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Alfonso Rangel Guerra // Javier GarciaDiego/Adolfo Castañón

EN el marco de la edición XL de la Feria Internacional del Libro en el Palacio de Minería, de Ciudad de México, en donde Nuevo León fue el estado invitado, el INBA, el Conarte de Nuevo León y la Universidad Autónoma de Nuevo León realizaron un homenaje nacional al escritor y humanista Alfonso Rangel Guerra por sus noventa años de vida. Como parte de la celebración, se llevó a cabo, el día 3 de marzo de 2019 en la sala “Manuel M. Ponce” del Palacio de Bellas Artes, la presentación del primer volumen de las Obras de Alfonso Rangel Guerra. A continuación se recogen aquí dos de los ensayos leídos en esa ocasión (a cargo de Javier Garciadiego y Adolfo Castañón). Con este gesto, Vuelo se une a los homenajes del gran humanista regiomontano.

HOMENAJE A ALFONSO RANGEL GUERRA

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JAVIER GARCIADIEGO

ALFONSO Rangel Guerra cumple noventa años y la Universidad Autónoma de Nuevo León le rinde homenaje y le agradece su provechosa vida, la mayor parte de ella dedicada a esta institución, su Alma Mater y su Leitmotiv. En efecto, ingresó al bachillerato en 1944, comenzando entonces su contacto con la literatura y la historia; para decirlo en forma sintética, comenzó su afición por la lectura, misma que hoy prosigue, cada día más intensamente. Muy ilustrativo de esa inmediata afición es que el primer libro que leyó, cuyo autor, título y formato recordaba cincuenta años después, fue el primer libro de lo que luego sería su biblioteca. O sea, el primer libro leído por Rangel Guerra no fue una tarea de escolapio: fue el inicio de su vida de humanista. Sin embargo, lo primero que tengo que reconocer, y sobre todo elogiar, es que nunca ha presumido de haber sido un lector precoz; al contrario, acepta que empezó tarde su práctica de la lectura, siendo ya todo un joven, aunque a partir de entonces lo hizo en forma compulsiva pero ordenada. Para su desgracia -o para su fortuna-, la Universidad de Nuevo León aún no tenía entonces ‘carreras’ de humanidades, por lo que tuvo que refugiarse en la de Derecho, la que finalmente resultó más interesante que lo que él sospechaba, aunque no por esto dejó de reconocer que “los estudios de derecho son muy bellos en el estudio, en la escuela y en el aula”, pero “difíciles y arduos… en la práctica profesional”.

Pronto sobrevino un cambio institucional que marcaría su vida, pues le permitió dedicarse profesionalmente a la vida universitaria, a la educación, a la cultura. Me refiero a la fundación de la Facultad de Filosofía y Letras, allá por los años de 1950 y 1951, de la que fue designado Secretario. Comprensiblemente, en ella comenzó a enseñarse griego y latín, además de francés e inglés, y obviamente metafísica. También allí tuvo lugar un encuentro que sería igualmente vitalicio: su estrecha y cotidiana relación con el rector Raúl Rangel Frías, con quien tenía algunos vínculos familiares. También se benefició de los cursos de la Escuela de Verano. Oigamos las sinceras palabras del propio Rangel Guerra: “yo me alimenté culturalmente durante muchos años con las presencias tan valiosas de intelectuales que venían de la Ciudad de México”, tales como Agustín Yáñez, José Luis Martínez y Edmundo O’Gorman, además del refugiado español José Gaos, pensador del que luego editaría uno de los tomos de sus Obras Completas. No hay duda: Alfonso Rangel Guerra fue un hombre intelectualmente afortunado, y es un hombre esencialmente agradecido.

