Revista Letrónica de Ventoquipa 19
Contenido EDITORIAL
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De pinta a Ventoquipa Sorpresas tegucigalpenses (Bernardo Marcellin)
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Una joya colonial y una sombra del pasado (Bernardo Marcellin)
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El mayor orgullo (Paco Olvera)
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La vista cotidiana (Alex Hernández)
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Plantas sagradas: tabaco y ayahuasca (Pedro Flores)
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Exilio de las costumbres (Paco Olvera)
HACIÉNDOLE AL CUENTO Cartas de verano (Alex Hernández)
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La Sociedad de los Poetas Nonatos Guía de lugares insólitos y secretos (Alex Hernández)
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En Carnuntum (Alex Hernández)
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AL VALLE DE LAS CALACAS Saliendo cuando nadie te ve (Paco Olvera)
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Contacto
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revistaletronicaventoquipa@yahoo.com.mx
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EDITORIAL cuando no tenemos, como El Exilio de las costumbres, en donde Paco añora lugares, sensaciones y objetos de memoria. Y hablando de añoranzas, Alex hace un maravilloso recuento de 85 entradas de La vista cotidiana, done lo usual se revela maravilloso, cuando la ligereza al juzgar podría interpretarlo como cursi, pero aderezado con la posibilidad de no contar con uno de los milagros “comunes” como la vista, esta celebración se vuelve necesaria. Cuando lo normal es trastocado por una mano invisible, las casualidades numéricas también se asoman, como las 85 entradas del recuento de Alex que finalizan el 19 de septiembre, uniendo por una casualidad numérica los eventos que literalmente sacudieron nuestra ciudad con un terremoto, del que Paco da cuenta en El Mayor Orgullo.
“Pues en mi ciudad hay una calle tan grande que entras un día y sales al día siguiente. Pos eso no es nada siñor, en mi siudá hay una calle que entras en “16 de Septiembre” y sales en “20 de Noviembre”. Este era uno de los chistes que contaban lo cómicos que salían en un programa de la “W” llamado “El Risámetro”. Utilizo esta inocente y simplona broma para ejemplificar como una simple caminata en el centro de la Ciudad de México podría convertirse en una gran aventura. Esta fue la idea generadora que propusimos al iniciar la escritura del número 19 de la Revista Letrónica de Ventoquipa: viajes fantásticos y misteriosos, muchos de ellos dentro de la misma ciudad. Así es como nuestras plumas (o nuestros teclados) nos ayududaron a plasmar todo tipo de viajes, aquellos que en forma de canto nos llevan a Europa en Carnuntum o en una Guía de Lugares insólitos y Secretos. Bernardo, empedernido viajero que tanto nos ha reseñado maravillosos sitios en Europa, se da el tiempo de relatarnos sorprendentes hallazgos en nuestra américa Latina, describiendo sus cuitas en Tegucigalpa y en Santo Domingo.
Viajes, viajeros, cuentos, narraciones, olvidos, recuerdos y todo aquello que nos recuerda que la vida es una jornada. Y en este intermitente, pero aún vivo recorrido de la RLV, nos proponemos escribir la siguiente parada, que será en Roma. La Roma de Cuarón, que tantas visiones e interpretaciones nos permite. Sabemos que llegó a los Globos de Oro triunfante y de los Oscares aún no tenemos noticia, pero seguro que no ha llegado profundo en la nostalgia y los recuerdos. Visiones de Roma será pues la próxima parada de este viaje, que comenzó en Ventoquipa y aún no termina . . .
Otra variedad de viaje es el que Alex nos comparte al recorrer una relación, en pensamientos, en el tiempo, en la línea de la imaginación, todo a través de unas Cartas de Verano. La diversidad también se da en los vehículos y medios, y la imaginación puede ser potenciada, como nos explica Pedro nos cuenta de la Ayahuasca y el Tabaco. La imaginación produce un viaje en cada evocación, como aquello que extrañamos
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Los Editores.
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De
PInta a
Ventoquipa
Sorpresas tegucigalpenses Bernardo Marcellin
El
de revivirlo, sin duda lo aceptaría. Como nota al pie de página, debo decir que en esa época los problemas de inseguridad no eran tan graves como lo son actualmente.
gozo de caminar a través de una ciudad
desconocida, armado únicamente con una cámara fotográfica y un mapa, es independiente de la urbe que uno esté recorriendo. Constituye una experiencia disfrutable en sí misma: descifrar el trazo urbano, conocer el nombre de las calles, descubrir los distintos barrios y las épocas en que fueron creados, ya sean homogéneos en su estilo arquitectónico o bien eclécticos debido a un crecimiento desordenado o a la reutilización de un mismo terreno en diferentes períodos de la historia de la urbe.
En términos generales, Tegucigalpa no me pareció una ciudad muy interesante. Sobre un cerro cercano al centro se hallaba un anuncio de letras blancas que podía ser leído desde todos los puntos de la urbe como una vaga evocación del famoso letrero de Hollywood, sólo que este decía: CocaCola. Para colmo, el museo arqueológico, que es uno de sus principales atractivos, y que fue diseñado por Pedro Ramírez Vázquez, se encontraba cerrado por remodelación. Todo ello no impidió que, desde la mañana, fuera capaz de gozar al caminar por sus calles. Pese a ser domingo, la gente salió de casa temprano, por lo que había mucha animación, en especial en la plaza Morazán, que es la principal de la ciudad. En ese lugar, además de la estatua ecuestre del prócer, me esperaba la primera sorpresa.
Es cierto que al hablar de turismo urbano es común pensar en ciudades con grandes atractivos y con reputación de hermosas. Pensamos en estos casos en lugares como Guanajuato, San Miguel de Allende o Querétaro, por citar tres ciudades mexicanas, o bien en Nueva York, París o Londres. Pero la belleza no es indispensable para disfrutar de un paseo –en especial cuando se cuenta con un solo día para conocer una ciudad-. Además, no existe una población que no cuente con agradables sorpresas. Esto es algo que descubrí hace tiempo al recorrer junto con un amigo Tegucigalpa, la capital de Honduras.
Tegucigalpa no se convirtió en la capital de Honduras sino en 1880, por lo que su centro histórico conserva cierto aire de provincia. No obstante, su catedral, dedicada a San Miguel Arcángel, está considerada como un muy buen ejemplo de arquitectura barroca. Más allá de las consideraciones artísticas y de estilo constructivo, es en su interior que resulta particularmente interesante debido a su extraordinaria RLV 19
Tegucigalpa no cuenta con fama de especialmente atractiva para los turistas. Sin embargo, recuerdo el 20 de enero de 1997 como un día particularmente intenso y, de tener la posibilidad
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luminosidad. Sus paredes blancas y los retablos laterales forman un espacio que lleva al visitante a concentrarse en el retablo dorado que se encuentra detrás del altar, brindando una impresión de que se uno se sumerge en un océano de luz.
no haber contado con más tiempo en Tegucigalpa para poder leer toda esa información con más calma o para realizar apuntes sobre los datos más importantes. Ignoro si el museo ha sido modificado o remodelado desde la época en que fui, pero tal y como lo conocí, considero que es uno de los museos más interesantes que he conocido en cualquier parte del mundo.
El otro encuentro inesperado en la ciudad lo constituyó el Museo de la República, ubicado en la antigua casa presidencial, donde se presenta la historia de Honduras desde la independencia hasta la época contemporánea, incluyendo la etapa de las Provincias Unidas del Centro de América. No se trata –o al menos no se trataba hace veinte añosde un museo con grandes innovaciones. La mayor parte de la información se encontraba de forma escrita, en largos textos, con reproducciones de grabados, de litografías o de fotografías como soporte de la información. No obstante, la forma en que se explicaban los acontecimientos era tan perfecta que, una vez que se empezaba a leer, resultaba imposible detenerse. Hay que señalar que a medio día el museo cierra sus puertas por ser la hora de comer. Cuando nos informaron que teníamos que salir, mi amigo y yo no tuvimos que consultarnos. De forma tácita decidimos que volveríamos tan pronto abrieran el museo por la tarde para proseguir con nuestra lectura interrumpida. Lo único que lamentamos al final fue
Antes de la caída de la noche seguimos recorriendo las calles del centro de Tegucigalpa, satisfechos por la experiencia de descubrimiento obtenido al caminar por los barrios de la ciudad. Como conclusión de la jornada, a la hora de la cena, tomé como postre uno de los mejores strudel de manzana que haya probado en mi vida.
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Disfrutar de una ciudad es una experiencia está más allá del número de estrellas que le puedan asignar las guías de turistas o las recomendaciones de las agencias. Tegucigalpa ofrece una catedral notable y un museo fascinante para los amantes de la historia, además de sus calles, independientemente de qué tan fotogénica pueda resultar en su aspecto general.
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Una joya colonial y una sombra del pasado Bernardo Marcellin
El
el mar Caribe, desde la avenida Máximo Gómez hasta alcanzar la zona colonial. Contrariamente a lo que hubiera esperado, en ese punto de la costa no hay playas, sólo unas rocas cuya base se remoja directamente en el oleaje.
Barrio Colonial de Santo Domingo, en la
República Dominicana, es una muestra de cómo conservar los monumentos históricos de una ciudad. Reconozco que cuando llegué allí, por cuestiones de trabajo (y enterado un jueves que volaba el fin de semana siguiente), tenía poca o ninguna información sobre sus sitios de interés y que, debido a mi ignorancia, lo que descubrí fue mucho más allá de mis expectativas. Nuevamente, el descubrir caminando una ciudad desconocida reveló muy agradables sorpresas.
Con locuacidad, mi guía me fue ponderando las maravillas arquitectónicas de la “Cuna de la Civilización en América”, como lo proclaman en las estaciones de radio: la primera catedral del
continente, el primer hospital, el primer convento, la primera universidad… No he verificado la veracidad de estas afirmaciones, pero es cierto que se trata del primer establecimiento permanente de RLV 19
El día de mi llegada, un domingo, tan pronto dejé mis maletas en el hotel, decidí salir para conocer el centro de la ciudad. Seguí el Malecón que bordea
Un guía, con una credencial que pretendía presentarlo como acreditado por el gobierno, me ofreció sus servicios y no me atreví a decirle que no. Aunque me cobró treinta dólares, creo que fue dinero bien invertido. Al recorrer las calles de la zona vieja de la ciudad, me encontré con una verdadera joya colonial, además de espacios muy limpios y placas explicativas frente a cada uno de los edificios con valor histórico. Más sorprende aún para quien venía de la Ciudad de México, no había vendedores ambulantes.
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los europeos en América. Además descubrí que, a diferencia de lo que ocurre en México, Cristóbal Colón es considerado como un gran héroe y su nombre aparece por todas partes. El llamado Alcázar de Colón es un museo histórico importante, eso sin contar con el Faro de Colón, que se encuentra fuera del Barrio Colonial y que proyecta durante las noches una cruz luminosa sobre las nubes. Además, la plaza principal no lleva el nombre de un prócer de la independencia, como Morazán en Tegucigalpa o Bolívar en Caracas, sino que se le conoce como el Parque Colón y hay en su centro una estatua del navegante. Para corroborar que en la República Dominicana no hay una aversión particular a la época colonial, otra de las plazas importantes del centro lleva el nombre de España.
recuerda que su edificación data de antes del surgimiento del estilo barroco. La calle de las Damas alberga varias de las construcciones coloniales mejor conservadas de la ciudad, en especial la Casa de Cortés, ahora sede de la embajada de Francia, que perteneció al conquistador de México (o al menos eso me dijeron). En algunas partes lo que se puede apreciar son las ruinas de antiguos edificios como las del convento de San Francisco y el hospital de San Nicolás de Bari. En cambio, el edificio que albergó durante varios siglos la universidad Santo Tomás de Aquino se conserva casi completo. Como un atractivo adicional se encuentran al menos dos museos del Ámbar, del que la isla es importante productora. Allí no sólo se encuentran ejemplos de joyería realizada a partir del ámbar, sino que también hay numerosas muestras de insectos fósiles atrapados hace millones de años en la resina. Además del ámbar se cuentan adornos realizados con una piedra exclusiva de la República Dominicana, de color azul celeste, llamada larimar, por el nombre de la hija de quien primero pensó en comercializarla. Pequeñas tiendas que venden objetos de ámbar o larimar se encuentran en muchas de las calles del Barrio.
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Volviendo al paseo pude descubrir no sólo construcciones que tuvieran un parecido con el estilo colonial que tenemos en México, sino que algunos muestran una clara influencia de la Edad Media, en especial la catedral. No se trata aquí de una edificación del tipo fortaleza, como es el caso del convento de Acolman, sino de una iglesia de estilo claramente gótico, aunque la nave no sea tan alta como la de las catedrales europeas. Esto nos
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Finalmente, vale la pena conocer la Fortaleza Ozama, bautizada así por el río que desemboca en ese punto en el mar y que conforma el antiguo puerto de Santo Domingo (nada que ver, pues, con Osama bin Laden). Se trata de una construcción militar que domina el cauce del río para impedir que una armada enemiga pudiera atacar el puerto. Pero también se le dio una utilización mucho más
siniestra en el siglo XX: fue utilizada como prisión por Rafael Leónidas Trujillo, el dictador que gobernó el país durante más de treinta años, para reprimir a sus oponentes. Aún ahora es posible ver los calabozos donde se arrojaba a los prisioneros, que debían permanecer todo el tiempo de pie ya que las celdas eran previamente inundadas y el agua les llegaba, literalmente, hasta el cuello.
Este es uno de los elementos más curiosos de la República Dominicana: la sombra de Trujillo, que parece no terminar de diluirse pese a que fue asesinado en 1961, antes de que naciera la mayoría de los dominicanos actuales. Su nombre no sólo puede verse en las coladeras, que ostentan todavía la leyenda de Ciudad Trujillo, sino que la gente termina hablando de él tarde o temprano. Una sombra extraña que se proyecta sobre una ciudad que, de otra forma, parece siempre llena de luz.
Trujillo. Además de la precisa descripción de la ciudad que hallé en sus páginas, descubrí que, sin saberlo, el paseo que yo realizaba a lo largo de la avenida Máximo Gómez, donde se hallaba mi hotel, desde la altura de la Nunciatura Apostólica y la casa del expresidente Joaquín Balaguer hacia el Malecón y luego a lo largo del mar, era el favorito del dictador, quien lo realizaba de forma casi cotidiana cincuenta años antes. Así que a mí también me estuvo siguiendo esa sombra del pasado de la que nadie parece poder escapar en Santo Domingo.
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Poco tiempo después de mis viajes a la República Dominicana leí la novela de Mario Vargas Llosa La Fiesta del Chivo, centrada en el asesinato de
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El mayor orgullo Paco Olvera
resto del grupo cerca de avenida del IMAN, aquí no se veía como poder ayudar en algo. Conchita nos cuenta como se activó su premonición: luego que nos dejó frente a las astas, vio en la lateral de Insurgentes a un grupo de voluntarios caminando, cargando sus marros y picos, seguro no había quién los moviera desde CU, para cuando llegaran a un sitio de ayuda sería muy tarde y estaría muy cansados. Regresó con nosotros y nos llevó con el resto del equipo. Cuando llegamos al punto de encuentro original, allí estaba Arturo y Sebastián. En lo que nos bajamos a saludar, llegó caminando Juan Pablo. Todos ellos estudiantes de ingeniería civil iban ataviados con sus cascos, chalecos y guantes de carnaza. Los ingenieros en electrónica y computación hubiésemos llevado, nuestras USB, multímetros o cuando más una computadora portátil. Adicionalmente llevaban unos cascos de ciclista, por si eran de utilidad.
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Salimos de madrugada. Nuestro destino era dirigirnos
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a las astas banderas de Ciudad Universitaria (CU), para unirnos a las brigadas o a algún centro de acopio. Anita recibió el mensaje de su amiga Paulina: qué si pasábamos por ella, pues era muy noche y a sus papás les preocupaba que, de acuerdo con su plan, ella se fuese caminando para alcanzar a otros amigos cerca de la avenida del IMAN. Recibimos su ubicación para utilizarla en Google maps y fuimos por ella. En cuanto la recogimos, nos dirigimos a CU, Conchita nos dejó allí. Había mucha gente, pero muchos ya no estaban siendo ocupados. Nadie daba información precisa, y no se veía que, cuando menos en ese momento, estuvieran enviando partidas a otros sitios. Repentinamente a la par de la telefonía celular, funciona la telepatía: llamada de Conchita, preguntando si regresaba por nosotros. Dijimos que si: sería mejor reunirnos con el
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unas personas con uniformes de socorristas nos dijeron que ya no se necesitaban voluntarios, que nos regresáramos a la calle principal, que de allí estaban despachando grupos a otros lados. Cuando regresamos a ese punto, más que despacharlos formalmente, les decían que fueran a otros lados, sin darles una dirección o una encomienda precisas. Conchita no se había ido: nuevamente la telepatía había actuado a nuestro favor. Subimos de nuevo a la camioneta y esta vez no nos detuvimos hasta llegar a Eugenia.
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Arturo propuso ir a una dirección en Avenida División del Norte. Le dimos la tarea a Google maps nuevamente, pero esta vez nos dejó en un sitio donde no se veía algún lugar donde podríamos ayudar. De hecho, pedimos llegar al 717, pero la numeración donde la aplicación indicó detenernos estaba cerca de los “dos miles”. La propuesta fue avanzar por División del Norte a un lugar donde pudiésemos ayudar. Todos estuvieron de acuerdo. Anita leyó que, más allá de la numeración, esto era cerca del cruce con Eugenia. Faltaban como dos kilómetros. Conchita continuó conduciendo. Llegamos a un punto donde dos oficiales de policía impedían el paso y cerraban la calle con una cinta roja. Me bajé a preguntar y tenía la esperanza de negociar que nos dejaran cruzar. No hubo necesidad de tal negociación, la emergencia actuó como expectorante del criterio de uno de los oficiales: pasen con cuidado y pegados al camellón, pues allí adelante hay un edificio dañado. Nos pidió un cigarrillo, pero nadie de nosotros fuma. Mala suerte para él. Avanzamos, pero el edificio mencionado no se veía realmente grave, por lo cual decidimos continuar. Seguimos hasta un cruce donde se veía mucha actividad.
