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Revista Letrónica de Ventoquipa 18 Mayo 2018

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Alex Hernández

Paco Olvera Bernardo Marcellín

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Contenido De pinta a Ventoquipa Algunos apuntes sobre Johann Strauss y los valses (B. Marcellín)

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La Vitrina de los muñequitos de azúcar El baile del perrito (P. Olvera)

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La Sociedad de los Poetas Nonatos 15

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Maratón (A. Hernández)

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De pinta a Ventoquipa Algunos apuntes sobre Johann Strauss y los valses Bernardo Marcellín

orígenes se convirtieron en motivo de preocupación para el régimen nazi. Fue de esta manera que, para poder presentarlos como auténticos representantes de la genialidad aria, se forjaron unos documentos falsos que acreditaban una ascendencia puramente alemana.

El nombre de Johann Strauss evoca de forma irremediable el vals, la ciudad de Viena, la corte imperial de los Habsburgo. Sin dificultad imaginamos los grandes bailes en palacio o en salones construidos a tal efecto, con hombres elegantemente vestidos y mujeres luciendo brillantes joyas y elaborados peinados. Curiosamente, esta combinación -Strauss y el vals, que simbolizan a la perfección el esplendor de Austria en su apogeo, provienen de orígenes mucho más humildes.

Por su parte, el vals posee también unos orígenes poco brillantes. No se ha podido establecer de forma definitiva de dónde proviene, aunque fue en un principio una danza popular que era ya bien conocida en Viena alrededor de 1780. Algunos afirman que desciende de un baile renacentista, la volta, mientras que otros sostienen que se trata de una modificación del ländler. De lo que no queda duda es que el vals es una danza nacida en Austria.

Los Strauss eran descendientes de judíos establecidos desde hacía muchas generaciones en Hungría. Uno de ellos adquirió una venta en la ciudad de Leopoldstadt, a orillas del Danubio. En 1804 nació su hijo Johann. La vocación musical de este niño se iba a despertar de forma temprana y de manera circunstancial, escuchando cantar a los marineros que circulaban por el río y que frecuentaban el establecimiento de su progenitor. Este joven iba a ser con los años el fundador de una de las dinastías artísticas más famosas de la historia ya que tres de sus vástagos, Johann (hijo), José y Eduardo, fueron también destacados compositores.

En sus primeros tiempos, el vals era motivo de discusión y escándalo. Por un lado, terminó insertado en la polémica entre clasicistas -quienes se identificaban con el minueto- y los románticos quienes favorecían la nueva danza cuyos giros infinitos encantaban a su temperamento. Pero, además, la cercanía de los danzantes, el abrazo en el que permanecían mientras ejecutaban los pasos, ofendía a mucha gente de la época. A las personas decentes de entonces les debe haber parecido algo así como el rock’n roll en su momento o bien como la lambada de nuestros días.

Como dato curioso, podemos señalar que, dada la fama que alcanzaron los Strauss y el papel que habían de desempeñar dentro de la cultura austriaca en particular y germánica en general, sus

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Como dato aparte, estos bailes populares inapropiados no fueron exclusivos de un país o una

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época en particular. Contemporáneo de los inicios del vals, encontramos, en los años de la lucha por la Independencia de México, el llamado jarabe gatuno, en el cual las parejas imitaban los ademanes de los felinos en una danza eminentemente erótica que podía ser causa de excomunión.

las expectativas del progenitor eran que se convirtiera en banquero. Pese a la oposición paterna, el joven se había interesado por la música y aprendió a tocar el piano. Johann hijo estudió violín y composición en secreto con el primer violín de la orquesta de su padre. Una de las anécdotas más conocidas de su juventud fue cuando su progenitor lo descubrió tocando el violín, hecho que culminó en una tremenda paliza. Sobre las razones del padre existen dos versiones. Algunos afirman que quería disuadir a su vástago de emprender una carrera tan difícil como la de músico. Otros piensan más bien que quería que su hijo dejara la música por temer que se convirtiera en su rival, tal y como sucedió.