La buena suerte la encuentra quien la busca: hacia 1958 obtuvo una beca con la que pudo cumplir su sueño de estudiar en París, experiencia rica en “nutrientes culturales”. A su regreso se hizo total su compromiso con la Universidad de Nuevo León: fue pronto director de la Facultad de Filosofía, y luego Secretario General de la Universidad, lo que lo puso en contacto con el otro gran humanista regiomontano de mediados del siglo XX. Si antes había crecido a la vera de Raúl Rangel Frías, ahora florecería a la sombra de José Alvarado, entonces rector, siempre escritor, a quien poco después incluso sustituyó en la rectoría. Ciertamente, las experiencias vividas no pueden describirse en pocos minutos Confío en que esta cita me ayude en el intento:

Este periodo de la rectoría fue un gran reto porque yo era muy joven y llegué a la Rectoría con una Universidad que estaba en huelga y tuve que atender ese conflicto, enfrentarlo y realizar la tarea de dirección de la Universidad durante todo ese periodo -de principios de 62 a finales de 64-, y seguí siendo maestro, nunca dejé las clases, era maestro en la Facultad de Filosofía y Letras; enseñaba Teoría Literaria y otros cursos como Estilística, pero sin duda la rectoría vino a darme otro panorama más grande y más amplio y más profundo.

"Los estudios de Derecho son muy bellos en el estudio, en la escuela y el aula, pero difíciles y arduos...en la práctica profesional."

Dr. Alfonso Rangel Guerra.

Es probable que esta experiencia haya definido su vida. Para comenzar, entendió que las universidades son mucho más que simples “formadoras de profesionales” definidas por el “mercado de trabajo”, sino que tienen otra “tarea fundamental”, la de ser creadoras y transmisoras de “ideales”. Desde entonces su vida ha circulado por una “doble vía”: la del académico y humanista, y la del directivo universitario. Además, no se limitó a la universidad de su estado; llegó a dirigir la ANUIES por casi doce años, entre ellos el terrible 68 y casi todo el sexenio del lúgubre presidente Díaz Ordaz. Luego estuvo al frente de la Dirección General de Educación Superior, en la SEP, con Porfirio Muñoz Ledo y Fernando Solana. En total, 17 años de su vida: de 1964 a 1982. Pocos conocen como él el sector universitario del país. Después de ese largo e intenso tramo vital, Alfonso Rangel Guerra inició otra etapa que se prolonga hasta hoy: la de investigador, para lo que se incorporó a El Colegio de México, donde hizo el que para muchos es el más importante de sus libros, titulado Las ideas literarias de Alfonso Reyes, sólido estudio sobre el más difícil de los libros de Reyes: El Deslinde; esto es, sobre la parte teórica, comprensiblemente la menos conocida dentro de la extensa obra del regiomontano universal.

Fue por entonces cuando supe de la existencia de Alfonso Rangel Guerra; cuando leí aquel libro, aunque sin entenderlo del todo. Luego vendrían muchas lecturas suyas. Finalmente lo conocí cuando formamos parte del equipo que hicimos la edición de los Diarios de Alfonso Reyes, 16 cuadernos convertidos en siete eruditos volúmenes. Gran honor y gran aprendizaje haber trabajado con Rangel Guerra en aquel proyecto, a la protectora sombra de don José Luis Martínez.

Hoy la vida de Rangel Guerra alcanza el nivel de la de su paisano Alfonso Reyes, pues ambos han logrado, como Goethe, “realizar el ideal de toda carrera humana, que es el acercarse a la Unidad cuanto sea posible”. En efecto, como su admirado tocayo, Rangel Guerra ha logrado lo que muy pocos: ver coronar su vida académica con la publicación de sus Obras Completas, el mejor reconocimiento que le puede hacer su universidad, la Autónoma de Nuevo León. El mismo Rangel Guerra lo reconoce, pues es un raro “privilegio” poder participar en “la integración y ordenamiento de todo lo escrito”. Si ya lo había reconocido como Profesor Emérito, por la calidad de su docencia, hoy lo premia como autor, como investigador, como uno de los pocos auténticamente grandes. ¿Cuántos tomos alcanzarán sus Obras Completas? Seguro muchos, cerca de diez, tal vez, pero lo que todos suponemos es que predominarán dos temas: educación, en particular la de nivel superior, y literatura, en la que destacará Alfonso Reyes, de quien es el máximo experto, aunque también sabemos que la amplitud de sus intereses temáticos es enorme; dígalo, si no, Agustín Yáñez; dígalo también Jaime Torres Bodet, como Reyes y como Rangel Guerra, ambos educadores y escritores, ambos humanistas.

