hacia el cielo?, porque la ventana de mi oficina está en el piso 38 de la Torre Mayor y eso son cerca de 200 metros desde el suelo, y además, porque hoy 2 de

Agosto, que es la fecha de cumpleaños de mi mamá: María Angelina Gloria Hernández Castelán. Mamá nació el día de la fiesta del pueblo, la conmemoración de Nuestra Señora de los Ángeles en Tulancingo Hidalgo, supongo que de allí llegó el “Angelina” de su nombre, mismo que raras ocasiones usaba, excepto para firmar papeles oficiales, y eso luego de descubrir (muchos años después) que llevaba este nombre al regularizar


sus papeles para obtener su pasaporte. Mi abuelita contaba que ella tenía un embarazo muy avanzado, pero tenía muchas ganas de ir a la feria. Aunque mediaron advertencias que fuera cuidadosa, comió churros, se subió a los juegos mecánicos y se paseó por los diferentes puestos instalados cerca de la iglesia de “Los Angelitos”. Supongo que siendo una niña – mamá de 19 años, la combinación de

audacia y antojos de embarazo era un entorno propicio para tales andanzas. El relato de la abuelita Vicky también incluía que le comenzaron a dar los retortijones camino a Tecocomulco (donde estaba el rancho), y cuando ya la tarde avanzaba hacia la noche, la partera de los alrededores ayudó al nacimiento de mamá Gloria.

Nadie puede controlar las vueltas que da la vida, y esas vueltas fueron las que llevaron a mamá Gloria a regresar a vivir a esa calle donde es la feria y cuya agitación contribuyo a acelerar su nacimiento. Primero fue la muerte de mi abuelito Benjamín, a quién ella adoraba. Hombre inteligente de blanca piel y ojos color miel, que aprendió a leer por intermediación de su hermana Antonia que, siendo la mayor de los hijos de la casa chica, era empleada como sirvienta de la casa grande al más puro estilo de la Cenicienta. Ella convenció a la patrona / madrastra que dejara ir al chamaco a la escuela de párvulos y luego a la primaria. Esta inteligencia le permitió llegar a ser bueno para las cuentas y la escritura, que a la postre lo llevó a ser caporal del rancho de Manuel Castelán, cacique de los

alrededores y tío de mamá. Cuando enamoró y se casó con la abuela Vicky, ella tenía 17 años, y de ese matrimonio nacieron dos hijos, el tío Luis que nació en el 28 y mamá Gloria que nació en el 30. No sé cuántos en realidad, pero fueron pocos los años que mamá Gloria disfrutó del cariño de su padre: lo único que sé es que falleció a la “avanzada” edad de 26 años, de una apendicitis mal cuidada. Luego de esta terrible circunstancia, mi abuelita, mal preparada y sin experiencia alguna para manejar los negocios del abuelo, fue despojada de un pequeño rancho y una cantina que dejó atrás el abuelo, y sin otros medios, no tuvo más remedio que ir a trabajar a la Capital alcanzando a sus parientes: la familia de sus hermanos, el tío Filiberto y la tía Juanita. Allí mi


abuela desempeño las labores que una mujer iletrada podía llevar a cabo, como obrera, como empleada y por un tiempo, como cocinera, en las “casas de los ricos”, como ella solía decir. Allí mamá Gloria y el tío Luis fueron creciendo en las duras condiciones de la gran ciudad, un tiempo los cuartos destinados a la servidumbre y luego en un cuarto de vecindad de “renta congelada” en Tepito. Mamá estudió para secretaria, pero no se pudo titular “porque no tenía los 25 pesos” que se debían pagar para tramitar el título (esto me lo contó cuando yo le lleve mi título Universitario como regalo, para reponerle ese que tanto merecía y las circunstancias le negaron). No conozco las circunstancias, pues conmigo nunca habló de ellas, pero mamá fue mamá soltera de mi querida hermana Lilí a sus 22 años. Esta sigue siendo una dura prueba para cualquiera, pero si además consideramos que fue al inicio de los años 50’s, esta situación le confería aún más dureza a esta prueba. Mamá Gloria y abuelita deciden regresar a Tulancingo, lo que le permitió criar a mi hermana Lilí en un ambiente de provincia y rodeada de más familiares que los pocos y más distantes que estaban en la capital. Fue en ese periodo que ella fue la secretaria de don Juan Martínez, el dueño de la fábrica de quesos Nochebuena (“¡siempre imitados, jamás igualados!”, decía en slogan y jingle con que se anunciaban en los 70´s). Siempre nos decía que allí vio como ese queso se hacía de forma total mente natural, y que ella aprendió a hacer la labores de “química”, que don Juan le confiaba cuando él mismo no estaba presente. Siempre nos contó que un día haríamos queso, que todo consistía en buscar unas buenas pastillas de cuajo. Esto nunca sucedió, como tampoco el hecho que nunca aceptó la distribución que don Juan le ofrecía de los quesos, misma que desempeñó el tío Ernesto, papá de nuestro tío – primo Toño. Siempre contaba con

