Revista Letrónica de Ventoquipa 17 Junio 2017
Editores Alex Hernández
Pedro Flores
Paco Olvera
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revistaletronicaventoquipa@yahoo.com.mx
Diseño de Portada
Paco Olvera
Contenido 4
Editorial
De pinta en Ventoquipa Memes, muerte, memoria (Paco Olvera)
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A través del pizarrón (Paco Olvera)
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Memoria y sueño (Alex Hernández)
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Memoria y recuerdos (Pedro Flores)
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La Vitrina Deja-vu de mentiras (Paco Olvera)
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El centro del universo (Alex Hernández)
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La Sociedad de los Poetas Nonatos 29
En donde estás (Alex Hernández)
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Dos aves (Alex Hernández)
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Editorial como las mantenemos vivas, eso es lo que Peter nos recuerda de la etimología del verbo recordar en su “Memoria y recuerdos”, y nos cuenta como ha logrado preservar algunos de sus más gratos recuerdos por voluntad y otros como si fuera por la voluntad de los recuerdos en si mismos.
¿De qué iba a escribir? ¿De qué iba a escribir? Ya no me acuerdo, ¡a pos si, de la memoria! Hermosas definiciones de lo que es y de lo que no es la memoria, fluido inconstante, colección de cambiantes fantasmas, muchas de ellas que Alex da cuenta en el matrimonio de la “Memoria y el sueño”, o de recuerdos de lo no vivido en juegos mentales producidos en “Falsos deja vu” como los que asaltaron a Paco. De esta etérea materia es de lo que está construido este breve número, y nada más etéreo que y delicado que la poesía, como en el clamor “Donde estás”, que parece búsqueda, pero es afirmación, una dualidad como las “Dos Aves”, bicéfala criatura que ve al futuro y al pasado. “Si quieres saber tus defectos cásate, si quieres saber tus defectos, muérete”, dijo don Alex Lora, y como nos han enseñado en el día de muertos, nadie se muere mientras sea recordado, y así la memoria se convierte en elixir de una vida más duradera en “Memoria, Memes y Muerte”. Los recuerdos nos llevan a lugares donde estuvimos, o donde quisimos estar, o que estuvimos y no lo supimos, hasta tiempo después, como “El Centro del Universo”, que nos resulta amargo darnos cuenta un poco tarde, pero que después estalla en regocijo, pues “lo bailado nadie no lo quita”. Pasando las cosas por el corazón es
La memoria, nos permite viajar utilizando objetos simples, como una mochila vieja, un cuaderno o un boleto de metro utilizado como separador, de esa forma podemos transportarnos “A través del pizarrón”. Y cuando leemos lo que escribimos, recordamos lo que somos, y vivimos de nuevo lo que fuimos, por eso la Letrónica no se detiene, nomás se tarda un poco más, pero aún en su breve existencia constituye un adalid de la memoria, que hace que los autores mismos se pregunten “¿y yo escribí esto?, ¡que gusto, que felicidad!”. Gracias por leer, gracias por recordar, y comenzando a recordar lo que aún no ha sucedido, adelantamos de que el número 18 de la RLV será una danza, en las tardeadas, en la vida, en los sueños, pues como dice el maestro Sabina, “que bailar es soñar con los pies.”
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Los editores.
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De pinta en Ventoquipa Memes, muerte, memoria Paco Olvera
En la película "El libro de la vida", Guillermo del Toro incluye como uno de los ejes rectores del guion una idea que a muchos de nosotros en México nos han repetido desde la infancia: que hay dos tipos de muerte, cuando dejas de respirar y cuando los que te quieren se olvidan de ti. La idea es romántica y poderosa, puede ser llevada a los límites de la melcocha o de la filosofía, se podría hablar incluso de la trascendencia hasta llegar a la inmortalidad. La mecánica sin embargo parece ser sencilla: si no lo olvidas, no ha muerto, o no por completo. ¿Pero a qué objetos de aplica? ¿Qué entes o qué situaciones son sensibles de ser recordadas? No hay una regla para determinar lo que "vale la pena" recordar. A veces son aromas, como Patrick Süskind describe en su novela "El Perfume", a veces es un ruido o una tonada como la que tararea el asesino de "M el vampiro de Dusseldorf" (o el Tennesee Waltz de Pedro), o en ocasiones un icono como el “báculo de Hermes”, que siempre he asociado los médicos, que en realidad se relaciona con el comercio (el báculo que les corresponde a los galenos es el de Esculapio). Por ejemplo, a mí el sabor del Sidral me evoca a mis mañanas en la cama cuando estaba enfermo en mi niñez, el olor de la flor de Cempaxúchitl las visitas al camposanto con mis tíos o con mi abuelita (al "panteón" decíamos nosotros) y la luz entrando por la ventana me genera una sensación de tranquilidad y quietud.
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Claramente el proceso de memoria en los humanos es individual e incontrolable, sólo "pasa", no decidimos que recordar, simplemente se almacena, como si los temas recordados tuviesen voluntad propia. Por su puesto, que hay intentos mecánicos de meter cosas en la memoria, una enorme cantidad de conceptos memorizados (más no aprendidos o asimilados) para cada examen entre la primaria y hasta la Universidad, que sólo prevalecían hasta pasar el examen, curiosamente recuerdo que para mi examen de microprocesadores, sólo recuerdo que la pata 20 del Z80 es tierra y la pata 40 es el voltaje, pero en realidad son la pata 29 y la pata 11 respectivamente, en fin: la memoria mecanizada es más bien efímera, luego entonces queda muy lejos de la eternidad. Más aún, si la memoria sólo
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relámpago no es subido a Instagram entonces no existe. La necesidad compulsiva en la que muchos somos partícipes, de tomar "selfies" para mostrarnos como parte de la historia, nos lleva a vivir de "nuestros recuerdos" en periodos nunca antes imaginados, antes había que dejar pasar años para recurrir a la nostalgia, ahora, tan sólo unos minutos. Supongo entonces que la única (y muy defectuosa forma) de mantener el recuerdo de mi infancia es escribir, pues el registro fotográfico de la misma se reduce a unas 10 fotos de mis primeros 25 años de vida, he mencionado varias veces que es impactante que hay muchas más fotos de la juventud de Ana Frank, que vivió 50 años antes que yo naciera.
dependiese del cerebro del individuo, esta moriría con él. Y entonces llegamos a la sabiduría de boca en boca, la tradición oral, las leyendas, que buscan la trascendencia sobre un individuo, la "memoria colectiva".