Ineludible pregunta: ¿se trata sobre todo de una reedición ordenada de sus libros, o estamos ante una muy agradecible labor de arqueología literaria?, por la cual se descubrirán y recuperarán sus primeros escritos, aquellos que escribió de joven en el periódico Vida Universitaria, con reseñas de novedades bibliográficas y pequeños artículos noticiosos sobre temas educativos y literarios, o los que escribió también para El Norte, en su columna “Esquina”, o para El Porvenir, en su columna “Aquí Vamos”, o para la ya clásica revista cultural universitaria, de cervantino título: Armas y Letras, en la que publicó los textos que luego conformarían su primer libro: Imagen de la Novela, que le fue solicitado por el entonces rector José Alvarado. ¿Cuántos tomos, repito, conformarán la edición de sus Obras Completas? Los editores anuncian doce, pero lo que yo sé, de mi parte, es que sus muchas páginas escritas son muchas menos que sus páginas leídas. En efecto, Rangel Guerra ha sido, desde su bachillerato -recuérdese que nunca ha presumido de lector precoz-, un lector incansable, de autores clásicos y modernos, en lengua española o traducidos de otros idiomas.

Hombre total, varios libros suyos proceden de sus labores docentes, y otros, de sus esfuerzos como funcionario en el sector educativo, tanto a nivel estatal como nacional. Sin embargo, como su admirado tocayo, su género predilecto es el ensayo, al que desde muy joven llamó “la cuarta presencia”, luego de la poesía, la narrativa y la dramaturgia.

Lo reitero, pues es preciso repetirlo: quienes crean que en sus Obras Completas dominarán las páginas sobre Alfonso Reyes se sorprenderán de las muchas que dedicó a otro gran escritor, pero también, como él mismo, gran educador: don Agustín Yáñez, sobre quien escribió un tomo en la serie ‘Un mexicano y su obra’, y de quien luego ha sido el editor de sus Obras Completas para El Colegio Nacional, de las que han aparecido ocho tomos, aunque parece que Rangel Guerra preparó doce, comenzando con un largo estudio introductorio, completado luego con un inventario de todos los personajes de las novelas del jalisciense.

Aun así, sospecho que predominarán los escritos sobre Reyes, el primero de los cuales fue el utilísimo recuento de las reseñas aparecidas en las décadas de los 10 y los 20, titulado Páginas sobre Alfonso Reyes, gran contribución en dos tomos para las bodas de oro como escritor del hijo del general y gobernador. Más aún, este recuento de reseñas luego lo reeditó, cuarenta años después, pasando de dos a ocho tomos, número que nos dice dos cosas: la enorme recepción que ha tenido la obra de Reyes, y el puntual conocimiento que de ella tiene Rangel Guerra, sin duda el primer reyista del país, en orden cronológico y por la calidad y profundidad de sus análisis, sobre todo en lo que se refiere a la obra poética del llamado helenista mexicano. En efecto, de sus textos sobre Reyes deben mencionarse su discurso de ingreso a la Academia de la Lengua, de 2009, titulado “La pérdida de la mansión dorada. Notas sobre un olvidado poema de Alfonso Reyes”, así como el primer volumen de su ambicioso estudio sobre la poesía de Reyes, y sobre todo un tomo que incluye una treintena de ensayos, comenzando por su temprano “Alfonso Reyes y su idea de la Historia”, estudio que le fue corregido por la propia mano de Reyes.