Cuando llegamos al cruce era muy claro que allí había mucha actividad. Nos bajamos. Había también una cinta señalando el cierre de la calle. “Si no traen casco no pueden pasar”, nos dijo un oficial de Protección Civil que vigilaba el cruce. “Préstenme el casco de ciclista”, pidió Ana. ¡Cielos! Lo dejamos en la camioneta. Le marqué a Conchita. Aún estaba cerca, me indicó que regresaba. Subí a la cajuela de la camioneta. Tomé el casco y bajé orgulloso con él. Se lo entrego a Anita y me dice “y el otro casco”. ¡Que burro! Se veía como Conchita iba avanzando hacia una luz roja a unas 2 cuadras adelante. Anita sale a la carrera. Con dificultades logro marcarle: le digo que espere, que había otro casco de ciclista en la cajuela y lo necesitábamos. Conchita se detiene y retrocede media cuadra en reversa. La alcanza Anita primero y luego yo. Tomamos el casco y nos despedimos por cuarta vez en esa madrugada. Ahora si había cascos para todos, o casi todos.
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Bajamos a ver si allí nos quedábamos. Al fondo se veía un lugar muy iluminado, que se veía con claridad era un derrumbe. Arturo y yo caminamos unos 20 metros y allí
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observando como las muchachas avanzaban por la calle obscura. Uno de ellos debió ver un dejo de indefensión y de tristeza en mi rostro, y sin que yo dijese nada, levantó la cinta con la mano y me dijo: “pasé con cuidado, y cuando llegue al punto de entrada al sitio de la ayuda, péguese a su izquierda, allí hay voluntarios esperando por algún casco de los turnos que salen para pasar a ayudar”. Les agradecí con una amplia sonrisa y apreté el paso para integrarme con mi equipo. Estaba obscuro, había varios vehículos estacionados: pipas, camiones de bomberos y otros que no se distinguían bien. Entre ellos varios transportes de tropas, con soldados a quienes se veía dormidos o tratando de dormir sentados en las largas bancas que traen en la parte destinada a la carga.
TRES
Anita y Paulina tomaron los cascos y se los pusieron. Avanzamos por la banqueta rodeando víveres apilados en plena banqueta. Nadie los cuidaba en realidad, pero no parecía necesario. Una persona estaba a cargo de clasificar cosas y se acercaba gente en motocicletas a dejar o pedir cosas para llevarlas a otro sitio. Llegamos de nuevo al puesto de control. Ellas pasaron con sus cascos de ciclista puestos. Yo me quedé en el retén constituido por la cinta roja (que no recuerdo que tenía escrito). Se me acercó uno de los responsables de controlar el paso: “si no tiene casco, no puede pasar, es por su seguridad”. Asentí con la cabeza, les dije que entendía y me quedé de pie con resignación
una serie de personas del Departamento de Limpias sentados en cubetas blancas, de esas utilizadas para contener 20 litros. Algunos dormitaban, otros discutían con resignación que más que doble turno, sería triple. El frente de la boca calle era tapado por un camión de carga, que al lado tenía una pala mecánica. Con cintas se formaba un cerco donde se veían algunos voluntarios formados. Al final de la fila, pude ver a Ana
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La calle estaba más bien obscura, sólo se distinguían los perfiles de gente caminando y algunos sentados en la banqueta por algunas luces lejanas que hacían contraste. Había otras cintas actuando como punto de control. Las chicas cruzaron por debajo de ellas con agilidad. Yo me acerqué y expliqué a los encargados de ese control que me integraría con el grupo que estaba en espera de turno y señalé a la izquierda, donde se veía
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y Paulina que ya estaban con sus compañeros. Seguí caminando entre los miembros del departamento de limpias. Me percaté que había una rampa que descendía a un estacionamiento y que se trataba de una tienda Soriana. Iba a buscar sentarme para esperar, pero las barditas que rodeaban al centro comercial estaban llenas en todo el contorno con gente sentada, dormida o dormitando. Vi salir a Anita y sus compañeros y caminaban por la calle, avanzando al lado contrario al que llegamos. Me explicaron que los
iban a integrar a una brigada que requería ingenieros civiles para verificar estructuras. Me quedé esperando, y no sabía si sería mejor irme, o esperar y tratar de ayudar. En ese momento me percaté que los voluntarios que en efecto estaban esperando estaban dispuestos en dos filas sentados en cubetas, justo al lado de la pala mecánica y el camión y no en torno al centro comercial. Definitivamente no estaba en el lugar correcto para ayudar.
CUATRO
final de la calle había un puesto de ayuda médica, que tal vez allí me podrían ayudar. Fui hasta el punto por donde se habían ido Anita y sus amigos, y le dije a un policía su podía ir por un cubrebocas. Me dijo que si. En el puesto de socorro, me dieron un cubrebocas, pero no tenían cascos, y los guantes disponibles eran de plástico, no de carnaza. Regresé al área donde estaban los voluntarios formados para el turno de relevo, y de repente vi que Ana regresaba con sus amigos, al parecer no era clara la forma en que debían ir a la inspección y decidieron regresar al grupo en el que ya estaban. Arturo ya no venía con ellos, se había ido a integrar con una brigada de sus compañeros de la oficina. Les dejó su casco, lo cual liberó uno de los cascos de ciclista y entonces esto mejoraba mis
Seguía
de pie viendo como algunos voluntarios
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llenaban la “garra” de la pala mecánica con cascajo que era transportado en carretillas y cubetas. Me acerqué a dos jóvenes que estaban hasta la parte frontal de los voluntarios que esperaban turno. Un señor gordito de casco rojo les pedía tener paciencia, que ya pronto podrían pasar a ayudar. Les pregunté si tenían mucho tiempo esperando. Me dijeron que venían desde Satélite y desde Acatlán, y que a este punto habían arribado hacía como una hora. Me comentaban que ellos ya habían estado ayudando en otro sitio. Les pregunté si sabían dónde podía conseguir un cubrebocas, una cubeta o un casco. Me dijeron que al
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implementos para ayudar. Anita y los muchachos cruzaron con naturalidad la cinta que separaba a los que estaban esperando turno para acercarse al lado de donde estaba la pala mecánica. Le pregunté si no los iban a regresar al final de los que esperaban, y me dijo con naturalidad: “no, nuestro jefe de brigada que nos
había enviado para allá nos hizo la señal que nos re integráramos al grupo que está a punto de pasar”. Le ofrecí un cubrebocas, pero sólo entonces me percaté que ya usaba una de esas mascarillas que usan los carpinteros.
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ese punto, pues la mayoría de los voluntarios usaban unos cascos que yo denomino “de ingeniero”, pero cuando llegó mi turno, me tocaron el hombro indicándome que avanzara. Caminamos unos 10 metros, al fondo un gran faro iluminaba un enorme cerro de piedras, cascajo y varillas, rodeado de una nube de polvo, a través de la cual se veían figuras caminando, distinguibles con claridad por sus chalecos naranja fosforescente. Al frente una enorme grúa movía su largo brazo, como si fuese el larguísimo cuello de algún dinosaurio, moviéndose con lentitud, pero con firmeza.
Seguí a Ana y a sus amigos. El mismo señor gordito que había pedido paciencia a los muchachos en la fila de los que esperaban turno les dijo: “¡vamos muchachos, les toca su turno, vamos, vamos!”. Pese a la situación se veía sonriente, y los iba contando mientras los tocaba en el hombro que le quedaba más próximo. Yo estaba cerca, en principio sólo me había acercado a avisar a Ana que la esperaría fuera de la zona acordonada frente al “Soriana”. Tengo por costumbre no “colarme” en la fila, pero esta vez mi instinto me dijo que hacer este pequeño mal, me permitiría hacer un bien mayor. Me incorporé a la formación: “¡los que tengan casco, por aquí!”. Yo traía puesto el casco de ciclista recién heredado, y entonces me puse en la fila de los “de casco”. También pedían guantes, yo sólo tenía unos guantes plásticos que me dieron en el puesto de socorro. “¡Avancen, avancen!” era la voz, y yo comencé a seguir a Juan Pablo. Una persona verificaba que llevásemos casco. Pensé que tal vez me regresarían en
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Esta era una imagen dramática, fuera de lo habitual, que, aunque nos quedaba lejos, nos generaba una sensación de irrealidad. Era increíble que toda esta destrucción parecía surgir de la nada, invisible desde el cruce de las grandes calles de Eugenia y División del Norte. Miré el letrero que señalaba la calle: Edimburgo. En una caricatura de mi infancia, en el doblaje escuché un diálogo que decía: “el hogar de un hombre es su castillo”. No pude evitar pensar en ello cuando vi que el
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nombre que la calle era Edimburgo, pues muchas familias perdieron su vida y su castillo. En mi cabeza resonaba como algo surrealista: se cayó un castillo en Edimburgo.
donde estábamos. Pasaban individuos con walkietalkies, o simplemente dando voces con instrucciones. De repente un puño al aire, de hecho, casi todos levantamos ambos puños. Silencio casi absoluto. Entonces se escuchó una voz: “¡Va, va, va!”. Cuando comenzaron a moverse los botes, se veía un movimiento rítmico y constante, como si estuviéramos haciendo “la ola” en un evento deportivo. Te pasaban el primer bote, ¡cielos! Estaba muy pesado. Tenías que imprimir mucha fuerza en el brazo que usabas para recibirlo, y sujetarlo con una mezcla y cuidado con el brazo que quedaba libre, para no lastimarte con el contenido y pasarlo de forma correcta al siguiente eslabón de la cadena. Entonces caigo en cuenta que mi hija no es muy alta, y pienso: si a mí me cuesta trabajo, como le está haciendo Ana. Volteo y la veo. Con agilidad abraza cada bote, distribuyendo su peso en ambos brazos, girando con agilidad. Fuerza e inteligencia, esa es la respuesta. No cargamos los botes con los brazos, los cargamos con el corazón. En una suma de fuerzas impecable: el impulso del deber compensa al producto de la masa por la atracción de gravedad. La cadena se detiene. Se vuelven a levantar los puños clamando silencio. No hay explicación del porqué, pero tampoco hay a quién preguntar, estamos allí para ejecutar. Hacia el frente están mis compañeros de brigada. Hacia atrás, otros a quienes no conocía. Sólo intercambiábamos miradas. Nuestro rostro estaba cubierto con cubrebocas de todo tipo: de colores y materiales diversos, para quirófanos, para labores de concina o industriales. Desde el frente (literalmente hablando) regresan individuos con una mirada fría, como de quién lo ha dado todo, pero sabe que no es suficiente, sin embargo, es importante que también sepan que la suma de esos esfuerzos constituye una hazaña formidable, fuera del alcance de un solo hombre, de tal escala que, durante la historia, han sido atribuidas a los míticos Titanes.
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Se detuvo el avance de la fila india. Frente a nosotros avanzó otra fila, de tal forma que quedamos unos frente a los otros. Ellos no llevaban casco, pero si reconocí que varios de ellos estaban formados en el área de espera al lado de la pala mecánica. Una de ellas era una señora gordita y chaparrita con el pelo suelto y sin peinar, usaba una bata blanca, tal vez del IMSS o del ISSSTE. Hubo algunos minutos en que no pasaba nada. Pudimos atestiguar como la gran grúa maniobraba moviendo una enorme pieza de concreto, que a la distancia parecía parte de una retícula gigante. Se podía ver el movimiento de otros voluntarios con marros y el eco de los golpes que asestaban podía escucharse hasta
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¡Pasen los botes para adelante!”. Se reanuda el flujo de cubetas llenas hacia el camión y la pala mecánica y de cubetas vacías hacia la zona del derrumbe. La estrategia funciona con precisión. Vuelvo a ver a la señora gordita de la bata blanca, lejos de cambiarse a la fila de menor esfuerzo físico, acelera el paso de cubos llenos, con una mucha energía. En una labor que se hace con una tenacidad, una ceguera y un empeño digno de las hormigas, pues parece que no hay forma de remover la extraordinaria cantidad de piedras, varillas y concreto, pero la repetición insípida e incesante, rompe un muro, el muro en cascajo, llena cubetas, las mueve de brazo en brazo, las deposita en la pala mecánica, llena el camión, y cuando sale un camión lleno, allí se encuentra el siguiente. Las cubetas van llenas de escombros, trozos de vidrio, varillas y marcos de aluminio. Pero también se pudo ver otros objetos que en forma trágica la vida que llevaron quienes fueron sus dueños, o los utilizaban. La mirilla de una puerta, una pantufla, un zapato de vestir, un videocasete rotulado cuidadosamente “Stargate”, que debió estar tercamente guardado sin ser visto en años, que ya no se verá jamás, que tal vez había sido regrabado decenas de veces. También se veían pequeños casetes de 8 mm, tal vez con películas familiares, trozos de tela, todo en una gran revoltura. En ese momento caemos en cuenta que estamos
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Detrás de nosotros y detrás de la cadena “gemela” en la acera contraria, comienzan a avanzar dos filas de empleados del departamento de limpias. Se les ve extenuados y resignados. “¡Sepárense, sepárense!
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La actividad se reanuda durante unas cuantas cubetas, la única unidad de tiempo y trabajo que tiene sentido en esas circunstancias, y luego se detiene nuevamente. De nuestra izquierda nos pasan unas cubetas vacías para llevarlas de nuevo al frente. Pero el flujo de cubetas vacías chocó con una nueva ola de cubetas llenas. Las cubetas vacías se estrellaban con el suelo, rebotando y distrayendo la atención de la cadena humana. Por el centro pasaron algunos de los supervisores: “no se distraigan, nosotros nos las llevamos”. Cubetas de todo tipo, de pintura, de impermeabilizante, para trapear, de crema. Sus colores eran diversos, la mayoría eran blancas, pero había, anaranjadas, amarillas, algunas verdes y hasta negras. Esta gran colección de objetos que muchas veces mantenidos en un rincón o directamente arrojadas a la basura, nos daban una lección, recobrando su utilidad sin cobrarnos el desprecio con las que las habíamos desechado.
pueden ser destruidos, de nosotros depende mantener la historia y las remembranzas, haciéndolas pasar a nuestros hijos, a nuestros amigos. Descubrimos la sensación que Roger Waters descubrió en el muro de autos, teles y objetos que lo aislaban de los demás en su obra “The Wall”. Los muros han caídos, y de la misma forma que Waters lo plastifica, ahora nos re encontramos, moviendo los escombros y de nuevo estamos reunidos, en el dolor, pero con el deber de vivir para honrar a los que no lo pueden hacer ya más.
Como una línea de coro, se veía una sucesión de pares de los zapatos muy diversos, como tenis raídos por el uso, botas militares, elegantes zapatos de campamento y humildes zapatos “del diario”, con un común denominador: todos sus dueños son voluntarios, todos están allí para ayudar. Soldados, Boy scouts, ciclistas, motociclistas, jóvenes estudiantes y profesionistas, empleados del departamento de limpias, conductores de camiones de personal. Todos con atavíos que en algunos casos dejan ver su profesión en forma de uniformes con camuflaje, camisas con el escudo de su empresa bordado en el pecho, o bien overoles, pero en
otros casos, usaban atuendos que parecen extraídos de una distopia futurista: espinilleras, cascos de ciclismo o alpinismo, pashminas a guisa de cubrebocas, lentes obscuros y gogles para salvar a los ojos del polvo. Por momentos parecían como los jóvenes que enfrentan a la autoridad en una protesta, pero en este caso encausando su energía para lograr el bien, para los damnificados y para su propio espíritu. Sin distinción de clases sociales, de género, de edad o de credos, tal como reza el verso de la canción de “La Fiesta” de Serrat.
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llevando a cabo una labor de minería, para sacar de un montón de escombros algo de infinito valor que es una vida. Nos permite meditar que todos estos escombros son cosas tienen asignada una importancia apócrifa determinada por su precio comercial, que son tan sólo de una valía temporal, falsa y tramposamente asignada por criterios ajenos, que nos impiden ver realmente lo que uno más quiere: vida, familia, amigos y la posibilidad de compartir. Que lo valioso son los recuerdos que impregnan a los objetos, que estos pueden ser salvaguardados, pues, aunque los objetos
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testimonio de egoísmo para ganar notoriedad. En efecto nos dieron un regalo, nos permitieron ser útiles y con agradecimiento debemos permitir que otros reciban este obsequio, permitiendo con modestia y discreción que otros tomen nuestro lugar. Lo importante es la cadena, y la cadena vale porque cada eslabón es útil, aunque no sea visible, aunque no tenga fama.
OCHO
Cuando la fuerza de los brazos ya no empata con la emoción y el deseo que arde en los corazones, puede manifestarse como frustración, pero miras a la fila de otros voluntarios listos para ayudar, y entonces sabes que cuando tu cuerpo ya no da, hay otros voluntarios que sentirán que les hiciste un favor cuando les cediste tu lugar, para que se raspen las manos con las cubetas, para que les duelan los bíceps por el peso que están moviendo, y sobre todo, para que liberen las presión que se siente en el pecho cuando al fin te sientes útil. No hay héroes, hay actos heroicos llevados a cabo por la comunidad, por un colectivo de ciudadanos que tienen una fuerza irrefrenable: la decencia, el civismo, que saben que se debe hacer “lo que Dios manda”, como nos enseñaban las abuelitas.