Esta es la base de lo que Richard Dawkins denomina "memes", o genes de memoria, o de pensamiento, partículas que viajan, se alojan, se "pegan" en los cerebros y se comunican, consciente o inconscientemente en los recuerdos de los individuos.
La falta de gobierno sobre la memoria crea situaciones paradójicas: siempre te recuerdan por algo que tú quisieras que olvidaran, o siempre se olvida los temas por los que quisieras ser recordado, y peor aún, en ocasiones eres olvidado por completo, pues aquel hecho bochornoso que hubieses deseado no nacer para que fuese olvidado, dejó de ser (o nunca fue) relevante. RLV 17
Llevando estas ideas al extremo, podría decirse que la memoria es trascendencia, o es vivir o sobrevivir. Pedro comentaba con ironía que si un
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repetía, “recordar es vivir”, lo cual me sonaba sensato, ahora me resulta absoluto.
Nietzsche era terminante y cruel en estos temas: la trascendencia estaba destinada a los grandes hombres que estaban su huella en la historia de la humanidad, los demás somos "pelusa". Pero, por otro lado, lo que trasciende para nosotros como individuos, es en una gran medida, determinado por nosotros, por lo que nos gusta o no nos gusta, por lo que nos causa miedo, admiración o gozo. Lo que trasciende o, mejor dicho, lo que recordamos en nuestro mundo interno está ligado a nuestra experiencia personal, a mi parecer, expresada en sensaciones. En su libro “La inmortalidad”, Milan Kundera describe los recuerdos como fotos instantáneas, más que como una película. Lo que tenemos son imágenes, y a partir de ellas reconstruimos un recuerdo entero, que entonces es susceptible a tener variaciones cada vez que lo sacamos del almacén. Recordar es entones un intento de creación de inmortalidad, que puede ser en muchos casos, una inmortalidad efímera: nuestras fotos de graduación, los trofeos o medallas que hemos recibido y hasta los edificios que hemos construido. Podríamos decir que en cierto sentido que nuestros recuerdos nos tienen sometidos a cierta clase de esclavitud, pues somos lo que recordamos: nuestro aspecto, lo que dijimos, las personas con quienes estábamos y desde luego las sensaciones que tuvimos. El presente es efímero y el futuro es incierto, el pasado inmediato, el pasado pasado y el pasado remoto son lugares que visitamos con frecuencia, de esta forma, la memoria es en efecto una comprobación de los hechos vividos, de hecho, es una variación del tema de Magrite en su cuadro que retrata el paisaje que oculta: lo que recordamos de lo que hemos vivido es la imagen que de la realidad que recreamos en nuestro interior. Mi papá siempre
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Como un ejemplo del despatarrado proceso de memoria que rige mis pensamientos, las siguientes ideas recolectadas al azar. Recuerdo que antes podía recordar la lista entera de mis compañeros de primaria o secundaria, pero esta se ha desvanecido. Yo era el 21 o el 20. En la secundaria hubo un tiempo que en la lista estábamos los “Tres Panchos”: Francisco Olvera, Francisco Pérez y Francisco Picaso (nunca le pregunte si tenía algún pariente artista). Recuerdo que las quesadillas que comprábamos de contrabando en la primaria vecina a la secundaria eran riquísimas, pero no me acuerdo de su sabor: no sé si el condimento lo ponía la cocinera o el hecho que teníamos que brincarnos una cerca a hurtadillas para comprarlas. Recuerdo que Lupita, nuestra compañera de la primaria era la más bonita de todas, pero no logro dibujar su rostro en mis recuerdos. Recuerdo la
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cámara de fotos en miniatura que mi tía Estrella trajo de Europa, pero no tengo idea donde quedó. Por otro lado, siguiendo el consejo de Monet: “pintad a la gente más hermosa de lo que en realidad es”, nuestros recuerdos embellecen las descripciones cercanas a la realidad. Recientemente visité el local que albergaba la zapatería de mi papá. Previsiblemente el local estaba abandonado y no había sido usado por más de 25 años, pero lo que más me impactó, no fue ver el plafón tirado en el piso o la gran cantidad de polvo acumulado, sino que la forma en la que recordaba las bodegas. Yo siempre recuerdo un intrincado y enorme laberinto de estanterías de madera, que era tan obscuro que me daba temor entrar hasta el cuarto de más al fondo. Ahora que lo vi, se trata de 5 cuartos colocados uno tras otro, si con cierto desnivel, pero ni tan grande como vive en mi cabeza, ni tan complicado como recuerdo que era. Tampoco estaba el gran espejo (más de 3 metros de alto y 1.5 metros de ancho), con un marco tallado en madera cubierta con pintura de oro. Todo mundo decía que valía una fortuna (me enteré que quedó en manos de una señora que se lo compró a mi tía), pero a mí lo que me hubiera gustado recuperar eran las imágenes de mi papá haciendo lo que más le gustaba: platicar con sus clientes mientras les ayudaba a llevarse un muy buen par de zapatos.
El caprichoso proceso por el cual recordamos, es entonces lo que mantiene el equilibrio, para no inmortalizar por capricho aquello que no merezca ser inmortal, para que aquello que trascenderá como una lección o como una hermosa imagen de vida, para que otros la disfrute, rían con ella o aprendan de ella. Me emociona y me crea ansiedad saber si alguno de los recuerdos que he puesto en la memoria de mis escritos se convertirá en un meme, que viaje en la memoria de mis amigos, o de nuestros hijos o de nuestros nietos y sea utilizada, y no por presunción, o por el vano sentimiento de transcender, sino de seguir participando en divertidas conversaciones aún después de muerto, para seguir en el jolgorio, en la pachanga.