Todo esto, claro está, aparecerá en sus Obras Completas, incluyendo el segundo volumen, hasta hoy inédito, de su definitivo estudio sobre la poesía de Reyes, más uno -el tercero- que tiene en preparación. Hombre de su tiempo, mejor aún, de sus tiempos, Rangel Guerra fue de los primeros en percibir la importancia de la obra no literaria de Alfonso Reyes. De allí el primer estudio sobre El deslinde. De allí también su temprano interés por ese texto pedagógico, civilizatorio, humanista, como lo es la Cartilla Moral, hoy tan en boga, aunque con más objetivos sociales y políticos que los que tuvo originalmente, estrictamente éticos, filosóficos y pedagógicos. Al respecto recuérdese que Rangel Guerra publicó una adaptación de la Cartilla Moral hace treinta años, en 1989, cuando nadie lo conocía.

Doble gusto debe tener hoy Rangel Guerra: por la edición de sus Obras Completas, y por alcanzar los noventa años lúcido y entero, trabajando: apenas en abril del año pasado apareció un nuevo libro suyo, al que me niego a llamar el último. Su tema y su título, Persona y cultura, ratifican el transcurso de su ya larga vida de humanista, pues es una historia mundial del humanismo, comenzando obviamente con los griegos, de la mano de la Paideia de Werner Jaeger.

No cabe duda, don Alfonso Rangel Guerra es, junto con Gabriel Zaid, el principal humanista regiomontano de los últimos decenios, y es un dignísimo heredero de sus maestros: Raúl Rangel Frías, José Alvarado y Alfonso Reyes. Merecidísimo homenaje. Que la vida le respete la salud, para que nos pueda seguir ilustrando con sus libros, pues cuando ya no esté, que espero no sea pronto, nos ilustrará con su legado, su ejemplo y su recuerdo.

Palabras para Alfonso Reyes y Las ideas literarias de Alfonso Reyes, dos obras del Mtro. Rangel Guerra.

Palabras para Alfonso Reyes y Las ideas literarias de Alfonso Reyes, dos obras del Mtro. Rangel Guerra.

90 AÑOS DE ALFONSO RANGEL GUERRA [1]

“Entre nosotros, no hacen falta ceremonias”

ALFONSO REYES a ALFONSO RANGEL GUERRA

ADOLFO CASTAÑÓN

I

“Poseía el instinto del castor: construir ciudades. Durante el día proyectaba nuevas plazas y calles, y fundaba cajas de ahorro. Por la noche, describía las escenas sorprendidas durante el día. Era el hombre municipal.”[2]Evoco estas palabras que recogió Alfonso Reyes en su libro Cartones de Madrid, dedicadas al periodista Mesonero Romanos en el texto titulado “El curioso parlante”, para saludar los para mí inimaginables noventa años de nuestro querido amigo y maestro. Ciudadano de números y letras, educador y edificador, hombre-castor: Alfonso Rangel Guerra, al igual que Reyes no ha dejado de construir: de un lado libros, del otro lado instituciones. Al igual que el castor, al igual que Reyes, Rangel es animal de tierra y de agua, arquitecto de dos reinos, oriundo de América. Silencioso e infatigable, al igual que el castor, Alfonso Rangel Guerra, lector y rector, patricio de esa nobleza que es el conocimiento, nunca ha perdido el norte, es decir, la humanidad, el sentido de las humanidades.

II

En el Prefacio a las Obras que aquí se presentan, Alfonso Rangel Guerra recuerda una fotografía que tomó él mismo el 20 de noviembre de 1958 -hace 60 años y 3 días- en la época en que estuvo en París y que todavía se encuentra en su poder “del Parque de Montsouris, situado frente a la ciudad universitaria”. La fotografía muestra un camino por donde camina un hombre. Esa fotografía llegaría a ser la imagen de la portada de su libro Imagen de la novela, el primer libro que se presenta aquí, en estos Senderos literarios, vol. I de sus Obras, editadas por la UANL por encomienda e invitación del Rector Rogelio Garza Rivera, con prólogo de Víctor Barrera Enderle.[3]

Los 12 volúmenes que contendrán estas Obras se complementarán con varios más, por ejemplo: Ideas literarias de Alfonso Reyes, La opacidad y la transparencia, Memorias, Diario de un viaje a China, entre los que menciona él mismo; no menciona otros textos como: La cuarta presencia, Alfonso Reyes y su idea de la historia, Censo de personajes en la obra de Agustín Yáñez, La pérdida de la mansión dorada. Notas sobre un olvidado poema de Alfonso Reyes, Persona y cultura, Norma para el pensamiento: la poesía de Alfonso Reyes, entre otros.

