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Perspectiva de género en educación media superior
from Magisterio 90
Perspectiva de género
en educación media superior
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Diana González Flores
Escuela Preparatoria Oficial Núm. 246 "San Nicolás Guadalupe" San Felipe del Progreso, Estado de México
El 8 de marzo de 2020, México acaparó los reflectores a nivel internacional, debido a la marcha sin precedentes que se llevó a cabo, producto de la molestia de miles de connacionales por las cifras de violencia contra las mujeres en el país, además de la saña y normalización con que de ella se habla. Esto provocó que el tema fuera objeto de análisis y discusión en diversos sectores públicos y privados.
Igual, la movilización repercutió en el ámbito educativo, de manera específica en el nivel medio superior, pues muchos alumnos se mantuvieron al tanto; algunos preguntaban: “¿Usted qué opina?”, “¿Está en favor o en contra?”, “¿Por qué hacen eso las mujeres?”; otros tomaban partido, consideraban que las acciones realizadas (las pintas y daños a los monumentos) estaban mal, que se cometían delitos y debían ser castigados; entre otros calificativos expresaban: “No estoy de acuerdo con lo que hacen” o “Viejas locas”.
En este contexto, sobresale el papel de la docencia en la formación de los individuos, quienes, en un futuro cercano, serán los tomadores de decisiones en cada rincón del país. No hay que olvidar que la educación “está obligada a ofrecer una formación integral, libre y responsable, apta como preparación para la vida diaria y que pueda dar respuesta a las necesidades de una sociedad en continuo desarrollo” (García, 2012, p. 2). Esto significa que los docentes debemos estar preparados para formar a estudiantes empáticos con las necesidades de los grupos menos favorecidos, analizar de forma crítica todo lo que acontece a su alrededor e identificar información veraz y oportuna. En otras palabras, complementar los contenidos con habilidades socioemocionales que contribuyan a mejorar el entorno.
De ahí surgen las cuestiones: ¿los docentes están preparados para formar a estudiantes desde una perspectiva de género, sobre todo en el nivel medio superior, donde los jóvenes afianzan patrones e ideologías que usarán el resto de su vida?, ¿qué les dejan las acciones que despliegan?, ¿la manera en que se dirigen a sus alumnos influye de forma positiva o negativa? y ¿cómo los impacta el lenguaje que usan?
Se definirán los conceptos fundamentales que darán claridad al contenido de este texto. Se puntualiza el “género” “como una construcción cultural que, a partir de la diferencia sexual, establece qué características definen a la mujer o al hombre en una sociedad determinada” (Díaz, 2003, p. 3). La familia y escuela son las principales instituciones donde se socializan los estereotipos derivados del género, también son las que pueden modificar poco a poco estas construcciones sociales que tanto daño hacen en la actualidad.
Ahora, en gran parte de las políticas públicas se habla de la “perspectiva de género”, la cual es el conjunto de herramientas que permite reconstruir los estereotipos o roles de género establecidos social y culturalmente en una época, espacio o contexto determinado, con el fin de lograr el desarrollo integral de hombres y mujeres. Es decir, hay un abanico de posibilidades para resignificar ser mujer u hombre a partir de las necesidades de cada individuo.
Por otro lado, la perspectiva de género aplicada al ámbito educativo tiene como objetivo:
hacer que los distintos individuos se planteen la necesidad de analizar y reconocer su responsabilidad escolar al transmitir valores, actitudes y conocimientos que mantienen las inequidades entre los géneros; son las y los docentes quienes transmiten y reproducen los roles y estereotipos tradicionales, el sexismo, la discriminación, la desigualdad de género y de oportunidades (González y Villaseñor, 2010, p. 27).
El docente se vuelve una figura primordial en la transmisión y transformación de dichos patrones, porque ellos están en contacto directo con los alumnos, son la parte medular de la integración real de la perspectiva de género en el ámbito educativo, son el primer ejemplo que tienen los alumnos, son los responsables de elegir los materiales y estrategias con los que se trabajará, sobre todo, conocen a detalle las problemáticas a las cuales se enfrentan los jóvenes. En primer lugar, se debe iniciar con erradicar los estereotipos de género con los que fueron formados los docentes, con la finalidad de que apliquen en su práctica diaria actitudes, valores y estrategias tendentes a modificar los cánones preestablecidos, y así contribuir a la conformación de una sociedad más justa.
Tal situación se agudiza en comunidades indígenas, donde los roles están muy arraigados, son parte fundamental de su dinámica, incluso se reproducen de generación en generación. Se tienen delimitados los papeles del hombre y la mujer: ellos proveen lo necesario para el sustento familiar y ellas se encargan de las labores domésticas y la educación de los hijos.