El vals no llegó a estos extremos, pero no logró aceptación en las clases superiores de la sociedad hasta que Johann Strauss padre y su colega Josef Lanner (1801-1843) compusieron obras mucho más elegantes y elaboradas. Correspondería a Johann Strauss hijo llevar a este baile a su apogeo. En 1826, Johann Strauss padre y Josef Lanner dejaron de colaborar, en desacuerdo sobre qué obras debían ejecutarse -cada uno, por supuesto, proponía sus propias composiciones-, y se formaron dos orquestas.

Mientras el joven crecía, Johann padre se fue consolidando como el compositor de música para danza más célebre de Europa, aunque, curiosamente, su fama radica sobre todo en su Marcha Radetsky. Cuando estaba en la cúspide de su carrera, murió de escarlatina a la edad de cuarenta y cinco años. Su orquesta se fusionó con la de su hijo, quien ejecutó frecuentemente las piezas compuestas por su padre.

Johann padre adquirió pronto gran popularidad y fue nombrado maestro de ceremonias de los bailes del Palacio Imperial. Había aprendido a tocar el violín a la edad de cinco años y a los quince ingresó al cuarteto de Lanner tocando la viola. Su carácter de autodidacta se refleja en su música, espontánea y ligera, fácilmente aceptada en fiestas y círculos mundanos. Recorrió con su orquesta toda Europa, especialmente Francia, Bélgica e Inglaterra, donde alcanzó gran reconocimiento, en especial por la fogosidad con la que dirigía.

Fue el padre quien estableció la costumbre de dar a sus valses un nombre en vez de un número consecutivo. La razón era, como diríamos ahora, de mercadotecnia: facilitaba así al público pedir la pieza de su preferencia. Esta costumbre fue seguida por sus hijos.

Johann padre era un hombre violento e irascible. Sus nervios fueron afectados por el exceso de trabajo y de ello resultó un ambiente familiar crispado. Su primogénito nació en Viena el 25 de octubre de 1825, cuando él contaba con veintiún años y apenas empezaba a darse a conocer. El niño fue muy cercano a su madre y ella impulsaba secretamente la vocación artística de su hijo, quien compuso su primer vals a los seis años, siendo que

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En el año de 1844, a los diecinueve años, Johann empezó a competir con su padre al crear su propia orquesta y pronto sería el joven quien dominaría el escenario musical de Viena. La prensa supo sacar provecho de esta peculiar competencia y el público pudo seguir de cerca la disputa.

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Pese al entusiasmo que despertaron sus presentaciones iniciales, los primeros años fueron difíciles para el hijo. Dado que su padre controlaba la capital, el joven no tuvo más remedio que aceptar tocar lejos de Viena. Su primera asignación importante llegó en 1845 y fue como director de la orquesta del Segundo Regimiento Ciudadano de Viena, puesto que había estado vacante por dos años, desde la muerte de Josef Lanner. Después de la Revolución de 1848, la rivalidad entre padre e hijo se intensificó ya que el joven tomó partido por los opositores al régimen. Esta posición resultó políticamente poco atinada, puesto que el bando absolutista recuperó pronto el poder, y el compositor fue ignorado por la corte de Viena en los años subsecuentes. Es más, estuvo brevemente en la cárcel por haber ejecutado en público La Marsellesa. En cambio, el padre siguió gozando del favor oficial, ya que fue en esa misma época que compuso la Marcha Radetzky, en honor del mariscal, con lo que ratificaba su fidelidad a la corte.

Eduardo se encargaban de la dirección de la orquesta familiar. En 1863, fue nombrado director musical de los bailes de la corte de Viena, tras varios intentos fallidos que fueron la secuela de sus opiniones políticas manifestadas durante la revolución de 1848. Fue durante esos años que compuso muchas de sus obras más conocidas como El Danubio Azul y los Cuentos de los Bosques de Viena. En esa misma época fue invitado a Londres por el Príncipe de Gales y ofreció seis conciertos. Estuvo asimismo en Polonia, Italia, Francia. En Rusia tocó ante el zar Alejandro II y realizó varios viajes por Estados Unidos, donde fue siempre recibido con entusiasmo. Cuando ya se acercaba a los cincuenta años, Johann Strauss decidió dar un giro a su carrera, orientándose hacia el teatro. Se inició en el mundo de la opereta como resultado de la recomendación de Jacques Offenbach, compositor alemán radicado en Francia, quien fue el creador del género.

