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EDITORIAL
EN LA HISTORIA de la humanidad hay sucesos imposibles de olvidar debido a sus consecuencias desastrosas. Uno de ellos es la Segunda Guerra Mundial llevada a cabo entre 1939 y 1945 e iniciada por hombres ávidos de poder, cuyas ideas, creencias y sentimientos los perdieron en el laberinto de la insensatez y la locura.
Protagonizada al principio por los ejércitos de los países agresores —Alemania, Japón e Italia— y de los invadidos o atacados —Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, Polonia, Yugoeslavia, Inglaterra y Francia, entre otros—, dicho conflicto acabó por involucrar militarmente a la mayoría de las naciones. Todavía resuenan los nombres emblemáticos de Hitler, Hirohito y Mussolini, del bando agresor, y los de Stalin, Churchill y De Gaulle, del lado agredido.
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Es aterrador el saldo arrojado por dicho conflicto, tanto de bienes materiales destruidos como en vidas humanas fallecidas y desaparecidas. En referencia a este último tema, se calcula que durante la Segunda Guerra Mundial murieron entre 55 y 60 millones de seres humanos, incluidos civiles y militares. Ejemplos de esta tragedia de muertes y desapariciones son, entre otros países: la Unión Soviética o Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas —el que más sacrificios realizó— con 24 millones; China —entonces envuelta en una guerra civil— con alrededor de 19 millones; Alemania, con 8 millones; Polonia, con 1.9 millones de polacos no judíos, más 11 millones de judíos —incluidos los del Holocausto—, gitanos y otros grupos étnicos; Japón, con 3 millones 600 mil —1.2 millones de soldados, 1 millón de civiles y 1.4 millones de desaparecidos—, nación atacada con las bombas atómicas arrojadas sobre Hiroshima y Nagasaki, acto atroz e inhumano autorizado por el gobierno norteamericano; Estados Unidos de América —incorporado a la guerra hasta noviembre de 1942 con el desembarco de sus tropas en África del norte—, con 405 mil 400; Inglaterra, con 370 mil; Francia, con 350 mil e Italia con 360 mil.
Recordemos que, para cuando sucede lo antes descrito, el capitalismo ha entrado de lleno a su fase imperialista, caracterizada por el dominio de los monopolios y de la oligarquía financiera. En tales condiciones, ya ha experimentado las crisis de la Primera Guerra Mundial (1914-1918) y la Gran Depresión (1929), crisis de las cuales proviene el imperialismo moderno, representado en la actualidad por las economías militarizadas de la mayoría de los países.
Por desgracia, a 75 años de terminada aquella cruel contienda, aún hay quienes actúan como inspirados por las ideologías nazista, de Hitler, monárquica, de Hirohito, o fascista de Mussolini, en espera de un posible nuevo conflicto bélico de escala global.
A ellos, los de una visión pesimista de la historia, es oportuno recordarles la fotografía del joven sargento soviético de origen georgiano, Melitón Varlámovich Kantaria, miembro del Partido Comunista de la Unión Soviética, colocando la bandera roja —con la hoz y el martillo— de este país, en lo alto del edificio del Reichstag, en Berlín, simbolizando el final de la guerra en Europa y la derrota definitiva del Tercer Reich.