Dr. Alfonso Rangel Guerra.

Esa imagen de un hombre que camina por entre los árboles de un bosque o de un jardín es más que apropiada para imaginar a este lector andante que es nuestro muy querido maestro Alfonso Rangel Guerra, miembro correspondiente en Monterrey de la Academia Mexicana de la Lengua a cuyo discurso de ingreso “La pérdida de la mansión dorada” tuve el honor de responder: un hombre que anda por una vereda entre los árboles, que se pasea a pie -no en bicicleta ni en moto ni a caballo- por entre los árboles o las estanterías de las bibliotecas y toca con su sensitiva mente -árbol de nervios en movimiento- cada uno de ellos, a veces cada tronco, que a veces incluso palpa una hoja, una bellota de algunos de esos árboles-libros que son el bosque de la cultura escrita. Obsérvese cómo a medida que camina, a medida que lee, ese hombre se hace persona y esa persona se va transformando en un libro, en un árbol, en una biblioteca, en un maestro, en un espíritu universitario, en fin, en humanidad hecha universidad y cultura, en virtud de la calidad y del cálculo con que va dando cada uno de sus pasos.

Los libros que aquí saludamos no son, por cierto, una casualidad, un accidente, se deben a una vocación y a una profesionalización de la misma. Son el fruto, la quinta esencia editorial de un itinerario inteligente, intelectual y académico, crítico y autocrítico, humano y profesional. Y ese itinerario tiene dos estribaciones, dos vertientes o cauces principales: la ensayística y crítica, la académica y universitaria. Para aludir a esta última, propongo pensar en otra fotografía, esta vez imaginaria: la de un hombre que se encamina por los corredores y pasillos austeros de una escuela y de una universidad y que sostiene una conversación con un alumno o con otro profesor. Ese momento preciso de la imaginaria conversación encarna, desde mi gran angular, el espíritu de la universidad que se cumple en el diálogo, ese diálogo académico que ha sido una de las laderas de este “monte análogo” -para citar al poeta René Daumal- que es del conocimiento. Como apunta el propio don Alfonso en el Prefacio al volumen I de estas Obras, la otra vertiente complementaria de su itinerario intelectual, es la que ha dedicado, no sin fortuna nacional e internacional, a los temas de la historia y análisis de la educación superior en México, casi podría decirse a la instrumentación de la paideia nacional.

Llamo la atención sobre algo. He empleado varias veces en las pocas frases que contienen estas cláusulas las voces “andar”, “caminar”, que se desdoblan implícitamente en otras dos: leer y escribir, investigación, indagación. Esos verbos traducen un movimiento y un devenir continuos, si no es que perpetuo o al menos perdurable, de largo alcance y cuenta larga. Me refiero a la pasión intelectual, a la vida de una mente apasionada que ha llevado a nuestro querido amigo, maestro y guía, a compartir la vida de las ideas y las formas de la imaginación del arte y de la cultura que imprimen su profunda huella en cada una de las páginas que hoy aquí compartimos. Ahora bien, esa pasión, ese impulso sigue en la órbita escrita de don Alfonso Rangel Guerra un orden geométrico, unos trazos conceptuales. Los tres libros aquí reunidos son obras útiles para el conocimiento escolar, pero también libros que pueden y deben ser leídos con gustoso provecho por sí mismos, más allá de que la tercia incluida en estos “senderos literarios” componga una historia de la literatura hispánica e hispanoamericana y dé una idea a la par detallada y cabal, una “imagen de la novela”, ese género literario que desde el Renacimiento se ofrece como un espejo de los secretos y voces de la historia, de la cultura y del mundo.

Libro Obras de Alfonso Rangel Guerra Volumen I Senderos Literarios.