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Por último, no puedo evitar el recurrir a la poesía, “porque la vida es sueño, y los sueños, sueños son”, o bien, “la vida es una barca”, hermosa frase, de no me acuerdo quién…
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A través del pizarrón Paco Olvera
Esa es la ironía, ese es el impacto, no sólo se trata de una superficie limpia la de la pizarra, sino de un cruel anacronismo para los que hace años en las aulas, aprendimos y descubrimos la ciencia, los artilugios de la técnica y los profesores nos llenaban de asombro al develarnos interesantes singularidades de los temas en los que nos preparábamos para ser profesionales. Ya nadie escribe con gises, los nuevos pizarrones se llaman así por herencia, se escribe con marcadores de tinta que se borra, ya no son negros ni verdes, son blancos. Siguen siendo en su naturaleza medios efímeros para compartir nuestras ideas, pero aquellos que fueron hechos para escribir con gises, prácticamente ya no se utilizan.
Observo la escena. A primera instancia me resulta muy común, banal, sin arte, sin chiste, sin nada. Y como en el Tao Te King, la nada es la que dice todo, el que no haya nada resulta ser todo. Primero me parece una curiosidad: la superficie del pizarrón está limpia, sin mancha, sin cambios, incluso sin polvo, monótona. Como siempre, se activa la nostalgia, y trasminan la superficie verde, y aparecen los ingeniosos letreros de antaño. “Fulano (emborronado y cambiado cientos de veces) regresa a casa, tu papá ha confesado y el hijo de la muchacha es suyo”. “Se rentan borrachos para sus fiestas, llame al xxx-xxx-xxx (igualmente emborronado y sustituido múltiples ocasiones)”. “Zutano, nos vemos en la cafeta después de Mate 2”. Se disuelve la nostalgia, y el pizarrón con su mutismo nos hace pasar del tímido asombro a la sorpresa impactante, ¿y cómo se va a escribir algo en él si ya no hay gises disponibles en la escuela?, ¿quién le roba al profe un pedacito de tiza para hacer la tarea en grupo o para escribir un letrero cómico o irónico? Confieso que lo primero que pensé fue “que buena onda se han vuelto los chavos, ya no escriben tarugadas para burlarse de sus cuates”, pero simplemente me doy cuenta que para eso está el “muro” de su Facebook, donde “todos” lo ven, donde todos son nadie y nadie puede ser todo.
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Tantos son los cambios que esos pizarrones han visto que la realidad de antes parecería una distorsión, que nos encontramos del lado incorrecto y que el mundo está al revés. En lugar de los modernos y poderosos teléfonos celulares inteligentes, las calculadoras programables como la Texas Instruments 58 C o la Hewlett Packard 51CV erran las que colgaban como revolver de la cintura de los nerds de antaño (que a su vez desplazaron a las reglas de cálculo). Los listados de código o resultados de programas en “papel continuo”, con sus perforaciones redondas y equidistantes para que las impresoras pudiesen hacer el cambio de renglón son también una pieza de museo, que decir de las perforadoras de tarjetas en código Hollerit. Aún se coleccionaban cromos que salían en los pastelitos Bimbo y Marinela y llevábamos cuadernos y hojas de papel para tomar apuntes, antes de las iPads o de tomar fotos de las pizarras o recibir las presentaciones por correo electrónico o en un sitio virtual. Los teléfonos se anotaban en boletos del metro, que se van sustituyendo por tarjetas recargables. Por otro lado, en
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un balance de esos que siempre hace la naturaleza, los chavos siguen haciendo cĂrculos en el pasto para platicar o intercambiar anĂŠcdotas, comparten comida en la cafeterĂa.
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Memoria y sueño Alex Hernández
El extremo de la memoria perfecta no es menos terrible. En “Tu historia completa” se muestra un futuro en el que se puede adquirir un sistema integrado al cerebro que permite almacenar todo lo visto y oído para reproducirlo a voluntad bien sea en los propios ojos o en una pantalla convencional. La memoria perfecta se convierte también en el pretexto para la obsesión perfecta. Y también se convierte en un objeto de deseo: poseer la memoria de los demás –de la pareja, por ejemplo- para controlarlos.
Me entero que según los más recientes estudios de los nuevos sabios - es decir, de los que conocen todo el poder de la técnica y deducen con certeza a partir de la superstición de la estadística- que los sueños no son sino una necesidad instrumental, operativa, de la memoria. Es percibido que la memoria es un ente inaprehensible y caprichoso, que si fuera materia, sería como el agua. A veces parece un espejo nítido, otras una ola que convulsiona la arena. A veces oscura, o turbia. Y otras se escurre, se hace ausente. Pero también brota como un manantial renovado, en respuesta a quién sabe qué misterioso estímulo. Borges se refería a ella como un “quimérico museo de formas inconstantes”.
En ambos casos nos estremecen los alcances de la tecnología, pero sobre todo el contexto que rodea esos hipotéticos avances tecnológicos. Si la tecnología permite la irrupción en la memoria de una persona para observarla o peor aún, para modificarla, entonces se convierte de hecho en un instrumento de dominación de las personas: un instrumento de poder.
Podemos constatar que hay grados de la memoria: podría plantearse una escala en cuyos extremos estarían de un lado el olvido total y del otro la memoria precisa y perfecta. La inquietud que causan las anormalidades de la memoria es inspiración recurrente de la ficción.
Philip K. Dick es el precursor de la idea de sustituir a la memoria de una persona por recuerdos falsos, como se aprecia en su narración corta “La gran venta de recuerdos”, que después sería llevada al cine por Paul Verhoeven bajo el nombre de “Recuerdo total”. En este cuento Dick nos muestra un futuro en el que es posible adquirir recuerdos de vacaciones sin las incomodidades y peligros que supone un viaje real. Pero al mismo tiempo, los entes político-empresariales con acceso a la memoria de las personas pueden no sólo implantarles los recuerdos comprados con propósitos lúdicos, sino de hecho, cualquier recuerdo. Aún más, manipular el comportamiento y las creencias de una persona como un efecto colateral de la manipulación de su memoria.
En la serie de televisión “Espejo negro” se produjeron un par de capítulos en los que la tecnología posibilita en un caso la ausencia de memoria y en otro, la memoria total. El primer caso corresponde al episodio titulado “Oso blanco”, en el que se relata una situación en la que se intersectan el afán punitivo de nuestras sociedades, el dogma capitalista de rentabilizar toda actividad, y el impulso holliwoodense de hacer de todo un espectáculo. El castigo es el borrado diario de la memoria de los infractores de la ley, para hacer una diversión de parque temático a partir de su aturdimiento y del pánico que le causa ser arrojado a un mundo sin sentido y sin asideros.