Al paso de los años, el hijo fue dejando sus posturas revolucionarias y compuso diversas marchas militares en honor del emperador. A sus veintiocho años, contaba con un cuerpo orquestal de trescientos instrumentistas, divididos en varios conjuntos musicales. Estas orquestas tocaban en diferentes establecimientos y salones de baile. Strauss iba de un lugar a otro, dirigiendo a veces hasta en seis estrados diferentes en una sola noche.

La ligereza de la opereta correspondía perfectamente al carácter y al estilo de Strauss, por lo que pronto logró el éxito. En total, compuso dieciséis de estas obras, todas durante el último tercio de su vida, siendo las más famosas El Murciélago, Una Noche en Venecia y El Barón Gitano. En 1871 dejó así su puesto de Director Musical para los Bailes de la Corte para abocarse al teatro.

A lo largo de toda su carrera, Johann Strauss compuso también gran cantidad de polkas, que contribuyeron en gran medida a su fama. La celebridad de Strauss fue en rápido ascenso. A los treinta y un años de edad, empezó a realizar giras por toda Europa mientras sus hermanos José y

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Pese a la decadencia política, Viena siguió siendo una ciudad fastuosa y las fiestas imperiales se siguieron caracterizando por su suntuosidad. Los austriacos disfrutaban de la vida, asistiendo a desfiles y carreras de caballos, disfrutando de los bailes que se ofrecían por toda la ciudad. Al

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escuchar la música de Strauss hijo, no sería posible imaginar las convulsiones políticas y sociales de la época en que fue compuesta. Y en ese sentido, era la corte la que marcaba el camino a seguir. En 1854, el emperador se casó con una princesa bávara, Elizabeth, llamada Sissi por sus familiares y amigos, quien contribuyó a dar realce a la monarquía. Fue considerada la mujer más bella de su época y su popularidad entre el pueblo fue inmensa.

reuniones sociales. Tras fallecer de neumonía en junio de 1899, a los setenta y tres años, fue enterrado en el Cementerio Central de Viena, donde ya reposaban Franz Schubert y Johannes Brahms. La popularidad de la música de Johann Strauss se debe esencialmente a su calidad, a su orquestación llena de encanto y brillantez. Como bien lo apuntó Wagner, poseía un don para la melodía y era capaz de producir una cantidad inagotable de ideas a partir de las cuales escribió cerca de quinientas obras entre valses, polkas, marchas, operetas y otras. En toda su producción, destacan los detalles armónicos y orquestales. Aun así, las formas que empleaba en sus valses eran limitadas: casi todos ellos constan de una introducción, cinco secciones que contrastaban entre sí, y una coda.

Los dos hermanos de Johann Strauss escribieron también escribieron valses y polkas y destacaron como directores de orquesta. Entre los tres formaron la dinastía musical más lucrativa de la historia. En 1860, ejecutaron Movimiento Perpetuo, compuesto por Johann, cada uno con su propia orquesta, uno después de otro. Además tocaron juntos en varios conciertos y al presentarse una nueva obra, se pedía al público que adivinara cuál de ellos la había compuesto.

Nadie evoca mejor su época que Strauss. Quizá ningún otro autor haya representado el espíritu de Viena con tal convicción: su fastuosidad, su elegancia, su gusto por la vida. La estatua del compositor, que se encuentra en el Parque de la Ciudad, demuestra hasta qué punto se reconocen sus contribuciones a la reputación de la capital austriaca. La frecuencia con la que se ejecuta su música es otro tributo, quizá más sincero que todos los discursos y homenajes que se puedan hacer. A final de cuentas, ¿qué mayor reconocimiento se le puede dar a un músico que el de seguir disfrutando de sus composiciones a más de un siglo de su fallecimiento?

Johann Strauss fue el más célebre de los tres. Sus valses eran apreciados y conocidos por toda la sociedad vienesa y, por su refinamiento, se les comparó con los poemas sinfónicos, en especial el Vals del Emperador. Algo similar se decía de las composiciones de José. Johann alcanzó probablemente la cumbre de su carrera en 1876, cuando en el Festival de Boston dirigió a treinta mil personas, entre la orquesta y el coro, con motivo del centenario de la independencia. En el programa que ejecutó figuraban El Danubio Azul y Vino, Mujeres y Canciones.