“¡Atrás!” Resonaba el grito, y las líneas de cubeteros retrocedíamos para dar paso a grupos de soldados y voluntarios que, jalando una cuerda como lo harían una cuadrilla de perros siberianos con un trineo, retirando trozos de loza con varillas, castillos o piedras muy grandes. También pasaban las mencionadas carretillas, algunas nuevas y silenciosas, otras ruidosas con ruedas metálicas y algunas que al parecer ya no funcionan que en forma bizarra eran cargadas por dos soldados en lugar de rodar. Por momentos parecían parte de una competencia por llegar rápido cargando escombros. Se escuchaban las voces: no corras, no tan rápido, con calma.
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Es un anonimato satisfactorio, que debe prevalecer sobre la tentación del protagonismo, que no debe empañar y confundir la necesidad de documentar la historia con la vana satisfacción de sentirse creador de la misma, tomándose una “selfie” o algún otro
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retirando los escombros en forma directa del edificio. Pero por su puesto, las risitas y los gritos rezaban: “¡Compartan el pomo! ¡Se los va a llevar el jefe! ¡Dónde es la fiesta!”. Otra situación que provocó risas fue cuando uno de los supervisores, buscando acelerar el abasto de cubetas vacías gritó: “¡Ustedes, los de las cubetas!”, a lo que alguien de la línea que movíamos cascajo respondió “¡Que necesita”, “¡Tú no, los de las cubetas!, ¡Y estas que son!”, unos instantes de silencio, y luego todos irrumpimos en risa, sin que el movimiento de cubetas se suspendiera. En uno de los descansos una imagen singular, todos los que formábamos la línea teníamos nuestra cubeta a los pies, excepto por una chica que sostenía una puerta de refrigerador: este objeto con tantos otros nos daban testimonio de la violencia desatada en el interior de los edificios dañados.
NUEVE
Pasan
los encargados de las brigadas. Reparten
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sándwiches, agua y refrescos. Nos ofrecen por igual a todos. Nosotros agradecimos y no aceptamos, tomamos de las botellas que llevábamos, y en un acuerdo tácito, cedimos la comida para nuestros compañeros del departamento de limpias, que, con sus casi tres turnos sin parar, agradecían las viandas y recuperaban energía y porque no decirlo, hasta un poco de humor. Aún en esta tensa situación, se hacían bromas, que no resultarían graciosas fuera del contexto. Por ejemplo, anti vinientes resultaban algunas cubetas llenas con botellas, llenas de polvo, distinguí unas de ron y algunas otras de sidra. Tal vez no bebidas durante años, pero que debían ser retiradas para que no se lastimaran las personas que estaban
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Nos quitamos el tapabocas y lo dejamos colgando de nuestro cuello. Las pilas de víveres y agua embotellada seguían en la banqueta. Al llegar a la esquina, había unas señoras distribuyendo comida. Como si fueran unas tías universales, alimentando a un ejército de sobrinos anónimos y antes no conocidos. “¡Ándale mijito, come, ya has de estar cansado!”. No sé si en ese momento nos dimos cuenta de que teníamos ya más de horas de andar en pie, o era la necesidad de agradecer el gesto aceptando la invitación con gracia. Una de las tías me extendió un sándwich que saco de la bolsa de pan envuelto en su servilleta que con trabajos lo cubría. “¡Un juguito, una coca!”. Lo desenvolví de un extremo y le di un mordisco. No hay comida más rica que la que uno se ha ganado. Sabía muy bueno, tan sólo jamón, mayonesa y sus pequeñas rajitas de jalapeño.
El plan era ir a casa y reagruparse en la casa. Ante la interrogante de como transportarnos, intentamos con candidez pedir un Uber. Anita lo hizo en su teléfono. Luego de unos segundos, tuvimos suerte, le dijo que llegaría en unos minutos. Se comenzaron a escuchar muchas sirenas. Era una caravana de autos marcados con la Cruz Roja. Eran de Chapala, Guadalajara, y de otras partes de Jalisco. Seguro habían manejado toda la noche y llegaron y ya estaban ayudando. No se puede
evitar sentir emoción. Como dice el refrán: en las buenas y en las malas. Tras de la caravana, llegó nuestro Uber. Éramos cinco, y le preguntamos si nos podría llevar. Dijo que sí de inmediato. Nos tomó fotos en nuestro de voluntarios, nos dijo que tenían que documentar para los viajes gratis, aunque en realidad nos lo cobraron, parece que sólo aplicaba si llevabas cosas a un centro de acopio.
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En los recesos consultábamos los teléfonos celulares. Algunos tomábamos alguna foto con discreción, o enviábamos algún mensaje. El riesgo es que se reanudara la actividad y te tomaran “tragando baba”. No estábamos cansados en realidad. Algunos miembros de la línea se retiraban y eran sustituidos por otros que llegaban desde la entrada de la calle. Anita comentó que se estaba organizando una brigada de La Salle y que le gustaría continuar con ellos. Nos vimos entre nosotros y aprovechamos para retirarnos. Nos despedíamos asintiendo con la cabeza, con un toque discreto en el brazo o una “sonrisa con los ojos”. Íbamos polvosos y satisfechos, y ahora los voluntarios de refresco eran lo que nos veían con un cierto respeto cariñoso y agradecimiento de tener su turno de ayudar. Recorrimos la calle de Eugenia hacia División del Norte.
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actos en momentos de dificultad, no poses en momentos de presunción. El mayor orgullo, como ustedes saben, es ser parte de ustedes y estar aquí para platicarlo.
EPÍLOGO
El mayor orgullo es el que te obsequian los demás,
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cuando hacen un trabajo sin esperar recompensa, ni fama. Es ver como el ser mexicano se define por tus
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moviendo cubetas y las rejas del edificio aún en pie, las mismas que nos tocó ver pasar como una red informe de fierros retorcidos.
EPÍLOGO 2
Luego de estar allí, no pude evitar ver las imágenes de
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Google previas al desastre: el lugar donde estuvimos
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La vista cotidiana Alex Hernández
26 de junio. Hoy me lo diagnosticaron. 27 de junio. Hoy descubrí la belleza de los rostros de las personas llamadas “feas”. 28 de junio. Las imágenes de la ciudad bajo la lluvia intensísima. 29 de junio. Una flor morada en un arbusto de la colonia Anzures. 30 de junio. Hoy caminé por la Condesa. La arboleda de la calle de Mazatlán. 1° de julio. El naranjo que crece en mi jardín. 2 de julio. Unas flores que vimos en el vivero de San Miguel. 3 de julio. Las piernas de una muchacha de vestido verde subiendo a un taxi. 4 de julio. Una casita en la esquina de Shakespeare. 5 de julio. Mientras corro en el bosque de Chapultepec, las flores anaranjadas despertando al sol. 6 de julio. En Mariano Escobedo pasa un muchacho con rastas montado en bicicleta y me saluda. 7 de julio. Otra flor, o más bien muchas, un guayacán enorme. 8 de julio. La cara y las manos de Silvita. 9 de julio. El parque de rectoría y la biblioteca de la UNAM. 10 de julio. Bajo la lluvia, la ciudad desde mi ventana se ve como tras de un espejo esmerilado. 11 de julio. Las imágenes del tránsito caótico de la avenida Thiers. 12 de julio. Las señoras yucatecas con sus trajes subiendo al castillo de Chapultepec. 13 de julio. Los colores de la comida oaxaqueña cuando comí con Juan y Elo. 14 de julio. El azul intenso en los segundos que entré en la alberca. 15 de julio. La niebla en la carretera en las planicies después de Huichapan. 16 de julio. Un día tan maravilloso que es difícil decidir. Si acaso, las nubes sobre la presa de Allende. 17 de julio. El cielo estrellado por la madrugada, justo antes de tomar la carretera.
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18 de julio. En un jardincito, un grupo extendido de plantas de lavanda.
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19 de julio. Una casa de fines del siglo XIX, en orgullosa decadencia. AL frente, una jacaranda. 20 de julio. El vórtex que crean las nubes alrededor del sol, mientras nado de dorso. 21 de julio. El circuito de corredores de la calle Gandhi, iluminado de colores por la noche. 22 de julio. La librería “La torre de Lulio” y el libro de Granada que conseguí. 23 de julio. La niebla elevándose sobre el bosque de Chapultepec por la mañana, mientras corrían cientos de mujeres con playera morada y tutú blanco. 24 de julio. Los trabajadores del camión de basura seleccionando botellas. 25 de julio. Las ilustraciones del libro “Lost in translation” que le enviamos a Ale en su cumpleaños. 26 de julio. La postal que Silvita le mandó de regalo a Ale. 27 de julio. Las vistas de la ciudad desde el piso 22 de la Torre Diana. 28 de julio. En el parque España, el azul eléctrico del amanecer asomando entre los árboles. 29 de julio. El laberíntico tallo de la enredadera de flores como trompetas color rosa mexicano. 30 de julio. Las formas de las suculentas del Charco del Ingenio. 31 de julio. Las bandadas de pájaros cruzando la carretera por la mañana. 1° de agosto. La máquina que se levanta para hacer los hoyos de una cimentación. 2 de agosto. Los cómics de “Las ciudades oscuras” de Shuibert. 3 de agosto. La austera línea deportiva de mi auto. 4 de agosto. El río Papaloapan visto desde el puente. 5 de agosto. El árbol a la orilla del riachuelo en Monte Flor y las personas bañándose y bailando. 6 de agosto. El puesto de tamales en la terminal de Ixtepec; las barrancas de las cumbres de Maltrata. 7 de agosto. La avenida Reforma al cruzar Sevilla: la gente, los autos, las luces. 8 de agosto. Sobre Mazatlán, de un árbol cuelga un bebedero de aves y dos gorriones se alimentan. 9 de agosto. Las raíces tumultuosas y laberínticas de los árboles añosos sobre Nebraska e Indianápolis. 10 de agosto. Un cocker spaniel con cara de ensimismamiento y serenidad. 11 de agosto. Un viejo edificio de la calle de insurgentes, con frisos de árboles frutales. 12 de agosto. Unos músicos tocando la marimba, como despidiendo a Don Héctor.
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13 de agosto. La plaza de Santo Domingo desierta al amanecer. En el atrio, el solitario párroco todo de blanco.
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14 de agosto. La lluvia con granizo mientras camino bajo mi paraguas. 15 de agosto. Los niños Sergito y Noemi jugando en la sala de la casa. 16 de agosto. Las luces de un restaurante, el Hip Brasserie, antes del amanecer. 17 de agosto. La estructura del edificio en construcción sobre avenida Patriotismo. 18 de agosto. Una diminuta florecilla, con forma de esfera estriada. 19 de agosto. El cielo despejado y brillante sobre San Miguel. 20 de agosto. El globo aerostático sobre nuestras cabezas mientras estamos en el patio. 21 de agosto. La vía láctea en la madrugada y el eclipse a medio día. 22 de agosto. El horizonte desde mi oficina: castillo de Chapultepec, edificios de Reforma. 23 de agosto. Un gato negro que me observa asustado mientras camino por Minería. 24 de agosto. Las imágenes de las bañistas bajo el agua, sobre el agua, la velocidad. 25 de agosto. La calma del parque México por la mañana. 26 de agosto. La gente llena de ilusión recogiendo sus paquetes. Las y los fortachones. 27 de agosto. El recorrido del maratón de la Ciudad de México. 28 de agosto. Un ramito de gardenias y la ciudad despertando bajo la lluvia. 29 de agosto. Junto a una banca del metro Chapultepec, las primeras flores silvestres que anuncia el fin del verano. 30 de agosto. Un gorrión imperturbable bajo la lluvia matutina. 31 de agosto. El tránsito de autos con sus miles de luces bajo la lluvia nocturna. 1° de septiembre. Un reloj en la fachada de un vetusto juzgado, descompuesto hace tiempo. 2 de septiembre. Los rostros de Ale, Cami y Majo cuando hablamos por televideófono. 3 de septiembre. Los puestos llenos de banderas de México. 4 de septiembre. Las personas haciendo ejercicio en el gimnasio del deportivo. 5 de septiembre. Las personas saliendo del metro, apurándose a su trabajo. 6 de septiembre. Una jardinera llena de pétalos de rosas, afuera de una florería. 7 de septiembre. Las imágenes de la Alhambra que aparecen en la serie “Isabel”
9 de septiembre. La pintura de la Minotauromaquia de Picasso en Bellas Artes.
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8 de septiembre. La gente en pijamas, en la madrugada, asustada después del temblor.
10 de septiembre. Los colores del mercado: frutas, ropa, discos y libros, gente. 11 de septiembre. Las calles ya desiertas en la noche larga. 12 de septiembre. Mi rostro en el espejo. Mis ojos, mis ojeras, mis bogotes. 13 de septiembre. El gran vitral de la iglesia de Polanco. 14 de septiembre. El gran puesto de periódicos de la Condesa: libros, revistas, dulces, colecciones de autos a escala… 15 de septiembre. El atardecer en la carretera y los últimos fuegos artificiales sobre San Miguel. 16 de septiembre. Todos los pequeños floreros y arreglos de nuestro comedor. 17 de septiembre. El gran mezquite del terreno junto a la casa. 18 de septiembre. Los recuerdos de viajes puestos sobre el refrigerador.
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19 de septiembre. Rostros de miedo. Ríos metálicos. La plaza destruida.
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Mi experiencia con las plantas sagradas: ayahuasca y tabaco Pedro Flores
Ábrete corazón, ábrete sentimiento
pensamiento, no ver noticieros, no alimentar la mente con sucesos violentos y tres días de abstinencia sexual.
ábrete entendimiento,
Como parte de la preparación se nos había pedido que trabajáramos para llegar con una intención, un propósito para asistir a la ceremonia, y esto puede ser un asunto pendiente, una relación con problemas, una pérdida, un miedo, un trauma, una enfermedad.
deja a un lado la razón. Y deja brillar el sol escondido en tu interior.
“Porque la Ayahuasca es, ante todo, medicina”, nos explicaba Nico en la plática previa a la toma. Entre la comunidad ayahuasquera se le dan múltiples nombres al cocimiento vegetal: ayahuasca, medicina, daime, yagé, abuelita y muchos otros nombres afectuosos. Todos la veneran como algo sagrado, amoroso, de gran respeto.
Alonso del Río
“Habrá un momento en el que te preguntes desde lo más profundo: ¿qué clase de droga me metí? Y lo más curioso es que por más alucinado que te sientas ten la seguridad de que no es una droga lo que tomaste. Ten confianza en la medicina y déjate llevar”.
Decía que el primer carácter de la medicina ayahuasca es el de algo sagrado, ayuda a reconectar con lo divino que hay en uno. Es un reencuentro con la Tierra.
Así nos decía Nico, el ayahuasquero que nos estaba dando la plática introductoria a los principantes en la ceremonia de toma de Ayahuasca.
En la explicación entendimos que sobre el efecto medicinal debemos entender una corresponsabilidad de trabajar con la planta. No es como la medicina alópata, en la que tomas el medicamento y éste trabaja por sí solo. En el caso de la Ayahuasca te debes responsabilizar por escuchar lo que te diga la planta y atender sus consejos.
Era mi primera experiencia con esta planta sagrada y por recomendación de quien me invitó a participar, no había hecho ninguna investigación previa sobre esta bebida. Sólo había escuchado que era una experiencia transformadora, maravillosa, que me abriría la consciencia. La otra recomendación era haber llegado limpio, sometido a una dieta de preparación, que entre otras cosas es por lo menos dos semanas previas a la ceremonia la abstinencia de carne, nada de alcohol, no consumir substancias que nublen la claridad de
Cuando tomas Ayahuasca pasas por tres periodos. El primero es el de la purga. Durante ese tiempo, que puede durar hasta una hora, la medicina entra en el
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La Ayahuasca tiene un efecto purgante, de limpieza. En algunas comunidades de la selva los maestritos ayahuasqueros la dan en grandes cantidades para que provoquen vómito y purga para limpiar. El efecto alucinógeno es secundario para ellos.
cuerpo y es probable que te provoque vómito. No es una regla que debas vomitar, pero a veces ese vómito es más de carácter psicológico que parte del proceso digestivo. En mis diez experiencias que tengo en ceremonias de ayahuasca, he vomitado dos veces y en ambas ocasiones, la purga me ha ayudado a ascender a planos elevados de meditación.
y en un extremo del círculo se dispone una especia de altar, donde Nico, nuestro guía, dirigirá la ceremonia. He sabido de ceremonias masivas, conducidas por chamanes que vienen de la selva amazónica colombiana, en las que participan unas ciento cincuenta personas. Estos chamanes, o taitas, dirigen la ceremonia con cantos y deciden los momentos de las tomas. Sus ayudantes se encargan de pasar con cada participante a darle su porción de medicina, mientras un grupo de músicos acompaña la ceremonia con cantos de medicina.
El brebaje se obtiene al mezclar dos o más sustancias farmacológicamente activas: la liana de la Ayahuasca (Banisteriopsis caapi) y la Chacruna (Psychotria viridis), que son machacadas y cocidas en agua hirviendo por 16 horas o más. La sinergia entre ambos elementos activa la diemetriltriptamina (DMT) en el cerebro. La DMT no tiene actividad cuando se administra oralmente a menos que esté acompañada de un inhibidor de la MAO (monoaminooxidasa), como sucede en el caso de la ayahuasca.
Después de la plática introductoria, hay un descanso en el que tomamos un poco de rapé. El rapé es una herramienta de medicina vegetal de origen sagrado. Esta forma de medicina se prepara mediante sucesivas moliendas y tamizado de tabaco, plantas medicinales, cortezas y cenizas del fuego sagrado en una sutil transformación medicinal. Las medicinas se trabajan hasta llegar a un finísimo polvo en el cual se pueden percibir los cristales de las plantas. El tabaco o mapacho es la planta más sagrada de la selva. El tabaquito es puerta de conexión con el espíritu y con el universo, ayudándonos a despertar la pureza esencial de uno mismo y de cada medicina.