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La advertencia cruel de estas historias nos recuerda vagamente un par de anormalidades de la memoria que imagina Borges: en primer lugar la de “Funes el memorioso”, el hombre que recuerda todo de una manera casi maquinal, sin filtros ni pausas. En segundo,
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la historia de Pedro Damián, el protagonista de “La otra muerte”, quien mediante un “proceso no accesible a los hombres” consigue cambiar en los demás (excepto en el narrador) el recuerdo de su acobardamiento en la batalla de Masoller para trastocarlo por el de una muerte heroica.
conferir a la memoria la categoría del centro de identidad. Habría que integrar otros aspectos: los efectos de las relaciones personales con mi ser, particularmente lo que los demás creen que soy, lo que saben de mí, lo que recuerdan de mí, en fin, lo que creen saber de mí. También está mi cuerpo, que es un registro genético y que también guarda memoria de lo que he sido: alguna cicatriz, algún achaque, mi postura corporal, mis músculos, huesos y adiposidades. También los cambios que vienen con el tiempo: la falta de pelo, lo ojos que cada vez ven menos, los oídos que a fuerza de no escuchar, desesperan a quienes de cualquier forma impaciento. Los cientos de creencias y conocimientos de los que sólo soy un repetidor. Etcétera.
Sin embargo, las diferencias son de fondo: mientras que Borges imagina un ente misterioso, metafísico, divino, como causa de las monstruosidades de la memoria, Dick y los guionistas de “Espejo negro” sugieren un ente político-empresarial con la capacidad tecnológica de corromper la memoria de las personas. Asumamos por un momento y para fines de discusión un modelo de mente como una colección de un gran número de máquinas de Von Neumman, cada una de las cuales tendría dos componentes bien diferenciados: una memoria de acceso aleatorio y un elemento de ejecución de instrucciones. Bajo esa abstracción, podemos convenir que los elementos de identidad de una persona se encontrarían exclusivamente en la memoria, puesto que los componentes de ejecución de instrucciones serán siempre idénticos y por lo tanto, replicables. En ese sentido, la intromisión de un ente externo en la memoria supondría no sólo un crimen horrible, puesto que afecta al centro mismo de la identidad. Supondría además el santo grial de un estado fascista (entendido como un ente central y corporativo de gobierno y empresa.
Convengamos que la memoria no es una condición suficiente para definir la identidad de una persona, pero si indispensable. Acaso, la verdadera identidad está en ese subproducto de la memoria que son los sueños, el único ámbito en donde somos realmente quienes somos, en donde el juego de humo y espejos de la memoria da lugar a una sustancia aún más volátil, aún más inaprehensible, pero al mismo tiempo, la única cierta.
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Pero tal vez es tirar demasiado de los supuestos: es simplista suponer tal modelo de mente y es excesivo
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Memoria y recuerdos reflexiones Pedro Flores
Recordar
episódica, la de los recuerdos autobiográficos de largo plazo, estaba relativamente intacta, aunque no podía alimentarse de nuevos recuerdos. Cada vez que preguntaba por su madre y se le decía que había muerto, se impresionaba y lloraba como si fuera la primera vez que se enteraba del trágico acontecimiento; para su alivio, después de algunos segundos la noticia desaparecía de su mente al no poder consolidarse como un recuerdo permanente.
es un hermoso verbo. Proviene del latín
recordāri, que se forma de re (de nuevo) y cordis (corazón). Recordar significa volver a pasar por el corazón; así, cuando recordamos alguna cosa o a alguien, lo que hacemos es volver a vivirlo desde el corazón. En la antigüedad se creía que la sede de la memoria estaba en el corazón. Los antiguos romanos y griegos no situaban la mente en la cabeza o el cerebro, sino en el pecho. Curiosamente, en algunos lugares aún se usar el verbo recordar con el sentido de “despertar”, reforzando la idea de que en el corazón se encuentra la racionalidad.
El caso de este pobre hombre nos hace pensar que los recuerdos están guardados físicamente en algunos lugares del cerebro y que los recuerdos antiguos y los recientes, al menos, residen en distintas partes.
Recordamos porque estamos vivos, expresando de otra manera el dictum cartesiano, “recuerdo, luego existo”, estoy vivo. Con la muerte cesan todas las funciones vitales, principalmente recordar. Entonces podría decirse que olvidar es morir un poco.
Entonces los recuerdos dependen de un sustrato físico, y su conservación y fidelidad requieren de una salud de ese repositorio. Las enfermedades mentales a menudo van acompañadas por la pérdida de la memoria, de ahí el concepto demencia, “dimenticare”, olvido, pérdida de la razón.
¿Dónde residen los recuerdos? ¿Existen como datos codificados a la manera de las memorias digitales o de los discos de almacenamiento de las computadoras? ¿O tal vez están fragmentados en millones de neuronas que conservan ciertos valores electroquímicos y cuando queremos recuperarlos el cerebro realiza un complejo proceso de integración de esos fragmentos para dar la sensación de un episodio, palabra, olor, sensación o estado anímico que volvemos a vivir, volvemos a “pasar por el corazón”?
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Hace unas semanas asistí a un taller de “constelaciones familiares” y recientemente a un taller de “análisis transgeneraciona” en los que viví una serie de experiencias que mi mente analítica no acepta pero mi presencia en el lugar me permite testificar como extrañas o alucinadas.
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Alguna vez leí que había un hombre que por alguna extraña enfermedad le habían extirpado una parte del cerebro y había sido dañada su capacidad de formar recuerdos de corto plazo. Sin embargo su memoria
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Un grupo de personas desconocidas entre nosotros nos reunimos para plantear situaciones problemáticas de nuestra vida que de repente derivaron en “recuerdos” de nuestros ancestros, de vidas pasadas, de experiencias traumáticas del clan familiar. ¿Cómo es posible que de una generación a otra se transmitan esos recuerdos de situaciones que sólo algunos miembros del grupo familiar sabían y se mantuvieron como secreto?