En cierta forma, podríamos estar tentados a condenar la frivolidad de la música de Johann Strauss. Su obra bien puede servir para caracterizar a una sociedad incapaz de enfrentar su decadencia y que prefería evadirse de la realidad organizando grandes fiestas y bailes. Mientras el imperio austro-húngaro se caía a pedazos, los valses RLV 18

Su salud empezó a deteriorarse después de 1895 y ya fueron muy pocas sus composiciones a partir de esa fecha. En sus últimos años padeció de claustrofobia y siempre temía sufrir un nuevo ataque, por lo que empezó a alejarse de las

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sonaban por toda Viena y las operetas llenaban los teatros.

hallar el lado amable de las cosas, que las preocupaciones y la angustia no deben impedirnos gozar, aunque sea de vez en cuando, de la buena mĂşsica y de pasar una velada agradable mientras se baila.

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Pero existe otra forma de visualizar las composiciones de Strauss. Ellas nos muestran que, por difĂ­ciles que sean las circunstancias que estemos enfrentando, siempre resulta posible

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La vitrina de los muñequitos de azúcar El baile del perrito Paco Olvera

Finales de los años 50. La carrera espacial está en pleno, y por el momento la van ganando los rusos. Luego de poner en órbita el primer satélite fabricado por el hombre, los rusos superan uma vez másm,a a los americanos: han enviado al espacio exterior la primera misión tripulada por un hombre. Hasta Piporro y Pancho Pantera usan trajes espaciales o luchan contra monstros del espacio exterior, para rendir homenaje al primer hombre que abandonó la seguridad de la atmosfera terrestre para salir a lo desconocido: el nombre de Yuri Gagarin es conocido en todos los rincones del planeta, incluido en Tulancingo. “¿Yuri? ¡Ese parece nombre de perro!”. Esas fueron las palabras de la abuelita Vicky, y de hecho a Lilia y a Sergio no les pareció un comentario sarcástico o desagradable, es más, era una idea grandiosa. Así fue la cómo un juguetón cachorro Fox Terrier obtuvo su nombre. Como si el Yuri supiera que fue bautizado en forma homónima a un hombre que habría que trascender en la historia, desde muy joven comenzó a distinguirse como una mascota inteligente y propensa a hacer travesuras. Conocidos como “perros ratoneros”, los de su especie tenían capacidades para identificar y perseguir roedores en forma implacable, habilidad que Yuri aplicaba cuando se acercaba el señor que vendía flanes y gelatinas: escondido tras un poste o algún auto estacionado al lado de la acera, asechaba a los chamacos que comenzaban a comer su delicioso postre callejero y de un salto se los tiraba de las manos con un certero golpe que con su trompa daba en las manos de sus víctimas, que antes que pudieran comenzar a llorar o a maldecirlo, habían visto engullido

Pero la fama del Yuri se acrecentó mas por su gracia que por sus travesuras. Las fiestas en aquel barrio y en aquel entonces, comenzaban en una casa y luego que el ambiente se iba poniendo mejor, se extendían por toda la cuadra. Para esto, le pedían prestada la consola a la abuelita Vicky (la única en muchas casas a la redonda), misma que era colocada en la calle y recibía su alimentación eléctrica de un cable conectado a “un diablito” que se colgaba de las líneas del poste mas cercano. Con los compases de “Los aretes que le faltan a la luna”, o “La mucura”, Yuri comenzaba a dar saltitos en sus dos patas traseras, haciendo un baile muy gracioso, en el que sus orejas se movían al ritmo y daba algunos ladridos. El Yuri podía mantener esta danza por

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su delicioso flan por el goloso can. Muchas veces la abuelita Vicky o la mamá Yoya habían pagado por los flanes que el Yuri había “cazado”, situación que enojaba mucho a Lilí y a Sergio que se “quedaban con las ganas” de degustarlos ellos mismos.


también fue aplaudida por un público cautivado. Fuera de programa, Yuri se unió al canto de las mañanitas sentado en una sillita junto a la festejada y ladró mientras Lilí apagaba las velas. Recibió su plato de colores con una tajada de pastel y una gelatina, que esta vez no tuvo que tomar por asalto, comió sentadito junto a los niños que le convidaban de su plato con alegría, mientras sus madres movían la cabeza con desaprobación, levantando la mirada al cielo con un gesto en que se podía entender “¡estos condenados chamacos!”.