Si tomamos DMT de manera oral las enzimas del estómago la destruyen y no causa ningún efecto. La maravilla de la mezcla es que las sustancias contenidas en la chacruna inhiben estas enzimas y permiten el paso del DMT al torrente sanguíneo. Es asombroso cómo los habitantes de la selva amazónica, entre tantos miles de plantas encontraron esta combinación que se usa de manera medicinal y ritual desde hace miles de años.
El polvo del rapé se sopla en cada orificio nasal por medio de una caña. Nico ya traía el polvo preparado y después de colocar una pequeña porción en la palma de su mano lo introdujo en el extremo de un carrizo.
En tiempos modernos se ha logrado sintetizar el DMT y algunas personas lo toman con intenciones completamente lúdicas, para nada relacionadas con la intención sagrada de sanar el alma y expandir la consciencia.
Sentado en posición de flor de loto frente a él, elevé la cara al cielo mientras Nico colocó el extremo de la caña en mi fosa nasal. Después hizo un breve pero fuerte soplido en el que sientes que el polvo te penetra hasta el extremo del cerebro. La soplada nos ayuda a sanar el individualismo, y nos recuerda que necesitamos del otro, que ciertas medicinas se toman por uno mismo y otras se reciben de manos de un hermano o hermana. Tomado con moderación el rapé resulta una medicina para el cuerpo, ayudando a expulsar mocos y parásitos de los senos frontales y paranasales. Una ronda de rapé en un círculo de medicina ayuda a sincronizar y alinear la atención y la percepción de los participantes en
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La ceremonia consiste en reunirse en un lugar tranquilo, apartado de preferencia, con un grupo o comunidad de diez a veinte participantes. Los asistentes llevamos un pequeño equipo consistente en ropa cómoda, un tapete o cobija para sentarnos y, después de la ceremonia, dormir; una botella de agua, papel higiénico o kleenex, una pequeña cubeta para el caso de vómito. Una lámpara de baterías por si hay que salir y caminar a oscuras hacia el baño. Todos nos disponemos en un gran círculo dentro de la habitación
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momentos de apertura o transición en el ritual. Es además medicina para la visión de espíritu, ayudándonos a limpiar la mente y detener el dialogo interno, a estar verdaderamente presentes para poder ver más allá de nuestras interpretaciones.
incluso hay quienes ponen reproductores de música clásica. En la tradición a la que Nico pertenece, que viene de la selva del Amazonas, escuchamos música “de medicina”, que consiste en varios tipos de cantos. Uno son los ícaros, compuestos por el chamán, ayahuasquero, curandero o sanador de la selva. El chamán suele acompañar sus movimientos energéticos sobre el cuerpo del paciente con unas determinadas canciones llamadas ícaros. Mediante estas canciones, el chamán, dirige y transfiere parte de su energía a las personas. Otras canciones son cantos sobre la experiencia amorosa de encontrarse en paz. Nico entona algunas canciones de su propia inspiración.
Nico repitió la operación con la otra fosa nasal. Es importante no aspirar el polvo; sólo hay que dejarlo penetrar hasta el fondo de la nariz. Sentí una expansión de mi pecho, una sensación de llenarme de oxígeno. Yo soy alérgico al polvo y he tenido episodios de asma. Pues el rapé me ayudó a limpiar mi aparato respiratorio. Después de reposar un rato la toma de rapé inició la toma de Ayahuasca. Nico hizo una serie de oraciones pidiendo permiso a los espíritus y solicitando su protección durante toda la ceremonia.
Muchas de las canciones que se cantaron en la ceremonia vienen de la línea del maestro Alonso del Río, un ayahuasquero que reside en la selva amazónica del Perú. Alonso residió en México hace algunos años y dejó parte de su tradición ceremonial y sus canciones a Nico.
Cada participante va pasando frente al ayahuasquero a recibir su toma, que es un pequeño vaso con una cantidad más o menos igual a la de un caballito de tequila. Antes de hacer la toma se hace un brindis por la intención que cada uno lleva. Muchos hacen un brindis “por la vida”, otros “por el amor”, unos más “por mis relaciones” o “por la consciencia universal”. Nico lo hizo con las palabras “cosai pa”, que significa “por la vida”, en una lengua amazónica.
El canto con el que inició Nico fue un mantra. En una melodía melancólica. Nico iba repitiendo un canto de frases de un mantra sagrado. La música te ayuda a entrar en una profunda meditación en la que empiezas a sentir los efectos del DMT. Durante el canto se empiezan a escuchar los primeros vómitos de los participantes. Se nos había advertido que ese vómito es terapéutico. No sentimos asco sino una amorosa compasión por los hermanitos que están en su proceso de depuración. Una regla de la participación en la ceremonia es que no debes interferir ni interactuar con nadie, así lo veas que está “sufriendo” o llorando. Nico y su esposa se encargan de dar asistencia a quien así lo requiera.
Después que todos han tomado y regresado a su lugar, debes permanecer en silencio, de preferencia con los ojos cerrados. Se apagan las luces y todos permanecemos en silencio, meditando, como si estuviéramos en comunión con la medicina sagrada. El sabor es un poco amargo y debes tratar de controlar las náuseas si es que te provocan. Durante ese tiempo estás en una meditación, pidiendo a la medicina que te muestre lo que necesitas conocer para curar o para trascender tus problemas. Más o menos a la media hora, Nico tomó su guitarra y empezó a entonar algunos cantos. La música es inseparable en este estilo de ceremonia.
En ese momento se entra en el segundo periodo del efecto de la medicina. Las alucinaciones. Yo empecé a percibir colores como en las gráficas de fractales. Formas infinitas recursivas de colores muy intensos. Existe una gran cantidad de dibujos inspirados en el efecto de ayahuasca. Todos muestran elementos de la naturaleza, plantas, animales, fuego, aire, montañas. Me parece que hay una conexión de nuestra mente con
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En algunos grupos de ayahuasca la experiencia es más de tipo new age y escuchan música de ese género;
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una estructura interna que nos recuerda la naturaleza. Yo percibí muchas serpientes multicolores, pero no de una manera amenazante o repugnante; las veía como seres sabios que te ayudan a mostrar verdades ignotas.
con una maravillosa intensidad; parecía que estaba ante una sala de concierto donde las notas llegaban en un plano tridimensional hasta mis neuronas. El significado de las letras me parecía muy profundo. Cada canción daba un tema de reflexión y de un nuevo viaje.
El cuerpo empieza a relajarse y se sienten algunos temblores involuntarios. Al abrir los ojos las visiones psicodélicas continuaban pero en un plano real, como si fuera una versión en rayos x de las visiones internas. De repente sentí que algo subía desde mi estómago por el esófago sin que lo pudiera contener. Tomé rápidamente la cubeta y me incliné para dejar salir un vómito que me liberó por completo: percibí que de mi boca salían flores de papel de muchísimos colores, como una cascada de diamantes.
Algunas personas comentan que en ese segundo periodo del efecto de la medicina ven seres divinos: ángeles, espíritus superiores, abuelas y abuelos que amorosamente los guían, regañan y aconsejan. Algunos otros ven “extraterrestres”. Mi formación me hace ser escéptico y me explicaba a mí mismo que todas esas visiones son producto de la mente. Sin embargo el asombro de revivir recuerdos tan lejanos, que yo creía olvidos, me dejó pasmado y maravillado.
A partir de ese momento la experiencia se volvió muy placentera. Viajé por el tiempo hasta llegar a mi niñez. Veía con extraordinaria claridad todos los detalles que me rodeaban, mi casa, mi familia, mis amigos. Hice un recorrido por el Culiacán de mi infancia. Estaba maravillado por el prodigio de que esos recuerdos permanecen en algún lugar de nuestro cerebro intocados. Vi a mis abuelos, los pude saludar. Me vi con muchos de mis seres queridos que ya murieron; tuve la oportunidad de ver sus rostros apacibles; agradecí con respeto su visita y me despedí amorosamente de cada uno.
En la sala se escuchaban algunos gemidos lastimeros, algunos de los hermanitos estaban en un llanto de profundo sentimiento. Otros hacían exclamaciones de estar maravillados. Otra de las reglas de convivencia que nos había dicho Nico era que no interfiriésemos en el trabajo de los demás, que tratáramos de controlar las expresiones ruidosas que distrajeran a los demás. En ocasiones el ego nos hace ser protagónicos y exageramos nuestras reacciones. Durante unas dos o tres horas se fueron sucediendo tandas de canciones con periodos de silencio. Nico hacía algunos rezos y pasaba con cada uno de nosotros a soplarnos un poco de humo de tabaco ceremonial. Nos hacía algunos movimientos con sus manos alrededor nuestro, como si estuviera sacando de nuestro cuerpo algún espíritu. Todo se sentía con gran paz.
Las visiones se sucedían y me llevaban a nuevas enseñanzas. Si abría los ojos se detenían un momento, pero al cerrarlos continuaba el viaje. Fue entonces cuando recordé lo que nos había dicho Nico: ¿qué clase de droga tomé? La advertencia que nos dio fue que lo dejáramos fluir, no pasa nada.
Hubo una tercera toma de medicina para los que así lo desearan hacer. Nico había dicho en la plática introductoria que en tu proceso personal podías estar sintiendo que la abuelita, la medicina, te estaba dando una tremenda arrastrada que podría hacerte pensar que era una locura haber tomado la planta; pues aunque te pareciera la peor decisión del mundo, era momento de tomar más. Así que fui por mi tercera toma. Sentía la medicina recorrer mi cuerpo y me
Después de un tiempo que se me hizo larguísimo pero muy agradable, Nico hizo una pausa para invitar, a quien lo deseara, a una segunda toma de medicina. Ordenadamente fuimos pasando algunos de los participantes.
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Las canciones fueron sucediéndose y las letras me ayudaban a regresar del viaje, a estar presente en el lugar. La música se escuchaba de manera exacerbada,
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invadía una sensación de placer al visitar cada rincón de mi mente. La música seguía siendo mi guía.
nota del instrumento la percibía con todos los sentidos, principalmente como colores explosivos muy hermosos. Fue pasando por el lugar de cada uno con esa maravillosa música que no venía de este mundo.
Hubo un momento en el que Nico tomó un instrumento metálico de percusión; no lo podía ver en la oscuridad. Era una especie de xilófono pero a mí me sonaba como un poco electrónico. La sensación fue formidable: cada
Así continuó la ceremonia hasta que empezamos a entrar en el tercer periodo, una experiencia de inmensa paz, tranquilidad, muy placentera en la que te preparas para regresar del viaje. Las canciones van acompañando ese regreso de manera amorosa. No sé de dónde pero me parecía que ya conocía las canciones y todos nos unimos a los coros de algunas letras sencillas, que no llenaron de alegría, optimismo y paz. Se entra en una atmósfera de hermandad y se siente una gran compasión por los compañeros de ceremonia.
iniciado a las 7:00 de la tarde. Alrededor de las tres de la mañana Nico nos preparó para el cierre de la ceremonia. Hubo algunos rezos de agradecimiento a los seres superiores que nos acompañaron y nos cuidaron durante la noche, se agradeció a la madre Tierra por darnos la medicina y a los maestritos de la selva que la preparan en un cocimiento lleno de rezos y cantos chamánicos. Nico nos dijo: la verdadera transformación, la cura, el crecimiento, empieza a partir de ahora. La ceremonia personal comienza. Es responsabilidad de cada uno comprometerse con la tarea que te ha dejado la
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Toda la experiencia, desde la plática introductoria hasta el final, duró unas siete u ocho horas. Habíamos
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medicina, el trabajo personal que debes hacer para superarte.
Una vez que pasó la convivencia, todos nos dirigimos a nuestros lugares a dormir hasta el amanecer. Cuando desperté sentía una inmensa paz, un relajamiento extraordinario. Estaba seguro de que todo había sido real y mi agradecimiento era infinito.
Después del cierre vino una pequeña convivencia en la que se compartieron algunos alimentos sencillos que cada quien había llevado, frutas, panes, semillas.
Referencia musical:
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https://soundcloud.com/musica-de-medicina/buscando-alas?in=musica-de-medicina/sets/nicola-mina-musica-demedicina
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Exilio de las costumbres “Nunca
“invitaciones” de la embajada para asistir a un convivio (o “con-bebio” diríamos en el Pueblo). Supongo que esta ansiedad fue avivada por la memoria de las reuniones en torno al televisor para ver la transmisión en vivo del grito desde el Zócalo capitalino de la Ciudad de México, “las carreras” para preparar los sopes, las discusiones para saber si habría pozole o quien prepararía los frijoles refritos no formaron parte de la celebración. Muchos recuerdos se agolpan en la mente: mi mamá enviándonos a dormir una vez terminada la ceremonia, las primeras ocasiones que acompañamos a mi papá al Club de Leones a la verbena que allí se organizaba y las invitaciones al Palacio Municipal en Tulancingo, que no tenían mucho de refinado pero que donde los antojitos mexicanos dispuestos para aderezar la celebración eran deliciosos, bueno también muy pocos, pues teníamos que ir a rematar a algún lugar donde prepararan “Guajolotes” y “Molotes” para completar. Ponerte solemne o echar desmadre al entonar el Himno Nacional que brotaba de la bocina de la televisión o de un radio, pero nunca indiferente. Algunos parientes y amigos ataviados con algún traje típico o por lo menos algún detalle patrio, que permitía que el “Verde, Blanco y Rojo” no fuese “folclórico” o “ranchero”, sino patriótico e incluso apropiado. Recuerdo a mi tío Cristóbal, mi “Tío Charrito”, que en ocasiones llegaba ataviado con su traje de gala a la zapatería de mi padre y sus hermanos, con abotonaduras de plata y hasta con espuelas. “Viejito ridículo, nomás para estar de rabo verde con las muchachas”, decían algunos. La verdad a mí me encantaba su traje, y me “chiveaba” y me divertía que me dijera: “Ándale mijo, nomás dime que muchacha te gusta para que no la robemos con el caballo”. Las escaramuzas en el lienzo charro, con jinetes y amazonas con sus trajes de faena, que en realidad eran muy elegantes, pero les llamaban así por no tener las florituras de plata como las que lucían los “charros
se sabe lo que se tiene hasta que se ve
perdido”. Ya he escuchado y repetido muchas veces este refrán – adagio, que escuche de mi abuelita y de mi mamá muchas veces. Y “como dice el dicho y nos dicho”, siempre se cumple de forma implacable. Hoy es 16 de septiembre, y por primera vez en mis más de 50 años de vida, estoy fuera de México el “mero día” en que se conmemora la Independencia de México. Supongo que esto me pone entre las filas de insignes mexicanos como Porfirio Díaz, que una vez abandonó el poder, habría que pasarlo fuera de su tierra, con el “pequeño” agravante que bajo su gobierno se construyó la Columna de la Independencia, además de defender a la patria de los invasores franceses. Visto así, en mi caso no es tan amargo este mi pequeño exilio pasajero impuesto por las exigencias de mi “chamba”: estoy en Bogotá, en un edificio de apartamentos, no he sido expulsado y nadie me persigue. Pero si bien no es amargo, está lejos de ser dulce, pues la memoria, las tradiciones y las costumbres cobran caro.
Había una expectativa grande, pues Laurita, mi compañera en esta lejanía de la patria, obtuvo
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corría haciendo un circuito en torno a la mesa de la sala, libraba luego un cancel de madera lleno de nichos donde estaban exhibidas una gran cantidad de figuras de porcelana de la colección de mi mamá y después completaba un circuito en torno a la mesa del desayunador, dibujando una distorsionada alfa, que sin saber me cobijaba con su hálito infinito para una diversión que en efecto era inconmensurable y perfecta.
Adornamos la oficina con escazas piezas de papel picado, traídas de México y compradas en el supermercado, que, junto a unas minúsculas banderitas tricolores compradas en la esquina de San Fernando y Tlalpan en la Ciudad de México, de repente nos comenzaron a recordar que fuera de casa, no hay un puesto en cada esquina donde los tenaces vendedores te ofrecen toda su mercancía hasta hartarte, que a veces sólo les compras para que “dejen de dar lata”. Que ganas de arrepentirte, salir y comparar una bandera “grandotota”, un montón de rehiletes tricolores, unos como hélices de biplano y otros con puntas triangulares, que al mezclar sus colores nos recuerdan la poética imagen que Guadalupe Trigo incrustara en la letra de su canción “Mi Ciudad”. Por su puesto también me recuerdo la ocasión en que yo personalmente, embelesado por la mezcla de colores producidas por las hélices de mi rehilete, y ensoñado en que era el piloto de un imaginario avión,
Pero luego de tantos ciclos, mi cuerpo aún en entrenamiento para lograr un perfecto control de sus movimientos o mi mente demasiado estupefacta en la “inexplicable” mezcla de colores que producía mi maravilloso artefacto, no lograron coordinarse para evitar el choque frontal que resulto de proyectar mi escasa, pero no despreciable humanidad contra el cancel de madera. Para mi casi esquelético cuerpo de entonces fue como chocar contra un muro sólido, salí rebotado en sentido contrario de mi dirección original de avance, se me obscureció todo por instantes, obscuridad de la que salí cuando escuché el ahora inconfundible sonido que producen las arcillas endurecidas como la porcelana o la loza de los platos al
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ricos” (como mi tío). Muy emocionante cuando mi papá, como presidente del Club de Leones fue el encargado de dar “el Grito”; esa vez si fuimos todos al Club, parecía tan banal, tan a la mano, tan común que ni siquiera nos deteníamos a apreciarlo.
chocar y estrellarse contra el suelo. Cuando los trozos de algunas figuras saltaron por el aire en muchas direcciones, cerré los ojos en forma instintiva. Me dolía la cabeza, no entendía que había pasado y esta vez salí de mi estado de aturdimiento por los gritos mezclados de mi mamá y mi hermana Lili. “Muchacho condenado, ¿Qué te pasó?, ¿qué estabas haciendo?”, “¡Mamá, mi figura de porcelana!”. En una mezcla típica de cariño maternal y fraternal al estilo mexicano, las muestras de preocupación se mezclaban con los regaños e increpaciones, pues resultaron rotas varias figuras de la colección y en particular una que a mi hermana le habían regalado en sus quince años. El tono de los gritos se fue decantando hacia la preocupación y la compasión cuando vieron el tremendo golpe en la cabeza que se puso “colorado” así como la sangre que fluía de mi nariz (en aquel entonces, a causa de una extraña condición de generada por mis extirpadas anginas, era yo víctima de constantes y fuertes hemorragias que me llevaban frecuentemente hasta el hospital, donde debían inyectarme hierro para detenerlas). Lo que sí me acuerdo me causó un dolor adicional al físico y mucha preocupación, era saber que había pasado con la figurita de los “Tres gatitos en la bota”. Esta figura se la había regalado mi mamá a mi papá cuando eran novios, como un recordatorio cariñoso de su ocupación como vendedor de zapatos. El pequeño conjunto escultórico representa a tres gatitos que retozan en torno a una bota usada y desalineada, que a partir de su significado inicial como regalo al padre dueño de la zapatería, se convirtió en una alegoría de sus tres felices hijos jugando con él: mi hermana Lilia siempre nos decía, que cada gatito era uno de nosotros, y mi hermano Nacho y yo, discutíamos que gato era quién (mi hermano Víctor era muy pequeño para entrar en la discusión, y cuando tuvo edad nunca pareció interesarle). Son recuerdos muy
enraizados en mi ser, y muy intrincados: de la conmemoración del grito a mi infancia profunda.