¿En dónde residen esos recuerdos de patrones de conducta que muchas veces no son conocidos ni siquiera por la misma persona que vive el problema? ¿Hay una transmisión genética, cultural o en verdad se reviven recuerdos de seres etéreos?
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Los secretos son fuerzas violentas que no admiten que los guardemos. Se manifiestan en miles de actitudes, salen por nuestros poros.
En este relato alucinado, casi en línea, acabo de regresar de la emocionante inauguración de una cafetería, pequeña aventura empresarial de mi hijo Esteban. Este número de nuestra amada RLV se mantiene en vilo gracias, en primer lugar, a la generosidad de mis amigos fundadores de la revista y a mi tardía colaboración. Sin embargo, la vivencia sirve para el propósito de este escrito. Esteban ha estado en los grandes acontecimientos de mi existencia. Cuando él iba a nacer, yo me encontraba en un cuarto de hospital mientras su madre enfrentaba el trabajo de parto. Yo había llevado conmigo un ensayo de Sören Kierkegaard, Temor y Temblor. El tema principal, a mi ver, es si tu fe en Dios es lo suficientemente grande como para pactar con Él ofrendar en sacrificio la muerte de tu hijo. La lectura no dio tiempo, el médico me habló para decirme que había nacido mi hijo. Sin embargo, ese hecho me hizo sentir que entre esa energía superior y yo había un entendimiento.
Los descendientes del clan familiar percibimos de manera sutil esos secretos, de los que nadie sabe, hasta que los manifestamos de manera fiel y hasta tal vez exagerada. Esas sutilezas no lo son tanto, hay canales comunicantes de esas generaciones anteriores con notros: fecha de nacimiento, muerte, o significativas coincidentes, carreras o vocaciones afines, conductas repetitivas, miedos similares. Los descendientes del clan repiten patrones de sus antepasados, como si representaran una obra a la que son llamados de manera misteriosa. Y cada actor repite el guion como si lo hubiera ensayado. ¿En dónde se guardan esos recuerdos? La mecánica del taller consiste en que algunos de los participantes asumen el papel de algún antepasado o persona que haya tenido una relación significativa con quien presenta su situación problemática, el “constelante”. Lo asombroso es que a medida que se avanza en el análisis de la situación planteada por el interesado, los participantes que interpretan al entorno, la constelación familiar, experimentan sensaciones físicas y anímicas que algo tienen que ver con el problema analizado.
Un año después decidí pasar un fin de semana con mi familia. Mi hijita Elba tenía seis años y mi cuarto hijo (dos intermedios que no se habían logrado y que según el análisis transgeneracional debo reconocer como hijos), Esteban, pasábamos un fin de semana extraordinario. Estábamos en la alberca del hotel, la temperatura era ideal, el agua caía por una cascada artificial extremadamente placentera. Los pájaros cantaban llenos de energía engendradora. Yo sostenía a mi hijo con inmensa satisfacción. En ese momento deseé perpetuar el recuerdo: mantener eternamente esa situación. Sabedor de que el hombre no se baña dos RLV 17
Bajo la dirección de un profesional, todos los participantes van tomando un papel más o menos activo hasta que el constelante percibe el origen de su situación, que por lo general es la repetición de un patrón de conducta de un antepasado que no dejó resuelto su propio problema.
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veces en el mismo río y que en esa pequeña cascada, nuestra presencia sería aún más efímera, deseé con todas mis fuerzas mantener fijo, congelado ese momento mágico.
La esencia del tema musical de la serie televisiva es que cuando todas las situaciones cotidianas se te cierran, cuando la vida diaria te dice que no hay camino viable, en la convivencia, en los amigos de todos los días, puedes encontrar un alivio a tus problemas. Tú estás presente porque todo el mundo recuerda tu nombre, como en ese bar ubicado en Boston.
Y en ese instante y en cualquiera del presente, cada vez que quiero ir a ese tiempo y lugar mágico lo hago, logré detener el tiempo. Percibo los olores, los sonidos, las mariposas a nuestro alrededor, la sensación tan suave de la piel de mi hijo rodeado por mis brazos que trataban de detener el tiempo.
Muchos años después, justo un día en el que regresaba a casa, escuché en el radio otra canción que me hizo una conexión inmediata con un mi recuerdo de cuando veía la televisión con mi padre. Y yo creo que no hay coincidencias. La canción que estaba escuchando esta vez era “Boston”, de Augustana. El sentido del mensaje es muy diferente, opuesto al de la primera canción. Ahora se trata de alguien que ha sufrido, que arrastra una cadena cuyo peso sólo ella conoce. Quien le canta a ella trata de consolarla, de compartir la carga para ayudarle; trata de hacerle ver que no es la única persona que sufre. La respuesta es que ella quisiera largarse de California a Boston, donde nadie conoce su nombre, a intentar comenzar una vida nueva.
Hoy que veo a ese joven emprendedor, de nuevo revolotean ante mí esas mariposas amarillas y el murmullo del agua por la cascada me hacen sentir que el tiempo no ha transcurrido y que a la vez han pasado más de veinte años.
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Cuando murió mi madre el mundo se volvió oscuro y triste. Sólo porque mi padre había sobrevivido a esa tragedia y porque ese hecho lo había vuelto extremadamente vulnerable, todos nos enfocamos a cuidarlo. Yo lo invité a pasar una temporada en mi casa, en la Ciudad de México. Mi padre era un gran aficionado a la lectura, al cine y a la televisión. Ya en casa se dedicó a ver sus series favoritas. Entre ellas estaba Cheers, una serie televisiva en la que un grupo de amigos se reúne en un bar de Boston para platicar sus frustraciones, gustos, fracasos y escasos éxitos. Cada noche en la que yo llegaba hasta el tope de cansado, mis hijos ya estaban dormidos y mi esposa estaba harta; encontraba a mi padre frente a la tele. Cada día había un capítulo diferente, aunque siempre se repetía el patrón: un grupo de amigos, que se conocía bastante bien, hablaba con mucha familiaridad de los problemas de cada quien; se conocían lo bastante como para platicar de la situación cotidiana de cada uno sin necesidad de que se iniciara una presentación desde el principio.
