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Apuntes para un ensayo (que seguramente NO escribiré) sobre la imitación de la realidad // Víctor Barrera Enderle
El primer cuestionamiento serio a la literatura (a lo que nosotros ahora entendemos por literatura, o al menos lo sospechamos) lo hizo Platón y tuvo como base la relación conflictiva entre ficción y realidad. No fue el primero, sin embargo, en percatarse de esta tensión. Antes estaba, por citar solo un ejemplo, la famosa puya entre Aristófanes y Eurípides. En Las Tesmoforias, Aristófanes atacaba a Eurípides convirtiéndolo en personaje de sí mismo. En dicha obra, el autor de Las Bacantes estaba nervioso, temía lo peor: la rebelión de las mujeres que no se identificaban con la manera en que él las “retrataba” en sus piezas dramáticas. “Las mujeres se han conjurado contra mí, y están reunidas en el templo de las Tesmoforias para decretar mi destino”, le confesaba, en un diálogo hilarante, a Mnesíloco, y cuando este le preguntaba el motivo de la conjura, respondía: “Porque no las trato bien en mis tragedias”. Eurípides quería pedirle al poeta Agatón que se disfrazara de mujer (práctica que realizaba con cierta frecuencia) para que entrara al templo e intercediera por él. Agatón rechazó la oferta, y cuando fue cuestionado por su vestimenta travestida defendió de esta manera a las estrategias de la creación poética: “…llevo un traje en consonancia con mis pensamientos, porque un poeta debe tener costumbres análogas a los dramas que compone. Si el asunto de sus tragedias son las mujeres, su persona debe imitar la vida y el porte femenino”, pues, explicaba más adelante: “lo que no tenemos por naturaleza, hemos de adquirirlo mediante la imitación”, ya que “cada cual imprime en sus obras su propio carácter”. Para Aristófanes la relación entre ficción y realidad era asunto relativo a la técnica literaria. Para Platón: era un tema ético (y por tanto político). ¿Puede un poeta hablar de estrategias militares sin ser un soldado? ¿Puede describir viajes marítimos sin ser un marinero? La inquisición podría proseguir indefinidamente. La mímesis era el centro del debate platónico y en él la creación literaria llevaba las de perder: era ese juego de sombras proyectado en las rocosas paredes de la caverna.
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¿Qué tan válida es una imitación en un mundo de ideales puros? Podríamos decir que Platón exageraba y no seríamos los primeros en hacerle tal reproche, ya Alfonso Reyes, en La crítica en la edad ateniense, se lamentaba con pesar: “Somos amigos y discípulos de Platón, pero no podemos seguirlo a todas partes. Su argumento nos subleva y nos parece contrario al platonismo”. Aristóteles, más pragmático que su maestro, tampoco lo siguió a todas partes; y en lugar de censurar, resignificó la función mimética y, de paso, “legitimó” el discurso literario al mostrarlo como posibilidad y canal para la purificación de las pasiones. La literatura: el reino de lo posible, donde los verbos se conjugan en modo subjuntivo, y, sin embargo, se ilumina a la realidad. La imitación también implicaba, para él, una diversidad de posibilidades. En lo humano (entiéndase en lo moral), la imitación podría variar de sujetos buenos a sujetos malos, es decir, de ejemplos modélicos a casos reprochables. El vicio y la virtud. Esto es lo que él llamaba los medios de imitar; pero faltaba el como se imita, “porque con unos mismos medios se pueden imitar unas mismas cosas de diverso modo”, sostenía en su célebre Poética y a continuación se explicaba con amplitud:
"Parece cierto que dos causas, y ambas naturales, han concurrido generalmente a formar la poesía. Porque lo primero, el imitar, es connatural al hombre desde niño, y en eso se diferencia de los demás animales, que es inclinadísimo a la imitación, y por ella adquiere las primeras noticias."
La condición humana es, pues, mimética, pero no sólo eso: “Lo segundo, todos se complacen con las imitaciones, de lo cual es indicio lo que pasa en los retratos...”. Dos cosas fundamentales resultan de estas aseveraciones del estagirita, la primera que la imitación es natural al ser humano, y por tanto la poesía es una función primordial en su vida; la segunda, que la imitación transmite conocimiento y disfrute, ergo, la poesía es útil a la sociedad. Ahora bien, no toda la poesía es igual, existe desde luego una valoración. Aristóteles partía de la noción de “genio”, para establecer un criterio de valoración y a la vez de clasificación: los mejores poetas imitan acciones y sujetos nobles, y así sucesivamente. De la tragedia a la comedia. Aristóteles daba más importancia a la forma que al contenido, es decir, contradecía a Platón. La poesía sí representaba un arte y una ciencia, y, por tanto, creaba y transmitía un conocimiento propio. ¿Cuál es ese tipo de saber literario? Lo sugerí hace un momento: el de la subjetividad y la posibilidad. Ofrezco una última cita de Poética para terminar de clarificar el asunto: “Es manifiesto asimismo de lo dicho que no es oficio del poeta el contar las cosas como sucedieron, sino como debieran o pudieran haber sucedido, probable o necesariamente”, y aquí el filósofo ponía uno de los ejemplos más claros en la teoría literaria:
"porque el historiador y el poeta no son diferentes por hablar en verso o prosa (pues se podrían poner en verso las cosas referidas por Herodoto, y la historia no sería menos verdadera en verso que sin verso); sino que la diversidad consiste en que aquel cuenta las cosas tales cuales sucedieron, y éste como era natural que sucediesen."