nostalgia que la calidad de la fábrica se vino abajo “el día que se contrató al primer químico” para controlar el proceso. También con ella trabajó un rato como ayudante en la fábrica el tío Fito, cuya inteligencia y disposición al trabajo, hizo que la tía Guille, la más querida de las primas de mamá, lo invitara a trabajar al Banco de Comercio como auxiliar, desde donde hizo una prestigiosa carrera que lo llevó a ser gerente regional del banco en nuestro querido estado de Hidalgo (y luego a fundar “Deportes Fito”, que se transformó en la tienda más prestigiosa en su ramo). Siendo secretaria de don Juan, fue cuando comenzó a ser cortejada por papá: Nachito Olvera. Cuando Anita mi hija le preguntó cómo fue cortejada por el abuelito Nacho, mamá comentó que la invitaba a los bailes del Club de Leones, invitación que incluía en paquete a la tía Guille y a la tía Amelia, y “pagaba todo, para quedar bien”. Una de mis tías me contó que mi mamá era tan guapa, que muchos en el pueblo la llamaban “Miss Tulancingo”, cosa que se puede constatar en las fotos. Por supuesto, la “venenosa” sociedad del pueblo, incluidos algunos familiares, no podían dejar de criticar porqué “uno de los mejores partidos de Tulancingo, se habría fijado en una mujer que ya tenía una hija”. Pero el amor que se tenían y la semilla de modernidad que en ellos habitaba, hizo que mandaran todos esos comentarios al carajo y decidieron casarse. Recién casados, vivieron en la casa de abuelita Vicky, en una de las 3 accesorias que estaban destinadas a casa habitación. En teoría, papá construiría una gran casa en los terrenos de la calle de Juárez, frente al Colegio Pedro de Gante “de niñas” y muy cerca del Jardín la Floresta, en la más céntrica zona de la ciudad. Pero “en mientras”, la decisión fue adecuar la casa de la calle de Libertad, donde el matrimonio habitaría “temporalmente”. Los periodos temporales han demostrado en


nuestra familia, ser finitos pero prolongados, pues en esa casa fue que mi mamá vivió por casi 50 años, y cuando mi abuelita ayudó a la mudanza, se quedó a dormir por esa noche, y por las noches de los siguientes 20 años. De esa forma mi mamá regresó a la calle de Libertad, luego de esas vueltas en “los caballitos” que se dio mi abuelita para animarla a llegar al mundo. Esa casa de Libertad fue nuestra “Cueva de las Maravillas”, como la de Alí Babá: llena de tesoros cuyo valor no siempre supimos distinguir, tal vez porque el paso del tiempo aún no se los confería todavía. Adaptada de una vieja casa rural, papá siempre nos contaba que donde estaba el cuarto destinado a la TV (y recamara de mi abuelita), era una caballeriza, que se conectaba dónde estaba la azotehuela junto con el lavadero, fuente de donde salía el agua para que abrevaran los animales. El baño y el cuarto de mamá estaban iluminados por tragaluces, cuya forma y los vitro blocs con que estaban construidos, establecen una conexión a través de la geografía y el tiempo con la casa de la “Roma” de Cuarón, al igual que la escalera “volada” de metal para acceder a la azotea. También eran distintivos los antiguos y gruesos muros de adobe que marcaban lo quera la construcción original, entre ellos los que dan a la calle. Fue en este recinto donde se llevaban a cabo las maravillosas fiestas de cumpleaños de papá y mamá. El cumpleaños de papá se celebraba con una fiesta “menor”, pero no por ello más animada la cual se llevaba a cabo el 31 de Julio, día de su cumpleaños y de San Ignacio de Loyola. Llegaban los primos y tíos y en ocasiones los primos de “la Capital”. La fiesta siempre terminaba en “beberecua” y a veces en borrachera. Algunos de los primos se llegaron a quedar a dormir, pues para esas fechas la calle ya estaba cerrada por los puestos semifijos de la feria de la Virgen de los Angelitos y esto era una promesa, casi siempre