Vuelvo al principio. Un hombre camina por entre los árboles, anda en el bosque o en un jardín que parece bosque, anda suelto como un viento que estremece levemente a su paso la biblioteca: lo quiere leer todo, pero como no puede leerlo todo, se conforma con leer lo esencial, ese todo acrisolado en su nuez. El que lo sigue -es decir, el que sigue a este discípulo de los dos Alfonso Reyes, Ochoa y Aurrecoechea- puede ser presa del vértigo y temer por sí mismo, y aun temer perderse en ese laberinto de la cultura y de la historia. Rangel Guerra, tan sosegado y pacífico, como se le ve, es de hecho un domador de laberintos, una suerte de Teseo intelectual. Podría pensarse que la idea del laberinto subyace como un sordo río subterráneo a estas exposiciones afortunadas. Rangel Guerra es un guerrero y un pacificador, un hombre de concordia. No se olvide que eligió alguna vez como seudónimo Ángel Paz, quitando la “R” a Rangel y transmutando el Guerra de su apellido por Paz. Rangel Guerra sabe andar y desandar la trama de los cantares y de las fábulas. De un lado, es dueño de un conocimiento no sólo de los contenidos sino de las técnicas y pequeños y grandes secretos de la literatura y del arte, como las figuras retóricas: el hipérbaton, la elipsis, el pleonasmo, la silepsis, la descripción, la enumeración, la antítesis, la hipérbole, la prosopopeya, la perífrasis. Del otro, el caminante no anda perdido, está también familiarizado con el terreno por el que camina -nada menos que la historia de la literatura y de la poesía, el jardín de las letras- como un propietario señorial que recorre su propia casa de la cual se ha ido apropiando gracias a sus maestros y guías, Alfonso Reyes, Dámaso Alonso, Valbuena Prat… y sabe a dónde ir, qué escoger, qué cosas -qué pasajes notablesmostrar al visitante, al estudiante. El resultado no puede ser más asombroso y más rico: a Rangel no solamente le gusta la literatura, la conoce así en sus obras y autores como en sus comentaristas, y no sólo eso: sabe comunicar al lector la forma en que funciona, nos convida amablemente a estar del lado de los creadores y a entrar en sus talleres, fraguas y cocinas, enseña cómo funcionan las grandes novelas y los grandes poemas y sabe exponer, escuchar y hacer escuchar el ritmo, los ritmos que sigue la historia de la literatura. Dos de los libros aquí reunidos fueron originalmente redactados como cursos de literatura. Rangel Guerra -maestro de maestros- cuando enseña escribe un curso que luego sus discípulos podrán a su vez enseñar: hace escuela. Son algo más. El lector tiene mucho que aprender de cada una de las cosas que dice, escribe, cita y comenta Alfonso Rangel Guerra y también de la forma en que las dice. Sus amigos y lectores tienen mucho que aprender de su risueña y modestia eficacia. Larga vida activa le deseo a don Alfonso Rangel Guerra para que pueda ver impresas no sólo las Obras que ya están en prensa, sino esas otras que tiemblan en sus cajones con el estremecimiento de lo increado. Poder decir esto de alguien que celebra sus 90 años no es poca cosa.