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Pues sí que es un precio por pagar no apreciar no poder salir por un “simple rehilete”, cuando te das cuenta que no son los trozos de mica tricolor doblados y retorcidos para girar al viento los que lo hacen valioso, sino toda la memoria que está agazapada dentro de ellos, la niñez que reside sólo en la nostalgia y lo lejano que queda el más humilde y “común” de los puestecitos que a veces te hartan y que en estos momentos te gustaría que estuviesen no 5,000 kilómetros sino a unos cuantos cientos de metros. Las banderitas para pegar en los autos, banderas chicas, grandes y medianas, el papel de china picado, los adornos de papel que asemejan y nos recuerdan la campana de Dolores que tañó el “Cura Hidalgo, el Padre de la Patria”, que resulta ser un ilustre desconocido fuera de nuestras fronteras.
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te permitían comprar un traguito de tequila o un panquecito de los del “Osito”, que por cierto aquí se llama “ponqué” no “panqué”, ¡no pos así, pa’ qué! Nadie nos prometió algo diferente, eso es claro, pero de allí a que no nos sintiéramos desencantados, pues no hay mucho trecho. Francamente yo si pensé que, al tratarse de la más importante ceremonia patriótica y cultural de nuestro pueblo, y considerando el fervor con el que se hace en los palacios municipales y alcaldías de los pueblitos de mi tierra, lo haríamos con más seriedad. La que resultaba patética gravedad con el que se organizaban las modestas celebraciones de mi pueblo, me pareció ausente e imperiosamente necesaria en este lugar. ¡Porque México se escribe con X! ¡México, creo en ti! Esos trozos de poemas que a veces nos resultan como slogans vacíos, han resonado en mi cabeza durante horas. Me pasé explicándoles a mis compañeros de oficina, al tiempo de repartirles golosinas con tamarindo y chile, como celebramos el Grito, quién era el Padre de la Patria y de decirles que los mexicanos siempre hacemos un “fiestón” o mejor dicho un “pachangón” para tan digna “ocasión”. ¡No pos ni hablar! Yo mismo me repetía, ¿y dónde quedó tu dichosa fiestesota mi buen? ¡Pues “naranjas dulces,
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Todo este tropel de memorias ha salido, luego de acudir a la reunión organizada por la embajada. Cándidamente pensamos se trataba de una “ceremonia”. ¿Habría tal vez una ceremonia del grito? ¿O bien la oportunidad de gritar “vivan los héroes que nos dieron Patria”? ¡Viva México, viva México! O de seguro un mariachi colombiano de esos que tocan bastante bien, “ojos de papel volando negrita de mis amores”. O seguramente hartas señoras con trenzas y sarapes y alguna vestida de China Poblana. Pues he visto mas ambiente mexicano en los partidos de futbol en lejanas latitudes como Nuremberg o Marsella, que lo que vimos aquí en Bogotá. Unos cuantos puestos de comida más bien desangelados, estands comerciales de compañías mexicanas, pero prácticamente ningún adorno tricolor, una banda que si bien parecía tener algunos miembros mexicanos tocaba una música extraña y ajena a lo que nuestra tradición y costumbres nos han preparado cuidadosamente por decenas de años, pero más que nada una plazoleta casi vacía, con gente que andábamos como perdidos, algunos con la camiseta del Tri, otros que traíamos alguna con motivos mexicanos, pero no estaba una campana en el templete como para anunciar el grito, todas las exhibiciones que
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limón partido”! “Ni maíz palomero” de fiesta, ni de celebración, más molesto aún me sentí, pues nomás nos llevaron como borregos a ver que nos vendían o pa’ cumplir el trámite. Supongo que las fiestas son de quién las paga y se hacen a su manera, pero ¡a que pinches gustos tan chaparros!, diría don Pedro Infante, para esas pinches gracias la hubieran hecho de coperacha y con todo gusto hubiese llevado las dos botellas de tequila y los tamarindos que me quedaron o hubiese pagado “mi cubierto” para comer, aunque fueran tres sencillas “flautas” de pollo y unos frijolitos refritos con una salsita bien picante.
añorando su patria y reunidos para continuar tercamente sus tradiciones colaboraron en la formación de esta inocente idea. Supongo que cuando veo las escenas de la película “Casa Blanca”, en que los francés en el “Café de Rick” cantan la Marsellesa retando a los invasores nazis, se mezclan con los soldados muertos que se levantan cuando escuchan el Himno Nacional cantado por Pedro Infante en “Mexicanos al Grito de Guerra”, y uno piensa que “todo mundo sabe” el orgullo que le corre a uno por las venas , y más aún nuestros funcionarios, pero pos no, supongo que hay labores diplomáticas más importantes que llevar a cabo que curarle la nostalgia a una bola de ingenuos que han tenido que abandonar su patria, aun momentáneamente, para “ir a pelear en otras tierras”, como dijese Daniel Santos en la “Despedida”. Total, estos viajeros son responsables de salir de su casa, y de sentir sólo un piquetito del exilio que habrán sentido el Che Guevara, Gabriel García Márquez, el General Felipe Ángeles, al lado de los montones de trabajadores indocumentados de México que tienen que írsela a ver a lugares donde “ni los quieren”, pero les permite ganarse la vida o ganarse sus sueños. A mi este pequeño exilio de mis costumbres me da una oportuna lección para tomarles cariño, y apreciar embelesado nuevamente un rehilete, aún a riesgo de chocar con mis recuerdos. Paco Olvera Septiembre 16 de 2018, Bogotá Colombia. Epílogo. La figura de porcelana de la bota y los gatitos aún sobrevive, se notan las reparaciones que hizo mi madre para salvarla, y con ella un paliativo para los recuerdos.
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Bueno, “pos si la culpa no es del indio, ¡sino del que lo hace compadre! Nomás nosotros solos nos habíamos dado cuerda. Supongo que las dramatizaciones de los exiliados en las películas de guerra, de extranjeros
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Haciendole al cuento Cartas de verano Alex Hernández
UNA CARTA 12 de julio Querida, ¿Recuerdas cómo Stourley Kracklite -el personaje de "La panza de un arquitecto"- le escribía cartas a Étienne Louis Boullée, el arquitecto del siglo XVIII sobre el que organizaba una exposición en Roma? El acto desesperado de un hombre solitario que no logra colocarse en este mundo. La insensatez de escribir a una persona ausente, al menos para poder expresar la confusión que habita su interior. La locura de suponer que esa ausencia puede entender lo que ni el mismo entiende. ¿Lo recuerdas? Pues algo parecido me ocurre contigo: aunque estés ausente, me imagino conversaciones en las que tú escuchas atenta, me rebates y tal vez hasta disfrutas algunas de las ocurrencias que rondan mi mente. Y que ahora necesito escribir. Pero también asumo que por causa de nuestras circunstancias vitales, esto que ahora escribo no llegará realmente a su destinataria. Que a pesar de esto insista en ello supone de mi parte un gesto neurótico y egoísta del que me disculpo desde ya. Y sin embargo, lo estaré haciendo. Florenzo PD. Dos besos, como entonces
UN RÍO CASI INFINITO 14 de julio Querida,
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Por razones que por el momento no viene al caso mencionar, a fines de esta primavera estuve en tres ciudades que se encuentran a la orilla del río Danubio. Me acompañó en ese viaje otro Danubio, el que
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escribió Claudio Magris. No olvido -y agradezco- que fueras precisamente tú quien me indujo a la lectura de Magris. Este libro me está resultando abrumador, pues tiene un carácter casi infinito. Por eso mismo, es una lectura que no puede hacerse de forma apresurada. Cada pequeño capítulo es una demostración de erudición y sensibilidad, cosas que en verdad aprecio. No es la erudición por sí misma, claro, sino la curiosidad que entraña, el uso pleno de una prodigiosa memoria y el disciplinado método de asimilar al mundo. Lo aprecio pero al mismo tiempo son cosas de las que cada vez me siento más alejado. El libro es un recorrido que parte de las fuentes del Danubio hasta llegar al Mar Negro. Al principio camino, después chapoteo, luego nado y finalmente navego según va dando la cauda, entre enciclopedias universales de tramos del río, panes alarmantemente caros, poetas que se auto-infligen el infierno y lo alcanzan a ver un poco antes que les destruya del todo, un asno que me representa, un punto de integridad que brilla un poco, justo antes de la oscura abyección total… Me recuerda un poco a ese libro de Perec que alguna vez comentamos, en donde las historias de las habitaciones de un edificio recorridas en el tiempo y en el espacio muestran como lo particular se ramifica de tal manera que parece expandirse hasta el infinito. Así sucede con este libro. Es casi un infinito que se va entramando con otras historias, las no dichas y tal vez no recordadas, pero presentes de forma implícita, de todas las personas que han estado en esta sección de un río que también es parte de una leyenda de los orígenes del mundo. Yo he estado en lugares que aparentan ser el infinito. Como cuando nos conocimos. Una de las razones del asombro fue el enfrentarme a un infinito, tú infinito, que además de todo tenía el atributo de ser convergente. Pero es una ilusión, como tú y yo sabemos. Entre el infinito y la nada. Florenzo PD. Dos besos fluviales.
GALERÍAS CASI INFINITAS 18 de julio Querida,
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En el viaje que te mencioné en mi pasada carta me detuve en cierto museo, un museo de tales dimensiones, que quedó en mi mente la sensación de haber recorrido una especie de Aleph. Tal vez no el objeto concentrado y puntual con el que soñó Borges, pero si una representación dinámica y completa del mundo.
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Cabría suponer que lo infinito es una manifestación de potencias superiores, que en otros tiempos se suponían como la acción de divinidades y de un tiempo para acá, como fuerzas creadas por los propios humanos. En ese sentido, las galerías que te refiero son fruto del afán de los Habsburgo de crear un infinito europeo: una potencia terrenal. En ese mismo sentido, la potencia humana que determinó nuestro encuentro fue un incipiente internet que nos puso en contacto. Y apenas escribo esto, veo también que fue el azar, como una intervención juguetona del destino. No distinguí un proyecto del todo claro en el infinito percibido en este museo, pero ¿acaso lo hay en este mundo? Veo una imagen doliente que se repite de las maneras más insólitas, de la dulzura a la violencia. Veo una feroz escena de gigantes peleando contra seres supuestamente nobles. Luego un caballero me mira con asombro y espanto, como si mi propia imagen le regresara una conmoción no prevista. Una mujer me busca y me elude simultáneamente. Encuentro potencias incomprensibles que antes eran conocidas como Adamastor y que hoy tienen nombres tan equívocos como “economía” o “seguridad nacional”, que me amenazan desde el fondo de un valle. Es un gigante que no me ve, pero lo aterrador es que está a punto de voltear hacia mí. Los antiguos aspirantes a la cercanía del trono de la sabiduría tenían sus formas para tratar con los gigantes. Hoy persisten algunos de esos viejos ritos en templos cada vez más vacíos, lo cual crea bastante confusión. Los verdaderos nuevos santuarios son grandes estructuras fálicas que pretenden distinguirse unas de otras por sus formas insólitas o por sus magnitudes desmesuradas. Serán nuestros vestigios para el futuro. Aún así, todo sigue siendo lo mismo. En cuanto a los nuevos ritos: me dirijo a mi pequeño escritorio que sirve como altar menor, para ejercer mi trabajo de monje subordinado en el supersticioso devenir que imponen otros sacerdotes que pretenden conocer de la nueva justicia y el nuevo bien. Pasan entre mis manos sintaxis binarias, como las cuentas de un rosario inútil. O tal vez no. Desde este insignificante rincón espero un futuro que a veces parece formarse de la materia de las pesadillas. Ya sea que la forma sea de un río o los salones de un museo, caigo en cuenta que frecuentemente recorro falsos Alephs. No existen, nadie más que yo los ve. Más bien reconozco que mi vida está irreversiblemente contaminada de la literatura y sus derivaciones. Por ejemplo, la otra noche fui a la ópera y a mi acompañante se le hizo tarde. Entramos siendo los últimos al recinto y repentinamente me sentí como Fitzcarraldo cruzando el Amazonas para llegar a escuchar a Caruso. Claro, no soy Klaus Kinski. Aunque pensándolo un poco, lo soy en cierta medida. Intoxicado. Florenzo
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PD. Dos besos desde los nuevos rituales.
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LO NORTEAMERICANO
20 de julio Querida, A fuerza de ser sincero, la lectura del Danubio ha resultado un tanto indigesta. Pero no bien me he hallado en mitad de su recorrido (exactamente en la página 180 de las poco más de 360 que tiene el libro), me he encontrado con otro libro que le hace un agudo contraste. Es como un bienvenido bourbon en medio de una pantagruélica rodilla de cerdo centroeuropea. Se trata de pequeños relatos escritos por Sam Shepard, bajo el título de "El gran sueño del paraíso". Mientras el libro europeo se expande como un río con innumerables meandros, nutrido de casi infinitos afluentes, las narraciones de Shepard son totalmente americanas: directas, precisas, eficientes y desembocando en destinos ya sea trágicos, ya sea luminosos. Mientras tanto ese misterioso oráculo musical llamado Spotify me sugirió escuchar a la Derek Trucks Band y a los Allman Brothers. La épica americana en pleno. Me maravilla el contraste entre las formas de expresarse en Europa y Norteamérica. Pero haría una crítica a esa forma lineal de plantear el mundo: es falsa. Es muy efectiva para conducir negocios, narrar despertando emociones, pero es falsa. Desde las planicies mentales. Florenzo PD. Dos besos directos y precisos.
LO BARROCO MEXICANO 22 de julio Querida, Como contraste a esas dos formas de expresar el mundo yo referiría el barroco mexicano. Por una parte lo barroco que en términos muy simples, muy esquemáticos cabría definir como mestizo, saturado, rebuscado y fantasioso.
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Y lo mexicano que adiciona a ese sustrato barroco si la bronca inmadurez, como refieren Paz y Bartra, pero también la capacidad germinadora y la abrumadora riqueza de posibilidades.
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A nuestro encuentro podría agregarle además de lo infinito, lo barroco entendido como el mestizaje de dos sensibilidades, y lo mexicano entendido como una explosión de posibilidades que a final de cuentas no se manifestaron por ese reaccionario temor al cambio en libertad. Como axolote en peligro de extinción. Florenzo. PD. Dos besos anfibios.
PERO, ¿REALMENTE PUEDO CONTARTE TODO? 27 de julio Querida, ¿Realmente? Pensemos que así fuera. Que las cartas llegan. No importaría pues a final de cuentas quedarán sin respuesta. Pero para fines de continuar con el supuesto, pensemos que lo que te cuente no tendrá ningún efecto en tu ánimo. Como si un espíritu infinito y lejano me leyera sin hacer juicios, sin que le provoque emociones, con la indiferencia con que se mira al viento. Como si se tratase de un diario que se desvanece en el aire, un diario escrito en el agua, un mensaje contenido en una botella que se desintegra. Si así fuera, podría contarte plenamente de mis confusiones e inquietudes al intentar el experimento vano de reproducir ahora lo que viví contigo. Ta diría de mis certezas derrumbadas con apenas dos gestos y del terror que me provoca el encuentro con la pared amurallada y la posibilidad de entrar en un laberinto silencioso. ¿Serviría de algo? ¿Algo cambiaría? Creo que nada. Al final mi cabeza obstinada se enfrentaría al mismo vacío sin resolver que me invoca una y otra vez. Tuyo, pero no del todo y no siempre. Florenzo
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PD. Dos besos a secas.