El tío Beto le enseñó a dar la mano y a sentarse al recibir una orden. Para la fiesta de cumpleaños de Lilí, prepararon a Yuri para hacer su debut artístico, pues el tío Beto le montó una rutina para subir a un banco, dar la mano y sobre todo, bailar. La abuelita Vicky confeccionó un traje de payaso para Yuri, que se ceñía a sus patas traseras y delanteras con resorte, elaborado con tela satinada de colores rojo y amarillo, siguiendo los diseños en triángulos de colores usados por los arlequines. El atuendo estaba rematado por un gorro cónico forrado a mitades con la misma tela del resto del traje, con una borla celeste en la punta. La presentación fue un éxito rotundo. La primera ronda de aplausos se generó cuando el público vio salir a Yuri con su atuendo (aplauso dedicado a las habilidades de costurera de la abuelita Vicky). Comenzó a saludar “de mano” a los asistentes, conducido por el tío Beto, que actuaba como domador. Subía a las sillitas de colores que se le colocaban en el escenario, e incluso como número sorpresa, subió a una gran pelota de plástico con dos grandes estrellas en el centro, que Lilí había recibido como regalo en su cumpleaños anterior; mantenía el equilibrio uno segundos y saltaba al suelo, para luego repetir la maniobra. Pero indudablemente el número esperado por la audiencia era el baile de Yuri. La consola Graff modelo Jamaica, comenzó a emitir la música de la “Orquesta de Animales” de Cri Cri , mientras el gracioso e improvisado bailarín deleitaba a todos los niños y adultos que le aplaudían. Una fuerte ovación no se dejó esperar al finalizar los compases de la melodía. “¡Otra, otra, otra!”, demandaba el público, mientras Yuri corría en círculos en el escenario, con la lengua de fuera mientras abría su mandíbula y dibujaba algo que a todos les parecía una sonrisa de satisfacción. Con diferentes melodías de Cri Cri, se repitió el mismo baile, sin variaciones, con saltitos sobre sus dos patas traseras, pero que no cesaba de generar admiración y regocijo del “respetable”. Finalmente, el celebrado artista se sentó con la “lengua de pechera” y fue premiado con un platón lleno de agua fresca que bebió ruidosamente salpicando a todos lados, acción que

La fama del Yuri se extendió por toda la cuadra, siendo invitado como “variedad” a las fiestas de cumpleaños, llevándolo inclusive a ser solicitado en algunas casas “alejadas” (dos o tres cuadras). Por varios años Yuri siguió amenizando las fiestas de los niños, pero los años no pasan en balde, y cada vez le era más difícil. Ya no tenía la agilidad para robar sus adorados flanes, pero esto era compensado porque muchos niños le convidaban de buena gana, mientras veían con ternura como Yuri les agradecía con sus ojos negros y redondos y su lengua siempre inquieta Una triste mañana, los habitantes de la casa fueron despertados por los lastimeros chillidos de Yuri: no conseguía ponerse en pie sobre sus patas traseras. Mamá Yoya llevó a Yuri cargando al veterinario, al único del pueblo que atendía mascotas caseras (todos los demás trabajaban con el ganado lechero de los grandes ranchos). El diagnóstico fue tajante: su sistema nervioso ya no podía enviar ordenes a sus patitas, ya estaba muy viejito y no tenía otra posibilidad que ser sacrificado. Todo mundo

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varios minutos, incluso con una pareja o en el centro de un grupo de entusiastas que le aplaudían.


