Creatividad para la inclusión Hay muchas historias en el mundo de la publicidad, algunas merecen ser olvidadas y otras, como la de Gonzalo Vidal, merecen ser contadas, porque merecen ser escuchadas. El objetivo central de la agencia es tratar, a través de la realización de sus trabajos, que se cambie la mirada para lograr un mundo mejor. Una amigable charla (¿cómo no ser amigo de Gonzalo?) nos revela que puede haber otra publicidad, con otros objetivos pero sin perder la esencia misma de la comunicación que hoy debería ser más humana que nunca. La historia de Gonzalo, la historia y los planes de su agencia Prójimo, que ya forma parte del corazón mismo del barrio La Cava. ¿Cómo llegaste hasta acá? Siempre digo que a Prójimo llegué del fracaso. No es que se me ocurrió, Prójimo me pasó. Ni siquiera puedo decir que tuve esa buena idea. Tiene mucho que ver con los fracasos. Me independicé en el 2009, luego de trabajar dos años en Ponce, una agencia extraordinaria en donde hice todo. Ahí crecí, cambié, me transformé y tuve la necesidad de irme, de hacer algo por mi cuenta, y muy agrandado abrí una agencia que se llamaba Mundo, con toda una cantidad de palabras y un sistema wiki que hablaba de un sistema colabo‐ rativo; era bastante moderna. Pero no había definido muy bien el qué y a la gente no le importaba el cómo, le im‐ portaba el qué. Y no arranqué mal pero a los seis meses se fue mi socio porque se enfermó y después intenté salir ade‐ lante y empecé a usar una plata que tenía ahorrada. En poco tiempo vendí unos terrenos que tenía, después entraron a mi casa y me robaron toda la plata de esa transacción, al mes entraron en la agen‐ cia y me robaron todo lo que tenía aden‐ tro, y un día me encontré solo en una
casa alquilada en Martínez, espectacular, con pileta y todo, y ya no tenía ni clientes, ni empleados, ni plata, ni aho‐rros, ni profesión, porque llamaba y la gente ya no me daba bola, porque cuando vos no tenés nada interesante que contar nadie te atiende. Cuando no te pueden sacar nada… Cuando no te pueden sacar nada em‐ pezás a no existir directamente. Y los ami‐ gos que uno tiene en la publicidad están todos ocupados y tampoco uno puede es‐ tar todo el tiempo llamando… y empezás a encontrar del otro lado una pared. Una pared que te rebota, y no pasás del otro lado. Yo no los culpo por eso, porque yo también soy una pared para otros que lo necesitan y no me estoy dando cuenta. Y la gente está ocupada, tiene muchos problemas y el mundo tampoco es una ONG. No hice cargo al mundo de eso. Em‐ pecé a sentir eso de que el no poder vivir me dignificaba más aún. Encontraba dig‐ nidad en cada cosa que me pasaba y no la podía asumir. Decía: “Este me traicionó, este no me atiende, ¡no importa! Este me
afanó… ¿Cómo lo voy a vivir? ¿Con qué dignidad lo voy a vivir?” Empecé como a vivir esa transformación también porque tengo hijos y mujer. La mirada de mis hi‐ jos siempre me apura a ser digno. No me deja caer. Porque yo tuve un papá muy digno también. Mi viejo para mí fue un orgullo. Y esa imagen paterna yo también se la quiero dar a mis hijos. Aproveché todo lo malo para vivirlo en familia. Teníamos bicis, premios, plata, viajes, y de repente nos agarró un camión y nos fuimos al carajo. ¿Viste cuando te caés de la bici y estás todo raspado, te duele todo, la bicicleta queda torcida?… Entonces está bueno llorar un rato, y decís ¡la puta, me duele todo! Pero podés quedarte toda la vida llorando o subirte a la bicicleta. Entonces tuve ese tipo de charla con mis hijos, esa de las películas yankis, el día que me robaron todo y llegué a mi casa y estaba devastada. Y les dije: “Ahora nos vamos todos a dormir, lloremos, putee‐ mos, no nos iremos de vacaciones, pero mañana se suben todos a la bicicleta y arrancan”. Y esto ocurrió en el 2011, y fue todo un proceso muy personal, fueron
POR CARLOS ACOSTA FOTOS: MARIANA ROVEDA
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