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CERCA DEL FIN DEL DANUBIO 2 de agosto Querida, A medida que desciendo por el Danubio magrisiano voy atestiguando la expansión de la que ya te hablé. Como un universo, como una supernova, pero paradójicamente la supernova se concentra en el aquí y ahora, en esta lejana y congestionada esquina del mundo. Aunque pensándolo un poco, esta esquina en realidad no es una esquina, es uno de los ejes del mundo, tanto como lo son Roma o Constantinopla, tanto como Moscú o como Delfos. Pero de eso ya platicaremos en otro momento. Decía que a veces lo pasado y lejano es lo contemporáneo y cercano, más cerca que lo físicamente muy cercano. Me interpelan las casitas campestres, las boticas locales, los prejuicios de las ancianas, los grandes sistemas de gobierno que terminan derrumbados, los antiguos volúmenes escolares, las reflexiones del emperador estoico, los bandidos que quisieron pasar por grandes señores, los campos de amapolas junto a las ruinas, los loros que citan majaderías elevadas a literatura por Goethe, las anécdotas de los maestros dieron verdaderas lecciones, el maletín de doctor del que descendió a sueños infernales… Me detengo un momento aquí, porque recuerdo con cuanta dulzura evocabas a Freud y con cuanta acritud yo lo desdeñaba por considerarlo “poco científico”. Resulta que al paso del tiempo tengo que darte la razón. Porque tal vez desde la perspectiva de “la nueva ciencia”, la ciencia que procura entender la mente y lo “subliminal” en función de ingeniosos experimentos de los que se hacen análisis estadísticos, tengamos una noción de ciertos mecanismos de la psique. Pero una cosa es eso, y otra muy diferente es la parte humanista de bajar de la mano de las personas a los abismos del dolor para procurar no tanto una explicación, sino un alivio a los individuos. Prosigo. De lo muy pequeño y de los imperios que abarcan siglos, de todo eso estoy formado. Estamos formados. Esa conciencia me hace sentir cada vez más vivo, aunque sé quién soy, me miro al espejo y sé que el tiempo transcurre y que lo que hoy puedo, mañana no será. Algo tengo en mi de estoico que me hace reconocerme en algunos de los textos de Marco Aurelio; admiro la manera como el viejo Lukacs se enfrenta con su declive intelectual: no opta por la depresión ni por el abandono, sino por la transferencia de la responsabilidad a sus alumnos, con la conciencia de que su capacidad mental se ha agotado.
Casi siempre, excepto en aquellos dichosos meses en los que me dediqué a ti en cuerpo y alma. No lo leas como reclamo, por favor. La responsabilidad, o mejor dicho, la irresponsabilidad, es mía del todo. Juro por cada párrafo leído que me ha dado placer, y no han sido pocos, que fueron momentos y esfuerzos bien empleados. De fiesta pero también de cosecha, porque no fueron estériles.
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Sé que eso es lo que viene: sé lo que tengo, pero no estoy seguro de contar con el tiempo suficiente para extraer los frutos que sé que están en alguna parte. Tengo deberes que cumplir y lo haré con responsabilidad, como casi siempre lo he hecho.
En fin, tiendo a la divagación como siempre. Sé que a pesar de que no estamos en contacto directo, seguimos habitando en órbitas cercanas, en campos karmáticos afines. Sé que ahí me presientes. Tuyo en el reflejo del río en nosotros. Florenzo PD. Dos besos largos y caudalosos como el Danubio.
TODO LO GOBIERNA EL RAYO 3 de agosto Querida, Lo de ayer puede ser lo contemporáneo. Lo muy actual incluso. Aún más, lo futuro. Tomemos como ejemplo los fragmentos que quedan de los escritos de Heráclito. Todo mundo habla del río de Heráclito, y en mi infinita (esa sí) ignorancia presuponía (en un estado anterior al de la mera suposición, que es el tener una creencia preestablecida, no explicada pero que forma parte de mi entendimiento, o mejor dicho, de mi falta de entendimiento, pero que resulta en una configuración personal del mundo) que existía algún texto más o menos extenso de Heráclito. Pero me entero de que lo que queda son esquirlas, fragmentos. Y sin embargo, son fragmentos que después de 25 siglos sacuden al mundo. Por ejemplo, a partir de una sola de esas frases, “Todo lo gobierna el rayo”, se deriva la primera conferencia de un seminario impartido en Friburgo por Heidegger y Fink. Y ahí, el estudio de la frase desemboca ni más ni menos que a los problemas de la intervención técnica en la información biológica. ¿Cómo es esto? Primero: el gobierno, todo gobierno, queda entendido como un verbo de un actuar violento contra lo existente. Segundo: la cibernética implica un gobierno sobre la información. Tercero: Si el contenido genético es información, entonces existe la posibilidad que quien gobierne sobre esa función -en principio, las farmacéuticas- domine el mundo. Concluye Heidegger: “La queja generalizada de que la filosofía no entiende nada de la ciencia natural y de que le va siempre a la zaga cojeando la podemos aceptar tranquilamente. Lo importante para nosotros es decirles a los científicos lo que realmente hacen.” Este tremendo temblor ético de plana actualidad se discutió en Friburgo en 1967 y parte de los concentrados pensamientos de Heráclito escritos hace 25 siglos.
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Información: la materia con la que cotidianamente trabajo y cuyo flujo e inmanencia me asombra. La información como elemento fundamental del flujo del mundo. Y en el uso y manejo de la información, la
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manera como en nuestro país, casi diría que ontológicamente aceptamos su uso desordenado, fuera de normas y caminos establecidos. ¿No está en el fondo de nuestra psique nacional -si es que tal cosa existenuestro abrazo a la excepción como algo cotidiano, precisamente como lo “normal”, como una perversión de la propia palabra “normal”? Y si es así, ¿de dónde proviene? ¿Y de dónde provienen otras configuraciones del mundo, por ejemplo, la forma alemana de entender el mundo? De Marco Aurelio tomo el punto: el mundo es volátil y frágil, y la única forma filosófica de estar en él es cumpliendo y aceptando. Pero cumplir supone una interrogación elemental: ¿en términos de qué? ¿Asociado a qué corriente del mundo? Me imagino que esa fue el punto del gran quiebre. En algún momento debiste enfrentarte a esta pregunta. La respuesta la conocemos: cumpliste y aceptaste. No sin rebeldías y sufrimientos. Ahora bien, siempre cabrá la posibilidad de que en realidad renunciaste a un deber más grande. El deber de vivir la Pasión y estar a mi lado. Ahora ya no importa. Entre sombras y algún ocasional rayo de luminosidad me reitero tuyo. Florenzo PD. Dos besos dentro de un laberinto tenebroso
LUGAR EN EL TIEMPO Y EL ESPACIO 7 de agosto Querida,
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Un pensamiento me ronda por estos días, y tiene que ver con esa idea de los ciclos que se concluyen y los que inician. El origen de este pensamiento es una gráfica que incluye Stephen Hawking en “El universo en una cáscara de nuez”. En ella se muestra al momento presente como un punto, al pasado como una ramificación de hechos que desembocan en el presente, y al futuro como una campana abierta de posibilidades. Especulando un poco, estas posibilidades de futuro podrían expresarse como una función de variables de vida, por ejemplo, ¿a qué cosas se puede dedicar una persona? ¿en qué lugares podrá vivir? ¿con quiénes podrá vivir? Desde mi punto de vista, el momento de vida en el cuál se maximiza el valor de esa función de posibilidades es ese en el que una persona termina su preparatoria y se dispone a escoger su camino profesional. En entonces cuando se abre un gran abanico de posibilidades, que en función de decisiones personales -pero también de condicionantes externas- expandirán esas posibilidades o las restringirán. Por ejemplo, alguien que decida -o se vea forzado- a abandonar sus estudios, renuncia o se ve privado de muchas posibilidades de futuro. Alguien que tiene un hijo a esa edad, también restringe sus opciones de futuro.
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Hace algún tiempo me planteé el futuro como un libro abierto, como la posibilidad de entrar en un tiempo en el que, cumplidos ciertos ciclos vitales significativos, especialmente el relativo a la conclusión de ciertos compromisos familiares, se me abrían cientos y miles de nuevas posibilidades. Imaginaba que entraría en una nueva etapa en la que podría dedicar mi tiempo y mis esfuerzos a aquello que siempre he querido hacer, pero que no me he atrevido. Me doy cuenta que no ha sido así. Me he conformado con seguir con el paso de los días, bajo la sombra del árbol de lo cotidiano, con actividades similares, vicios recurrentes, conductas parecidas. ¿Qué ha ocurrido? Por una parte, que desestimé la fuerza del destino, que es la fuerza del pasado. El pasado crea una especie de fuerza gravitacional, o para hablar en términos relativistas, una deformación del espacio-tiempo, que condiciona a las personas como si fueran astros que giran alrededor de determinadas condicionantes. Se requiere de una gran fuerza centrífuga para modificar las trayectorias vitales. Y entre más tiempo pasa, mayor es la fuerza gravitatoria. Esto vendría ser un equivalente al concepto del karman. No como consecuencia de vidas anteriores, sino de las acciones de esta vida. Pareciera que lo digo como una queja, pero no es así. Casi me parece escuchar tus suaves palabras, reconociendo tu lugar en el universo no con conformismo, sino con verdadero conocimiento de quién eres. Esas palabras me inspiran y me mueven: creo que me pasa lo mismo que a ti. Pese a mis sueños desbocados, ahora me conozco mejor y sé que mis trabajos actuales no han acabado, mi tiempo no es sólo mío. No sé si llegará un momento en el que el mundo se abra de nuevo en posibilidades. Me parece que es un espejismo, porque soy yo y lo que he sido. Acepto y no sólo acepto, me congratulo de mis decisiones, de lo que ha ocurrido o no y me tiene en este lugar. Ahora lo entiendo mejor. Si hay algún sueño pendiente, alguna asignatura pendiente, soy yo quien deberá procurarla entre las circunstancias que tengo. No hay puertas abiertas repentinamente. Esto es, esto soy. Y lo agradezco. Dicho lo cual, regreso a la gráfica de Hawking. La estructura del punto singular del presente hacia el futuro irremediablemente nos remite al “Jardín de los senderos que se bifurcan”. Borges hace hablar a Albert: “No existimos en la mayoría de esos tiempos.; en algunos existe usted y no yo; en otros, yo, no usted; en otros, los dos. En este, que un favorable azar me depara, usted ha llegado a mi casa; en otro, usted, al atravesar el jardín, me ha encontrado muerto; en otros, yo digo estas mismas palabras, pero soy un error, un fantasma.” Pues eso. Inspirado. Florenzo
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PD. Dos besos de lo que se puede.
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ONTOLOGÍA 15 de agosto Querida, Hace unos días vi un documental acerca de la vida del Camarón de la Isla. Es bien conocido el hecho de que el Camarón fue un disruptor del flamenco, un reformador que sintonizó una tradición que viene del fondo de los tiempos con lo actual y que por ello fue condenado por el Status Quo gitano. Hoy, después de su muerte, el Camarón es venerado de una manera casi religiosa. Si algo se puede decir del Camarón es que es sentimiento en estado puro. En esa parte del cerebro en donde en la mayoría de nosotros apenas dormita una braza, en el es un fuego encendido, en estado puro y destructor. Y me pregunto, ¿por qué me cuesta tanto trabajo contactar con el sentimiento? Me he convertido en un ser casi exclusivamente racional. No siempre ha sido así, como bien lo sabes. “Lovers and madmen…” célebremente hace decir Shakespeare a Theseus. Imaginación, fantasía, y esa llama encendida que hace que dos se vinculen y por esa vía dejen entrar al universo en ellos. Pero ni siquiera estoy seguro de querer realmente volver a contactar con ese aspecto de pasión y sentimiento de mi persona, porque si bien hay momentos de dulce y pura belleza, también es cierto que estando en esa situación, lo habitual es que la comida sepa a sal y mierda. Así que me pregunto, ¿ser o no ser? De usted. Florenzo PD. Dos besos con sentimiento.
MARATÓN Y CENIZA 17 de agosto Querida,
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En algún momento de mi vida me di cuenta de que conducía a mi cuerpo a una debacle catastrófica. Entre fumar, beber, comer en exceso y un convencido sedentarismo, demolía a mazasos mis perspectivas de salud futura. Logré disminuir algunos de los factores de riesgo, entre otras cosas y de manera notable el sobrepeso. Me desprendí de la cuarta parte de mi masa corporal y me he mantenido con una disciplina de ejercicio
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aeróbico por espacio de seis años, lo que supongo que me pone en una perspectiva mucho mejor hacia el futuro. En el camino fui aumentando la distancia que corría. Una cosa llevó a la otra y hace dos años pude correr por primera vez un maratón, cosa que me planteaba como un imposible en mi lejana juventud. Me di cuenta de que correr es una de las mejores cosas que hay en el mundo. Corriendo llegan a mi historias que de otra forma no existirían. Me pone en un estado mental particular, se abren los sentidos y se limpian los humores. No hay depresión que aguante doce kilómetros. Corriendo he conocido lugares, he forjado amistades, he encontrado a personajes dentro de mí que no sabía que existían. Corriendo me acerqué a los griegos y a los aztecas. Durante la preparación para el maratón de la Ciudad de México de este año me lastimé. Es casi seguro que la causa de la lesión se debió a no descansar lo suficiente. La consecuencia es que no alcanzaré a recuperarme para correr la carrera, cosa que me ha contrariado como no te imaginas. Mi humor ha pasado de lo sombrío a lo tormentoso, para mal de quienes me quieren y me rodean. Como si con eso pudiera cambiar los hechos. Creo que finalmente me he resignado. El esfuerzo más duro es descansar de algo que te gusta. Parece que esto es una profilaxis aplicable a todos los aspectos de la vida. Una verdadera canción de amor debiera decir “necesito descansar de ti” en lugar de “no puedo estar ni un segundo sin ti”. De la misma manera, sería necesario tener un día de ayuno cada cierto tiempo. Tener una semana sin música y sin lectura. Cerrar los ojos un día completo, estar en la oscuridad total, en el silencio absoluto. Me doy cuenta de que haber hecho lo que hice entonces me proyectó a una órbita diferente y mejor, o eso creo, tal vez un tanto inocentemente: escapé de la fuerza gravitacional de la desgracia inminente. Procurando escapar de la desgracia que acompañó a mi padre al final de sus días. Un solo día sin poder caminar me hizo comprender su frustración con las circunstancias del final de su vida. De repente estar en dependencia completa de alguien más es de lo peor que le puede pasar a alguien que se considera autosuficiente, como él entonces y como yo ahora. Hace unos días mi madre me entregó una fracción de las cenizas de mi padre. Sé que él no está en esos restos. Aunque por el momento no sé exactamente qué hacer con ellas, lo que sí sé es que quiero tener un gesto que me comunique con él. Por ejemplo, mi hermano depositó una parte en el mar de Veracruz y él mismo día condujo en moto hasta Acapulco y dejó su otra parte. Abarcó el territorio del país en la moto, que era un afán existencial fundamental de mi padre.
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Mientras tanto, las cenizas se convirtieron en un conflicto inesperado para mí. ¿Cómo y dónde conservar esas cenizas mientras encuentro una ceremonia que le dé sentido a esa despedida?
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Pasa un poco lo mismo con lo que queda de nuestros encuentros. Alguna foto, un libro inencontrable, una libélula, una foto. Materia inerte que sólo vive de nuevo en el recuerdo. La muerte, ya sea de las personas o de las relaciones, está llena de todas esas pequeñas cosas que proyectan su luz o su tiniebla. Como la vida. Tuyo en una fracción de esta vida. Florenzo PD. Dos besos, mientras corro y mientras muero.
UNA SERPIENTE SE MUERDE LA COLA 20 de agosto Querida, Ayer cayó en mis manos un extraño libro de Pascal Quignard, a quien probablemente ubiques por Todas las mañanas del mundo, pero puede que conozcas más de él a causa de tu extensa curiosidad. El libro en cuestión es el de los Pequeños Tratados. Aunque a veces nos engañemos y pensemos que hay una explicación coherente del mundo, y aún se ha dado el caso de personas que han perseguido el afán de abarcarlo todo en una explicación, una religión, un sistema o una forma de gobierno, lo cierto es que lo que tenemos frente a nosotros son tan sólo trozos del pasado, lo que sabemos de las personas y de nosotros mismos es parcial. Y qué bueno que así sea, pues otra cosa nos arrancaría la razón. El libro de Quignard es una recopilación, aún no sé si arbitraria, de fragmentos. Uno de los primeros se refiere al vínculo entre el libro y el lector. Evoco en este momento la lectura y recreo la sensación de sentimiento religioso que me procuró, en el sentido etimológico del término, la constatación de ese enlace fuerte entre dos, como el enlace entre Dios y el hombre, entre el hombre y el libro, entre el hombre y la mujer. Como sabes, simultáneamente leo varias cosas y así, un pequeño libro de relatos de Antonio Tabucchi que también leo por estos días, “Pequeños equívocos sin importancia”, me lanzó la siguiente frase: las palabras son los fantasmas de las cosas. Las palabras entendidas como el ánima de las cosas, su espíritu. Así, las palabras del libro se ligan con cada lector y lo poseen. Es por ello que me convierto en el mecánico del cuento “Enigma”, que no atina a entender cuál es el cardán que mueve su destino, que transcurre mientras repara, maneja y se enamora a bordo de un Bugatti Royale. Y al final se queda esperando perplejamente algo que nunca llega. Pero al mismo tiempo sucede que la narración se hace única en función de mi lectura particular, de los rastros que encuentro de mí mismo en el texto que antes era un amasijo de signos y ahora habita en mi mente como imágenes (si, imágenes) y aún más, como recuerdos espurios.
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El libro me ha habitado y yo he insuflado al texto de una vida nueva y única. La serpiente se mordió la cola.
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Si bien los fragmentos que quedan de nuestro encuentro son testimonio de un naufragio espiritual, en mi queda tu presencia, y sé que estoy en ti. A querer o no, actuamos mutuamente en el otro, asíncronamente y a distancia. Hemos sido libro y lectura. En lo que hago en ti y en lo que haces en mí. Florenzo PD. Dos besos magnéticos.