Dos situaciones opuestas unidas por Boston y por el alivio que te da el hecho de que todos conozcan tu nombre y el otro, que no sepan ni cómo te llamas. Ese programa de televisión donde mi padre encontraba placer de dispersión a su nostalgia (“tristeza melancólica originada por el recuerdo de una dicha perdida”), donde no existía dolor, ahora yo lo puedo encontrar en esta otra canción donde cada vez que la escucho me dice que tampoco hay problema en el lugar donde nadie sabe quién eres, donde nadie recuerda tu nombre. Ese recuerdo ha sido reelaborado y asimilado a mi vida. En este escrito invoco la presencia de mi padre para compartir esta reflexión. He incorporado a mi recuerdo una nueva vivencia que a partir de ahora será repasada con la fuerza de los acontecimientos reales.
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Amar es sentir que vas a morir. Amar es saber que vas a perder. Amar es vivir la muerte anticipadamente.
pérdida. Resuelto a revivir la porcelana, la envió a China para ser reparada. De regreso, recibió el tazón pero con unas feas grapas de metal, que lo hacía ver tosco y desagradables a la vista. No queriendo renunciar a convertirlo en olvido, en basura, buscó artesanos japoneses que hicieran una mejor reparación. Lo que hicieron fue elaborar una pasta con barniz de resina espolvoreado con polvo de oro para resanar las grietas y unir de nuevo las piezas. El resultado fue que en vez de ocultar las roturas y evitar las cicatrices, se resaltaron con un nuevo brillo, por demás evidente, embelleciendo el objeto, poniendo de manifiesto su transformación e historia.
Ahora estoy pasando por esa sensación. Y eso puede significar muchas cosas. Pero en ese preciso momento, cuando puedes afirmar que los niños, los borrachos y los enamorados dicen la verdad, me hinco al confesionario para decirla. Cuando crees que has aprobado todas las materias, cuando te crees el ser invulnerable y perfecto, aparece el examen de tu capacidad de amar. Y resulta que no estás preparado, no has estudiado, no recuerdas cómo se juega. Quién sabe de donde aparece una persona que pone a prueba todas tus capacidades y conocimientos, especialmente en tu habilidad para responder a situaciones emocionales. ¿Hay un recuerdo de amor preexistente en nuestra mente? ¿Existe esa categoría que nos hace responder de una manera predefinida ante una situación sentimental? ¿Por qué repetimos las viejas rutinas y representamos una vez más la cansada coreografía de la relación de pareja?
Nació de esa manera un nuevo arte, el Kintsugi (金継ぎ en japonés: carpintería de oro) o Kintsukuroi (金繕い reparación de oro). Llevado a nuestra propia vida, este arte nos enseña a aceptar las experiencias dolorosas, asimilándolas como parte luminosa de la vida, no olvidándolas, sino privilegiándolas como una pieza enriquecedora de nuestra historia., nuestra propia obra de arte.
****** Cuando sufrimos una experiencia dolorosa, ya sea la ruptura de una relación, una ofensa, una pérdida, queda una cicatriz en nuestro corazón, de manera que al recordar, al volver a pasar por él esa experiencia, nos vuelve a doler. Tal vez el deseo inmediato sea querer olvidar, que se borre el recuerdo. Mucha de la teoría del perdón dice que la verdadera paz se obtiene al olvidar.
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En el siglo XV vivió el shōgun, Ashikaga Yoshimasa, quien tenía un tazón favorito para tomar té. En una ocasión se rompió su tazón y él se sintió afligido por la
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La vitrina Deja-vu de mentiras Paco Olvera
Mientras cambiaba los canales de la transmisión de
pues la primera vez que estuve expuesto al concepto de que los juguetes “cobraban vida” fue en una de sus canciones, y la primera idea de lo que es la nostalgia, que aún sigue rigiendo mi modelo de ese concepto fue con la mención del ropero de la abuelita.
televisión de paga (que pronto ya será anacrónico) encontré dos películas que en primera instancia eran diametralmente diferentes pero que en mi mente encontraron un extraño punto de coincidencia: los juguetes y la nostalgia. La primera era una película protagonizada por Libertad Lamarque llamada “La mujer que no tuvo infancia”, que describe como una mujer que recién ha enviudado, tiene una crisis nerviosa que le hacer tener una regresión a su niñez. Esta crisis acontece durante la escucha del testamento de su marido, quién la deja bajo la tutela de sus déspotas hermanos, que la encierran justo como a una niña pequeña. Doña Liber se las ingenia para escapar de la habitación donde la habían recluido y entra a una habitación llena de trebejos, donde encuentra una muñeca maltratada, lo que da pie a que luzca sus dotes de cantante para interpretar “La muñeca Fea” de Cri Cri. Al cambiar de “canal” (en realidad de proveedor de contenido de video), comencé a ver “Toy Story 2”, justo en el punto donde “Jessie la vaquerita” recuerda con gran melancolía cuando ella tenía a su dueña Emily que la adoraba y tenían un mundo para ellas, hasta que crece y al madurar y dejar de divertirse con sus juguetes, la abandona en una donación de caridad. A “Woody” se le separa un brazo, igual que a la muñeca rota de Cri Cri, ambos están abandonados y la carita se “les llena de hollín”. Más que con la película (que ya no la vi más allá de esos 15 minutos iniciales), fue con las canciones de Cri Cri que tuve una regresión personal,
Mi avalancha personal de recuerdos comenzó con un juego que justo se llamaba “Avalancha”: era un tablero donde se colocaban canicas en la parte alta, y estas hacían moverse a unos basculadores que iban de un lado a otro cuando una canica caía en ellos. Dependiendo donde se soltaba la canica, se podían hacer caer pocas o muchas canicas de colores diversos, que servían para llenar unas tabletas con perforaciones. El que llenaba primero su(s) tableta(s), como una especie de bingo de colores, ganaba. También me acordé del ring de peleadores robots, tal y como salen en “Toy Story”: activabas los puños presionado unos botones amarillos con los pulgares, y cuando entraba un golpe certero en la mandíbula, la cabeza saltaba dejando el sonido del engranaje RLV 17
Primera Vuelta
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girando. Nuestros muñecos de acción, que nunca fueron los famosos Madelman u Hombres de acción: teníamos al sargento Stony, un vaquero (cuyo nombre no recuerdo), un agente secreto y a Juanito Apollo, que tenía su vehículo lunar. Todos tenían aditamentos a
escala, pequeñas armas, portafolios con compartimientos secretos, pelucas, sombreros, cascos, linternas y cubiertos. En mi caso, el hombre del espacio si le ganó al vaquero, pero no al soldado de la segunda guerra mundial.