estaba en lágrimas cuando mamá Yoya trajo de regreso al Yuri a la casa. En aquel entonces, no había disponibles al público las letales inyecciones que hoy permiten dar fin de una forma sutil y “dormir” a las mascotas. La única opción “humanitaria” consistía en darle un balazo para acabar con el tremendo dolor que le aquejaba. Hubo que esperar a la mañana del día siguiente, un sábado nublado, que durante las primeras horas de la mañana recibió visitantes que querían ver a Yuri antes de partir. Las lagrimas de tristeza, enmarcaban la transformación de los deseos de mantenerlo con vida, a las peticiones de terminar con su sufrimiento. Cerca de las 10 de la mañana, Yuri fue llevado al patio del fondo de la casa. Los niños entregados a un llanto que parecía interminable, no fueron convocados. Una cosa era matar a una “agachona” en una cacería y otra darle un tiro a una víctima indefensa que además era parte de la familia y había sido la alegría de tantos. Papá Nacho sufrió junto con él, pero esos mismos ojos antes traviesos y alegres, esta ocasión le invitaron a que le prestara un último y complejo favor. Un solitario disparo calibre 22 sonó sucedido por un chillido muy leve. Papá Nacho salió del patio del fondo cargando el cuerpo sin vida de Yuri.

Yoya y la abuelita Vicky las recibían de los adultos. Los flanes robados, las plantas destrozadas para enterar huesos y las macetas rotas al perseguir ratones habían sido olvidadas. El tío Beto comenzó a cavar una sepultura. Aunque el hoyo no fue muy profundo, papá Nacho y varios adultos lo auxiliaron, mas que porque fuera una labor extenuante, para participar en el último adiós de Yuri. Su cuerpo fue colocado en el fondo y después cubierto de tierra. Sollozos y lamentos siguieron acompañando el proceso. Tío Beto se puso de pie en una posición solemne. “Gracias por acompañarnos a despedir a Yuri, que ahora está jugando en el cielo, bailando para todos los niños y grandes que se nos han adelantado”. En ese momento nadie importunó ni de pensamiento con dudas metafísicas sobre la existencia de un cielo de los perros, mucho menos si este paraíso permitiría la coexistencia de estos nobles animalitos con quienes en vida fuesen sus dueños. De regreso el séquito se fue desvaneciendo, abandonado por sus integrantes al pasar frente a sus casas. Los últimos integrantes del improvisado cortejo se despidieron de los miembros de la casa. El traje de payaso de Yuri fue doblado y guardado en una caja, donde fue sepultado por la nostalgia del paso de varias décadas, sin que nadie sepa cual fue su destino final. Cada que te portabas mal, la abuelita Vicky te decía, “ya lo veras cabroncito, te van a poner una chinga de perro bailarín”. Por su puesto no se refería a Yuri, quién aprendió a hacerlo como resultado de su gracia natural y no por medio de las míticas cintarizas a las que se supone son sometidos los animalitos que en el circo deleitan al público con sus trucos. Pero para aquellos que conocimos a Yuri sólo a través de sus historias, la frase que hacía referencia al perro bailarín nos hacía pensar mas que con miedo a un buen castigo, en la imagen de un gracioso perrito, más inteligente que Lassie y Rintintín juntos, que además te premiaba con unos lengüetazos en la cara luego de robarte tu flan o tu gelatina. Lo que fue el rancho “El Toro”, actualmente es una poblada colonia de Tulancingo, y ya nadie tiene idea de donde fue el sitio donde fueron enterrados los estos de Yuri. Si acaso algún chamaco aún pueda

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El sonido del disparo de un calibre pequeño, como el 22 no fue lo que se provocó la onda expansiva que trajo a todos los vecinos, fueron los sollozos y lamentos personas de todas las edades que se fueron enterando de la muerte de la amadísima mascota, que, a esas alturas, ya era de todos. El tío Beto llegó, luego de un aviso que dio la abuelita Vicky a la tía María, su mamá. Era un mar de lágrimas. Allí estaba su aplicadísimo alumno con el que tanta diversión había brindado, inerme y silencioso. De manera espontánea, tomo el cuerpo de Yuri y lo colocó en una carretilla vieja, toda cubierta de restos pertinaces de gotas de yeso y cemento. Comenzó a caminar y tras de él se formo un séquito de niños que lo seguían, junto con muchos adultos que acompañaban a sus hijos. Caminaron cerca de un kilómetro, hasta llegar a las afueras del pueblo, a los terrenos abiertos de lo que era conocido como el rancho “El Toro”. Lilí junto con Sergio recibían condolencias de los niños. Tío Beto, papá Nacho, mama

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escuchar los alegres ladridos de un perrito vestido de payaso, al que sólo puede ver en sueños.