En las zonas rurales, gran parte de los estudiantes proviene de familias nucleares, integradas por papá, mamá y hermanos, incluso conviven con los abuelos o hermanos mayores que tienen pareja o están casados, pero aún habitan el mismo hogar. Las pocas mujeres que asisten a la escuela apoyan a su madre o atienden a los hombres de la familia; éstos atienden a los animales, cultivan las tierras o son empleados de la construcción. Todo ello influye directa o indirectamente en su desempeño académico.
Sin duda, lo descrito repercute y se replica en el contexto escolar. En las áreas de convivencia de la institución, durante el receso, los hombres dominan las canchas y la plaza cívica para jugar futbol; aquí las mujeres casi nunca tienen acceso ni son involucradas en las actividades recreativas de aquéllos. Por otro lado, en los lapsos de cambio de docente, horas libres, actividades recreativas y diálogos entre pares es muy común escuchar expresiones de los varones como: “Pareces niña”, “Marica”, “Vieja”, “Loca”, o usan palabras altisonantes para denostar al otro; las alumnas también actúan así para ofender a sus compañeras.
Un ejemplo más es cuando se realiza el aseo de la institución, cuyas actividades se distribuyen de la siguiente forma: las mujeres barren, trapean o lavan el piso del salón y los vidrios; mientras que los hombres llevan agua al aula para que sus compañeras hagan la limpieza, también pintan y re paran algún desperfecto. De esta forma, las autoridades, directivos y docentes reafirman los roles que deben desempeñar los hombres y las mujeres en sus hogares y su comunidad.
Sin embargo, este escenario no se replica en el ámbito académico. En cuanto a aprovechamiento, es más alto el promedio obtenido por las alumnas. Quienes llegan a la etapa de examen extraordinario en su mayoría son hombres. A pesar de los elementos en contra, las mujeres tienen mejor rendimiento académico en el aula.
También, en las clases es visible la dificultad que tienen las alumnas para tomar sus propias decisiones; de hecho, no se visualizan continuando estudios superiores, debido a las condiciones de desigualdad que han adquirido por las prácticas culturales y familiares. Por ejemplo, cuando se elaboran las reglas del curso, quienes las proponen y validan son 90% hombres. Las decisiones de las féminas siempre están supeditadas a la autorización de un varón, ya sea padre, hermano, esposo, concubino, pareja o novio, por lo que acepta las reglas de forma inconsciente.
Respecto al contenido temático de las materias, sólo se abordan las aportaciones y teorías propuestas por hombres, en ningún momento se toman en cuenta las contribuciones de las mujeres hechas al conocimiento universal. De forma sutil, esto influye en los estudiantes, pues se les expone quién establece el conocimiento o principios de la ciencia. En consecuencia, se les impide que visibilicen a la mujer en otro ámbito que no sea el hogar y, por ende, que las alumnas no aspiren a una vida distinta a la de sus predecesoras.
Un factor que contribuye a fomentar estas diferencias es el lenguaje. Los docentes se expresan de manera genérica, en masculino, lo que en algún momento podría considerarse exagerado. Si se hiciera un análisis de fondo se expondría que se invisibiliza a las mujeres, es decir, no están presentes en la práctica docente diaria. Aunado a ello, al momento de participar en clase, los hombres alzan la voz para que su participación sea escuchada, aunque no haya pedido la palabra; en tanto a las mujeres se les deja en segundo término, a pesar de que hayan pedido la palabra antes. Lo cual demuestra que siempre será más importante lo manifestado por el género masculino.
En teoría, lo expuesto podría no ser un problema; sin embargo, repercute en la vida futura de los estudiantes. Las chicas que deciden continuar con sus estudios superiores optan por carreras relacionadas con el cuidado y protección de los demás; por ejemplo, docencia, psicología, enfermería, abogacía, pero casi ninguna elige aquellas relacionadas con la ciencia o el avance tecnológico. En cambio, los chicos tienen una diversidad de profesiones para escoger; por ejemplo, no se ven limitados por el hecho de tener que emigrar a otras entidades o cambiar su residencia. Quienes no siguen su formación profesional se integran al campo laboral. Las mujeres desempeñan actividades relacionadas con las tareas del hogar o esperan casarse en un futuro; en cambio los hombres, gran parte de las veces, abandonan su comunidad.
A través de estos ejemplos, se observa que cada una de las acciones desarrolladas y validadas por los docentes, autoridades y padres de familia en el nivel medio superior repercuten para toda la vida en los estudiantes. Razón por la cual se debe atender esta situación. Antes que nada, es preciso trabajar con el docente para que replantee el significado de género, en este momento de la historia, pues cualquier gesto o palabra puede tener un efecto negativo en el estudiantado.