Segunda vuelta
especímenes de diversos planetas, llegan a la tierra, a México, en Chihuahua y con más precisión, en las inmediaciones del pueblo donde habitaba Laureano (“Piporro”). Cuando cambié de película, caí en “Hombres de Negro 2”, donde también está a punto de desarrollarse una intervención extraterrestre para destruir la tierra: un terrible extraterrestre adopta la figura de una sensual mujer (Lara Flynn Boyle) que cuando va a cruzar la aduana intergaláctica se apodera del cuartel de los MIB en Nueva York, donde el agente “J” (Will Smith) trata de hacer que el agente “K” (Tommy Lee Jones), recupere la memoria para derrotarla. Nuestras venusinas de México, con cuerpos con muchas curvas, usan trajes metálicos con medias translucidas que dejan ver sus torneadas piernas, por su parte la Kylothiana Flynn Boyle se presenta a sí misma como una modelo de lencería, haciendo más énfasis en mostrar su busto en ajustados sostenes
Hubo una segunda intersección de películas, que
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tampoco hubiese puesto en principio en una categoría o tema similar inició porque comencé a ver “La nave de los monstruos”, con Lalo González “Piporro”. Luego de 45 años de haberla visto por primera vez, escuché los diálogos y entendí la trama de forma diferente: Venus era un planeta gobernado por amazonas y se habían quedado sin varones, por lo cual lanzan una misión de astronautas – amazonas a buscar ejemplares masculinos en la galaxia para garantizar su supervivencia. El sistema solar donde está la Tierra, le fue asignado a una tripulación formada por un robot (Tor), la sensual venusiana: Ana Berta Lepe (Gama) y la despampanante Lorena Velázquez (Beta) que es de “Ur, el planeta de las sombras”, que luego de obtener
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(aunque en lo personal las venusinas no desmerecen en esta sección anatómica).
curiosos, pues la película inicia con una representación del modelo de orbitales de Shöedringer, y dice algo así como que “el átomo representa lo infinitamente pequeño, y el universo (enfocando a la tierra en el espacio) representa lo infinitamente grande, idénticas materias se rigen por las mismas leyes”. Cuando va a partir la misión mencionan que “los varones se agotaron por alterar el poder del átomo y por eso deben recuperarlos”, además de comentar que “las elípticas orbitales coinciden”, mientras una amazona en traje de astronauta manipula una especie de telescopio. Supongo que aún dentro de la comedia de puro relajo, trataron de escribir algo con cierto sentido.
Cuando la comandante Gama informa a los especímenes masculinos capturados, el marciano se queja diciendo que no quieren ir a Venus, que son hombres libres y que él es el príncipe “Tagual”. Es representado como un enano deforme y cabezón a quién se le ven las convoluciones del cerebro, con una serie de mangueras translucidas que conducen algún líquido. Por su parte se presentan también “Uk” del “Planeta Fuego” que es una especie de animal enorme con escamas, con un solo ojo (pero bizbirindo, dirá Piporro), con una anatomía de un forzudo, parecido al monstruo de la “Laguna Negra”. “Utirr” sacerdote del “Planeta Rojo” amenaza a Gama con destrozar sus entrañas, este es una especie de super insecto con colmillos (parecido en cierto sentido al que sale en la primera entrega de “Hombres de Negro”). El último monstruo es “Zok” un esqueleto parlante, como la cabeza de un pterodáctilo y clama que su raza controla el átomo y aunque perdieron la materia (por eso serán esqueletos vivientes) Hay algunos otros detalles
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Fueron Deja vu de mentiras, pues no fue una sensación de repetición de algo vivido como tal, pero si una yuxtaposición inesperada de imágenes que me llevaron a caprichosos recuerdos de algo tan sencillo, tan banal, que sólo tendrá interés para mí, tal vez para mis hermanos o alguien de nuestra generación, que siente como se le escapan sus recuerdos infantiles cada vez más, a lugares que pronto no podrá alcanzar. Eso los
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hace maravillosamente efĂmeros y aunque dĂŠbiles, les da esperanza de mantenerse vigentes.
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El centro del universo Alex Hernández
Era abducido. En realidad era la secuencia del disco. Si recuerdan, al terminar “Shine on you…” se liga con “Welcome to the Machine”. Sentía que dentro había un grupo muy grande de personas y recorríamos el interior de la nave por una intrincada red de tuberías. Todos éramos una especie de glóbulos viajando en un medio líquido.
I Unos amigos se reúnen. Alguno de ellos ha leído recientemente una novela, “Dublinesca”, en la que se narran algunas historias más bien bizarras acerca de haber estado en el centro del universo. Al lado de novias de infancia chimuelas y otras experiencias más bien irónicas, el personaje central del libro, un editor retirado de la literatura y del alcohol, narra una anécdota de Saul Bellow -de ese Saul Bellow capaz de describir, en medio de la descripción de la aparente mediocridad de la vida cotidiana de Nueva York, a un vaso de agua como la boca de un ángel- parado en el puente de Brooklyn: “Le vi mirar la ciudad desde hace el puente con una filantropía asombrosa y todo indicaba que estaba midiendo las fuerzas ocultas de cada una de las cosas del universo, tanteando el poder que tenía el mundo para resistírsele: esperaba que este fuera hacia él, y se había prometido un gran destino”
El viaje era larguísimo, recorríamos muchas galaxias y mundos. Al terminar la travesía la nave regresaba al bosque donde me habían tomado y sin aterrizar me hacían descender por un túnel vertical de luz y bruma. No sentía miedo. Era una sensación de fiesta, de regocijo por un viaje revelador que me había transformado, iluminado.
A ello siguió la pregunta: ¿ustedes han estado en el centro del universo? El primero que contestó fue Pedro. La primera vez que escuché “Wish you were here” sentí que mi cavidad bucal se expandía hasta dimensiones astronómicas, formando una cueva colosal. Sin embargo yo me mantenía en el límite interior a través de mi lengua. Todo mi ser era la lengua que oscilaba lentamente percibiendo el sabor de la música.