garantizada de entretenimiento. Este preludio pachanguero, tenía como descanso el día 1 de agosto, tan solo para magnificar la espera y el gozo que representaba la fiesta de mamá, que como ya platiqué, era el mero 2 de agosto, día de la fiesta. Mi mamá no era muy afecta a las fiestas. No diré que no disfrutaba de la compañía y de ver a todos los familiares y amigos felices, pero ella, mujer práctica, veía mayormente en cada reunión, trabajo por hacer: cocinar, ensuciar y lavar trastes en un ciclo sin fin, limpiar, preparar cosas, “aguantar” borrachos, etc. Pero lo cierto también es que, por otro lado, a mi abuelita le encantaba cocinar y tener a la familia de visita, y a papá le encantaba la vida bohemia, el trago y departir con todo mundo, para mostrar sus innatas y grandes cualidades como anfitrión; particularmente recuerdo que mamá Gloria siempre lo recriminaba por invitar de las “botellas más caras” a los gorrones, cosa que era tan sólo una muestra de la enorme generosidad de don Nacho con sus visitas, fuesen quienes fuesen. Con el paliativo de un muy buen mole rojo, pascal, tlacoyos o tamales que cocinaba la abuela, o unos buenos kilos de barbacoa de carnero preparados en el local de don Agus (vecino de la casa de abuelita Vicky), o unas exquisitas carnitas de marrano cocinadas por Roberto “el carnicero” (muchos años inquilino de una de las accesorias de la casa), la fiesta se armaba en grande. Las tías llegaban con gelatinas o pasteles para el postre, y los tíos con algunos pomos de licor para complementar la celebración. Para nosotros como chamacos era fantástico, pues estábamos jugando por toda la casa incluida la azotea, y cuando el alcohol animaba la fiesta, o mejor dicho a los papás que participaban en ella, su generosidad aumentaba, y cuando íbamos a pedir “nuestra cuelga” para la feria, los montos eran muy generosos, y eso nos permitía dilapidar esas pequeñas fortunas en los futbolitos, las canicas, los dardos o en comprar churros y otras


viandas de esas que no se comían todos los días. En nuestros últimos años de habitar la casa familiar, la feria comenzó a traer “las maquinitas”, estos juegos “electrónicos” que nos permitían convertirnos en pilotos de guerra o conductores de autos de carreras, con tan solo depositar una moneda de 5 pesos (eran bastante más caras que los futbolitos). Es justo mencionar que parte de los divertidos recuerdos en las fiestas, en ocasiones eran producidos por las ocurrencias de los adultos ya animados por el trago, como la ocasión que el tío Fito metió a unos “huapangueros” que andaban en la calle para que cantarán “El Querreque” y “El Torito”, o cuando el tío Cristóbal (en un cumpleaños de papá), corrió a empujones al mariachi porque no se sabían “El Venadito”, canción favorita del abuelo Elpidio. Estos recuerdos se han tornado maravillosos, apoyados también por el toque de Midas de la nostalgia (como nos ilustrara Alain Derbez). Admito que la nostalgia de no estar en el pueblo para el día de la fiesta, también me ha robado algunas lágrimas, pues es el segundo año que no voy, lo cual coincide con el hecho que justamente es el segundo año de mi

vida en que hay feria, pero mamá Gloria ya no está corporalmente con nosotros. Pero, ese globo, la foto que envió Lili de mi mamá, donde se ve joven, hermosa llena de vida y sonriente me devuelve una parte del gozo, pues en esa silueta puedo adivinar a mis sobrinas Jessica y Alondra y a mi hija Anita, que llevan ese porte y belleza. También me llena de asombro y de gusto ver que, en Lili, Nacho y Víctor, mis hermanos y en mi sobrino David, hay muchos rasgos de carácter de mamá que siguen vivos, y que nos divierten (sobre todo Nacho, que imita a mamá y a mi abuelita desde que ellas vivían y que provocaba que abuelita Vicky lo regañara diciendo “si este no respeta ni a su madre”). El 2 de agosto es el día de todos los ángeles, en particular de los que nos cuidan en la familia, mamá Gloria y papá Nacho.

Paco Olvera 2 de Agosto de 2019



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