LA ESPIRAL DE LA COMPRENSIÓN 24 de agosto Querida, Resulta curioso cómo vamos adquiriendo cierto conocimiento o sensibilidad sobre algún aspecto a medida que uno va abordándolo desde distintos puntos de vista o con distintas perspectivas. La comprensión no permanece estática. Lo que no sabía es que hay enfoques metodológicos formales que explican y encausan esto que pereciera una obviedad. Tal vez de una manera informal y mucho más simple que en el estudio de libros sagrados o clásicos grecolatinos, pasa con cada relectura. Ayer pasaron en la TV “Julieta de los espíritus” de Fellini, que vi hace muchísimos años sin que me impresionara particularmente. La anécdota es simple: el doloroso desengaño de Julieta al descubrir el carácter infiel de su marido, y su posterior emancipación emocional. El filme es perturbador no sólo por la estética al mismo tiempo naturalista y surreal de los sueños y los recuerdos de infancia, sino por la búsqueda del camino de Julieta en medio de la grosera confusión que reina a su alrededor. Y me pregunto, ¿qué será cuando vea esta película dentro de veinte años? Si en aquel entonces la vi con una ceguera tal que no capté su belleza, su profundidad y su fuerza ética, tal vez por encontrarme en un punto adánico en mi vida, y hoy la veo reconociendo con claridad sus múltiples discursos, reconociendo incluso que tú y yo fuimos elementos caóticos, ¿qué será entonces? ¿qué veré entonces? ¿Será, como creo, que tendré una mejor comprensión del ta panta, o seré una mente anquilosada y esclerótica? ¿Podré avanzar en el círculo hermenéutico de la vida -que más bien debiera nombrarse la espiral hermenéutica-, o daré vueltas a la noria que hace más y más profundo en el pozo de la ignorancia? Lo veremos entonces, si es que lo vemos. Desde este elemental estadio de la ignorancia.
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Florenzo
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PD. Dos besos con sabor a descubrimiento.
EL LABERINTO MÁS LARGO 28 de agosto
Querida, Me doy cuenta de que un rasgo de mi carácter es cierta obstinación. Cuando por esa razón fallo, paso por necio y testa dura. Pero cuando me sale bien, es más dulce que la miel de las flores de la selva. Contra toda recomendación médica dada una reciente lesión de la que ya te conté, ayer caminé una maratón. Así como se crea un vínculo particular con Dios, con la amada o con los libros, cada carrera tiene una forma particular de relacionarse con quien la corre. En ese sentido se convierte en una experiencia religiosa, para adoptar el lugar común de la canción pop. Cada carrera le habla a cada persona de una manera única, y cada persona hace única a cada carrera. Empiezo por el final. Cuando crucé la meta, mi grito fue “¡A huevo! ¡Sé quién soy!”. En realidad, el “a huevo” viene a ser una mera expresión de júbilo, no de confirmación de una certeza, pues la situación no estaba predeterminada desde un principio, muy al contrario, sobre mí se encontraba la posibilidad de no concluir el recorrido. El “sé quién soy” en cambio, es una cita del Quijote que me parece apropiada no tanto por una confianza engreída en mis facultades, sino porque el Quijote la dice precisamente en el centro de su locura y después de ser apaleado. El “sé quién soy” lo grita un fugado de la realidad. En un sentido práctico correr un maratón es un esfuerzo excesivo y además, innecesario. Caminarlo lo es por partida doble. Para caminarlo no sólo es necesario emplear muchas horas más, sino que al quedar atrás del grueso de los competidores, la soledad es mayor. En la camiseta de un corredor se leía la frase “la soledad del corredor de larga distancia”. Esa soledad se acentúa al caminar, pues hay menos participantes y mucho menos animadores durante el recorrido. Una razón para participar en el maratón -válida, por supuesto- es la sensación de ser parte de un grupo. También puede ser la sensación de recibir apoyo de extraños, como un placebo del afecto. Pero la euforia se diluye a medida que el caminante se rezaga.
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Según avanzamos, la escenografía de la carrera va desapareciendo, el mundo por el que uno camina se esfuma. Incluso es difícil para las pocas personas que quedan apoyando, porque prácticamente hay que hacer contacto visual con los pocos que quedan, lo que crea cierta incomodidad, como si la liga de la que hablo se estableciera no con un evento (la carrera), sino con una persona, que al ser extraña, resulta lejana y por ello el entusiasmo queda desnudo, tal vez no impostado pero si injustificado.
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Así, los escenarios se desvanecen, el entusiasmo se adelgaza y sólo queda la distancia por recorrer, que como ya he dicho, es mucha y es innecesario recorrerla. Ese es el punto exacto en el que se consuma la metáfora: en algún momento, todos estamos solos, vamos lento y nos consume el tiempo. Durante mi preparación, buscaba obtener mi mejor marca personal. Lo que encontré fue mi peor marca posible. Pero lo hice en la compañía de los que tienen el mayor tesón, la máxima determinación, la fidelidad a toda prueba. Como en el laberinto de la catedral de Chartres, lo más cercano es lo más lejano, y lo más lejano es lo más cercano. Visto en perspectiva, tú y yo transitamos por ese laberinto: como en una asíntota nos acercamos y frente al espejismo nos supusimos cerca del centro. Pero ni tú ni yo somos el centro. Como ves, no adquirí un mayor orgullo, sino una mayor humildad. Tuyo en las horas solitarias. Florenzo PD. Dos de mis humildes besos.
ENSOÑACIONES DORADAS 1° de septiembre Querida, El mayor espejismo que puede encontrar una persona es el de los momentos dorados. Es posible que los motores vitales de muchos -como yo- estén inconscientemente impulsados por el combustible de la búsqueda de esos momentos. Cierto, en buena medida mi trayectoria vital se rige por algunos principios, algunas creencias, ciertos planes y también, cómo no, compromisos y responsabilidades. Pero soy perfectamente capaz de crear situaciones que lleven a una secuencia de los momentos dorados y torcer toda la aparentemente severa estructura de los fundamentos personales. Al precio que sea. Lo dice Joaquín Sabina con más gracia: he pagado caras quinientas noches baratas. Tú sabes bien de lo que hablo. En busca de esos raros y felices instantes desafiamos toda convención y estuvimos a punto de lanzar por la borda el curso que hasta entonces llevaban nuestras vidas. Es posible que esos momentos se hubieran desvanecido ante el ímpetu brutal de las emociones que desataríamos en los demás. O tal vez no, quien lo va a saber.
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Una secuencia de momentos dorados puede cambiar el rumbo de un ramillete de vidas. Lo sé por experiencia. Hay momentos dorados que pueden fundar una familia, aún cuando desaten alrededor amargas consecuencias por años. Cicatrices que llevarán aquellos asimilados a la vorágine del horror desatado por los momentos dorados.
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Ocasionalmente vuelven esos momentos. No en la forma que tú y yo los conocimos, pues todo indica que esa experiencia desapareció para siempre. Se trata de algo más sencillo, como una tarde apacible en un restaurante en donde en algún momento el fado que suena me transporta a una Lisboa antigua y señorial. O bien, un paseo en una galería repleta de imágenes de religiones y mitologías que no son las mías pero que respeto y hasta que hasta cierto punto creo que resultan de gran utilidad como referentes de filosofía de vida. Pero sé que esos momentos son maya, ilusión. Los procuro y los alargo tanto como puedo, pero sé que pasarán como el viento. Me mojo los pies en aguas someras, más sé bien que soy un nadador de océanos. Un nadador retirado. Mientras tanto, Marco Aurelio me mira severo desde el sillón de mi oficina. Muy poco he aprovechado sus lecciones. Recargado en una columna de carga que soporta el edificio al tiempo que rompe la monotonía de mi oficina, el profesor Heidegger me dirige preguntas cargadas de agudeza pero también de ironía que hacen manifiesta tanto mi patente ignorancia como mi falta de rigor. Y Tabucchi, que si se lió a trompadas intelectuales con Umberto Eco con cuanta más suficiencia lo hará conmigo, se planta en una silla a señalarme mi carencia de compromiso con las causas en las que creo. Sólo falta que Eréndira Ikikunari me eche en cara, además, mi falta de valor para defender aquello en lo que creo. Pero camina por el pasillo y está a punto de entrar. Y mientras tanto yo con mis ensoñaciones de momentos dorados. En fin, qué le vamos a hacer. Con todos mis defectos. Florenzo PD. Dos besos imperfectos
BICICLETAS Y DIOSES 3 de septiembre Querida, Hay una pregunta peliagudísima, y de tal naturaleza que evidenció una de las poquísimas diferencias que tuvimos tú y yo frente al mundo y la vida. Claro, es a tal punto fundamental, que esa diferencia supondría a final de cuentas la hebra de la cual tirar para amargar el banquete de leche y miel en el que estábamos instalados. RLV 19
Me refiero a la pregunta de en qué creemos.
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Tu posición siempre fue clara y bondadosa: verdadera creyente católica, comprometida con la práctica de las obras de caridad, siguiendo ese precepto de dar “hasta que duela”, del ejercicio del amor como una cuestión de voluntad movida por la fe. Mi posición es, en cambio, mucho más confusa: un revoltijo de agnosticismo, guadalupanismo, admiración por algunos pasajes del Nuevo Testamento y reverencia por lo que superficialmente conozco del óctuple sendero. No sé hasta que punto esto contribuyó a que en el delicado sistema alquímico de tus afectos se esfumara mi hora de futuro. O tal vez nunca hubo futuro y visto en retrospectiva y con sabiduría, pudimos vivir el momento y nada más. No hay amargura en mis palabras, al contrario. Lo abominable que se acumuló en mi corazón pasó por un proceso de destilado y lo deseché hace tiempo. Pero en fin, me desvío. De lo que realmente quiero platicarte es acerca de una película que vi en estos días y que posiblemente conozcas. Se trata de “El chico de la bicicleta” (Le gamin au velo), de los hermanos Dardenne. La trama es simple: Ciryl es un niño de 11 años cuya mamá está ausente, su padre le repudia y está en un orfanatorio en donde toda su rebeldía se manifiesta. Es un niño perdido. Por casualidad conoce a una peluquera, Samantha, quien lo acepta incondicionalmente y sin razón, en un acto de la más profunda caridad, es decir, el más profundo amor. Me referiré en particular a las escenas finales. Antepenúltima. En una fría sala del poder judicial, Samantha asume la reparación del daño económico que Ciryl ha causado en un robo violento a un librero. Por su parte, el niño debe pedir el perdón al librero al quien golpeó con un bate para consumar el robo. El acto de la solicitud y otorgamiento del perdón, en apariencia un mero trámite burocrático, se convierte en el centro del camino de redención y de una manera casi palpable Dios se hace presente. Pero el círculo no se ha cerrado, pues Ciryl también golpeó al hijo del librero y este le guarda rencor. Penúltima. Samantha y Ciryl pasean en bicicleta a la orilla del río. Se detienen a descansar y Samantha propone una parrillada con unos vecinos. No se dice, pero es un banquete que servirá de celebración de la recuperación del niño perdido. Se corren los preparativos y Ciryl debe ir por el carbón para hacer el fuego. Última escena. En la bicicleta y con la bolsa de carbón en la mano, Ciryl se dirige al banquete, pero se encuentra con el librero y su hijo, y éste lo persigue con un furioso afán de venganza. Ciryl escapa, entra a un bosque urbano, sube a un árbol, y ahí es atacado a pedradas hasta que cae y queda inerte. Parece que ha muerto, así que el librero y su hijo confabulan una historia para eludir su responsabilidad. Y entonces Ciryl se incorpora lentamente, desorientado y torpe. El librero le ofrece llevarlo al hospital, pero Ciryl se niega, regresa a la bicicleta y retoma el camino al banquete. En la furia, en la tragedia, en la resurrección y en el perdón de regreso, de nuevo Dios se hace presente.
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Oigo hablar del Dios de Spinoza y me rebasa el concepto de “la fe en la razón”. No sé nada de este mundo, hasta mi propio interior me resulta insondable (tú decías esto mismo de forma breve y elegante, como es tu palabra). Pero si hay un Dios de los hombres, es aquel que se manifiesta donde hay dos que se encuentran. Sospecho que otra vez tenías razón.
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Tu hermano en Dios. Florenzo PD. Dos besos en conspiración.
PERSISTENCIA DEL INFIERNO 7 de septiembre PERSISTENCIA DEL INFIERNO Querida, Esta es una historia que nunca ocurrió. En aquellos tiempos edénicos se reunieron dos, que llamaremos convencionalmente Adán y Eva. Se conocieron en el Verbo y después el Verbo encarnó y se conocieron en el otro sentido. Cierta tarde evocaron con el Verbo imágenes que seducían al ojo a pesar de que en su mayoría describían el horror de un mundo salvaje e inclemente. Un mundo en el que Adán notaba una ausencia de Dios. Cabe decir que cuando Adán decía esto, Eva se cubría de alarma y dolor. Como principio, hemos de reconocer la verdad irrefutable del sufrimiento en el mundo. Hombres en llamas, hijos asesinados, hijas violadas y forzadas a negar su ser, águilas que extienden sus alas para cernirse sobre toneladas de basura, selvas convertidas en eriales, la gente desesperada que huye del hermano criminal para enfrentar el odio del otro hermano que desde el otro lado del espejo lo repudia, en fin, niños sobre la fría plancha de la morgue. Es cierto, el sufrimiento existe, pero en muy buena parte es causado por personas. El triunfo de la muerte sin Dios que intervenga. A cambio de la ausencia de Dios, los que quedan del lado de la buena suerte se montan en zancos de soberbia para que sus sombras crezcan y llenen de frío y sangre a los que están del otro lado de la fortuna. Otros en cambio voltean para otro lado, pues sólo hacen lo que se espera de ellos, con la coartada del deber cumplido. Las imágenes que ahora mismo describo son diferentes de las que en su momento vieron esa Eva y ese Adán. Pero paradójicamente son las mismas. Cambiaron algunos escenarios, algunos encuadres, algunos colores. Pero son las mismas. - No puedo aceptar tu Dios -le dijo Adán a Eva- porque sus ministros están contaminados de falsedad y egoísmo.
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- ¡Pero te equivocas! Porque es la ausencia de Él a quien niegas, la que explica el caos que vives y que ves.
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Es casi seguro que al paso del tiempo se demuestre que Eva tenía razón y Adán estaba equivocado, pues así es siempre. Pero por lo pronto, el Dios de los hombres sólo se aparece esporádicamente cuando misteriosamente, gratuitamente se establece el vínculo entre dos o más. En cuanto al método para combatir el sufrimiento, hay distintas prescripciones. El camino para superar la ilusión. El camino a través del abandono. El camino de la caridad. El camino de la lucha. Hay más de una receta, y sospecho que una misma persona utilizará varias en distintas circunstancias. Tuyo cada vez que desciendo a los infiernos. Florenzo PD. Dos besos que piden redención
LA SIRENA 10 de septiembre Querida, Por alguna razón desconocida hoy me invocaron simultáneamente la “Canción de la Sirena”, de Tim Buckley, y “Lighea”, el breve cuento de la sirena del Príncipe de Lampedusa. Tal es mi nivel de ignorancia y de engreimiento, que casi tengo por seguro que el airado senador La Ciura, el protagonista de Lighea, no habría simpatizado conmigo ni siquiera por mi incipiente y superficial admiración por los griegos. Probablemente mi carácter arisco me habría hecho sordo a su narración del encuentro con la sirena. Y sin embargo… Viví en aguas profundas. Aún conservo vestigios de tesoros incomparables. Estuve en el non plus ultra. Pero a diferencia de La Ciura, me he manifestado incapaz de rechazar la palidez del mundo. Tal vez por mis limitaciones de carácter, o tal vez porque aún estoy por tener esas tres semanas en el Mediterráneo que dejarán su rastro indeleble y definitivo en mi vida. En todo caso, sé que no estarás ahí. En la ausencia definitiva. Florenzo
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PD. Dos besos submarinos.
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LECTURA DE INSOMNIO 13 de septiembre Querida, Aunque me sienta muy cansado, hay noches en las que simplemente no puedo conciliar el sueño. Después de batallar durante largos minutos, a veces hasta horas, acabo por levantarme y generalmente me pongo a leer fragmentos de aquí y de allá. Dos lecturas acompañaron una noche reciente. En la primera lectura, La Gastritis de Platón de Tabucchi, el tema central es el encierro de Adriano Sofri acusado de maquinar el asesinato del comisario de policía Luigi Calabresi. Esto es pretexto para un debate acerca del rol del intelectual, tema que interesa a Tabucchi especialmente en función de sus diferencias con Eco. Otro tema, propuesto por Sofri, es el de la petición de perdón que deben las instituciones en general y los gobiernos en particular, cuando es el caso. Pero el que más me ha impactado es un caso narrado por Sofri acerca de un hombre que acabó en la cárcel por un descuido: provoca un incendio menor y sin consecuencias en su prado, pero de magnitud suficiente como para requerir la ayuda de los bomberos, lo cual activa una máquina trituradora de personas llamada justicia. El caso es italiano, pero leído en clave mexicana es todavía más aterrador, por lo que supondría el ingreso a una cárcel de nuestro país. Aunque Tabucchi lo incluyó para ironizar la posición de Eco que dice que en un incendio lo mejor que puede hacer un intelectual es llamar a los bomberos, en realidad el relato es de naturaleza kafkiana. Describe con precisión los engranajes de una máquina destructora, inclemente, inconmovible. Ni escribir el libro y menos leerlo ayuda a remediar la injusticia. Es un caso cerrado hace tiempo. Pero para mi gran sorpresa, el caso sirve como piedra de toque. Tengo la muy pesimista impresión de que en una encuesta que pregunte la opinión sobre los resultados del proceso al incendiario involuntario, la mayoría propondrá el encierro del infractor, alineando los resultados al experimento de Millikan y a las observaciones de Hanna Arendt. Bien, reconozco que me excedo y que estoy llevando esta visión pesimista a un extremo injustificado. El mundo visto desde esta perspectiva es un lugar desolado. Mi otra lectura contrasta por completo. Me llega en el momento preciso en el que la necesito. Se trata de Roberto Calasso reflexionando sobre dioses y literatura. No es un simple repaso erudito e histórico, sino más bien, la búsqueda de dioses y deidades en este mundo y en tiempos modernos según lo constatan varios que van desde Hölderlin a Nabokov. A la lista que presenta Calasso habría que agregar el caso de Lampedusa.