Cuando mencionas a Yuri, ni si quiera el valiente cosmonauta ruso es recordado hoy en día, es más fácil que pienses en la cantante del “Osito Panda” (cuya fama por cierto ya también ha comenzado a diluirse), si embargo, luego de este relato, espero que algunos piensen en un gracioso Fox Terrier, que ejecutaba “el baile del perrito”, que por cierto no se trata tampoco de la plagiaria melodía que anima las pachangas y jolgorios. Paco Olvera

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La Sociedad de los poetas nonatos Maratón Alex Hernández

I Antes de la batalla en que se jugaba el destino de una pequeña ciudad que intentaba otra forma de vivir distinta de las demás, pues elude la tediosa figura del tirano. Antes pues de la batalla los atenienses buscaron la ayuda necesaria ante los temibles persas que ya habían desembarcado en las planicies de Maratón llenos de furia tras la violencia en Sardis ¿Quién mejor que los espartanos? Encomendaron a Fidípides la empresa De Maratón a Esparta distan 250 kilómetros 160 millas, las mismas que un puñado de locos corren cada año en las montañas de Tennessee;

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apenas si podemos imaginar la empresa.

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¿Por qué corriendo? ¿Por qué no a caballo? No menos de una jornada debió transcurrir Para cumplir con la tarea Sin dormir, sin apenas descansar. ¿Había postas? ¿Comió y bebió en el camino? Se piensan tantas cosas si uno corre Y cuando estás En el centro de tu propia historia se alucinan tantas cosas puede ser que veas un dios que te prometa protección a cambio de un templo que lo salve del olvido. Correr es soñar, es ser libre. Llegó Fidípides a Esparta Más había una fiesta, de tal naturaleza Que no podía posponerse Si les ayudamos, le dijeron, pero otro día con más calma. Regresó Fidípides al campo de batalla Un heraldo sin fortuna los atenienses estaban solos

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pero eran gratos a los dioses.

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II Llevas el don más precioso la palabra ni la cosecha de mares y tierras ni obsidiana ni plumajes. No sabemos de tus nombres se pierde tu rostro en veredas vacías. Unes el mar con las nubes de la selva de frutas la casa de los quetzales del jaguar que devora la noche al lugar del polvo y las espinas y después al bosque la casa del águila y el puma Y las torres en el lago. No conoces la palabra en el amate de príncipes y sacerdotes bajo el veneno del delirio dicta violencia asumida con gracia y aplaca la fantasía demente más nada de eso sabes. Traes la noticia de los otros reinos las rebeliones y conjuras

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las alianzas y las amenazas

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la cuenta de los tributos eres los ojos del Tlatoani. El mundo está cambiando tú palpas la inquietud te dicen de cerros de viento que aparecen en el mar te dicen que traen hombres que tornan en monstruos veloces te cuentan de bocas de trueno que arrojan guijarros de fuego. Corres buscando la palabra Como el conejo, como el venado corres Queda vacía la vereda y cuentas lo visto, lo oído; te escuchan con ojos de terror tu corazón mira al sol

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eres uno con el sol.

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III Y aquí estamos los muchos y los miles Frente al lago de basalto que nos une con la luna entre casas de hueso y sangre la música es metal y fruta exalta, contiene y estalla: un río rojo palpita entre las calles. Una plegaria que surge del movimiento, no del pensamiento Ollin. Rituales de familia que arropa al padeciente. Amazonas de nalgas fulgurantes defienden las banderas. Tambor de sacrificio, tambor de fiesta y gozo. La máscara y la transparencia, tumulto y soledad. El drama del que cae, la hazaña del que puede cuando lo sensato es no poder. Una hiedra de farsa se filtra entre nosotros la mentira de un trozo de metal

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que sólo vale si es ganado

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comerciado en la bicoca del engaño. Paso entre las torres y los bosques y las fachadas viejas y llego a la pendiente. Un nido de serpientes se aloja en mis piernas avispas anulan los silencios tengo una sed que muerde ni pensar, ni ver, ni oír quedar a solas con el mono que roe mis segundos. Pero al final se desvanece se abre una garganta como abismo túnel iridiscente estoy del otro lado. Cae una lluvia flaca sobre el tianguis.

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Mi ofrenda está entregada.

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