III

El 19 de noviembre de 1958, la víspera del día en que tomó la fotografía el joven Rangel Guerra que había ido a París a estudiar literatura comparada y estilística, con una beca del gobierno francés en cuyo trámite había tenido que ver Alfonso Reyes, le escribe a éste sus “impresiones de la ciudad”: “No he sufrido decepciones, más bien he rectificado algo de lo que llevaba conmigo. Con París ocurre un fenómeno curioso: tantos aspectos de la ciudad se conocen por la literatura, el cinematógrafo o cualquier otro medio, que al llegar aquí se superpone lo ya ‘conocido’ con la realidad, y es inevitable el cruce de sensaciones que nos trae el recuerdo con las que nos provoca el momento presente, como si todo aquello que se nos ofrece cada día nos llamara desde dos planos. Se pueden contar muchos edificios, lugares o monumentos desagradables o de mal gusto, pero se impone el conjunto armonioso de toda la ciudad, bella como una mujer que se sabe hermosa. París es una ciudad que conquista. Apenas llego, y ya siento que me dolerá la partida.” El fotógrafo que tomó la imagen del caminante que se alejaba entre los árboles había estado en contacto con Alfonso Reyes desde 1955, fecha en que se inicia su relación por la publicación de las Páginas sobre Alfonso Reyes cuya edición cuidará Rangel. Son también esos años de la década del cincuenta en los que el propio Rangel empieza a escribir con frecuencia en la prensa local, en el diario El Norte a instancias de su maestro Daniel Mir, el español refugiado en Monterrey quien como Rafael Dieste, maestro de Gabriel Zaid, había ido a esa ciudad a polinizar con sus saberes la cultura local. Hace ahí Rangel sus primeras armas y luego, gracias a la invitación de José Alvarado, armará en libro las colaboraciones que darán esa Imagen de la novela, cuya portada será la de la fotografía comentada. Seguramente tenía en mente uno de los consejos que le dio Reyes el 7 de mayo de 1956: “[…] lo que debe hacer es leer a los grandes escritores de valor universal, sin proponerse programas fijos […]”, le decía el maestro refiriéndose a los jóvenes congregados en la revista Kátharsis.

IV

Como el guía de un museo que va mostrando a quienes lo siguen cada uno de los cuadros que arman las colecciones exhibidas y va comentando cada uno con ayuda de los historiadores del arte, así Rangel Guerra va citando y enmarcando sus exposiciones sobre cada obra -digamos El Buscón de Quevedo- en el horizonte más amplio de la historia y va sutilmente haciendo aflorar la sintaxis, las relaciones que afinan y contrastan unas obras con otras: panorama y panorama de panoramas, diaporamas de un crítico lector que es al mismo tiempo paisajista de las letras. Arte vivo de la memoria. La historia de la literatura respira y campea por las páginas de este lector que sabe caracterizar con atinado y sobrio trazo y pulso, el tipo de escritor o de poeta al que pertenece cada una de las siluetas que perfila. En última instancia, dirá Rangel, haciéndose eco de Mauriac, “no hay novelistas mundanos y novelistas populistas, sino novelistas buenos y malos”. El historiador de la literatura, que es también un antólogo, ha de moverse entre conceptos (picaresca, romanticismo, etc.) y etiquetas (novela regional, nueva novela), pero en la medida en que es crítico ha de saber qué es lo que hay detrás de las etiquetas. Y ese saber no puede separarse de cierta pureza literaria y humana, mental. La crítica literaria tiene en ese sentido algo de higiene mental, el crítico algo de médico y el historiador de la literatura algo de historiador de la medicina. Tal vez esa sea una de las razones por las cuales las páginas que escribe nuestro amigo y maestro tengan esa limpieza y elegancia casi escépticas, que lo hacen, sin ruido ni algarabía, uno de los prosistas más puros y castizos de nuestra lengua, tan contaminada por inflaciones superfluas. Por eso Rangel Guerra puede ser uno de los escritores más legibles de nuestro ámbito y en su lectura aparece el resplandor de los tesoros que se encuentran ahí, a la vista, escondidos en las montañas de la tradición.

"No hay novelistas mundanos y novelistas populistas, sino novelistas buenos y malos."

Alfonso Rangel Guerra

Notas

[1] Texto leído en el acto de presentación de las Obras completas de don Alfonso Rangel Guerra, Capilla Alfonsina de la UANL en Nuevo León, 23 de noviembre de 2018. Ese día también se develó el busto de ARG y se conmemoraron sus 90 años.

[2] Alfonso Reyes, “El curioso parlante”, Cartones de Madrid, Obras completas, t. II, México, FCE, 1995, p. 81.

[3] Alfonso Rangel Guerra, Obras, vol. I, Senderos literarios: Imagen de la novela, Historia de la literatura española, Curso de literatura, prólogo de Víctor Barrera Enderle, México, Universidad Autónoma de Nuevo León, 2018.

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