Bien, hay dos preguntas que me gustaría agregar a este panorama. ¿Qué hay de las nuevas y modernas mitologías, como la que plantean las sagas japonesas de nuestros tiempos? Me resulta inquietante que en
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¿En dónde residen esos dioses? En algún momento, Calasso se plantea la búsqueda de las deidades no sólo de la antigua Grecia, sino que repasa el programa expansivo alemán que abarcaría a las deidades del oriente hindú.
este mundo de realidades aumentadas sea posible percibir con los dispositivos adecuados a seres que hoy parecen motivo de entretenimiento, pero vaya a saberse si se constituirán en el último asalto a los dioses antiguos o a nuestra porosa realidad ¿Y qué hay de las deidades mesoamericanas que poblaron nuestras aguas y nuestras praderas? ¿Estarán presentes en ciertas circunstancias? Los amantes en ausencia se asimilan a esas deidades. Se aparecen en ciertas noches, en ciertos insomnios. Desde la falta de sueño. Florenzo PD. Dos besos en fragmentos.
MANUALES DE NAVEGACIÓN 17 de septiembre Querida, Creo que más que instrumentos de adivinación, artefactos como el I Ching, el Tarot o el Mah Jong ayudan a afinar la escucha del río. Pero a veces habla casi cualquier cosa. Recibo dos nuevos libros y los abro al azar. Esto me dicen: Peter Brook, en “Más allá del espacio vacío”: “Estoy convencido de que estamos aquí para recibir influencias. Constantemente, los demás influyen sobre nosotros y, en su debido momento, nosotros influimos sobre los demás. Por esta razón, en mi opinión, no hay nada peor que asignarnos una “marca de fábrica”, que adquirir una marcada fisonomía, que nos reconozcan por determinadas características.” Ai Weiwei, en “Sunflower Seeds”: “Instead of putting a personal mark on something […]you set up a structure, you make room for possibilities.” Nuestro sistema oracular fue la poesía. Aún hoy es frecuente que vaya a una librería, me dirija siempre de manera indirecta a la sección de Poesía, abra un libro al azar y encuentre: “Los pensamientos, esos engendros de mi mente, a menudo están contigo/mas yo, su creador, ansío su libertad ” (John Donne). Desentrañando los mensajes. Florenzo RLV 19
PD. Dos besos de quien ya no soy.
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CAMINO DE PERFECCIÓN 21 de septiembre Querida, Tal vez no sea una coincidencia que ahora que leo acerca de un cuerpo humano segmentado en cajones con los componentes químicos que lo forman y me entero -por Calasso- que Mallarmé se identifica con ese cuerpo, venga a mi mente la violenta imagen del Splendor Solis que muestra al hombre cortado en trozos previo a su transformación alquímica. Por lo que ahora sé, esas transformaciones alquímicas no siguen un camino lineal marcado por una metodología. Es más, por lo que ahora se, nada sigue un camino preestablecido. La verdadera transformación es un camino de idas y vueltas, de grandes fallas y pequeños avances. Tampoco es que se trate de una transformación alquímica, sino de sucesivos descubrimientos que muchas veces son engañosos. Entramos en una especie de verdadero laberinto ontológico, en el que los niños se guían con toda naturalidad y certeza, mientras que los adultos vamos a ciegas. Nacemos completos y somos cercenados en nuestros primeros años. Si no es mediante la alquimia ni sus metáforas de metodologías lineales, ¿cuál es el camino para restaurar la unidad? Hay una palabra clave en todo esto, o eso sospecho. La palabra es ritmo. Calasso habla de “metro”, y liga el metro a una jerarquía de deidades y hombres que le utilizan para llegar “al cielo” y que constituye uno de los capítulos menos inteligibles y al mismo tiempo más luminosos que he leído en mi vida. Yo no creo que sea el metro, sino en todo caso, el ritmo. Aún más. Ya sea que se trate de la experiencia de escribir o de la experiencia de correr o caminar largas distancias, creo que la invocación a ese otro, a ese complemento, viene del ritmo y de la prolongación indefinida. Tal como ocurre en esos extraños casos en donde la unión de los cuerpos que se prolonga de manera casi indefinida, casi infinita, y se asimila a un rezo repetido rítmicamente, cíclicamente, casi eternamente y los cuerpos no son dos sino uno. Así en la escritura y así en el correr. Y tocar de nuevo lo sagrado, lo divino. Como entonces. Y de nuevo ser uno. No soy tuyo porque ya soy tú. Florenzo
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PD. Dos besos rítmicos y prolongados.
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VERMEER. Y EN CONTRASTE, LO ABIGARRADO Y LO ESPERPÉNTICO. 22 de septiembre Querida, Todas las noches al llegar a casa es como entrar en un cuadro de Vermeer, de colores cálidos y vibrantes. Se perfeccionan los oficios de quienes habitan este cuadro, y quienes más y mejor me habitan. Por una parte, elaborados experimentos de alquimia que me hacen declarar con cierta frecuencia que he perdido el gusto por ir a restaurantes porque rara vez o nunca igualan la comida con la que nos deleita. Por otra parte, la experimentación apasionada y dedicada al arte nuevo del caballete digital. Mientras esta escena cotidiana transcurre, se presentaba por la TV un programa de un desfile de la comunidad LGBTTTI. Poco después, una serie del papado católico de Rodrigo Borgia. No me identifico con ninguno de esos grupos. Pero reconozco que entre el desmadre abigarrado de uno y la esperpéntica hipocresía de los otros, prefiero el valor de los primeros. Sé que hay buenas personas que procuran la caritas de la palabra de Cristo, tú entre ellas, y lo admiro. Que además y sinceramente creen en fenómenos como el de la conversión del pan en carne y el vino en sangre, cosa que contraviene cualquier conocimiento empírico de la química. Bueno, vaya y pase, cada quien. Pero que por preservar ese voto de castidad se sigan cometiendo todos los crímenes que ahora salen a la luz un día sí y otro también, eso no se puede tolerar. El origen y raíz del problema de la iglesia católica es su posición perversa frente a la sexualidad, cuya base está en imponer la castidad como un requisito que en la práctica resulta contrario a la naturaleza humana. Si el actual papa no aborda el problema incluyendo esa perspectiva, todo lo demás son pamplinas. Lamento el dolor que te puedan causar mis palabras. Tu hermano siempre. Florenzo PD. Dos besos abigarrados y sinceros.
UFEMIA Y APOLO 28 de septiembre Querida,
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Como diría nuestro clásico Chava Flores, “no me escribites/y mis cartas anteriores no sé si las recibites”, así que “acabamos de un jalón” con estas cartas que iniciaron con el verano. Agregaré que no se extingue la necesidad, sino el cauce y el delta.
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Escribo, y en ciertas ocasiones presiento esa sombra que me habita sólo ahí ¿Hay atrás de esa sombra otra presencia aún más oculta y más profunda? El mundo habla de forma elocuente, pero no escuchamos. No sabemos ver. El domingo pasado llegué de la carretera y le prendí a la TV. Usualmente llego tan cansado que voy directamente a dormir. Quiero decir, a dar vueltas en la cama. Pero esta vez transmitían “Another Woman” de Woody Allen y me quedé despierto no sólo durante la película, sino mucho tiempo más. Es una obra maestra. Me entero que toma a “Fresas salvajes” de Bergman como inspiración. El verdadero arte es ensamblar de manera armoniosa aspectos complejos sin que se noten imposturas, sin faltar a la verdad de una lógica rigurosa y autocontenida. Así pasa con esta película. Contiene diálogos perfectos, la música exacta para proponer una interpretación adicional de la trama, una referencia a un soneto de Rilke que es fundamental para interpretar a la película, y algunas escenas que son un clímax cinematográfico, como cuando la mujer está revisando fotos antiguas de su familia y entra en las escenas de las fotos que en realidad nunca vemos. Pero sobre todo, el drama de una mujer respetada profesionalmente pero considerada seca por quienes le conocían. El final del soneto de Rilke constituye el leit motiv espiritual, por así decirlo, de la película: debes cambiar tu vida. Hay rasgos de esa mujer con los que me identifico. Sé que tras una capa superficial de parlanchinería que he convertido en un distintivo, soy frío, establezco distancias y tiendo a rechazar las emociones intensas. Por otra parte, mi impulso vital no es el cumplimiento de una misión personal o un destino, al menos no como se lo plantea esta mujer. Es probable que por ello mis neurosis son menos violentas. Alguna vez comentamos acerca de la templanza. Ni siquiera sé cómo surgió el asunto, pero recuerdo que yo me sentí ofendido cuando dijiste que no identificabas a la templanza como uno de mis atributos. Te mostraste sorprendida de mi reacción. Tuve que ir al diccionario para asegurarme que estuviéramos hablando de lo mismo. El punto al que quiero ir no es si tengo o no tal o cual atributo, sino el enorme contraste entre lo que una persona cree de si misma y lo que los demás aprecian. Incluso con aquellos muy cercanos, tan cercanos que ilusamente creemos que son un mismo ser con nosotros. Siendo así este mundo, no queda sino encontrar en los fragmentos con los que casi a ciegas tratamos de encontrarle sentido, la luminosidad vital que nos oriente ante el perpetuo cambio. En el recuerdo y en la promesa de los futuros que serán. Tuyo ya no más. Lorenzo
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PD. Cambia tu vida.
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La Sociedad de los poetas nonatos Guía de lugares insólitos y secretos Alex Hernández
La ciudad que todos ven y todos conocen el horizonte evidente las grandes torres que se levantan al norte: un bosque de metal y vidrio. En otra parte se encuentra tu plaza: es el centro de todas las potencias. Por las mañanas se vive un trombo cotidiano en las arterias y por la tarde en las venas. Un corazón hecho del paso del tiempo y de la alquimia de los combustibles. Tus signos más visibles: iglesias como risas, alguna catedral como una carcajada; paseos que en ocasiones se muestran descuidados; panaderías de fama en cuyos hornos se cosechan frutos de uva y miel; las flores de los árboles RLV 19
que anuncian el estío
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en el jardín de todos; los parques de alegría las plazas comerciales las landmarks que aparecen en guías de turistas: paradas prescritas de autobuses; tu circuito interior tu circuito exterior; tu rostro más superficial visible para todos.
Pero yo tengo una guía de extraños lugares que te forman que muy pocos conocen, o tal vez sólo yo.
En lo más oculto del bosque urbano hay un pozo cuyas aguas sacian la sed a plenitud pero es una ilusión pues si te alejas de la fuente equivale a beber las arenas del desierto.
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Dirán que es mentira
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porque eres ciudad del altiplano pero en ciertas madrugadas sobre una colina se alza un faro su ojo de luz gira como un derviche y entonces navíos venidos de otros tiempos cruzan por tus avenidas y atracan en tus puertos. Pero hay que andar con tiento con las tripulaciones pendencieras. Si caminas entre calles de cúpulas y arcos ya casi derrumbados encontrarás una loseta de piedra negra con una cifra escrita en una grafía olvidada; la piedra viene de otro mundo la cifra conmemora y anuncia la certeza de un tiempo circular.
Entre tantos comercios que agotan las posibilidades del hastío se encuentra un restaurant donde sirven los mejores corazones; al modo de Pessoa, los he probado fríos
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e incluso crudos
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pero no aquí: están en punto justo de aliño y aderezo y se acompañan de un jerez que no empalaga.
En el barrio universitario bajo la biblioteca hay otra biblioteca casi infinita (pero no hay “casi” hablando de infinitos) guarda los folios que describen las vidas de todos tus habitantes hay miles que cuentan historias sin razón y sin sazón otros que narran las vidas de dos o tres tiranos y pocas, muy pocas biografías que rozan la épica y la leyenda; yo busco en los estantes la que me retrata soy un volumen no menor, más no excesivo pero no me descifro los textos están escritos con la tinta de agua de todos los libros de los sueños.
Hay un jardín botánico
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donde se rinde culto a las cactáceas
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entre ellas hay una que contradice a sus hermanas; es de esta planta la rara flor de pétalos que se extienden como piernas perezosas y lascivas; una flor cuyo aroma conduce a los parajes del delirio.
En otra zona hay una acequia donde el agua se confunde con el fuego un fuego transparente, un fuego que renombra.
En la antigua estación de trenes hay un cuarto de máquinas cuyo uso hoy se desconoce: arreglos mecánicos de movimiento perpetuo ingenios ópticos que aclaran lo lejano aparatos bilógicos que sustancian el deseo.
Al lado de la feria hay una feria y un juego que condensa el juego de azar, de abandono y de destreza un juego que me place pues no concluye en fatuo triunfo
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ni en angustiante decaimiento
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no es el resultado, sino el transcurso.
Hay foros ocultos de música tan sólo la mejor música la música que viene de ciertos poliedros la música que es nada que es una vibración apenas audible si me acuesto en tu suelo: expansión éter fuego lo que surge lo que nutre lo que mata no más que una sílaba sagrada no menos.
No siempre hay prados verdes ni azules campos de nomeolvides pero sí a veces, cuando te revelas no como lo que eres, sino como Eres.
Y tan inopinadamente como surges así te esfumas. Camino de nuevo en estas calles que todos conocen camino de nuevo por tus calles bajo el sol, mas desoladas
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bajo luces agotadas sin estrellas
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y de nuevo me pregunto ¿en dónde está tu entrada? no la carretera sino la que lleva
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a tus lugares insólitos y secretos.
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En Carnuntum Alex Hernández
La pradera se llena de amapolas las mismas que en mi país se asocian al dolor que provoca una economía de insensatez y tiñen los campos áridos de otro rojo. Pasamos al lado del arco del triunfo pero bien dicen sus constructores se desvanecen las glorias de este mundo y hoy es una pila de piedras cuya forma es apenas distinguible. Justo en este lugar sabiendo que el arco no sería eterno ni la palabra, aunque esta aún perdura, escribía Marco Aurelio que todo es volátil e inestable y confuso, mera alucinación. Por las noches escribía, pero en el día combatía a los sármatas en la conciencia de todo lo fugaz, la práctica del arte de ser romano. En el limes que marcaba el Istro mereció el nombre de Germanicus. A la orilla de este río me pregunto
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¿cuál es mi verdadero nombre?
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Al Valle de las calacas Saliendo cuando nadie te ve Paco Olvera
replicaba “¡los zapatos yo los uso, no me los como!”, ella decía “viejo loco” el respondía “¡vieja traga-zapatos!” (https://youtu.be/hhsC3YmO7aM).
Esta crisis surrealista de la falta de combustible en México, y en particular en la Ciudad de México, nos ha hecho perder la atención de muchos otros temas, algunos importantes otros casi anecdóticos. Entre las noticias de los dimes y diretes de las causas y torpezas de esta crisis de gasolina escuché la noticia de la muerte de Fernando Luján.
También recuerdo que cuando él se refería a estos personajes, mencionaba que se trataba de teatro Chiribitil, que por muchos años para mí sólo se trataba de un término chistoso, hasta que descubrí que así se le denomina al desván o al cuarto de trebejos.
Sobrino de los hermanos Soler, fue parte de una familia de artistas, lo cual le permitió ser niño artista al lado de Pedro Infante en “El mil amores” o de actor de reparto con Cantinflas en “EL patrullero 777”. Su apellido real era Ciangherotti (tuve que buscarlo en Internet) y recuerdo que mi tío Luis siempre decía que era hijo de “la Soler” y de Alejandro “Changueroti” (así lo escuchaba yo). Los primeros recuerdos que tengo de él, es en programas nocturnos de variedades en la televisión. Hacía varios personajes, uno de ellos, “Don Cucufato”, salía como un viejito de bombín y bastón, diciendo incoherencias, cuyos sketches siempre finalizaban con la frase “¡por eso estamos como estamos!”, los primeros de ellos con Héctor Suarez en un programa llamado “Domingos Herdez” (donde también salía Jorge Labardini con la frase “hechos con amor, con toda confianza es Herdez”). En particular usando este personaje, hizo un anuncio de “Canadá”, famosa zapatería de los años 70, donde él hacía de clientes y cuando la dependienta le preguntaba “están ricos, ¿no?”, el
En “La edad de la tentación” personifica a un jovencito que se enreda con una mujer de “mala reputación”. En “Los malditos” sale como el incomprendido hijo de padres ricos que sólo encuentra diversión en hacer cosas fuera de la ley y probar que no le teme a nada. Los títulos de muchas de sus películas son tan descriptivos como curiosos: “Juventud sin Ley”, “Acapulco A Go-Go”, “Fiebre de Juventud” o “Los perversos”. Hizo el papel protagónico en “El Coronel no tiene quién le escriba” de Arturo Ripstein, que en lo particular a mí no me gustó. Entre los títulos de su filmografía
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Lo recuerdo en algunas telenovelas en papeles de reparto, ya maduro le quedaba bien el rol de papá, pero no algo impactante. Sin embargo, en las funciones de las películas de blanco y negro, lo descubrí como el “rebelde sin causa” de la Época de Oro del Cine mexicano. Hacía papeles de pandillero, jovencito descarriado, que bebía, fumaba y le daba dolores de cabeza a sus padres.
destacan algunos de esos que cuando leía en el “Tele-guía” me generaban cierta curiosidad malsana: “Neutrón contra los asesinos del karate”, “Agente 00 Sexy” o “La hermana Dinamita”.
pase desapercibida por la marea de torpes decisiones en la administración de nuestra nación. Que Luján salga del Chiribitil de nuestros recuerdos, que no se vaya sin que nadie lo ve.
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Sin duda un pionero del cine y también hacía teatro. Era reconocible y divertido, tal vez encasillado, pero dejó su huella. Que su muerte no
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