Paco fue conciso. Hablando de viajes al centro del Universo, ayer hice un viaje al pasado. A nuestra amada Universidad. Donde coincidimos por primera vez.
El saxofón de “Shine on you, crazy diamond” me guió a través de un bosque formidable hasta dejarme abandonado frente a un claro donde me aguardaba una nave espacial.
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Alex no habló de su experiencia, sino de la de su padre.
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La coda corrió por parte de Juan Carlos.
Cuando estaba en el equipo de acrobacia en motocicleta, como seguramente todos ustedes hicieron, había un número o suerte, tal vez el más sencillo de todos, que se llamaba "el compás".
Por mi parte les comparto que a mi más bien me ha sucedido, o se me ha quedado más grabado, que me sentido en el culo del universo. Pero de eso prefiero ni acordarme.
Justamente se trataba de poner a la Harley en un ritmo muy pausado, tal que apenas avanzara pero sin que se detuviera y entonces desmontarla, plantando un pie en tierra, dejando el otro en el estribo, y con una mano sujetar el manubrio trazando un círculo. Justo un compás, con tu pie como centro. Suena complicado, pero era la más sencilla de ejecutar, por ahí empezábamos.
Y todos rieron.
II La pirámide de Gizeh. El Taj Mahal. La torre Eifel. Machu Picchu. Chichen Itza. Quien más, quien menos, ha soñado con estar en cierto lugar en particular con la certeza de que al estar allí se le revelará un secreto mayúsculo. El equivalente a estar en el centro del universo.
Cierta vez estábamos en Aguascalientes, en la feria de San Marcos. La presentación era en el lienzo charro, que es bastante grande y en esa ocasión estaba lleno de gente. Cuando terminó el evento, después de todos los números individuales y de los números de grupo, incluyendo las pirámides -nosotros hacíamos una de hasta 4 pisos- llenos de una inusitada energía por toda la gente que fue esa vezl pregunté a mi papá que sentía cuando hacía el compás.
Pongamos por caso que ese lugar está frente a una pintura de Jackson Pollock, precisamente One: Number 31. Si Nueva York es el centro del universo según Riva, el personaje de Dublinesca, el piso 5 del Museo de Arte Moderno (MoMA) sería el epicentro y One… One…en el nombre está la promesa. Así que con grandes esfuerzos se emprende ese viaje a Nueva York, cuya sustancia será estar frente a One: Number 31 y de esa forma los misterios del universo serán revelados. Al llegar al piso 5 del MoMA es grande el gozo: hay pinturas de Van Gogh, de Monet, de Picasso, de Duchamp. Pero no hay ninguna de Jackson Pollock: todas han sido retiradas para preparar una magna exposición que se inaugurará al día siguiente de que concluya el tan anhelado viaje.
Por su complexión robusta, por el control que tenía de la moto y por la edad, mi papá era más bien hombre "base" de pirámide. Así que el compás era de los pocos números individuales que él ejecutaba. Y me dijo exactamente esto: “cuando hago el compás me siento en el centro geométrico del universo, y en ese momento no existe nada más”. Hoy entiendo, 30 años después, qué fue lo que me dijo aquella noche.
¿Y luego?
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Después de un par de horas de desconcierto, recibir una iluminación como saeta en el cráneo: darse cuenta que ya estabas en el centro del universo, pero no lo habías notado.
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La Sociedad de los poetas nonatos Dos aves Alex Hernández
Dos aves una come un higo la otra le observa sin ser vista desde la espesura de un bosque cerrado, oculto ¿qué es eso que baila se agita se expande en las sombras?
Es como una antimateria una energía oscura parece una alucinación parece el pasado parecen las multitudes que se agitan como si en la profundidad de esas sombras se abriera una zona no luminosa si despejada y en esa zona esa ave
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se encontrara con sus pares
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otros seres extraĂąos que se alimentan no de higos sino de jugo de sueĂąos y regresara a observar a su gemelo que se ha hartado de higos y ahora quiere cantar
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y canta.
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En donde estás Alex Hernández
estás pero si no plantearía las ecuaciones las transformadas de dominio con múltiples variables y las resolvería. Sería el inicio de la nueva palabra, una nueva escuela literaria que en forma precisa y simultánea abarque y describa el universo las mentes, las parejas, las familias, las naciones. Te buscaría en los libros con el método de Anastas Bránica o en los sueños, como un juez de Budapest. Agotaría los catálogos de música aunque no aceptas todas mis canciones. Recorrería las ciudades emblemáticas y las islas remotas e inhóspitas. Bebería en vasos infinitos los borgoñas de linaje más severo
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y todos los ensambles
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de Okanagan Sonoma Ensenada hasta la Patagonia. En la sal y la pimienta de los recintos de las guías Michelin y de los mercados populares. Te buscaría mientras corro en la aridez extrema del Atacama o de la Antártida. A nado cruzaría los océanos y buscaría en el agua de los ríos que calman la sed y dan memoria. Te buscaría en el museo más sencillo, el del juguete y en la opulenta galería de los Habsburgo. Sería patrono de todos los burdeles en busca de tu olor entre las sábanas. En todas las películas y si te viera asaltaría los argumentos. Ansío el conocimiento de todos los modelos y los métodos si allí te encuentro. Tal vez sentirte en el vértigo de los motores y de las máquinas aladas. Y en las plegarias en todos los altares
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en las mezquitas
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y en la alba sinagoga. No me ahorraría ni un solo sacrificio ni un solo rigor de cuerpo y mente. Estudiaría las taxonomías de seres que fueron y son y que pudieron ser en todas las mitologías. Entre todos los aromas me guiaría buscando el espectro de tu cuerpo entre las ciegas moléculas que inundan mi nariz. En cada nota de todas las escalas en cada timbre en cada acorde en 4’33’’ y en el silencio. Invocaría el poder alquímico transformador trastornador de las alucinaciones inducidas. En el presente en los innumerables inabarcables incomprensibles eternos y fugaces momentos del presente. En el tejido de todas las filosofías en lo que soy
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en lo que ignoro más me habita
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en los sistemas de todos los niveles que me forman y en las oleadas, a veces suaves, a veces borrascosas de un mar que me intersecta
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estรกs
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