Pero había algo más que Aristóteles se había guardado para el final: la catarsis. Existen infinidad de teorías y explicaciones sobre la catarsis aristotélica. Conforme las interpretaciones sobre el arte se iban modernizando este concepto se hacía más abstracto (y más lejano). Reyes, en su ya citado ensayo sobre la crítica ateniense, describía a la catarsis como algo que “desborda los límites de la tragedia, de toda la literatura, de las bellas artes en general, y ahonda hasta los estratos del alma”. Quedémonos, por el momento, con esa idea. Se ha tocado ya un punto central: el desbordamiento de la función literaria. Esa supuesta imitación (creación de segundo grado) ha demostrado ser no sólo un pasatiempo o un producto de la inspiración divina (como la acusó Platón en otro de sus diálogos), sino un proceso social que tiene (o puede tener) un impacto en los habitantes de la polis. Por desgracia, esta posibilidad exploratoria fue prontamente clausurada con los latinos. Horacio, en su Carta a los Pisones, hizo de la poética preceptiva y dictó leyes a diestra y siniestra. Un tema central lo obsesionaba: la libertad de creación, cuánto y hasta dónde era permisible para un poeta. Para Horacio debía haber un límite, un espacio donde privara la coherencia, evitando los delirios y libertinajes, que llevarían a la creación de obras en las cuales “ni el principio ni el fin concurriesen a la unidad del conjunto”. Su poética tiene la peculiaridad de ser producto de un poeta, es decir, se funda tanto en las autoridades como en la experiencia propia. Sorprende, por lo mismo, la rigidez en el trato de las formas. Los siglos venideros serían problemáticos, por decir lo menos, para el discurso literario y su relación con el entorno social. Salvo Longino, un autor del cual no conocemos casi nada (ni siquiera el siglo en cual vio la luz), pocos se ocuparon de la retoricidad del lenguaje literario y de su capacidad para estremecer el pathos. Para Longino, las emociones son contempladas como elementos de análisis, aunque dentro de un sistema de ordenamientos que se dividía en cinco partes: “grandes pensamientos, emociones fuertes, ciertas figuras del pensamiento y el habla, dicción noble y utilización de palabras dignas”. La invención de la imprenta y el desarrollo de la narrativa (el encumbramiento de la novela como género epónimo de la modernidad y la consecuente eliminación de fronteras entre el discurso literario y otras formas de representación social) fomentaron nuevas maneras de lectura, alterando conductas privadas y públicas (la posibilidad, por ejemplo, de leer ficciones sin la restricción ni censura de la Iglesia y la monarquía), alentando así una inversión de roles: la literatura no se “reducía” ahora a imitar a la realidad sino que la alimentaba creando posibilidades distintas. Proyección de nuevas y mejores o peores formas de convivencia y de representación política. Entre la locura del Quijote y las obsesiones del doctor Victor Frankenstein; entre el afán nocturno y sombrío del Romanticismo y la proyección desoladora de la ciencia ficción; y entre el quiebre calculado de las vanguardias y el retorno moderno al realismo… En una cultura, como la occidental, basada en el logos (“logos tanto es la idea como su bautismo verbal”, sostenía el escritor regiomontano en el ensayo de marras sobre la crítica ateniense), era natural que el empeño se pusiera en que las palabras fueran un fiel reflejo del mundo exterior. La modernidad tensionó aún más esa relación al poner bajo sospecha la referencialidad del lenguaje. La puya final la dio Ferdinad de Saussure al dejar en claro el carácter arbitrario y convencional de la lengua. En este proceso final, la literatura moderna trató de romper definitivamente con cualquier lazo que la atara a la realidad: las vanguardias serían una muestra de ese esfuerzo… Hace algunos años, en su sugerente ensayo Literatura y derecho. Ante la ley, Claudio Magris exponía la condición “ilegal” de la literatura al describir como esta consciente y concretamente se instalaba fuera del razonamiento jurídico de la realidad, alejándose de lo que debía ser y de la forma en que debía ser. Temas, personajes y manejos del lenguaje que constantemente se colocaban al margen de leyes convencionales y reguladoras.
Me parece que me he alargado demasiado rastreando, en estos apuntes, esa historia de desencuentros y me encuentro todavía muy lejos de acercarme siquiera a un atisbo de conclusión. ¿Nos dice algo ese cuestionamiento que breve y parcialmente he descrito aquí? Más que una sentencia final, rescato esa inadecuación permanente entre el discurso literario y el entorno que lo envuelve para resaltar la condición inquietante de lo literario, sea como imitación o como proyección de la realidad. Tal vez por eso este ensayo sea, al final, imposible de escribir y termine, como han terminado otros papeles míos, refundido en algún cajón.
Índice de ilustraciones
Pág. 57 Tinerama (Agosto 2020) Fotografía tomada de https://www.tinerama.ro/cultura-in-grecia-antica/ Pág. 58 Zarkopinkas (Agosto 2015) Fotografía tomada de https://zarkopinkas.wordpress. com/2015/08/05/democracia-versus-demagogiasegun-aristoteles/ P ág. 60 Keystone/Hulton Archive/Getty Images / Fotografía tomada de https://www.britannica.com/ biography/Ferdinand-de-Saussure