Se propone que el profesor participe en algunos cursos o talleres relacionados con el tema, a partir de los cuales analice su quehacer, identifique los factores que refuerzan estos estereotipos y planee e incorpore estrategias encaminadas a cambiar la mentalidad del estudiantado respecto al rol que desempeña en la sociedad. Así promoverá relaciones más equitativas y justas entre las personas.
De igual manera, se podrían organizar torneos interescolares para que todos los estudiantes usen los espacios durante el receso, con el fin de fomentar una convivencia armónica e identificar el talento y las aptitudes de los estudiantes y docentes. Sería bueno incluir actividades artísticas para quienes no se sientan cómodos en las deportivas. También, valdría la pena que los estudiantes propusieran actividades que les gustaría desarrollar.
Los talleres son una herramienta para involucrar a los padres de familia y tutores en la reconstrucción de estereotipos; deben ser partícipes de esta transformación y reconocer de qué forma impactan en sus hijos las reglas sociales establecidas para hombres y mujeres. Convendría invitar a personajes reconocidos de la comunidad, para que
manifiesten sus experiencias al enfrentarse a contextos diversos; de esta manera, quizá, los padres o tutores se identifiquen con sus iguales y asimilen de forma más sencilla el mensaje.
En cuanto al currículo, si bien no es tarea del docente, sí puede incluir en sus clases algunos logros llevados a cabo por mujeres en diversas disciplinas, o compartir historias de féminas exitosas que a pesar de las adversidades se sobrepusieron a los obstáculos y son reconocidas en varios campos del saber.
Entonces, la perspectiva de género en la práctica docente “debe permitir entender y vivir la diferencia y relación entre los géneros como una relación de igualdad desde la diversidad, en la que ambos sujetos se liberan y transforman” (Guevara y Bautista, 2013, p. 106).
Quizá el lector piense que todo esto es una utopía o una falacia, y que, desde cualquier punto de vista que se analice, los hombres y las mujeres no pueden ser iguales. Sin embargo, la perspectiva de género, tanto en el ámbito educativo como en cualquier espacio donde tenga cabida, no busca la igualdad, sino que ambos tengan las mismas posibilidades de desarrollo, que sean capaces de demostrar sus sentimientos sin que los demás los juzguen, que puedan adoptar comportamientos acordes con sus gustos e intereses, es decir, que logren el desarrollo integral del individuo.
En esta tarea, el profesorado debería trabajar activamente para desterrar los estereotipos y prejuicios existentes, ofrecer modelos adecuados de conducta, favorecer la crítica hacia los elementos del entorno y los medios de comunicación que vayan en contra de esta línea, trabajar la educación emocional, etc. (García, 2012, p. 4).
Si bien, no toda la responsabilidad recae en el docente, éste puede ser un punto de partida para generar una nueva práctica en los salones de clase, donde además de los contenidos se considere el lado humano de los estudiantes, se conozcan sus sueños, inquietudes y deseos. A partir de esto, sería oportuno diseñar las actividades del aula y, por qué no pensarlo, incidir incluso en sus relaciones interpersonales.
La educación —en específico la escuela— puede convertirse en el espacio y herramienta que permita construir un mundo más justo y equitativo para todos, donde las mujeres no tengan miedo de viajar solas por la noche, no teman sufrir violencia en sus propios hogares, o si un hombre quiere llorar, ser estilista, chef, enfermero, diseñador no sea juzgado ni señalado. En otras palabras, cumpliría su objetivo: construir un mundo mejor para todos.
Referencias
Díaz, A. (2003), “Educación y género”, en
Colección Pedagógica Universitaria, núm. 40, pp. 1-8. García, R. (2012), “La educación desde la perspectiva de género”, en ENSAYOS. Revista de la
Facultad de Educación de Albacete, núm. 27, pp. 1-18, disponible en: https://bit.ly/2ZNNyJw [fecha de consulta: 20 de febrero de 2019]. Guevara, C. y G. Bautista (2013), “Concepción del enfoque de género en la práctica docente en la institución educativa técnica agropecuaria Mamón de María en el Carmen de Bolívar”, en Revista Escenarios, pp. 97-119. González, M. y M. Villaseñor (2010), “La perspectiva de género en el sistema educativo de Jalisco: bases para la acción”, en
Revista de Educación y Desarrollo, núm. 14, pp. 18-26, disponible en: https://bit.ly/32F5bgn [fecha de consulta: 25 de octubre de 2018].